*Foto de Victoria
Margarita Urabayen, abuela de Mónica Russomanno.
(Gentileza de Mónica
Russomanno.)
ARRORRÓ BATATA*
Canta para Leonardo.
Arrorró batata, que parió la gata
cinco borriquitos y una garrapata.
La noche abriga con salmos
donde no rezan las palabras.
*De Noelia Palma.
-De su libro inédito Marilyn.
-Noelia nació en Morón, provincia de
Buenos Aires, en octubre de 1984. Textos de su autoría fueron publicados en diversas
antologías y revistas digitales como Digo.palabra.txt, Letralia, entre otras.
Realizó talleres literarios con Alberto Ramponelli
y Eduardo Espósito.
Su primer libro de poemas, “Que la muerte nos ampare”,
fue editado por Francia Ediciones en 2017. Tradujo a Charles Bukowski desde
2011 y en 2017 publicó junto a Editorial Postales Japonesas su primera
antología bilingüe: “Solo con todo el mundo”.
En noviembre de 2018 editó en Ombligo Cuadrado “0034-Buitre
hacia la nada”, que consta de dos libros en un solo ejemplar. En
junio 2019 la editorial cordobesa Mascarón de proa publicó “La casa”.
Hierbacarmen*
El aroma a cedrón trae
al fantasma de Carmen.
Ella ponía hojitas en el mate
y olvidaba a los hijos muertos,
la vergüenza de la carne,
la soledad elegida por desconfianza.
Cuando mi abuela arrancaba una hoja de cedrón
con un movimiento, siempre el mismo,
ordenaba el mundo en ese gesto.
El sol volvía a ser sol,
el agua era de nuevo agua,
el cielo era cielo y ella
era justo ese momento con su nombre.
*De Paula Novoa. novoapaula8@gmail.com
LA MADRE DE MI MADRE*
Veo a la madre de mi madre,
mujer de voz finita,
tejiendo calcetines en la oscuridad
de una pequeña habitación, pequeña
como su voz.
Aún faltan muchos años
para que mi madre nazca
y salga por fin
del vientre de esta mujer que teje.
Sus brazos
sus manos se mueven a contraluz
en esa penumbrosa soledad, su vientre
es aún más oscuro que la habitación.
Los calcetines son horrendos
no tienen futuro
no tienen lo que se dice
la menor de las oportunidades
en el mundo que se avecina.
Con su voz diminuta
la madre de mi madre
susurra frases cortas
que hilvanan las palabras a los tropezones
entre el chis chas sordo
de las agujas de madera,
una contra otra
una contra otra en continuo choque
-ella susurra para replicarle a ese sonido
su falta de armonía-,
pero esas frases descomponen
lo poco que ha quedado
de la música original.
De hacer el resto, se ocupa
la penumbra
la densa penumbra
que envuelve al siglo entero
y apaga el vientre
de esta mujer que teje.
Dos pies de hombre
deberán entrar en esos calcetines
alguna vez.
UNA MI ABUELA*
Hay una tendencia que se diría natural, cuando en realidad es puro aprendizaje
y cultura superpuesta, una costumbre que se arma capa por capa como alfajor
santafesino. Hay una tendencia sincera y rosada, tierna y con puntillas, de
pensar en una abuela y vestirla con mantilla, colocarle un rodete blanco en la
nuca, adornarla con camafeos y zapatones de taco bajo, lavarla con lejía y
frotarle las arrugas hasta que reluzcan de pureza primordial.
Decimos abuela y tomamos una niña pequeña, empolvamos sus cabellos,
le dibujamos líneas en el rostro y la caracterizamos con unos lentes generosos.
Aquí está, señores y señoras, una abuela. Aroma a vainilla, sonido crujiente de
sábana de algodón planchada, gusto a salmuera y caramelo. Abuela niña, abuela
inmaculada, abuela para ayudarla a cruzar la calle, para reírse buenamente de
sus desmanejos con aparatos novedosos, para alcanzarle el bastón, para ejercer
la dádiva de cariños espaciados y ocultamente mezquinos.
