*Obra de Sandra Caschera.
*
Ahora, dentro de un instante,
el hoy será pasado.
Giró la tierra infinitas veces
sobre su clave musical
canta ahora, en plena noche
una canción rotunda, serena, inaugural.
Será necesario aprender a escuchar.
*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
No sé cómo decir la noche, su manto con pequeños brillos, la
negrura que corta el aliento. Y el día, esta mañana dulce. El sol entibia todo
lo que deseo, y lo que temo. No sé cómo decirlo, el día. Ni el sol. No sé qué
hacer con las palabras.
………………………………………
Pienso en Pablo, se fue hace tanto. Tampoco sé qué decir de Pablo. Las
palabras me acercan y me alejan. Nombrar la distancia, ese tiempo suspendido
desde aquel día. 13 años y 3 meses. 159 meses. Ahora es un extraño, no conoce a
sus hijos grandes. No lo conocemos. Descubrir esa ajenidad es una sorpresa,
como si fuera otro, no sé explicarlo.
………………………………………………
Del amor cada vez puedo decir menos. Se secaron las palabras. O se
mojaron de más y parecen pasas de uva. Arrugadas las pobres se agotaron (se
cansaron sí, y se acabaron, valen las dos). A veces vuelven pero son huidizas,
trato de atraparlas, se escabullen.
………………………………………………
¿Decir de qué? ¿Y si se acabaron las palabras, todas? ¿Y si ya no
hay algo para descifrar? ¿Y las preguntas? ¿Si no hay más preguntas para buscar
el hilo de esta loca vida, el hilo de las risas, el hilo de las penas o del
dolor? Quizás haya que buscar en la tierra, ensuciarse los pies, llenarse de
sol o de lluvia, que el barro cubra la piel dormida.
…………………………………………………
Si se acaban las palabras voy a sentarme y a dejar que el aire me
envuelva y me respire, que el cielo me proteja y me capture y me convierta en
una más de sus estrellas. En una luna redonda, brillante y enorme. En los árboles
de la plaza. Si se acaban las palabras seré un arbusto pequeño o un pozo en la
arena o un animal o un bicho, pero no cualquiera. Bichos de luz, noctilucas.
Algo que ilumine y muestre y rompa la pura oscuridad.
-Celina nació en Buenos Aires. Es
Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y trabaja
como psicoanalista. Algunos de sus poemas se publicaron en la Antología de
Poesía Federal de la Ciudad de Buenos Aires. Participó en el poemario Martes verde, del colectivo Poetas por el derecho al aborto
legal. En marzo del 2018 publicó el libro de poemas La casa
vacía, por la editorial Caleta Olivia. En 2020 sale De qué se trata el otoño en mi ventana, su nuevo libro de
poemas, por Modesto Rimba.
FELISBERTO NO SE PARECE A NINGUNO*
*Por Jorge Isaías. jisaias4646@gmail.com
La vida del
escritor uruguayo Felisberto Hernández (Montevideo 1902-1962) parece haber
salido de su propia literatura hecha de equívocos, de fantasmas y de
empecinamientos pueriles por contar no lo inasible sino la materia con la cual
se pretende representarlo.
Si bien la actividad literaria no es algo que quite el sueño a los
burgueses, en el caso de Felisberto Hernández “su estar en el mundo” pudo ser una
intolerable seguidilla de malentendidos kafkianos donde no logró ser reconocido
mientras vivió.
Justamente un trabajo del crítico Jorge Panesi se titula “Un
artista del hambre” parafraseando un relato del praguense inmortal, ya que
Felisberto Hernández se ganaba la vida tocando el piano en remotos tugurios de
provincia, amenizando las películas mudas de entonces o dando conciertos en
pretenciosos centros llamados “de cultura”.
Felisberto tuvo tres pasiones excluyentes: la música, la literatura
y las mujeres.
