domingo, septiembre 24, 2023

DE LA LÍNEA SIN SOMBRA.

 


*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam

http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160

 

 

 



 

 

 

 

 

Mileva y lo posible*

 

Acaso todo esto lo empezó esa mujer, Mileva Maric,

porque para intuir lo que no se muestra con certeza,

para soñar lo probable, para que lo inverosímil sea,

ser mujer es una ventaja.

Claro que, para dar forma visible a la teoría,

es de suponer que el marido fue necesario;

pero que Einstein se haya separado para quedarse

con todo el crédito y que después ya no haya hecho

nada relevante despierta, al menos, sospechas.

Si el tiempo es una línea recta en la cual la vida

de toda la humanidad nada altera,

y si de la sucesión de puntos de esa línea,

no transforma ninguno ni quedan muestras de nada.

Igual quiero recuperar el tiempo del contorno inicial

del punto en que sentía la arrogancia de saberme vivo,

la resolución de que ninguna catástrofe conocida

o impensada me consumiría el deseo y la voluntad.

Cuando era feliz sin saberlo en medio de la desgracia,

era obscenamente feliz y hasta capaz de sobreactuar,

porque todo lo negado me llegaría y cada herida era

apenas el preludio de una segura cicatriz

y cada miseria un mal recuerdo,

tan sólo porque el futuro suponía una línea infinita.

Cada punto indetectable de esa vida ha sido hecho

de infinitesimales puntos sucesivos y superpuestos.

Pero las rectas de tiempo perfectas son imposibles,

y es inevitable la curva.

¿Lo habrá intuido Mileva en el acuerdo económico?

Que la línea del amor se comba inevitable y no regresa,

que la felicidad no es lineal y se pierde en puntos

iguales e irreconocibles,

que toda piel es la piel de un solo instante,

que lo mejor ocurre sólo una vez,

la primera y única sin ensayos ni experiencia,

que las confirmaciones son horribles,

que todos tenemos la tendencia malsana de repetir

lo que fue perfecto.

Y que, en cada repetición, se corrige hasta gastar el efecto,

y se esmerila sin remedio lo que toda felicidad

tiene de adolescente.

Pero, y qué si un punto, mi punto, se escapa y me libera

y regreso a todo aquello que se perdió

en la orilla inicial de ese punto personal que,

alguna vez, sin proponérmelo,

dibujé en mi mejor tiempo.

Una mínima contribución de la línea sin sombra

que, anónimos, nos involucra y nos diluye,

dicen, para siempre y sin retorno.

 

 *De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1*

 

 

Ese viento que te tocó la cara

¿Cae?

¿Cae y vuelve a subir?

¿Con qué piedras golpea,

con qué historia?

Ese viento que ahora mismo

mueve una flor frente a tus ojos,

ese viento, digo,

qué se lleva

y qué te deja puesto

que no sepas.

 

*De Valeria Pariso.  valeriapariso@outlook.com

-Poema 1 de “Triza”.

 

-Valeria (Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)

 

-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar", Editorial AqL (2021).

- “Final francés”, AqL ediciones, 2023

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

ACTUAR Y EXPLICAR-SE*

 


Trato de arreglar las cosas, pero nunca se arreglan, cambian, empeoran o se diluyen.

Encuentro que las acciones no tienen justificación. No una justificación válida al menos. Hacemos las cosas siempre por el motivo incorrecto. Porque el verdadero motivo de nuestras acciones está más allá de donde podemos ver en el momento, o sea ahora, que es cuando la cosa sucede. La acción sucede ahora, que es pasado. Cuando escribo “ahora” el momento ya pasó. No podemos luchar contra eso, y comprender el entramado de causas es algo inconducente, pues ya fue y nada tiene arreglo. Emparches. Que se notan.

Vivimos zurciendo roturas. Cinta aisladora en el cable. Actuamos sobre lo que sucedió, tratamos de que no vuelva a pasar o de que se repita, luchando contra la forma de ser del universo.

Las cartas en los buzones son irrecuperables. Y entonces escribimos otra carta, también imposible de borrar, y redactamos otra y otra. Al final nos damos por vencidos pero por cansancio. Sigue la sensación de que algo faltó por decir, que una palabra no fue dicha. Lo cual es la peor de las ilusiones. Nada puede decirse para suprimir lo que se entendió o no se entendió en el primer momento.

