martes, agosto 16, 2011
¿POR QUÉ LA TELARAÑA NO SOSTIENE LA NOCHE?
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
TIEMBLAN LAS FOTOS.*
“...Quedan los rostros como sombras
las voces como ausencias
la memoria de un último día...”
ANA MARIA CUE
Tiemblan las fotos amarillas.
Trepan en infancias con rodillas de greda.
Algo duro me golpea la frente.
Un martillo. Un tambor. Un tormento.
Abren compuertas. Vasijas. Preguntas sin respuestas.
¿Por qué la aurora boreal yace trizada?
¿Por qué la telaraña no sostiene la noche?
¿Por qué la piedra quiere ser arcilla, y la arcilla piedra?
¿Por qué la semilla no ha germinado en pájaro?
¿Por qué canta la alondra cuándo la noche llora?
Fotos amarillas. Si las toco, se disuelven.
Como una blasfema. Una burbuja. Un beso.
Y me tiemblan y me hablan y me observan.
Colgados los mandatos en viejos almanaques.
Señales: No doblar. Frenar. No avanzar. Peligro.
Ceden las vértebras que sostienen mi silla.
Cede el hueco del ojo de la aguja.
Bengalas apagadas. Astrágalos.
Apunarse en el llano.
Largar las bridas en caminos de cornisa.
Tropezar. Una y otra vez. Y otra vez.
Cuerpo arqueado por el amor, el odio y el espanto.
Olor a madreselvas amarillas.
Y un temblor de fotos que acarician mis manos.
Mis manos extendidas... abiertas, elevadas.
Tembladeral de soles.
Mis manos, peregrinas del viento.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
POR CUATRO DIAS LOCOS*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Miguel Ferrari me dice, divertido, que yo ya no recuerdo un pueblo. Que yo no escribo sobre mi pueblo sino una ciudad y amenazo con abarcar un continente.
Me sonrío por su salida y contesto que con seguridad yo también encontré mi Yoknapatawpha y le recuerdo aquel comienzo del texto de Borges, que dice que un hombre se propone describir minuciosamente el universo y al final comprendió que sólo había narrado las arrugas de su rostro y las
líneas de su propia mano.
Conmigo los críticos pueden estar seguros, hace años que no salgo de mi barrio el populoso "Jazmín", de mi pueblo. Arracimado apenas en las afueras, cuando el sur se hace campo a través del "Camino del Diablo".
De aquel tiempo recuerdo sobre todo el frescor de las hondas quintas umbrosas, repletas de ciruelos y duraznos y damascos maduros y goteantes y las tupidas higueras con sus brevas maduras.
En aquél tiempo luminoso y despreocupado, lo mejor era el verano. Los amodorrados y largos veranos de mi pueblo que era el mismo tiempo de las cosechas donde desaparecían las espigas del trigo que eran como la bella espuma de ese mar amarillo que también planeaba bajo el viento como una gran bandera.
La cancha de nuestro club queda a dos cuadras y media de mi casa, y yo para no dar la vuelta y llegar más rápido para ser tenido en cuenta en los picados, ganado por la ansiedad, saltaba dos alambrados, cruzaba la cortada de Spizzo y Altamirano y me quedaba sortear el último, el que cercaba el predio deportivo que aún no tenía pileta de natación, pero con orgullo exhibía dos canchas de tenis, la de paleta y los juegos infantiles: hamacas, subibajas, calesita, trapecios y un cuadrado de ladrillos revocados con arena par los más chicos.
También estaba el edificio del antiguo Tiro Federal que ostentaba en el frontispicio una leyenda en letras azules sobre fondo blanco que decía:
-Acá se aprende a defender a la patria.
Pero en épocas que yo empecé a ir con frecuencia, ya no funcionaba. Se usaban sus instalaciones como vestuarios para los locales. Yo recuerdo que en alguna época lo usábamos como fuerte, y allí un grupo se pertrechaba adentro y otro debía tomarlo desde afuera con grandes lanzas que fabricamos con largas ramas de fresno. Queríamos imitar tal vez las películas de la matinée del cine "La Perla" donde los caballeros intentaba defender el honor de una dama, sólo que allí no había ninguna, salvo en nuestra riquísima imaginación.
En todos los veranos la cancha, o ese conglomerado deportivo al que por síntesis llamábamos así, fue literalmente nuestro hogar, ya que lo pasábamos gran parte del día. En especial por la tarde, ya que en las mañanas dedicábamos un poco de ella a los mandados, que nunca se hicieron tan rápido.
Cuando uno volvía con los demás o solo, esto era menos frecuente, necesariamente pasaba por la casa de los Escobar, concretamente la vereda de don Perfecto Escobar y su esposa doña Amalia, quienes vivían allí con sus hijos, Nancy, Pilar, Miriam y su único varón: Walter Perfecto.
Don Escobar era Secretario del Juzgado de Paz: atildado y siempre haciendo gala a su nombre. Era delgado, muy delgado, moreno, usaba bigotes como todos en ese tiempo y andaba de traje gris, eternamente, y en el cuello un pañuelo rojo y a veces lo trocaba por una corbata. Muy atento y respetuosos con todos, incluidos nosotros, a quien nadie nos tenía en cuenta, él, invariablemente hacía un movimiento de cabeza -la frente con entradas- y nos decía:
-Salú pibe, salú.
