viernes, junio 02, 2023

LA INVISIBILIDAD DEL MUNDO.

 


*Obra de Walkala.

Dr. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam.

http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160

 

 

 

 

 

 

 

 

  Identidad*

 

 

Nuestra existencia está hecha de memorias

imperceptibles, adormecidas, ya integradas,

y en cada retorno se reavivan los sensores,

de señales, olores, gestos, idioma, palabras,

de las formas decrépitas y pequeñas de todo

lo que sobredimensionamos en la distancia.

Y qué si un día nada estuviera igual: la casa,

la calle, la ciudad, el país, la gente, el habla,

el cielo nocturno con su acuerdo inconstante.

Si nada fuera reconocible y nos reconociera,

si no hubiera referencias ni puntos cardinales,

si nada coincidiera con nuestro deseo y dolor.

Con esa débil y vidriosa idea de pertenencia

que nos da un pasado mudo y transfigurado

que todos ignoran y que es incomprobable.

Acaso ese resto de silencio es lo que somos.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 




 

 

 

*

  

Libertad es una palabra estruendosa, complicada. Silencio suele ser más amable, más humilde. El presente como una casa de enormes habitaciones camina, mirando el transcurrir.  Los años son pasillos de tiempos entre cajas de recuerdos apiladas. “Vide” fue la palabra que mencionaron en el sueño. 

Las nubes tienen el color de lo sereno, trasmutan la ventana.  El colibrí se posa, como todos los días, sobre la rama desnuda y despareja. Es un árbol sin hojas y de un nombre desconocido para mí. Es la casa de ese pájaro diminuto. Él vuela y regresa dibujando óvalos espaciales en ese punto exacto donde se posa.

Cuando llega la noche, las estrellas se unen y forman una plegaria y al amanecer, otros pájaros dialogan. Es el momento azul.

Desde los ojos del recuerdo veo las pupilas amarillas de un perro milenario. Sobre las baldosas rojas de una amplia terraza marchábamos juntos imitando los pasos de un soldado. Él se impregnó de mi humanidad, yo me salpiqué de su animalidad, peluda y tibia. Todavía guardo su olor mojado de pelo aplastado por la lluvia. Con nuestras energías armamos un lápiz y hoy vamos reduciendo nuestras fracciones a su mínima expresión, cada uno desde su planeta.

La vejez es ese tramo exacto de la vida, llano y congruente. Está armado de momentos precisos, de elecciones cortas, instantes decididos en los momentos en que las plantas crecen.

El lazo de amor puesto en el dintel de la ventana, se cansó de la estrechez de la maceta. Tres gajos colgantes rebalsaron y las raíces quedaron enfrentadas al vacío. Un fino lazo verde se apiadó de ellas y brotó de costado, escuetamente florecido, siguiendo el flujo de la luz para estirarse.

Hoy corté esos brotes aéreos. Los sumergí en agua y vi como el oxígeno se hacía geométrico como la esperanza.

Mientras la voz le dicta a estos dedos espolvoreados de polvo de la yerba, los fragmentos que se van diseminando, ellos quedan como pasos, como manchas de salsa sobre el mantel, como migas de pan en el camino. La luz se acomoda en la tarde y el marco de la ventana es un rito convocando al amor.

Llegará la noche y todo quedará en la oscuridad. En esa misma oscuridad que el colibrí atravesará para encontrar su punto de retorno. Y allí desde su altura observará la invisibilidad del mundo.

 

 

*De Adriana Briff.

 

-Adriana Briff es educadora en el Distrito de San Carlos, California.

Tiene una licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias

Políticas, de la Universidad Nacional de Rosario.

Madre de Dante, un joven autista de 24 años, Adriana disfruta en

escribir crónicas diarias, que ella ha titulado “Fotos con palabras”.

Ha publicado en las revistas Urbanave, Revista Rea, Brando, del Diario

Nación y Página 12 Rosario en Argentina, También escribe para Hispanic

L.A. en Estados Unidos. También participó en “Don’t cry for me,

América: antología de escritores argentinos en Estados Unidos”, libro

editado por Fernando Olszanski y Hernán Vera Álvarez.

Sus textos pueden leerse en sus redes sociales.

