*Foto de hugo ivan cruz-rosas.
quetzal.hi@gmail.com
Coyoacán. México
Neurosis*
Contaba mi abuela que en Silvano. Su pueblo natal a orillas del río D'Orba
el hombre lobo era fácilmente ubicable. Llevaba atada de una de sus patas
traseras a la luna llena. Por eso su andar era torpe y siempre estaba delatado
por la luminosidad. Como quien camina seguido por la luz de un farol sobre su
cabeza. Los hombres del pueblo no querían cazarlo porque era demasiado
sencillo. Además, creían que era uno de ellos. Un vecino que saltaba de su cama
para cumplir un designio tan repetido como la neurosis, claro que mi abuela no
decía neurosis. Decía que llevaría la misma repetida maldición aquel que matara
a un vecino que tenía la desgracia de tirar de la luna vestido de lobo.
*De Eduardo Francisco Coiro.
inventivasocial@hotmail.com
LLEGAR AL FUTURO…
-Textos de Eduardo Francisco Coiro.
MIEDO AL FUTURO
Vi a mi vecina caminando al revés. Sí.
Caminaba hacia la esquina de espaldas. Pensé que iba a tropezar. Sentí
desesperación. Pero no, avanzaba con una seguridad demencial sin perder el
equilibrio. Cuando llegué a su lado por un momento supuse que debía sujetarla,
hablarle o al menos preguntarle el porqué. No me animé. La vi despierta -no en
trance- con ojos muy grandes mirando al pasado. En su mano derecha llevaba un
ramo de jazmines, en la izquierda apretaba bien fuerte algo invisible en el
puño.
HOMENAJE
A PATRICIA ESCOBAR
Con voz interna Esteban repitió el motivo de una espera que le parecía
interminable:
"Estoy esperando que llegue Patricia Escobar a mi vida"
Él. Aquel hombre de la mesa pegada al vidrio qué no dejaba de mirar con
detenimiento a las mujeres que cruzaban la avenida como tratando de adivinar
quién de ellas era la Patricia que entraría al bar a reconocerlo sin más
referencias que el pequeño escudo de Independiente en el saco.
La mujer estaba sentada en el otro extremo del bar, con ventana mirando a
la otra calle. Pagó su cuenta y se acercó a la mesa donde Esteban esperaba
mirando su reloj cada cinco minutos.
-Pensé que no vendrías -dijo él.
-El colectivo nunca llegaba. -dijo ella.
La promesa de amor valió la espera de hora y media en aquel bar de
Avellaneda. Fueron casi casi 30 años de convivencia, con dos maravillosas hijas
florecidas.
Quedo ahí un misterio que ambos se esmeraron en proteger.
Al tiempo de enviudar, La mujer
relató aquel encuentro a sus hijas.
“lo vi
ahí… cómo un pollo mojado esperando por alguien que seguramente no vendría. Me
sentía tan sola. Estar sólo enloquece”.
"Entonces me levanté. Decidida a sentarme
en su mesa."
"Llegó un necesario amor"
"Cada tanto cómo hacía mi abuelita en sus
rituales de agradecimiento prendía una vela en homenaje a Patricia
Escobar."
LA OBSTINADA GUERRA DEL
AMOR
En aquella noche del verano argentino Esteban leyó a Kalman un reportaje a Hawking: "En el futuro habrá súper
humanos genéticamente modificados".
Cenaron en casa de Esteban con su mujer Leticia. Kalman estaba por unos
días en Buenos Aires para visitar a su última tía paterna. Los hijos de la
pareja no estaban. Hablaron mucho sobre las consecuencias de las técnicas de
modificación genética.
De esa noche Kalman se llevó una foto de la hostilidad que Leticia
demostraba hacia Esteban. Parecía algo muy naturalizado por ambos de tal manera
que ella no sentía pudor ni inhibición por actuar delante de un antiguo amigo
común que los visitaba después de años de vivir en California.
Esteban fingía ignorar el enojo de su mujer, hasta que bien bajito –casi un
susurro- para que no lo escuche Leticia dijo: "esta mujer es
terrible".
