miércoles, septiembre 27, 2023

LLEGAR AL FUTURO

 


*Foto de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com

Coyoacán. México

 

 

 

 

 

 

 

Neurosis*

 

Contaba mi abuela que en Silvano. Su pueblo natal a orillas del río D'Orba el hombre lobo era fácilmente ubicable. Llevaba atada de una de sus patas traseras a la luna llena. Por eso su andar era torpe y siempre estaba delatado por la luminosidad. Como quien camina seguido por la luz de un farol sobre su cabeza. Los hombres del pueblo no querían cazarlo porque era demasiado sencillo. Además, creían que era uno de ellos. Un vecino que saltaba de su cama para cumplir un designio tan repetido como la neurosis, claro que mi abuela no decía neurosis. Decía que llevaría la misma repetida maldición aquel que matara a un vecino que tenía la desgracia de tirar de la luna vestido de lobo.

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LLEGAR AL FUTURO…

-Textos de Eduardo Francisco Coiro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MIEDO AL FUTURO

 

 

Vi a mi vecina caminando al revés. Sí. Caminaba hacia la esquina de espaldas. Pensé que iba a tropezar. Sentí desesperación. Pero no, avanzaba con una seguridad demencial sin perder el equilibrio. Cuando llegué a su lado por un momento supuse que debía sujetarla, hablarle o al menos preguntarle el porqué. No me animé. La vi despierta -no en trance- con ojos muy grandes mirando al pasado. En su mano derecha llevaba un ramo de jazmines, en la izquierda apretaba bien fuerte algo invisible en el puño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

HOMENAJE A PATRICIA ESCOBAR

 

 

Con voz interna Esteban repitió el motivo de una espera que le parecía interminable:

"Estoy esperando que llegue Patricia Escobar a mi vida"

Él. Aquel hombre de la mesa pegada al vidrio qué no dejaba de mirar con detenimiento a las mujeres que cruzaban la avenida como tratando de adivinar quién de ellas era la Patricia que entraría al bar a reconocerlo sin más referencias que el pequeño escudo de Independiente en el saco.

La mujer estaba sentada en el otro extremo del bar, con ventana mirando a la otra calle. Pagó su cuenta y se acercó a la mesa donde Esteban esperaba mirando su reloj cada cinco minutos.

-Pensé que no vendrías -dijo él.

-El colectivo nunca llegaba. -dijo ella.

La promesa de amor valió la espera de hora y media en aquel bar de Avellaneda. Fueron casi casi 30 años de convivencia, con dos maravillosas hijas florecidas.

Quedo ahí un misterio que ambos se esmeraron en proteger.

Al tiempo de enviudar, La mujer relató aquel encuentro a sus hijas.

 “lo vi ahí… cómo un pollo mojado esperando por alguien que seguramente no vendría. Me sentía tan sola. Estar sólo enloquece”.

"Entonces me levanté. Decidida a sentarme en su mesa."

"Llegó un necesario amor"

"Cada tanto cómo hacía mi abuelita en sus rituales de agradecimiento prendía una vela en homenaje a Patricia Escobar."

 

 

 








 

LA OBSTINADA GUERRA DEL AMOR

  

En aquella noche del verano argentino Esteban leyó a Kalman un reportaje a Hawking: "En el futuro habrá súper humanos genéticamente modificados".

Cenaron en casa de Esteban con su mujer Leticia. Kalman estaba por unos días en Buenos Aires para visitar a su última tía paterna. Los hijos de la pareja no estaban. Hablaron mucho sobre las consecuencias de las técnicas de modificación genética.

De esa noche Kalman se llevó una foto de la hostilidad que Leticia demostraba hacia Esteban. Parecía algo muy naturalizado por ambos de tal manera que ella no sentía pudor ni inhibición por actuar delante de un antiguo amigo común que los visitaba después de años de vivir en California.