- https://adribriff.com/

 

 

 

 






 

 

 

DISNEY Y GUERRA CULTURAL*

 

La querella entre conservadores y ‘wokes’ en la industria cultural desvía la atención sobre los problemas socioeconómicos que nos aquejan

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

Primero parecía una broma: ante la diversidad cultural y cierto cambio en los estereotipos de género que comenzó a mostrar la industria fílmica en Estados Unidos, algunos protestaron. El escritor Arturo Pérez-Reverte se ofendió porque James Bond –en su última aventura– había caído en la trampa de lo “equilibrado y políticamente correcto”. ¿Cómo es posible que, en lugar de ser el que rescatara a la dama, ella lo llevara en su motocicleta? ¿Por qué, de repente, el personaje interpretado por Daniel Craig abría su corazón, aceptaba sus culpas y trataba de reconciliarse con su hija perdida?

Otro escándalo que cimbró los cimientos de un sector del público fue Lightyear, el spin-off de Toy Story. Para los que hayan seguido la polémica, en el filme se muestra una relación de pareja entre dos mujeres (con beso incluido). El fracaso comercial de la película fue interpretado por los defensores de la familia tradicional como un triunfo del público que decidió dar la espalda a un producto que promovía la llamada “ideología de género”. Por último, el live action de La Sirenita –en el que la protagonista es la actriz afroamericana Halle Bailey– siguió calentando las cosas: el complot de lo políticamente correcto había transformado a uno de los personajes icónicos del imaginario infantil. Adiós a la cabellera roja y los ojos claros de Ariel, la heroína. La lista de supuestos agravios, por supuesto, es mucho más larga y la batalla no ha hecho más que empezar. Disney es el villano favorito. Como suele suceder, este ruido de fondo impide ver lo que está atrás de la llamada “guerra cultural”, es decir, el conflicto entre diferentes valores y creencias.

En un artículo reciente publicado en la BBC la periodista Natalie Sherman describe muy bien lo que hay atrás de la guerra entre los defensores de lo “tradicional” –ahora convertidos en los nuevos rebeldes ante las empresas que quieren ideologizar a sus consumidores– y la cultura denominada –peyorativamente hablando– woke. Los primeros, angustiados por los cambios vertiginosos en una cultura que creían estable, y los segundos, ansiosos de cambiar las formas de representación monolíticas y estereotipadas que han dominado la narrativa occidental desde hace mucho. Atrás de esta disputa, como menciona Sherman, hay grupos de interés. En Estados Unidos, donde se ha polarizado más esta discusión, los políticos conservadores y asociaciones ligadas a la ultraderecha han tomado la defensa de la tradición como argumento de venta con sus seguidores y electores.

El malestar social por la desigualdad económica, entre otros problemas que se agravan, ha sido desplazado por un discurso que promueve una crisis civilizatoria –de valores– que amenaza la supervivencia y el estilo de vida de los ciudadanos. La búsqueda de chivos expiatorios ha sido una constante en la historia para desviar la atención de conflictos más graves. Sin embargo, como apunta Sherman, la diferencia en los años recientes es que un sector de la derecha política estadounidense apunta sus armas no contra ONGs o políticos de izquierda sino contra un grupo de empresas poderosas –Disney, entre ellas– porque, según su perspectiva, forman parte de una conjura contra el país. Las reivindicaciones por raza y género forman, en el imaginario conservador, un enemigo nebuloso llamado “ideología o cultura woke” que permea toda la sociedad de maneras abiertas, pero también sutiles.

Uno de los puntos que convenientemente se olvida es el uso de la raza y el género como productos de consumo masivo que no cuestionan, de fondo, el statu quo ni las políticas de la élite estadounidense y global. Sin una crítica a estos elementos, como lo advirtieron en su momento intelectuales y activistas como Angela Davis o bell hooks, la lucha por una sociedad más igualitaria entra en un espejismo y se vuelve estéril. En el fondo, retomando el artículo de Natalie Sherman, los grupos de poder –woke o antiwoke– siguen en una alianza que, por ejemplo, sabotea los intentos por cobrar más impuestos a la clase alta e, incluso, retrasan políticas de decrecimiento industrial y adaptación al cambio climático: los radicales de derecha niegan abiertamente la emergencia y las empresas tipo Disney –con la etiqueta de ser socialmente responsables– se entregan sin tapujos al llamado green washing, es decir, enarbolan la idea de la “sustentabilidad” sin atacar, en esencia, a la sociedad de consumo que les permite prosperar. Gatopardismo puro.

