* “Mineral/ Astral”. Foto de Mercedes Araujo.
*
Así
puede ser
todo
tan fugaz,
la vista
asciende
siguiendo
la luz.
Y
los colores
del mundo
se desvanecen
con la claridad
uniendo
lo etéreo
con lo real.
SUEÑO DE UNA NOCHE DE
VERANO*
La laucha Gregoria se hizo la muerta y se escapó de la mesa de
experimentación. Nadie pensó que había sido capaz de tragarse la información
electrónica. Y cuando la memoria informática conectó con el código de la
especie, todos los bichos se liberaron de los zoológicos, de los frigoríficos,
de los panales, de los criaderos. En pocos minutos los laboratorios se
desarmaron como cajitas de cartón y escaparon millones de ratones, perros,
gatos, monos, bacterias, microbios. Las jaulas se abrieron, los camiones que
transportaban animales al matadero se atascaron en la ruta, los novillos bajo
el mazo del verdugo se rebelaron, los cerdos mordieron a sus carniceros,
leones, tigres y elefantes derrumbaron el vallado de los zoológicos, los
gallineros se convirtieron en paraísos. ¡Patitas pa´ que te quiero! No hubo
lugar para los humanos ni grandes ni chiquitos, y los más belicosos quisieron
arreglar todo con las armas pero hasta las vacas de la India llegaron con su
parsimonia meditativa a bloquear las calles y los trenes aminoraron la marcha
para que ellas los miraran pasar y muchas cosas más.
Y así colorín colorado este
mundo cruel se ha acabado.
Dijo la vieja laucha.
Entonces, los ratones felices se fueron a potrerear en el fresco de
la noche.
-Esther es escritora, ha vivido y
trabajado en diferentes países. Nació en Ataliva, un pequeño pueblo de la
provincia de Santa Fe, Argentina, y en 1975 emigró al Perú, donde fue
reportera, columnista, y jefa de redacción. En 1980 viajó a Europa y se radicó
en Berlín (Occidental). En 1995 regresó a Argentina y vivió ocho años en Buenos
Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña con un túnel que conecte
Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar rápidamente de una
metrópoli a otra. En sus textos emprende a menudo semejantes traspasos entre
uno y otro mundo, reflexiona sobre los cruces y márgenes, sobre aquello que se
pierde en la travesía. Y también lo que se gana. Publicó crónica, ensayo,
poesía, microficción, cuento y novela. Sus relatos fueron editados en numerosas
antologías y en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre cultura, memoria y
migración se publican en diversos medios de América, España y Alemania. Tradujo
la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la antología
"Vivir en otra lengua", pionera en la construcción de un espacio para
la literatura latinoamericana que se escribe fuera de las fronteras de los
países de origen. Ha sido traducida a varios idiomas, últimamente al islandés.
*
Pasaron todas las razones:
hombres, hijos,
camas deshechas por amor o sueño.
Aprendiste. Y olvidaste.
Y hubo piedras
como cometas definitivos a tu paso.
Y caíste. Y levantaste
los ojos hasta el cielo o hasta dios.
Aprendiste. Y no.
Aún estás viva.
Después de todo
¿qué es la felicidad si no el instante?
Atrapalo. Y no lo sueltes.
No lo sueltes.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana nació en General Belgrano,
Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras de colores
(Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua,
GPU Ediciones (2019)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
HONRAR LA VIDA*
En el noroeste de Mongolia todo el mundo se muere, pero las personas
no mueren. Se lo dice el papá a Nansa, una niñita de ojos rasgados en un
redondo rostro de manzana.
El budismo los provee de un inagotable círculo de vidas que el alma
recorre pasando de un arbusto a un camello, de un camello a un buitre, saltando
de ser a ser, hermanando plantas, animales y seres humanos en un hálito eterno
que se manifiesta multiforme y vital. La muerte no tiene más relevancia que el
cruce de un umbral. No angustia ni aterroriza. Los niños sólo sienten la
curiosidad de quien se pregunta qué vestido usará mañana, qué abrigo le tocará
en el invierno próximo.
Pero no todas las vidas son iguales. Las personas poseemos una
fineza de percepción, la capacidad de razonar y sentir con mayor agudeza que un
yak o una cabra. Esos atributos son invalorables. Podemos, también, mirar las
estrellas, contar historias, acariciar un perro dormido. Somos capaces de amar.
Volver a pisar el mundo como un ser humano es un privilegio.
Una anciana recibe en su yurta a la niña que se ha mojado en la lluvia.
