*Foto de Noelia Ceballos @noe_ce_arte
*
rozar la ajenidad
ser a la vez
el insecto y la
orquídea
que no se corresponden
*De Alejandra
Marotta.
Sobreviviente*
La casa más fea de la calle,
un grano negro en el pecho de una virgen.
Un gato es azul,
su ojo izquierdo
se asemeja a un gran salón de muertos
donde a alguno se le olvidó apagar la luz
Él gruñe a la muerte como mi padre
conozco el bramido del trueno,
y el quejido de la madera
cuando se contorsiona entre los dedos del
fuego
Hay un aburrimiento masivo
en una legión de sillas huérfanas
que contemplan la insolencia de la noche
cuando no llega,
cuando su presencia pasa inadvertida
frente a la parafernalia de los reyes
Ni un llamador de ángeles
puede bajar del cielo
alas de estrellas,
ni un cuerno de caza
puede hablar de una jungla
detrás de esas paredes
Un aplauso extranjero
como una carcajada metida dentro de una
caja
como el chasquido de los esqueletos
al pedir por agua,
es el zumbido que da vueltas en mis oídos
Hay un dándelion
uno solo
que sobrevive a la tragedia
Su cuerpo es un junco flotando
al rumbo que exige el viento
"Donde no hay
ventanas
no entra el aire
ni la ceniza, ni
tampoco el polvo.
Donde no hay ventanas,
no hay afuera".
Mientras pienso en esa frase
siento una gota helada
recorriendo mi espalda
como una ampolla cargada de dolor.
*De Marcela
Lokdos.
LA INSOMNE*
A veces
me quedo preguntándome
el porqué
de algunas cosas
y me alcanzan las
noches
sin respuesta
y no duermo.
Será
-diría mi madre-
que tengo tiempo de
sobra para darme
horas y horas de
desvelo roto,
como si no hubiera
nada más valioso
que preguntarme a
solas
cualquier cosa.
Pero es preciso
pienso
de vez en cuando
preguntarse
y no tener respuestas
ser pequeño
y humilde
ser
el que anda a oscuras
con los ojos abiertos
como una lámpara para
nadie
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City
Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, GPU Ediciones (2019).
MADURA, Editorial Sudestada (2021)-
-Quiero sacar la
cabeza por la ventanilla de tu coche.
Halley ediciones (2022)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria
LOS AUSENTES*
Míralo a los ojos
- dijo -
Míralo a los ojos,
que allí estaciona la luna
y se clavan, duras como cuñas,
las ausencias.
¿Qué buscan?
¿Qué buscas?
La alegre extensión
de nuestra piel, dijo.
El sonido musical
de su pecho cantor.
¿Qué buscan?
¿Qué buscas?
El latido empecinado,
el vuelo bajo
a ras del otro,
los cántaros de barro,
el olor de los leños
en la madrugada
donde queda todavía
flotando en el aire
el tibio calor del hogar.
Y tu cuerpo a mi lado
y tu pierna izquierda
por encima
de mi historia personal.
Somos tiempo, amor mío.
Déjame dormir a tu lado
que afuera ruge el mundo.
¿Quién golpea la puerta de la casa,
y no conforme, dobla la apuesta
sobre las frágiles ventanas?
¡Por Dios! Manera de destrozarse
los puños por una oscura obsesión.
¿Qué buscan?
¿Qué buscas?
Te dijeron que teníamos
todo para perder.
Y no es cierto.
*De Jorge
Palma. jpalma@adinet.com.uy
A las palabras*
A las palabras las alcanza el tiempo,
como la herrumbre, los cimientos,
las raíces que se incrustan profundo...
en los músculos fríos del silencio.
Encuentro piezas de rompecabezas,
caminando, despacio, quizás cómodo,
bajo la sombra de mis pies, primero,
una o dos dispersas por mis senderos.
Algunas ideas destiñen, son reliquias,
de un pasado que es de olvido y niebla.
La flor robada para viajar en el tiempo,
el deambular por una ciudad sumergida.
A mi lado, personas cuales otras piezas,
corren con prisas, se suman al camino,
Yo me elevo y veo la culpa del mundo,
soy el albatros, del anciano marinero.
A las palabras las mata el desaliento,
como la corrosión, en los miembros,
todos somos las piezas de este juego,
los ojos relucientes, el país lejano…
la sangre.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
MAÑANA, EL HOY
MEJORARÁ*
Como a tantas generaciones, se nos cayeron
las palabras de las manos y quedaron irremediablemente maculadas.