Nadie entendió nunca cómo este hombre que llevaba en sí a un niño
caprichoso y glotón pudo seducirlas con tanto éxito y tan sordamente durante
toda su vida adulta. Tal vez sin el apoyo de cada una de ellas no hubiese
podido producir una de las obras más originales y más fascinantes de la
literatura escrita en español en los últimos cien años. La escritora mexicana
Rosario Ferré escribe: “tenía una capacidad sorprendente para suscitar una gran
ternura en las mujeres, aunque luego les hacía la vida imposible(...) las
mujeres se enamoraban de él, llevándoselo a vivir con ellas a los sótanos de
sus casas familiares, donde harían lo posible para mantenerlo y protegerlo”.
Su literatura que fue inexistente como difusión en todo el
continente, apenas fue marginal en su propio país. José Pedro Díaz, uno de sus
primeros biógrafos y críticos ha dicho al respecto. “Los pequeños libros que
publicaba tenían siempre algo de esotérico: eran apenas existentes, a veces
anotaciones mínimas sobre un sesgo de una situación, a veces pequeñas historias
míticas, irónicas y filosóficas a la vez. Su quehacer más permanente y
ostensible era la música.”
Es Díaz precisamente quien primero traza un ordenamiento de la obra
de Hernández y la divide en “tres grupos de libros que se corresponden, además,
con tres modos de presentación: sus cuatro primeros libros fueron ediciones de
autor y lo constituyen sendos libros sin tapas: “Fulano de tal” (1925); “Libro
sin tapas” (1929); “La cara de Ana” (1930) y “La envenenada” (1931). El segundo
grupo está integrado por dos únicos relatos largos: “Por los tiempos de
Clemente Colling” (1942) y “El caballo perdido” (1943).
Estas ediciones ya no son de autor sino que las financian sus
amigos y que llevan un sello editorial de fantasía.
El último grupo lo integra el resto de su obra. “Nadie encendía las
lámparas” (1947) que le editó Sudamericana, fue el único libro que en vida se
distribuyó comercialmente. A este grupo pertenecen “La hortensias” (1949) y “La
casa inundada” (1960).
En la edición de sus obras completas que Arca de Montevideo diera a
conocer en cuatro tomos entre los años 1967 y 1970, justamente en su tomo
cuarto aparece el largo relato inédito hasta entonces, titulado “Tierras de la
memoria”, que aparece con un postfacio de José Pedro Díaz, que no tiene
desperdicio por el rigor crítico que tiene, además el mérito de iniciar la cada
vez más creciente crítica hernandiana.
Su última etapa es considerada realmente fantástica, como “hermano
bastardo” y tardío de los grandes del género en el Plata: Macedonio Fernández,
Bioy Casares, Borges, Quiroga y Cortázar.
Carlos Martínez Moreno pudo decir que Felisberto, en un país de
literatura realista, “fue la vanguardia de un solo hombre”.
Lo cierto es que la literatura de este hombre distraído, que fue
dándose a conocer, trabajosamente, durante 40 años a través de ignotas
apariciones de 100 ó 200 ejemplares llegó a convertirse con los años en un
escritor de los llamados “de culto”.
El filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira había comentado cuando
apareció “Libro sin tapas”, su segundo volumen: “Posiblemente no haya en el
mundo más de diez personas a las cuales les resulte interesante la obra de
Felisberto Hernández y yo me considero una de ellas”.
Como casi siempre la “Institución” literaria (esa corporación de
rinocerontes) haciendo gala de su eterna miopía y su resentimiento, esta vez en
la voz de Emir Rodríguez Monegal, pudo comentar: “Su eterno desaliño y su
desconocimiento de la sintaxis”.
No es para preocuparse, también fueron tratados de brutos Shakespeare,
Cervantes, Dostoievsky y, entre nosotros Roberto Arlt.
Como si todos ellos hubieran sido traspasados por las musas y sólo
hubieran prestado su mano para escribir esas bellas páginas que la humanidad no
dejará morir, para decirlo con palabras de Borges.
Lo cierto es que Felisberto Hernández nos dejó una obra que, pese a
no tener ningún punto de referencia con la Historia ni con el mundo
circundante, produce una sensación de perplejidad al remitir a la expresión de
un narrador generalmente en primera persona que cuenta mientras observa la
animización de los objetos, la relación que tiene no con la memoria sino con la
enunciación con que aborda la memoria, una relación con la literatura que él
mismo llamaba “su misterio”.
