*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com
*
Cómo podría
negar la suave vida que me pasa
entre los dedos,
el breve vértigo entre aliento y aliento,
esas cosas pequeñas
que me van puliendo hasta encontrar el
hueso.
Después de todo,
qué es vivir
sino ganarle a la muerte una partida
cada vez.
Camino
entre las hojas del otoño
y el mundo cruje a mis pies.
Acaso
todo el misterio de vivir
sea sencillo
como las mañanas heladas de mayo;
atravesar la niebla con los ojos abiertos,
celebrar que salga el sol,
esos milagros
pequeños.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City
Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).
MADURA, Editorial Sudestada (2021)
-Quiero
sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.
Halley ediciones (2022)
Patio. elandamio ediciones. 2023
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria
LIBERTAD*
La vida es una inmensa pradera, pero la
transitamos por arroyos o ríos que corren por el fondo de profundísimos
cañones. Altas paredes nos mantienen en nuestro cauce, cada tanto una
bifurcación de los cursos de agua nos permite virar hacia la izquierda o la
derecha, y creemos de esta manera que podemos escoger. Pero la vasta llanura de
allá arriba, pero el mapa que veríamos de poder sobrevolar el paisaje nos está
negado.
Creemos que elegimos, pero nos limitamos a
surcar los pocos caminos que se nos ofrecen. Y algunos van por el río
multitudinario, lleno plagado rebalsado de canoas que se empujan se chocan se
tocan, dan ilusión de compañía, otros navegan por cursos poco habitados, y se
sienten únicos y creen que están solos porque son menos, y creen que ellos
eligieron y los otros no, que las multitudes son arrastradas mientras que los
solitarios guían hacen dibujan su propio destino, y esto lo piensan con
satisfacción mientras el agua, la misma agua los arrastra también a ellos.
En qué consiste la libertad si en
definitiva hacemos lo único que podemos hacer de acuerdo a nuestra educación,
temperamento, mandatos imperativos de la especie, circunstancias. Qué sería ser
libres si hay una red una telaraña que tiende sus hilos de amigo a pariente, de
vecino a jefe, de deseado a deseante. Y si esa red nos agobia, pero nos
sostiene, qué sería ser libre.
Sin la red; el salto al vacío, la
responsabilidad absoluta, la completa y absoluta responsabilidad por las
propias acciones, por la vida que no es ya la que nos toca sino la que nos
hemos construido. Sin la red, la imposibilidad de echar la culpa de nuestros
fracasos e insatisfacciones sobre espaldas ajenas.
Ser libre es demasiado peligroso. Quita el
piso, nos suspende sobre el abismo, nos deja solos con nosotros mismos mirando
nuestras propias caras asustadas. Es mejor ceder a la corriente, ser infelices
por culpa de otros, no haber hecho realidad mis anhelos porque no me dejaron,
te juro que yo hubiese sido si no fuese porque mamá.
Nada de dirigir la canoíta a la orilla, de
escalar la pendiente, de caminar por la llanura. Sabemos que los temerarios se
pierden, mueren de frío, enloquecen de soledad. Conviene dejar que las aguas
nos arrastren, responder a las efímeras circunstancias, escoger en las
bifurcaciones y creer que nada nos ata porque elegimos arquitectura y no
abogacía, entre esta novia y no la de la casa de al lado, entre la mesa redonda
y no la cuadrada para la sala. Qué cómoda libertad ejercemos entonces, qué
segura libertad, qué amplia cárcel, realmente.
Y, quizás, no estemos errados, y la
libertad sea una palabra demasiado grande como para usarla sobre este lado de
la realidad. Y quizás sea que una realidad porosa no sea saludable, no convenga
de ninguna manera a nuestra esencia de cardumen.
Pero elegir la libertad no es, vaya
paradoja, cuestión de elección.
No somos libres de estar atados. Una vez
que uno se dio cuenta de cómo es la cosa, no puede volver a confiar en la red
de allá abajo que protege de la caída, la red agranda la trama, no ofrece
protección, tiende a dejarse ver como una argucia débil frente a la inmensidad
soledad y frialdad del cosmos.