Como si hubiese un primer momento. No lo hay. Cada vez es posible retroceder más atrás.

El nacimiento es ya una sucesión de acciones de otras gentes. Nada comienza en ningún punto primordial. Nuestra historia es la de nuestros padres, la de ellos la de los suyos, y una nación un territorio, el universo en definitiva. Atrás y atrás, y esos espejos que se reflejan en espejos. Y uno allí desnudo y desvalido, intentando creer que hacer algo es de veras hacer algo y no simplemente girar en una difusa realidad que se engulle a si misma. Encima, con culpas. Y a quién le importa, y qué importa si a alguien le importa.

Lo más saludable es creer, tener fe. Es decir no pensar mucho. Considerarse importante, solvente. Creer que si uno dice algo erróneo se pararán las rotativas de los periódicos. Sacarse muchas fotos para poder recordarse ahora, o sea ayer, o sea el año pasado. Es decir, para tener una imagen del que ya no somos.

Y nada ni nadie tiene peso y sombra. Somos fantasmas que deambulan un rato y usurpan un apellido y desaparecen. Qué otra cosa. Pero no sirve. Hay que creer y actuar y dar y darse explicaciones. De otra forma esto no marcha. Socializar. Sentirse parte.

Entonces uno vuelve a decir que dijo por esto y por lo otro, pero que en realidad… En realidad qué carajo es la realidad ¿no? Cuál realidad. Armar un relato como si las palabras fueran productos naturales, como si mi palabra correspondiese a la tuya, qué lindo sueño.

Y actuar. Moverse. Agitarse un poco para tener la ilusión de que uno se mueve. Ah si, y refugiarse en la protección de la palabra “uno” “uno siente” “uno hace” ¿quién es ese uno que involucra a los demás, que los hace cómplices o partícipes? Uno es uno, o sea “yo”. Pero es más cómodo poner “uno” en el relato para satisfacer la necesidad de ser parte de algo. Y dar consejos, y fingir que la vejez es experiencia, y que uno, o sea yo, sabemos algo fuera de sabernos frágiles y contingentes.

Habrá que peinarse, comer, contestar el teléfono, proferir sonidos para responder a los sonidos que profieran otros. Con cara de estar en eso, cara de atentos. Y seguir con el corcho tapando la botella empezada. Capaz hasta me convenzo de que la realidad es esto, no sería difícil, después de todo tenemos entrenamiento.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 



 

 

 

 

*

 

 

El agua del mar alcanza mi cintura. Miro hacia arriba y elevo el ombligo. Elevo el ombligo como si hubiera un hilo que me uniera con algo que desconozco. El verde de las olas mece mi espalda, mis brazos. Me entrego y me dejo llevar mar adentro. El calor sobre la línea del horizonte me acompaña con un anaranjado bramar que todavía me abraza. El agua es tibia cerca del pacífico. Mis orejas están hundidas en el agua, siento el pelo batirse. Mis manos dibujan ondas infinitas de luz centellante que atraviesan las olas y alcanzan al celeste marrón de la orilla del mar.

Si me vieran desde arriba sería el perfecto modo de la paz, del momento presente. No hay futuro, no hay dolor, no hay pasado. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.

Me asomo levemente sobre esta horizontalidad esbelta, natural. Desde acá puedo verlos en el borde de la costa saludando, saludándome. Cierro los ojos. Me muevo. Empiezo a tocar el áspero azucarado de la arena suspendida en el agua, empiezo a saborear la sal en la boca. Me rozan algas, de las que curan. Me están llevando, me hacen cosquillas frescas. Mi ombligo empieza a descender. Me siento desorientada. Intento no pensar porque corro el riesgo de hundirme.

La nada, el mar y yo. Todo blanco.

Vuelvo a mirar el cielo, me entrego a él como si con el ombligo pudiera tocar  a la luna dulce de la tarde. Me acuesto en el mar. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.

El sonido del agua hace silencio. El sonido afelpado del agua está adentro de mi cabeza. Me duermo con las algas y sus caricias. Me duermo a pesar de la bandera roja. Yo puedo flotar hasta el infinito, hasta el fin de los mares. Soy una flor rosa durmiendo en el mar.

