*Obra de María Fernanda. @miatelier_mf
-Cuadro
de 70 x 60 en técnica mixta de pintura acrílica y asfáltica-
23 *
Hace frío, creo que
hace frío
son altos mis umbrales
del dolor
y sin embargo, el
desamor los ha tocado
copio lo que aprendí
de Gunda,
tan alegre, tan buena
perra:
frente al dolor
permanece inmóvil
Yo la observé:
Gunda cuando está
herida parece muerta.
Gunda no ladra, no
come,
no toma agua siquiera.
Busca asilo en la
sombra,
con la pata abre la
puerta del silencio.
Duerme mucho.
Cada tanto me mira
desde un lugar que
ambas conocemos,
y echada sobre su
manta tibia,
confía en su tiempo,
espera.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
(De "Final francés".)
-Valeria
(Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar"
Ediciones AqL (2012), "Paula levanta
la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015),
"Del otro lado de la noche"
(2015) Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares, "La
trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al
viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de
Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed.
Mascarón de proa (2020); "Flores
para no regar", Editorial AqL (2021).
- “Final
francés”, AqL ediciones, 2023
-Reseña de Final francés por Daniel Gigena:
https://www.lanacion.com.ar/ideas/resenas-final-frances-de-valeria-pariso-nid29042023/
-Coordina MOJITO, taller y clínica
virtual/presencial de poesía y el "Ciclo de poesía en Bella Vista".
-Administra el blog de difusión de poesía
contemporánea https://laficciondelolvido.blogspot.com.ar
-Su blog personal es
https://tantotequeria.blogspot.com
Las historias
atrás de nosotros*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Hay que aprender a vivir con las cosas que
no decimos. No son mentiras sino pequeñas confesiones a nosotros mismos que, al
menos en mi caso, quedan como remanentes de eventos quizás vergonzosos o que,
en su momento, fueron incómodos. Hay una especie de satisfacción cuando decides
que nadie sabrá lo que ocurrió en algún momento de tu vida. Hay, también,
egolatría al saber que eres el único poseedor de esa información intrascendente
para los demás. Estos secretos no nos vuelven locos, como le sucede al asesino
sin nombre de El corazón delator, ejemplar cuento de Edgar Allan Poe. En la
trama, los policías interrogan al sujeto que ha acabado con el viejo cuya
mirada lo trastorna. La normalidad impostada se quiebra con el latido
imaginario del corazón. Entonces, llega la paranoia: el homicida se convence
del complot y confiesa para que no siga la tortura. Los policías —llevando a la
actualidad esta idea— son mecanismos que exponen nuestros secretos —nuestras
obsesiones— para eliminar la estabilidad que nos dan en un mundo convertido en
una inmensa vitrina. Quizás nosotros comprendemos vagamente la amenaza, pero
preferimos refugiarnos en la monotonía de nuestros días. Platicamos creyendo
que somos escuchados, como el asesino con sus futuros captores, de nimiedades mientras
nos acercamos a la trampa. La resistencia es el silencio.
Recuerdo imágenes convertidas en secretos
que no tienen una historia atrás. Nunca las he descrito a nadie porque no
resguardan ninguna anécdota. Son asideros para saber qué existí en un tiempo.
Hay un parque en la Ciudad de México; una colonia con un estacionamiento
empedrado y una casa en la esquina que, según recuerdo, parecía el hogar
encantado de una dinastía misteriosa cuyos nombres ya he olvidado. Recolecto
todas esas cosas e intento darles sentido de vez en cuando. Si las verbalizo
quizás sufrirían una transformación paulatina y sin retorno. Perderían su
esencia porque tendrían sentido. Los eventos mínimos que no decimos, que no
desaparecen por causas que no entendemos, son caóticos. A veces se internan en
la ficción. La casa habitada por una dinastía misteriosa no tiene más datos y
su capacidad evocadora se basa en texturas y en algunas sensaciones
intraducibles a palabras. Si intentara, por ejemplo, describir ese lugar con
más palabras tendría que inventar nombres y fechas; tendría que diseñar una exhibición
falsa para que la luz entrara en la oscuridad que llena el recuerdo. En esta
casa los personajes serían copias exactas del asesino imaginado por Poe: gente
hablando sin parar, ofreciendo información banal para que nosotros, sus
lectores, nos distraigamos y no pensemos en ellos como asesinos que, minutos
antes, han sofocado a sus víctimas. En la historia que bosquejo, la tensión se
mantendría justamente por eso: la impostura caminando por una cuerda floja, una
palabra que se asoma, con asombro, al vacío. El ojo falsamente ciego del viejo,
es el ojo de nosotros que intentamos desbaratar la ficción a través de alguna
incoherencia. Por eso la escena es insoportable y es un acto de resistencia,
quizás heroico, para los dos bandos. Los secretos que nos guardamos son la
última morada y, quizás, en un futuro, puedan revelarse como nuestra verdadera
historia, una que defendimos sin saber muy bien por qué.