Ya no hubo forma de recomponer el héroe
quebrado en fragmentos, de repintar la deslucida felicidad, de recuperar la
honestidad así sin sentirse un tonto, esa palabra honestidad que rodó debajo de
una pila de papeles sucios y cáscaras de naranja.
No hemos tenido desde entonces más que
recuerdos de bellos conceptos que fueron hecho y vida en el pasado, pero son
hoy, para nosotros, nostalgia y recuerdo. Nada es lo que fue, las frutas se nos
pudren en los árboles.
Cuántas veces he leído “somos enanos en
hombros de gigantes”, gigantes los antepasados, gigantes aquellos hombres y
mujeres de proporciones épicas, gloriosos en un ayer iluminado como un cielo
que tiene la llama viva del atardecer glorioso y a la vez es ocaso de tiernos,
intimistas dorados.
Cuántas veces, al través de los libros y
las épocas, hemos escrito la decepción de ver a una juventud sumida en la
desintegración y la desidia, mientras que nos enorgullecemos de las indudables
virtudes de nuestros abuelos. Nuestros abuelos trabajaron de sol a sol, se
esforzaron, sacaron adelante a sus hijos, construyeron y sembraron, no como
estos jóvenes que tienen todo servido, pero son débiles, inconstantes,
desagradecidos.
Pero quien añora un pasado feliz e impoluto
añora lo que visto de lejos, engaña. El río Paraná en un día de sol y desde el
puente, es celeste, brillante, reluciente de reflejos cristalinos. Espeja el
cielo. Desde la orilla, sin embargo, es marrón como todo río que transita
pesado y meandroso por la llanura. Y el río es siempre el mismo río, pero no
obtenemos la misma impresión desde distintos observatorios.
Así, no vemos en nuestros días más que la
corrupción y el desorden, mientras que suponemos que hubo un pasado, alguna
vez, en el que las cosas eran justas y razonables. El río espeja el cielo,
hacemos que el reflejo de ese pasado nos muestre lo que deseamos, lo que
necesitamos ver.
Recuerdo un extenso panegírico de la
primera mitad del siglo veinte, de la vida simple, los fuertes valores, la
seguridad de los niños jugando en la calle, de la luz en los hogares que no
expulsaban a sus viejos ni se desintegraban en divorcios, la comida saludable
en cocinas llenas de frascos de vidrio, los juguetes de trapo, la blanca mesa
enharinada para amasar, los patios con malvones, la solidez de las maderas
macizas en los muebles hechos para durar varias generaciones. En fin, que uno
acuerda y se solaza en una visión de la vida como fue y como debería ser. Por
debajo, sin embargo, de tanta maravilla, por debajo del reflejo del cielo, del
celeste prestado por el cielo, esto es, por la pátina que pone la evocación
sobre los hechos concretos, podríamos referirnos a esa primera mitad del siglo
con dos guerras mundiales, hornos crematorios, las mujeres sometidas, los
pobres analfabetos, los judíos y negros denigrados, despreciados los
inmigrantes, miles de niños trabajando en los campos y las fábricas,
comunidades aborígenes pereciendo, padres de familia tiranos y violentos con su
esposa y su prole. Todo estuvo allí, también, junto a las navidades con cintas
y las alegres comparsas.
El pasado fue, el presente es, el futuro
será, y la gente sigue cometiendo abominaciones y actos de una majestad
redentora. Siempre estamos al final de los tiempos, siempre estamos en la
disolución de la sociedad, en el trastocamiento generalizado de las costumbres.
Porque el mundo muta y se recompone como las fantásticas composiciones
aleatorias de los caleidoscopios, y nosotros, subidos al filo del hoy, queremos
que la máquina deje de girar, que la escena se fije en un único instante que
corresponde a la brevedad de nuestras pobres vidas.
Y somos tan héroes, tan cobardes, tan
traidores, tan generosos y tan humanos como siempre, enanos sobre enanos o
gigantes sobre gigantes, qué más da, depende de quién mire y desde cuál
atalaya.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
PREGUNTAS *
Una voz que abarca los cielos y la tierra.
Soy.
Las peñascosas nubes. Los milagros. Las
aguas vivas de la carne.
Precaria. Inconstante. Minúscula.
Fluctuante....
Devora las parábolas. Los encomios. El
tallo frágil de mi amor.
-Ven mi niño que mis pechos son breves-
Despojados de andrajos. Universales.
Fieles.
Los espectros me llaman. No siempre
reconozco sus rostros.
Las cabezas de jinetes del sueño cuelgan de
una telaraña.