Enfrente estaba la casa del Sindicato de Obreros Rurales y al lado de éste la familia Gúbero. Yo conocí al viejito barbado, con sus dos hijos solterones: "Nin" y "Beco". De este último tengo su firma en mi partida de nacimiento como testigo, Américo Gúbero, alías "el Beco". Amigo de mi viejo. Hoy de él no se acuerda nadie pero yo tengo su firma. La de él, que está hecho polvo y por eso lo recuerdo. Escribí en otra parte que el verano no comenzaba si don Juan Ugolini no entraba desde el campo con su carrito
ofreciendo sus sandías. Pero no fui justo, Para que el verano permaneciera (el hermoso verano, diría Pavese) debíamos esperar el paso en esos mediodías inflamantes de sol a plomo, el corpachón del gordo Spina, a quien llamaban "El pobre".
Cerraba su peluquería al lado del bar "El Cometa" de los turquitos Esne y venía por el medio de la calle, con una ramita de paraíso que cortaba al pasar y que pretendía que lo defendiera del sol, a guisa de sombrilla.
Venía siempre cantando el tío Francisco, como yo lo llamaba y al llegar frente a mi casa, se sacaba el pañuelo del bolsillo y se secaba la frente sudorosa.
-Que decís, nene.
Saludaba y seguía cantando a voz de cuello aquella canción que popularizara Alberto Castillo:
"Por cuatro días locos que vamos a vivir".
Por cuatro días locos te tenés que divertir".
Y entonces sí, ahora el verano era perfecto.
Entre orquídeas y quetzales*
*De Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
La mujer bellísima vestida con una túnica blanca, dejó sueltos sus negrísimos cabellos permitiendo que la brisa de la ceiba, al soplar suavemente, se enredara en ellos acariciando el plumaje suave de los quetzales que se posaban en las ramas. Acompañaba la soledad de la mujer, además de la magia del paisaje circunscripto por chicozapotes y mangles, parejitas de micos trepando la enramada de las palmas. A lo lejos el aullido de los lobos de la pradera formaba coro con el de los coyotes ávidos de presa, mientras garzas de colores se zambullían en las aguas tranquilas de un río caminante, atrapando en sus garras pececitos descuidados.
Los rasgos de la mujer entremezclaban dureza y ternura según lo que divisara desde su posta cotidiana. Tristeza o alegría, maldad o herejía de sus propios hijos contra sus hermanos, hacían brotar lágrimas de pena desde los ojos rasgados.
En su sien, como entretejida en los larguísimos cabellos, una monja blanca, variedad de orquídea nacida entre el verde del bosque y los manglares, hacía su aporte para que la belleza de la mujer despertara el asombro de quienes tuvieran la suerte de encontrarla por esos caminos entre dos mares de aguas transparentes.
Abrazaba su cintura una faja formada por tres franjas verticales, azul en los extremos, blanco en el centro. Imaginándola, pensaríamos que esos mares fueran paréntesis conteniendo a las aguas que abrazan a la espuma.
Allí estaba representada la fusión de la geografía medio selvática, medio urbana, medio partida aunque definitivamente, una sola, cargada de sabiduría ancestral, de recuerdos, como deidad inmortal regente del paisaje.
En el centro descollaba su fuerza un escudo bordado finamente por las manos de la historia que dejaron sellado el símbolo. Otras madres lo bordaron dejándolo como legado eterno, aunque a pocos les importara. En él, un quetzal, un pergamino, dos rifles cruzados y bayonetas prometiendo custodia eterna, pretendían dejar estampada la promesa de honra a la libertad. Esa que tanto soñara la mujer de ojos aindiados. El centro del pecho del quetzal, cuentan que es rojo porque una noche triste se apoyó sobre el cuerpo de un hijo de esa mujer, asesinado por el odio.
Todos sabían la existencia de esa belleza, aunque no todos la sintieran y mucho menos la respetaran. No obstante, ella seguía allí, surcando ríos y montes, revolviendo en la memoria, acariciando a sus hijos y a sus hijas, preocupada por sus destinos como madre al acecho, como madre ternura. Como madre de todos y de todas. ¡Cómo madre!
Gustaba de abrazar a la ceiba, gustaba acariciar las alas de los quetzales y juguetear con la seda de algodón de los frutos. O con los helechos y cactus, las orquídeas y bromelias, pulseras naturales que lucían como tatuadas en los brazos de su árbol.
Dicen que muchas veces los celos se apoderaban de los izotes y que éstos comenzaban a trepar por la falda de su túnica cargando como ofrenda para la mujer-madre, mangos y guanábanas, nísperos y tamarindos. Ella aceptaba los regalos y sus manos tibias acariciaban los pétalos de los izotes tristes que dejaban de sentirse abandonados.
Los quetzales llegaban en bandadas para posarse en sus hombros, sobre todo cuando sabían que algún peligro acechaba en horizontes de la furia. Era entonces que todos juntos, sumándose el murmullo de la vegetación y los frutos, entonaban una melodía que les daba fuerzas para soportar la angustia.