La literatura de Felisberto no tiene ni antecedentes ni seguidores.
Aunque yo he creído percibir entre nosotros a Hebe Uhart, que en algunos
momentos presupone un asombro similar al que experimenta Felisberto ante la
cosa narrada. Pero creo que allí se acaban las coincidencias.
Felisberto Hernández recibió, pese a la casi nula difusión de sus
escritos, la admiración incondicional de grandes hombres de las letras: Jules
Superville, Roger Callois, de Cortázar quien prologó una edición de sus cuentos
en Barcelona, en 1973 y de Italo Calvino quien escribió el prólogo a las obras
traducidas al italiano del escritor uruguayo. Fue justamente este último quien
estampó para siempre: “Felisberto no se parece a ninguno”.
12 *
Desde Buenos Aires
hasta Luxemburgo hay 11. 318 km.
Te lo digo lento: once mil
trecientos dieciocho
kilómetros.
¿Cuánto fulgor cabe en el cuerpo desnudo
si se lo mira detenidamente?
¿Y cuánto escribir
para alcanzar tu mano?
-De Luxemburgo
-Noelia nació en Morón, provincia
de Buenos Aires, en octubre de 1984. Textos de su autoría fueron publicados en
diversas antologías y revistas digitales como Digo.palabra.txt, Letralia, entre
otras. Realizó talleres literarios con Alberto Ramponelli y Eduardo Espósito.
Su primer libro de poemas, “Que la muerte nos
ampare”, fue editado por Francia Ediciones en 2017. Tradujo a
Charles Bukowski desde 2011 y en 2017 publicó junto a Editorial Postales
Japonesas su primera antología bilingüe: “Solo con todo el mundo”.
En noviembre de 2018 editó en Ombligo Cuadrado “0034-Buitre
hacia la nada”, que consta de dos libros en un solo ejemplar. En
junio 2019 la editorial cordobesa Mascarón de proa publicó “La casa”.
JARDÍN DE SEÑALES*
Por las noches
escucho los crujidos
de sus alas
azuzando a la soledad
a unírseles
Y distante
entre la conmiseración
de los árboles
las veo que bailan
felices, sin importarles
la fatua indiferencia
del fuego
o, la ociosa curiosidad
de un hombre
que intrigado exorciza
la total indiferencia
del lenguaje
*De Daniel Montoly.
RENAZCAMOS*
Yo no creí que luego de Áspero vendría Reseco. Aluciné que Áspero
era una temporada de años acostumbrados a repetirse a sí mismos. Que la llegada
de los invitados itinerantes Amargo y Frío serían cosa de contar con los dedos
de una mano. Pero armaron su carpa bien cerca de nuestro hogar y se aparecían.
Incluso alguna vez se quedó a vivir Amargo mientras los días eran una colección
de oscuras columnas apiladas.
Calor no vendría nunca más como al principio, eso sorprendió porque
más de una vez había amagado con reaparecer entre las telas de la cama. Pero no
era más que tibieza, humedad o el calor atmosférico en fricción con la piel. En
el recuerdo no quedaba el corazón a saltos y las partes disponibles de la
anatomía ya no lucían alegres. Nunca como durante aquellos siete años que se
convirtieron después en explanada sin retoques, en meseta.
Aridez se dejó estar, apoltronada entre todos los objetos de la
casa y al aire del sol se resecó más convirtiéndose en una Aridez de otro
planeta, sin aguas en las profundidades de la tierra, diferente, reinventándose
a sí misma. Lo curioso es que no se quebraron los frutos ni las flores, lo
asombroso es que Aridez los encontró pendiendo de su biología y los petrificó
en su estado inmortal. Cosa de recordar, siempre recordar. Aunque duela. Por
los recuerdos de las flores, de los brotes que prometían y que se quedaron ahí
encerrados en sí mismos, mirándose la existencia, impotentes para crecer.
Hermosos y muertos.
