sábado, octubre 15, 2022

LOS SERES DIÁFANOS

 


*Dibujo de Mónica Russomanno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Cortada la caléndula,

su tallo se hunde en el agua del vaso.

Es simple la belleza:

hay pétalos naranjas sobre un botón oscuro.

Parece viva.

Mirá: es de noche y la flor

se cierra sobre sí

como si hubiera caído el sol del atardecer

sobre la planta toda.

Pienso: hay algo que las dos

tenemos en común:

tampoco ella supo

llevar su cuerpo al lugar de los muertos.

Y acá está, sobre mi mesa de luz.

Mañana se abrirá otra vez,

como si de verdad siguiese viva.

Y se abrirá espléndida,

igual que lo hizo ayer.

Lleva tres días haciéndolo.

Llevo tres días observándola.

Ah, quién pudiera torcer así la muerte.

Ignorar el corte, por feroz que haya sido.

Desconocer la lógica.

Celebrar de algún modo.

Continuar sensible al paso de la luz,

y arremeter el día

como lo hacen los seres diáfanos.

 

 

*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com

 (De "Final francés".)

 

-Valeria (Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)

-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar", Editorial AqL (2021).

-Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, con su libro "Zarmina".

-Coordina MOJITO, taller y clínica virtual/presencial de poesía y el "Ciclo de poesía en Bella Vista".

-Administra el blog de difusión de poesía contemporánea https://laficciondelolvido.blogspot.com.ar

-Su blog personal es https://tantotequeria.blogspot.com

 

 

 

 





 

La extraña*

 

 

*De Sergio Borao LLop. sbllop@gmail.com

http://sergioborao2011.blogspot.com.ar/

 

 

Después de tantos meses, el paseo vespertino era una rutina más, un invariable deambular por las calles del barrio y los parques cercanos.

La costumbre traza itinerarios. Así, aunque uno se dejase ir al azar, los propios pasos se amoldaban a la monotonía grisácea de las aceras y conducían siempre a los mismos destinos, a idénticos regresos.

Salvo esporádicos encuentros con algún vecino o intrascendentes conversaciones accidentales, nunca sucedía nada.

Pero esa tarde de martes —lo mismo podría haber sido viernes o domingo; así de plano era mi horizonte por esa época— hubo un cambio. Como tantos otros días a lo largo del tedioso e inacabable periodo de convalecencia, yo había salido a caminar por el barrio. Ya de vuelta, intentaba introducir la llave en la puerta para entrar en el viejo edificio donde vivía, cuando vi a la chica. Algo en ella me llamó la atención, y por eso me quedé mirándola, con cierta curiosidad.

Cuando llegó a mi lado, se quedó allí parada, como esperando que terminase de abrir de una vez la puerta para poder entrar en el patio. Así lo hice, invitándola con un gesto a franquear el umbral, cosa que hizo con bastante celeridad y sin el mínimo sonido, como si estuviese formada de brumas o de la intangible esencia de los sueños. Luego, se demoró un poco junto a los buzones, aunque sin abrir ninguno de ellos. Por un momento, pensé que tal vez fuese una repartidora de publicidad, aunque deseché tal idea al observar que no llevaba un solo papel en las manos. 

Pasé junto a ella, musitando un sordo «hasta luego» que no recibió respuesta (cosa harto común en este inicio del XXI) y comencé a subir los cuarenta y ocho escalones que me separaban de mi casa, de la temible e inquebrantable soledad tan arduamente edificada a lo largo de los últimos diez años.

No tardé en percibir sus pasos leves, indecisos, a mi espalda. Cada vez más convencido de que ella no pertenecía al edificio, temí que me hubiese venido siguiendo, que tratase de robarme (unos días atrás le había sucedido algo así a una vecina del segundo) pero ese pensamiento me resultó absurdo. La chica era delgada y no muy alta. Calculé que no pesaría más de cincuenta o cincuenta y cinco kilos. Resultaba difícil pensar en ella empuñando una navaja o una jeringuilla.

Deseché tal visión y seguí subiendo con lentitud, con esa lentitud que da el cansancio, ese cansancio nacido de la repetición infinita de los actos cotidianos. Cuando por fin llegué junto a la puerta de mi casa, ella también se detuvo, detrás de mí, a menos de un metro de distancia, mirando al suelo y en silencio.

Me sentí incómodo. No sabía si meter la llave en la cerradura o dar media vuelta y bajar de nuevo los cuarenta y ocho escalones; o quizá encararme con ella y preguntarle por el significado de su persecución o de su estancia allí. Ninguna opción me satisfizo. Tenía la certeza de errar, independientemente de lo que finalmente decidiese hacer.