Una vez que uno se dio cuenta de la
fragilidad de las paredes, de lo inestable y cambiante de las creencias, una
vez que uno se dio cuenta de que la muralla que rodea la ciudad está derruida
en muchos sitios, queda a la intemperie, se siente desoladoramente libre, busca
alguna celda para guarecerse.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Santa Fe.
*
El tiempo que tarda un mantel
en caer sobre la mesa,
suspendido en el aire
como en un letargo.
El amor tiene algo de ese lapso
misterioso
que nos hipnotiza
y nos deja en completo
silencio.
*De Cecilia
Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com
Concordia.
PEREGRINOS*
¿Mutantes? No, me gusta más Peregrinos.
Somos Peregrinos como llamaba Conrad a esos seres para los que faltaba una
definición clara de identidad.
Pero de una forma a otra, somos la vida
escapando como escapaban los malditos virus a todas las formas posibles de
extinción.
Metáforas. Somos también seres surgidos de
la metáfora. Por eso la literatura y la genética se imbricaron, una al servicio
de la otra.
Y fue la imaginación puesta al servicio del
poder de creación que las religiones atribuyeron por los siglos de los siglos a
la capacidad divina.
Fue la dialéctica de Hegel un antiguo
precursor.
A la larga sobrevivieron los que pueden
creer. Y creer en sus propias creaciones. En la propiedad de materialización de
los sueños narrados.
Dicen los que tienen recuerdos verdaderos,
que Borges descubrió como "la mitología es la verdad última de la
historia".
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
*
El frío me tomó por
sorpresa
años saliendo
sin cuidados a la vida
yo
que podía entibiar el
aire de la estación más helada
recorrí la ciudad
con mis brazos
desnudos
calle negra y yo
minúscula
pasos entumecidos
y supe que no
no podría volver a
casa
cinco años duró esa
noche y aún
la piel en dos capas
una puntada
reverberación chocando
contra el iceberg
el frío en mis ojos
grises mis mejillas
y una tristeza sin
nombre en la curva de mi boca
probé con cremas
salamandras
masajes en los pies
compré mantas de lana
de oveja
vestí mi casa con
telares y alfombras
en pleno verano
tiritando
hasta que lágrimas
nacieron
andando los surcos de
mi cara
la piel se encendió
abriéndole paso
a mi verdad
mis ojos
recuperaron su
intención
el calor irrumpió
y yo
exhalé la tristeza
guardada
el agua de mis poros
como un río
y mi cuerpo, agua
furia
vida liberada.
*De Lorena
Suez. suezlorena@gmail.com
-Mentoría de procesos creativos
-Taller de escritura y emociones
-Lic. en Ciencias de la Comunicación /
Psicóloga Social
Metáforas
porcinas: la humanidad y sus reflejos*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
La historia de la convivencia del cerdo con
la civilización humana es larga y bastante compleja: en la literatura, pasando
por el cine y la pintura, sus rasgos no pocas veces nos representan con
eficacia, con matices tanto negativos como positivos. Este artículo explora
esas metáforas sustentadas en algunas de las características naturales del
animal.
A menudo se olvida el papel del cerdo como
animal mítico y su importancia para la civilización humana. Gatos y perros, por
lo general, se disputan la presencia en las redes sociales, películas y un
multimillonario mercado de artículos de consumo. Sin embargo, el cerdo ha
acompañado al hombre no sólo como sustento sino como espejo en el que refleja
sus fobias y obsesiones. De alguna manera, este animal funciona como un doble
de nosotros. No hablo desde el punto de vista anatómico –hay que recordar las
investigaciones para trasplantar órganos de cerdos a humanos– sino desde la
cultura y sus expresiones. La domesticación de los animales de granja cuenta
una historia que va más allá del uso comestible que le damos a algunas especies
con las que compartimos el planeta.
Retratos literarios de
los cerdos
En Cerdos.