Mis dedos dibujan el paso amarillo del tiempo. Hago señas al cielo con las manos sumergidas. Sonrío de placer dorado. Estoy en la línea invisible entre el sueño y la vigilia. Y las algas, la bandera roja, los dedos bailando, la pequeña luna.

Mi pierna derecha rechaza la cercanía ácida de una medusa. Se entumece, quizá sea un calambre. Una fuerza agresiva me oprime la pierna, la enrosca. Empiezo a asustarme. Dios…o lo que sea que está ahí mirándome. Mirando mis manos, las flores, las algas. Dios. Una rama me arrastra. Al océano negro o a la orilla del mar. Me lastima. Lucho con fuerza, quiero elevarme, ponerme vertical, no puedo. Intento aquietarme, siento un ardor rojo en la pierna. El agua alrededor es agridulce ahora.

Si me mirara desde arriba podría ver a mis piernas entreabiertas, los pies hacia afuera, las manos hacia arriba, cabeza atrás, y las olas, los dibujos de mis dedos inconscientes, el pelo y las algas flotando, mis piernas moviéndose y naciendo desde el oleaje una rama verde oscura que se enrosca a mi pierna.

Flores rojas, violetas, negras crecen rápido, me enlazan las piernas, los brazos, mi cuerpo flotando en la caída del sol.

Es el nacimiento de la noche violeta.

Floto fluorescente al anochecer, con los ojos abiertos. Crecen, estrujan. Me entrego.

Soy el corazón vivo de un jardín acuático.

Estoy de vuelta en la costa. Tengo marcas en las piernas. Mis huellas rebosan de flores.

 

*De Lorena Suez. suezlorena@gmail.com

-Mentoría de procesos creativos

-Taller de escritura y emociones

-Lic. en Ciencias de la Comunicación / Psicóloga Social

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Del abrazo al nido*


 

Van al árbol dormitorio

florecido en pájaros de la noche.

 

No caen a pétalos.

Se acompañan

de hoja en hoja.

 

Se preguntan

porque no hacen nido.

 

Mirando al cielo vedado

por hojas y pájaros.

Hacen del abrazo un nido.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Decir

palabras

para nombrar el cielo, el pájaro o la lluvia,

y que se hagan presentes en el mundo.

Atrás,

veladas,

las cosas que no se nombran,

la grieta que hace lo callado en la garganta,

la asfixia

ocupándolo todo;

tu cara, en el juego de espejos de mi vida,

entre sombra y luz,

creciendo

como los helechos en las casas viejas,

un poco abandonados de sí,

creados

por la desidia o la suerte

de una racha de viento.

Entonces

nombrar

es elegir apenas qué se calla,

hasta dónde

se abre la flor,

es poseer el don

de marcar el límite de la belleza.

Esa última crueldad,

es el poema.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 


 

 

 

 

 

ANNA*

 

 

*De Antonio Dal Masetto.

 

También esta noche, como siempre que el sueño no viene, el hombre sale a caminar sin dirección, fuma y sus pasos y sus divagaciones lo llevan lejos. Nubes fugitivas en el cielo nocturno, temblor de luna, reflejos de faroles en las calles empedradas, árboles podados, ramas apiladas sobre las veredas y, al doblar una esquina, una muchacha detenida en la mitad de la cuadra, una sorpresa, un descubrimiento para el hombre que deambula por la ciudad vacía.

La muchacha permanece vuelta hacia él, tiene flores en las manos.

También el hombre se detiene y ahí quedan, observándose. Y en esa pausa, en el silencio, el hombre comprende, como en una revelación, que el nombre de la muchacha es Anna y que las flores son para él.

Después ella da media vuelta y comienza a caminar y el hombre la sigue y no acorta la distancia, y avanzan por calles y calles, entre las casas mudas y los gatos, y siempre hay nubes arriba y temblores de luna, y de tanto en tanto la muchacha gira la cabeza, tal vez para comprobar si el hombre continúa detrás, tal vez para alentarlo a que no deje de escoltarla.

Y allá van.

Ahora el hombre sabe que el de esta noche no es un paseo gratuito, que la muchacha que lo precede ha venido a convocarlo. Entiende que es tiempo de balances, rendiciones de cuentas.

El aire está poblado de señales, voces rotas, llamados difusos, rubores de la memoria, nombres trabajosamente rescatados, enarbolados por encima de muertes, olvidos, desprecios e ironías, nombres que vuelven intermitentes con los rumores que el viento trae un instante y arroja nuevamente a las aguas de la noche.

