*Foto de Mercedes Araujo.
https://www.instagram.com/meraraujoletrasyfotos/
*
1
Hay un pájaro que
canta en mi ventana
como si fuera la
primera vez que un pájaro canta,
como si yo lo
escuchara por última vez.
¿Quién sueña
cuando callan mundos
en mi alma atónita?
2
Las cosas no existen
donde termina el mundo.
En el centro está el
amor, que irradia vida.
Alejándose hay frío,
la noche, el descenso.
¿Dónde estoy?
*De Gabriel
Francini.
-Gabriel Francini nació en 1982 en
Buenos Aires. Es bibliotecario. Publicó Canciones (Tantalia, 2005), Nadir
de Ardora (Huesos de Jibia, 2014), Deshacer (El Mono Armado, 2017), El
sueño de la nada (Huesos de Jibia, 2017), La plenitud de la ausencia
(Cave Librum, 2017), Rayar (La Yunta, 2018), Ser con el fuego
(Cave Librum, 2019), Humo en el humo (Qeja, 2019), Entropía (La
Yunta, 2019), Entrevisiones y vislumbres (El Mono Armado, 2020), orbe
/sima (Cave Librum, 2021), orbe/vaivén (Cave Librum, 2021) y En
el río y en el puente (o donde arriba es abajo) (La Yunta, 2021).
Propiedades*
A OLGA HERNÁNDEZ
*De Esther
Andradi. esther@andradi.de
A los bienes que no pueden transportarse se
les llama bienes raíces. Como casas o terrenos. De ahí que alguna gente
identifique su propia raíz con bienes raíces. A quién se le ocurriría una raíz
móvil? No quiero hacer aquí un catálogo de bienes raíces, de los cuales jamás
dispuse, pero sí del papel que desempeñan ciertos espacios en el desarrollo
personal, y en particular la significación de la casa en la vida de las
personas. En mi familia nunca fuimos propietarios, de ahí la categoría de
mueble que una va adquiriendo por el mundo. Junto con la movilidad llegan las
palabras, porque una no puede andar de aquí para allá sin tratar de hacerse
entender, mientras que sí puede quedarse en casa calladita su alma y no me
molestes compadre. Por eso a veces las formas de las letras se apropian de las
formas de las casas. Pero a diferencia de las casas, las letras son muebles.
Ocurre que hay casas y casas, y así como hay gente que vive en una oración
completa, otros viven en la mera letra. Apenas la lisa y llana letra para
albergar un cuerpo presente completo, haciendo honor a aquello que "de
esencias están hechos los arduos caminos del espíritu". También hay quien
vive en bibliotecas, es decir, en espacios donde los forasteros se pasean casi
permanentemente por la sala de estar, lo que sería una forma de los hoteles,
las posadas y aún casas de inquilinato -aunque no se puede comparar un ambiente
con otro, por supuesto. Hay muchos que viven en terrenos prestados. Y otros que
usurpan terrenos, una forma ciertamente menos sólida de ser propietario, porque
una se encuentra siempre entre la acción y el efecto de apropiarse, lo que no
deja de tener sus riesgos en la sociedad moderna. Pero como también hay
"leasing" mal que mal una se defiende. Y por último tampoco falta la
letra muerta, un extendido abanico que abarca desde el famoso Père Lachaise hasta la soledad de
cualquier camposanto de pueblo, inmensos y también modestos territorios para
refugio de guiones, más o menos ilustres, pero guiones al fin.
II
La casa que me vio nacer era de modestísima
construcción, una sola planta en forma de L acostada, como la mayoría de las
casas de campo de aquel entonces. A lo largo de esta L se distendían la cocina,
el comedor y el dormitorio de las niñas -en ese orden- y doblando por la L, la
alcoba de los padres, que cerraba la construcción. Debajo del comedor o sala de
estar -que entre nosotros sólo se usaba como corredor para ir de la cocina
hacia uno u otro dormitorio y viceversa-, se encontraba el ingreso al sótano.
