viernes, diciembre 07, 2007
LA VIDA, ELLA MISMA...
Para no caer en el suicidio*
La muerte también es vida,
Si es posible hacerle ver de esta manera;
También es ternura y es frío:
Todo depende de la pericia
Y de la imaginación que se tenga.
La muerte resulta estar en tus ojos,
Entre tus cabellos...
Y si me desvelo,
Resulta dormir en mi cama
Y pelearse en la noche por una almohada:
Esto depende, claro,
De cómo ves o no a la muerte.
También puede ser algo así
Como tu recuerdo,
Las pequeñitas horas en que platicábamos,
Los breves instantes en que dejamos
Juntar nuestras manos y caminamos juntos.
Es más,
Si el ingenio nos lo permite,
La muerte bien puede ser
Un momento de día soleado,
Una noche estrellada de luna media
O una jarra
Bien fría
De agua de limón...
*de hugo ivan cruz rosas. quetzal.hi(arroba)gmail.com
... Porque no solo de Pan Vive el Hombre... Sino de Sueños y Esperanzas...
LA VIDA, ELLA MISMA...
LA RISTRA DE CHORIZOS
Y EL PAN CASERO*
Audino tiró con fuerzas el freno de mano y el pequeño camión hizo sus dos o tres últimos pasos y quedó murmurando al costado derecho del recto camino de tierra, al borde de la cuneta.
-Vamos a esperar que se enfríe un poco…-; se refería al motor, que venía bufando como si estuviera enojado, amenazando romperse en alguna parte, mientras de la tapa del radiador empezaba a emanar blancuzcas nubes de vapor reverberante. Por un momento hubo un siseo sibilante, que fue mermando poco a poco, como si el motor se fuera calmando, acariciado por un soplo de brisa tibia que venía del norte.
Era una tarde calurosa de verano, cercana a la Navidad, y yo con mis ocho años vivía esos días anhelante como cualquier niño, pensando que muy pronto veríamos qué nos deparaba la mañana navideña, imaginando los juguetes que seguramente tendríamos entonces para jugar con mis hermanas y hermano menor. Con Audino no, porque él ya era “grande”, tendría trece o catorce. El ya manejaba el camión, era capaz de hacerlo como un adulto; además era desarrollado y alto como un hombre.
Hacía casi dos horas que viajábamos, y teníamos por delante un buen trecho. Mamá hubiera querido que saliéramos de casa más temprano, porque temía que se nos hiciera de noche para regresar; pero papá dijo que no, que hacía demasiado calor y que el camión podría recalentarse. Y tenía razón, si no fuera por la cautela de mi hermano, que sabía cuando el motor necesitaba descanso, quizás el noble artefacto se hubiera rebelado, y nos hubiera dejado de a pie en alguna parte.
A ese costado, pasando el alambrado, había un grupo de paraísos umbrosos y un molino de altísimo esqueleto metálico, coronado por una rueda alabeada que allá arriba, donde la brisa le daba de lleno, giraba rauda y mansamente; y abajo un caño donde vertía un grueso chorro de agua cristalina a un inmenso estanque “australiano”, un poco elevado el nivel del suelo, rodeado por el verdor del pasto, que algunas vacas y terneros comían indiferentes.
-Vamos a tomar agua fresca.- dijo mi hermano adelantándose, trepando al alambrado de púas, y saltando ágilmente del otro lado. Un momento después estábamos sintiendo la frescura del agua en el chorro que salía vigorosamente del caño, y al caer al agua que ya desbordaba el estanque, se zambullía mezclándose en un profundo borboteo, rumoroso y cautivante. Alrededor flotaba una pequeña lluvia que la brisa esparcía acrecentando la sensación de frescor y bienestar. Con las manos juntas en cuenco, tomamos y nos refrescamos una y otra vez la cara, el cabello, el cuello, los brazos… hasta que mi hermano se sacó la ropa y me invitó a hacer lo mismo:
-No es hondo, - me dijo,- ¡Vamos a bañarnos, que hace mucho calor! ¡Dale!...- Y alzando su larga pierna pasó dentro dando un grito estremecido por el frío del estanque y la alegría de la aventura. El agua le daba a la cintura y me convenció ayudándome a pasar sobre el borde acanalado, y sentí lo que me pareció por un momento que me atrapaba un mar helado. Al poco tiempo estábamos a nuestras anchas, chapaleando, salpicándonos, nadando de una orilla a la otra, zambulléndonos y jugando despreocupados; mientras el sol, lento, declinaba imperceptible pero sin pausas hacia el poniente.
