*Foto de Noelia Ceballos.
*
He arrojado todo al
precipicio.
Ningún orden es
posible ahora, dije.
¿Cuánto pasó desde
entonces?
No lo sé.
No tengo seguridad del
tiempo
desde que cayeron los
números.
Parecían piedras
tiradas al vacío.
Lo hice más de una
vez:
me paré sobre el filo,
miré el fondo,
y tiré todo con los
ojos cerrados.
Me impresiona lo que
pasa con la ausencia:
cae inmensa como un
cóndor,
no hace ruido,
se mezcla con el viento,
y una vez que toca el
suelo
vuelve.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
-Valeria
(Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar"
Ediciones AqL (2012), "Paula
levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015),
"Del otro lado de la noche"
(2015) Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares, "La
trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al
viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar",
Editorial AqL (2021).
-Primer Premio del Concurso de Letras,
categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, con su libro "Zarmina".
-Coordina MOJITO, taller y clínica virtual/presencial de poesía y el
"Ciclo de poesía en Bella Vista".
-Administra el blog de difusión de poesía
contemporánea https://laficciondelolvido.blogspot.com.ar
-Su blog personal es https://tantotequeria.blogspot.com
ESTACIONARIA*
Porque a veces
dejamos
hojas secas
sobre los corazones de
los otros,
cuando fuimos otoño y
no pudimos
amar,
pero otras veces
nos derramamos suaves
como lluvia
y florecemos la
tierra.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en
City Bell. Publicó: Cuadernos de la
breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018). El
orden del agua, GPU Ediciones (2019)
-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)-
Coordina Microversos, talleres de exploración literaria
Fin del mundo*
*Por Sergio
Fitte.
La casa me venía aplastando. Me costó mucho
tomar la decisión. Pero un día llegó el futuro y empecé a juntar las cosas. Me
iba. Me iba de la casa en la que había nacido. Crecido. Reproducido. Estaba
decidido. No iba a morir en ella. El tiempo se me estancaba con cuanta cosa me
ponía a mirar con un cierto detenimiento. Tomar un simple florero que alguna
vez me había regalado, vaya a saber uno quién, me paralizaba por varios
minutos. Recorría con la vista el objeto tratando de descubrirle el secreto de
su existencia. Tenía éxito solo en parte. Los cabos quedaban sueltos por todos
lados. La mayoría de las cosas que iba empaquetando eran feas, gastadas, pero
yo las veía envueltas en un manto invisible de añeja felicidad que se evaporaba
a medida que el papel de diario las envolvía. Temía que los objetos perdieran
su magia al ser envueltos y metidos en cajas que a lo mejor nunca se volverían
a vaciar. Cajas que probablemente se quedaran para el resto de los días
apiladas en un rincón solitario y húmedo de mi siguiente y quizás última
morada. Dejé para último turno el cuarto de dormir. Le tenía pánico. Respiré
hondo con las últimas luces de la tarde de invierno. La llovizna y la oscuridad
inesperada para las tres de la tarde me obligaron a prender la luz del candelabro.
Abrí el cajón que me pareció más fácil enfrentar. Medias. Cancanes. Monedas
viejas. Una foto en blanco y negro. La primera reacción fue el esbozo de una
sonrisa. Allí estaban muchos de mis familiares más queridos. La abuela. Mamá.
Papá. Yo siendo un niño. Tíos. Y otros tíos. Me senté en la cama, sabía que
procesarla me llevaría tiempo. La mire cuadro a cuadro. Quedé hipnotizado en la
abuela. La que me crió. De inmediato recordé su famosa frase: “el fin del mundo es cuando te morís”.
Frase que yo había defendido hasta no hacía mucho tiempo. Aboyé la foto y la
arrojé con fuerza. No llegó muy lejos ni le pegó a nada. Miré el portarretratos
de la mesa de luz en el que estamos los tres. Entendí lo equivocado que había
estado. Supe que el fin del mundo es cuando se mueren los otros.
