miércoles, abril 25, 2007
ENTENDER AL OTRO, MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS...
Entender al otro, más allá de las palabras...
Huir*
Claro que pensó en huir, harta de padecer la torpeza de los golpes de esa especie de marido colérico, de pésimo vino y borbotones de sevicia. También pensó en huir cuando su hijo cayera muerto por una bala perdida, entre los cohetes y petardos detonados por los chicos y adultos del barrio, después de transcurridos veinte minutos del año nuevo.
Pensó. Hasta que dejó de hacerlo. Después de veinte años la vieja sigue, loca, letárgica. Sigue huyendo.
*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
La poesía, no la guerra...
Video-entrevista: http://www.clarin.com/diario/2007/04/25/conexiones/t-01406280.htm
"Nosotros fuimos las últimas víctimas de la dictadura"*
El día que Hugo Sánchez cumplió los veinte, desembarcó en Malvinas. El Ejército lo había llamado para "recuperar" las islas. "En ningún momento se me cruzó no ir, pero pasaba por una cuestión de compañerismo, no de patriotismo". En el living de su casa, entre mates, nos contó qué sintió cuando escuchaba las bombas caer muy cerca suyo, las salidas cobardes de los oficiales y los años que le llevó poder volver a hablar de la guerra.
* Si tiene problemas para visualizar este video actualice aquí su versión de Windows Media Player a la versión 7 o posterior.
*Magela Demarco mdemarco@claringlobal.com.ar
Hugo Sánchez, datos biográficos
Hugo Sánchez, nació por primera vez el 14 de abril de 1962 en el barrio de Tolosa, ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina, dónde reside actualmente.
Hijo de Adela y Abel.
Excombatiente, por azar o por destino, en la Guerra de Malvinas.
Padre de Ezequiel, Nahuel y Arián.
Amor y cómplice de Mirta.
Prójimo de casi todos y "partidario de vivir".
Aquí, algunas de sus poesías:
Fuego eterno
Me salvé, no pude arrancarme la muerte
me animé, no pude arrancarme el miedo
me bañé, no pude arrancarme la mugre
me alimenté, no pude arrancarme el hambre
me abrigué, no pude arrancarme el frío
me liberé, no pude arrancarme la culpa
me sané, no pude arrancarme la enfermedad
me alivié, no pude arrancarme el dolor
me alegré, no pude arrancarme la tristeza
me tranquilicé, no pude arrancarme el enojo
me enamoré, no pude arrancarme el odio
me realicé, no pude arrancarme la impotencia.
Después del infierno
el fuego eterno te habita,
luego si existe
la vida es resiliencia
Tuve la muerte
...El otro prójimo no es próximo / es un légimo
baquiano en conducirnos por los viejos
y nuevos laberintos de la muerte...
Mario Benedetti
Tuve la muerte
merodeando
cerca cerquita
del poco y sucio cuerpo
que me quedaba.
Tuve la muerte
en los ojos
en la voz
en los oídos
en las manos.
Tuve la muerte
que nació
de trasnochados
omnipotentes
y cerca de dios.
Tuve la muerte
on the rock
in the rock
y under the rock
Tuve la muerte
que me impusieron
los tiranos.
Tuve la muerte
y aquí estoy
con mi cuerpo pueblo
con mis ojos
con mi voz
con mis oídos
con mis manos.
Tuve la muerte
y aquí estoy
prójimo de casi todos.
*Hugo Sánchez
-Fuente: http://www.clarin.com/diario/2007/04/25/conexiones/t-01406280.htm
Redactor*
El chico que no habla es el hijo único de su fallecida única hija, y de su también fallecido yerno. Lo crió ella, viuda, al chico que no habla, su nieto. Es el chico que no habla quien redacta el breve texto que se inicia con: “El chico que no habla es el hijo único de su fallecida...”
*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Salud | 24.04.2007
El oído, órgano de la conciencia*
Großansicht des Bildes mit der Bildunterschrift:
Los ruidos, deseados e indeseados, nos rodean e invaden por doquier. Pero no siempre oímos lo que queremos oír ni escuchamos como deberíamos. Reflexiones en el "Día internacional de la Concientización respecto al Ruido".
