*Dibujo de Mónica Russomanno.
*
Cortada la caléndula,
su tallo se hunde en
el agua del vaso.
Es simple la belleza:
hay pétalos naranjas
sobre un botón oscuro.
Parece viva.
Mirá: es de noche y la
flor
se cierra sobre sí
como si hubiera caído
el sol del atardecer
sobre la planta toda.
Pienso: hay algo que
las dos
tenemos en común:
tampoco ella supo
llevar su cuerpo al
lugar de los muertos.
Y acá está, sobre mi
mesa de luz.
Mañana se abrirá otra
vez,
como si de verdad
siguiese viva.
Y se abrirá
espléndida,
igual que lo hizo
ayer.
Lleva tres días
haciéndolo.
Llevo tres días
observándola.
Ah, quién pudiera
torcer así la muerte.
Ignorar el corte, por
feroz que haya sido.
Desconocer la lógica.
Celebrar de algún
modo.
Continuar sensible al
paso de la luz,
y arremeter el día
como lo hacen los
seres diáfanos.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
(De "Final francés".)
-Valeria
(Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar"
Ediciones AqL (2012), "Paula levanta
la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015),
"Del otro lado de la noche" (2015)
Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de
proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas
(2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina,
Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores
para no regar", Editorial AqL (2021).
-Primer Premio del Concurso de Letras,
categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, con su libro "Zarmina".
-Coordina MOJITO, taller y clínica
virtual/presencial de poesía y el "Ciclo de poesía en Bella Vista".
-Administra el blog de difusión de poesía
contemporánea https://laficciondelolvido.blogspot.com.ar
-Su blog personal es
https://tantotequeria.blogspot.com
La extraña*
*De Sergio
Borao LLop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com.ar/
Después de tantos meses, el paseo
vespertino era una rutina más, un invariable deambular por las calles del
barrio y los parques cercanos.
La costumbre traza itinerarios. Así, aunque
uno se dejase ir al azar, los propios pasos se amoldaban a la monotonía
grisácea de las aceras y conducían siempre a los mismos destinos, a idénticos
regresos.
Salvo esporádicos encuentros con algún
vecino o intrascendentes conversaciones accidentales, nunca sucedía nada.
Pero esa tarde de martes —lo mismo podría
haber sido viernes o domingo; así de plano era mi horizonte por esa época— hubo
un cambio. Como tantos otros días a lo largo del tedioso e inacabable periodo
de convalecencia, yo había salido a caminar por el barrio. Ya de vuelta,
intentaba introducir la llave en la puerta para entrar en el viejo edificio
donde vivía, cuando vi a la chica. Algo en ella me llamó la atención, y por eso
me quedé mirándola, con cierta curiosidad.
Cuando llegó a mi lado, se quedó allí parada, como esperando que terminase de abrir de una vez la puerta para poder entrar en el patio. Así lo hice, invitándola con un gesto a franquear el umbral, cosa que hizo con bastante celeridad y sin el mínimo sonido, como si estuviese formada de brumas o de la intangible esencia de los sueños. Luego, se demoró un poco junto a los buzones, aunque sin abrir ninguno de ellos. Por un momento, pensé que tal vez fuese una repartidora de publicidad, aunque deseché tal idea al observar que no llevaba un solo papel en las manos.
Pasé junto a ella, musitando un sordo
«hasta luego» que no recibió respuesta (cosa harto común en este inicio del
XXI) y comencé a subir los cuarenta y ocho escalones que me separaban de mi
casa, de la temible e inquebrantable soledad tan arduamente edificada a lo largo
de los últimos diez años.
No tardé en percibir sus pasos leves,
indecisos, a mi espalda. Cada vez más convencido de que ella no pertenecía al
edificio, temí que me hubiese venido siguiendo, que tratase de robarme (unos
días atrás le había sucedido algo así a una vecina del segundo) pero ese
pensamiento me resultó absurdo. La chica era delgada y no muy alta. Calculé que
no pesaría más de cincuenta o cincuenta y cinco kilos. Resultaba difícil pensar
en ella empuñando una navaja o una jeringuilla.
Deseché tal visión y seguí subiendo con
lentitud, con esa lentitud que da el cansancio, ese cansancio nacido de la
repetición infinita de los actos cotidianos. Cuando por fin llegué junto a la
puerta de mi casa, ella también se detuvo, detrás de mí, a menos de un metro de
distancia, mirando al suelo y en silencio.
Me sentí incómodo. No sabía si meter la
llave en la cerradura o dar media vuelta y bajar de nuevo los cuarenta y ocho
escalones; o quizá encararme con ella y preguntarle por el significado de su
persecución o de su estancia allí. Ninguna opción me satisfizo. Tenía la
certeza de errar, independientemente de lo que finalmente decidiese hacer.