-Fuente:
https://www.capote.biz/post/las-historias-atr%C3%A1s-de-nosotros
-Alejandro
Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El
clan de los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano
Azuela) y las
novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza
(Premio Nacional de Novela Breve Amado
Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
*
Caí
como la manzana sobre
la cabeza de un ángel.
Lo supe el día que
pregunté por Dios.
Atravesé el misterio
de no reconocer
la alegría,
el dolor,
la pena,
porque todo parecía lo
mismo:
el agua parecía agua
y yo no distinguía
entre la lluvia,
el mar, las lágrimas, un lago;
el frío parecía frío,
y era lo mismo la
nieve, la ausencia,
el silencio.
Ah, cuidado, me dije,
en el desconcierto
anida un ave rapaz
y me desmayé antes de
ser valiente.
Más de una vez, me
levanté
como se levantan los
frutos del suelo:
necesité una mano.
Si hago memoria
muchas veces en mi
vida
me encontré
como si hubiese visto
una buena película
francesa:
al final,
quedo muda,
quieta en mi silla,
desconcertada,
hasta que logro
juntar coraje
y ponerme de pie
sin entender del todo
qué fue lo que pasó.
*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com
(De
"Final francés".)
7.56 de la
mañana *
Nada cambiaría por este instante de
silencio. Me habla el agua saliendo de la canilla y la cafetera calentando un
ámbar negro y desolado. La soledad de los dedos es como una vorágine mojada
cayendo desde la cueva del silencio. Un circulo abierto a los sonidos y a los
ruidos. Pisadas y desencuentros que no quieren encontrarse.
He elegido la pérdida y la disfruto.
Cansada del hastío de las obviedades, me atosigo en esta inútil soberbia de no
necesitar más que la necesidad para bastarme. Las cuevas del tiempo se han
hecho profundas y vuelvo a pensar en esa mujer escaladora. Ha vivido 500 días
en una cueva al sur de Andalucía.
Quiero prepararme un café y me preparo un
mate. El despertar se construye de los equívocos. Beatriz Flamini, ha pasado 500 días en la más oscura de las
soledades, a 10 kilómetros de una localidad que lleva el nombre de un
analgésico americano: Motril. Ha dicho que ha sido un desafío al cuerpo y a la
cabeza. Al salir declaró: “no me ha
pasado nada”.
Chupo mi bombilla y el verde de la yerba
penetra por mi garganta que durante los sueños ha bebido el licor rojo de la
pasión derretida. “Sabe a dulce de leche” me ha dicho la mujer que lo ha
macerado durante su letargo de garra y vuelo, al calor de los llantos de las
aves.
“Todo el tiempo eran
las 4 de la mañana” ha
dicho Beatriz ante las cámaras y los medios que la esperaban al salir de la
cueva “pero salvo eso yo no he sentido
nada, solo unos ecos por la acústica del lugar”. Beatriz, has parado el tiempo en un lapso de
tu vida y dices que no has sentido nada?
Entonces decido escuchar a la cueva, ella
sí está totalmente alterada. Ha visto a Beatriz llorar, besando su superficie.
La ha visto desaguar su cuerpo como un animalito solitario en plena extinción
de la humanidad y en la noche ha visto sus sueños. Pintadas rupestres de
transpiración y sudor hormonal han quedado dibujadas en sus paredes. La cueva
ha quedado impregnada de una soledad humana que desconocía. Pensativa dice en
su lengua de polvo: “qué paredes tan
duras y gruesas tiene la humanidad”.
Se asombra y de su boca se abren flores regadas por el rocío de la
primavera.