Hoy se celebra el “Día Internacional de la Concientización respecto al Ruido”, y esto hace pensar en aquellos momentos en los que nos sentimos abrumados por sonidos que no elegimos escuchar. Pero también es una oportunidad para reflexionar acerca de los ruidos que producimos, y que otros tienen que oír, aunque no quieran. La pregunta que se plantea es: ¿podemos elegir libremente lo que escuchamos? La respuesta parecería ser que no.
Un día cualquiera en una gran ciudad. Tomamos el metro, paramos un taxi, viajamos en ómnibus por calles atestadas, y nuestros oídos se topan con muros de sonidos que pueden llegar a superar la capacidad con que contamos los seres humanos para elaborarlos. Y eso por no hablar de aquellos ruidos producidos por vecinos desconsiderados que parecen no reparar en que otros seres humanos también intentan vivir a su alrededor. El hecho es que no todo lo que oímos lo escuchamos, es decir, hay una gran diferencia entre el oír y el escuchar.
de Bildunterschrift: Oír o escuchar, esa es la cuestión.
Según el otorrinolaringólogo francés Alfredo De Tomatis, autor El oído y el lenguaje (L'oreille Et Le Langage, editorial Le seuil, 1963), un pionero reconocido internacionalmente en el estudio de la relación entre el oído, la voz y la psiquis, el acto de oír es pasivo. Vivimos bañados en ruidos que no logramos integrar. En cambio, escuchar es un acto selectivo que implica captar ciertos sonidos que nos interesan, y relacionarnos con el mundo a través de ellos. Según De Tomatis, “Oír es una acción pasiva que se ubica dentro del territorio de la sensación, mientras que escuchar es un proceso activo que se ubica dentro del territorio de la percepción. Los dos son totalmente diferentes. (...) Cuando el oír da paso al escuchar, la conciencia aumenta, la voluntad se activa, y todos los aspectos de nuestro ser se involucran al mismo tiempo. La concentración y la memoria, nuestra inmensa memoria, son testimonios de nuestra habilidad de escuchar”.
Bildunterschrift: Großansicht des Bildes mit der Bildunterschrift: El bebé reconoce las voces de sus padres.
Es tan profunda la relación entre el oído, el pensamiento y el habla, que ya en el útero materno se establece una relación entre madre e hijo a través de las palabras. A cuenta de tanta sensibilidad auditiva, también hay momentos en los que parece que el escuchar voluntariamente es remplazado por la voluntad de no escuchar. Una escena muy común es la de un viaje en autobús en el que las personas tratan de aislarse de las conversaciones de sus vecinos por medio de auriculares que expulsan una música tan o más agresiva que los sonidos que lo rodean.
Al mismo tiempo, a menor confluencia de ruidos molestos, por ejemplo, en medio de la naturaleza, más se perciben los sonidos humanos o tecnológicos que pueden formar parte del paisaje, pero que ya, debido al acostumbramiento al “manto” de silencio, nos resultan ajenos e intolerables.
Bildunterschrift: Großansicht des Bildes mit der Bildunterschrift:
Pero, ¿sabemos qué escuchamos? ¿Prestamos atención al tono de voz, a los diferentes matices del habla humana? ¿O es que perdimos la capacidad de entender al otro más allá de las palabras? ¿Sentiremos todavía el cariño o la animosidad en el tono de voz, o es que los ruidos cegaron nuestra percepción auditiva? En un mundo a veces excesivamente virtual, ¿estaremos olvidando que estamos hechos de palabras y silencios? Los mensajes electrónicos no transmiten la calidez de la voz humana. Una llamada por teléfono, en cambio, revive el recuerdo y la persona con la que hablamos es, a pesar de la distancia, eso mismo, una persona.
La realidad cotidiana nos muestra un panorama menos reflexivo y por lo demás insensible en cuanto a ruidos y silencios. Pero no por eso se debería olvidar la importancia de los sonidos en la vida humana. Recuérdelo la próxima vez que el adolescente de al lado escuche la música a todo volumen (¿tal vez suplicando atención?), o cuando escuche la telenovela de su vecina como si fuera uno más de los personajes (¿querrá invitarlo a verla con ella?).