Más tarde hubo un brindis con sidra helada en el jardín. La noche estaba
bien abierta al universo visible de pequeñas luces brillantes que titilaban.
Hubo otras quejas de Leticia porque su marido se dedicaba a sus cosas en
vez de hacer lo necesario para la casa como por ejemplo cuidar el jardín.
Kalman intento descomprimir con una ironía:
-Te casaste con un psicólogo no con un jardinero...
No resultó.
- ¡De que psicólogo me hablas... es un vivo!!!! –Respondió con furia
. Esteban está muerto. Leticia es viuda.
Años después, quizá por última vez, Kalman volvió a pisar aquel cementerio.
Él, que sólo tuvo fotos aisladas separadas en años. Que no vio esa película
interna en la que cada pareja es un mundo.
Sintió necesidad de grabar en la placa de granito "A la obstinada
guerra del amor"
ELLOS
Y EL UNIVERSO
Cuando la imagen de la desdicha de una familia puesta delante de nuestros
ojos era irreversible, le pregunte a Kalman si tenía alguna historia que dejara
pequeña a la soberanía de la muerte.
Kalman quedó pensativo. Había pasado muchas horas de vuelo para apenas
llegar a ver a Esteban a punto de ser enterrado en un cementerio privado.
Estábamos pisando lápidas con nombres de personas desconocidas bajo un techo
gris de nubes que podrían poder tocarse con las manos. Nos rodeaba una llovizna
que hacía todo más triste e inolvidable.
-Sí. Tengo una historia justa para achicar la importancia de la muerte.
Lo relató un arqueólogo. El hombre participa de un equipo
interdisciplinario que desarrolla una investigación en cuevas a las que se
accede desde la ciudad de Dubrovnik.
Son cuevas que ya habían sido bastante estudiadas en el pasado. La data de
actividad humana realizada por carbono 14 muestra presencia desde veinte mil
años atrás.
En este nuevo estudio se realizaron sorprendentes hallazgos que fueron
interpretados como independientes, pero ahora están siendo pensados -al menos como hipótesis- en conjunto.
Las excavaciones que se realizaron hace más de una década habían hallado
piezas de cerámica de 15.000 años. Uno de esos pedazos había quedado bajo la
mirada curiosa de aquel equipo científico, era parte de un objeto desconocido
aparentemente inútil para aquel grupo humano primitivo que habitaba allí, no
era una vasija ni una urna funeraria.
La reconstrucción digital de los pedazos daba una imagen similar a una
máscara con aperturas para ver y respirar. Quizá era el primer casco inventado
como forma de defensa de los primitivos ante garrotazos de grupos rivales.
El equipo en el que colabora el arqueólogo amigo de Kalman hizo otro
descubrimiento que resignifica la lectura de aquellos trozos de cerámica.
En otra cueva, cuya ubicación se mantiene discretamente oculta para preservarla se hallaron pinturas y huesos tallados con imágenes con la misma data AP de los pedazos de cerámica en cuestión.
Son imágenes de la vida de esos primitivos: escenas de cacería de animales,
mujeres talladas tipo Venus. Lo sorprendente fue el hallazgo de pinturas de
humanos teniendo sexo montándose como lo hacen los mamíferos de cuatro patas.
Las mujeres representadas con enormes pechos colgantes. Los científicos
quedaron admirados por aquellos antepasados remotos que representaban al sexo y
la procreación de nuestra especie como forma de derrotar a la muerte.
El gran descubrimiento fue observar que algunas de esas figuras humanas
representadas en el coito llevaban puesta en su cabeza ese casco -o lo que
fuese- similar al que se reconstruyo a partir de los pedazos de cerámica. La
lectura inicial de los antropólogos suponía que hombres considerados
"vencedores" podían tener sexo con las mujeres otro clan o tribu
rival "vencido". Paradojalmente Un detalle cuestionaba esta
hipótesis: había mujeres representadas con ese ¿casco? puesto teniendo sexo con
hombres desprovistos de ese objeto en su cabeza.
