*
hoy pienso en idish
en el té mit limene
que papá
tomaba en vaso
y en najes en oi vei
en a mejaie
colándose en su castellano
en cada sílaba su acento en cada frase
Jane Jane Jane
llama a mamá
suena dulce su voz
como gotitas que caen leves
en un charco
meidele
meidele
¿qué pasó
vos is gueshen?
te moriste papá
le digo suave
y le pido que me cuente
dónde está
cómo es allá
allá es liviano
sonríe
es como luz
y canta arum dem faier
alrededor del fuego
mir zingen lider
canta y canta
las horas pasan y él sigue
cantando
debe ser cierto que es liviano
su música flota
y me envuelve
está tan viva su muerte
que lo abrazo
meidele dice
meidele
y se va
-Celina Feuerstein nació en Buenos
Aires. Es Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y
trabaja como psicoanalista. Algunos de sus poemas se publicaron en la Antología
de Poesía Federal de la Ciudad de Buenos Aires. Participó en el poemario Martes
verde, del colectivo Poetas por el derecho al aborto legal. En marzo del 2018
publicó el libro de poemas La casa vacía,
por la editorial Caleta Olivia. En 2020 sale De qué se
trata el otoño en mi ventana, su nuevo libro de poemas, por Modesto
Rimba.
El hombre que viene del
futuro.*
Mi amado
niño del sol y el polvo
La Madre Tierra
Tómate un momento
y escuchar al pájaro llorando
dentro de tu corazón
Escucha el viento baja
desde las montañas más altas
advirtiéndote de los días más oscuros
cuando el amor será desterrado.
Mi amado
hijo e hija de la música
de todos los idiomas hermosos
Escuchen a este viejo ciego
que vienen del futuro
para advertirte
de odio y ceguera
porque ambas son las fuentes
de la miseria humana.
Mi amado
Escucha al pájaro llorando
Escucha el viento baja
desde las montañas más altas
Escucha, escucha, escucha
Mi amado!
*De Daniel Montoly.
MALAS COMPAÑÍAS*
ne me quittes pas....
Jacques Brel
No es verdad que el universo se está expandiendo.
Es que se aleja de nosotros, que es otra cosa.
(De Microcósmicas. Macedonia
Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017)
-Esther es escritora, ha vivido y
trabajado en diferentes países. Nació en Ataliva, un pequeño pueblo de la
provincia de Santa Fe, Argentina, y en 1975 emigró al Perú, donde fue
reportera, columnista, y jefa de redacción. En 1980 viajó a Europa y se radicó
en Berlín (Occidental). En 1995 regresó a Argentina y vivió ocho años en Buenos
Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña con un túnel que conecte
Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar rápidamente de una
metrópoli a otra. En sus textos emprende a menudo semejantes traspasos entre
uno y otro mundo, reflexiona sobre los cruces y márgenes, sobre aquello que se
pierde en la travesía. Y también lo que se gana. Publicó crónica, ensayo,
poesía, microficción, cuento y novela. Sus relatos fueron editados en numerosas
antologías y en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre cultura, memoria y
migración se publican en diversos medios de América, España y Alemania. Tradujo
la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la antología
"Vivir en otra lengua", pionera en la construcción de un espacio para
la literatura latinoamericana que se escribe fuera de las fronteras de los
países de origen. Ha sido traducida a varios idiomas, últimamente al islandés.
DOÑA JUANA, PÁJARO Y
PRADERA.*
“No hay que tener miedo ni de la pobreza, ni del
destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es
del propio miedo”
E. De Frigia
Doña Juana es gorrión y pradera.
Carga sus ochenta rosas penitentes.
Levemente.
Cual si fueran pétalos de seda.
De cristal. De vuelo de palomas.
Ha evadido el valle de las amarguras.
Y ama, apasionadamente.
Esta arena, esta tierra arcillosa que es su boca.
No le teme a la pobreza.
Es solo un monstruo ponzoñoso, alerta.
La ha escuchado llegar como el retumbe de mil potros salvajes.
Y le ha abierto la puerta, de par, en par.
La puerta de entrada y la puerta de salida.
-Solo es cuestión de tiempo-
Conoce la pobreza, como el río natal.
La ha visto trepar sobre la roca niña.
En los jazmines, en los sauces, en los palos santos.
En las madre - selvas varicosas.
En su luz. En las alas del sol.
En los techos espejados de escarcha.
En el agua oculta bajo la hiedra seca.
En su sed y en sus vides.
En su hambre y su saliva amarga.