Mucho de lo que oímos conforma nuestro universo, y por eso no está demás la reflexión acerca de ello. ¿Y qué nos espera en el futuro? ¿Existirán, como predijo Stockhausen, “universos auditivos” o “paisajes sonoros”, ambientes en los que podremos elegir ingresar, según nuestro apego por tal o cual combinación sonora? De hecho, el habla y la percepción de sonidos están íntimamente ligados al ser humano. Y la capacidad de elegir lo que percibimos sea tal vez una muestra de evolución en futuras generaciones.
*Cristina Papaleo.
-Fuente: http://www.dw-world.de/dw/article/0,,2456118,00.html?maca=spa-Titulares-640-html
REPORTAJE AL PSIQUIATRA CHILENO CLAUDIO NARANJO
El creador de la "escuela del amor" pide cambiar la educación*
Se deberían formar futuras generaciones "más sanas, buenas y sabias", dice Naranjo.
DEFINICION. EL AUTOCONOCIMIENTO ES LA CLAVE DEL METODO DE NARANJO.
*Mariana Iglesias miglesias@clarin.com
Descalzo, y con una mano acariciándose sin pausa la barba blanca, larga, espesa, Claudio Naranjo es la imagen viva del sabio, o al menos de un hombre que pudo encontrar la paz. "Es posible una vida más plena", dice este médico psiquiatra chileno, creador de un método de autoconocimiento y trabajo de la
personalidad que cosechó miles de seguidores en todo el mundo.
Tiene 74 años, vive en California y está de paso por Buenos Aires, donde vino a dar una charla y un retiro terapéutico. Recibido en la Universidad de Chile, Naranjo ganó las becas Fullbrigth y Guggenheim, que lo llevaron a los Estados Unidos, donde vive desde el '67.
A Naranjo se le murió el único hijo que tuvo. Fue en un accidente de tránsito. Tenía 11 años. "Me partió el corazón, pero también me lo abrió", confiesa. Y comenzó la búsqueda de algo más: "A la psicología tradicional le faltan muchas cosas".
Ya en los '70, en Berkeley, empezó a delinear el programa llamado SAT, una suerte de mosaico que reúne distintas corrientes de sus estudios médicos y gestálticos con prácticas como meditación, yoga, otras disciplinas corporales y estudios orientales. Naranjo se reconoce creador de "la escuela
del amor". "Se trata de perdonar, de dejar de lado las actitudes vengativas".
-¿Cómo se llega al interior?-
-Yo propongo seguir la psicología de los eneatipos, una tradición esotérica de Babilonia. Son los siete pecados capitales (gula, ira, lujuria, envidia, soberbia, pereza y avaricia) más la vanidad y el miedo. Hay que descubrir cuál domina y trabajar sobre ese punto débil. Pero siempre con ejercicios grupales porque lo mejor es la ayuda mutua. Tiene que ver con democratizar la terapia.
-Usted propone un camino a la introspección, pero la gente resuelve todo con antidepresivos...
-Con pastillas la gente sólo logra desconectarse de sí misma. Consigue un bienestar pasajero pero superficial, tapa los problemas.
-¿Cómo se logra la paz con la velocidad de la vida actual?
-Justamente, la paz es más necesaria en esta época de estrés general. Es un antídoto. Si toda la gente encontrara su paz, viviríamos en un mundo mucho mejor.
Un anhelo de Naranjo es cambiar la educación. "Hay que formar futuras generaciones más sanas, buenas y sabias. Hay que educar seres plenos. Si una persona no es feliz, es egoísta".
-¿Cómo sería una educación transformadora?
-Más libre. Más humana. Todos somos tres personas a la vez: el padre (racional), la madre (emocional) y el hijo (instintivo). Hay que educar pensando en estas tres personas a la vez.
-¿Todos deberíamos cambiar?
-Si pretendemos vivir en un mundo mejor, sí. Hay que distanciarse del ego, que es un parásito que chupa la sangre, que saca todas las energías. Eso se logra con el autoconocimiento, porque cuando uno se conoce interiormente ve todos sus errores y deja de idealizarse.
La música y el silencio
Anoche, Naranjo dio el taller "La música y el silencio como acceso al ser".