Dicen que cantaban juntos: libre al viento tu hermosa bandera/a vencer o morir llamará/ que tu pueblo con ánima fiera/ antes muerto que esclavo será…
Dicen que el canto y el trino sonaban desesperados cuando la gran serpiente comenzó a transitar por el lugar. ¡Ellos trataban de espantarla pero no lo lograban!
La mujer tenía varias hermanas alejadas por la distancia, aunque cercanas por el amor irrenunciable que la sangre alimenta desde el puño morado que se esconde en el centro del pecho.
Todas lucían rasgos comunes en sus rostros y en sus cuerpos morenos. Brillantes ojos negros daban marco especial a sus miradas con la misma dureza tierna, gracias a los cuales podían seguir los pasos de sus hijos atravesando los caminos arcaicos de los años.
Igual que ésta, todas vestían túnicas blancas como si flotaran entre nubes. Cabellos negros, alguna vez trenzados, otras veces sueltos, permitiendo que la brisa se enredara revolcándose en ellos, haciendo posible el calor de la caricia en el ambiente natural. Sólo diferenciaban sus atuendos las fajas que rodeaban suavemente sus cinturas.
Todas eran una. Hermanadas por la sangre y por la historia, por la tierra, la vida y hasta por la muerte.
Separadas por vallas que ellas no desearon pero que tampoco pudieron derribar.
Separadas por astillas incrustadas en sus médulas que tampoco pudieron arrancar.
Separadas por el trueno de la disgregación que tampoco, pudieron silenciar.
Separadas, deseaban no fuera para siempre aunque el hombre quisiera lo contrario.
Todas se parecían, menos una que vivía equivocada, tal vez porque fuera más vulnerable, cooptada por influencias mezquinas, ambiciosa por tener lo que su lugar no proveyera. Era perversa y pretendía que las otras se mantuvieran desunidas. Pese al intento, la sangre motivaba que de alguna manera el objetivo no se cumpliera del todo.
Ellas amaban a la hermana discordante, aunque ésa no supiera del amor, de la ternura, mucho menos conociera la unidad que permitiría que se amaran sin censuras. Quizás por hablar, aquella, un idioma diferente, no lograron entenderse.
No sé, dije quizás porque aprendí que en este mundo nada es absolutamente determinante ni tampoco yo, soy omnisciente.
Esa hermana era también bellísima aunque no tuviera rasgos comunes con las otras. Su piel era rosada, enmarcaban su rostro hilos sedosos de largos cabellos del color de los trigales. Sus ojos parecían pedacitos de celeste robados al cielo. Dicen que cuando se enojaba salían relámpagos de su mirada que se estrellaban contra quien fuera el motivo de su rabia. Aunque se encontrara muy lejos, tan lejos, que de sólo pensar en el poder de esa fuerza, uno se aterra.
Desde donde estaba esa hermana, surgió el cerebro de la serpiente que habría de atravesar caminos sinuosos, capaz de colarse hasta en las almas contaminándolas con su baba repugnante. Otras partes del cerebro fueron instalándose en tierras cercanas, donde estaban las hermanas morenas, de ojos aindiados y fajas en sus cinturas.
Esa hermana, la mayor en edad y de cuerpo más desarrollado, fue formada sobre la piedra fundamental que habría de gestar el infortunio de las otras. ¡Pobrecita! no es lo mismo criarse entre el frío de la piedra que hacerlo entre el calor de la vegetación y el canto de las aves. Fue víctima de otra construcción cultural e ideológica antes de convertirse en victimaria, jamás llegó a conocer el amor como sus hermanas.
No logró sus caricias, pero tampoco agresiones.
No logró, siquiera, que las flores se agitaran tras su paso.
No logró que las aves trinaran en sus oídos.
Lo que logró fue la indiferencia ante su indiferencia, contaminada como estaba por el odio. Y logró también mil por qué, que hasta el momento, no tuvieron respuesta.
Su mascota, la serpiente nacida de sus entrañas, fue dejando sus huevos por cada sitio atravesado. Huevos que las hermanas no pudieron destruir del todo. No lograron evitar la infección que producía ni los caminos de sangre que dejara manchados tras su reptar sibilante. Hasta su voz erizaba el alma, débil pero contundente, criminal, comparable a lo que se imagina como la voz de la muerte cuando llega.
Así, la serpiente se fue haciendo más poderosa, cultivaba en el norte su proyecto para instalarlo en el sur, en el centro, en el este y el oeste. Pocos fueron los lugares que quedaron exentos de su perversidad, de todas las formas posibles y hasta por otras que parecían imposibles.
La sierpe, igual que su ama, sentía debilidad por el banano. Donde supiera de su existencia hacía allí reptaría, impulsada por el cerebro latente imperativo que la mujer protegiera. Bebía sangre al pie de las plantaciones. Sangre derramada de venas morenas marcadas en los brazos duros del mismo color de piel de las hermanas.
Sonaba la marimba allí, donde la piel escamosa, fría, traicionera fuera dejando su rastro desde el cual nacerían las nuevas serpientes. Los quetzales, alertados de su próxima llegada, buscando protección se fueron alejando hacia alguna carretera, por donde la serpiente parecía no pasar. No obstante el exilio forzado, murieron muchos hermanos de plumaje color verde y azules iridiscentes, con su pecho rojo donde quedara la sangre de los guerreros masacrados tiempo atrás.