- Fin
del mundo está publicado en Nadie
Nace virgen.
-
Sergio Fitte. Escritor argentino, nacido en 1975, radicado actualmente en
la ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires. Dirigió talleres literarios en La
Plata y en las Unidades Penitenciarias de Gorina y Magdalena mientras vivió en
la capital provincial. Es autor de los siguientes libros publicados: “Señor Canario” (La Quimera Ediciones
2001); “A no chillar” (Editorial
Corregidor 2003, Libro destacado por Gabriel Bañez en el suplemento literario
del diario El Día de La Plata); “Dios
con lapicera” (Editorial Corregidor 2005, Prólogo de Esteban López Brusa); Proyecto de difusión (Editorial Simurg
2006); “Prostíbulo” (Editorial
Simurg 2009); Institucionalizaciones
(Ediciones El Broche, La Plata 2012);
Desahogo (Prosa Editores 2016); Las
cosas que le pasan a los Otros (Editorial Lee 2017); Nadie Nace Virgen (Wolkowicz Editores 2017). Discriminaciones (Zeta Centuria Editores 2021).
Uno quisiera
ser*
Adormecido, inquieto,
rojo a veces de magnolia
y de frenesí viajero
Uno quisiera ser un dios
pequeño, un ángel oscuro
que arde en las tinieblas
Uno quisiera ser no esto que es
sino un salvaje monarca aborrecido
amado
surcado por delirante amor
por grandes glorias y mejores penas
que obstinadamente fijan las crónicas
y cantan en las plazas los poetas populares
*De Jorge
Isaías. jisaias4646@gmail.com
-De "Poesía elegida", de Jorge Isaías.
-Editorial Ramos Generales.
*
La noche es ancha, padre.
Es un abismo azul
donde se pierden las tardes.
Sentémonos a la orilla de la sombra.
Nómbrame a las estrellas
con los nombres
cansados del campo.
Nunca te dije
que aprendí
por mi cuenta el nombre de los astros.
Sé de la fragilidad de la luz
que cruza el universo
sólo para alumbrarnos.
Nunca me contaste
que las estrellas mueren, padre.
Lo aprendí
y nunca te dije -nunca- que lo sabía.
Todas las cosas tienen final.
Deben tenerlo.
Sentémonos
a la orilla de la noche
que se pierde en tus ojos.
Nómbrame a las estrellas
antes de que lleguen los pájaros.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
ADÓNDE VOLVER*
Uno envidia a quien es capaz de desnudarse,
de dejar las prendas y los lenguajes, abandonar la merienda servida e irse;
irse lejos, atravesar países tiempos y gentes. Todos sentimos alguna vez esa
inclinación a soñar con el mar, con los caminos que se pierden, con horizontes
difusos que borren el asfixiante aquí y ahora.
Se puede viajar, si, es posible disolver la
pertenencia en escapadas, en huidas tempranas o tardías. Es posible cortar las
cintas que nos aferran a la tierra, a la familia, a los amigos. Se puede,
aunque sea esta una empresa de personas marcadas por algún secreto signo que no
está visible en la frente.
Lo que perdura allá en un fondo de pozo con
sapo y luna, es el miedo a no tener adónde volver.
La vida entera es la dificultosa
construcción de aquel sitio que nos reciba al fin de la jornada. Puede que sea
un intento fallido; que al acabarse la partida sólo un gato sigiloso murmure su
aprobación solitaria a la viejita olvidada entre muros silentes, o que, por ser
el último en abandonar el ferrocarril, el anciano quede con los naipes en la
mano, vacías las sillas de sus compañeros ya desvanecidos.