Vientos. Una vez soplaron vientos sobrenaturales. Lo que quedaba
fue desapareciendo. Quizá debí haber puesto una campana de cristal sobre cada
tesoro, como el Principito lo hizo con su amada rosa, quizá debí procurarme
muchas campanas de cristal preparándome para el momento. Había tanta, tanta
belleza que cuidar aún. Pero arrasó, Viento arrasó con casi todo. Aún hoy
encuentro restos de aquellos días.
Desolación llegó. Y nunca se fue. Se quedó a vivir en un lugar que
no consigo identificar. Quizá sea nómade, pudorosa o evasiva, lo cierto es que
permanece y no hay modo de que desaparezca.
Cuando llegó Agua no dio tiempo. Una noche, sin preludios ni
intuiciones llegó. Pero no se acercó a la puerta y nos visitó amablemente, como
era costumbre entre tanta tierra partida. En lugar de esto se reveló y se fue
metiendo adentro de lo más interior, metida inevitablemente allí donde no debió
entrar nunca. Y arrasó con los colores que quedaban, con los recuerdos que
sobrevivían a tanto. Y el moho invadió las superficies y cada parte nuestra se
humedeció y no pasaba un día sin que alguien encontrara colores desteñidos. Se
pudrió el agua estancada y fue costoso remover cada parte putrefacta, secarla
al sol, renovar lo salvado y hacer que no había pasado nada, que los otros no
sufrieran por esa imagen del agua llevándose todo.
Ahora vislumbro un verde nuevo entre el abandono, un brote que
comienza su ascenso en busca de sol, insistiendo para volver a la vida. Quizá,
como en los incendios, diez años pasen y las tierras recobren su vida igual que
las personas y crezcan especies aún más vitales y los colores tengan otra
belleza inusitada. Quizá la línea empiece a dar saltos y el círculo se cierre.
Hay que esperar. Tener ojos para ver qué viene luego. Si llegara
Tierra con sus bailes no quedaría estructura para cobijarnos. No hay refugio
que te cuide de perder, perder lo propio, adentro y afuera. Habrá que
acostumbrarse a olvidar el sabor y la sensibilidad térmica para no ponerse
triste. Habrá que seguir andando para poder descubrir otra belleza de esas que
se convierten en nuevos recuerdos para tener presentes, como un prendedor, un
anillo que acompañe en los caminos para escapar de lo más espantoso de la vida.
Quizá el círculo al fin cierre. O renazcamos.
(De Intemperie)
- Lorena nació en 1975 en la Ciudad
de Buenos Aires, es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga
Social.
En 2016 publicó Intemperie, su
primer libro de poemas, por Viajera Editorial. Participó en 2015 con su relato “Desde el Mandarino” de la Antología Tetas. Historias de
Pecho, por Textos Intrusos. Hace varios años es convocada para leer en la Feria
del Libro, en ciclos de poesía, programas de radio y eventos artísticos. En
2018 publicó Mis Vendavales, su primer libro
infantil por la editorial Peces de Ciudad. Con Mis Vendavales viajó a España y
presentó el libro en diversos espacios como bibliotecas, radios y librerías,
alcanzando a un gran público infantil. Hoy, se encuentra escribiendo un libro
de ficción para adultos y dictando un taller sobre “Las emociones en la palabra
escrita”.
*
Digo
de mi pecho en lluvias,
de mi vientre donde la luz celebra su fiesta de colores,
digo
de mis piernas que no aprendieron del arraigo,
de mi cuello siempre extendido hacia mañana.
Digo
de mi espalda y su vértigo de cerros,
de mis manos que bailan,
digo
de mis pies de mansas alegrías,
de mis hombros pulidos por el viento,
digo del aire feliz de mis axilas,
de mi sexo de júbilo,
digo
del hueco donde mi nuca desprende su promesa.