La polarización cultural y mediática en Estados Unidos y otros países es, en varios sentidos, una conjura que se aprovecha de lo erosión de lo común. Cada amenaza vendida en los medios, cada fenómeno viral que demoniza a un sector de la sociedad contribuye a que el ciudadano compre revanchas que le devuelvan la capacidad de actuar en un mundo que lo ha despojado de su destino. Uno de los casos más extremos –evidencia de cómo el conspiracionismo ha llegado a escenarios alucinantes– fue el famoso Pizzagate. El rumor, en pocas palabras, decía que algunos políticos demócratas como los Clinton y millonarios como George Soros estaban atrás de una red de pedófilos que usaban pizzerías para realizar sus crímenes. La teoría se difundió en sitios como Reddit en 2016 y vivió uno de sus puntos culminantes un año después, cuando Edgar Maddison Welch entró armado a una pizzería de Washington y disparó, sin que hubiera heridos o muertos. El hombre, como se pudo saber después, pensó que estaba haciendo lo correcto, pues muchos niños estaban en riesgo. Su convencimiento, más allá de cualquier prueba que confirmara su paranoia, fue suficiente para emprender una cruzada que terminó, a la postre, con una condena de cuatro años de cárcel.

La “conjura Disney” no sólo confirma un estado de alarma en el que cualquier idea es posible por absurda que parezca, también nos muestra que la fragmentación de lo común nos aleja de cualquier agenda social y la sustituye por enemigos que cambian de apariencia todos los días: personas transgénero, el regreso del comunismo soviético, gobiernos capaces de crear terremotos y huracanes como armas de guerra, chips en las vacunas, el plan para sustituir a la población blanca por migrantes o “gran reemplazo”. La civilización tribal que se está creando –enmascarada por la utopía comunitaria de Internet y las redes sociales– echa por la borda cualquier consenso y se nutre de fantasías que sólo evidencian nuestro desconocimiento del otro y de cómo funciona la sociedad global del siglo XXI. De esta manera, corporativos como Disney no son criticados por su poder económico o su tendencia a formar inmensos monopolios, sino por los efectos advertidos en su momento por Karl Marx: el mercado sin trabas altera la esencia de las relaciones sociales y las formas de vida que daban certidumbre a nuestros padres y abuelos. No las transforma para empoderar a las minorías y sustituir los viejos paradigmas, sino para crear nuevos consumidores.

 

*Fuente: LA TEMPESTAD

https://www.latempestad.mx/disney-y-guerra-cultural/

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

 

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida

(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles

(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad

Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las

novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza

(Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

 “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los Jíbaros*

 

Otra vez una llamada del Coiro viene a poner en jaque la tranquilidad de mi vida. Aquí transcurren los días con la perfecta paz de las mañanas que suceden a las noches y anuncian siestas con arrullo de torcazas, gritos de benteveos y ladridos de perros. Una que pone la pava a calentar cuando el sol ya disipó las tinieblas, y sabe que le espera apenas el regado de las juveniles, el recogido avaro de las paltas en el fondo, una excursión, y esto es lo más aventurado, hasta el súper de los chinos con el changuito, rebotando en los pozos de las calles de arena.

Pero el Coiro, ser amable y manso, hombre de paz y escaso conflicto, llama para pedirme un escrito sobre las transformaciones, mutaciones, algo así, siempre explicando desde su propia confusión y el enredo sempiterno de sus propias ideas.

Como ejemplo, me da una idea de las paltas del fondo de la quinta, cuyas semillas talladas terminan cobrando vida y convirtiéndose en jíbaros. Se me erizan los vellos de la nuca, porque sé perfectamente dónde terminan los ensueños, y cómo la realidad es permeable a tales corrosiones.

Miro a través del gran ventanal que da al norte el enorme palto. Los vidrios azules que enmarcan el cuadriculado translúcido y el centro transparente funcionan como un encuadre perfecto de un trozo de realidad ya despegado de lo real, ya partícipe de este hechizo que el hombre de Témperley ha echado sobre mi vida. El fondo de la quinta ahora, y a través de la ventana, es un cuadro, una ficción de lo que antes era tangible y verdadero.