Un retrato, ensayo del filósofo austríaco Thomas Macho, recorremos diferentes representaciones iconográficas
del animal. En primer lugar llama la atención la versión –por así llamarla– de
los cerdos que poblaban las granjas de los siglos pasados. En las pinturas y
grabados recopilados en el libro, los cerdos no parecen cerdos. Los animales
representados en escenas pintorescas y bucólicas son animales esbeltos con una
cresta rebelde en la cabeza y en el lomo. Recuerdan a jabalíes de menor tamaño
y, acaso, con apariencia menos feroz. Con el paso del tiempo, la selección
humana sobre los cerdos ha producido animales hiperbolizados que, por supuesto,
no sobrevivirían en la naturaleza, al igual que otras especies modificadas por
nosotros.
El salto del cerdo a la literatura lo
podemos encontrar en documentos tan antiguos como la Biblia, en particular el
Nuevo Testamento. Ya es un lugar común el pasaje en el cual Jesús de Nazaret
enfrenta a un hombre endemoniado y traslada el mal que lo atormenta a una piara
que, instantes después, se ahoga en un lago. Los cerdos, en este caso, se
vuelven un receptor de aquello que nos deshumaniza. Sirven, también, como un
instrumento para que la divinidad muestre su poder. Sin embargo, parecería que
estos animales son el símbolo perfecto para reflejar en ellos nuestros
defectos. Lo primero que viene a la mente, por supuesto, es la condición sucia
o impura del animal a pesar de que, en la naturaleza y en las granjas, es
limpio siempre y cuando viva en condiciones adecuadas. Las culturas de Medio
Oriente han rodeado al cerdo de muchas prohibiciones sobre su consumo. El
antropólogo Marvin Harris señala que,
atrás del tabú, hay una razón práctica en la distribución de recursos
comestibles en un ecosistema desértico: es mejor usar el grano para consumirlo
directamente que dárselo al animal para que lo coma él con un rendimiento mucho
menor, pues su carne alimenta a un porcentaje reducido de personas. De esta
forma, la tentación por cocinar al cerdo debió ser combatida a través de la
religión y leyes civiles. El ensayista inglés Charles Lamb bosqueja en uno de sus textos más curiosos,
“Disertación sobre el lechón asado” (1823), el descubrimiento del sabor del
cerdo a través de un accidente relatado en un antiguo manuscrito de origen
chino. Un hombre encuentra su casa devorada por un incendio. Los cerdos, en
particular los lechones, se asan fortuitamente en el evento y, así, después de
probar su carne cocinada, el hombre deja de comer las cosas crudas y se entrega
al deleite del platillo recién descubierto.
En Rebelión
en la granja, mítico relato de George
Orwell, más allá de la lectura del cerdo llamado Napoleón –representación
de Iósif Stalin– y la crítica puntual al totalitarismo soviético, vale la pena
pensar en una reflexión más profunda: el poder en manos de las clases
subalternas y el descalabro de las utopías, pues la opresión vuelve con
diferente rostro. En este caso, Orwell escoge a los cerdos y no a otros
animales de granja como nuestros herederos una vez que hemos sido despojados de
nuestra capacidad para dominar a los más débiles. Los nuevos animales
preponderantes en la granja imaginada por Orwell le dan la razón al político
inglés Winston Churchill, quien les
tenía singular aprecio: “los perros nos
admiran, los gatos nos miran como sus súbditos, pero los cerdos nos tratan como
iguales”. Por supuesto, el trato igualitario –irónicamente– no es, en
absoluto, compasivo o solidario. El cerdo puede volverse un humano que oprime a
otro humano; es una versión que lleva al límite nuestros defectos. Sin embargo,
la historia del cerdo como reflejo de nuestra maldad tiene más tiempo. En
particular, destaca su uso como representación de una clase que se aprovecha
del pueblo. Hieronymus Bosch, artista
neerlandés, pintó en su famosa obra El
jardín de las delicias –realizada a finales del siglo XV– a una monja
convertida en cerdo para denunciar la corrupción del clero. Tiempo después,
Luis XVI fue caricaturizado como un cerdo en varias ocasiones por los artistas
revolucionarios. En el siglo XX son muy comunes los cartones que satirizan a
los banqueros como cerdos glotones e insaciables. Es, por así decirlo, una
clase parásita que sólo puede engordar a costa de nosotros.