Esteban fingía ignorar el enojo de su mujer, hasta que bien bajito –casi un susurro- para que no lo escuche Leticia dijo: "esta mujer es terrible".

Más tarde hubo un brindis con sidra helada en el jardín. La noche estaba bien abierta al universo visible de pequeñas luces brillantes que titilaban.

Hubo otras quejas de Leticia porque su marido se dedicaba a sus cosas en vez de hacer lo necesario para la casa como por ejemplo cuidar el jardín.

Kalman intento descomprimir con una ironía:

-Te casaste con un psicólogo no con un jardinero...

No resultó.

- ¡De que psicólogo me hablas... es un vivo!!!! –Respondió con furia

. Esteban está muerto. Leticia es viuda.

Años después, quizá por última vez, Kalman volvió a pisar aquel cementerio.

Él, que sólo tuvo fotos aisladas separadas en años. Que no vio esa película interna en la que cada pareja es un mundo.

Sintió necesidad de grabar en la placa de granito "A la obstinada guerra del amor"

 

 

 

 


 

 

 

 

ELLOS Y EL UNIVERSO

 

Cuando la imagen de la desdicha de una familia puesta delante de nuestros ojos era irreversible, le pregunte a Kalman si tenía alguna historia que dejara pequeña a la soberanía de la muerte.

Kalman quedó pensativo. Había pasado muchas horas de vuelo para apenas llegar a ver a Esteban a punto de ser enterrado en un cementerio privado. Estábamos pisando lápidas con nombres de personas desconocidas bajo un techo gris de nubes que podrían poder tocarse con las manos. Nos rodeaba una llovizna que hacía todo más triste e inolvidable.

-Sí. Tengo una historia justa para achicar la importancia de la muerte.

Lo relató un arqueólogo. El hombre participa de un equipo interdisciplinario que desarrolla una investigación en cuevas a las que se accede desde la ciudad de Dubrovnik. Son cuevas que ya habían sido bastante estudiadas en el pasado. La data de actividad humana realizada por carbono 14 muestra presencia desde veinte mil años atrás.

En este nuevo estudio se realizaron sorprendentes hallazgos que fueron interpretados como independientes, pero ahora están siendo pensados  -al menos como hipótesis- en conjunto.

Las excavaciones que se realizaron hace más de una década habían hallado piezas de cerámica de 15.000 años. Uno de esos pedazos había quedado bajo la mirada curiosa de aquel equipo científico, era parte de un objeto desconocido aparentemente inútil para aquel grupo humano primitivo que habitaba allí, no era una vasija ni una urna funeraria.

La reconstrucción digital de los pedazos daba una imagen similar a una máscara con aperturas para ver y respirar. Quizá era el primer casco inventado como forma de defensa de los primitivos ante garrotazos de grupos rivales.

El equipo en el que colabora el arqueólogo amigo de Kalman hizo otro descubrimiento que resignifica la lectura de aquellos trozos de cerámica.

En otra cueva, cuya ubicación se mantiene discretamente oculta para preservarla se hallaron pinturas y huesos tallados con imágenes con la misma data AP de los pedazos de cerámica en cuestión.

Son imágenes de la vida de esos primitivos: escenas de cacería de animales, mujeres talladas tipo Venus. Lo sorprendente fue el hallazgo de pinturas de humanos teniendo sexo montándose como lo hacen los mamíferos de cuatro patas. Las mujeres representadas con enormes pechos colgantes. Los científicos quedaron admirados por aquellos antepasados remotos que representaban al sexo y la procreación de nuestra especie como forma de derrotar a la muerte.

El gran descubrimiento fue observar que algunas de esas figuras humanas representadas en el coito llevaban puesta en su cabeza ese casco -o lo que fuese- similar al que se reconstruyo a partir de los pedazos de cerámica. La lectura inicial de los antropólogos suponía que hombres considerados "vencedores" podían tener sexo con las mujeres otro clan o tribu rival "vencido". Paradojalmente Un detalle cuestionaba esta hipótesis: había mujeres representadas con ese ¿casco? puesto teniendo sexo con hombres desprovistos de ese objeto en su cabeza.