Digo de mi cuerpo extendido sobre el mundo,
de mi cuerpo que dice lo que callo.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana nació en General Belgrano,
Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras de colores
(Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua,
GPU Ediciones (2019)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
PANTALONES CORTOS*
*Por Jorge Isaías. jisaias4646@gmail.com
Del estruendo pertinaz de las cigarras en aquellos veranos en que los
callejones sombreaban con sus paraísos el paso de las iguanas y los cuises,
vienen a veces nuestros más gratos recuerdos. Decir gratos no es asegurar que
fueran grandes o importantes, sólo desmesurados en la memoria, porque en aquel
tiempo todo era mínimo, acotado y lo único realmente grande o muy grandes eran
los sueños.
En las siestas entonces iríamos en bandita traviesa hacia las
cañadas de la zona. En especial la del “Gordo” Compañy, que era la que teníamos
más cerca. Allí íbamos, a meternos en esas aguas barrosas, festoneadas de
juncos y espantillos y cortaderas, y al grito mezclado de las diversas aves
acuáticas –entre la que sobresalían por su cantidad: garzas, gaviotas y
bandurrias- para luego emprenderlas por las quintas vecinas a probar el sabor
de las negadas y preciadas sandías. Un golpe en el suelo y se partían.
Tratábamos de hurtar las que estaban debajo de las guías y las hojas, porque
las que estaban al sol hervían, así que nos sonaba en los oídos las
prevenciones de nuestras madres: no comer sandías calientes porque descomponen
el estómago. Sabedoras que no nos podrían sacar esa costumbre de “distraer”
alguna de ellas de las seductoras quintas de los alrededores.
De las cosas que recuerdo en ese tiempo está la ropa.
Mi madre me vestía, -fruto de su industria- con las ropas de
trabajo que mi padre no usaba ya. O cualquier género mostrenco que apareciera
por sus grandes bolsas de retazos que traían en sí tal vez irrecuperables
historias muy difícil de precisar.
Los pantaloncitos que me cosía con la vieja máquina inglesa marca
White –que permanece muda en la vieja casa paterna- tenían un solo bolsillo,
para llevar el pañuelo, pero yo, como los otros chicos metíamos allí preciados
tesoros: figuritas, bolitas queridas o simples recortes de hierro para la
gomera que pedíamos en el taller de don “Pepe” Giuliano y que eran proyectiles
mortíferos para tanto pájaro inocente. Esta costumbre de poner objetos allí nos
traía un inconveniente mayor: cuando corríamos había que hacerlo con la mano
derecha apretando ese bolsillito (por lo demás no muy generoso) para no andar
regando nuestras cosas amadas.
Y oportunidades de correr había de sobra: cuando nos corría alguien
más grande y había que tomar distancia, cuando robábamos las frutas de don
Clemente Gerlo o por cualquier situación que nos presionara en acción
inmediata. Cuando jugábamos al fútbol hacíamos un hoyo pequeño en la tierra y
allí cada uno ponía su tesoro individual.
El “Juanca” López, tenía una forma de correr, muy cómica, lo hacía
a los saltos, como si galopara, pero era el más rápido, con esa forma que nos
producía tanta risa. El “Juanca” López fue el primero de nosotros que abandonó
este mundo. No tenía treinta años y hoy, tal vez, yo sea el único que lo
recuerda. Todavía saltan en mi memoria sus atajadas cuando se tiraba en los
penales, sin miedo, con ese flequillo que doña Rosa, su madre, le cortaba de
vez en cuando para que el pelo no le cubriera los ojos. Era hijo del “Boca de
Bronce”.
Juan, ya te perdoné el medio piñón que me pegaste cuando nos
peleamos por aquella bolita. Digo “medio” porque moví justo la cara para que no
me dieras de plano.
Recuerdo que pasaste al arco cuando Roberto Vega se mudó de barrio,
pero siguió llevando al “Jazmín” en el corazón, según siempre me reafirma.
¡Cuántos milagros produjo mi madre con esa máquina de coser!
Una vez leí que Eva Perón enfatizaba en aquella mítica “Fundación”
para que cada mujer pobre tuviera “su máquina” de regalo. Doy fe que sabía el
por qué.
Mi madre nos cosía a los tres: a mi padre, a mi hermano y a mí. Y
también nos tejía primorosos pulóveres, ya cerrados, ya con botones y también
bufandas para la helada de junio y gorros de lana, muy gruesos.