Muy despacio, esperando que fuese ella quien se viese obligada a tomar una u otra decisión, metí la mano en el bolsillo del pantalón y demoré unos segundos infinitos en encontrar el llavero. Luego, con una casi ceremoniosa parsimonia, seleccioné la llave indicada y la introduje en la cerradura, girándola dos veces y abriendo finalmente la puerta, sin prisa, con aparente calma (pero mis entrañas eran un campo de batalla, un entrechocar de sensaciones contrapuestas sin solución posible).

Cuando ya estaba en el interior de mi vivienda, me giré un poco para comprobar su reacción. Seguía allí, al otro lado del umbral, inmóvil, mirándome con esos ojos verdes, profundos, como esperando una invitación (me recordó, no sé por qué, esas historias de vampiros, en las que el vampiro no puede entrar en una casa sin el correspondiente permiso del que la habita).

Más su mirada no albergaba un ruego, ni una pregunta. Nada. Sus ojos eran un remanso de aguas tranquilas. Como si su presencia allí afuera, justo al otro lado de la puerta, fuese lo más natural del mundo.

Imposible precisar el tiempo que duró esa escena. Yo la miraba, interrogándola con los ojos, sin cesar de hacer difíciles conjeturas acerca de sus motivos, esperando que dijese algo, tratando de convencerme de la conveniencia de cerrar la puerta y dejarla allí con su insoportable silencio y su corta melena rubia y el misterio abisal de sus pupilas que no cesaban de mirarme. Ella sólo aguardaba un gesto.

Lo malo de tomar decisiones es que siempre hay que elegir un camino y desechar todos los demás. Uno nunca sabe qué hubiera pasado de haber hecho otra cosa. Resulta frustrante la sospecha de haber elegido la peor opción. Por eso, no cerré la puerta, pero tampoco la invité a pasar. Di media vuelta, me adentré en el recibidor y dejé que fuese ella quien se viese obligada a decidir.

No dudó ni un instante. De reojo, comprobé que, desde el interior, cerraba tras de sí con mucha delicadeza, como tratando de evitar el mínimo ruido. Sonreí.

 

*Fuente: https://margencero.es/BIBLIO/relatos3/extrana.htm

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Si en cada cicatriz me apoyaran

un tallo

con su flor silvestre,

manzanillas, verbenas,

malvas,

dientes de león,

tréboles blancos,

nadie vería la belleza

de este cuerpo roto

que resiste.

 

 

*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com

 

 

 

 

 

 


 

 

 

Puede ser que no existas, *

 

 

que la maleza se plante viva

como una herida abierta

que no rezuma voces ni pasados.

Puede ser que tu voz

sea un eco de la noche,

un caparazón que esconde otoños

hasta rehacerlos en verde.

 

Puede ser que existas,

y que no te haya visto

preocupado como estoy

por la palabra,

que mis manos

no sepan moldear

la arcilla de los dioses,

 

y entonces te dibujen

con un lápiz infantil,

casi jugando

preguntándote si eres

o si sueñas que eres.

 

*De Jorge Santkovsky. jsantkovsky@go.org.ar

-De su libro “La incomodidad”

Huesos de jibia. 2015

 

 

 

 

 

 



 

 

*

 

 

Por las galerías entraba el sol.

Dejaba su lamento último en las tardes,

cuando los hijos

llegados de la escuela

desplegaban los juegos sobre el piso.

Mi mano en el oficio de ser madre

aún no escribía.

Repasaba una y otra vez

las labores del linaje:

lavar la tarde,

sostener en alto los broches de la siesta.

Todo era pequeño entonces:

el sol, la casa, los niños apretados en la luz,

las blandas alegrías que plantamos

para que florecieran blancas

en el porche.

La felicidad era pequeña, también,

brillante como una piedra bajo el agua.

Siempre ir a buscarla

fue una fiesta.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018). El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)-

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INOCENCIA*

 

 

Él siempre ha habitado el bosque. Este bosque. Este bosque que es, precisamente, lo que la palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.

Ha deambulado largamente por la foresta frondosa de gacelas de patas temblorosas y de almendrados ojos titilantes; ha transitado los senderos de pájaros de plumaje fantástico. Ha visto virar las hojas desde el espléndido verde al rojo ígneo, en atardeceres que fueron ocasos y también otoños de ardiente puesta del día.

