jueves, septiembre 29, 2011
COMO TRIUNFAR EN LA VIDA....
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
POEMA COTIDIANO*
“¡Oh! Yo no sé, dijo la noche, amado, yo no sé tu secreto
Aunque he visto vagar ese que dices desolado fantasma, por tus sueños.”
ANTONIO MACHADO
Si buscas en este poema una metáfora, da vuelta la página. No la
encontrarás. La mejor metáfora es la vida y la mejor metáfora de la vida es
el amor.
Y la mejor metáfora del amor eres tú
Si te sobresalta un aguijón de ausencia. Una duda. Un desaliento.
Piensa, amor. Mañana es otro día.
Te has enredado en esta maraña. En este no sé que.
“Un desolado fantasma” que vaga por tus sueños-
Que es tonto, cursi, este amor. Casi humano.
Si, lo es. Es cotidiano. Usual.
Como lo es el pan con mantequilla.
El mate, el vino, el lavarse los dientes.
Raro, quizás, peligroso como subirse a la azotea cuando nieva.
Como pegar carteles, o leer el “Che” en los 70
Pero esto nos basta, es suficiente.
Como un techo de chapa en un villorrio.
De todas las batallas es la mejor ganada.
La más bella de todas las demencias.
La mejor inversión de nuestra infancia.
La mejor burla a los dioses apócrifos.
La peor excomunión. La absolución mayor.
La más pura virtud, este pecado
La vida, entre tanta muerte, amor.
La vida.
*Por Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
Punto de lectura*
Angélica Gorodischer
Estoy leyendo en la librería sobre un diván. Casi sin darme cuenta me voy quedando sola. Sé que se acerca el momento del cierre, cuento las hojas que faltan para terminar el cuento de la Gorodisher. No sé si llego y el alma se acelera. Es una hermosa sensación de suspenso, disfrutar antes que den las doce o antes de la muerte, disfrutar el placer clandestino del libro. Ahora se ha dado vuelta todo, se revuelve la narración y el personaje sometido triunfa. La justicia poética llega cuando me avisan que se termina, el tiempo, pago la cuenta, junto los libros y me voy. El poder, las mujeres, los oprimidos, la justicia, el deseo de saber, de saltar los encierros, revivido en esa lectura. Vuelvo al patio de mi infancia cuando, con los ojos brillantes del voyeur, penetraba esa colección, todos los libros iguales vestidos de verde, todos me llevaban lejos de lo permitido, todos me hacían pensar, imaginar, rebelar de la sujeción a tantas fórmulas no compartidas. Como triunfar en la vida ese era el nombre del cuento de Angélica. Ahora lo sé triunfar en la vida es escaparse por una rendija del destino prometido..
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
PEQUEÑA CARTONERA*
*Por Celso Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Hacía rato que la noche fría y oscura se había cerrado sobre el barrio. Las calles estaban desiertas, sumidas en el mayor silencio, y no se escuchaba siquiera un ladrido lejano. Parecía que todos hubieran decidido refugiarse en el calor dulce y cómodo de sus hogares.
Así y todo mi mujer y yo salimos por un momento a la calle, y nos cobijamos bajo el pequeño alero del porch de casa, dejando por un momento la cálida compañía del fuego encendido. que crepitaba suavemente entre una masa de brasas incandescentes; para sentir la mordedura de ese frío nocturno de un invierno cruel como pocos, sabiendo que a dos pasos entrábamos y estábamos nuevamente abrigados y confortables.
La luz callejera de las altas farolas de la vereda, se perdía en nubes de nieblas que las envolvían, e iluminaban escasamente el suelo mojado; ambas, la luz y la niebla, flotaban envueltas, colgando de un cielo mudo y quieto, en jirones algodonosos tan bajos, que rozaban el pavimento.
Una pequeña forma difusa y rápida se movió en la vereda, enfrente de la farmacia de la esquina. Me costó reconocer a una pequeña en una bicicleta, grande para ella, que arrimó al cordón, y dejó parada apoyándola en el pedal, el que giró trancándola, con agilidad y gracia. Era menuda, aún para sus ocho o nueve años y se movía presta y decidida. Acarreó rápidamente una docena de grandes cajas vacías, enteras y rotas, y comenzó a cargarlas tratando de aplastarlas, acomodarlas y asegurarlas sobre su bicicleta, en una tarea desmesurada para la niña. La tarea la superaba, aunque la acometía con ahínco.
Mi mujer conmovida, me pidió que la ayudara.
-¡Ayudala, pobrecita! ¡No puede con esas cajas!-
Así que crucé la calle, me agaché junto a ella, y comencé a ayudarla acomodando la carga y sosteniéndole la bicicleta, mientras ella iba aplastando cajas y haciendo una parva grande de cartones; Yo sin decir nada me preguntaba si pretendía cargar todo eso. Apenas me miró y ví su mirada chispeante y renegrida, mientras movía sus pequeñas manitos, afanosa en acomodar todo en un enorme bulto detrás del asiento, y otro tanto en una gran caja que fue llenando con cartones doblados, que con mi ayuda cargamos sobre el manubrio, y la sostenía sujetándola con una mano. Subió la pequeña, casi perdida entre los dos tremendos bultos. Perplejo me planteé: ¿Cómo manejaría la bicicleta, si ni siquiera podía ver adelante?