En dulcísima pulpa de duraznos tempranos.
En sus benditas manos rocallosas.
En su oficio de ayeres.
En su canto de salvaje alegría.
En su bastón. Insignia de de quebracho.
En su canto... y su perenne eco.
Un eco, y otro eco, y miles ecos más.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
FOTO DE MI MADRE*
Creo haberla visto en mi infancia más remota. O no, o recién ahora
la redescubro y la miro con interesada atención.
Creo haberle oído decir a mi madre que no tenía aún veinte años, lo
cual implica que la foto era apenas de la década del cuarenta. Al fotógrafo ya
se lo tragó el olvido, como una boca inmensa de óxido, de corrosivo ácido, de
ventisca que cubrió hasta la última posible mención de su nombre. En estos
casos se suele enunciar la anonimia, un lugar cómodo para el que está en
posesión de la palabra, pero no para el que está sumido en la tiniebla. Para el
que perdió la identidad necesaria, mínima de un nombre sobre la tierra.
De todos modos está tan joven allí. La acompañan sus amigas de toda
la vida, “las chicas Mancini” como las llamó siempre. Creo que se llamaban
Rosita y Carmen. Ambas estaban casadas con dos constructores cuando yo
acompañaba a mi madre a visitarlas, alguna tarde que otra, donde menudeaban los
mates y los buñuelos y yo me atoraba de masitas dulces. Y jugaba con los hijos
de estas mujeres: un colorado –hijo de Rosita- cuyo nombre olvidé y el hijo de
Carmen, el afamado zaguero de nuestro club Huracán, Carlitos Luquesi. Con
Carlitos cepillamos varias delanteras de la zona tratando de pararlas para que
no nos llenaran el arco de goles. Era el año 1963. De todos modos eso está más
cerca que estos juegos infantiles borrosos y muchísimo más de esta foto que
tengo entre mis manos.
Releo. “Masitas dulces”. Me suena como una metáfora, porque tal vez
fueran tortas de naranjas, pastelitos dulces, no sé. Pero algo de ese olor a
cosa rica me da vueltas todavía, pero tal vez confundo esos olores con otros de
mi infancia, con otros de casas también con galerías abiertas, con jardines,
con hondos patios donde rezumaba su perfume de azahar el limonero, las glicinas
llovían displicentes, las jaulas con canarios o zorzales cantaban firmemente en
la infancia y mi memoria.
En esta foto las dos hermanas están con vestidos bastante oscuros,
largos vestidos de la época que tapaban casi hasta los tobillos. El de mi
madre, siendo del mismo tipo, es mucho más claro y ella se toma la manga
derecha con su mano izquierda en un ademán como de acomodarse la ropa justo
cuando el click del fotógrafo –seguramente aficionado- la atrapó para siempre.
Mi madre tiene una sonrisa imperceptible, una sonrisa de ingenua
picardía que yo le conocí tanto y que hoy recuerdo, mientras sus amigas no
pasan aún de la cursi seriedad y su mirada es de asombro hacia la cámara. Mi
madre mira hacia otro punto, como si estuviera ausente de la foto.
Las tres mujeres están en primer plano. Atrás no se ve un árbol, ni
un pájaro ni una parva siquiera. Sólo ellas tres y el campo pelado.
Esta es la época en que mi madre vivía con mi abuela y mis tíos –mi
abuelo había muerto en el 25 –y seguramente arrendaba la chacra de don Paco
Aguilar, ergo la familia Mancini constituía el vecindario inmediato.
Mis padres no se conocían aún, entonces yo ni siquiera era un
proyecto.
La foto tomada por anónimas manos tiene los bordes dentados, como
las fotos antiguas y ya tiene un comienzo de sepia que le va ganando su tamaño
por otro lado breve, como, creo, lo eran todas en ese entonces. Salvo aquellas
donde un fotógrafo profesional sacaba una familia entera con el chispazo del
magnesio, y donde se estudiaban hasta las posiciones y los gestos para una
posteridad imposible de predecir.
El fotógrafo en cambio que tomó esta “instantánea” era un perfecto
inexperto. Las sombras de las tres muchachas se alargan detrás, e incluso en la
parte delantera se ve una sombra un poco más densa que parece ser la de la
casa.
Las tres jóvenes mujeres que están en esta pequeña foto, tan
inocentes y llenas de optimismo tal vez no tan justificado, están muertas hace
tiempo.
Yo, soy sólo fisgón y un inventor de situaciones presuntas y
anacrónicas, alguien que no tiene otra opción que suturar con la imaginación
todo lo que falta a esta historia de la foto.