Su penumbra dio lugar a más de una fantasía, pero más allá de ellas, lo
decisivo es que después de las grandes lluvias que asolaron la región, el
sótano se llenó de agua y no pudimos volver a usarlo. Una L con sótano en el
medio y algo de imaginación letrística puede llegar a convertirse en un
"lo", nada más ni nada menos que el artículo neutro del idioma
castellano. Así comienza la escritura de los primeros años de mi vida: Con un
"Lo" colgando en la desmesurada página en blanco de la pampa.
De aquella casa original mi familia pasó a
otra algo más compleja, con dos plantas, una verdadera H. A esta casa prefiero
adosarle el inmenso patio arbolado que le pone sonido a la primera letra muda
de mi historia. Eran seis robustos ejemplares, alineados de dos en dos como en
un tablero de damas, pero no eran damas sino tipas, Tipuana Tipu para los
expertos, que así se llaman estos frondosísimos árboles que se dan con
profusión en la llanura santafesina. Gracias a este patio con proporcionales
ínfulas, la H aparecía flanqueada por una E. Las Tipuana Tipu me acompañaron
hasta la adolescencia con sus flores amarillas y sus chicharras del verano
escritas en el paisaje del pequeño pueblo de provincia adónde nos habíamos
mudado. El fragmento de la pampa que comenzaba con "lo" dejaba paso
ahora a los balbuceos del pretérito perfecto HE, que me vio crecer. Claro que
no escribí muchas páginas más a partir de HE, porque como dije al comienzo,
formamos parte de la gran mayoría de la humanidad que no dispone de casa
propia, de un bien raíz donde quedarse, de una casa adónde volver cuando uno se
ausenta, sea para venderla o solazarse en la nostalgia o ambas cosas, de modo
que después de un tiempo de permanecer en un ambiente letrístico, página o
libro, había que salir en busca de otras páginas, otras bibliotecas, otros
estantes vacíos. Partíamos, eso sí, llevándonos lo que teníamos puesto, es
decir, los bienes muebles. La letra era uno de ellos.
III
Las letras son una suerte de caparazón de
tortuga o caracol que se arrastra con el cuerpo, con lo cual quienes vamos por
la vida moviéndonos de aquí para allá solemos justificar nuestro parsimonioso
andar en general y nuestra exasperante lentitud en la producción en particular.
El caparazón que nos protege pero a la vez nos acompaña es nuestra identidad
móvil. Acaso lo que vamos viviendo se va grabando de alguna manera en esta
suerte de coraza, que, movibles y todo como somos, pasa a ser finalmente lo más
sólido de nuestra mínima historia. Siempre y cuando no nos aplaste un camión al
cruzar la autopista.
IV
Hubo por cierto, una casa que concentró mis
raíces en la infancia y que guardo en el jardín de la memoria. No por propia
decisión, sino por los avatares del movimiento, que no siempre es cauteloso y
que puede arrasar también con lo mejor de nosotros. En la casa del abuelo, el
padre de papá, los nogales flanqueaban el ingreso al visitante, los rosales se
disputaban un lugar bajo el sol marcados de cerca por los granados que
reventaban en rojo cada otoño mientras ciruelos, damascos y durazneros se
cubrían de frutos no sin antes dejar algunas ramas al alcance de la mano para
que trepáramos los nietos. Fresas y buganvilias, mandarinos, naranjos y
legumbres parecían complacerse por igual hundiendo sus raíces en el surco
húmedo de aquella parcela. La casa en sí no valía nada, hay que ser sinceros.