La duda inicial los llevo al tiempo a descartar que esa cerámica fuese
parte de un atuendo defensivo de los guerreros, tampoco parecía una máscara
ritual.
La siguiente hipótesis los llevaba a pensar que ese grupo humano que vivió
allí representaba su relación -incluso sexual- con otros seres provenientes de
una civilización "técnica" La cerámica sería una imitación -digamos-
de una escafandra de aquellos llegados del espacio sideral. O -porque no- parte
del atuendo de viajeros en el tiempo provenientes de este mismo planeta.
No hay, -cómo te imaginaras- conclusión certera en estos estudios.
A Esteban le hubiera gustado conocer esta historia. Más aún por título del
proyecto bajo el cual se sigue investigando: "Ellos y el universo"
SIOFN
El hombre relee su mensaje otra vez:
"Después de haber pasado varias veces por
el planeta SIOFN los seres tienen una vida sin pasión. Los supera saber que su
nuevo cuerpo tiene fecha de vencimiento; ya no sienten estar en una vida
verdadera con peligros y desafíos, incertidumbres, frustraciones.... se limitan
a administrar su tiempo dentro de redes psicofísicas a las que confirman su
pertenencia con gestos tan automáticos, tan naturalizados en su
inconsciencia"
Por eso el hombre ruega que lo transfieran a un planeta de "sangre
caliente" donde la vida merezca ser vivida. Donde pueda sentir de nuevo
-como aquella remota vez- que cada instante es un principio y un final.
EL
CREADOR
Quizá no fuese Dios, sino un desterrado desde una lejana civilización. Lo
dejaron a la deriva en un artefacto. Su vida dependía del azar o de su
habilidad para llegar a un planeta habitable. Ese artefacto era una nave, pero
el desterrado prefería definirla como "mi balsa de real ilusión". De
los muchos náufragos del universo este tuvo a la providencia a favor. Llegó a
un planeta habitable y compatible con su condición física. Necesitaba oxígeno
para respirar, agua para beber y plantas para alimentarse. En el mundo del que
provenía no se consumían proteínas de animales. Sólo alimentos de origen
vegetal. El desterrado tuvo que aprender a reconocer sus alimentos, a construir
un habitus acorde a sus necesidades. Todo le llevaba su buen tiempo, pero él no
tenía apuro. El tiempo en aquella época no corría del mismo modo que en un
futuro que no podía imaginar. Cuando logró organizar sus medios de
subsistencia. Lo inmediato que todavía no se llamaba lo urgente. Aquel ser
comenzó a percibir la soledad. No tenía amenazas en ese mundo nuevo. Le habían
dejado en el artefacto unas pocas herramientas. Quizá algún arma letal para
civilizaciones hostiles. Entonces, el desterrado, que quizá ya había olvidado
el código de identificación con el que se lo reconocía en su mundo, si
recordaba su oficio: sabía tallar la madera. Aquel nuevo mundo era un verdadero
paraíso para él. Con los troncos de los árboles armo primero refugios a su
gusto para no estar encerrado en su nave ante la adversidad del clima. Más
tarde comenzó a tallar los seres que recordaba haber visto y otros que
figuraban en archivos visuales del universo.
Eran esculturas. Seres inertes que parecían reales. Cada vez más confiado
en su habilidad había logrado tallar en el tronco mismo sin alterar la vida
misma del árbol. Desde las raíces corría la savia por ese ser vegetal vivo pero
tallado. Árboles tallados fueron creciendo bien alto hacia la luz abundante de
ese planeta. Por algún prodigio los seres creados empezaron a querer para sí
mismos parte de ese oxigeno que producían sus padres. Fueron catástrofes
indefinibles tal vez las que separaron a esos seres de su vida original
arbórea.
Sin raíces salieron a modificar el mundo. Fueron hostiles con sus ancestros
a quienes desconocieron por completo. De aquellas creaciones del desterrado
espacial surgieron inesperadas formas de vida.
Ese ser solitario murió sin ver consecuencias. Sus rastros se perdieron al
abrirse abismos en las tierras del paraíso primitivo.
Nunca imaginó que lo nombrarían Dios creador.