Cerdos y otras
especies al acecho
En las películas y ficciones distópicas los
autores presentan a distintos animales apoderándose, de nuevo, del mundo:
leones, jirafas, monos, gacelas, entre otras especies. En otro tipo de
narraciones que especulan con el colapso humano, se describe una evolución
acelerada de algunos animales mientras las personas retroceden a un estado
salvaje. Es lo que ocurre, precisamente, en El
planeta de los simios, novela del autor francés Pierre Boulle publicada en 1963 e inspiración para la franquicia
fílmica del mismo nombre. Hay un pasaje, particularmente inquietante, no
retomado en la adaptación y sus secuelas: los humanos son víctimas de una
especie de pereza mental que aumenta con el paso del tiempo. Sin necesidad de
luchar, los simios toman nuestro lugar como amos del planeta. Esto –el colapso
intelectual de nosotros– no pasaría de ser una anécdota fantasiosa si no fuera
por los estudios que muestran una creciente falta de concentración en los
estudiantes por el abuso de la tecnología. Incluso la contaminación y
alimentación industrial son señaladas como causas de un deterioro cognitivo en
millones de personas. ¿Los cerdos –famosos por su inteligencia– podrían
representar el papel de los simios en nuestras ficciones para el futuro?
Nuestro rechazo ancestral a los cerdos
obstaculiza que los imaginemos en las ficciones que especulan con nuestro
futuro. Habría que decir que un mundo dominado por los cerdos –más allá de la
imaginación literaria– no es tan lejano como podríamos pensar. En primer lugar,
la población de estos animales ha ido en aumento. El consumo de su carne ha
transformado de manera radical a la industria ganadera. La idílica granja que
se nos muestra en las etiquetas de los productos porcícolas en los
supermercados es, en realidad, una enorme infraestructura que produce una
cantidad ingente de carne. Este fenómeno ha generado una paranoia: en los años
recientes, noticias –desmentidas poco después– especulan con cifras que
intentan demostrar que algún país tiene más cerdos que humanos. España ha sido
una de las naciones mencionadas. Más allá de datos concretos, hay cierta
fantasía macabra en la idea de que seamos superados en número por estos
animales. En algunos países, incluso, los cerdos de granja han logrado huir y
se han mezclado con cerdos salvajes. En Estados Unidos y Canadá más de seis millones
de estos animales depredan ecosistemas enteros y ponen en jaque a los granjeros
y sus cultivos. Su afilada inteligencia y su capacidad para evadir los intentos
por controlarlos han hecho que algunas autoridades den por perdida la batalla.
Además, contaminan el agua y son vectores eficientes de numerosas enfermedades.
Cuesta trabajo pensar en un cerdo como una plaga, pues históricamente las
asociamos a ratones, langostas u otros tipos de insectos.
Sin embargo, quizás nuestro enemigo más
eficiente sea el cerdo, un animal criado intensivamente por el hombre que, en
muchos aspectos, es una versión hiperbolizada de la sociedad que hemos creado.
-Fuente: La Jornada semanal.
https://semanal.jornada.com.mx/2024/04/28/metaforas-porcinas-la-humanidad-y-sus-reflejos-371.html?
-Alejandro
Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El
clan de los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa
Mariano Azuela) y las
novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza
(Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación
Amarilla” (cuentos)
por Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
Antes de ser parte del
viento *
Hace años mientras escuchábamos “Avellaneda
blues” de Manal, jugamos a imaginar formas
fantásticas en los hilos de humo del cigarrillo. Entonces le pregunté a Kalman
si creía seres que apenas se dejan ver antes de ser parte del viento.
Kalman tenía padres y abuelos nacidos en la
Europa central. Ha escuchado de ellos algunas leyendas populares que se
transmiten en forma oral. Sus abuelos vivieron en Sniatyn que al tiempo del nacimiento de sus padres quedaba en
Polonia.
En aquella geografía se mezclaban en
extraordinario sincretismo creencias, leyendas, idiomas. Sus abuelos paternos
hablaban Idish pero las brujas que los mayores del pueblo relataban a los niños
para encantarlos o asustarlos eran polacas.