Propuso técnicas de conexión con los sentimientos para llegar al autoconocimiento: "Nuestro monólogo interior nunca se detiene. Lo inquietante es que su voz no siempre es la nuestra. Mandatos y discursos
adquiridos monologan y hasta discuten dentro de nuestra cabeza. Hay que dejar fluir ese coro de voces, no alentarlas ni reprimirlas, verlas pasar hasta que cesan. Con el silencio las cosas no son más fáciles, pero al menos tenemos la presunción de ser nosotros los dueños de la palabra y el silencio".
*Fuente: Clarín: http://www.clarin.com/diario/2007/04/20/sociedad/s-03901.htm
Grupo*
Somos ocho. Estoy desde hace tres años. Y tenemos una sesión individual con alguno de los dos terapeutas. Ella es médica y él es psicólogo. Nos reunimos en el consultorio de Elsa los miércoles a las diecinueve. Tanto Elsa como Fernando son mesurados. Elsa, a veces, efectúa interpretaciones
humorísticas, brillantes, pero sin perder la seriedad. Fernando interviene menos y, por lo general, hace el cierre.
Cuando empecé, mi fragilidad emocional me destrozaba. Por cualquier boludez me ponía colérico o destemplado. En mi casa no me aguantaban. Cuando mi hermana me encaró blandiendo la tarjeta de Fernando, no opuse resistencia.
Mi hermana temía mi reacción. Me tomé cuatro días para darme impulso y llamé al número de Fernando y concerté una entrevista. Venía él como con mucho recorrido con adolescentes. Y con adolescentes jodidos: drogadictos, chorros... No como yo.
Rendía poco en el industrial, repetí segundo año. Nunca había agarrado a una chica del brazo, siquiera. Me mandé una...: me hice operar innecesariamente del dedo de un pie. Yo sostenía que ese dedo estaba "flojito", "debilitado", sin la consistencia de los otros. Así que los hijos de puta del sanatorio me
rebanaron.
Al principio de tratarme, quería superar mi timidez. Y me masturbaba sin convicción. Ahora, en cambio, salgo con una mina que si bien no me recopa, me conforma, me... Procuro largarme más en la cama. Con la primera que cogí estuve rígido. Siempre. Todas las veces. Y con la actual, no soy un fenómeno. Para despabilarme, aporta Nico, el mayor del grupo; tiene cinco hijos. Es respetado por su franqueza y su tacto. Opina que lo que sea puede ser dicho. Es librero de volúmenes usados y de ocasión.
Clarisa es una chica triste. Bueno, no tan chica. Y sin embargo, sí. Y el pescado sin vender. Sin pareja, es un garrote, no hace valer sus atractivos.
Es eficiente en lo suyo: computación científica. Mantiene al padre, postrado, atendido por una empleada. Está con que su madre murió por su culpa, en un accidente tremendo en la ruta interbalnearia. Ella estaba en la primaria cuando sucedió. Volvían de vacaciones.
La contrafigura es Amalia. Amalia Noemí. Es un tiro al aire, estuvo internada en un neuro-psiquiátrico de Venezuela. Convivió con varios tipos desde que se fugó de su casa. Y se las rebuscó. Con uno, yiró por la India.
Con otro, incursionó en artesanías en Bruselas. Con amigas, recorrió miles de kilómetros en jeep. Cómo me gustaría que me diera bola. Aunque si me diera bola habría que declararlo, y no podríamos seguir juntos en el mismo grupo.
Que fue lo que pasó con Marta y Adolfo. En abril estaban los dos. Pero empezaron a verse por separado, ocultándolo, hasta que cuando resolvieron comunicarlo hacía ya semanas que se encamaban. Produjo revuelo en los demás; en Clarisa, indignación. En Josecito, otro compañero, un pobre de espíritu, gracia. Yo me sentía atontado. También me calentaba Marta. Y hubiera calzado conmigo más que con Adolfo. Por edad y temperamento. Adolfo le lleva quince años y Marta me lleva dos. Quedó Adolfo con nosotros. Es uno de esos "obse" parsimoniosos que no sé qué pudo haberle visto Marta. Adolfo es traductor de alemán y da clases de gramática castellana a ejecutivos de una red de bancos.