Con el teléfono en la mano veo desde lejos el rincón donde arraiga el enorme árbol. En ese sitio sombrío por el tamaño y espesor de la copa, paraguas vegetal, se ha creado un ambiente húmedo y umbrío donde prosperan esparragueras, unas plantitas de hojas moradas, una enorme planta tropical de hojas generosas, un arbusto blanco.

Este año caen tantas paltas que he regalado cientos. Los zorzales con sus pechos anaranjados han acudido en bandada, y se quedarán hasta que termine la temporada, atiborrados de fruta, tallando prolijamente con sus picos la pulpa firme hasta que dejan sólo las cáscaras negras retorcidas al sol.

Con tanta palta, he preparado muchas ensaladas, frascos y frascos de guacamole, y, ya que se me ofrecían y una tiene esa cuestión de transformar las cosas, he tallado las semillas.

Al principio, con un cuchillo tramontina, hice cuentas y dijes para fabricar colgantes. Las piezas secas toman la consistencia y el color de la madera. Luego, con la blandura del material, me animé a tallar cabecitas de rostros grotescos, que remiten de inmediato a los horripilantes souvenires que he visto de niña en alguna casa, cabezas reducidas por los jíbaros, con un color y una apariencia en general bastante afín al cuero o a la madera.

Justamente en estos días hice una serie de cabecitas, y estaban secándose en fila en el alféizar de la ventana de la cocina.

Tengo aún el teléfono en la mano. Miro la ventana a mi derecha. Las esculturitas no están.

Ay Coiro, qué me hizo. Qué me hizo Coiro.

En el rincón selvático del fondo, a la sombra del palto, advierto oscuras figuritas que se agitan entre las plantas. Un zorzal está comiendo una palta cerca de los ligustros. El pájaro da un salto, aletea sin conseguir levantar vuelo, se desploma. Los pequeños monstruitos se apresuran a arrastrar el ave hacia la sombra, creo que llevan cerbatanas.

Le digo al Coiro que no, que no voy a escribir nada, tengo trabajo en la quinta, hay que comprar trampas, veneno, quizás deba pasar un tiempo en Santa Fe, o quizás me vaya definitivamente. No se debe modificar el mundo de esta manera, no es justo. Cuidado con lo que imagina el Coiro, cuidado con las palabras.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 







 

El hombre que reía sin separar los labios*

 


*Por Juan Forn.

 

En 1948, cuando el comunismo tomó el poder en Checoslovaquia, decretó la muerte de las chabacanerías (en checo, braks). Braks eran las novelitas baratas de aventuras, amor, misterio, miedo o fantasía que, según las nuevas autoridades, eran una invención burguesa para sacar provecho de los trabajadores y a la vez embrutecerlos (hasta entonces se las conocía popularmente con el nombre de “novelas para cocineras”). Se hicieron quemas públicas de libros, los escolares iban de casa en casa pidiendo ejemplares para alimentar las llamas de las hogueras que hacían en la calle. Todos los escritores de novelas baratas fueron obligados a abandonar su oficio (“Intento borrar de mi memoria mi pasado literario”, declaró a la prensa Marie Kyzlinkova, la famosa autora de Corazón hambriento, desde su nuevo puesto de trabajo fregando los pisos de una estación ferroviaria en las afueras de Praga), ninguno logró subsistir en el nuevo régimen, salvo el insólito caso de Edvard Kirchberger, que se convirtió en Karel Fabian sin dejar rastros y siguió escribiendo y publicando hasta el fin de su vida, a pesar de los obstáculos que enfrentó en su camino.

Edvard Kirchberger escribía sobre monstruos, brujas y asesinos. Karel Fabian escribió sobre guerrilleros, tractoristas y enemigos del pueblo. Kirchberger inoculaba miedo en los huesos de sus lectores, Fabian enal-tecía el sudor de los trabajadores. Cuando Kirchberger decía “cloaca”, se refería a sótanos espectrales, cuando lo decía Fabian se refería a centrales de espionaje capitalista. Pero eran el mismo hombre. El día en que los comunistas tomaron el poder, Edvard Kirchberger dejó sobre el escritorio de su jefe, en la revista anticomunista donde escribía, una carta que decía: “Vendrán a encerrarte pero puedes confiar en mí, estoy preparado para ir a la cárcel contigo por combatir el totalitarismo, por defender la libertad”. Dos días después escribió una carta al PC checo pidiendo su ingreso en estos términos: “No quiero nada del partido. Creo que los que se afilian por miedo o interés son falsos. Yo he reflexionado por mi propia cuenta y sé que el comunismo es mi evangelio. La noche que escribí esa carta a mi jefe estaba borracho, me puse triste y compasivo hasta un extremo inconcebible y redacté esas líneas cuyo contenido ya ni recuerdo. Entiendo que esto pueda parecer poco fiable, pero a los escritores nos ocurren todo tipo de cosas extrañas por las noches”.