Solo es. La dulzura del aire se ofrece a sus pulmones limpios, la soledad no es una jaula estrecha. La soledad es este bosque interminable que se ofrece en sonidos y en imágenes de sólida belleza, intacta belleza. Cada día es el primer día. La lluvia limpia el universo cada vez.

No conoce la pérdida del acostumbramiento. Cada erguido árbol, cada arbusto retorcido le brinda nuevos deleites en insectos que danzan el aire, en frutos de esférica alegría, en tiernas raicillas que dibujan evanescentes formas fundidas a la perfecta simetría de las telas de araña.

Ah la alegría de las gotas de rocío capturando la primera luz, la última luz.

Solo es. La soledad no le aferra el pecho, no estrecha sus costillas. La soledad no lo abraza con su estrangulamiento de enredadera. No sabe que está solo, y ello lo mantiene salvo de su oscuro veneno.

Siente el gozo de la tierra debajo y del firmamento curvo que dibujan su mundo de capullo cóncavo.

Solo es. Nada lo requiere con premura. Puede demorarse y fluir, puede transcurrir mansamente. Nada lo inquieta.

El ojo de agua en la espesura espeja el mundo. Mira la superficie y se ve a sí mismo como si no se viera. La presencia del otro no lo inquieta. Ve su imagen y es su imagen. No existe la obligación de hallar compañía en el espejo, no lo aferra la bíblica promesa, la bíblica maldición del apareamiento. Solo es.

Único y completo, solo es.

En su universo habita hasta ahora. Este ahora que le ofrece una muchacha casi niña entredormida, entrevista, entresoñada en su lecho de trébol húmedo.

Súbitamente una muchacha casi niña, ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita muchacha entrevista, entredormida, entresoñada.

Súbita muchacha en el lecho de trébol húmedo.

Jóvenes brazos de luna nueva, blancas curvas, tierna postura sedente.

El bosque expone el secreto de la niña clara, aliento de helecho matutino, escultura blanda. De pronto el bosque expone su secreto.

Es la doncella florida, la arcilla dócil, la forma exacta. De pronto el bosque halla su expresión en una criatura que lo resume.

Se acerca con pasos breves.

La recorre tocándola con la mirada, y allí están los anocheceres oscuros, las promesas de la fronda susurrante, la convergencia de los caminos y las aves aleteantes. Todo en ella está. Cada gesto suave de los largos tallos ondulados, cada aroma de fruta madura. Todo en ella se manifiesta.

El bosque es esta figura extendida, y lo contiene como un minúsculo camafeo.

Se acerca con pasos breves. Descansa la cabeza en el regazo de miel y nido. Siente por primera vez que ha estado solo, siente que esta niña le falta, que la añora desde ahora, cuando su cabeza reposa en un estrecho contacto que ya es separación y lejanía.

Ha recibido la amarga revelación de que él es un ser entre los seres, la demorada maldición de saber su individualidad. La condenación lo alcanza en este instante en que ya no es el bosque sino que increíble, atrozmente está en el bosque.

Decir que los hombres mataron al unicornio es acaso un agregado innecesario.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

Descanso*

 

 

En esta calma que precede al amanecer

dan ganas de abandonarse a la muerte,

antes de la brutal llegada de la realidad

vacía, de que renazca la voluntad inútil,

las cansadoras y estériles persecuciones,

la abrumadora deslealtad de los deseos;

pero, ahora, en esta suave somnolencia,

ya aligerado de la rumia de cada ocaso,

leve como el agua que lame las piedras,

qué saludable y apropiado sería no ser,

detener el tiempo y hundirse en la nada.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

12/10/2022

 

 

 

 

 


 


 

 

FLORECIDO*

 

 

La había arrancado de su vida como se arranca a un yuyo indeseable del jardín. Con la misma brutalidad en el tirón, tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada. Al otro día, justo al otro día. Plantó en su lecho a una muchacha bella como una azalea. Ella se marchó prontamente sin echar raíces en su vida.

No se quedó quieto. Siguió plantando mujeres que se marchitaban antes del amanecer. Nadie pudo crecer ni florecer. Su vida era un jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.

Hasta que percibió esos movimientos adentro. Esos pujos que sintió por todo su cuerpo que se ramificaban de noche a día con la velocidad implacable de la naturaleza. Eran la luz y esa tibieza que anuncian una primavera cercana.

El hombre vio su rostro a la siguiente mañana en el espejo. Comprendió lo que sucedía. No había logrado extirpar bien las raíces.

Los brotes se abrían paso por sus poros a punto de estallar en flor.