Toma un cazo con arroz, una aguja larga, y con la aguja en una mano derrama
sobre ella puñados de arroz que caen como lluvia blanca. Le pide a la niñita
que le avise cuando un grano caiga sobre la punta de la aguja. Puñado tras
puñado, la atenta mirada no logra encontrar que el milagro acontezca.
La pequeña mujer arrugada y sonriente le cuenta a la niña que en el
mundo existen infinidad de seres, y que la posibilidad de reencarnarse en una
persona es tan remota como la de que un grano de arroz caiga en la punta de la
aguja. Así de esquivo es el milagro, así de difícil es ser un ser humano, y es
por eso que cada vida humana es inapreciable.
Ha de celebrarse, entonces, la vida humana. Y respetarla con la
devoción con la que se preserva un frágil fuego en medio de la noche.
Lo dicen los mongoles, allá por donde China y Rusia se confunden.
Nos lo cuenta la directora Byambasuren Davaa, que quiso que su pueblo narre a
través de sus filmes esa forma de vivir, sentir y explicar el universo.
Ellos, los mongoles budistas que creen en un eterno pasaje de
vidas, reverencian la maravilla de ser una persona y de tener la suerte de
pertenecer por unos años al género humano. Nosotros, que no prestamos fe a
historias de reencarnaciones, que creemos que esta vida es única, despreciamos
a nuestros semejantes y no honramos el maravilloso don de la humanidad que se
nos ha concedido y reside en nosotros. Mancillamos el milagro, desperdiciamos
la esquiva oportunidad de ejercitar los dones que nos fueron hechos. Si podemos
amar, si podemos mirar la luna, si podemos narrar historias; entonces es
nuestro deber hacerlo y por tanto, como lo cantó Eladia Blázquez, honrar la
vida.
*
Podría adelgazar
hasta volverme perfecta
para que la noche me atraviese.
Estoy tendida junto a tu cuerpo
respiro
sé rezar
sé pedir
reconozco tu voz
entre otras voces:
tu voz me nombra
tu voz me obliga a nacer
y hace que renazca también la niña en mí
una vez y otra vez
haciendo girar
infinitamente
la rueda de esta noche.
(Poema de “La niña y la noche”)
-Irma ha publicado los libros de cuentos: "Hay una nena que gira", "La
escalera del patio gris", “Una luz que encandila”
y “Una foto de Einstein tocando el violín”.
Novelas: "El puño del tiempo", "El camino de los viajeros" y “La mujer
invisible”. Y también una serie de títulos en literatura infantil en
distintas editoriales. Obtuvo diversas distinciones entre las que se destacan
Premio Emecé 1993-94, Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires
Eduardo Mallea, Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, Primer
Premio Nacional Macedonio Fernández, Primer Premio Internacional de Puerto
Rico, Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Tres de sus novelas
fueron finalistas en los premios Fortabat, La Nación de Novela, Planeta de
Argentina y Clarín. Algunos de sus relatos fueron traducidos al idioma inglés y
alemán. En poesía publicó “De madrugada”
en Ediciones del Dock y “Los días”,
editorial de la Fundación Victoria Ocampo, Primer Premio Horacio Armani 2014
otorgado por la misma fundación y “Árbol de mis ancestros”, Editorial Palabrava 2018. Algunos
de sus poemas fueron traducidos al ruso, portugués e italiano. Fue becaria del
Fondo Nacional de las Artes en 1999.
Uno de ellos*
Al abrir los ojos estaba helada. Tenía la ropa húmeda por partes, y
mojada la tela que tocaba el suelo.
Aún no había salido el sol. Oí perros ladrando. Apenas amanecía y
los pájaros volvían a sus nidos. La tormenta había terminado.
El viento de la noche había derribado algunas ramas. Algún pichón
no habría logrado sobrevivir, eso pensé y me impresioné tanto que alcé el
cuerpo sin esfuerzo, decidida a ir por comida. Apoyé las manos sobre el
asfalto, a un costado y me incorporé con fuerza.
Empecé a caminar por el borde del cordón, mirando de costado las
líneas amarillas a la izquierda, el cordón a la derecha. Alternaba mis ojos de
lado a lado.
De lejos vi acercarse al corredor con su ropa de colores y
materiales inalterables. Sentí algo de envidia por su persistencia. Pese a todo
lo que estábamos viviendo, él repetía una y otra vez su rutina deportiva.
Una rama me hizo tropezar. La sensación de frío y extrañeza que me
había provocado la imagen de los nidos y los pichones me impulsaba a andar.