Su pedido no recibió respuesta. Poco después empezaron las persecuciones y se cerraron las fronteras. El previsor Kirchberger venía juntando piedras de encendedor (vulgarmente conocidas como chispas) porque le habían dicho que en Alemania valían más que los billetes checos. Las escondía en casa de un amigo, junto con una muda de ropa. Al volver un día a su casa vio un auto policial en la puerta, siguió caminando hasta lo de su amigo y huyó con sus chispas del país. Lo increíble es que volvió en dos meses. Se presentó a las autoridades, dijo que su nombre era Karel Fabian y que había escrito la primera novela socialista checa. Se titulaba El fugitivo y contaba la historia de un checo que huía de su país, llegaba arrastrándose a Occidente, iba de campo en campo de deportados hasta convencerse de la magnitud de su error y, mareado por el hambre y la sed, con sus últimas fuerzas, lograba volver a Checoslovaquia. Nadie sabía de dónde venía Fabian, pero el comandante Pokorny de la policía secreta dio el visto bueno para su publicación, porque coincidía con el primer aniversario del comunismo en el poder.

Así comenzó la larga y opaca carrera literaria de El Hombre Que Reía Sin Separar Los Labios. Como Kirchberger, Karel Fabian se dedicó a lo único que sabía y quería hacer: novelitas baratas. Sólo que ahora eran socialistas. “Nuestras plantas metalúrgicas son las entrañas del país. La electricidad es su sangre. El ladrillo es nuestro pan.” Sobrevivió a la caída en desgracia de Pokorny (que lo había tomado bajo su ala para que escribiera una novela sobre su vida). Aceptó sin queja ir a trabajar a una fundición de metal y luego a una fábrica de tractores. Cuando las aguas estaban revueltas, escribía igual sus novelitas, pero para el cajón. En cuanto aclaraba el panorama volvía a publicar. Nunca tuvo grandes tiradas, nunca recibió un Premio Stalin ni una dacha de verano. Ni siquiera tenía carnet del partido: en los archivos consta que recién logró el ingreso durante la Primavera de Praga de 1968, cuando no le decían que no a nadie. Dice la carta: “No espero ventajas, tan sólo balas para defender a mi país en la lucha”. Después de que entraran los tanques soviéticos, y que lograra acomodarse una vez más (haciendo ocasionalmente de informante), Fabian hace decir a un personaje de sus novelitas: “Lo importante es el mástil. La bandera puede ondear de cualquier color”.

Cuando era Kirchberger todavía, durante la guerra, estuvo tres años encerrado en la prisión de Straubing, superó 94 interrogatorios, períodos de aislamiento solitario y de extenuación laboral, durante tres años sobrevivió con una ración de ochenta gramos de pan duro por día, cuando los nazis huyeron los dejaron encerrados de a diez en celdas para uno, él fue el único sobreviviente de la suya, cuando lo encontraron estaba rodeado de cadáveres, tenía las articulaciones de los codos de-sencajadas, una pierna rota y le habían arrancado todos los dientes. Por eso se reía sin separar los labios. Durante los interrogatorios había traicionado a catorce personas, incluyendo a su mujer y sus suegros de entonces. Cuando salió de Straubing escribió a los familiares de los que había denunciado, pidiéndoles perdón; le dijeron que se fuera de Praga si no quería problemas. Ese fue el momento en que huyó a Occidente. En una de sus novelitas socialistas, un oficial americano en la Guerra de Corea, responsable de una matanza, es encontrado por los aldeanos delirando de fiebre. Como está enfermo no pueden negarle ayuda, pero lo tienen en una choza apartada, le dejan la comida en la puerta, nadie le habla ni lo toca y después de cada comida destrozan el cuenco y la cuchara que usa.