-Si no recuerdo mal - dice Kalman- la Czarodziejka
podía transformarse en lo que quisiera, ¡incluso ser humo!
La Czarodziejka podía estar en cualquier
parte sin ser reconocida incluso salir de un repollo o vivir en el tronco de un
árbol.
Una vez, el viejo Wojciech les dijo a unos
chicos -entre los que estaba el padre de Kalman- que si se reunían hombres a
fumar con sus pipas en un claro del bosque bajo la luz de las estrellas. Ella
tomaba la forma de una seductora mujer que desprendida del humo les dejaba ver
su sonrisa. Los hombres de la pipa sabían desde niños que era un maravilloso
acontecimiento. Una única vez en la vida.
La leyenda les advertía que si la buscaban
por el bosque se extraviarían sin remedio a un tiempo desconocido.
Así que se quedaban allí mismo sin moverse
fumando sus pipas, dejaban que la Czarodziejka siguiera su paso de
encantamientos bajo una noche estrellada por aquel bosque que ahora queda en
Ucrania.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
LOS
SILENCIOS DEL PECADO*
“...Dudo que alguien pueda leer o escuchar
tu historia sin que las lágrimas afloren a sus ojos. Ella ha renovado mis
dolores, y la exactitud de cada uno de los detalles que aportas les devuelve
toda la violencia pasada...”
(Carta de Eloísa a Abelardo)
Amo el “Jardín de las delicias”
El resultado del cruce de dos rectas.
Imprevisibles e inesperados triángulos.
La fuente de la juventud y el huevo.
Oscuridad y sigilo fecundados. Silencio.
El silencio del inmortal deseo.
La sombra quieta de mi padre.
Las abejas inquietas en el pelo de mi
madre.
Amo al silencio. Los ecos del silencio.
De las voces calladas. Antiguas profecías.
De la metamorfosis de una boca.
Del cazador. Cabalgando. Huyendo siempre.
De las manos. Números cardinales. A veces
círculos.
De los pies que se van cuando amanece.
El búho y el martín pescador.
Amo los hombres-pez.
Las mujeres desnudas. La tentación.
Los sabores frutales, tan hondos, tan
profundos.
Las uvas. El cielo y el infierno.
La bola de cristal craquelada. La
inconstancia.
Los álamos. Los jinetes. Los espinos
Los adioses de corcel, patria en el
vientre.
Amo la lechuza y la flecha.
Los silencios golpeando mis umbrales.
El abrazo intacto, embriagado, tendido.
Tu fatiga descansada en mi cansado pecho.
El miedo de la lluvia sobre tu piel de
jade.
El temor y el milagro y lo dulce y lo
amargo.
Las mariposas y los mejillones.
Amo la serpiente, el verde y el azul
profundo.
Los campos rojos y los blancos lirios
Y los ojos, ah, amo los ojos.
Y los muertos que veo en los ojos de los
gatos.
Los ojos que han mordido mi nombre.
Los ojos que ven alambiques y matraces.
Los ojos que mueren sin mis ojos.
Los ojos que aman los estanques turbios.
Y los ojos de Delfina e Hipólita.
Buscándose, huyendo en su hondo penar.
Y los ojos de Abelardo y Eloísa.
El ojo azorado del infierno de Rimbaud y
Verlaine.
De Baudelaire y Louchette.
De Zorba y Bubulina.
De Medea y el hombre con un pie calzado.
Atados a una lira y una cítara.
Los ojos del vacío que apuestan a la vida.
Los ojos de la trasgresión y el pecado.
Amo, los silencios del pecado, entonces.
*De Amelia Arellano.
San Luis.
*
Todo
sucede afuera.
Las lluvias,
el viento entre las
hojas,
los pasos de los
hombres
en la tierra.
Hay un mar,
dicen,
un rastro de eternidad
entre lo efímero.
Como un guiño de dios
irónico y certero
para nosotros,
los fugaces.
Todo
se mueve afuera.