El estómago de la serpiente era insaciable, se nutría del sudor de las manos callosas y rajadas y del crujir de las tripas de los hombres y mujeres que trabajaban en los bananares. La mujer morena hacía fuertes llamados con su canto pero no siempre eran escuchados y quienes sí, lo percibían, casi siempre terminaban asesinados. Llegaba la maldición lanzada por la hermana que hablaba con sonido diferente para golpear donde más doliera.
Desde la ceiba, la mujer de la faja con dos mares que parecen abrazar a la espuma, presenciaba ese paso repugnante. Nada puedo hacer cuando un hijo suyo pretendió entorpecer el trayecto del reptil. El sólo quería impedir que dejara su huevo en el lugar donde lo estaba depositando para fortalecer a su especie venenosa.
Intuyendo el escarmiento que caería sobre ese hombre, la mujer llevó sus manos a los ojos, cofre brillante donde se contienen las lágrimas que nacen del corazón cuando parece partirse. Cofre que rebalsa como catarata cuando el dolor es grande y se derrama.
En los momentos de riesgo de sus hijos, la mujer y sus quetzales invitaban al concierto con más fuerzas que nunca y el eco de la selva y la montaña se sumaba a la melodía, como queriendo exorcizar del peligro que avanzaba: libre al viento tu hermosa bandera/a vencer o morir llamará/ que tu pueblo con ánima fiera/ antes muerto que esclavo será…
Muchos años de angustia vivió la mujer con su cortejo de aves entre la seda. De todos modos llegó el temporal que sacudiría a sus hijos y sobre ellos llovería sangre, ella lo presintió pero no pudo detenerlo.
La hermana discordante, con fuerza de pavura, temerosa de que el paso de su serpiente fuera obstaculizado, apeló a las manos blancas, manos de odio, manos que atacarían a su propia hermana tratando de acallar la voz de los quetzales y ajar la suavidad de la seda. Dejaría, además, un ejemplo para las otras.
-¡Lloverán gritos de dolor! dijo la mujer acariciando la faja de mares y de espuma que cubría su cintura.
-¡Siento la lengua de la serpiente y siento su veneno! Y desbordaron gotas desde el cofre brillante, brillando más que siempre.
Lloró la orquídea entre la cabellera azabache, despetaló su cuerpo que cayó donde el peligro latía y la serpiente dejara su huevo mayor, casi partido, por la fuerza que en su interior iba despertando a las nuevas vidas.
Mejor dicho, despertando más odio.
Más dolor para su hermana.
Nueva vida de serpiente, que nacía.
¡De mil serpientes!
-¿Dónde está mi Javier, gritó la mujer en crisis de incontenible por la rabia provocada por esa ausencia a la que siguieron otras.
-¿Dónde María?
¿Dónde Lupita?
¿Dónde José?
¿Dónde Jacobo y Dolores?
¿Dónde todos los que no veo y son mis hijos? Preguntaba girando desesperada alrededor de la ceiba. Giro que acompañaban los quetzales con sus alitas como resortes desatados queriendo apartar la imagen que se veía a lo lejos.
Y los quetzales lloraban sobre el que descansaba en el centro de la faja. Todos quedaron carentes de respuesta, mientras los rifles y las bayonetas pretendían escapar de la cintura tibia sacudida.
Miles y miles de cuerpos se quedaron quietecitos para siempre, igualito que las aves, con sus pechos rojos. La serpiente avanzaba, los bananos desesperados, no podían cortar esa cabeza cuyo cerebro estaba donde la hermana indolente lo abrazara.
Las manos blancas descargaban furia, las boinas verdes acudían en su ayuda y sólo de verlos el sol se acurrucaba en la infinitud del cielo atropellado por nuevas almas que llegaban de la tierra.
La mujer bella, morena, pensaba en esa hermana convertida en asesina y pensaba en las otras que estaban padeciendo espantos similares, tan cerca de su ceiba viva, porque allí también había bananos pegaditos unos contra los otros, como queriendo tomar fuerzas ante lo que llegaría.
Por eso dicen que los bananos crecen en grupos pero son tan mansos que no alcanzaron la fuerza necesaria para protegerse de las manos que los depositarían en cajones de madera, rumbo a la tierra de la hermana bestia. De la hermana odio, de la hermana absurda, genocida.
Tejió hebras de dolor, la ceiba malherida, lo acurrucó en los capullos de seda para que el dolor fuera menos intenso, pero no pudo contener el llanto y también lloró, desprotegida. El dolor, en todos lados, desprotege, hace temblar el alma y apagar los cantos que brotan desde la propia conciencia de las venas latentes.
El cerebro creció gestando nuevas formas de dominio, con otros nombres que asolaron todo.
Que asolaron la vida.
Reviviendo a la muerte.
Dejando huérfanos heridos de hambre y de miseria.
Dejando odio y recuerdo, dejando huérfanos y viudas.
Dejando la columna partida, de los pueblos.