Era una I mayúscula, los despojos de una columna dórica donde se sucedían en el
más precario estado una cocina humeante -abuela tenía todavía una cocina a
leña-, un comedor, una sala que sólo se usaba en especiales ocasiones y el
dormitorio, donde la última vez que estuve allí fue para velar al abuelo. En
los escasos rincones donde las paredes habían logrado defender su pintura de la
voracidad del tiempo, era posible entrever en alguna orla decorada la dignidad
de antaño. El suelo en cambio, permanecía cubierto sólo por una capa de
cemento, ya que el dinero nunca llegó a alcanzar para baldosas. Y a mí que me
importaba? Si esta casa recostada sobre el vientre embarazado de la huerta,
enmarcada por el cerco frondoso de los árboles, amortiguados sus ángulos por
mullidas enredaderas que protegían la mutación de los insectos parecía la
escritura en sí misma: Una I de tiempo, custodiada por la eternidad de los
olivos. El abuelo, que había dejado sus raíces en el desierto para buscar
fortuna en el Nuevo Mundo, construyó esta casa con sus propias manos, con las
mismas manos arañó la tierra abriéndole surcos, echó las cimientes, plantó los
olivos, dio de comer a sus aves y caballos, protegió el canto de canarios y
asiló los pájaros que se acercaban a este vergel a medio camino de la pampa y
del pueblo que me vio crecer. En esta I del abuelo se escribía diariamente la
historia. Dejó la casa a sus hijos con un ruego: No la vendan. No es un bien
transportable, quiso decir el viejo: Es nuestra raíz en varios tomos.
V
Desde aquella partida de la HE paterna
varias letras fueron mi refugio transitorio a lo largo del abecedario. La
primera de todas fue aquella casita en el puerto, una humilde P a la que se
arribaba por un largo pasillo que conducía a una única habitación
milagrosamente compartimentada en cocina, baño, sala de estar y de dormir,
además de un mínimo ángulo que hacía las veces de escritorio. Mi perro Bakunin
se subía a los tapiales que marcaban el perímetro de P y solía atrapar con
precisión de felino a las gallinas de los patios adyacentes provocándome
horrores ortográficos. Sin embargo este clima bucólico no fue roto en ninguna
medida por los vecinos, habitantes a su vez de precarias letras, sino por la
gramática misma. Partir, como parir, se escribe con P en castellano. Y yo soy
de las que tuvieron que partir, no por nada, sino porque ahí ya no se podía más
vivir.
VI
De aquella letra cursiva -impresa en una
participación matrimonial que se agotó- a la gótica remedando el sello de
denegación del permiso de estadía de la policía de extranjeros- fui escribiendo
una que otra página con los caracteres que se me iban dando. No me faltó por
cierto una residencia en tipo florido, como aquella casita de Barranco que
tenía todo el encanto de la bohemia con los rezongos del mar y su tejido de
jazmines. Tampoco puedo olvidar una breve estadía de letras cortesanas en aquel
palacio encantado de Jaipur donde un jardín bordado de cedros y fuentes
cobijara mis acrobacias en las noches. A veces sin embargo, me agobiaron los
caracteres capitales de Udine, con su frialdad grandilocuente. Tanto como los
crepúsculos en Puerto Santa María, donde meses enteros fui acosada por
bastardillas. Aunque pocas mayúsculas fueron comparables a aquella C invertida
del portal de Idris desde donde sobreviví a Beirut en llamas. De estos achaques
me resarciría una larga estadía en Berlín: Un día en la calle de Hohenstaufen el destino se cruzó de
vereda y por una milésima de segundo fui testigo de su código cifrado. Desde
allí asistí estremecida a aquella payada entre Oriente y Occidente cuando le
crecieron tanto los ojos al muro que acabaron por perforarlo. Y aun cuando
hasta el momento la cosa no haya dado más que para estirar la larga lengua de
una factura, a mí, nadie me quita lo bailado.