LLEGAR AL FUTURO
El tío abuelo de Kalman bajó de "El pampeano" a las 0.35 de un
viernes. Al día siguiente era su cumpleaños.
Unos minutos antes el tren había salido de la estación Atucha. El tío no
podía conciliar el sueño. Miraba por la ventanilla ese cielo tremendo tan
diáfanamente estrellado. Tan derramado en estrellas sobre un campo que se
parecía al infinito.
El tío tenía como objetivo ver loteos pasando la estación 9 de julio. Había
sacado pasaje hasta Mirapampa pero pensaba bajarse donde viera anuncios de
lotes en venta. Como en un parpadeo se borró la continuidad del paisaje de
cielo a campo que venía admirando. Cuando abrió la ventanilla recibió el golpe
de una densa nube de polvo en el rostro. Era polvo con brillos -como de
luciérnagas- que se encendían y apagaban velozmente. Quizás era polvo de
estrellas que impactaban en una velocidad incalculable en relación a la marcha
del tren.
El tío se atemorizó. Cerró la ventanilla. Pensó que quedaría ciego, pero
tras unos instantes su vista se volvió normal. Afuera la nube oscura con
brillos siguió unos instantes más, y de nuevo la noche estrellada, ni rastros
de esa polvareda. Fuese lo que fuese lo que había rodeado al tren había
desaparecido.
Miró al interior del vagón, vio pasajeros que dormían u otros que no habían
notado nada anormal en ese transcurrir del tren.
Algo que no supo explicar bien le dijo que tenía que salir de ese tren lo
antes posible. En la primera estación en que se detuvo el tren tomó su pequeña
valija y bajó. Casi al pie de los peldaños vio dos hombres que se aprestaban a
subir. "No suban. Este tren esta maldito" les dijo con ojos seguramente
desorbitados por el miedo.
No sabe si les hablo en un español que no manejaba bien o en su lengua
madre polaca.
La cuestión es que lo miraron como si fuese un borracho trasnochado y
subieron por los mismos peldaños que el tío había pisado segundos antes para
sentir la solidez del andén.
El asombro del tío siguió cuando al verse en el espejo de la sala de espera
vio su cabellera tiznada de polvillo. Se sacudió, pero al quitar la polvareda
descubrió sus pelos poblados por canas que no tenía al subir en La Plata.
Lo asombroso -según Kalman- es la flexibilidad demencial con la cual su tío
abuelo se adaptó a una situación totalmente impensable.
Se quedó un tiempo en Polvaredas, busco trabajo en un campo cercano.
Decidió no decir ni palabra de lo ocurrido en ese tren.
Más o menos dos años después de bajar en Polvaredas el tío reencontró a su
hermana menor con marido e hijos recién instalados en la Argentina. Hartos de
guerras y miserias humanas arribaron a Ensenada, última referencia que tenían
por una antigua carta donde el tío les dejaba un domicilio. No esperaban
encontrarlo con vida. A ese tío abuelo además de llegarle familia le llovieron
lágrimas, abrazos y reproches.
Las lágrimas se secaron con el paso de los meses, los abrazos se aflojaron
por costumbre, pero los reproches de su hermana siguieron y hasta se hicieron
encarnizados. El tío escuchaba todo sin enojarse ni justificarse.
Un día, quizás cansado de visitar a su hermana en la casita de Ensenada
para recibir ese clima tenso de reproche hasta en los silencios. De no poder ni
sostenerle la mirada. El tío abuelo de Kalman habló. Llevó una valijita de
cuero rígido - la misma con la que había subido al tren aquella noche en la
terminal de La Plata y la abrió.
Primero puso sobre la mesa un pasaje de tren: La Plata - Mirapampa fechado
claramente el 24 de septiembre de 1917.
Ese día fue un lunes -se extendió en un detalle al que nadie le dio
importancia-
Luego puso un ejemplar del diario La Nación sobre la mesa con la misma
fecha.
- ¡Que me querés decir, -le dijo su hermana con una mirada que pasó a echar
chispas de indignación- que desde que subiste a ese tren decidiste olvidarnos!