Y la serpiente se inflamó tomando fuerza para seguir su camino. Lo que no pudo es envolver la memoria que la ceiba agitó entre sus hojas manchadas y caídas.
Cuentan que el ofidio de lengua venenosa, de cuerpo armado, de sangre fría y aspecto repugnante, sigue dejando en su ruta perversa, semillas de odio que algún día, podrá convertirse en amor. ¡Pero nadie sabe cuándo será el día!
Aún hoy sigue sufriendo dolor esa mujer de hermosos ojos negros, túnica blanca con una faja donde el mar abraza a la espuma. Espera un mañana entre los manglares, arrullada por el canto tibio de los quetzales, entre los nidos de loros y aullidos de lobos de la pradera y coyotes.
Dicen que sueña un sueño diferente abrazando a los izotes que mueren de pena cuando la saben triste. Dicen que mira el horizonte como tratando de derribar las barreras que la separan de sus hermanas y cuando cree lograrlo, se encuentra con los ojos donde bailan los rayos de odio de la otra, la perversa, la que la observan desde el frío desamorado de una estatua imponente que no siempre sabe dar la bienvenida.
- http://textosnechidorado.blogspot.com
El nombre de la rosa*
Hoy ya sé que no importa el nombre de la rosa,
ni siquiera la apariencia de sus pétalos.
Hoy sé que lo que importa es simplemente
haber tenido la dicha de sentirla
como un ave de nieve entre las manos.
Es saber que su aroma inconfundible
perfumó el devenir de nuestros pasos,
saber que su presencia fue importante,
que llenó nuestras noches con su esencia;
saber sencillamente
que un día estuvo ahí para colmarnos
con su amable candor, con su fragancia;
que un día estuvo ahí para mostrarnos
las vertientes amables del camino
y pintarnos el rostro con sonrisas.
*de Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
MIRANDO LA PARED*
*De Juan Carlos Cena. ferrocena2011@gmail.com
A Rodolfo (loco) Britos,
señalero del F.C. Roca.
Recuerdo que fue sábado. El frío nos alentó para que nos sentáramos a almorzar con los abrigos puestos. Un guiso carrero vaporeaba en la larga mesa y nos envolvía el aroma de esa salsa picosa. Casi no se veía al compañero de enfrente, pero los diálogos continuaban a los gritos, como si el levantar la voz nos permitiera ver mejor.
Todos éramos ferroviarios, y éste, uno de los encuentros mensuales de los sábados. Tratábamos de reorganizarnos después del descarrilamiento. La identidad ferroviaria nos unía. Durante los primeros tiempos los encuentros eran de desagotes, de vomitar entripados atrancados, catarsis colectiva, angustiante. No se aceptaba la derrota. Tozudamente se decía que se había triunfado, pero se estaba afuera. A raíz y en torno de esas discusiones la organización no arrancaba. No a todos les venía esa especie de arcadas estomacales. Había de todo: tímidos, extrovertidos y absorbentes que sólo querían hablar y que se los escuche; otros callados, muy callados, algunos masticando un coágulo amargo y muchos que sorpresivamente se destapaban como un volcán dormido.
Existía una gran circulación de compañeros que andaban tras alguna pista para la respuesta de la derrota. ¿Cuál? Si todos rastreaban al tanteo no había huellas que seguir, andaban bien boleados. Los de mayor edad con callosidades antiguas, de cuero atortugado, aguantaban más los pesares de este descarrilamiento. A los jóvenes, que fueron los protagonistas principales de la última pelea, los abarcaba una sensibilidad a flor de piel, cualquier roce los erizaba.
El ferrocarril ya no nos pertenecía, pero circulaba entre nosotros en ese, ¿te acordás de...? Eran los estertores de los ayeres que se encadenaban en una memoria nostálgica resistente a cualquier olvido.
El Loco Britos era uno de ellos. Estaba sentado en la otra punta, hablaba a viva voz, le explicaba a la Betty una y otra vez sus cosas; y ésta, dura de oído que no entendía o no quería entender. Ella argumentaba eso de la entereza, la pérdida de valores, la ideología y la cuestión política. Hasta que el Loco ante una pregunta de la Betty, estalló:
-¡Qué ideología ni política ni qué mierda! ¡Cuando me echaron del ferrocarril quedé vacío! ¡Y la ideología se me fue a la mierda! ¡Y la entereza, esa que decís vos, ni apareció! ¡Qué me venís con boludeces! —y remató—: ¡Me quedé quince días mirando la pared, para que sepas…!
Tras la violenta respuesta se mandó una cucharada del guiso caliente que le peló las encías. Silencio, sólo silencio mezclado con el vapor del guiso y el ruido de los cubiertos. Ante la reacción del Loco, silencio y respeto. Mudos, saboreábamos ese guiso amargo con discreción. Era amargo de verdad. La reacción de Britos nos cabía a todos. Recién salíamos de ese naufragio terrestre: rengos, tullidos, atontados los más; ferroviarios sin rumbo como pájaros sin aire: el ferrocarril ya no estaba entre nuestras pertenencias. Hombres-escombros, estrellados, fuera de la vía. Se trataba de salir de ese territorio; poco a poco comenzamos a olernos y a balbucear de nuevo nuestra identidad, a reconocernos a través de las palabras y el lenguaje. El Loco estalló, otros no. En secreto sufrían una implosión jodida, se estallaba para adentro, con un sufrimiento extraño.