Pero habrán tenido puerto para la charla
amable o ácida. Habrán hecho sus nudos de amores u odios donde fuesen
reconocidos, donde la familiaridad les prestase un entorno que sintieran
propio, intrínsecamente propio. Odiado puerto, amado puerto el del fin de la
jornada, pero una amarra que nos contiene cuando el embate del mar. El vértigo
absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
Y no nos engañemos, viajamos tanto los que
se van y pasan de vida a vida como los que nos quedamos, y hacemos rutina de
veredas fatigadas. Todos debemos retornar a casa cuando el crepúsculo nos trae.
Y algunos, no tienen adónde volver.
Quién escuchará la narración efímera de los
incordios del día, quién compartirá la mesa, quién respirará quizás en otro
cuarto, quizás en otra casa, pero quién respirará nuestro aire.
En qué lugar habrá una caja con fotografías
de nuestra infancia, quién preguntará cómo estás, y aguardará la respuesta. Y,
si me voy, quién recibirá mis cartas.
El vértigo absoluto de un viajero es no
tener adónde volver.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
Te has ido
porque te he
renunciado
Ahora habitarás otras
colinas
no mis muslos, mis
caderas, no mis tetas
como tierra, soy tu
ajena
como agua,
ya no hay lluvia de mí
que no te haya mojado.
*De Marcela
Lokdos.
5 *
Despierto.
Una hoja vuela
y un viento me recuerda
sonidos de la infancia.
El ronronear del gato
insiste como yo.
Anoche soñé con un hombre
y no lo encuentro a mi lado.
En otra cama,
alguien también me sueña.
Pero hace frío
y el otoño mueve las hojas
en nuestros patios.
*De Paula
Novoa. novoapaula8@gmail.com
-Poema 5 de "Otoño" en “El paso de la babosa”
(Cave Librum Editorial, 2018)
*
No olvides
la terrible belleza
del silencio
que precede al
rompimiento de una ola:
esas dos o tres
palabras calladitas en tu miedo.
Esas dos o tres
palabras verdaderas.
No olvides
de dónde nace el grito
inmóvil
que no rompe, que no
cae,
que no diste.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
EN UNA NOCHE
CON SARAH VAUGHAN*
Yo también
quise ser
el novio desconocido
de Joni Mitchell
el amante negro
que Janis Joplin amó
inconfesable
en Monterrey
poseída por el espíritu
de los hongos
y el LSD
Tuve en sueño
a Billie Holiday
por toda una noche
entre mis brazos
la escuché que sollozaba
como una niña
cuando veía los árboles
moverse de lugar
Bebí whisky
con Sarah Vaughan
en un pequeño club
de las afueras
de Newport, Rhode Island
pero mis fantasías
y fantasmas durmieron
en los labios
de Anita O’Day
todas las noches
Yo también
quise ser
el novio desconocido
de Joni Mitchell
Joan Baez
Patti Smith
y de todas esas mujeres
que cantaron
la alegría
la angustia y el dolor
de muchas otras
*De Daniel
Montoly.
*
A veces el silencio es
una continuidad y se puede tocar. Hay silencios finos, suaves, silencios
gruesos, rugosos, silencios agudos, metálicos, y silencios a punto del salto
como las fieras.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Historia en el
bar*
"Cubre la memoria
de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"
Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-
El hombre que encuentro en el bar se llama
Emilio, sabe de mi interés por escribir sobre la estación María Lucila del
Midland. Dice que va a contarme de su historia personal que sin dudas tiene
relación con la antigua estación de trenes. Le aviso que no logro escribir
razonablemente bien y más aún, mi escritura empeora con el tiempo.
-No importa, vengo a contarle esto porque
necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono de súplica.
-Y porque a mí me duele tanto el pasado que
necesito contarlo a quien tenga un rato para escuchar.
Lo que sigue es el relato del hombre, dos
horas y media sentados, con tres cafés cortados de por medio que quiso invitarme
sí o sí. -Me ofende si no me permite pagar - dijo para terminar con mi
resistencia.
En la estación María Lucila trabajaba su
abuelo. Su madre nació allí y la llamaron María
Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su
abuelo era su vivienda.