¡No contestar cartas por vivir en otro planeta...!
-Estuve viajando adentro de ese tren 30 años. Seguí con mi vida como pude o
mejor aún -aclaró-: agradecido de no seguir allí adentro vaya a saber por
cuantos siglos más. No le creyeron. Era como decirles que las hojas alguna vez
fueron plumas. Que lo trataran como mentiroso generó una pelea familiar que
duró para siempre.
Muchos años después Kalman recibió de manos de su tío las únicas pruebas de
no haber faltado a la verdad aquel día con su familia. El pasaje del tren y ese
diario donde se leía entre las noticias destacadas que el ministro de defensa
Elpidio González solicitaba el estado de excepción para enfrentar la huelga
ferroviaria de 1917.
La madre de Kalman, sobrina menor del tío, siempre le creyó. El misterio de
los 30 años fue algo que Kalman reconoció como fuente iniciática de dos
vocaciones: tanto de investigador científico como de escritor vocacional. Si
hubiese sido una verdad comprobable la experiencia del tío merecía un libro
similar al de "Física de lo imposible". Si era una mentira urdida
para encubrir su desamor o el desapego a su gente era un portal a literatura
pura.
En sus indagaciones Kalman encontró unos pocos elementos a favor de la
historia tal como la relataba el tío: No había ningún rastro de su permanencia
en esas tres décadas previas a establecerse en Polvaredas, de 1917 a 1947 no
había nada de nada. A pesar de estar encanecido era inusualmente joven por tener
los años que tenía.
*
Ya ostensiblemente viejo, hablaba mucho de su infancia en aquel pueblo de
Europa central del cual partió antes de llegar a la edad necesaria para ser
convocado al servicio militar. Su padre era ebanista, pero quería un futuro
militar en la familia. Más aun siendo el hijo mayor. Una vez, caminando con su
padre por el bosque mientras iban a elegir un roble para hacerlo madera de
mueble. Su padre lo obligo a marchar delante de él como lo hacen los soldados.
El tío era apenas un muchacho de 14 años que intentó cumplir, pero de mala
gana. Esa falta de vocación enfureció a su padre que comenzó a patearle los
talones cuando no marchaba correctamente llevando la punta del pie bien alto.
Así. A pataditas correctoras tuvo que marchar hasta retornar a las afueras del
pueblo donde seguramente por vergüenza su padre suspendió la instrucción de
marcha para su futuro militar al servicio del imperio.
Desde aquella tarde detestó para siempre a su padre, a los militares, al
imperio austrohúngaro. Ese día empezó a gestarse su idea de irse bien lejos
donde no hubiera ni imperio ni guerras ni un padre que esperara tener un buen
hijo militar en la familia. Así fue. Dos años antes del comienzo de la primera
gran guerra dejó una nota "me voy, ya escribiré cuando este
establecido"
Kalman siguió pensando en lo sucedido con su tío abuelo hasta que cumplió 65
años. Ese día se dijo que ya era el momento para aceptar lo inexplicable en
esta historia de su tío.
Era muy pobre como explicación decir que había sucedido una anomalía en el
espacio-tiempo. Que su tío abuelo había sido un testigo privilegiado cuya mayor
maravilla era haber desplegado una enorme fuerza psíquica para adaptarse, como
el mismo decía a "esa gran patada al futuro" que había recibido.
En esos 30 años en el tren evitó enterarse del final de la primera guerra.
De la guerra civil española. De la segunda gran guerra. De tremendas e
increíbles matanzas. El siglo XX se desplegaba en horrores. Su pueblo natal fue
devastado. Hijos y nietos de sus vecinos fueron enviados a campos de exterminio
por los nazis.
De última, cuanta gente que vivió realmente día por día todos esos años que
el tío abuelo pasó por alto adentro de un tren dirán si les preguntan que todo
paso muy rápido. Que 30 años de vida fueron apenas parpadeos. Unos pocos suspiros. Kalman mismo sintió eso
al cumplir años cuando decidió abandonar las investigaciones teóricas que había
intentado construir inútilmente por años.