Cuando advertimos el tiempo que habíamos estado distraídos en el refrescante recreo, reaccionamos tratando de remediarlo, pero el sol nos mostraba que por más que nos apuráramos el día estaba terminando. Volvimos presurosos queriendo recuperar lo perdido, subimos al camión y arrancamos bruscamente en silencio. Hasta el motor, ya frío desde hacía largo rato, parecía sentirse culpable y marchaba casi imperceptible y sin protestas, pese a que mi hermano pisaba el acelerador a fondo.
Llegamos con las últimas luces del atardecer, que moría envuelto en un manto granate, azulado primero, y ennegrecido luego, a medida que iba aproximándose la noche. No recuerdo si descargamos alguna carga que llevábamos o cargamos alguna que fuimos a buscar. Sé que terminamos cuando estaba bien oscuro, y nos disponíamos a volver prontamente, con un nudo en la garganta por la hora en que íbamos a llegar a casa. Imaginábamos la angustia de los demás, especialmente de mamá que era proclive a ver tragedias por doquier, si no estábamos a la vista, o como ahora; lejos, de noche y quizás expuestos a “algún peligro”, como ella decía.
La gente de la casa donde fuimos, nos trajo un envoltorio, con algunos productos como una atención, y además saludos y recuerdos cariñosos para toda nuestra familia. Mi hermano decía a todo que sí, apurado por iniciar el regreso. Apenas transpusimos la tranquera nos enfrentamos como dos pequeños titanes, en plena noche, y en pleno campo, a la soledad de aquellos caminos de entonces. La pobre luz del pequeño camión temblorosa y amarillenta, parecía la de una luciérnaga en aquella vastedad tan oscura y silenciosa. Sólo el estridente chillido de los grillos, el croar de las ranas y el bochinche del bicherío de las cunetas, se levantaban como un coro cacofónico a los costados del camino, haciéndonos una monótona y ruidosa compañía. Si teníamos miedo no lo decíamos.
De pronto Audino se acordó del paquete que traíamos.
-Debe haber chorizos allí en ese cartón, por el aroma que siento…- El “cartón” era una bolsa que en los almacenes de entonces ponían cinco o más kilos de azúcar, o harina, fideos, o arroz; que se expendían “sueltos”. En medidas menores se usaban bolsas y bolsitas de papel marrón.
Al abrirlo vimos y me apuré a levantar, una larga ristra; como de veinte chorizos secos, lozanos y rechonchos, de grueso picado y de factura casera; que emanaban un agradable aroma a especias, picante y apetitoso. Debajo; un gigantesco pan casero esponjoso y tibio, ligeramente tostado en su corteza superior, de forma redonda y abovedada, mezclaba sus aromas a los cárneos, llenando la cabina de una presencia irresistible, que hacía agua la boca. El ruidito de nuestras tripas nos recordaba que hacía horas que no comíamos nada. Pero como dijo mi hermano, eso era para llevar a casa…
Claro que el camino era largo, al menos para el tranco que llevábamos, lento y cansino, ya que de noche, en esos caminos, con aquella dirección agarrotada, y esos frenos tan poco efectivos, había que tener paciencia y prenderse bien al volante sin quitar los ojos de la huella, en partes zigzagueante.
-Podríamos probar uno- y señalé el primer chorizo de la larga ristra…-total no saben en casa cuántos nos dieron…-
Audino cayó en el lazo, pero no dijo nada, por un rato; luego sonrió y un poco más serio consideró sabiamente:
-Sí, pero tendríamos que cortar un trozo de pan; y allí sí que se va a notar.
-Bueno, vos tenés tu cortaplumas, ¿no? Si cortamos una tajada bien prolija, podría ser que nos dieron un pan cortado…
-¡Dale!- dijo él, y aminoró aún más la marcha, como para que yo pudiera cortar el pan con toda pulcritud. Corté como pude la tajada con la pequeña hoja, apurado más en la urgencia del apetito despertado de golpe, que cuidando la estética prometida, y le di la mitad a mi hermano, junto al medio chorizo, desgarrado más que cortado, que ahora emanaba más que nunca sus sabrosos olores.