Antes que al Loco lo rajaran se sabía que las notificaciones por las cesantías vendrían. Pero como a los ferroviarios siempre nos rajaban o nos amenazaban vuelta a vuelta, ésa era tomada como un apriete más. Se sabía de esa bravata, pero nada detenía la lucha de la última huelga, menos el fervor de los jóvenes huelguistas por defender el viejo ferrocarril. El momento le llegó al Loco, la cesantía golpeó la puerta de su casa y dijo: “aquí estoy”. No lo podía creer. No había retorno. El Loco Britos se vació. Buscó refugió en su casa. Un silencio como grumo lo dejó sin habla, lo atragantó. Sólo atinaba a sentarse en el borde de la cama y mirar la pared. Dos o tres mates, por la mañana, más no. Arrimaba su lata de tabaco Virginia, armaba sus puchos y como una ceremonia pitaba grueso, mientras miraba el ascenso azulado del humo, apoyaba su codo en la rodilla y con la palma de la mano sostenía el rostro. Así se inmovilizaba horas. Entrecerraba sus pequeños ojos hasta descubrir todos los días un pequeño grano de arena despintado en la pared, con forma de volcán, que sólo él veía. Otra bocanada, luego, con una sonrisa se miniaturizaba, lo penetraba y se transportaba por el volcán, aparecía en el cabín de señales en medio de gritos, teléfonos reclamando atención, el mate que circulaba:
-¡Mové las palancas, Loco, que yo bajo las barreras, viene el de las y diez.
-Meta —respondía el Loco, largando el mate, corriendo el pucho a un costado, pitando, no fumando.
-Es el primero que viene de La Plata, viene el morochaje a laburar, —repetían. Britos movía las palancas de las señales, trababa cambios, contestaba el teléfono, tarareaba un tango, todo se sincronizaba en él.
-Ahí se asoma..., van durmiendo los proletas..., todas las ventanillas empañadas..., ¡qué los parió! ¡Qué de olores todos juntos!
-Viene el otro, es el segundo en el diagrama.
-Asomate, no sea cosa que se duerma de nuevo el Cartonero como la otra madrugada. Pobre viejo, se apoliyó tapado con cartones esperando el paso del tren. Estaba calentito y se amodorró. El matungo se detuvo, dejó de acunarlo, ya se había dormido el anciano, no hacía falta andar.
Así desde la cuatro de la mañana. Moviendo palancas, estirando el pescuezo para ver si las barreras bajaban bien, luego vienen los pibes de la escuela medio dormidos. Espiaba y sacaba más el cogote para saludar a madres y maestras. Todo lo que pasara bajo el cabín era de su incumbencia, y si era de la rama femenina se esmeraba, era un galanteador metódico. El cabín era un faro especial, y en su turno, él era el propietario. Todas las mañanas a través de ese grano volcánico se trasladaba al ferrocarril vivido. Cuando intimé con él descubrí que era un conocedor de música clásica. Su viejo había sido músico.
-Negro, escuchá: es barroco italiano del siglo XVI; escucha esto otro: Vivaldi, qué grande... ésta es La Trucha del pibe Schubert, esta otra: la novena de Beethoven, con ese final de la Oda a la Alegría de Schiller, como juno, ¿ah?
El viejo de Britos lo incentivó con ideas marxistas y éste las absorbió. El padre había sido un viejo militante. Como herencia continuó por los mismos senderos. En la diáspora del Partido Comunista se fue como otros, pero nunca dejó de ser un laburante con conciencia de clase. ´´No tan puro´´, decía él.
Las minas lo distraían en cualquier caso. Gorda, petisa, flaca, renga, contrahecha, era igual, él las miraba y te relataba los encantos que uno no veía. Decía: “Miro como El Principito, “lo esencial está oculto a los ojos, bajo las pilchas”.
La revolución proletaria era su otra obsesión. Soñaba que vendría y pronto; se cargaba de un optimismo contagioso. Minas y revolución eran compatibles.
-Marx, Lenin, el Che, ¿ellos no, acaso? No jodan. El único miedo que tengo —se ponía serio—, es que cuando esté en plena fornicación, justo pase la revolución por la puerta de mi casa y me la pierda. Pero no, no ha de ocurrir, el placer de la revolución es superior al carnal...es como un orgasmo popular, ¿entendés?
-¿Y si te sorprende?
-Me calzo los pantalones y me rajo con la gente. Me daría mucha pena abandonarla, ella comprendería, porque seguro que antes le habría hablado de la otra: de la revolución —y esa preocupación del Loco era por demás sincera.
Mañanas frías, el cabín se calentaba por la estufa de leña, se empañaban los vidrios y como un hábito chantaban su nombre o algún viva de circunstancia. O lo limpiaban con una estopa para ver el arribo de los trenes tempraneros. Más tarde, las maniobras. Se sentía por el teléfono desde control general:
-Loco, bajále la bombacha a la Porota.