La cueva recuerda desde su nube de tiempo,
a esas mujeres contrabandeando armas en las sierras, escondiendo explosivos en
su entraña, ayudando combatir el fascismo. Ella guardó ese entusiasmo de roca
con la dureza y la fuerza con que se guardan las convicciones. Nada en todos
estos años ha podido apagar ese fulgor de libertad que esas mujeres dejaron en
su vientre. Fue tanto que ella en su letargo de cueva, se soñó como útero
mineral guardando en su fría naturaleza, el embrión de la esperanza después de
la derrota.
La cueva suspira, ahora ya sola nuevamente.
Las cámaras se han ido y Beatriz ha recobrado la facilidad de la palabra.
Quizás, piensa la cueva, algún día no muy lejano, regrese y juntas podamos
escribir nuestras memorias. Quizás ella pueda animarse a recordar conmigo lo
que hemos vivido juntas. "La vejez nos da esa magia, la de tejer el tiempo
con los retazos que hacemos de nosotros mismos", dice la cueva escupiendo
un diente de terrón que ya traía flojo.
Ahora la cueva como yo en esta mañana de
mate observa el silencio. Pasa y como en un lienzo blanco quedan las pinturas
de este mundo atravesado de informaciones numéricas, de desafíos para ser
anotados en libros de récords y competencias. Una existencia agujereada por
donde nuestra mediocridad chorrea dejando la imagen deformada de eso que no
tuvimos el valor de ser.
Tomo otro mate con Beatriz, la mujer que
congeló el tiempo. Ya debe estar levantada, caminando montañas con esos pies
que la neurociencia eligió para cuantificar emociones.
La cueva suspira. La tierra siente uno de
esos millones de temblores que vivimos a diario. Como Beatriz decimos “no ha pasado nada”, tragados por nuestros propios terremotos.
*De Adriana
Briff.
-Adriana Briff es educadora en el Distrito de San Carlos, California. Tiene una licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Políticas, de la Universidad Nacional de Rosario.
Madre de Dante, un joven autista de 24 años, Adriana disfruta en escribir crónicas diarias, que ella ha titulado “Fotos con palabras”. Ha publicado en las revistas Urbanave, Revista Rea, Brando, del Diario Nación y Página 12 Rosario en Argentina, También escribe para Hispanic L.A. en Estados Unidos. También participó en “Don’t cry for me, América: antología de escritores argentinos en Estados Unidos”, libro editado por Fernando Olszanski y Hernán Vera Álvarez. Sus textos también pueden verse en sus redes sociales.
- https://adribriff.com/
*
Si en cada cicatriz me
apoyaran
un tallo
con su flor silvestre,
manzanillas, verbenas,
malvas,
dientes de león,
tréboles blancos,
nadie vería la belleza
de este cuerpo roto
que resiste.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
(Cuentos)*
*Por Miriam
Cairo
El mundo es un buen lugar para llenarlo de
heroísmo y terquedad, para no saber a dónde ir, para inundarlo de algo que se
desarma, se desajusta se desintegra, por obra y gracia de un suspiro o de un
movimiento inofensivo, ausente de toda desgracia, arrastrando el ala del amor
para sacarlo de sus terribles caminos y guarecerlo no de la noche sino del alma
rota, del alma que se salió del sexo y se agrisa como algo que empieza a
romperse, como otro sol que apremia al sol de siempre.
*
El mundo, en vez de apasionarse con el
lugar, con la gran huella en la superficie, sigue ocupado en recorridos, en
aproximaciones medias, plenas, de nuevo medias, otra vez plenas, con hombres
atestiguando la vigilia y el insomnio, con un ritmo rotatorio de bailarina
ilesa que gira sobre sí misma en el escenario atmosférico de la lluvia, en una
masculinidad que se afemina, se enternece en la sola manera de girar sobre sí
mismo, misma, con la mano adentro de su azul profundo, con la boca llena de una
sed que se derrama en el lapso que va desde la noche del mundo hasta la
bailarina del alba.
*
El mundo es un buen lugar para coleccionar
palabras, prenderlas fuego en las noches como antorchas, dejarlas arder hasta
que se consuman, y al día siguiente esparcir sus cenizas en el parque como un
guano celeste, para que la hierba crezca más verbal y poliédrica que nunca, y
los amantes se recuesten sobre ella, sobre los acentos prosódicos, verdes y
húmedos, sobre las hebras nacidas del silencio de las palabras que germinaron
en hierba para besarse hasta no saber cómo es posible que esas letras
sonámbulas puedan sostener tanta poesía.