Comimos en silencio, disfrutando aquellos bocados, que para nuestros estómagos hambrientos, eran migajas, sólo un aperitivo; y ahora las ganas se sumaban en tropel al apetito insatisfecho. Nadie dijo nada por un buen rato. Los dos teníamos miedo de mostrar la debilidad y la tentación de comer otro poco. Aún faltaba un buen trecho para la mitad del camino. Otro medio chorizo y una tajada de pan, tal vez un poquito más grande esta vez, ya que si el pan estaba empezado, daban lo mismo un trozo más chico o más grande.
Así que volvimos a comer. Y con el mismo razonamiento al rato, a medida que avanzábamos, volvíamos a cortar un nuevo chorizo y otra buena tajada, y así una y otra vez, hasta que estuvimos más que satisfechos; sin medir en ningún momento la magnitud de nuestro voraz apetito.
Sólo cuando apaciguados miramos el pan y la ristra de chorizos sobrantes, caímos en ver nuestro descontrol, rendidos ante la gula; uno de los pecados capitales, según mamá que siempre nos explicaba el catecismo. Los gestos que intercambiábamos en silencio y en la semi oscuridad de la traqueteante cabina, no eran precisamente de orgullo; y no acabábamos de entender porque no conseguíamos restarle importancia, al fin y al cabo eran sólo unos chorizos y unas rodajas de pan.
Tampoco entendíamos por qué al bajar del camión en casa, ya muy tarde, con la menguada bolsa de cartón, con poco más de medio pan, y con la mitad de los chorizos; sentíamos los dos la cara ardiente, colorados como pimientos…
*de Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Avellaneda, Sta. Fe, 01 nov. 2007
Viernes, 07 de Diciembre de 2007
ENTREVISTA CON MARCELO CAVAROZZI, POLITOLOGO
“La tarea es recomponer los espacios de integración social”*
Para Cavarozzi, la Argentina está dividida en cuatro circuitos sociales escindidos y ninguna de las fuerzas políticas vigentes logra comunicarlos. Revertir esa tendencia iniciada con la dictadura, señala, requiere reconstruir un Estado capaz de generar la inclusión de los diferentes sectores.
Imagen: Gustavo Mujica
*Por Javier Lorca
Marcelo Cavarozzi propone una mirada de tiempos largos para analizar el presente político y las urgencias que enfrentará el nuevo gobierno. Examina el devenir argentino y advierte una persistente escisión entre cuatro “circuitos sociales” incomunicados por la ausencia de un Estado en cuya reconstrucción “se ha avanzado muy poco en los últimos cinco años”. Lo que conlleva un mismo riesgo para el oficialismo y la oposición: “Es potencialmente peligroso tanto suponer que se va a poder seguir cimentando una mayoría electoral en los escombros de la Argentina rota, como suponer que los miembros ilustrados de la Argentina moderna les tienen que enseñar a los pobres cómo votar y comportarse”, dice Cavarozzi, decano de la Escuela de Política y Gobierno (Unsam).
–¿Concuerda con las interpretaciones dominantes sobre el escenario poselectoral, las que señalan un corte entre las grandes ciudades y el resto del país, o entre clases populares y clases medias altas, o una reaparición de la dicotomía peronismo-antiperonismo?
–No me atrae ninguna de esas explicaciones. La que menos me atrae es la que plantea peronismo-antiperonismo: esa dicotomía ya no funciona, no tiene en la sociedad argentina la encarnadura que llevó a que por décadas existiera un enfrentamiento entre dos subculturas políticas antagónicas. No es más así, ni creo que lo vuelva a ser. Descartada esa explicación, se podría pensar a la sociedad argentina organizada en torno de cuatro circuitos que se tocan muy poco entre sí. El hecho de que estos circuitos se toquen poco entre sí tiene que ver con la erosión de la política. La paradoja de la Argentina hasta los ’70 fue que la política era muy turbulenta –a veces tanto que era letal–, pero era una actividad que vinculaba a los diferentes circuitos de la sociedad, los enlazaba. Ese funcionamiento de la política estructuraba a la Argentina desde el siglo XIX, pero a partir del gobierno militar, se produjeron tres oleadas de destrucción de esa cultura política.
–¿Cómo operaron?