La duda inicial los llevo al tiempo a descartar que esa cerámica fuese parte de un atuendo defensivo de los guerreros, tampoco parecía una máscara ritual.

La siguiente hipótesis los llevaba a pensar que ese grupo humano que vivió allí representaba su relación -incluso sexual- con otros seres provenientes de una civilización "técnica" La cerámica sería una imitación -digamos- de una escafandra de aquellos llegados del espacio sideral. O -porque no- parte del atuendo de viajeros en el tiempo provenientes de este mismo planeta.

No hay, -cómo te imaginaras- conclusión certera en estos estudios.

A Esteban le hubiera gustado conocer esta historia. Más aún por título del proyecto bajo el cual se sigue investigando: "Ellos y el universo"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SIOFN

 

El hombre relee su mensaje otra vez:

"Después de haber pasado varias veces por el planeta SIOFN los seres tienen una vida sin pasión. Los supera saber que su nuevo cuerpo tiene fecha de vencimiento; ya no sienten estar en una vida verdadera con peligros y desafíos, incertidumbres, frustraciones.... se limitan a administrar su tiempo dentro de redes psicofísicas a las que confirman su pertenencia con gestos tan automáticos, tan naturalizados en su inconsciencia"

Por eso el hombre ruega que lo transfieran a un planeta de "sangre caliente" donde la vida merezca ser vivida. Donde pueda sentir de nuevo -como aquella remota vez- que cada instante es un principio y un final.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL CREADOR

  

Quizá no fuese Dios, sino un desterrado desde una lejana civilización. Lo dejaron a la deriva en un artefacto. Su vida dependía del azar o de su habilidad para llegar a un planeta habitable. Ese artefacto era una nave, pero el desterrado prefería definirla como "mi balsa de real ilusión". De los muchos náufragos del universo este tuvo a la providencia a favor. Llegó a un planeta habitable y compatible con su condición física. Necesitaba oxígeno para respirar, agua para beber y plantas para alimentarse. En el mundo del que provenía no se consumían proteínas de animales. Sólo alimentos de origen vegetal. El desterrado tuvo que aprender a reconocer sus alimentos, a construir un habitus acorde a sus necesidades. Todo le llevaba su buen tiempo, pero él no tenía apuro. El tiempo en aquella época no corría del mismo modo que en un futuro que no podía imaginar. Cuando logró organizar sus medios de subsistencia. Lo inmediato que todavía no se llamaba lo urgente. Aquel ser comenzó a percibir la soledad. No tenía amenazas en ese mundo nuevo. Le habían dejado en el artefacto unas pocas herramientas. Quizá algún arma letal para civilizaciones hostiles. Entonces, el desterrado, que quizá ya había olvidado el código de identificación con el que se lo reconocía en su mundo, si recordaba su oficio: sabía tallar la madera. Aquel nuevo mundo era un verdadero paraíso para él. Con los troncos de los árboles armo primero refugios a su gusto para no estar encerrado en su nave ante la adversidad del clima. Más tarde comenzó a tallar los seres que recordaba haber visto y otros que figuraban en archivos visuales del universo.

Eran esculturas. Seres inertes que parecían reales. Cada vez más confiado en su habilidad había logrado tallar en el tronco mismo sin alterar la vida misma del árbol. Desde las raíces corría la savia por ese ser vegetal vivo pero tallado. Árboles tallados fueron creciendo bien alto hacia la luz abundante de ese planeta. Por algún prodigio los seres creados empezaron a querer para sí mismos parte de ese oxigeno que producían sus padres. Fueron catástrofes indefinibles tal vez las que separaron a esos seres de su vida original arbórea.