*
El mundo suele tener mares hondísimos donde
ahogarse y ser alimento de los peces, para que los atunes, las merluzas y los
salmones engorden junto con las nereidas y Poseidón hasta caer en las redes de
los pescadores azules, que con un cuchillo brillante y sangrador los abren al
medio, les quitan sus vísceras, los acuestan sobre un lecho de hielo para que
los peces muertos, para que las Nereidas muertas y Poseidón lleguen intactos,
sin sobrevida al mármol del cocinero que arrulla las eses y casquea las erres
mientras corta el cadáver del pez, el cadáver del dios y de las sílfides en
aros de oro, de rubí, de luna, y los coloca en un plato tallado sobre relieve,
y los comensales estiran el cuello de las bellas artes hasta los mares donde
los dioses de las profundidades lloran a las nereidas, a Poseidón, a los
atunes, y a los salmones, mientras apilan los huesos de los náufragos junto al
fogón abisal.
*
Ese viejo imaginario llamado mundo, es apto
para llenarlo de magia, coronarlo de perlas, para hablarle en cualquier lengua
y decirle que también el miedo es redondo, y la luna redonda, y Mozart redondo,
y el silencio redondo, apto el mundo para tejerle un lenguaje de letras
incendiadas y hacerlo aparecer de noche rodando como un pan resplandeciente por
el alero de la sombra, como una flor de luz mínima que sueña su segunda vida y
al mirarse en el espejo retrocede, gira para verse la columna vertebral, recorrida
por pasos de fantasmas más reales y consistentes que la voluble realidad de los
hombres.
*
El mundo es un buen lugar donde separar la
luz de la sombra, lo real de lo irreal, lo Magritte de lo falaz, el pecado de
la penitencia, lo Pirandello de lo posible, la paz de la guerra, Alejandra de
la imitación, los fantasmas de las alucinaciones, lo Cheever de lo DeLillo, la
política de la ambición, pero también el mundo es un buen lugar para unir lo
desunido, para no saber si es o no es mundo el mundo, para pensar que acaso el
mundo sólo sea la bailarina que gira sobre sí misma, queriendo ser y no ser,
acorralada en su intemperie, estremeciéndose hacia el norte, hacia el sur,
hacia el este y el oeste, estremeciéndose desesperadamente, a toda prisa, como
una enamorada contra-reloj.
*Fuente: Rosario/12.
*
Lo bueno es que un día comprendemos
la relación directa entre los hechos,
incluso si quisiéramos borrar
las marcas más endebles de la trama,
no es posible: algo queda.
Entonces miramos hacia atrás
y descubrimos:
estaba esto, y aquello, y esto otro,
materia que parecía inútil
y sin embargo nos mostró su luz.
Qué risa, digo,
al menos aprendimos algo.
Si hubiéramos sabido del amor,
si hubiéramos calmado el corazón del águila
que nos latía en el pecho,
si hubiéramos andado sin creer
que estábamos haciendo bien las cosas,
si hubiésemos dudado
igual que un animal
que desconfía del brazo que se acerca.
¿Hubiéramos corrido?
¿Hacia dónde, a qué lugar
sin luces, sin canciones,
sin palabras para ningún aprendizaje?
Si hubiéramos sido otros, cuerpo mío,
más astutos,
más malos,
más veloces,
¿Hubiera el cuerpo soportado el peso
de un final cayéndole sin música?
¿Hubiera la memoria reservado
algo de gracia para la inocencia?
¿Existirían estas manos
sobre las bayas nuevas del jardín?
*De Valeria Pariso.
valeriapariso@outlook.com
(De "Final francés".)
EL TUNEL*
Cuando entré en el túnel, (quizá esperaba
andrómedas, efluvios, mariposas) la oscuridad me cegó. Con alivio, sin embargo,
sentí la frescura y la sombra que me proporcionaron sus húmedas paredes.