Me sentía mareada. El incipiente dolor de cabeza que volvía a
aparecer se atenuaba con los ojos cerrados. Entonces no miré más, decidida a
avanzar hacia el árbol de mandarinas para comer alguna. Aún estaba a tres
cuadras y se llenaría de gente que, como yo, necesitaba alimento.
La tormenta del día y la noche anterior habían aplazado la comida:
restos mojados, incomibles, ríos de agua en las calles. Y el miedo a la
inundación que nos paralizaba cuando mirábamos caer el agua, impetuosa y
extrema.
Escuchaba los sonidos del amanecer. Zumbidos eléctricos, voces
aisladas, pasos. Avanzaba con la confianza que da la costumbre aunque mis pies
se movían torpemente. Mis brazos no seguían el ritmo natural de la caminata.
Era consciente de mi cuerpo, y el resto de mis sentidos compensaban la falta de
visión. Necesitaba alimento.
El corredor pasó cerca de mí. Yo lo reconocí por el olor que
exudaba, mezcla de transpiración y desodorante impregnados en la piel. Muy
distinto al olor rancio de mi cuerpo.
Seguí caminando tan segura como cuando había cruzado el túnel
ferroviario con los ojos cerrados, repitiéndome palabras hipnóticas para
convencerme de que era la mejor manera de llegar al árbol de paltas, ahora
extinto.
La presencia casi constante del corredor me perseguía, muy de
cerca. Al llegar a la esquina volvió a alcanzarme después de dar vuelta a la
manzana. No le tenía miedo.
No temí tampoco cuando alguien me gritó una advertencia. Solo
entorné los ojos, espié en derredor y continué, custodiada por esa respiración,
esa niebla de perfumes que me acechaba. Custodiada también por todas las
miradas que me vigilaban desde las casas más altas, infranqueables para
nosotros, los inundados sin techo, los olvidados por todos. Éramos invisibles
en el sentido humanitario, pero nos espiaban como a monos peleando por bananas.
Me espiaban para presenciar con desdén y entretenimiento mi osadía
casi diaria en busca de alimento. En remera y bombacha andando por la calle,
trastabillando.
El hambre dolía y el mareo avanzaba. Terminaría desmayada si no me
apuraba a comer algo. Tenía que llegar al árbol de mandarinas y trepar hacia
las ramas más altas antes de que el sol despertara al resto de la tribu de
gente necesitada de alimento, de casa, de todo. Casi no tenía fuerzas y si no
me apuraba pasaría otro día difícil.
Algo se rompió. Con uno de mis pies quebré algo. Abrí
definitivamente los ojos. Miré las líneas amarillas a mi izquierda, el cordón a
mi derecha y me dejé caer. El huevo habría caído de su nido durante la
tormenta.
Desde el piso pude ver el fosforescente amarillo de las zapatillas
del corredor cada vez más cerca. ¿Cómo es que seguía corriendo? El mundo estaba
sumido en el abandono después de la catástrofe. Pero él no se percataba y
seguía corriendo, esbelto y perfumado. Seguía mirándome y corriendo.
Desde el piso, y sin pensar, sorbí la yema de huevo esparcida sobre
el asfalto. Recuperé fuerzas.
El corredor cruzaba la esquina mirándome incrédulo sin ver el auto
eléctrico que doblaba silencioso por detrás del árbol de mandarinas que me esperaba.
Alcancé a gritar muy fuerte mientras me miraba. Enseguida pude ver las líneas
fotovoltaicas que dibujaban sus zapatillas. Antes de caer sobre el asfalto, la
delantera del auto arrasó las baterías que tenía conectadas a su indumentaria.
Entonces, los vecinos comenzaron a cerrar las compuertas y
aberturas por las que nos miraban a diario. Sabían que nosotros, los
desahuciados, llenaríamos las calles de un alboroto triste, agresivo,
impotente.
El corredor estaba muerto.
Antes de que llegara el resto le quité la ropa y me la puse. Sus
zapatillas me quedaban grandes, pero eran algo mucho mejor que andar descalza.
Me sentí poderosa. A cambio le puse mi remera harapienta.
Salté sobre el árbol de mandarinas con una fuerza animal,
recargada. Me atraganté del dulce y el amargo de la cáscara, sorbiendo,
tragando el motivo de mi peregrinación inaplazable.
Después corrí con la mirada hacia adelante, con las piernas
enérgicas pisoteando las líneas amarillas que hasta hace un rato eran mi guía.