Sin raíces salieron a modificar el mundo. Fueron hostiles con sus ancestros a quienes desconocieron por completo. De aquellas creaciones del desterrado espacial surgieron inesperadas formas de vida.

Ese ser solitario murió sin ver consecuencias. Sus rastros se perdieron al abrirse abismos en las tierras del paraíso primitivo.

Nunca imaginó que lo nombrarían Dios creador.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LLEGAR AL FUTURO

 

 

El tío abuelo de Kalman bajó de "El pampeano" a las 0.35 de un viernes. Al día siguiente era su cumpleaños.

Unos minutos antes el tren había salido de la estación Atucha. El tío no podía conciliar el sueño. Miraba por la ventanilla ese cielo tremendo tan diáfanamente estrellado. Tan derramado en estrellas sobre un campo que se parecía al infinito.

El tío tenía como objetivo ver loteos pasando la estación 9 de julio. Había sacado pasaje hasta Mirapampa pero pensaba bajarse donde viera anuncios de lotes en venta. Como en un parpadeo se borró la continuidad del paisaje de cielo a campo que venía admirando. Cuando abrió la ventanilla recibió el golpe de una densa nube de polvo en el rostro. Era polvo con brillos -como de luciérnagas- que se encendían y apagaban velozmente. Quizás era polvo de estrellas que impactaban en una velocidad incalculable en relación a la marcha del tren.

El tío se atemorizó. Cerró la ventanilla. Pensó que quedaría ciego, pero tras unos instantes su vista se volvió normal. Afuera la nube oscura con brillos siguió unos instantes más, y de nuevo la noche estrellada, ni rastros de esa polvareda. Fuese lo que fuese lo que había rodeado al tren había desaparecido.

Miró al interior del vagón, vio pasajeros que dormían u otros que no habían notado nada anormal en ese transcurrir del tren.

Algo que no supo explicar bien le dijo que tenía que salir de ese tren lo antes posible. En la primera estación en que se detuvo el tren tomó su pequeña valija y bajó. Casi al pie de los peldaños vio dos hombres que se aprestaban a subir. "No suban. Este tren esta maldito" les dijo con ojos seguramente desorbitados por el miedo.

No sabe si les hablo en un español que no manejaba bien o en su lengua madre polaca.

La cuestión es que lo miraron como si fuese un borracho trasnochado y subieron por los mismos peldaños que el tío había pisado segundos antes para sentir la solidez del andén.

El asombro del tío siguió cuando al verse en el espejo de la sala de espera vio su cabellera tiznada de polvillo. Se sacudió, pero al quitar la polvareda descubrió sus pelos poblados por canas que no tenía al subir en La Plata.

Lo asombroso -según Kalman- es la flexibilidad demencial con la cual su tío abuelo se adaptó a una situación totalmente impensable.

Se quedó un tiempo en Polvaredas, busco trabajo en un campo cercano. Decidió no decir ni palabra de lo ocurrido en ese tren.

Más o menos dos años después de bajar en Polvaredas el tío reencontró a su hermana menor con marido e hijos recién instalados en la Argentina. Hartos de guerras y miserias humanas arribaron a Ensenada, última referencia que tenían por una antigua carta donde el tío les dejaba un domicilio. No esperaban encontrarlo con vida. A ese tío abuelo además de llegarle familia le llovieron lágrimas, abrazos y reproches.

Las lágrimas se secaron con el paso de los meses, los abrazos se aflojaron por costumbre, pero los reproches de su hermana siguieron y hasta se hicieron encarnizados. El tío escuchaba todo sin enojarse ni justificarse.

Un día, quizás cansado de visitar a su hermana en la casita de Ensenada para recibir ese clima tenso de reproche hasta en los silencios. De no poder ni sostenerle la mirada. El tío abuelo de Kalman habló. Llevó una valijita de cuero rígido - la misma con la que había subido al tren aquella noche en la terminal de La Plata y la abrió.