La infancia y la vejez se tocan, dice la gente con sonrisa
comprensiva, y observan a las viejecitas con la justa mezcla de emoción y
alivio por no haber llegado aún a esas espantosas edades. Hablan fuerte para
saltar la tapia de la sordera, y a la vez hablan como si la abuela no estuviese
presente, porque es una casi persona como los niños; una porque ya pasó la
etapa de ser útil y los otros porque todavía no llegaron.
Abuelita de Caperucita, viejecita amorosa amasando tallarines los
domingos, tejiendo escarpines, dormida en el sillón con el gato en el regazo.
Mi abuela no era una niña. Había sido una niña hacía mucho tiempo,
cuando nació en Argentina pero se fue a Euskadi al regresar sus padres a
España. Fue una mujer cuando la guerra civil permitió a Alemania probar los
aviones bombarderos sobre Guernica, y en Guernica su madre recibió metralla, y
cargó mi abuela un fusil, y perdió un hijo, y mató un falangista, y se echó al
monte, y se pasó a la Francia, y por esas épocas uno de sus hermanos se
disolvió en una tumba anónima quién sabe en qué valle o en qué colina del vasto
paisaje.
Mi abuela es la mujer que se vino a Argentina arrastrando a una
hija que no quería venir, la mujer que le torció la vida a esa hija que quedó
varada en una playa que no pudo ser suya jamás.
Inteligente y misteriosa la veo a mi abuela leyendo
infatigablemente, la veo hablando con el cura, ella que fue católica y después
evangélica para terminar hablando con el Padre Torres, también español, de
allá, de su patria tras los mares.
No era fácil mi abuela, no era charlatana ni particularmente
cariñosa. Su amor pasaba por manos de dedos deformados que tejían, cocinaban,
me pelaban las uvas y les sacaban las pepitas. Una presencia seca y oscura en
mi casa de infancia. Un ser orgulloso y digno, que no renunció al mantel sobre
la mesa ni aún en soledad, ni aún cuando la fatiga del corazón le hacía pagar
los gestos inútiles.
Abuela, madre, hermana. Quién sabe. Avatares. Ella era una persona
con una historia, y peripecias, y secretos. Mi madre y yo, sus patrias, sus
creencias. Todo eso fue suyo. Su vida le pertenecía. No fue mi abuela más que
circunstancialmente, yo fui un pasaje en el extenso texto de su vida. Y eso me
parece bien.
No era una niñita arrugada mi abuela. De ninguna manera. Era una
mujer que había amado, había seguido sus hombres y llorado las muertes y los
fracasos. Una mujer con algo que decir pero que no dijo, como los buenos
narradores que nos dejan siempre con el deseo de saber un poco más, de
adentrarnos un paso más allá en sus aguas.
Me dejó mi abuela esta cosa de sentirme ser humano, de saber que no
debo explicaciones y de negarme al patetismo de ajustarse a los estereotipos
convenidos. Fotografías en blanco y negro, una rama genealógica que viene
directa desde mil novecientos dieciocho, atraviesa a mi madre y me clava aquí,
justo aquí, tan parecidas, al fin y al cabo, puestas una junto a otra.
*
Me
precipito, me precipito con los brazos hacia adelante sobre estos
cuadrados de color borravino de la azotea. Mi abuela está frente a mí, nos
separan tres o cuatro baldosas. Ahora no llora y me extiende sus brazos blancos
mientras su pelo, teñido de rubio ceniciento, es llevado y traído en todas
direcciones por el viento que me da un miedo terrible, porque nadie me
sostiene. Mi cabeza oscila en el aire como un mundo sobre un universo vacío.