Karel Fabian murió, pacíficamente jubilado, en un departamentito proletario en Praga, en 1983. Antes quemó todos sus cuadernos y papeles, salvo una carta que le había enviado desde Alemania, luego de emigrar, una hija suya: “Me exigiste siempre obediencia absoluta, pero nunca me explicaste por qué ser tan obediente”. Ni esa hija ni las demás personas que conocían a Karel Fabian sabían que había sido Edvard Kirchberger, que hizo todo lo que hizo por obediencia al único imperativo que rigió su vida: seguir escribiendo sus novelitas, sabiendo que después de cada comida serían destruidos el cuenco y la cuchara que habían pasado por sus manos. Nunca aspiró a la gloria, ni siquiera aspiró a que alguien contara su historia. Pero eso fue lo que pasó. El libro se llama Gottland, lo escribió el polaco Mariusz Szczygiel y tiene un epígrafe que sospecho que a Karel Fabian no le hubiera disgustado: “No sé quién le lava la ropa a Dios / sólo sé que el agua sucia nos la bebemos nosotros”.

 

*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-222755-2013-06-21.html

-Juan Forn (Buenos Aires, 5 de noviembre de 1959 - Mar de las Pampas, 20 de junio de 2021)

 

 






 

LEJOS*

 

 

*Por Alfredo Di Bernardo.

Crónicas del Hombre Alto (n° 68)

  

La morocha del vestidito negro voltea sensualmente la cabeza hacia la izquierda y, en estudiada actitud de descuido, te mira con expresión insinuante. Clava sus ojos en los tuyos y, al instante, vos sentís en el pecho cómo empiezan a girar las hélices de ese ahogo que sólo la aparición de una mujer inusualmente hermosa puede provocar. En ese momento no querés darte cuenta, claro -preferís la ingenuidad de rendirte ante su encantador truco de ilusionista- pero la cruda realidad indica que la morocha del vestidito negro no te mira porque le resultes interesante; lo hace, simplemente, para verificar que vos la estás mirando. Soberbia desde su belleza deslumbrante, sabedora de la atracción que es capaz de ejercer, ella da por sentado que la están mirando. Y acierta. Porque vos, inevitablemente, la estás saboreando con la mirada. ¿Y cómo no hacerlo? ¿Cómo no arrojarse con imprudente devoción a esa catarata lacia que se derrama a pique sobre sus hombros desnudos? ¿Cómo no presentir con golosa ansiedad las redondeces sugeridas bajo la tela? ¿Cómo no aventurarse por el tajo criminal de la falda y deslizarse luego cuesta abajo por las piernas, hasta quedar enredado entre las tiras de sus sandalias romanas?

El equívoco inicial, sin embargo, se desvanece enseguida. Diosa fatalmente distante, la morocha del vestidito negro traza, con delicada firmeza, una frontera invisible que pone en evidencia tu inferioridad, te fuerza a recordar que ambos pertenecen a universos diferentes, realidades paralelas entre las cuales no existen más vasos comunicantes que ese juego de miradas fugaz e infructuoso. Ella te seduce y se te niega. Te concede el derecho -y la tácita obligación- de rendirle pleitesía, te confiere el derecho -y la tácita obligación- de desearla. Sólo desearla. No se sonrojaría si pudiera leer tus pensamientos; sería incapaz de escandalizarse ante la brutal indecencia de ciertos besos fantaseados. Su objetivo, al fin de cuentas, es justamente ese: generar un anhelo imposible de satisfacer. No es el sueño de poseerla, entonces, lo que está vedado. Lo que está estrictamente prohibido es violentar las barreras que ella impone. Las mitologías suelen referir los desastres que sobrevienen cuando los destinos de humanos y divinidades se entrecruzan más de la cuenta.

Han pasado quince segundos desde que la viste y ya sentís sobre los hombros el peso muerto de la contrariedad, un regusto a frustración en la saliva por esos labios que nunca habrás de besar. Sos el triste propietario de un deseo herido de negación en el momento mismo de su nacimiento. Insignificancia ambulante, rutinario animalito de maletín en la mano y cola en el Banco, perdedor por goleada, hombrecito gris tan sin glamour, no te queda más opción que seguir adelante con tu vida de siempre, consciente de la derrota inapelable.