Primero puso sobre la mesa un pasaje de tren: La Plata - Mirapampa fechado claramente el 24 de septiembre de 1917.

Ese día fue un lunes -se extendió en un detalle al que nadie le dio importancia-

Luego puso un ejemplar del diario La Nación sobre la mesa con la misma fecha.

- ¡Que me querés decir, -le dijo su hermana con una mirada que pasó a echar chispas de indignación- que desde que subiste a ese tren decidiste olvidarnos! ¡No contestar cartas por vivir en otro planeta...!

-Estuve viajando adentro de ese tren 30 años. Seguí con mi vida como pude o mejor aún -aclaró-: agradecido de no seguir allí adentro vaya a saber por cuantos siglos más. No le creyeron. Era como decirles que las hojas alguna vez fueron plumas. Que lo trataran como mentiroso generó una pelea familiar que duró para siempre.

Muchos años después Kalman recibió de manos de su tío las únicas pruebas de no haber faltado a la verdad aquel día con su familia. El pasaje del tren y ese diario donde se leía entre las noticias destacadas que el ministro de defensa Elpidio González solicitaba el estado de excepción para enfrentar la huelga ferroviaria de 1917.

La madre de Kalman, sobrina menor del tío, siempre le creyó. El misterio de los 30 años fue algo que Kalman reconoció como fuente iniciática de dos vocaciones: tanto de investigador científico como de escritor vocacional. Si hubiese sido una verdad comprobable la experiencia del tío merecía un libro similar al de "Física de lo imposible". Si era una mentira urdida para encubrir su desamor o el desapego a su gente era un portal a literatura pura.

En sus indagaciones Kalman encontró unos pocos elementos a favor de la historia tal como la relataba el tío: No había ningún rastro de su permanencia en esas tres décadas previas a establecerse en Polvaredas, de 1917 a 1947 no había nada de nada. A pesar de estar encanecido era inusualmente joven por tener los años que tenía.

 

*

 

Ya ostensiblemente viejo, hablaba mucho de su infancia en aquel pueblo de Europa central del cual partió antes de llegar a la edad necesaria para ser convocado al servicio militar. Su padre era ebanista, pero quería un futuro militar en la familia. Más aun siendo el hijo mayor. Una vez, caminando con su padre por el bosque mientras iban a elegir un roble para hacerlo madera de mueble. Su padre lo obligo a marchar delante de él como lo hacen los soldados. El tío era apenas un muchacho de 14 años que intentó cumplir, pero de mala gana. Esa falta de vocación enfureció a su padre que comenzó a patearle los talones cuando no marchaba correctamente llevando la punta del pie bien alto. Así. A pataditas correctoras tuvo que marchar hasta retornar a las afueras del pueblo donde seguramente por vergüenza su padre suspendió la instrucción de marcha para su futuro militar al servicio del imperio.

Desde aquella tarde detestó para siempre a su padre, a los militares, al imperio austrohúngaro. Ese día empezó a gestarse su idea de irse bien lejos donde no hubiera ni imperio ni guerras ni un padre que esperara tener un buen hijo militar en la familia. Así fue. Dos años antes del comienzo de la primera gran guerra dejó una nota "me voy, ya escribiré cuando este establecido"


*

 

Kalman siguió pensando en lo sucedido con su tío abuelo hasta que cumplió 65 años. Ese día se dijo que ya era el momento para aceptar lo inexplicable en esta historia de su tío.

Era muy pobre como explicación decir que había sucedido una anomalía en el espacio-tiempo. Que su tío abuelo había sido un testigo privilegiado cuya mayor maravilla era haber desplegado una enorme fuerza psíquica para adaptarse, como el mismo decía a "esa gran patada al futuro" que había recibido.