Muy despacio, esperando que fuese ella
quien se viese obligada a tomar una u otra decisión, metí la mano en el
bolsillo del pantalón y demoré unos segundos infinitos en encontrar el llavero.
Luego, con una casi ceremoniosa parsimonia, seleccioné la llave indicada y la
introduje en la cerradura, girándola dos veces y abriendo finalmente la puerta,
sin prisa, con aparente calma (pero mis entrañas eran un campo de batalla, un
entrechocar de sensaciones contrapuestas sin solución posible).
Cuando ya estaba en el interior de mi
vivienda, me giré un poco para comprobar su reacción. Seguía allí, al otro lado
del umbral, inmóvil, mirándome con esos ojos verdes, profundos, como esperando
una invitación (me recordó, no sé por qué, esas historias de vampiros, en las
que el vampiro no puede entrar en una casa sin el correspondiente permiso del
que la habita).
Más su mirada no albergaba un ruego, ni una
pregunta. Nada. Sus ojos eran un remanso de aguas tranquilas. Como si su
presencia allí afuera, justo al otro lado de la puerta, fuese lo más natural
del mundo.
Imposible precisar el tiempo que duró esa
escena. Yo la miraba, interrogándola con los ojos, sin cesar de hacer difíciles
conjeturas acerca de sus motivos, esperando que dijese algo, tratando de
convencerme de la conveniencia de cerrar la puerta y dejarla allí con su
insoportable silencio y su corta melena rubia y el misterio abisal de sus
pupilas que no cesaban de mirarme. Ella sólo aguardaba un gesto.
Lo malo de tomar decisiones es que siempre
hay que elegir un camino y desechar todos los demás. Uno nunca sabe qué hubiera
pasado de haber hecho otra cosa. Resulta frustrante la sospecha de haber
elegido la peor opción. Por eso, no cerré la puerta, pero tampoco la invité a
pasar. Di media vuelta, me adentré en el recibidor y dejé que fuese ella quien
se viese obligada a decidir.
No dudó ni un instante. De reojo, comprobé que,
desde el interior, cerraba tras de sí con mucha delicadeza, como tratando de
evitar el mínimo ruido. Sonreí.
*Fuente: https://margencero.es/BIBLIO/relatos3/extrana.htm
*
Si en cada cicatriz me
apoyaran
un tallo
con su flor silvestre,
manzanillas, verbenas,
malvas,
dientes de león,
tréboles blancos,
nadie vería la belleza
de este cuerpo roto
que resiste.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
Puede ser que
no existas, *
que la maleza se plante viva
como una herida abierta
que no rezuma voces ni pasados.
Puede ser que tu voz
sea un eco de la noche,
un caparazón que esconde otoños
hasta rehacerlos en verde.
Puede ser que existas,
y que no te haya visto
preocupado como estoy
por la palabra,
que mis manos
no sepan moldear
la arcilla de los dioses,
y entonces te dibujen
con un lápiz infantil,
casi jugando
preguntándote si eres
o si sueñas que eres.
*De Jorge
Santkovsky. jsantkovsky@go.org.ar
-De su libro “La incomodidad”
Huesos de jibia. 2015
*
Por las galerías
entraba el sol.
Dejaba su lamento
último en las tardes,
cuando los hijos
llegados de la escuela
desplegaban los juegos
sobre el piso.
Mi mano en el oficio
de ser madre
aún no escribía.
Repasaba una y otra
vez
las labores del
linaje:
lavar la tarde,
sostener en alto los
broches de la siesta.
Todo era pequeño
entonces:
el sol, la casa, los
niños apretados en la luz,
las blandas alegrías
que plantamos
para que florecieran
blancas
en el porche.
La felicidad era
pequeña, también,
brillante como una
piedra bajo el agua.
Siempre ir a buscarla
fue una fiesta.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City
Bell. Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El
Mensú, 2015) La hija del pescador
(La Magdalena, 2016). Piedras de colores (Proyecto Hybris
2018). El orden del agua, GPU
Ediciones (2019)
-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)-
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
INOCENCIA*
Él siempre ha habitado el bosque. Este
bosque. Este bosque que es, precisamente, lo que la palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.
Ha deambulado largamente por la foresta
frondosa de gacelas de patas temblorosas y de almendrados ojos titilantes; ha
transitado los senderos de pájaros de plumaje fantástico. Ha visto virar las
hojas desde el espléndido verde al rojo ígneo, en atardeceres que fueron ocasos
y también otoños de ardiente puesta del día.