Los guardapolvos los heredaba de un primo segundo, Hugo Ciccarelli.
Salvo en sexto grado cuando me cosió uno con tela nueva para recibir el diploma
de finalización de primaria. Me hubiera gustado tenerlo, hoy, pero mi hermano
lo usó hasta gastarlo.
Los que creen que escribo estas palabras con algo de tristeza se
equivocan, porque nosotros nunca nos enteramos de que éramos pobres, digo, mis
amigos y yo.
Si en esa humildad orgullosa no había carencias.
Y además teníamos todo a mano: el aire, el cielo, los árboles,
todos los sueños que en nosotros cabían.
Y los mejores crepúsculos que tuvo el planeta, como hoy tengo el
recuerdo de una madre amorosa aunque lamente que no pueda lagrimear leyendo
este homenaje a sus manos, que eran las más hacendosas del mundo.
CELEBRACIONES*
Niña. Mujer. Muchacha sin abrir
Razón del territorio de lodo.
Celebremos.
Espejo. Agua de luna.
Arquetipos de suelos que no duermen.
Cae una estrella. Mírala. Pide un deseo.
No mientas. No mires hacia abajo.
Celebraciones.
Ora por mí. Ora por ella. Ora por él.
Velas encendidas y olor a cera.
Padre y virgen de yeso. Mujer de los veranos.
Infancia degollada. San Antonio de Bronce.
Apriétame la mano. Nietzche es solo un hombre.
También Cristo y los cristos terrenales.
Celebremos la luz.
La fosforescencia de los huesos.
Los soles incendiados en tu vientre.
Sé pasionaria, violeta de los Alpes, madre selva.
Celebremos la lluvia.
Regreso al valle de los umbríos lechos.
Escucha su sonido, pon tu mano y la mía.
Sé cántaro, alcarraza, ánfora.
Bebe niña, bebe y ofrece la sed al forastero.
Celebremos la muerte.
Niña, mujer, muchacha de los sueños de lluvia.
Si, lo sé, no es fácil definir la muerte.
No es fácil definir la vida.
Sé mariposa. Paloma. Reloj de arena.
Razón del barro. Razón de los cantares.
Haz el amor, eternamente.
Celebra. La muerte solo es un eufemismo
Una ironía de la vida, un rodeo.
Solo un rodeo.
INTERVALO LÚCIDO*
El hombre se detuvo con brusquedad en el centro mismo de la masa
hormigueante que corría por la larga avenida, sobresaltado por la súbita
revelación que acababa de herir su conciencia. Primero con perplejidad, luego
con horror, miró hacia uno y otro lado, y el espectáculo escalofriante de la
multitud que se desplazaba raudamente a su alrededor lo estremeció.
Como una legión demencial de maratonistas, millones de figuras
deshumanizadas avanzaban en idéntica dirección, con la vista clavada en un
horizonte distante que nadie alcanzaba a divisar. "¿Para qué corremos,
entonces?", atinó a preguntarse, asustado. "¿para qué corremos todos,
si ni siquiera sabemos hacia dónde vamos?" Pero apenas un instante
después, reanudó la carrera con redoblado ahínco. La humanidad se alejaba y él
se estaba quedando vergonzosamente atrás.
*De Alfredo Di Bernardo.
*
La locura enreda los pensamientos como en el sueño.
La odiamos porque cuestiona nuestras verdades, mandatos, convicciones. Porque odiamos
cualquier enfermedad y más la del centro del cuerpo que es el cerebro y porque
tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos como hacían los griegos porque es
"hybris", desmesura, barbarie. La expulsamos como si fuera materia de
endemoniados, como si hiciera peligrar nuestra vida. La escondemos como algunos
animales ocultan sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni mirar a
quienes la padecen o gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído más fino y
descubren otro mundo irreconocible, un excedente de sentido. Y porque poesía,
arte, música es delirio, perturbación, aguja sobre la piel del mundo.
Inventren
-Próxima estación:
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL
CRUCERO GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12.
LA SALADA. INGENIERO
BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.