Afuera, el sol abrasaba la llanura desnuda y las piedras calcinadas del
desierto habían lacerado amargamente mis pies descalzos. Ciegamente, tratando
con desesperación de alejarme de aquel sol que con tanta fiereza había herido
mis carnes, fui internándome en el túnel hasta que las fuerzas me abandonaron y
caí exhausto, cerca de una minúscula corriente de agua que, resbalando por la
piedra, había formado una especie de regato que fluía con rapidez hacia el
interior. Imposible recordar si llegué a mojar mis doloridos pies en el agua
fresca antes de quedarme profundamente dormido. Al despertar, noté con asombro
que mis heridas habían cicatrizado y el agotamiento había desaparecido, al
igual que la sed, pero mis ropas estaban húmedas y esto me hizo sentir algo de
frío. Renovado, me incorporé, y buscando a tientas la fría pared del túnel,
eché a andar en la misma dirección (creía) en que caminaba antes de mi
desfallecimiento. Cuando entré en el túnel, no me había planteado la
posibilidad de tener que hallar más tarde una salida. En aquellos momentos de
infinito dolor, lo único que me importaba era encontrar un pronto alivio a mis
penosas quemaduras y a las cruentas llagas de mis fatigados pies. De haber
podido hacerlo, hubiera cambiado un Universo por unas gotas de agua y un poco
de sombra. Ahora, al despertar de mi letargo (pero ¿cuánto duró la
inconsciencia? ¿Acaso soy ahora el que fui antes de llegar aquí?) las circunstancias
habían cambiado. La humedad me había calado la ropa y también el pelo, por lo
que el frío se presentaba como el principal enemigo. Resultaba entonces de
inaplazable urgencia encontrar la salida de aquella cueva que se hallaba sumida
en la más cerrada oscuridad. Con gran lentitud, con no menor precaución, fui
recorriendo el suelo rocoso, siempre tratando de no alejarme de las paredes. A
causa de mi inadaptación al medio en que me veía obligado a desenvolverme, no fue
tarea fácil avanzar, a consecuencia, en parte, de la densidad desconocida de aquella
negrura que me envolvía. Algún tiempo después, no obstante, mis ojos fueron
acostumbrándose a las tinieblas y pude comenzar a distinguir el borroso perfil
de algunas cosas. No dejé de advertir (confuso, maravillado, esperanzado, quizá
algo asustado) otras sombras que se movían a mi alrededor, en distintas
direcciones, con mi misma incertidumbre. Supuse que serían otros pobres
desgraciados que habían tenido, como yo, la mala fortuna de haberse extraviado
en el túnel. Con tristeza, intuí que algunas de esas sombras pertenecían a
gentes que había frecuentado antes, en el exterior, pero ¿cómo reconocerlos
ahora, inmersos en la oscuridad? ¿cómo ser reconocido por ellos, aun cuando
hubiésemos podido ser buenos camaradas? Al principio, no pensé que pudiera
tratarse de un túnel tan largo, pero el tiempo iba transcurriendo y el final no
aparecía ante mis ojos, ni siquiera una insignificante señal que pudiera
inducirme a concebir la menor esperanza. La sorpresa inicial fue dejando paso a
un periodo de incredulidad y, más tarde, a una violenta desesperación que no
admitía frenos. En aquel tiempo fantasmal, fui asombrado testigo de mis propios
gritos resonando por todo el ámbito del tenebroso túnel, multiplicándose contra
las paredes, perdiéndose en las bóvedas invisibles. Tampoco era infrecuente
sorprenderme golpeando los negros muros de piedra fría, o simplemente apoyado
en ellos, llorando con amargo rencor mi desventura. Después se apoderó de mi
ánimo una testaruda impotencia que me arrastró a la concienzuda inacción. Pasé
mucho tiempo sentado en medio del túnel, acurrucado en mí mismo, convocando
secuencias del pasado, sintiendo cómo el frío penetraba en mis huesos,
dejándome morir sin esforzarme lo más mínimo por evitar o atenuar el previsible
desenlace. Hubo sombras a las que conocí en esa época de horas terribles y
atormentadas, sombras con las que llegó a unirme el doloroso lazo del
irreparable extravío en la oscuridad. Pero sabía que tales amistades habían de
ser, por fuerza, efímeras, ya que nunca seríamos capaces de reconocernos en el
exterior (si en verdad ese concepto era aún posible) y cuyos caminos, por
tanto, habían de seguir siendo ajenos a mi propio caminar derrotado (pero
entonces, a pesar de todo, todavía estaba convencido de poder encontrar, algún
día, una salida). Vino luego un tiempo de silencio en el que pude sustraerme a