Solo es. La dulzura del aire se ofrece a
sus pulmones limpios, la soledad no es una jaula estrecha. La soledad es este
bosque interminable que se ofrece en sonidos y en imágenes de sólida belleza,
intacta belleza. Cada día es el primer día. La lluvia limpia el universo cada
vez.
No conoce la pérdida del acostumbramiento.
Cada erguido árbol, cada arbusto retorcido le brinda nuevos deleites en
insectos que danzan el aire, en frutos de esférica alegría, en tiernas
raicillas que dibujan evanescentes formas fundidas a la perfecta simetría de
las telas de araña.
Ah la alegría de las gotas de rocío
capturando la primera luz, la última luz.
Solo es. La soledad no le aferra el pecho,
no estrecha sus costillas. La soledad no lo abraza con su estrangulamiento de
enredadera. No sabe que está solo, y ello lo mantiene salvo de su oscuro
veneno.
Siente el gozo de la tierra debajo y del
firmamento curvo que dibujan su mundo de capullo cóncavo.
Solo es. Nada lo requiere con premura.
Puede demorarse y fluir, puede transcurrir mansamente. Nada lo inquieta.
El ojo de agua en la espesura espeja el
mundo. Mira la superficie y se ve a sí mismo como si no se viera. La presencia
del otro no lo inquieta. Ve su imagen y es su imagen. No existe la obligación
de hallar compañía en el espejo, no lo aferra la bíblica promesa, la bíblica
maldición del apareamiento. Solo es.
Único y completo, solo es.
En su universo habita hasta ahora. Este
ahora que le ofrece una muchacha casi niña entredormida, entrevista,
entresoñada en su lecho de trébol húmedo.
Súbitamente una muchacha casi niña,
ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita muchacha entrevista,
entredormida, entresoñada.
Súbita muchacha en el lecho de trébol
húmedo.
Jóvenes brazos de luna nueva, blancas
curvas, tierna postura sedente.
El bosque expone el secreto de la niña
clara, aliento de helecho matutino, escultura blanda. De pronto el bosque
expone su secreto.
Es la doncella florida, la arcilla dócil,
la forma exacta. De pronto el bosque halla su expresión en una criatura que lo
resume.
Se acerca con pasos breves.
La recorre tocándola con la mirada, y allí
están los anocheceres oscuros, las promesas de la fronda susurrante, la
convergencia de los caminos y las aves aleteantes. Todo en ella está. Cada
gesto suave de los largos tallos ondulados, cada aroma de fruta madura. Todo en
ella se manifiesta.
El bosque es esta figura extendida, y lo
contiene como un minúsculo camafeo.
Se acerca con pasos breves. Descansa la
cabeza en el regazo de miel y nido. Siente por primera vez que ha estado solo,
siente que esta niña le falta, que la añora desde ahora, cuando su cabeza
reposa en un estrecho contacto que ya es separación y lejanía.
Ha recibido la amarga revelación de que él
es un ser entre los seres, la demorada maldición de saber su individualidad. La
condenación lo alcanza en este instante en que ya no es el bosque sino que
increíble, atrozmente está en el bosque.
Decir que los hombres mataron al unicornio
es acaso un agregado innecesario.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Descanso*
En esta calma que precede al amanecer
dan ganas de abandonarse a la muerte,
antes de la brutal llegada de la realidad
vacía, de que renazca la voluntad inútil,
las cansadoras y estériles persecuciones,
la abrumadora deslealtad de los deseos;
pero, ahora, en esta suave somnolencia,
ya aligerado de la rumia de cada ocaso,
leve como el agua que lame las piedras,
qué saludable y apropiado sería no ser,
detener el tiempo y hundirse en la nada.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
12/10/2022
FLORECIDO*
La había arrancado de su vida como se
arranca a un yuyo indeseable del jardín. Con la misma brutalidad en el tirón,
tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada. Al otro día, justo al
otro día. Plantó en su lecho a una muchacha bella como una azalea. Ella se
marchó prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedó quieto. Siguió plantando
mujeres que se marchitaban antes del amanecer. Nadie pudo crecer ni florecer.
Su vida era un jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que percibió esos movimientos
adentro. Esos pujos que sintió por todo su cuerpo que se ramificaban de noche a
día con la velocidad implacable de la naturaleza. Eran la luz y esa tibieza que
anuncian una primavera cercana.
El hombre vio su rostro a la siguiente
mañana en el espejo. Comprendió lo que sucedía. No había logrado extirpar bien
las raíces.
Los brotes se abrían paso por sus poros a
punto de estallar en flor.