–La primera oleada fue el gobierno militar mismo, que profundizó un proceso de destrucción de redes sociales, del Estado de derecho e incluso de cuadros públicos. Para tomar un solo ejemplo, el del INTA, que fue casi desmantelado. La segunda oleada vino por el feroz impacto de la deuda, que coincidió con la democracia. En vez de aportar fondos a la sociedad, el Estado pasó a succionar fondos para pagar servicios de la deuda: dejó de ser un Estado subsidiador para transformarse en un Estado succionador. Al romperse el pacto fiscal, perdió la capacidad de convertirse en ancla de una serie de mecanismos que se dirigían a generar espacios de igualdad. Un ejemplo: el desfinanciamiento de la escuela pública, que era autoritaria pero integraba a los pobres con la clase media. La crisis hiperinflacionaria es la culminación de esta oleada de destrucción de la política. Sobre esa circunstancia se monta el imaginario neoliberal, con un discurso antiestatista, la tercera oleada, que destruye política al proponer una actitud pasiva, les dice a los ciudadanos que no se involucren, que la política es una combinación de voto, farándula y clientelismo. Este proceso culmina en la crisis del default, en 2001.
–Mencionaba cuatro circuitos sociales...
–Hasta 1975 el funcionamiento estatal político de la sociedad permitía integrar a los cuatro circuitos que voy a describir. Primero, un circuito muy pequeño hasta los ’80, que se expande fenomenalmente con la importancia que cobran los mercados financieros en la geopolítica mundial: es la “Argentina trasnacionalizada”, que crece medrando en el derrumbe del Estado en los ’90, la Argentina de los ricos, los sectores integrados al mercado y la cultura mundial, altos asalariados... que englobaría a un 8 o 10 por ciento de la sociedad. Debajo está la “Argentina moderna”, la que durante cien años se desplegó apoyándose en los sucesivos enviones de crecimiento que generó el Estado. Los ciclos de integración vinculados al radicalismo, el peronismo y el desarrollismo fueron añadiendo como anillos a más sectores sociales dentro de esa Argentina. Este circuito no se puede identificar con clases sociales, sino en términos de actores que se movían en espacios y actividades compartidas. No sólo hay mejoras económicas para estos actores, también hay pérdida de distancias sociales. A partir del ’75, de este circuito se empieza a desprender la “Argentina rota”, el tercer circuito, los que compartían la “Argentina moderna” desde los estratos más bajos, sectores que dependían de las redes de seguridad estatal para su supervivencia e integración social. Cuando se desgaja el Estado, van perdiendo beneficios y espacios. Los lazos entre la “Argentina moderna” y la “Argentina rota” se han debilitado enormemente. El hijo de trabajadores que antes iba a una escuela pública razonable junto al hijo de un comerciante y con maestros bien entrenados, ahora va a una escuela deteriorada, con maestros mal formados y no comparte espacios con las clases medias. Peor todavía, estos circuitos tienden a segregarse espacialmente, en guetos de pobres y guetos de ricos, como señala Rubén Kaztman. Este es el 30 o 40 por ciento de la población, los que no zafaron. Ahora están un poco mejor en cuanto a ciertas redes mínimas, pero no en su integración social. Debajo de todo está la “Argentina sumergida”, la que nunca se integró: los pocos campesinos pobres que hay en el país, los indígenas... Esa Argentina se ha expandido: al fondo del pozo se han caído muchas familias de los últimos migrantes a las zonas metropolitanas, los pobres del Gran Buenos Aires que no sólo viven de, sino sobre la basura.
–¿Cómo se expresó esa disgregación social en las elecciones?
–Ninguna de las propuestas electorales logró cruzar esos circuitos. En ese sentido, es potencialmente peligroso, a mediano plazo, tanto suponer que se va a poder seguir cimentando una mayoría electoral en los escombros de la “Argentina rota”, como suponer que los miembros ilustrados de la “Argentina moderna” les tienen que enseñar a los pobres cómo votar y cómo comportarse. Los principales actores políticos fracasan en organizar esos mecanismos, que sin duda en su momento supieron organizar el peronismo y el radicalismo como profundas máquinas integradoras. Más allá de cuántos votos reciban hoy, perdieron esa capacidad.
–¿La continuidad del peronismo en el poder no atestigua cierta articulación, al menos superior a la de sus adversarios?