Dentro,
en el corazón
donde me habito,
una niña inmóvil
observa.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
FUEGUITO*
Es una noche cualquiera. Usted está en un
lugar cualquiera, un bosque, la costa de un río, el jardín de la casa de algún
amigo. Junta hojas y ramas secas, hace una buena pila. Se arrodilla sobre la
tierra, acerca un fósforo a las hojas y espera. Su figura -rápidamente lo
descubre- tiene la reverente actitud de alguien que aguarda un milagro. Tal vez
se trate de una vieja ceremonia a la que está acostumbrado, y le baste forzar
un poco la memoria para descubrir un vasto mapa de fogatas a lo largo de su
historia. Pero esta noche -siempre suele ser así- vuelve a sorprenderlo y a
exaltarlo igual que la primera vez. Ante el crepitar de la llama, usted se
siente extrañamente en casa. Es como volver de una larga ausencia. Un
reencuentro en el que, con el concurso de la noche y el silencio, se va
desanudando un lenguaje al mismo tiempo familiar y secreto, alimentado de
certeza y plenitudes breves. El fuego crece y mantiene un monologo en el que
usted encuentra una correspondencia exacta. El fuego es puro movimiento y usted
no es más que sus ojos y el calor de su piel. Rodeados por la oscuridad,
protegidos, suspendidos, están en el centro del mundo. Usted siente que nada
puede tocarlo. Escucha su mente desbrozar trabajosamente una idea: no soy el
que fui ni soy el que seré. Simultáneamente toma conciencia de la banalidad de
todo pensamiento.
A esta altura, usted es una sola cosa con
el fuego, un presente inevitable. Se entrega, se abandona. Sin embargo, cree
comprender que de esa comunión se desprende un sentimiento más amplio, que
trasciende esta hora. A través del trabajo del fuego parece surgir una medida
de orden. Los ojos fijos, subyugado, sin cambiar de posición, usted piensa que,
detrás de su persistencia, el fuego es fundamentalmente inocencia, un regreso a
la limpidez del origen, al remoto albergue de toda posibilidad. y comienza a
percibirse usted mismo inocente, como una hoja en blanco donde todo puede ser
escrito, donde todo está por ser iniciado. Y acá es donde vuelve a reconocerse.
Y a reconocer los términos que han marcado sus pasos a través de los días, los
meses y los años: permanecer desposeído, abierto a lo imprevisto, alerta, en
permanente sospecha. Son principios de una doctrina que se ha ido forjando y
cuyo sentido ahora el fuego le devuelve. Comprende que también en usted ha
ardido siempre parte de ese fuego. Que esa es una llama de consumación. Una
llama donde usted se ha sacrificado siempre a si mismo, ha sacrificado su vida,
las posibilidades de su vida, los accidentes de su vida, tal vez con el único
fin de deshacerse de su historia o de construir una historia diferente. Es
posible que oiga voces a través del aire nocturno, sin saber si se trata de
amigos que vienen a buscarlo o si son llamados que llegan desde otros años,
desde otros ámbitos, suscitados por otros fuegos. Acomoda algunas ramas y
piensa que cuando todo está dicho es bueno regresar al fuego, al origen.
Que es bueno, muy bueno, volver a
arrodillarse ante su voracidad, estudiar su movimiento y el núcleo cambiante de
su centro. Que es bueno para sus alegrías y para sus dudas. Que ahí, libre de
toda esperanza, puede limitarse a mirar y a no pensar. Y en esa llama sin
tiempo ve arder también el ciclo que termina precisamente esta noche, el ciclo
que comienza, los muchos que vendrán con sus cargas de confusiones y riquezas,
lo que ha sido, lo que será, y todo cuanto alberga la oscura, invencible
memoria o nostalgia de la sangre.
*De Antonio
Dal Masetto.
(Intra, Italia 14 de febrero de 1938 -
Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)
*
Una de las cosas que
más me aterran es la paranoia creciente ("piensa mal y acertarás")
dada por el hecho de que siempre estamos a la defensiva, imaginamos algo malo
del otro pero lo más grave es que no averiguamos, lo damos por hecho. Con este
modo primitivo de pensar, no salimos de la selva, ayudamos a la difamación, y
nuestra vida entera y relación con los demás es un malentendido continuo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Nos
veremos otra vez*
Llueve, y llueve fuerte. Afuera de la
ventanilla el horizonte esta velado por una cortina de agua.