la profunda depresión que me embargaba. Me vi entonces abocado a la resignación
más absoluta. Y seguí caminando, sin fe, con indiferencia, en busca de alguna
luz que me indicase el final del túnel, luz que, por otra parte, no esperaba
hallar. En esa época, solía añorar las violentas embestidas del sol y la furia
cortante de los agudos guijarros y el asfixiante calor, porque ya el frío había
penetrado hasta las más hondas profundidades de mi entraña. Pensé no ser sino
una de aquellas pequeñas gotas de agua que resbalaban por las paredes,
produciendo a veces destellos que semejaban una rendija de luz. Entonces, todos
nos lanzábamos hacia allí para descubrir que no se trataba más que de eso: agua
fluyendo de las hendeduras de la roca y burlándose, una vez más, de todos
nosotros y de nuestros absurdos sueños de libertad. Porque éramos muchos los
que vagábamos por el túnel en busca de esa hipotética salida en la que nadie
creía realmente. Algunos habían vuelto sobre sus pasos tratando de encontrar el
lugar por el que habían entrado, mas todos fracasaron en el intento (o quizá
no, ¿cómo saberlo?). Al cabo de un tiempo, volvían a vagar junto a los otros,
tan desorientados como cada uno de nosotros. Un hombre viejo (una sombra de voz
apagada y caminar lento) me dijo en una ocasión que lo más importante era,
precisamente, no desorientarse, seguir siempre una misma dirección. Basándose
en la tesis de que "no hay túnel que no tenga, al menos, dos
extremos", sostenía que alejándose siempre del que se utilizó para entrar,
por fuerza ha de llegarse al otro. Aunque no se sabía de nadie que lo hubiese
conseguido, esta máxima alentó mis pasos por un tiempo. Más tarde, decidí
aplicar el conocido teorema que dice que "viajando a mayor velocidad, el
tiempo de recorrido es menor" teorema en el que nadie confía en exceso y
que, como puede fácilmente comprenderse, no es aplicable en absoluto a nuestra
actual condición. Finalmente, cansado por el frío, desanimado por la larga
soledad, comprendí que las teorías, aquí en el interior, no tienen el mismo
sentido que afuera. ¿Quién puede afirmar que la longitud del túnel es fija, que
no varía en función de cada individuo, del punto de entrada? ¿Cómo asegurar que
existe una salida, si de todos los que nos hallamos aquí, no hay uno solo que
la haya visto? Podemos asegurar, eso sí, que hay una entrada (o muchas) o que
alguna vez la hubo. Quizá ya no exista. Quizá estemos aislados para siempre del
mundo exterior. Quizá no seamos sino el sueño de un neurótico. (¡Pero tiene que
haber una salida! Todas las voces la niegan. Todas excepto una, la más dulce,
la más adorable de todas las voces. Ella me dice que sí, que hay una salida,
que acaso esté lejos, que la busquemos juntos. Pero luego, la voz se va
apagando hasta convertirse en un susurro que muy pronto deja de oírse y me pregunto
si no vendrá de un sueño). Hace mucho, muchísimo tiempo que me hallo en el
túnel. Las sensaciones me han abandonado. Apenas si soy capaz de sentir este
frío intensísimo que siempre me acompaña. Mis pies caminan siempre en la misma
dirección (aunque ¿cómo saber si esto es cierto? ¿cómo orientarse en medio de
la oscuridad, de las sombras que van y vienen, de las voces preñadas de
confusión?) pero ya no sé si lo hacen con lentitud o deprisa. Mi cerebro
funciona cada vez más despacio y apenas tengo reflejos. Algunas veces, pienso
que si no me hubiera quedado dormido cuando entré en el túnel, si hubiera
avanzado con decisión hacia el otro extremo, todo esto no hubiera llegado a
suceder jamás, pero los demonios del sueño, sin duda, esperaban su oportunidad
y la aprovecharon de la mejor manera, cerrando para siempre todas las entradas
y privándome así de la tan necesaria libertad que mi alma reclamaba y aún
reclama desde esta implacable prisión de oscuridad. Sé que hubiese podido
alcanzar el otro extremo antes de anochecer, pero ahora ya todo es inútil. Un pensamiento
confuso borra otro no menos incomprensible. Debe ser la noche eterna. Paso
horas enteras quieto, apoyado en alguna de las paredes, con la vista fija en el
vacío, con la mente en blanco y el corazón helado, preguntándome si llegaré a
formar parte del túnel, si algún día seré una de las múltiples rocas que
obstaculizan el paso. Porque ya no he de salir de aquí, me atormenta, obsesiva,
la idea de que pude conseguirlo en otro tiempo si realmente lo hubiese deseado.