VII
Porque hay letras y letras. Varios
alfabetos con sus reglas y sus cifras y un montón de tipos que impregnan los
espacios según sus caracteres: letras góticas, inglesa, capitales y dóricas,
cortesanas o redondas, y aquellas emergidas de la computadora, compuestas de
tan mínimos punteados haciendo las veces de paredes, que nos obligan a los
usuarios a disponer cada vez de menos materia, si queremos refugiarnos en
ellas. Incluso daría la impresión que, ciertos caracteres alfabéticos
influencian no solamente a quienes los utilizan, sino que su espectro se
vislumbra en la arquitectura de ciertos espacios míticos. El lamento del mundo,
no escribe y borra al mismo tiempo la lágrima en hebreo y árabe sobre el muro
gris de Jerusalén? No se percibe acaso un parentesco entre el alfabeto Indi y
aquel templo de Vishnu en Delhi? Y no se asemejan los caracteres chinos a
algunas pagodas mientras los signos del parsí parecieran ondular en las
mezquitas? La clara y fría tipología inglesa, en cambio, recuerda la sólida
arquitectura de los bancos tanto como la itálica evoca los palazzos
renacentistas. Y los caracteres del alfabeto japonés, serán el chip que
sintetiza el lenguaje electrónico y zen en las calles de Tokio?
VIII
Pasar de letra en letra no sólo no es fácil
sino que puede ocurrir que una se quede colgada a mitad de camino sin llegar a
ninguna otra, puros puntos suspensivos, la página en blanco, el colmo del
nihilismo o la soledad. Es así que, animada por una profunda nostalgia en torno
a aquel "lo" original sucumbí a la tentación del regreso: Veinte
veces hube de pasar delante de aquella modesta "L" para reconocerla.
Estaba pintada de blanco, la habitación de los padres había sido derrumbada, y
como la herrería se había adosado al jardín, aquel "LO" de mi
infancia se había convertido en un JE irónico. En cuanto a la HE, la Hache
había enmudecido. Las constantes lluvias elevaron la napa de agua y debieron
extirpar las Tipuana Tipu antes que se derrumbaran como una muela podrida
aplastando con su corpulencia a cualquier desprevenido. La casucha del puerto
explotó en pedazos, demolida por una bomba. Fue una equivocación, dice que se
disculparon frente a los escombros. La I del abuelo había sido vendida. Los
nuevos dueños aportaron sus ideas renovadoras en restauración, cercaron el
ingreso con imponentes rejas de hierro forjado, podaron los frutales, el nogal
se secó, y los olivos... Ya no tuve fuerzas para ver dónde habían quedado los
olivos.
IX
El único territorio que permanece intacto a
nuestro retorno es la X. La eterna X, la incógnita, el estado especial, la
vieja recurrente de la historia. La X intacta con sus cuatro puntas, con los
cuatro vientos convocados por la encrucijada central, nos está esperando en el
recodo del futuro que comienza hoy por la tarde. No somos nosotros quienes
decidimos la próxima letra que cubrirá nuestra página abierta. Incluso la misma
letra austera que ayer dejamos reluciente, hoy cubierta de polvo es capaz de
volverse cortesana o capital. Lo único que permanece es el movimiento, la
articulación con sus infinitos giros. Ninguno parecido a otro. Acaso ésta sea
la única fortuna al alcance de todos: La Escritura de la página en blanco hasta
agotar el propio grito. Desde la calle, en tránsito, frente a miles y miles de
XXX que vienen y van.
-Esther
Andradi es escritora, ha vivido y trabajado en diferentes países. Nació en
Ataliva, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, Argentina, y en 1975
emigró al Perú, donde fue reportera, columnista, y jefa de redacción. En 1980
viajó a Europa y se radicó en Berlín (Occidental). En 1995 regresó a Argentina
y vivió ocho años en Buenos Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña
con un túnel que conecte Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar
rápidamente de una metrópoli a otra. En sus textos emprende a menudo semejantes
traspasos entre uno y otro mundo, reflexiona sobre los cruces y márgenes, sobre
aquello que se pierde en la travesía. Y también lo que se gana. Publicó
crónica, ensayo, poesía, microficción, cuento y novela. Sus relatos fueron
editados en numerosas antologías y en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre cultura,
memoria y migración se publican en diversos medios de América, España y
Alemania. Tradujo la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la antología "Vivir en otra
lengua", pionera en la construcción de un espacio para la literatura
latinoamericana que se escribe fuera de las fronteras de los países de origen.