–Claro, tiene un éxito mayor en cuanto a su supervivencia como maquinaria de poder, es mucho más hábil. El ejemplo más dramático de esa “habilidad” del peronismo es que quien paga el costo de romper con la Convertibilidad es el gobierno de la Alianza. El hecho de que el peronismo evite ocupar el centro del escenario en esa ruptura explica que conserve un umbral de votos que, a nivel nacional, pierde el radicalismo. Esto no quiere decir que desaparezcan los múltiples partidos radicales que existen en muchas provincias... El problema del radicalismo es que las bases de poder local no las puede articular en una maquinaria nacional. Y la Argentina es un país presidencialista, donde el PE nacional controla muchos recursos. La pérdida de capacidad para llegar a ese premio mayor, que es la presidencia, es letal para un partido que no pretenda limitarse al vecinalismo. Que los dos últimos gobiernos radicales hayan afrontado las dos crisis más graves de los últimos 25 años tiene un costo.
–En un contexto de fragmentación social, ¿qué cuestiones deberían encabezar la agenda política y económica del próximo gobierno?
–El desafío que se le presenta a la política es harto complicado. No simplemente se trata de recrear redes de mínima prestación para la “Argentina rota”, de aprovechar las capacidades dinámicas de la “Argentina moderna”, de rescatar a esa “Argentina sumergida”, sino que la tarea es recomponer el funcionamiento de los espacios de integración social, de enlazamiento, que podríamos llamar las áreas de igualdad. ¿Cómo se hace eso en un momento de descrédito de la política? Es muy difícil. Implica cumplir con varios requisitos que no garantizan el éxito. Primero, reconstruir un Estado que pueda efectivamente regular, que pueda discernir la calidad del agua –o de la educación– que les llega a los pobres –no sólo si les llega– y efectivamente mejorarla. Un Estado que pueda regular a las empresas privadas, que tienden a pensar salvajemente sus beneficios de corto plazo. Un Estado, también, que actúe en aquellos espacios que no son atractivos para la actividad privada. En esta reconstrucción del Estado se ha avanzado muy poco en los últimos cinco años: en la primera mitad nos dedicamos a salir del pozo, pero en la siguiente mitad no se ha empezado a discutir políticamente cómo reconstruir el Estado. Para eso, hacen falta herramientas que han sido severamente erosionadas por esas oleadas de destrucción de la política. En particular, los partidos.
–¿Qué tendencias observa en el sistema político? ¿Desaparece definitivamente el bipartidismo?
–La tendencia, a partir del ’91, es que a nivel nacional va quedando una sola sigla, el PJ, con sus diferentes ropajes de época. Mientras que en casi todas las provincias tenemos sistemas bipartidarios o multipartidarios. Y esto es un problema: un modelo que tiende al unipartidismo es inestable. Si una sola sigla tiene la capacidad de articular el funcionamiento de diferentes espacios provinciales, es inestable en la medida en que es muy difícil encontrar reglas de gobierno que no sean autoritarias. La alternancia y la existencia de competencia política producen incentivos que hacen más posible –aunque no segura– la generación de mecanismos estables de funcionamiento de la política. Paradójicamente, al partido gobernante le convendría una oposición con posibilidad de ganar elecciones. Esperemos que el PJ encuentre una manera de organizar sus diferencias internas que no sea desastrosa para el resto del país. Por otra parte, los sistemas unipartidarios no generan los incentivos suficientes para que la elite dominante supere los equilibrios favorables del corto plazo. El actual gobierno todavía no encuentra el modo de aceptar y resolver los dilemas que genera una sociedad demandante, y los inevitables conflictos de intereses. En el plano más superficial esto se manifiesta en la incapacidad para negociar políticamente la inflación, para afrontar los importantes costos sociales que exigen inversiones infraestructurales de largo plazo. O para encarar una reforma fiscal que grave a los sectores de altos ingresos justamente. O, entre otros problemas, atacar la crisis de la educación pública. Es el dilema que enfrenta el nuevo gobierno: más allá de los nombres de nuevos ministros, o de las medidas focalizadas que se puedan tomar, estamos en una etapa diferente que ofrece una oportunidad importante a la sociedad argentina, pero afrontar los dilemas que genera esta oportunidad es políticamente costoso. Tampoco esto es planteado por ninguna de las oposiciones. Una oposición piensa que el país se puede manejar como una empresa y no es así. Y las oposiciones progresistas también le esquivan el bulto a adoptar posiciones sobre los dilemas que afronta el Gobierno.
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/reportajes/25-95817-2007-12-07.html
*
Queridas amigas, queridos amigos:
El domingo 9 de diciembre del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor español Alberto Hortigüela. Las poesías que leeremos pertenecen a Isabel Cristina Arroyo Calvo (Costa Rica) y la música de fondo será de Rikchariy (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
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Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
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