Ay, si el grito se callara. Pregunta soy,
de piedra silenciosa.
Pretérito imperfecto. Triangulación de tu
boca. Molinete de amor.
No me basta el paraíso prometido. Los
mandatos del orden.
Y me punza la pregunta malva. Es mi piel.
Mi llave. Mi sino.
El ataque de un cuchillo de fuego. Grito de
la lechuza.
Madre: ¿Quién modeló mi rostro? ¿Quién me
expulsó del paraíso tibio?
¿Por qué el exilio de la higuera? ¿El
féretro en la ciénaga?
-Madre. Una niña en la Puerta. Trae una
canasta de preguntas frescas-
(Dice que su padre es espina y su madre
hormiga)
Que es más ilusorio, es la pregunta.
El punto de partida de la flor o el fruto.
Paradojal respuesta. Sangre y agua, en tu
boca. Y vinagre.
¿Hay que olvidar la ley de gravedad? Cae el
fruto, maduro o podrido.
Sé, no ha sido mi primer regreso.
Sé, la desmesura de mis zapatos rojos.
Toco el sexo de Lucy y me recibe la
impiedad del espejo.
Aun así. Hecho añicos el hueco de mi
ombligo. Elijo las preguntas.
¿Quién? ¿Quién sabe las repuestas?
*De Amelia
Arellano.
Antes del fin (2) *
Cuando subía por
última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita.
Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina.
Conté lo que llevaba en mis bolsillos: Dos euros y algunos céntimos. Se lo di todo.
Ella protestó. Yo insistí. Finalmente aceptó y se fue cuesta abajo, balanceando
un pequeño bidón de plástico y canturreando algo que no supe identificar. La
miré mientras se alejaba. Un par de veces se volvió, agitando la mano libre en
señal de despedida. Parecía feliz. Su horizonte era el lugar donde su moto la
pudiese llevar con ese euro de gasolina. Sentí que el escenario había cambiado,
que ya no podía hacer aquello para lo que había venido hasta el río. Que no
tenía derecho mientras esa mujer siguiese caminando por el mundo con su
bidoncito para gasolina y esa tonta canción germinando obstinada entre sus
labios.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
DESNUDO SOBRE
PAPEL DE DIARIO*
*Por Miriam
Cairo.
Los personajes de esta historia son los
mismos que venimos leyendo desde hace ya varios años. Él siempre es él. Ella ha
tenido varios nombres. Varios cuerpos. Varias hileras de dientes.
El muchas veces creyó que era rubio y que
era delgadísimo. Muchas veces escribió su nombre detrás del documento para no
olvidarlo. Muchas veces entró en el relato empujado por un émbolo literario al
servicio del suceso.
Siempre ha sido el personaje que vive en
otra ciudad porque ella siempre ha sido la mujer que vive en esta ciudad. Para
verse, uno de los dos siempre ha tenido que cruzar un río literario, atravesar
una autopista ficcional, pagar un peaje riguroso. Hasta hoy, él nunca tuvo que
ganarse la vida trabajando en un peladero de pollos o como picapedrero pero lo
bien que le habría hecho una experiencia real.
Convengamos que cualquier narrador mentiría
si dijera que este personaje no viajó a otra ciudad donde un día conoció a una
mujer que luego viajó a su ciudad para volver a verlo. Cualquier narrador sería
falaz si no contara que ese ir y venir de huesos dejó en la memoria una idea de
ciruelo florecido.
El destino de los personajes es misterioso.
Sobre todo para el narrador.
Sobre todo porque los castores construyen
diques, pero los personajes no.
Porque una mujer textual instala un piano
en una calle recta, iluminada por grandes farolas, en un barrio francés lejos
de Francia, pero las mujeres reales no. El destino de los personajes es una
maniobra compleja, en este mismo momento, al narrador, se le va de las manos su
personaje que se desvía oblicuamente hacia la esquina de ese barrio francés tan
lejano de su lugar de origen.
El narrador no puede evitar ese desvío y
nosotros lo seguimos. Nos preguntamos si ella estará por llegar desde su ciudad
con una sonrisa en cada boca. Esta última inquietud no es nueva. Una cosa puede
llevar a otra.
Esto puede provocar aquello. El narrador de
estos textos puede ser narradora con la misma naturalidad con la que esta calle
puede ser un archipiélago.
El personaje que había dado pasos oblicuos
encontró a la mujer oblicua. El enamoramiento se produjo una vez más con mucha
calma. El pino muere a los mil años, la flor del hibisco no dura un día. Ambos
se roban la noción de tiempo y espacio y otras novedades, mientras el narrador
escribe que ellos se robaron la noción de tiempo, la noción de espacio, la
noción de mundo, la noción de cuento, la noción de amor y otras novedades.