Y el hombre, a la distancia, intenta comunicarse con la muchacha, y sus palabras son confusas y no pasan de ser un balbuceo lento, aunque confía en que ella, allá adelante, lo escuche. El hombre murmura: En esta tierra condenada, agobiada de pérdidas, tierra arrasada, tierra de miserias y de atrocidades, no me resultará fácil hablarte.

Y en eso se queda, no hay mucho más en su cabeza.

Y van.

Y hay más calles y faroles y jardines y plazas. Y de tanto en tanto el hombre reinicia su discurso entrecortado: En esta tierra condenada, agobiada, arrasada, no me será fácil, no me será fácil, no me será fácil. Y así. Una vez, dos, tres, muchas.

Después renuncia a las palabras. Ya no importa su pobreza, las ideas que no acuden o que la imaginación niega. Ya no importan la confusión, la falta de claridad. Ya no importa nada de eso. Porque ahí está la muchacha marcando camino, guiando, abriendo una brecha, despejando. La volátil y firme figura de la muchacha nocturna, imagen que no transige, que no sucumbe, que no habla de derrotas, pero sí de firmezas y permanencias, y de una obstinada libertad.

Paso ligero de la muchacha a través de la ciudad dormida, reverenciando, enalteciendo, rescatando cada hebra del tejido de esta hora. Entonces, una vez más, alrededor el aire vibra de sabor de juventudes. Caminar detrás de la muchacha por calles de nuevo familiares, en este setiembre cambiante, después de tantas voluntarias o forzadas renuncias, después de tantos voluntarios o forzados destierros, es retomar viejas sendas y descubrirse entero y dispuesto, sacudido por estremecimientos olvidados, inconsciencias, locuras, alimentos para raíces de días nuevos.

La noche se carga de certezas, aquella figura va opacando dudas, pone ráfagas de asombro en el silencio. Y nuevamente la muchacha gira la cabeza, muestra brevemente su perfil y todo el tiempo parecería decir: También éste, como siempre, como todos, precisamente éste, es el momento decisivo.

  

-El texto "Anna" pertenece al libro "Señores más señoras".

 

-Antonio Dal Masetto.

(Intra, 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)

https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Dal_Masetto

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

En la mañana,

 una gota desliza

 su osadía

 en la leve pendiente

 de una hoja.

Herida por la luz

 se ofrenda

 en un prisma

 minúsculo y magnífico.

Y cae.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).

MADURA, (Editorial Sudestada 2021)

Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

(Halley ediciones 2022)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La viajera*

 

En esa maravilla

de que los ojos miren

y se anhelen las bocas.

En la grandeza

de la insignificancia,

en la línea sutil.

En lo no revelado

en la constancia del amigo,

en la palabra

que nunca nos dijimos

habiéndolo deseado.

En la certeza,

en la sinrazón del sentimiento.

En el ser

el verdadero ser que se es.

En la herida irreparable

de la ausencia.

En el desencajado malhumor,

en las uvas doradas,

en el leño que arde:

navega la viajera

la siempre eternidad.

 

*De Ana María Broglio.

In memoriam.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

COPOS DE NIEVE*

 

Every time you grab at love,

You will lose a snowflake of your memory.

Leonard Cohen

 

Trozos de espejo inconexos,

rompecabezas, segmentos,

copos de nieve que nunca tuve

porque vivo en otro invierno.

 

Y qué, si reniego…

¿Qué, si no me aferro?

¿A dónde irán la nieve,

las piezas, los restos de espejo?

 

Si el fractal que dejo

no es más que tu alma

llamando en mis sueños,

lágrima de hielo.

 

¿Qué será del olvido,

si le abro la puerta?

Si al borrar las lágrimas

se lleva el invierno…

 

*De Marié Rojas Tamayo.

La Habana.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AUSENCIA DE COLOR*

 

 

Ya no habrá para mi cielo ocre, azules o rosas.

Ya no habrá pentagramas de luz. Mi cielo será negro

Amor, inmensa eternidad, llama candente.

Amor, barrera sin fronteras,

Pulmón de rosa azul.

Amor. Amor. Amor. No te puedo olvidar.

Sumergida en mares de destellos

En el verde, el topacio y el rubí.