Hasta una vez -ridículamente- llevó un diente de su tío a un científico
colega para hacer una prueba con isótopos de estroncio y así rastrear las
geografías por donde transcurrió la vida del tío en esas décadas adentro del
limbo.
Le quedó una imagen grabada por otras tantas que irán al olvido. Era fin de año. Cuando todos estuvieron de
acuerdo con el reloj en que indudablemente comenzaba un año nuevo. El tío -que
ya era un ancianito sin dientes- levantó la copa de sidra y mientras la hacía
chocar en el aire con otras copas pidió con su voz perdida entre otras voces:
“paz
y felicidad para el mundo”.
CRÓNICAS
TERRESTRES
La gente de antes no hablaba casi nada de su vida pasada, estaba demasiado
ocupada en vivir el día a día. A mi edad ya soy parte de la gente de antes, de
aquellos que están “más cerca del arpa que de la guitarra”. Aunque los hechos
tal cual ocurrieron son imposibles de reconstruir para mí. Siempre quise saber
porque llegamos con mis padres desde Tucumán a Elías Romero.
Ya no hay testigos vivos. Ni mis padres ni parientes de aquel entonces en
Tucumán.
Nací en Campo Rouges. Mis padres eran cañeros. Todo el mundo era cañero, se
vivía de la zafra. Antes y después de la zafra había que cultivar la parcela,
criar gallinas. La familia que tenía un caballo con carro para moverse podía
sentirse rica. Era muy chico cuando Evita bendijo con su visita al ingenio
Santa Rosa. Lo guarde con mis ojitos mientras me acompañen la memoria y la
vida. Las dos juntas porque la vida sin memoria no sirve.
Por Estación León Rouges pasaba el provincial de Tucumán que se perdía
hacia el sur hasta terminar en estaciones que no conocí ni de nombre. Mi madre
era de La Cocha. Ella cuando se juntó con mi padre se vino a vivir a Campo
Rouges. Hasta La Cocha viajábamos en tren cada tanto a visitar familia. La
gente tenía muchos hijos. Mi madre solo quería dos. decía que traer más hijos a
casa de pobre era hacerlos pasar necesidad. Mi hermano menor murió a poco de
cumplir un año de una enfermedad repentina. Fue esa desesperación o esa
tristeza irreparable la que empujo a mis padres a venirse conmigo a Elías
Romero.
El abuelo de mi madre estaba establecido en este descampado, puro campo,
pero sin cañaverales a la vista ni montañas cercanas. Les mando decir –él no
sabía leer ni escribir- que aquí había futuro. Trabajo asegurado. hospital
cercano para atenderse.
No mintió. En Marcos Paz -a pocos km de aquí- había trabajo. Mi madre
limpiaba casas. Mi padre aprendió el oficio de albañil. Yo tuve una buena
escuela. Había médicos, lugares donde atenderse.
Un día intente escribir en un papel el recorrido que hicimos los tres hasta
llegar hasta aquí. Cambiamos cuatro veces de tren. El que llegaba desde San
Miguel hasta Retiro tenía la vía ancha. Y no viajamos hasta Elías Romero en el
Midland que ya se llamaba Belgrano. Se conoce que no tenía frecuencias, así que
el bisabuelo nos esperó con su jardinera tirada por la fiel petisa en la
estación del Sarmiento.
Crecí. Aprendí el oficio de carpintero. Trabajé por mi cuenta mientras
pude. Hasta el Rodrigazo se podía trabajar en el oficio de cada cual. El
trabajador era un señor, no una pieza descartable.
Voy a evitar relatar como el país acompaño mi recorrido desde carpintero
especializado y lustrador de muebles al viejo de 70 años que junta latas de
aluminio mientras espera una pensión.
La calle de tierra que pasa por la estación muerta del Midland se llama
Discépolo. Ese hombre sí que la vio venir. La vida fue nomas “Cambalache”.
Aquella vez –por el 2001 o 2002- cuando todavía tenía trabajo vi a un
hombre viejo sentado en la vereda de la calle comercial. Vendía sus libros para
poder comer -me dijo.
