*Obra de Walkala. Dr. Luis Alfredo
Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in
memoriam
http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160
MISERIA DE LA FILOSOFIA*
Pensando en Groucho
Marx
En el rincón de un café
muy venerable
se escucha conversar a intelectuales:
“Habrá que estructurar la nueva ética”
y el viejo hotel les muestra su negruzca
fachada,
“la praxis o la tesis”
y el gato se desliza
lentamente
persiguiendo la luz
“habrá que analizar todos los mitos”
y se sintieron gritos
en la esquina
un pálido poeta
voló unos cuantos metros
–levitando–
y aterrizó en la acera
de cabeza.
*De Alejandro Michelena. alemichelena@gmail.com
EL ÚLTIMO CAFÉ
-Poesía de Alejandro Michelena.
VAPOROSO EVAPORADO AMOR
En la quietud de un bar a media tarde
vas surgiendo
del pozo del recuerdo.
Pero el chocar de tazas
y las moscas que danzan
en los vidrios
me resultan
más interesantes.
TALLER DEL ARTISTA
-Para Ricardo
Prieto
Buscamos el
poema
esta simple
verdad
entre la gente
(palabras:
murmullos en un bar
con humo)
poema
eso que permanece
luego
que el polvo acumulado
se mete en nuestras almas
como oscuro sonido de trombones.
MICROCOSMOS
Aquí
Montevideo
rincón en el que somos.
Baldosas
torres
calles
misterio de ventanas
luz de tardes.
Aquí también
cafés
del lento aprendizaje.
Esquinas
del amor
y noches
de sola soledad.
TANGUEZ
“Llega tu recuerdo en torbellino
vuelve en el otoño a atardecer”
Catulo Castillo EL ÚLTIMO CAFE
Es el lento morir de la jornada
y una vez más
vuelve en el otoño a atardecer.
Me veo recorrer
las previsibles calles
que de tanto andar por tantos años
hoy no pueden dejar de ser
las nuestras.
Al igual que en el tango
gira la cuchara
de café
mientras fuera
la garúa persiste
en este interminable atardecer.
**
ALEJANDRO MICHELENA.
Uruguayo, reside en Montevideo, la capital del país.
Como narrador dio a conocer tres novelas: Apartamento 108 (Antares, Montevideo, 1984), El vuelo de la oca (Signos, Montevideo, 1993) y Un misterio llamado Baldomero (Arca, Montevideo, 2013), además de cuentos en revistas literarias, semanarios culturales y antologías diversas.
Ha cultivado también el ensayo y la crónica, con más de una decena de libros referidos a la temática de las identidades urbanas rioplatense, siendo los más recientes: Viejo Café Tortoni (Corregidor, Buenos Aires, 2008) y Crónicas de los cafés montevideanos (Arca, Montevideo, 2009).
Es también poeta, con tres libros publicados: Formas y Fórmulas, Rituales, y el más reciente Otros rituales. Por su labor en el género ha recibido premios y menciones.
Textos suyos aparecen en páginas virtuales, como Las afinidades electivas o Letras Uruguay.
Ha ejercido como periodista cultural por más de dos
décadas. Actualmente es responsable de la columna Hablando de cultura y otras yerbas en el programa El Tunguelé,
Radio Uruguay.
Desde el año 2004 es colaborador de La Jornada Semanal, el suplemento
cultural del diario La Jornada de México. Lo ha sido también de Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid.
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Después
de la película*
El jueves pasado fui al cine con mi amigo
Marco. Me había llamado unas horas antes, muy excitado porque en el cineclub de
la Universidad ponían El maquinista de la
general, todo un clásico. Vimos la película y luego nos quedamos a la
tertulia, que tradicionalmente se arma en torno a la emisión del día, aunque ni
mi amigo ni yo intervinimos en ella. Solo escuchamos. Se habló de Buster Keaton, del origen de su nombre
artístico –nacido de un comentario del gran Houdini-,
de la guerra de secesión y de otras películas relacionadas con la que
acabábamos de presenciar. Al final todos los asistentes fuimos saliendo
lentamente, más o menos, según me pareció, satisfechos con el espectáculo.