Ahora debería encontrar la casa del corredor antes de que los otros
me vieran y se tiraran sobre mí para quitarme lo que había conseguido. Después,
huiría hacia lo más alto de la ciudad y me convertiría en uno de ellos.
- Lorena nació en 1975 en la Ciudad
de Buenos Aires, es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga
Social.
En 2016 publicó Intemperie, su primer libro de poemas, por Viajera
Editorial. Participó en 2015 con su relato “Desde el Mandarino” de la Antología
Tetas. Historias de Pecho, por Textos Intrusos. Hace varios años es convocada
para leer en la Feria del Libro, en ciclos de poesía, programas de radio y
eventos artísticos. El 11 de agosto de 2018 publicó Mis Vendavales, su primer
libro infantil por la editorial Peces de Ciudad. Con Mis Vendavales viajó a
España y presentó el libro en diversos espacios como bibliotecas, radios y
librerías, alcanzando a un gran público infantil. Hoy, se encuentra escribiendo
un libro de ficción para adultos y dictando un taller sobre “Las emociones en
la palabra escrita”.
*
Escribo
sobre la pared.
Con mi lápiz de niebla
escribo sobre la pared
"los días han empezado a ser eternos".
Afuera,
el sol se derrama en agua clara
sobre la mansedumbre de los sauces.
Los árboles saben esperar de pie,
me digo.
Yo no sé
donde sembrar mi cuerpo,
en qué rincón del cuarto
arraigarme.
Si pudiera
florecer estas manos
ser
una amapola roja
suave,
vertical.
Escribo.
Escribo sobre la pared
"los días se han vuelto de viento"
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana nació en General Belgrano,
Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras de colores
(Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua,
GPU Ediciones (2019)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
REFUGIO*
“He leído muchos poemas en mi vida, pero nunca
había visitado uno.
Las palabras eran, las de una habitación, que me
acogía”
JOHN BERGER
Traigo una piedra temblándome en los siglos.
Un talismán. Espacio de los santuarios de todos los azules.
De todos los arroyos. De todos los jirones de mi cuerpo.
El llegó porque si. Como llega la lluvia.
Nos encontramos en un rincón de la palabra nueva.
Venía de trenes de cemento. De vagones de moho.
Yo, iba buscando de nuevo, las acacias.
Una metamorfosis de Eva y de manzana.
Abrió la puerta. Y en esa puerta, desnuda, lo saludo.
Desnudez más casta que una niña en el páramo.
El llega, ardiendo en lejanías.
Con un vino callado. Tan callado.
Como un toro. Como una plaza. Como un niño dormido.
...Y recordamos juntos...
Antiguas osamentas. Enlutado país, en renuncia de trigo.
Inservibles monedas Indescifrables signos.
Viejos profanados en delirio de escarcha.
Jóvenes amordazados de purgatorios tristes.
Niños muertos sobre maderas vírgenes.
...Y aquí estamos. Fundando otra vez, refugios.
Un oasis, una pared de pircas. Una barricada.
Con boca amarga, con resaca.
Desmenuzando una tristeza en migas.
Con una cruel costumbre. Una necesidad. Un hambre.
De sur, de norte. De vida.
Sobre todo, de vida.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
*
Una voz brama al sol.
Lo baja a la escalera de la vida
y éste
se trepa en el corazón de los seres.
Eres un sol y no lo sabes
LA PERLA DE LOS SUEÑOS*
*Por Jorge Isaías.
jisaias4646@gmail.com
En aquellos tiempos el pueblo no sólo estaba dividido por las vías
del tren, sino por los altos hinojales que crecían en ese perímetro que
abarcaba casi todo el centro del pueblo y que era llamado (y lo era): terreno
del Ferrocarril. Motivo por el cual, crecían los hinojos hasta cubrir la
estatura de un ser humano, por más alto que fuera. El cruce “al otro lado” como
se llamaba al de las vías era cubierto por tres pasos a nivel. Pero la gente
armaba por otros lugares sinuosos senderitos para no caminar tanto. Había, sí,
al centro un camino abierto que iba desde la Estación del Ferrocarril hasta la
cerealera de la familia Sáenz de Arregui y la farmacia del Negro Peñaloza.
No se podían cortar esos yuyos, la Comuna no tenía ingerencia y
menos la Provincia.