Le compre dos libros que me acompañan en esta soledad. Los releo seguido:
“El corazón de las tinieblas” de Conrad. Y “Crónicas Marcianas” de Ray
Bradbury.
Los dos libros hablan a su modo del triste mundo de la explotación que
alguna vez saldrá de nuestro pobre planeta a Marte y mucho, mucho más allá.
Vivir en Elías Romero es como vivir en Marte, quizás peor porque hay a poca
distancia de este lugar abandonado a la mano de Dios una sociedad de la
indiferencia. Abismos siderales separan a las personas.
De Hataway comprendí que la soledad es universal. No es una maldición
personal inexplicable. Por donde vaya el ser humano llevará su soledad o su
soledad acompañada que suele ser aún peor.
No tengo la capacidad del personaje de Ray para recrear robóticamente lo
perdido. En Los largos años, Hataway esperó noche por noche mirando al cielo.
Tengo las herramientas mínimas para que mi casa de ladrillos asentados en
barro no se derrumbe conmigo adentro. Sé que ser pobre incluye no poder
arreglar lo que no puedas hacer con tus propias manos. Por eso quisiera ser el
ingenioso Hataway.
Y no “Don Pere” un hombre viejo que hasta ha perdido su primer nombre y la
z de su apellido.
LA CULPA
Medianoche. Han apagado las luces del vagón para que la gente duerma.
Afuera un cielo estrellado. Una luna plena ilumina al interior del vagón
dibujando formas fantásticas con las sombras de los árboles que bordean la vía.
El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz individual. Encuentra una
frase que lo sacude: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de
haber devorado al padre". Recuerda a su padre, nacido en un hogar
campesino en la Italia de 1923. En aquel sueño que lo sacudió ya anciano: los
lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer nada para evitarlo. Así se
despertó. De esa cara de espanto de su padre el hombre no se olvida.
Piensa en su padre, en él, en sus hijos. En otros padres con sus hijos.
Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto no deja entrar
al aullido de los soñantes.
MARÍA
LUCILA
"Cubre la memoria de tu cara con la
máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"
Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-
El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Emilio. Dice que va a
contarme de su historia personal que tiene relación con una antigua estación de
trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que más aún, mi
escritura empeora con el tiempo.
-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba.
-me dice con tono de súplica.
-A mí me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato
para escuchar.
En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí. La
llamaron María Lucila para homenajear
a la estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda.
Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la nacionalización,
al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubiló.
Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en
Avellaneda. Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina
tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en tren a conocer al pueblo que
lleva el nombre de mi madre.
El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara
haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland pero es posible ver el lugar
donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse
"con florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53.
Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que
dibujaba Divito.
Por alguna cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había
echado raíces profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de
la que nadie había logrado sacarla.
(….)
Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi
madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber- , o
quisieron dar vuelta la historia de cada cual que los había llevado en ese
punto de encuentro o desencuentro.
Usted sabe que todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se
aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas percepciones incomodas.
Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar. no hay héroe más fallido que
el que quiere cambiar una persona.
Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una
mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí
mismo, según parece.
La angustia de mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros,
estar presente y atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.
Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta.
Mi padre después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo
silencio que le duro meses.
Un día nos presentó a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros
-nos dijo.
Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.
Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a
Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Un auto
y vacaciones.
Mi padre tenía 70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo
no había cumplido los 21.
Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar. Sin que se lo pidiera me
dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un
hombre o un marido. Te recomiendo que
seas un hombre...
Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en
el sentido que creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo
sagrado.
*
De mi madre, quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.
Nunca sabré si volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita"
como la llamaban los abuelos.
Hay un abismo de treinta años de silencio.
La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logró encontrarla unos meses
antes de su muerte.
Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de
que cerraron el ramal los militares y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá
viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una
escuela pública ubicada enfrente de la estación no había nadie a Km.
Allí vivía mi madre. Envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba
manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros
en jaulas y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra
con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.
Nada sabía del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenía
radio ni televisión.
¿Sabe cuál era una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de
salida de la escuela y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento
y luego verlos alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.