Presumo entonces: seguramente era domingo: único día de guardar
para la gente de campo de entonces.
Luego de la foto, tal vez pasarían a tomar unos mates dulces a la
cocina. Se acompañarían con alguna torta casera de coco o de naranjas. Los
hombres jugarían en el comedor al infaltable truco, o tal vez al chinchón, pero
sólo por porotos y granos de maíz de una cosecha pretérita. Tal vez prefirieran
las bochas y si ese día visitaban la casa algunos muy jóvenes, un partidito de
fútbol. Un “picado” tal vez con una pelota de trapo que mal rodaría en el piso
de tierra pelada, o tal vez hubieran invertido en una pelota cosida a tientos,
aunque esto es menos probable.
¿De qué hablarían las mujeres en la cocina ahumada por el humo de
los marlos?
Tal vez de bautismos, casamientos, alguna muerte o la misa de
acción de gracias del domingo. ¿ O de los novios que impacientes no esperaron
ni al cura ni “el civil” y se dieron raudamente “el espiante” ?
Seguramente esperarían un romántico amor que no llegaría sino en
forma de hijos y trabajos y hasta un poco de maltrato de maridos futuros. Al
menos en el caso de mi madre fue así. Pero ese día, un día tal vez de Otoño
prematuro, ellas soñarían con un perfecto amor oído a escondidas en las
radionovelas de la época.
Si esa no era la chacra de los Aguilar o la casa que arrendaran en
ese momento, ¿qué haría entonces mi madre en esa chacra?. En esa chacra donde
aún no me pensaba, donde no habrá pensado toda la vida dura y la muerte no
menos dura que le esperaba.
Prefiero pensar que fue un día feliz para mi madre.
Ella me contaría después, que la madre la dejaba ir solamente a
tres bailes en el año. Para contrarrestar esta limitación durísima de mi
abuela, ella organizaba con los numerosos primos y primas y hermanos, los
llamados “bailes familiares”. Total, siempre había algún primo que “rascaba” un
acordeón y un vecino que tocara un poco la guitarra, y allí se armaban los
bailes a puro piso de tierra asentado con agua, y una carpa de bolsas o de lona
contra el cielo, y se divertían si el ciclo de las cosechas se los permitía.
Lo cierto es que esa foto, tan pequeña, tan alejada en el tiempo,
es como si los años no se hubieran estirado sobre mí y ese recuerdo de cuando
mi madre no era aún mi madre, sino una muchacha campesina que miraba sonriente
un punto lejano, mientras el fotógrafo enmarcaba para siempre ese gesto que yo
iba a amar sesenta años después, como si en el medio nada hubiera ocurrido,
nada ocurriría, ni siquiera mi propio nacimiento, ni siquiera su propia muerte.
A veces las cosas son –me digo parafraseando a Borges- como si no
hubieran sido.
Como el otoño*
Deshacerse de barreras
que hostigan
la sucesión de las tardes.
Los fresnos se despojan.
Y se ofrecen.
Casi rojos se ofrecen.
Nada sucede porque sí.
Comienzan
a gestar su preñez
de cinco meses.
Entonces supongo y creo
que es posible todavía
que al llegar septiembre
se me pongan los ojos
morenos y de mieles
cuando ellos recuperen
su lenguaje verde.
*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
Arder
no es destino para todos.
Vos,
yo,
apenas
árboles solitarios en la orilla,
corteza
arrancada por el tiempo
de otro árbol,
acaso leña
para un fuego más alto.
Arder
no es destino para todos.
La sangre,
la brevísima corriente por la vena,
río que se apaga
y se ceniza.
Polvo de otros polvos,
el corazón insiste:
no es ofrenda
lo que no ha de perdurar.
Por eso
las palabras,
acaso
el poema.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana nació en General Belgrano,
Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras de colores
(Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua,
GPU Ediciones (2019)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
Onírico*
Desde temprano busco la línea de tu rostro en mi memoria. Viniste
en un sueño. Estuviste paseándote con otra gente, vestido del hombre más
deseado y de la mujer más dulce. Por momentos te veías desnudo, andando con
desparpajo. Yo, incrédula. Cuando te veía de espaldas me preguntaba por tu
rostro, y en eso sigo.
Hoy caminé tres cuadras intentando recorrer tus gestos, dibujar tus
dientes, adivinarte, y esas cuadras fueron kilómetros. Es tanta la profundidad
del pensamiento que la mañana se me fue en las calles. Todavía no había
conseguido escuchar las palabras que me decías en el sueño cuando pude, por
fin, ver tu cara.