En esos 30 años en el tren evitó enterarse del final de la primera guerra. De la guerra civil española. De la segunda gran guerra. De tremendas e increíbles matanzas. El siglo XX se desplegaba en horrores. Su pueblo natal fue devastado. Hijos y nietos de sus vecinos fueron enviados a campos de exterminio por los nazis.

De última, cuanta gente que vivió realmente día por día todos esos años que el tío abuelo pasó por alto adentro de un tren dirán si les preguntan que todo paso muy rápido. Que 30 años de vida fueron apenas parpadeos.  Unos pocos suspiros. Kalman mismo sintió eso al cumplir años cuando decidió abandonar las investigaciones teóricas que había intentado construir inútilmente por años.

Hasta una vez -ridículamente- llevó un diente de su tío a un científico colega para hacer una prueba con isótopos de estroncio y así rastrear las geografías por donde transcurrió la vida del tío en esas décadas adentro del limbo.

Le quedó una imagen grabada por otras tantas que irán al olvido.  Era fin de año. Cuando todos estuvieron de acuerdo con el reloj en que indudablemente comenzaba un año nuevo. El tío -que ya era un ancianito sin dientes- levantó la copa de sidra y mientras la hacía chocar en el aire con otras copas pidió con su voz perdida entre otras voces:

 “paz y felicidad para el mundo”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CRÓNICAS TERRESTRES

 

 

La gente de antes no hablaba casi nada de su vida pasada, estaba demasiado ocupada en vivir el día a día. A mi edad ya soy parte de la gente de antes, de aquellos que están “más cerca del arpa que de la guitarra”. Aunque los hechos tal cual ocurrieron son imposibles de reconstruir para mí. Siempre quise saber porque llegamos con mis padres desde Tucumán a Elías Romero.

Ya no hay testigos vivos. Ni mis padres ni parientes de aquel entonces en Tucumán.

Nací en Campo Rouges. Mis padres eran cañeros. Todo el mundo era cañero, se vivía de la zafra. Antes y después de la zafra había que cultivar la parcela, criar gallinas. La familia que tenía un caballo con carro para moverse podía sentirse rica. Era muy chico cuando Evita bendijo con su visita al ingenio Santa Rosa. Lo guarde con mis ojitos mientras me acompañen la memoria y la vida. Las dos juntas porque la vida sin memoria no sirve.

Por Estación León Rouges pasaba el provincial de Tucumán que se perdía hacia el sur hasta terminar en estaciones que no conocí ni de nombre. Mi madre era de La Cocha. Ella cuando se juntó con mi padre se vino a vivir a Campo Rouges. Hasta La Cocha viajábamos en tren cada tanto a visitar familia. La gente tenía muchos hijos. Mi madre solo quería dos. decía que traer más hijos a casa de pobre era hacerlos pasar necesidad. Mi hermano menor murió a poco de cumplir un año de una enfermedad repentina. Fue esa desesperación o esa tristeza irreparable la que empujo a mis padres a venirse conmigo a Elías Romero.

El abuelo de mi madre estaba establecido en este descampado, puro campo, pero sin cañaverales a la vista ni montañas cercanas. Les mando decir –él no sabía leer ni escribir- que aquí había futuro. Trabajo asegurado. hospital cercano para atenderse.

No mintió. En Marcos Paz -a pocos km de aquí- había trabajo. Mi madre limpiaba casas. Mi padre aprendió el oficio de albañil. Yo tuve una buena escuela. Había médicos, lugares donde atenderse.

Un día intente escribir en un papel el recorrido que hicimos los tres hasta llegar hasta aquí. Cambiamos cuatro veces de tren. El que llegaba desde San Miguel hasta Retiro tenía la vía ancha. Y no viajamos hasta Elías Romero en el Midland que ya se llamaba Belgrano. Se conoce que no tenía frecuencias, así que el bisabuelo nos esperó con su jardinera tirada por la fiel petisa en la estación del Sarmiento.