(....)
Sabía del suicidio de Alejandra, le dolía como si hubiera pasado apenas
unos días atrás:
"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las
personas sensibles del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me
dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde
estaba y como vivía.
Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik
con anotaciones de mi madre. El hombre vuelve a abrir el libro que heredó de su
madre y lee otra frase de Alejandra marcada con birome azul:
"Como una niña de tiza rosada en un muro
muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"
Así me siento. Así me sentí siempre, -escribe su madre- espero que quienes
esperaban algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido
mis días.
Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después
de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.
Al rato nos despedimos con un abrazo.
Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia de las
que he intentado contar son de vidas felices.
*
-Eduardo Francisco Coiro.
Argentina, Lomas de Zamora, 1958. Licenciado en Sociología. Escritor.
-Editor de Inventiva Social.
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
El
origen*
La memoria de los ausentes es un tren de carga en la noche profunda.
El sonido de los rieles se funde con sueños o pesadillas.
La imagen más antigua que recuerdo de Esteban a veces se confunde con la
última e irreversible.
Estábamos en el patio de la escuela industrial sentados sobre el banco de
madera que se armaba en el taller de carpintería. Esteban sobre su banco que
tenía el número 42 le daba cuerda al reloj Tressa
que su abuelo le había regalado en vida. Por alguna cuestión que nunca
quedo del todo esclarecida Esteban tenía desdibujados a sus padres.
Especialmente a su padre que no existía en su hablar cotidiano. Él hablaba de
sus abuelos que vivían en el campo, en un lugar que imaginábamos lejano al
nombraba así "viven en su chacra allá en Km.". Mucho después supimos
que se refería a Km 55 que para el ferrocarril era un modesto apeadero que
utilizaban unos pocos vecinos del lugar.
Fue Kalman, siempre curioso, el que preguntó a Esteban por el origen de su
nombre.
-Por mi abuelo materno "Stephen
Randall Burkett" dijo con el gesto corporal de orgullo como si hablará
de un prócer.
Y era tal cual, para Esteban su abuelo era un héroe de los tantos que
vinieron al país a trabajar. "y sudar la camiseta" Trabajaba en los
talleres Libertad del antiguo Midland. Se jubiló unos meses antes que la
dictadura de Onganía cerrara los talleres y fuese esto el principio del fin del
tren.
La historia que le fluía a Esteban contarnos era más remota. Su abuelo
había nacido en una zona rural de Inglaterra cercana a Escocia. El abuelo se
consideraba escocés, aunque los mapas que Esteban dibujaba en el aire y
nosotros no entendíamos confirmaban que el pueblo más cercano Kirkby Stephen quedaba en Inglaterra.
-Seguro que lo llamaron a tu abuelo "Stephen" por el nombre del
pueblo dijimos en coro.
Aquel pueblo tenía tren. Él lo usaba para ir a estudiar a una escuela
técnica especializada en máquinas ferroviarias. Su abuelo Stephen llegó al país
en 1938 para la adaptación de los trenes Birmingham
que eran una maravilla tecnológica para aquella época.
El abuelo era un técnico especializado de los talleres de Libertad, iba y
venía con un impecable traje negro. Así como en uno de esos azares mágicos e
increíbles Esteban nos regaló como se conocieron sus abuelos. Su abuela Ligia
nacida en un pueblo de Alessandria era corta de vista y tan despistada que se
sentó sobre el abuelo Stephen con su traje negro como si fuese un asiento
libre. Imaginar esa situación y un después inmediato entre el escoses y la
italiana que hablaban en sus propios idiomas era digno de película romántica.
Esteban fue testigo de un ritual que tenían. Cuando levantaban la voz en
alguna discusión. Al rato -para acercar la intransigencia- la abuela Ligia se
levantaba de la mesa, la bordeaba y se iba a sentar sobre las piernas de
Stephen. "Para que no olvides como empezamos" decía ella con un tono
dulce de voz.
-Al menos ahora no te levantas como un resorte a los gritos. -decía él.
Y reían como niños.
*De Eduardo Francisco Coiro.
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