-Pidió que sean al
color de aquellos ojos.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
*
Es cierto que el arte
es un comentario intenso sobre el mundo y que en el fondo lo es sobre esa
lastimadura que está en nuestro fondo más íntimo y que ya nos arropamos con
ella como si nos protegiera. El mundo es esa lastimadura, disfrazada de
imágenes. No hay otra cosa.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Estación Carlos
Beguerie*
Es imposible acercarse a la temática de los
trenes sin adentrarse en la zona de niebla, en ese polvo que nunca termina de
asentarse, como en los altillos habitados por fantasmas, o recuerdos, que no es
lo mismo pero funcionan con los mismos engranajes de dientes desparejos.
Es un territorio de tristeza y añoranza.
Pende alguna campana de bronce, una señal de hierro ya no anuncia el paso de
ninguna formación, se han detenido los relojes de esferas blancas. Es un lugar
donde todo el año es otoño, donde el pasado fue mejor, donde el futuro sólo es
un rizo de pelo castaño que seguirá enmoheciéndose en un relicario.
Fue otro el momento de desafiar a los
ingleses, de armar un entramado de vías que sacaran las ciruelas, la leche, los
duraznos. Se quejaban entonces del suelo inundable, pero allá iban los
trabajadores golondrina cargados de hijos, allá crecían escuelas, y el país se
iba construyendo saludable y joven.
Después fueron las clausuras, un breve resucitar y la muerte definitiva. Pero antes de eso, en la época de gloria, hubo un hombre de gorra, alpargatas y ojos transparentes que llegó a Carlos Beguerie y se afincó cerca de la estación. Amaba los trenes y alquiló una pieza desde donde le llegasen los ruidos de vías y silbatos.
El hombre era italiano, tenía cabello de
bronce y era joven. No había llegado a hacerse la América; apenas quería lograr
una casita donde volver por las noches, con dos o tres hijos y una señora de
manos olorosas a cebolla. Pietro vio que en el pueblo las casas eran de
ladrillos, y puesto a trabajar se ofreció de albañil. Venía de viejos pueblos
con torres de piedra, nada sabía de plomadas ni de fratachos, por lo que
después de varios fracasos nadie volvió a llamarlo.
Puesto a observar, vio Pietro que la gente
comía queso, por lo que compró leche y se puso a fabricar queso como en la casa
de su padre. Más o menos algo hizo, pero era muy caro, y la gente de Beguerie
hacía excelentes quesos criollos a menor precio, ya que tenían sus propias
vacas.
En fin, que Pietro con su ilusión intacta
emprendía, uno tras otro, trabajos que lo dejaban con menos ahorros. Se
preguntaba por qué no le daba resultado hacer lo que otros habían hecho, sin
darse cuenta de que ese era el problema. Insistía el pobre con voluntad y falta
de juicio, rodeado por una nube de pajaritos que revoloteaban alrededor de su
cabeza soñadora.
Fue por entonces, en 1961, que cerraron el
ferrocarril, y todos los que antes prosperaban fueron levantando familia y
posesiones para buscar otros horizontes. Pietro se quedó, ya en la indigencia,
realizando trabajos humildes como peón en los campos aledaños. Recuerdo que
alguna vez durmió sobre trapos en el andén abandonado, y entre sueños seguía
pensando en inventar todas las cosas que ya estaban inventadas. Afiebrado, en
una ocasión trataba de convencer a un paraguayo de las bondades de una caña
hueca con agujeritos para tomar una infusión caliente a base de yerba mate, y
otra vez se preocupó en apalabrar a un tendero para que se asociara a fin de
confeccionar prendas de tela o lana con un agujero en el medio. El tendero le
seguía la corriente, y le sugirió llamar a ese abrigo con un mote pintoresco,
quizás decirle poncho.
A Pietro finalmente le salió novia y
familia, porque esas cosas se daban, y a pesar de todo tuvo su casita y sus
guisos con cebolla, pese a sus fallidos intentos de inventar lo que ya existe.
Era 1961 cuando cerró el ferrocarril, cuando Pietro pudo salir adelante con sus
ojos alelados y la torpeza sobre sus hombros. Era temprano, todavía estábamos
en la mañana de nuestra historia. Todavía la estación tenía los archivos con
sus fichas y los tinteros con su tinta olorosa, aún se sentía la posibilidad de
una resurrección. Todavía no habían levantado las vías y los futuros de los
Pietros no se habían hecho inviables.
Hoy la estación, encharcada en su
territorio sin trenes, está muerta. Hoy a los hombres sin cobijo difícilmente
les brota una familia. Los pajaritos trinan en los árboles, indiferentes.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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