Por momentos, la narradora travestida de
equipaje escribe sin pronunciar palabras y esto resulta de muy poca utilidad
puesto que ante la falta de letras el papel permanece en blanco. Una cosa lleva
a la otra: nosotros reponemos. Llenamos con nuestros vasos sanguíneos los ríos
vaciados por la elipsis. Sostenemos a nuestros personajes con ambas manos, con
tanta destreza como si fueran dos manos derechas y nosotros un ser doble que
lee y escribe a la vez.
El narrador no quiere contarnos lo que ella
trae desde su ciudad, lo que ella sabe y nosotros ignoramos. Pero el narrador
nos deja leerla cuando cruza las piernas ante el personaje que siempre ansía
verla cruzar las piernas y sonríe con sus labios de bergamota bajo un claro
diluvio naranja que nos obliga a guarecernos en un cuarto vagamente iluminado,
donde la penumbra desnuda la flora, la fauna, el río, los cuentos, las almas.
El narrador que estaba sentado en su silla,
tumbado, se pone de pie. Lo seguimos. Entramos al cuarto iluminado vagamente.
Nos detenemos ante los desnudos. Están entre nosotros. No nos advierten. Ni
siquiera advierten a su propio narrador o narradora. Está ante nosotros esa
desnudez que nos desnuda. La de ellos. La del relato. Él es el que siempre
espera a la que siempre viene. Hay un reloj que no suena. Una lámpara. Una
fábula oculta. Un pozo de fuego. Un texto. Y ellos entre nosotros. Ya no
sabemos cuál de ellos es uno de nosotros. Si el personaje que se cree rubio, la
mujer que desnuda lobos, la narradora que barre lentamente lo que acabamos de
leer hasta perdernos de vista y quedarnos desnudos en el texto vacío del cuarto
vacío.
Ellos, los amantes, quieren hacernos creer
que la desnudez, tan perfecta como la rueda, la luna o el cuchillo, no es
nuestra, sino de ellos, pero ya lleva demasiado tiempo la narradora travestida
de tinta negra trabajando sobre esta hoja de papel de diario: no lograrán
engañarnos, porque esta narradora travestida de lobo, que ya no nos avisa del
próximo peligro desnudo de los personajes desnudos, nos ha formado.
Este papel que se refocila al borde de la
suerte, en algún momento empezó a ser reflejo, a ser espejo que nos devuelve
desnudos y aumentados. En algún momento, este papel rugoso se ha vuelto un
testigo, un cíclope, un megáfono.
Este papel nos lee, nos conjuga, nos
altera, nos insinúa, nos prolonga con un vértigo poco común si se tiene en
cuenta que la inmediatez del diario tiene virtudes opuestas.
A esta altura de la desnudez, queda claro
que este texto no es un madrigal, no es un responso, no es una confesión, ni un
manifiesto. Es apenas un texto escrito en una página de un diario que finge un
andar pasajero y no pide perdón a la eternidad de las letras.
*
Pienso en esos
momentos del amor donde empiezan a haber silencios en los diálogos. Llegan un
día y uno ya sabe que la pasión ha terminado. Son silencios especiales: no
silencios de bienestar. Uno capta que cada uno se ha encerrado en su mundo y no
hay retorno. Después vuelven las palabras pero ya no es lo mismo. Un bosque se
ha instalado entre dos personas y la mata empieza a crecer desmedidamente,
hasta que las caras se dejan de ver: es entonces, el abandono.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
EL VIEJO TREN*
Por estas mismas vías
pasaba el viejo tren.
Desde las brumosas factorías
los obreros lo saludaban
como a una aparición de lo lejano
con los sueños y los ojos.
Por estas mismas vías,
atravesando barriadas
somnolientas y alambradas,
pasaba el viejo tren
echando densas bocanadas
contra el cielo
como un duende
que va rasgando el silencio
con un eco dolido
de trombón y clarinete.
Por estas mismas vías,
poco antes del amanecer,
pasó como una estrella
repentina,
pañuelo de gasa al cuello,
ancho sombrero
y barbilla siempre levantada,
la bella Chick Lorimer,
con una pequeña maleta,
un perfume, un libro,
y como una exhalación
de lo innombrable.
Por estas mismas vías
pasaba el viejo tren.
*De Eduardo
Dalter.
Brooklyn, N.Y.; junio de 1998.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
ESTACIÓN FUNKE.
LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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