Nos queda intentar arreglar las cosas desde
la literatura piensa el hombre.
El arquitecto Ricardo Klepka acaba de ver a
Irene entrando al vagón. Le hace señas para que se siente al lado de él. Irene
que tarda en reaccionar, pasaron más de 20 años. El pasado es otra persona,
otro mundo al que ya no pertenecemos, y eso incluye a las personas que quedaron
allí apresadas en esas capsulas congeladas.
El saludo es pura emoción, abrazo, besos.
Esa sensación de vértigo que da el no verse en décadas.
¿Cómo me reconociste? –Pregunta Irene.
-Sos vos, igualita antes del tiempo, solo
te falta el cigarrillo en los labios y el humo dejando fantasmas.
-Me prohibieron el cigarrillo, pero yo fumo
a escondidas, es un ritual personal y no voy a renunciar mientras el cuerpo me
lleve hasta un kiosco y pueda comprar los cigarrillos por mi misma.
Ricardo recuerda esa imagen en el estudio
de arquitectura donde ambos trabajaban. La vista fija de Irene en la ventana,
como no viendo o viendo otra cosa. Ese aire a la Pizarnik que descubrió cuando
la vio leyendo un libro con la foto de Alejandra en la tapa.
Irene que le dice con aquel libro en mano y
su infaltable cigarrillo en la boca:
-Decidí que iba a fumar una tarde a los 11
años viendo a mi abuelo fumar en el patio.
“Veía a mi abuelo fumando solo en el patio.
Esa concentración de estatua viviente imposible de describir: ¿en qué pensaba?
Viéndolo con ese hilo de humo que se
disipaba en el aire dejando siluetas que jugaba a descubrir mi abuelo era una
locomotora mansa. Era de los viejos de antes, macizos, parecían invulnerables.
Esos bigotes tipo manubrio de bicicleta que después descubrí que eran igualitos
a los de Hindenburg.
Como los abuelos de muchos otros niños mi
abuelo había sido foguista ferroviario.
El abuelo armaba sus propios cigarrillos
sin filtro o fumaba en pipa, pero yo empecé a fumar en la adolescencia los
negros
Parisiennes, éramos minoría las mujeres que
fumábamos negros”.
En un momento se funden los recuerdos con
la palabra presente de Irene que evoca los momentos compartidos: me encantaban
esas horas donde no pasaba nada o no había trabajo y se hablaba, se fumaba y se
tomaba mate hasta la hora de irse cada cual a su casa.
Llueve mucho, el tren parece un barco. En
este momento ya debe haber gente con el agua al cuello. –dice Ricardo volviendo
por un instante la mirada a la ventanilla
¿Te acordás del proyecto de la casa-barco?
Dice Irene.
-Vendría bien retomarlo, todavía tengo
cuadernos con apuntes y los planos enrollados.
De memoria: “El barco casa es una unidad
transportable, pensada para ser utilizada como vivienda en medios urbanos
manteniendo sus características de flotabilidad ante situaciones de inundación
extrema” recuerdo la risa de los dueños del estudio, “ni en el Delta lo
usarían”.
-Vos terminabas indignado Ricardo:
"ustedes en la única tecnología en la que creen es en la bolsa de arena
delante de la puerta"
-Algunas veces los maldecía en polaco y
otras en ruso. Y si me preguntaban, les decía: consíganse traductor a mí me
pagan por proyectista.
La música funcional del tren les acerca a Serú Girán.
¿Te acordás cuando lo desafinábamos a dúo?
–dice Irene abriendo bien grandes sus ojos verdeagua.
Si te hace falta quien
te trate con amor
Si no tenés a quien
brindar tu corazón
Si todo vuelve cuando
más lo precisás
Nos veremos otra vez
…
La estación, puente sobre el tiempo para
desandar lejanías, será tan impredecible como el futuro mismo.
*De Eduardo
Francisco Coiro
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
-Próxima estación:
FRANCISCO A.
BERRA.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
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escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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