 

-Pidió que sean al color de aquellos ojos.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Es cierto que el arte es un comentario intenso sobre el mundo y que en el fondo lo es sobre esa lastimadura que está en nuestro fondo más íntimo y que ya nos arropamos con ella como si nos protegiera. El mundo es esa lastimadura, disfrazada de imágenes. No hay otra cosa.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com



 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Estación Carlos Beguerie*

 

Es imposible acercarse a la temática de los trenes sin adentrarse en la zona de niebla, en ese polvo que nunca termina de asentarse, como en los altillos habitados por fantasmas, o recuerdos, que no es lo mismo pero funcionan con los mismos engranajes de dientes desparejos.

Es un territorio de tristeza y añoranza. Pende alguna campana de bronce, una señal de hierro ya no anuncia el paso de ninguna formación, se han detenido los relojes de esferas blancas. Es un lugar donde todo el año es otoño, donde el pasado fue mejor, donde el futuro sólo es un rizo de pelo castaño que seguirá enmoheciéndose en un relicario.

Fue otro el momento de desafiar a los ingleses, de armar un entramado de vías que sacaran las ciruelas, la leche, los duraznos. Se quejaban entonces del suelo inundable, pero allá iban los trabajadores golondrina cargados de hijos, allá crecían escuelas, y el país se iba construyendo saludable y joven.

Después fueron las clausuras, un breve resucitar y la muerte definitiva. Pero antes de eso, en la época de gloria, hubo un hombre de gorra, alpargatas y ojos transparentes que llegó a Carlos Beguerie y se afincó cerca de la estación. Amaba los trenes y alquiló una pieza desde donde le llegasen los ruidos de vías y silbatos. 

El hombre era italiano, tenía cabello de bronce y era joven. No había llegado a hacerse la América; apenas quería lograr una casita donde volver por las noches, con dos o tres hijos y una señora de manos olorosas a cebolla. Pietro vio que en el pueblo las casas eran de ladrillos, y puesto a trabajar se ofreció de albañil. Venía de viejos pueblos con torres de piedra, nada sabía de plomadas ni de fratachos, por lo que después de varios fracasos nadie volvió a llamarlo.

Puesto a observar, vio Pietro que la gente comía queso, por lo que compró leche y se puso a fabricar queso como en la casa de su padre. Más o menos algo hizo, pero era muy caro, y la gente de Beguerie hacía excelentes quesos criollos a menor precio, ya que tenían sus propias vacas.

En fin, que Pietro con su ilusión intacta emprendía, uno tras otro, trabajos que lo dejaban con menos ahorros. Se preguntaba por qué no le daba resultado hacer lo que otros habían hecho, sin darse cuenta de que ese era el problema. Insistía el pobre con voluntad y falta de juicio, rodeado por una nube de pajaritos que revoloteaban alrededor de su cabeza soñadora.

Fue por entonces, en 1961, que cerraron el ferrocarril, y todos los que antes prosperaban fueron levantando familia y posesiones para buscar otros horizontes. Pietro se quedó, ya en la indigencia, realizando trabajos humildes como peón en los campos aledaños. Recuerdo que alguna vez durmió sobre trapos en el andén abandonado, y entre sueños seguía pensando en inventar todas las cosas que ya estaban inventadas. Afiebrado, en una ocasión trataba de convencer a un paraguayo de las bondades de una caña hueca con agujeritos para tomar una infusión caliente a base de yerba mate, y otra vez se preocupó en apalabrar a un tendero para que se asociara a fin de confeccionar prendas de tela o lana con un agujero en el medio. El tendero le seguía la corriente, y le sugirió llamar a ese abrigo con un mote pintoresco, quizás decirle poncho.

A Pietro finalmente le salió novia y familia, porque esas cosas se daban, y a pesar de todo tuvo su casita y sus guisos con cebolla, pese a sus fallidos intentos de inventar lo que ya existe. Era 1961 cuando cerró el ferrocarril, cuando Pietro pudo salir adelante con sus ojos alelados y la torpeza sobre sus hombros. Era temprano, todavía estábamos en la mañana de nuestra historia. Todavía la estación tenía los archivos con sus fichas y los tinteros con su tinta olorosa, aún se sentía la posibilidad de una resurrección. Todavía no habían levantado las vías y los futuros de los Pietros no se habían hecho inviables.

Hoy la estación, encharcada en su territorio sin trenes, está muerta. Hoy a los hombres sin cobijo difícilmente les brota una familia. Los pajaritos trinan en los árboles, indiferentes.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 


-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

 

-Próxima estación:

 

FUNKE.

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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