-Después que pase el rápido se la bajo —contestaba (la bombacha era una señal de color blanco y la Porota, la locomotora de maniobras). Más tarde las largas charlas por teléfono. Que el gremio, que la asamblea, que la reunión previa, convencer al otro turno, el comunicado que no se entiende, que no me alcanza la guita, las conversaciones íntimas con el compañero, la familia, los hijos, la vida...
-Carajo, cuántas cosas, cuántas, y ahora, ahora qué solo estoy, cómo mierda le hago a la vida, ¿cómo?, si estoy vacío, blando, sin nada, sin palabras, sin carajear, ¿cómo le hago a la vida? ¿Adónde voy? Si yo siempre anduve entre los rieles. ¿Cómo le hago a la vida si no tengo camino? ¿Quién cuidará al Cartonero? ¿Quién le alcanzará un jarro con mate cocido, con leche y una galleta? ¿Cómo le hago a la vida? —se dirigía al volcánico grano de arena, transformándolo a veces en su oyente.
Durante quince días más o menos fue rutina ese viaje, todas las mañanas y a veces por la tarde. A través del pasadizo que era ese grano de arena viajaba al cabín de señales, al sindicato, a los asados. Se repetía y repetía como saboreando cada recuerdo. Encendía un pucho antes de iniciar el viaje, dos pitadas y emprendía la travesía. Este desprendía una fina hebra azul que se estacionaba en el cielorraso. Al rato, el pucho le quemaba los dedos y el dolor lo hacía regresar en forma precipitada a la habitación. Puteaba, armaba otro cigarrillo, intentaba el retorno, pero no encontraba el grano de arena en la pared, el encanto se había hecho humo.
Mientras masticábamos ese guiso amargo y se empañaban los vidrios del corredor por los vapores y los alientos envinados, no dejaba de observarlo. Hablaba en vacío, sin relleno, pero volvía despacio, se serenaba. Estaba rodeado de ferroviarios. Eran otros diálogos, varios oficios estaban presente; pero se hablaba de lo mismo: del ferrocarril. Nos habían sacado el ferrocarril, ese inmenso objeto, que era nuestro sujeto. Como a nuestros hermanos indígenas cuando les talaron los árboles, los dejaron sin sujeto y sin pájaros, y los vientos les arenaron la mirada.
Una mañana cualquiera arrimó de nuevo la lata con el tabaco. No alcanzó a armar el pucho. El tabaco voló por sobre el cubrecama. Se acabó la joda: Hilda, su mujer, de un cachetazo le hizo volar el armado a la mierda, lo zamarreó. Esperó que se fueran los chicos al colegio, el bebé dormía.
-Andá a bañarte y dejá de velar al muerto. Ya está, basta, qué tanto joder. Mirá por la ventana, mirá la vida. Bañate, afeitate y aquí tenés unas chirolas que hice de unas costuras. Rajá, andá a ver a tus amigos de la cooperativa. Basta de mirar la pared. El Loco, sumiso, rumbeó para el baño.
-¿Eso te dijo tu mujer?
-Vos, ¿qué le dijiste?
-¿Qué le voy a decir?
-Mierda que te zamarreó lindo, machito tierno, ¿no le dijiste ni un rezongo?
-Nada, me zamarreó, no dije nada. Quedé limpito, me cambió hasta los calzoncillos; salí a la calle aseadito como pendejo en su primer día de clase.
Hizo una pausa. No contestó las preguntas de sus compañeros. Comenzó a hablar como si contara al vacío una acción reflexiva, de muy adentro.
-Vos sabés que mientras caminaba me despabilaba y sentía al andar el tintineo de las monedas que viajaban en mi bolsillo, las que colocó Hilda, mi mujer. Eran los pesitos de una changa. Ahí no más, de sopetón, me agarró una emoción del carajo, se me calentó el rostro, era un ardor raro, distinto, te diría, como un fresco; es que me acordé de como luchábamos por el rancho, los pibes, como bancó todo en mis ausencias militantes. Me entró de seguido, después del ardor, unas putas ganas de vivir... y me dije: ¡perdí quince días mirando la pared! Paré, me senté en el banco de la plaza frente a la estación y le metí al pensamiento. Me dije, cosas y bastante feas, no vayan a creer. Me dije: “continuar mirando la pared sí es una derrota.” Repensaba luego: “¡qué mujer que tengo!” Mi mujer me sacó del grano de mierda que estaba incrustado en la pared, me tenía atrapado.
Después de pensar me agarró otra locura, distinta. Regresé a casa. La busqué a la Hilda, estaba fregando en la batea, meta laburar, dejaba la casa limpia antes de ir a changuear. La agarré de las nalgas y le dije:
-Hilda, corré las cortinas... quiero agradecerte, festejemos... Hilda, fregándose las manos jabonosas, donosa, ablandada, respondió como asumiendo el envite:
-Y si justo pasa...
-¿Pasa quién?
-La que vos siempre esperás, ésa, la revolución.
-Cerrá bien las ventanas Hilda, la esperada sos vos ahora, para la otra falta mucho, anda lerda la muy desgraciada. Festejemos Hilda, que escapé del grano de arena de la pared...festejemos. Vos me ayudaste y te lo quiero agradecer.