Ha sido traducida a varios idiomas, últimamente al islandés.
*
El lenguaje
es arduo y sutil:
el pensamiento,
un potro arrojado
contra el alambre.
Me guía
la misma obstinación:
el hambre
de un horizonte más
ancho que mis ojos.
Se ha de ser paciente.
Piedra a piedra se
levantan los muros
y siempre los derribó
la palabra del hombre.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en
City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018). El
orden del agua, GPU Ediciones (2019)
-Su último libro MADURA, fue recién
editado por Editorial Sudestada (2021)
-Coordina Microversos, talleres de
exploración literaria.
EL RASTRILLO DE
SAKIAMUNI*
1
heralda voz del eco
pálpito,
subyugación
tierna
al ojo que vibra
al paso
de la rueda
que su silencio
nombra.
2
sus huellas
se disuelven al mirarlas
formarse
mas el vacío
en tanto
apuntala su existencia
como perenne.
3
la luz sin la luz
que la
origina
la voz sin eco
que
sostenga
su principio
caerá
del labio
con el atardecer.
4
quien mire a su sombra
suyo hará
el orbe que sostiene
la imaginaria
voz
de lo tangible.
5
... frágiles huellas de rastrillos
desafían
la brisa primaveral.
las coloridas
lágrimas del cerezo
se confunden
en el lago
con las escamas de las truchas.
abajo,
el monje divide el tiempo
con los escarceos
de sus manos viejas.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
http://www.danielmontoly.blogspot.com.ar/
*
Se conocieron un día
de lluvia.
Mi padre ofreció
llevarla bajo su paraguas. Mi madre aceptó.
Vivieron la vida
compartida bajo esa simbólica imagen del paraguas protector.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
El amor después
del amor*
*De Derek
Walcott
Un tiempo vendrá
en el que, con gran alegría,
te saludarás a ti mismo,
al tú que llega a tu puerta,
al que ves en tu espejo
y cada uno sonreirá a la bienvenida del
otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Seguirás amando al extraño que fuiste tú
mismo.
Ofrece vino, Ofrece pan. Devuelve tu amor
a ti mismo, al extraño que te amó
toda tu vida, a quien no has conocido
para conocer a otro corazón
que te conoce de memoria.
Recoge las cartas del escritorio,
las fotografías, las desesperadas líneas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida”.
*Fuente: https://panoramacultural.com.co/literatura/6763/el-amor-despues-del-amor-el-poema-de-derek-walcott
*
Poesía, es sin lugar a dudas, violencia en
el lenguaje, torsión de la gramática. Poesía es desarticulación, incomodidad.
Lo cómodo es el orden del consenso, el mandato social y la democracia del
mercado, y en el pensamiento, ese sentido común, esa doxa, que no toca la
episteme. ¿Tiene entonces algo que ver la ciencia con la poesía? En un solo
punto: lo que hace a la incomodidad, la desarticulación del sentido común.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
SAN SEBASTIÁN*
Allá en el fondo Donosti. Allá en el fondo
la Donosti que no debe ser invocada porque una vez que se la invoca aparece, y
cuando aparece ya se sabe, es tirar de la soguita y no hay caso, el hilito de
memoria viene con todo lo que está comprimido y de pronto se despliega y todo
está intacto y vívido. Es Donosti y son los abuelos, y el monte y los caseríos,
y la niñez con árboles de manzana y las cinco hermanas que cuatro se fueron de
monjas y una no, y es el colegio y la monja Imelda puro rencor reconcentrado
pobre vieja que ya habrá muerto. Es la Donosti que vocea como en sueños a esta
estación que se llama San Sebastián, extemporánea y tan ajena en la pampa
sudamericana.