Tenemos un homosexual proletario en el grupo: Facundo. Vende cosas. Sobre todo en los trenes del Sarmiento. A Adolfo le regaló bolígrafos, a Josesito una guía de calles, a Mariana una tijera de podar, y a mí me arregló con una perchita. Es bastante ocurrente, aunque por ahí se zarpa. ¡El sí que se
esfuerza por costearse la terapia!
Mariana fue la última en incorporarse al plantel. A ella la paso cuando no se pone en estrella. Y ahora que me oigo me viene un bajón, pero un bajón, como si me licuara, como si los estuviera traicionando.
*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Miércoles, 25 de Abril de 2007
Hombres*
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
Uno
El hombre que debíamos llamar hombre no tenía parentesco con ningún otro que se llamara hombre. Esto era algo que mis primas y yo teníamos bien metido en la cabeza. Sin esas elementales nociones no hubiéramos podido llegar al punto incierto donde nos vaciábamos de pudor y nos llenábamos de
distorsiones.
Los domingos, en aquella casa, las tardes eran muy largas. La pereza adormilaba las conversaciones y anestesiaba el control de las madres.
Nosotras tomábamos al hombre de la mano y lo llevábamos al otro lado del patio donde nadie nos veía. Allí le quitábamos la camisa, lo sentábamos bajo la sombra del sauce y una a una escribíamos nuestros nombres, con el dedo, sobre su espalda. El nos leía con la carne. Reconocía nuestros nombres que
le penetraban la piel, seguían el trayecto hirviente de la sangre y salían por la boca. Dócilmente el hombre se prestaba al juego de nuestra violenta pubertad.
Aquella tarde que nos llevaron al río, yo le escribí con el pie dos palabras en el pecho y él no las dijo. Volví a escribirlas, cada vez más lento, y él no las dijo. Letra por letra recorrí su pecho con la punta del pie y no las dijo. Mis primas también quisieron escribirse sobre él, pero no lo permitimos. Esas dos palabras nos tuvieron ocupados hasta el anochecer. Creo que si mis padres no me hubieran llevado a casa, todavía las seguiría escribiendo. La vida, bien hubiera podido tratarse de eso.
Dos
El no avanza ni un milímetro. Lo que me irrita es que todos los poemas fueron escritos para él, pero sin embargo no se dio por aludido, en tanto otros hombres los creyeron hechos para sí. A todos mentí. A todos confirmé que cada palabra nació pensando en ellos. Mi gran secreto es el escaso poder de lo que escribo. Ni una sola de mis palabras pudo llegar a su corazón.
Quizás mis méritos den resultado con los años.
Tres
Al nombre del amante que conocí aquel agosto, lo escribía en un pedacito de papel, a falta de poder nombrarlo. Era un amante que como yo, pronto se aburría de todo. Cuando aquella noche dijo que mis manos eran hermosas, inmediatamente mis manos se hicieron hermosas. Si no me hubiera pedido que
me desnudara, igualmente le hubiera obedecido porque una mujer huele el deseo de un hombre a la distancia. Me pregunto por qué siempre que puedo, invento. Por qué siempre que puedo, huelo. Por qué haré y sabré tantas cosas malvadas.
Puesto que pronto se aburría de todo, aquel amante también inventaba.
Improvisaba hasta el asombro. Hasta la admiración. Y raramente eso le bastaba.
Porque no había nada especial en el aire, él me pedía que inventara y yo me convertía en todo lo que imaginaba. Cierta vez sólo me faltó un palo entre las piernas para volverme hombre.
Aunque vivíamos inmersos en nuestras digresiones, nada nos impedía reconocer los crepúsculos primordiales ni la diferencia entre el rayo límite y el rayo acabado. La obnubilación nos hizo lúcidos. La obscenidad nos hizo puros.
En aquel tiempo, construir el paraíso no costaba tanto. Éramos pobres, pero juntábamos monedas para pagarlo. Y como si todo el vértigo hubiera sido poco, aquello que hacíamos estaba mal. Aquello era meter cuernos. Por culpa del aburrimiento y las ilusiones poníamos los dedos en el aguijón del crimen. Después de haber conocido a mi amante aquel agosto, tuve dos grandes propósitos que me llenaron la vida: uno, cuidar en mi jardín las malas hierbas y otro, evitar todo sentimiento que me llevara a amarlo.