Con inútil empeño, como si quisieras engañarte y postergar tu desconsuelo unos segundos, o canjearlo por migajas de aire, mirás a la morocha del vestidito negro una vez más y comprobás que ella todavía te está mirando.

Lejana, inalcanzable. Como si se burlara de vos desde el afiche gigante de la zapatería.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El analista*

 

Kalman recuerda a Esteban en una pequeña historia surgida de su oficio de psicólogo. Julia, la paciente de Esteban no podía dejar de fumar a pesar de los ruegos de su familia. Tanto intentar ir a buscar palabras antes o después del cigarrillo, que un día la mujer dijo la frase terminal para el tema y al poco tiempo después para la terapia:

-Mire licenciado, no me indague más por el fumar.

 A mí un solo cigarrillo me da más placer que un hombre.!

La respuesta de Esteban fue inesperada, absurda, por no decir cómica:

- Pero usted me dice que fuma 60 cigarrillos por día.

¿No le parecen muchos hombres?

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Escribir es una actividad producida a partir de la angustia. Escribir es una actividad producida a través del placer: dos proposiciones, al parecer contradictorias.  ¿qué verdad puede caber en cada una de ellas? La respuesta más mediocre que se puede intentar: “depende de la personalidad del escritor y su posición ante la vida”. Descartable. Si hablamos de la maldición de la literatura, a partir de este título alguien podría inferir que yo pienso en la escritura desde la angustia. Lo que me parece es que angustia y placer nunca fueron términos opuestos y que el placer de escribir puede nacer de la angustia o que la angustia de escribir puede provenir del placer. Lo que yo creo y alabo es la mala fe del escritor porque sabe que toda su obra es mentira, pero no por situarse en la ficción sino por la misma mala fe de las palabras. Como la mala fe de las palabras es algo indudable, alguien que la pone de manifiesto tiene buena fe y dice una verdad. Semejante acumulación de paradojas es un sufrimiento: el bien que alguien podría concebir de la armonía en términos humanos parece descartada. Pero también semejante acumulación de paradojas da el placer de lo risible y de lo absurdo. ¿Y por qué razón lo absurdo produce la risa? ¿Se trata de un espasmo de llanto, una forma de transmutarlo? ¿O tal vez la tragedia es la forma más perfecta del placer de lo fatal, lo misterioso, lo que parece efímero y ni siquiera se sabe si lo es?

¿Hasta dónde el misterio es fuente de placer o es el dolor de lo inentendible? El lenguaje genera como Mal-Decir, ¿sufrimiento o placer? El sufrimiento que acarrea la existencia, ¿no es interesante y fuente de un gozo secreto? ¿El gozo sea secreto o manifiesto no es el eterno generador de la culpa?

 ("La Maldición de la Literatura", Huso, Madrid, 2017)

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/


 



SATURNO Y LA EXTINCIÓN*

 

Voy a Saturno. No es una broma. Me voy a Saturno. Me espera una estación sin proporciones, esto es, un edificio pequeño, flaco, como un cuzquito que se ha quedado en una adolescencia de adulto sin madurar. Una estación de tren en Saturno, sin anillos, sin estrellas fulgurantes, sin cometas cíclicos. Una estación baldía unos rieles sin paralelismo, un horizonte desvaído.

(Si, recuerdo mientras tanto la estatua, cómo no recordar mientras tanto esa estatua)

Me voy a Saturno, en tren. Ya no existe el tren, pero me voy en el tren a Saturno, un tren de vapores blancos, de traqueteo cinematográfico. Una estación de polvo y yuyo que huele a sequía y a deshoras muertas.

Hoy me voy a Saturno mirando por ventanillas sucias, en un asiento de madera, sin valijas.

(La estatua de mármol, los niños, el hombre tensionado, los músculos retorcidos, el grito, los chillidos, el intenso chirrido de la piedra)

Sé que me espera el edificio y que nadie ha puesto en hora el reloj.

Arribo. Saturno sigue devorando a sus hijos.

(Me devora el Dios, me devora el coloso a mí y a mis hermanos, o acaso soy yo quien devoro a mis hijos, quizás no importa quién mate y quién muera en medio de tanto dolor pétreo)

Llego a Saturno. No queda nada. Nadie. Todo, hasta el pasado muere aquí. Hay un grito en el cielo.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

-Próxima estación:

 

 

ESTACIÓN FUNKE.

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/

 

 


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