Crecí. Aprendí el oficio de carpintero. Trabajé por mi cuenta mientras pude. Hasta el Rodrigazo se podía trabajar en el oficio de cada cual. El trabajador era un señor, no una pieza descartable.

Voy a evitar relatar como el país acompaño mi recorrido desde carpintero especializado y lustrador de muebles al viejo de 70 años que junta latas de aluminio mientras espera una pensión.

La calle de tierra que pasa por la estación muerta del Midland se llama Discépolo. Ese hombre sí que la vio venir. La vida fue nomas “Cambalache”.

Aquella vez –por el 2001 o 2002- cuando todavía tenía trabajo vi a un hombre viejo sentado en la vereda de la calle comercial. Vendía sus libros para poder comer -me dijo.

Le compre dos libros que me acompañan en esta soledad. Los releo seguido: “El corazón de las tinieblas” de Conrad. Y “Crónicas Marcianas” de Ray Bradbury.

Los dos libros hablan a su modo del triste mundo de la explotación que alguna vez saldrá de nuestro pobre planeta a Marte y mucho, mucho más allá.

Vivir en Elías Romero es como vivir en Marte, quizás peor porque hay a poca distancia de este lugar abandonado a la mano de Dios una sociedad de la indiferencia. Abismos siderales separan a las personas.

De Hataway comprendí que la soledad es universal. No es una maldición personal inexplicable. Por donde vaya el ser humano llevará su soledad o su soledad acompañada que suele ser aún peor.

No tengo la capacidad del personaje de Ray para recrear robóticamente lo perdido. En Los largos años, Hataway esperó noche por noche mirando al cielo.

Tengo las herramientas mínimas para que mi casa de ladrillos asentados en barro no se derrumbe conmigo adentro. Sé que ser pobre incluye no poder arreglar lo que no puedas hacer con tus propias manos. Por eso quisiera ser el ingenioso Hataway.

Y no “Don Pere” un hombre viejo que hasta ha perdido su primer nombre y la z de su apellido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA CULPA

 

Medianoche. Han apagado las luces del vagón para que la gente duerma.

Afuera un cielo estrellado. Una luna plena ilumina al interior del vagón dibujando formas fantásticas con las sombras de los árboles que bordean la vía.

El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz individual. Encuentra una frase que lo sacude: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre". Recuerda a su padre, nacido en un hogar campesino en la Italia de 1923. En aquel sueño que lo sacudió ya anciano: los lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer nada para evitarlo. Así se despertó. De esa cara de espanto de su padre el hombre no se olvida.

Piensa en su padre, en él, en sus hijos. En otros padres con sus hijos. Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto no deja entrar al aullido de los soñantes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MARÍA LUCILA

 

"Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"

 

Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-

 

 

El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Emilio. Dice que va a contarme de su historia personal que tiene relación con una antigua estación de trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que más aún, mi escritura empeora con el tiempo.

-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono de súplica.

-A mí me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato para escuchar.

En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí. La llamaron María Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda.

Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la nacionalización, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubiló.

Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en Avellaneda. Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en tren a conocer al pueblo que lleva el nombre de mi madre.

El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland pero es posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse "con florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53.

 

Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que dibujaba Divito.

Por alguna cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.

 

(….)

 

Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber- , o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.

Usted sabe que todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas percepciones incomodas.

Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar. no hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.

Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según parece.

La angustia de mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.

Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta.

Mi padre después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.

Un día nos presentó a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.

Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.

Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Un auto y vacaciones.

 

Mi padre tenía 70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21.

Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar. Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un hombre o un marido.  Te recomiendo que seas un hombre...

Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo sagrado.

 

*

 

De mi madre, quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.

Nunca sabré si volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.

Hay un abismo de treinta años de silencio.

La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logró encontrarla unos meses antes de su muerte.

Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de la estación no había nadie a Km.

Allí vivía mi madre. Envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros en jaulas y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.

Nada sabía del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenía radio ni televisión.