Todavía se me escapa. Si me fijo en tu boca se escabullen tus
pómulos y tus ojos me llevan a otro lado. Es la expresión entre soñadora y
doliente la que me intriga. No entiendo lo que decís.
Sigo sin entenderte. Hay algo de oscuridad que se cuela en tu piel.
Suena el despertador. Seguís hablando. Hay unas manchas que amenazan tu
existencia, que ahuecan tu cara. Seguís hablando.
Te miro, no sé quién sos, tengo partes tuyas en mi retina. Sé que
no existís pero te busco. Sos anónimo, imposible, y te amo.
Hay algo que nos quita el futuro, que nos mata a vos y a mí.
Intento entender esta falta de felicidad pero te vas, de otra mano, a un mundo
sin sueño, a la línea de tristeza en la que la alegría se destiñe.
Yo puse eso en tus ojos. Aunque ya no te tenga conmigo.
-De Intemperie. Viajera Editorial,
2016.
- Lorena nació en 1975 en la Ciudad
de Buenos Aires, es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga
Social.
En 2016 publicó Intemperie, su primer libro de poemas, por Viajera
Editorial. Participó en 2015 con su relato “Desde el Mandarino”
de la Antología Tetas. Historias de Pecho, por Textos Intrusos. Hace varios
años es convocada para leer en la Feria del Libro, en ciclos de poesía,
programas de radio y eventos artísticos. En 2018 publicó Mis
Vendavales, su primer libro infantil por la editorial Peces de
Ciudad. Con Mis Vendavales viajó a España y presentó
el libro en diversos espacios como bibliotecas, radios y librerías, alcanzando
a un gran público infantil. Hoy, se encuentra escribiendo un libro de ficción
para adultos y dictando un taller sobre “Las emociones en la palabra escrita”.
Los hoteles secretos*
El brillo nómade del mundo
Como un ascua en el alma una joya del tiempo
Se abre tan sólo al paso de ciertos hechos tormentosos
Arrastrados por la corriente
Hasta las escaleras cortadas por el mar
En ciertos antros de lujuria de bordes sombríos
Poblados por estatuas de reyes
Casi irreconocibles entre el reverberar de las antorchas cuya
luz es la hiedra que cubre los muros
¡Oh corazón corazón orgulloso!
Entrégate al fantasma apostado en la puerta
Ahora que tan bien te conozco
Sin otra sed que tu memoria
Criatura melancólica que tocas mi alma de tan lejos
Invoca en las alcobas el éxtasis y el terror
El lento idioma indomable de la pasión por el infierno
Y el veneno de la aventura con sus crímenes
¡Oh! invoca una vez más el gran soplo de antaño
En estas cámaras de piedra enlazada a tu amante
Y ambos envueltos en la lona de los días perdidos como el muerto en
el mar
Y prontos a deshacerse en las hogueras instantáneas
Sobre lechos de un metal misterioso que brilla en las tinieblas
bajo la zarpa de los
candelabros
Y el coro de pájaros lascivos girando con furia en las habitaciones
selladas por el hierro de otras noches
Pues tales antros solemnes cubiertos de flores carnívoras
Con mármoles que se pudren a la sombra de cabelleras opulentas
Se balancean labrados pomposamente desde el portal hasta la cúpula
Como la nave anclada sobre el abismo
Agitando con lentitud sus espejos para adormecer a la mujer
Desnuda entre los verdugos que incineran el corazón de la noche
Y el zaguán donde se cruzan la lluvia y la frustración
Los camareros con el rostro podrido por el tufo de las flores
Acumuladas en los pasillos infinitos
El rumor de los suspiros sofocados
Los besos entretejidos en nácar tristísimo
La hierba sin nombre en que se hunden sus huéspedes
Repiten una vez más entre la sombra
La leyenda del amor que nunca muere
*De Costumbres errantes o La redondez de la
tierra (1951)
-Enrique Molina (Buenos Aires,
1910-1997), Obras completas, tomo II, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1987.
*
Lo poético comparte con Eros la sensación de
ajenidad. El placer produce una sensación doble: la de estar en la tierra con
raíces mucho más profundas y además salirse de sí. Estar en el centro y afuera.
Eros requiere otro: aunque sea un doble imaginario.
Inventren
-Próxima estación:
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL
CRUCERO GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12.
LA SALADA. INGENIERO
BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
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