Pasó en el pequeño pueblo sus primeros
años, luego de la nacionalización cuando el Midland paso a ser parte del
ferrocarril Belgrano, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación
hasta que se jubiló.
Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia
y juventud radicada en Avellaneda.
Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik,
cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en
tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi madre.
El hombre me muestra una foto con dos
jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se
observa una estación típica del Midland, pero es posible ver el lugar donde se
colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse “con Florita
Pizarnik, María Lucila, enero del '53.”
Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre.
Igualita a las chicas que dibujaba Divito.
Por alguna cuestión que desconozco lo único
perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su
verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.
(….)
Se equivocaron ella y mi padre en casarse.
Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron
lástima -vaya uno a saber-, o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que
los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.
Usted sabe que todo, absolutamente todo en
el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas
percepciones incómodas.
Creo que mi padre pensó que la iba a
cambiar, no hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.
Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da
espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie
puede cambiar al otro -ni a sí mismo-, según parece.
La angustia de mi madre le impedía
conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los
acontecimientos que te van marcando en la vida.
Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3
años. Dejo una carta.
Mi padre después de leerla ni intento
buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.
Un día nos presentó a su nueva mujer: Ella
es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.
Natalia nos crio y malcrió lo mejor que
pudo.
Mi hermano creció, estudio ingeniería
electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene
mujer e hijos americanos. Un auto y vacaciones.
Mi padre tenía 70 años cuando falleció, era
8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21 años. Antes de enfermar,
me invito a charlar en un bar.
Sin que se lo pidiera dejo su consejo: -A
los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un hombre o un marido. Te
recomiendo que seas un hombre...
Creo que le he fallado, no logre ni ser un
marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra
mi padre con un tono cercano a lo sagrado.
*
De mi madre, quedaron casi todas las
preguntas sin respuesta.
Nunca sabré si volvió a ver a su amiga
Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.
Un abismo de treinta años de silencio.
La tía Eugenia -hermana menor de mi madre-
logró encontrarla meses antes de su muerte.
Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a
María Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se
llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz
eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de
la estación no había nadie cerca.
Allí vivía mi madre. ya envejecida
prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos
pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros -muchos en jaulas- otros que venían
a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz
según lo que tuviera.
No sabía nada del mundo, ni siquiera quien
era el presidente de turno, no tenía radio ni televisión.
¿Sabe cuál era una de sus costumbres?
Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los
niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de
tierra hasta que eran manchas blancas.
(….)
Sabía del suicidio de Alejandra. Le dolía
como si hubiera pasado apenas unos días atrás:
"Pobre Florita,
repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo
porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le
diría a nadie donde estaba ni como vivía.
*
Un día llegó lo que rescato la tía Eugenia:
viejas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia
clínica que le dieron en el hospital donde se leen sufrimientos. Poco para un
enigma de 30 años.
El hombre vuelve a abrir el libro que
heredó de su madre y lee otra frase de Pizarnik remarcada con birome azul:
"Como una niña de
tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"
Así me siento, así me sentí siempre,
-escribe al costado mamá- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí
puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.
Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia
una servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal
caigan sobre el pocillo de café.
Al rato nos despedimos con un abrazo.
Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia de las que
he podido escribir son de gente feliz.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
Próxima estación por
antiguo ferrocarril Midland:
LIBERTAD.
-Final del recorrido
literario por el Ferrocarril Midland-
En Libertad,
la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura
literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven-
hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el
tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez
del Compañía General Buenos Aires hasta la estación Sáenz.
Queda renovada la invitación a participar
en las últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no se
detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido
del Provincial. El cierre del Midland se acompañará en sucesivas ediciones con
escritos de los amigos que han participado en esta hermosa aventura.
InventivaSocial
Plaza virtual de
escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
Blog histórico &
archivo:
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https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL
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