Hilda, gustosa, corrió las cortinas y trancó las persianas, pero antes, espió por si venía la otra, la lerda. Una, nunca sabe...
Con tus muslos*
Con tus muslos sobrenaturales
con tus muslos
con tus muslos ambiciosos
drásticos
retornando a mí te concebía
después de tanto de lo mismo
y tan
poco.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Correo:
¿A DÓNDE ESTÁ LA DERECHA?*
Un Pueblo que puede jactarse de, alguna vez, haber estado politizado, entiende, de alguna forma, que algo hay a la Derecha, algo al Centro y algo a la Izquierda.
Por supuesto que, siempre, con sus adjetivaciones de Ultra o de mix's inexplicables de CentroDerecha o CentroIzqueirda.
Ahora bien, por 26 años habíamos tenido entre dos y tres partidos o grupos de candidatos que sobresalían frente a algunos hacia la izquierda y otros hacia la derecha.
Algo así como el momento de los dos Zamoras: Uno en la UCEDE (Derecha de derechas si las hay), y otro del MAS (Urbano intelectual si los hay...).
Pero hoy, con muchas mezcolanzas. Algunas más arriba y otras más abajo; con esa confusión de "progresismo" que nunca se sabe lo que es como, ahora, el peronismo (Un ahora de dos décadas, digamos); con mezclas de radicales despistados y empresarios reaccionarios peroniradicalisticos; con algo de
Izquierda que sigue considerando que EL MUNDO es Buenos Aires y Gran Buenos Aires, mientras que hay un País allá, fuera de la Ruta 6, que también existe y vota, con todo eso, yo me hago una pregunta...
Bueh!, más bien, le hago a mi prójimo una pregunta: Si sabemos que hay algo a la Izquierda, pues dónde está la Derecha, si no hay nada a la Derecha de K, de Duhalde o de Binner?.
Pues Don Alberto Einstein nos enseñó (Y fue premiado por ello), que todo es relativo o, más desde el llano, como decía la Abuela, todo depende con el cristal con el que se mire, Si estoy mirando algo que está a la izquierda, quiere decir que algo está al centro y algo a la derecha, PUES NO HAY
IZQUIERDA NI CENTRO SI NO HAY DERECHA (Y la Política no está fuera de la realidad, aunque lo parezca), así que, me parece, que el Gobierno es la Derecha.
Y si no es la Derecha, qué hace Boudou como Ministro y Candidato a VicePresidente?
No se, son solo preguntas ¿Vió?.
*De Jorge de Mendonça. jorgedemendonca@gmail.com
- Ingeniero White - Agosto 15 de 2011
***
NO ME IMPORTA QUIÉN HAYA GANADO O PERDIDO HOY. PERDEMOS TODOS SI NO REFLEXIONAMOS A FUTURO...*
Me parece q la crisis no es sólo de representación: es de identidad. ¿Q somos los argentinos? ¿Q queremos? ¿Q nos une? ¿Caemos siempre en los mismos lugares comunes para definirnos? ¿Quién nos representa? ¿Q valores tenemos? ¿Somos una Nación, o simplemente un conjunto atomizado de individualidades bajo la sombra de una única bandera, q sólo flamea en multitud ante eventos deportivos? ¿Es éste el efecto del posmodernismo, la caída de las ideologías aglutinantes, o simplemente efecto de un rasgo individualista y aprovechador q arrastramos desde la época de la colonia española, contrabandista y ventajera? ¿Q significó cumplir 200 años, además de presentar los festejos del cumpleaños a la manera de un Carnaval con sambódromo en Avenida de Mayo? ¿Pan y Circo Forever? ¿Cuál es hoy el proyecto de país q defienden quienes educan a las nuevas generaciones? ¿Q valores se enseñan? ¿Sirve para algo transmitir valores descontextualizados? ¿Quiénes escuchan a esos docentes? ¿Hay integración entre las diferentes esferas de la institucionalización: familia, educación, salud, justicia...? ¿Hay proyecto viable, o todo se reduce a gobernar dentro de una eterna coyuntura q no tiene más de 4 años de vida, hasta el próximo cambio presidencial? ¿Cuál es el costo social a futuro de brindar asignaciones por hijo? ¿No habían decretado acaso la muerte del Estado Benefactor? ¿Cómo se administra un país sin caer en la corrupción, sin tranzar con cuanto mafioso obstaculice un ideario elegido por la mayoría, sin caer en la soberbia de creer q por estar en el poder se tiene la Suma de Todos los Poderes? ¿Cómo se hace para aceptar las diferencias, sobre todo cuando esa aceptación pueda incluír la pérdida de los propios intereses? ¿Cómo se sigue adelante pensando q siempre le toca ganar a los otros (frente a cualquier clase de beneficio) pero nunca es mi turno? ¿Cómo se vive en una sociedad irrespetuosa, donde se mata por placer o simplemente por la sensación de Poder sobre el otro, sabiendo q a nadie le importa una vida si ésta no ha tomado cierto grado de popularidad mediática? ¿Q validez tiene una elección democrática cuando las opciones entre las q se elige son tan pobres como éstas? ¿Uno se termina enfrentando con el propio espejo al meter el sobre con la boleta en la urna electoral???
*De Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
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