Eran terrenos fiscales, como se les llamaba. Luego cuando la Nación
se desentendió por una decisión política de todos ellos se armó un hermoso
parque que aprovechan sobre todo los muy jóvenes y los jóvenes. Pero el precio
fue altísimo: desde 1975 dejó de pasar el tren de pasajeros que hacía el
trayecto Rosario-Río Cuarto y viceversa. Ahora, alguna formación de carga cruza
el pueblo y con su pitar agónico en la alta noche nos llena a los más grandes de una nostalgia acumulada
como una pátina oscura de pintura superpuesta en una superficie de madera
muerta.
Esta somera y melancólica descripción surge de una charla con mi
amigo Pepe Donati, quien vivía “del otro lado” y me dice que se cruzaba los
domingos hasta nuestro Club que tenía un cine en la esquina, que se llamaba La
Perla, fundado por don José Sorribas, natural de Beravebú. Para las gloriosas
matinés donde el muchachito salvaba a la chica de las garras del malvado antes
del the end consabido. Yo también era habitué a esas funciones de cine, a esas
películas de las cuatro de la tarde.
Ese cine fue posteriormente comprado por el Club Huracán, pero el
edificio “pintado de color cremita” precisa mi amigo Pepe, fue demolido en la década del sesenta para
levantar una sala de teatro más monumental y ostentoso. Tanto que cierta vez
fue visita en una gira nada menos que
don Atahualpa Yupanqui. Era el año 1965. Yo ya vivía en Rosario pero de
casualidad estaba de visita en mi casa paterna, y obviamente fui al
espectáculo. En el intervalo fue al bar a tomarse un vasito de vino.
Aprovechando que estaba solo, con mi amigo Tago Sánchez nos arrimamos para
pedirle que nos firmara una foto que allí mismo habíamos comprado y que era la
de don Ata en un cartón ordinario.
Ante nuestra sorpresa, nos dijo muy amablemente
-Después muchachos, después - Pero ese “después” no vino nunca.
Tago tenía 17 años y yo 19.
Cuando apuró el último traguito que le quedaba del vaso, y antes de
volverse para seguir el espectáculo, nos dijo.
-Qué lindo teatro ¡Deberían cerrar todos los de los pueblos vecinos
y deberían usar sólo este. Creo que lo
dijo con sinceridad y no para quedar bien con nosotros.
Imposible saber o asegurar
cuántos grandes artistas lo visitaron por aquellos años y en toda la historia
del Teatro, pero son datos que a mí se me escapan, porque yo ya no estaba el pueblo.
Hoy resulta casi un escándalo comentar el movimiento que tenían
aquellos clubes populares de los pueblos, los jóvenes que nos escuchan no sé si
llegan a dimensionarlo, siquiera a creer en nuestras palabras que repiten sólo
la mera y exclusiva verdad.
La realidad es que el mundo era infinitamente más inocente que
ahora, esa inocencia que se perdió para siempre, aquel mundo de pasiones
módicas y de sueños que se podían cumplir porque no tenían demasiadas
aspiraciones, y tal vez cabían en una sola noche donde uno, adolescente, soñaba
con una artista lejana, tan lejana, tan inalcanzable que uno se podía permitir
enamorarse hasta el delirio y que ese nombre no le sería suspirado ni siquiera
a la almohada. Mucho menos comentar entre los amigos que se podían burlar de
aquello que para uno guardaba como un secreto de estado.
Y seguramente todo ese sueño salía de esa pequeña pantalla en
blanco y negro, que regalaba ilusiones apenas el operador apagaba las luces y
ese rectángulo luminoso se llenara con esos ojos inmenso de la actriz de turno,
que a partir de esos momentos y hasta que la cambiáramos por otra, nos iba a
quitar todos los suspiros. Es más, iba a transformarnos de tal modo que uno
podría hasta tratar de sobresalir en la escuela, cosa que casi siempre nos
tenía sin cuidado.
Claro que no éramos conscientes que el verdadero dolor nos
esperaba, no muy lejos tal vez de allí, cuando el objeto de nuestro deseo fuera
real, de carne y hueso, pero mientras ignoráramos el dolor que nos esperaba,
bien podíamos soñar con esa bella actriz, que era la más bella del mundo y que
nos sonreía desde esa pequeña pantalla del cine La Perla.
*
Escribir poesía, una manera de ganarle espacio a lo
indecible, a la muerte sin letra de lo mudo. Una manera de hacerse, de dejar un
testimonio de lo que nos tocó vivir para los que vendrán, de tocar al dolor y a
la injusticia para que tengan, al menos, el consuelo-testigo de lo humano.
Inventren
-Próxima estación:
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL
CRUCERO GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA
SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12.
LA SALADA. INGENIERO
BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
-Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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