Por entonces, yo tenía la certeza de que el amor era una desgracia. Era un estuche. Era la destrucción de lo mismo que promulgaba. Por entonces, yo temía que mi amor lo odiara, por eso ni siquiera lo nombraba. Por eso escribía su nombre en el papel del baño y lo maldecía con besos antes de
arrojarlo al desagüe. No quería estropear nuestra dicha con mis buenas intenciones.
Cuatro
Era tan triste el sexo de ese hombre que venía a mi encuentro, que mientras caminaba hacia mí, grabó en la vereda una herida profunda. Contra su voluntad, en su modo de acercarse y de esquivar la mirada, me hizo ver su pasado de compañías agobiantes.
Una corriente fría de tanto en tanto filtraba la corriente cálida que me corría por los huesos. Estábamos lejos de todo y sin embargo en su interior había ruidos ensordecedores, palabras ininterrumpidas repitiéndole algo abrumador.
Esperanzadamente navegué procurando ser alcanzada, pero su cuerpo era un ancla. Su corazón era un ancla. Su idea de mujer era un ancla.
Ambos estábamos sumergidos, pero en distintas aguas. Y no sólo por haberme dejado sorprender por un hombre aferrado al sexo triste, dije basta. Yo había conocido ese momento. Ya había perdido algunas dichas y no necesitaba una oruga a mi medida para saber que tanta tristeza era demasiada.
Simplemente dije basta porque había aprendido a hacerlo.
*Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-8290-2007-04-25.html
Un abuelo en la cancha*
*Ariel Scher ascher@clarin.com
Para qué mentir: C.J. no volvió al fútbol por el fútbol. El fútbol estaba enlatado en sus memorias de pibe al que se le combinaba la voluntad de vibrar en las tribunas con la fe en cambiar el mundo, estaba en las mañanas ya distantes en las que era un padre que no dudaba de que la pelota integra el equipaje que se le da a los hijos y estaba, también, en el televisor, que funcionaba como un señuelo lleno de partidos al que, de tanto en tanto, sin exagerar, se entregaba. Y nada más. Inclusive, en alguna brevedad de sus tiempos de hombre grande, C.J. hasta decidió que no habría regreso a los estadios. Pero una circunstancia le verificó que la existencia no funciona en línea recta: fue abuelo. Y ser abuelo lo retornó al fútbol.
A C.J. le tocó un nieto con gusto a caramelos que a los dos años pronunciaba futbolistas, a los tres aullaba goles y a los cuatro se hizo erudito en el tema. Entonces, lo venció la tentación. O quizás lo que lo venció fue la aventura de ser abuelo. Una tarde parecida a viejas tardes, casi como si nada, se descubrió aferrado a la mano del chiquito y en pleno estadio.
C.J. registró el inconfundible rugido de la gente, aspiró el olor a verde que crecía desde el césped y, ya en medio del partido, escuchó, entre mil sonidos, la voz de su nieto. Pudo ser una delicia, pero resultó un golpe: su nieto encantador y bonito se dirigía a los jugadores y les decía, una vez, dos veces y diez veces, "pongan huevos".
Histórico militante del buen gusto, C.J. corroboró que algunas cosas habían cambiado desde sus horas de hincha. Seis segundos demoró en resolver que, igual que a millones, le había tocado una vida que incluía las derrotas, pero que en esto, justo en esto, no podía permitirse perder. Con sus dedos, acarició los dedos de su nieto; con su voz, le acarició el oído. Después, le habló: "Huevos, no. Pidamos que pongan juego".
Desde aquella vez, C.J. va seguido a la cancha. No olvida que estar vivo permite experiencias sublimes como ver el sol un día tras otro o convencerse de que, a pesar de los dolores, siempre es posible un futuro. Pero ni siquiera esas maravillas se comparan con tener a ese chiquito al lado. Por eso le atrapa la manito, le guiña el ojo izquierdo y lo invita a que juntos canten "pongan juego, pongan juego". Canta, entonces, con el nieto. Canta como un abuelo.
*Fuente: Clarín
http://www.clarin.com/diario/2007/04/21/deportes/d-08110.htm
*
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