Nada hay delante de mí. Nada, detrás. Sobre mi cabeza las nubes se aglomeran:
si me caigo al revés van a servirme de colchón. No debo mirar los cuadrados
rojos oscuro sobre los que se apoyan mis pies. Detrás de la abuela hay una reja
negra con flores huecas y notas musicales y rulos muy perfectos que no se
cierran, que quedan suspendidos en el aire, como yo. Los ojos celestes de la
abuela tiemblan dentro de su cara; tiembla su voz cuando me dice: vení, vení.
Pero primero están sus manos, sus largas manos llenas de pecas con su alianza y
su cintillo, primero está el viento que se bambolea a mi alrededor y mece el
amplio saquito tejido que me han puesto. La abuela no llora y dice:”Vení,
vení”. Y yo voy.
En el caso de que mire hacia arriba veré un cielo
raro, unas cuantas nubes henchidas, restallantes, densas y celestonas, un
bucólico barrilete, un sol que está a punto de desbarrancarse detrás del río.
La abuela vuelve a decir “Vení”. Yo aún estoy en el aire. En el aire. En el
aire. De pronto soy arrebatada al aire y siento el pecho de mi abuela contra mi
pecho; por fin me ha tomado las manos y me ha alzado haciéndome girar y girar
con ella por toda la terraza: estoy bailando un vals con mi abuela, son las
siete de la tarde y ahora, ya mismo, empieza a llover.
(Fragmento de la novela “El puño del tiempo”)
El corazón se ha ido desde
que el plástico contamina los mares*
Abuela semilla,
abuela sol,
abuela sombra,
abuela planeta que orbita en estrellas sincrónicas.
Te llevo en el pliegue de mi pañuelo,
en los cordones de mis zapatos
aromas de infancia de caña que soporta el jardín.
Nunca supe que el ave volaría,
porque ese es su forma de vivir conmigo.
Abuela orilla del mundo,
abuela humano,
abuela pan tostado,
abuela cordillera con aroma cítrico.
Busqué un amigo,
encontré un mundo con amaneceres,
amiga nube me habló de ti
abuela con cazuela de frijoles.
Abuela despedida,
abuela nunca más,
abuela eternidad:
entras por la ventana
desordenas mis recuerdos,
apenas alcanzo a decirte, mirarte abuela...
-Coyoacán. México-
*
Yo tuve una vez
una abuela blanca,
de piel lejana y transparente,
las venas un dulce mapa
en el cuerpo
traído en barco desde la campiña.
Y tuve una abuela negra,
con la tierra brotada bajo el cuero,
con ojos negros
donde se escondía
la sombra de un corazón de indio.
Yo las amaba,
porque eran tan distintas
como el blanco y el negro
de un ying y yang
y me querían las dos,
con el coraje manso
de las mujeres que no tienen
para dar
nada más que amor,
y en eso
nunca hubo diferencias.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana nació en General Belgrano,
Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras de colores
(Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua,
GPU Ediciones (2019)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
TU ESQUELETO DE POLEN
LUMINOSO*
¿De donde llega este escondido polen?
¿De que vientos de agobio?
¿De que muertes?
¿Qué naufragios trajeron tu pasión de arena?
¿Cuáles fueron los puertos, los amores?
¿Cómo escrutar los secretos de tu boca?
¿Cómo acceder al mapa de tus manos?
¿Cómo desvelar los ojos de la noche?
¿De que graneros viene?
¿De un pequeño alfarero?
¿Un labriego?
¿Una campesina de callosas manos?
¿De la alegría de las ramas abril?
Intento leer vientos.
La resonancia de las hojas que caen.
La madera corteza de tus sienes.
Me contesta una voz, que apenas reconozco.
A veces siento tu respiración en la alameda.
Una respiración.
Respiración casi animal, casi humana
Tu aliento. Una ráfaga.
Un soplido en mi boca.
Un gemido un latido.
Ay, tu respiración, cerca, mas cerca.
Respiración cuya profundidad no es mía.
Cae, como fruta madura.