¿Sabe cuál era una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.

 

(....)

 

Sabía del suicidio de Alejandra, le dolía como si hubiera pasado apenas unos días atrás:

"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.

Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. El hombre vuelve a abrir el libro que heredó de su madre y lee otra frase de Alejandra marcada con birome azul:

"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"

 

Así me siento. Así me sentí siempre, -escribe su madre- espero que quienes esperaban algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.

Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.

Al rato nos despedimos con un abrazo.

Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia de las que he intentado contar son de vidas felices.

 

 

 

 

 

*

 

-Eduardo Francisco Coiro. Argentina, Lomas de Zamora, 1958. Licenciado en Sociología. Escritor.

-Editor de Inventiva Social.

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

El origen*

 


La memoria de los ausentes es un tren de carga en la noche profunda. El sonido de los rieles se funde con sueños o pesadillas.

La imagen más antigua que recuerdo de Esteban a veces se confunde con la última e irreversible.

Estábamos en el patio de la escuela industrial sentados sobre el banco de madera que se armaba en el taller de carpintería. Esteban sobre su banco que tenía el número 42 le daba cuerda al reloj Tressa que su abuelo le había regalado en vida. Por alguna cuestión que nunca quedo del todo esclarecida Esteban tenía desdibujados a sus padres. Especialmente a su padre que no existía en su hablar cotidiano. Él hablaba de sus abuelos que vivían en el campo, en un lugar que imaginábamos lejano al nombraba así "viven en su chacra allá en Km.". Mucho después supimos que se refería a Km 55 que para el ferrocarril era un modesto apeadero que utilizaban unos pocos vecinos del lugar.

Fue Kalman, siempre curioso, el que preguntó a Esteban por el origen de su nombre.

-Por mi abuelo materno "Stephen Randall Burkett" dijo con el gesto corporal de orgullo como si hablará de un prócer.

Y era tal cual, para Esteban su abuelo era un héroe de los tantos que vinieron al país a trabajar. "y sudar la camiseta" Trabajaba en los talleres Libertad del antiguo Midland. Se jubiló unos meses antes que la dictadura de Onganía cerrara los talleres y fuese esto el principio del fin del tren.

La historia que le fluía a Esteban contarnos era más remota. Su abuelo había nacido en una zona rural de Inglaterra cercana a Escocia. El abuelo se consideraba escocés, aunque los mapas que Esteban dibujaba en el aire y nosotros no entendíamos confirmaban que el pueblo más cercano Kirkby Stephen quedaba en Inglaterra.

-Seguro que lo llamaron a tu abuelo "Stephen" por el nombre del pueblo dijimos en coro.

Aquel pueblo tenía tren. Él lo usaba para ir a estudiar a una escuela técnica especializada en máquinas ferroviarias. Su abuelo Stephen llegó al país en 1938 para la adaptación de los trenes Birmingham que eran una maravilla tecnológica para aquella época.

El abuelo era un técnico especializado de los talleres de Libertad, iba y venía con un impecable traje negro. Así como en uno de esos azares mágicos e increíbles Esteban nos regaló como se conocieron sus abuelos. Su abuela Ligia nacida en un pueblo de Alessandria era corta de vista y tan despistada que se sentó sobre el abuelo Stephen con su traje negro como si fuese un asiento libre. Imaginar esa situación y un después inmediato entre el escoses y la italiana que hablaban en sus propios idiomas era digno de película romántica.

Esteban fue testigo de un ritual que tenían. Cuando levantaban la voz en alguna discusión. Al rato -para acercar la intransigencia- la abuela Ligia se levantaba de la mesa, la bordeaba y se iba a sentar sobre las piernas de Stephen. "Para que no olvides como empezamos" decía ella con un tono dulce de voz.

-Al menos ahora no te levantas como un resorte a los gritos. -decía él.

Y reían como niños.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

 

 

 

 

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