Me abrazo incandescente a la página en blanco,

Devuelve, quemazón, abrazo,

Rojo malvón en flor.

En ausencias de luz, convoco al negro,

Negro sobre mí, rondando el aire,

Pecho de zorzal palpitando mi asombro.

Amor, espina que no duele,

Negro clavel del aire aferrando mi sombra.

En la noche estrellada vislumbro lirios blancos

Más crecen por doquier aciagos lirios negros.

Amor. Amor. Amor. No te puedo olvidar

y otra vez y otra vez,

Elijo la soledad y el negro.

Porque eres como él.

El negro no es color. Es su ausencia.

No es el color, entonces, es la ausencia

que duele.

 

*De Amelia Arellano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Hay cosas en el pasado que no tienen lengua para decirlas, que están más allá de frases, palabras. Porque son extrañas y brutales. Pero sobre todo porque son extrañas y no se pueden nombrar.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 


 

VIAJAR EN TREN HASTA ENCONTRARNOS*

 

No hay más Coatlicue. Ha quedado el patio suspendido, habitado por la mesa de madera que duerme cuando hay visitas. Ha quedado el mate y los sándwiches de jamón con queso, para que el Sol los devore antes que la Luna, para que la Luna no encuentre más que migajas… Para que sus hermanos no encuentren qué hacer con tanta lluvia silenciosa. La mesa, su mesa, fue puesta ahí para ser encontrada. En sus márgenes se entretejen los puntos que atan los plumajes de su falda. Tres puntos que aprenden a serlo por primera vez, que saben que la construcción de símbolos es la creación del lugar común.

El Sol devora cubos grandes de queso, los envuelve en jamón, los guarda en el pan. Sin darse cuenta que así da forma a los cascabeles que la Luna traerá prendidos en las mejillas, cuando se acerque y vea que solo hay menudencias sobre la mesa… Y una vez más las estrellas caerán erradamente en su intento por saber qué hacer con las migajas. La serpiente de luz permite que la veamos, me parece que, limpiando esmeradamente la mesa, prestando poca atención al mate, guardándolo todo, según aprendió, como lo hace Coatlicue.

En el Cerro de la Serpiente, una mujer barre el polvo que nace en su refugio. Cuida de una cotorra y cuida de un tlacuache. Coyolxahuqui y Huitzilopochtli juegan a lanzarse una bola de plumas. Corren, la atrapan, se la arrebatan, imaginan que la bola misma se les escapa, ríe y se burla de ellos. Le han puesto un nombre: lo repiten como si con eso calmaran la preocupación de Coatlicue, preocupación común, de persona común: soledad muy suya que construye con las nubes quietas, con el polvo que barre y surge como los colores del aire… Cae: se lastima una pata. Coatlicue se ve forzada a pausar las labores, dejando el suyo también universo en sutiles desordenes. Marcha amasando tiempo y dinero: diptongos convertidos en visita veterinaria. Anda con paso apurado, cargando a Coyolxahuqui, dando reprimendas a Huitzilopochtli por haberla tirado.

A veces te extraño, Luna, estrella, Sol, relámpago… Vida de estruendos, ruidos de flor: aún hablo de ti, para mí.

¡Se narra la batalla entre el Sol y la Luna! Y se llama batalla al fenómeno cíclico del amanecer y del anochecer, donde el cielo expone sus entrañas y deja que la luz repte entre su piel y se guarde en sus corazones. Todas las muertes serán distintas, bañadas en miel o envueltas en manta. La batalla que conocieron aquellas personas, que se creyeron perdidas, encontrará a la pequeña mesa en medio del agua. Aunque no se sabrá si se reunieron en torno a ella, o si fue tan solo hallada en ese ombligo de esa luna, que puede caer por laderas filosas, que puede ser levantada por sus hermanos. El picaflor, que es hábil para los encantamientos con pedernales izquierdos, será el que venza por única ocasión: cuando cuatro mil estrellas sean convidadas al almuerzo por un colibrí que sueña el encuentro del Sol y de la Luna, sin decirles que él mismo es el Sol y que la Luna su hermana; sin decirles que él no come sándwiches de jamón y queso, pero están ahí porque hay amigos que sí lo hacen. Y el colibrí sabe invitar a los amigos.

 

*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com

Coyoacán. México

 

 

 

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