Marco y yo nos quedamos unos minutos
afuera, cerca de la puerta del local, conversando, aunque no sabría explicar el
desarrollo de la conversación ni su contenido. Cabe suponer que nuestras
palabras versasen sobre el film, sobre Keaton
o quizá sobre alguna otra ocasión en la que hubiésemos ido juntos al cine. Lo
que recuerdo perfectamente (casi con un escalofrío ahora al contarlo), es lo
que ocurrió al separarnos. Me quedé mirando como mi amigo se alejaba por la
calle hacia el sur, en dirección a su barrio. Cuando lo perdí de vista, apagué
mi cigarrillo y me dispuse a partir en sentido contrario. Justo entonces, de la
pared más cercana (así lo sentí, como si el sonido proviniese del propio muro)
me llegaron unas palabras:
- Mucha gente no lo sabe, pero…
Al principio me sobresalté. Después miré
con atención en dirección al lugar de donde provenía la voz. Un tipo estaba
apoyado sobre la fachada. Apenas me era posible distinguirle. Era poco más que
una sombra. Dudé si ignorarle y marcharme o, por el contrario, averiguar qué
quería de mí. Opté por lo segundo. Me acerqué dos pasos, hasta estar casi junto
a él. Pregunté:
- ¿Nos conocemos?
Tardó en responder. Su rostro se veía
oscuro, tal vez debido, en parte, a la barba de tres días, pero era más que
eso, como una oscuridad procedente del interior de sus ojos impasibles. Su
semblante no reflejaba la menor emoción.
- No. Sin embargo, le contaré un secreto.
Me pareció incongruente que un completo
desconocido fuese a contarme algo sin motivo alguno. Seguro que después de su
revelación iba a pedirme dinero. Por un momento pensé en reanudar mi camino,
pero pudo más la curiosidad.
- Usted dirá, entonces.
Me miró con esos ojos fríos, un momento que
me pareció muy largo. Después inició su relato:
- Mucha gente no lo sabe, pero Buster Keaton estuvo a punto de rodar una
película aquí, en Argentina.
Me pareció muy improbable, pero podría ser
divertido escucharle. Involuntariamente, sonreí. Él siguió narrando con
lentitud, imperturbable.
- El maquinista, hoy es un clásico, pero en
su momento fue un auténtico fracaso en taquilla. Tras aquel fiasco, y en vista
de lo caros que resultaban los rodajes de sus películas, la productora decidió
que, a partir de ese momento, Keaton ya no gozaría de libertad absoluta.
Durante algún tiempo estuvo rodando películas que a él mismo le parecían
indignas de su genio.
- Sí, sabía eso. Lo leí en alguna parte –
interrumpí.
- Fue entonces – continuó el tipo sin
inmutarse - cuando entró en contacto, no se sabe muy bien cómo, con un magnate
argentino, un pez gordo de Buenos Aires, que le prometió invertir en su
siguiente film. Así que Stone Face
(como ya se le conocía en todas partes) se vino a la Argentina, dispuesto a
rodar en cuanto todo estuviese listo.
Pensé que la narración se había terminado,
pero solo se trataba de una pausa, no sé si dramática o para tomar aire.
- El millonario puso como condición que
parte del rodaje tuviese lugar en la estación Juan Atucha, sus razones tendría y nadie le discutió ese punto.
Para Keaton, tan bueno era un sitio como otro, siempre y cuando tuviera una
buena porción de pampa que atravesar con su tren… Sí, lo ha adivinado. La cosa iba
otra vez de trenes. Buster Keaton era
un enamorado de los trenes. En el fondo, ya sabe usted… La vida es un tren que
circula hacia alguna parte cuyos contornos no son nunca visibles…
- Y ¿qué pasó?
- Durante un tiempo, Keaton estuvo
recorriendo diversas partes del país, sobre todo los alrededores de la estación
en la que iba a iniciarse el viaje que tendría lugar en la filmación. Cuidaba
mucho los detalles y le gustaba hacerlo todo en persona. Así que, acompañado de
un guía local, que a la vez le servía de traductor y de secretario, fue
encontrando escenarios en los que desarrollar su idea. ¿Le gustaría conocer la
idea que tenía para esa película?
- Por supuesto – repuse. A esa altura ya
estaba más que interesado en lo que el tipo me contaba, fuese verdad o no.