Ahora sólo queda el tiempo que no se agota, el frío que no cesa. Y la voz que
acaricia...
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
*
Quién olvidó decir
cuidado
con la resurrección de
las palabras.
Quién olvidó decir
estamos en alerta
por el fuego que
hicimos
en ese bosquecito
donde una o dos
palabras
se incendian
todavía.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Antes del tiempo*
El arquitecto Klepka acaba de ver a Irene entrando al
vagón. Le hace señas para que se siente al lado de él. Irene que tarda en
reaccionar, pasaron décadas. El pasado es otro mundo al que ya no pertenecemos,
incluye a las personas que quedaron allí apresadas en esas capsulas congeladas.
¿Cómo me reconociste? –Pregunta Irene.
-Sos vos,
igualita antes del tiempo, solo te falta el cigarrillo en los labios con el
humo dejando fantasmas.
-Me prohibieron el cigarrillo, pero yo fumo a
escondidas, es un ritual personal y no voy a renunciar mientras el cuerpo me lleve
hasta un kiosco y pueda comprar los cigarrillos por mi misma.
Ricardo recuerda esa imagen en el estudio de
arquitectura donde ambos trabajaban. La vista fija de Irene en la ventana, como
no viendo o viendo otra cosa. Ese aire a la Pizarnik que descubrió cuando la
vio leyendo un libro con la foto de Alejandra en la tapa.
Irene que le dice con aquel libro en mano y su
infaltable cigarrillo en la boca:
-
“Decidí que iba a fumar una tarde a los 11 años viendo a mi abuelo fumar en el
patio. Veía a mi abuelo fumando solo en el patio. Esa concentración de estatua
viviente imposible de describir: ¿en qué pensaba? Viéndolo con ese hilo de humo
que se disipaba en el aire dejando siluetas que jugaba a descubrir mi abuelo
era una locomotora mansa. Era de los viejos de antes, macizos, parecían
invulnerables. Esos bigotes tipo manubrio de bicicleta que después descubrí que
eran igualitos a los de Hindenburg. Como los abuelos de otros niños mi abuelo había
sido foguista ferroviario.
El abuelo armaba sus propios cigarrillos sin filtro o fumaba en pipa, pero yo empecé a fumar en la adolescencia los negros Parisiennes, éramos minoría las mujeres que fumábamos negros”.
Se funden los recuerdos en la palabra
presente de Irene que evoca los momentos compartidos: me encantaban esas horas
donde no pasaba nada o no había trabajo y se hablaba, se fumaba y se tomaba
mate hasta la hora de irse cada cual a su casa.
-Llueve mucho, el tren parece un barco. Ya debe haber
gente con el agua al cuello. –dice Ricardo volviendo por un instante la mirada
a la ventanilla
¿Te acordás del proyecto de la casa-barco? Dice
Irene.
-Vendría bien retomarlo, todavía tengo cuadernos con
apuntes y los planos enrollados.
De memoria: “El barco casa es una unidad
transportable, pensada para ser utilizada como vivienda en medios urbanos
manteniendo sus características de flotabilidad ante situaciones de inundación
extrema” recuerdo la risa de los dueños del estudio, “ni en el Delta lo
usarían”.
-Vos terminabas indignado Ricardo: "ustedes en
la única tecnología en la que creen es en la bolsa de arena delante de la
puerta"
-Algunas veces los maldecía en polaco y otras en
ruso. Y si me preguntaban, les decía: consíganse traductor, a mí me pagan por
proyectista.
En el vagón alguien escucha a Serú Girán.
¿Te acordás cuando lo desafinábamos a dúo? –dice
Irene abriendo grande sus ojos verdeagua.
“Si
te hace falta quien te trate con amor
Si
no tenés a quien brindar tu corazón
Si
todo vuelve cuando más lo precisás
Nos
veremos otra vez”
La próxima estación
queda tan lejos como el impredecible futuro.
*De Eduardo
Francisco Coiro. Inventivasocial@hotmail.com
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
ESTACIÓN FUNKE.
LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
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VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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