Dobla por la ribera musical de las acequias.
Y deja un halito, un respiro, una incerteza.
Apoyo mi penumbra.
En las raíces de las rocas.
Y presiento
Tu huella inadvertida, cerca, mas cerca.
Las manos se levantan en rosa y en paloma.
Y vuelan.
A veces creo reconocer tu silueta clara
De pié, al pié de la montaña.
Con mi corazón extendido a Capricornio.
Encuentro tu esqueleto de polen luminoso
Las manos sobre el pecho…buscando
Escombro laberinto jungla liana.
Esperando
Ay, con las manos sobre el pecho.
Lejos, mas lejos
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
Aquilina*
Ella viene en un barco pesquero, huye con su marido de la guerra.
El temblor de las olas coincide con la incertidumbre de los que emigran con lo
puesto. Dedos congelados, narices rojas, dientes apretados. La humedad hostil y
gruesa del traslado compone un ambiente de alarma y sobresalto. El aire marino
estruja la respiración.
Ella, a pesar de todo, no permite que el viento robe sus modales ni
elegancia. Sus ojos de color turquesa noble, observan el tiempo para arribar a
tierra.
No hay lágrimas, sólo acentos extraños en sus labios. La labilidad
de su figura contrasta con su gorro de piel.
Ha dejado todo, sus parientes, sus siervos, y su altanería. Logra
contentarse con el samovar que tiene su escudo real.
Su alma cristalizada en restos de rojo político y de supervivencia
la han convertido en una foto.
Su imagen cuando llegue a su destino, por el momento incierto,
caprichoso, escalará vital en sus hijos, con la ofrenda de libertad.
Ella es mi abuela que no conocí.-
-A Aquilina Squiva de Akimenco.
MUJER EN LA SILLA*
A veces sueño
con mi abuela,
la que no conocí,
la madre de mi madre:
es una mujer sin rostro
sentada en una silla
de espaldar crujiente,
una mujer
que tose y tose
a ras del mundo. Ella
inició el prodigio
de las orfandades,
murió en el momento justo
cuando mi madre era una niña
y mi madre
después
hizo lo mismo.
Nuevamente una niña hablará
del viaje de su madre
-pies descalzos
melena despeinada
corriendo detrás de la
consistencia de la muerte-.
La historia comenzó en esa silla, comenzó
con la tos de una mujer sin rostro
que entró en mis sueños
como si mis sueños fueran
la prolongación de un viaje
sin principio ni fin.
En esta historia
sólo hay mujeres que viajan
en el entretelado de los ojos
que no se abren
que no se abren
-Irma ha publicado los libros de cuentos: "Hay una nena que gira", "La
escalera del patio gris", “Una luz que encandila”
y “Una foto de Einstein tocando el violín”.
Novelas: "El puño del tiempo", "El camino de los viajeros" y “La mujer
invisible”. Y también una serie de títulos en literatura infantil en
distintas editoriales. Obtuvo diversas distinciones entre las que se destacan
Premio Emecé 1993-94, Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires
Eduardo Mallea, Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, Primer
Premio Nacional Macedonio Fernández, Primer Premio Internacional de Puerto
Rico, Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Tres de sus novelas
fueron finalistas en los premios Fortabat, La Nación de Novela, Planeta de
Argentina y Clarín. Algunos de sus relatos fueron traducidos al idioma inglés y
alemán. En poesía publicó “De madrugada”
en Ediciones del Dock y “Los días”,
editorial de la Fundación Victoria Ocampo, Primer Premio Horacio Armani 2014
otorgado por la misma fundación y “Árbol de mis ancestros”, Editorial Palabrava 2018. Algunos
de sus poemas fueron traducidos al ruso, portugués e italiano. Fue becaria del
Fondo Nacional de las Artes en 1999.
Inventren
-Próxima estación:
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL
CRUCERO GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12.
LA SALADA. INGENIERO
BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
-Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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