- Bien. El tema es el desierto.
Tras esa contundente frase, casi una
sentencia, el hombre guardó silencio. Creí que ahora venía el momento en que
iba a pedirme la voluntad a cambio de su relato. Yo tenía en la cartera algunos
pesos y estaba dispuesto a ofrecérselos con tal de seguir escuchando. Pero no
demandó nada. Solo había parado un momento para tomar aliento, repasar en su
mente toda la historia o cualquier otra cosa. Luego continuó como si ese breve
lapso –que se me hizo interminable- jamás hubiese tenido lugar:
- El tema es el desierto. Un tren va
avanzando a velocidad reducida por parajes desolados. Afuera, nada parece
suceder. En el interior, una mujer y un hombre conversan desapasionadamente.
Poco a poco vamos averiguando que se trata de un matrimonio. Hay fragmentos de
conversaciones mientras por las ventanillas va pasando un paisaje yermo. Tan
yermo, adivinamos, como la relación que vincula a esas dos personas que
conversan, unidas acaso por el amor en otro tiempo, pero ahora enormemente
distanciadas. Hablan por llenar con algo el viaje. Viajan por llenar con algo
sus vidas. Si hubo ilusión en su pasado, ahora yace tras un alud de años
compartidos. El presente, cada una de sus palabras lo confirma, es la nada.
Desempolvan recuerdos, comentan el clima, las últimas noticias leídas en el
diario. En sus voces no hay futuro. El futuro no existe. Es la laguna muerta de
un páramo casi idéntico a aquel por el que el tren va discurriendo.
Ocasionalmente, un revisor atraviesa el compartimento. Nada más. Finalmente, el
tren llega al borde de un barranco (no se sabe qué hace exactamente un barranco
en medio del trayecto ferroviario y, en realidad, no importa) y sin que nadie
pueda o quiera evitarlo, se despeña. Esa escena final, por medio de la edición,
iba a durar más de un minuto. Más de un minuto ese tren despeñándose, cayendo
verticalmente sin visos de llegar jamás al final de su caída (metáfora de la relación
de los dos personajes).
El tipo hizo una nueva pausa. Le miré,
expectante, casi suplicando que continuara.
- Al final no hubo acuerdo porque el coste
de esa última escena era inasumible para el presunto mecenas. Después de esa
negativa, Keaton se entrevistó con mucha gente en Buenos Aires y otras
ciudades, pero no consiguió la financiación imprescindible. La película nunca
se hizo, así que supongo que tampoco en su país le avalaron. Eso fue todo. Un
proyecto jamás realizado. Un sueño nomás.
Ahí terminó el relato. Su voz dejó de sonar
y él desapareció, como una sombra. Pestañeé un par de veces, pero no había
rastro de él. Como si se hubiese esfumado. Traté de recuperar sus rasgos, la
seriedad de su rostro, la impasibilidad de sus ojos, pero me fue
imposible. La noche se transformó en una
escena de cine mudo mientras caminaba hacia mi casa.
Al día siguiente llamé a Marco, muy excitado,
para contarle todo lo sucedido. Él me escuchó atentamente. Luego, con un tono
de confusión, dijo:
- Ayer no nos vimos. No fuimos al cine. Tal
vez fuiste con otra persona…
- No, no. Recuerdo perfectamente que fui
contigo.
- Hace casi un mes que fuimos por última
vez al cine… Y fue a una reposición de Portero
de noche, donde Charlotte Rampling
está espléndida, por cierto... Lo estuvimos comentando largamente a la salida…
Guardé silencio. Pensé que, sin duda, Marco
me estaba embromando. Entonces añadió:
- Y la última vez que pasaron El maquinista, que yo sepa, fue hace
treinta años.
Colgué. Unos ojos inexistentes me miraban
desde el recuerdo de una escena que, al parecer, nunca tuvo lugar, o lo tuvo de
algún modo que no me es posible siquiera imaginar. Volví a la cama. Traté de
dormir. Soñar escenas de cine mudo. Tal vez al despertar el mundo hubiera
cambiado nuevamente.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Siguiente estación
En el recorrido literario por el Ferrocarril Midland:
APEADERO KM.
38.
MARINOS DEL CRUCERO
GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
**
En el recorrido literario por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE. ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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