Ya al ver en el recorrido el nombre de la
estación San Sebastián, se le recortó en rojo y se dijo que no, que esta es
otra San Sebastián tan lejos tan inconmensurablemente lejos de la baska Donosti
de edificios delicados y puentes ornamentados. Sabe, ella, que esta San
Sebastián argentina no es ni puede parecerse a la Donosti euskera, y sabe por
haberlo sufrido que los viajes deben ser hacia adelante, porque el que mira
hacia atrás se transforma en sal, en estatua, en lágrima y dolor visceral.
Pero este tren va a hacer parada en San
Sebastián, y el no pensar es difícil y el no sentir es imposible. Detrás de las
ventanillas se suceden los campos llanos y el pasto mientras se superpone una
capa delgada de helechos, de coníferas, de ovejitas blancas con cencerro. Será
una niebla quizás la que nubla la vista y hace aparecer montes redondeados,
casas blancas con tejados rojos, olor a mar allá donde los barcos se enfrentan
con sus hombres al Cantábrico.
Euskadi que ya no es, Euskadi de la niñez
que tan ligada está a la muerte, como eso de que la meta y la largada suelen
converger en las pistas circulares.
Miedo, ahora. Miedo del tren que es como la
luna y las monedas, como la lluvia y la tristeza, imágenes que devienen en
metáforas tan exactas que se confunden. El tren y el viaje hacia la muerte, fin
de viaje, la vida que traqueteando se precipita en la nada final. Y ahora que
el tren llegará a San Sebastián se cierra el círculo sobre la infancia. Miedo.
Miedo a desear que de una vez acaben los trabajos y las agitaciones, se pare el
péndulo y la San Sebastián ésta sea la Donosti aquella. Miedo a querer estar en
la muerte mientras el tren se precipita sobre los rieles negros.
Vuelven los parques y las estatuas, vuelve
la nieve derritiéndose en las botas y vuelven los temporales y las galernas que
devoraban barcos allá donde el mar es océano poderoso. Vuelven aquellos trenes
que, se lo debe decir a si misma, no son éste tren.
Anochece.
Ya casi llega. Las penumbras permiten que
el paisaje se levante como un libro troquelado, abetos y robles suplantan los
eucaliptus, iglesias de piedra, ríos estrechos con puentes de pretiles gastados
y sombras de peregrinos con sus maquillas, esos báculos de andar por el monte.
Ya ni hace falta mirar por la ventanilla, si todo está más adentro de la
superficie de los ojos, si ya es todo una yuxtaposición de bailes con vestido
blanco y cintas verdes y rojas, el gato Holofernes cayendo de la terraza, los
jacintos en las macetas, y el desgarro del puerto desapareciendo en el
horizonte, tan pequeño, tan pequeño, en la nefasta jornada de la partida.
Ya no hay planos, todo está allí comprimido
y necesario, compacto. Un todo en el que la violencia de la partida, el amor de
los abuelos, el olor a los lápices de madera, la voz de la radio BBC durante la
segunda guerra, las amigas y, también, todo lo malo, son una madeja
indistinguible que le está haciendo estallar el pecho.
No le importa morir aquí, hoy, esta noche.
En este momento se ha alineado la vía hacia Donosti, y con lágrimas advierte
que el tren se detiene.
Baja del vagón sin sentir el suelo bajo los
pies. Sabe que la recibirá el mar y el monte, que la querida silueta del abuelo
la esperará en el andén. Con ojos fijos mira su propia muerte.
El hijo y el nieto la esperan. Desciende la
abuela con un rostro extraña, casi como si no hubiese nadie detrás de esa
máscara rígida para responder a la llamada. La llaman. Al hijo le ha temblado
un poco la voz.
La abuela vacila levemente, advierte al
nieto, ve al hijo ya canoso. Retorna, sonríe, vuelve a entrar en sí. Sale de
Donosti, camina hacia ellos por San Sebastián. Ha de vivir un poco más.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-Siguiente estación
En el recorrido literario por el Ferrocarril Midland:
APEADERO KM.
38.
MARINOS DEL CRUCERO
GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
**
En el recorrido literario por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE. ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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