-Yo puedo.- dijo tranquila. Aproveché para preguntarle donde vivía, si era lejos.
-En el barrio Cooperación norte.- Evalué que distaba a unas quince o veinte cuadras.
-Pero mi tío está acá cerquita con el carro.- Y elevó su cuerpito subiéndose al pedal, haciendo que la bicicleta empezara a moverse, titubeante. La acompañé unos metros hasta que comenzó a sostenerse sola, en un andar lento, zigzagueando, guiándose por lo que alcanzaba a ver a uno u otro costado. La seguí con la mirada mientras, despacito, llegaba a la esquina y doblando a la izquierda; pasito a paso, se perdió detrás del corralón de la vuelta.
Volví lento a mi sitio del porch, silencioso. Algo había cambiado en mí.
Tampoco yo sentía el frío de la calle ahora; solidarizado con esa pequeña cartonera, que no tenía derecho a estar en su casa, calentita, o jugando con sus juguetes. Ella debía juntar cartones en una noche tan cruda, y en calles tristes y solitarias; mientras medio mundo indiferente, encerrados en sus casas, ni siquiera se percataba de lo que la vida de algunos era capaz de exigirle, ya desde niños.
Entramos, mi mujer y yo, sin hacer comentarios, y sentí que el calor del fuego, aún disminuido, me quemaba.
Cuando me acosté aún pensaba si la pequeña habría encontrado el carro del tío, como dijo, y si ya estaría en su casa, cobijadita en su cama...
*Texto incluido en el libro "Pintando mi aldea" de Celso H. Agretti.
Avellaneda, Santa Fe. -18 de diciembre de 2008-
Un mal amor*
*Por Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar
¡Cuanta ferocidad en el sentimiento que surgió de ese fuego! Nos arraso la sangre.
Las cenizas ensucian nuestros corazones, todavía llagados de aquel incendio que nos envolvió cuando nos conocimos.
Fue mirarnos, tocarnos, y todo el alrededor se esfumo. La llama que creció desde nuestros pies fue torneando los cuerpos hasta convertirlos en ardientes brasas.
Inconscientes, egoístas, nos olvidamos del mundo. Nos abocamos a regodearnos con nuestra pasión.
Durante meses no existieron las familias, las obligaciones éticas. Solo ese fuego loco que danzaba en mis ojos, tu boca, mis manos, tu cuerpo. Todo ardía y nos consumía. Nada alimentaba ese fuego, ni un soplo de ternura, ni un leño de cordura. Nada.
Se fue apagando, muy lento, inexorable.
Cuando nos dimos cuenta que ya ni tibieza había en las cenizas, supimos con dolor, que no hubo amor, que equivocamos ese sublime sentimiento.
Ese fuego había sido alimentado con el dolor de tu mujer, de mi hombre. Con la vergüenza de nuestros hijos y la pena de nuestros amigos.
Y nos hallamos apagados, mortalmente vacíos. Solos.
Solos.
Presentación del Libro:
Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos), de Miguel Angel de Boer*
*Por Silvia Coicaud
Des-arraigo: sin arraigo. Miguel dice que el arraigo “consiste en un profundo sentido de pertenencia, sin menoscabo de la propia identidad. El sujeto debe poder discriminar lo malo, lo penoso, lo triste, lo injusto que lo impulsó a tomar la decisión de partir (que es morir un poco) para poder establecerse creativamente, sanamente, en su nuevo lugar de existencia”, apunta en su libro.
Esta apuesta por la creatividad como un modo de arraigarse a un nuevo entorno y lograr apropiárselo y pertenecerle nos lleva a pensar que no hay un único mundo real, preexistente a la actividad mental humana y al lenguaje simbólico humano. Y cada sistema de símbolos tiene sus propiedades referenciales, en las cosas que imaginamos, en las figuraciones, en las creaciones literarias, en nuestras metáforas, las cuales median entre un símbolo y lo que representa.
Lo que nosotros llamamos “mundo” es siempre el producto de alguna mente. El mundo de las apariencias, el mundo mismo en el que vivimos, es el que creamos con la mente. El mundo humano se hace desde la actividad cognitiva del artista (y aquí tenemos, por ejemplo, la prolífica obra narrativa de Miguel), desde las ciencias o de la vida ordinaria (como el mundo de la casa y la familia, donde reina el sentido común). El saber es una ilusión de certeza, pero es provisional, porque a un paradigma le sucede otro, por sus inconsistencias, por los olvidos, por las mejores explicaciones.
Todos estos mundos –ciencia, arte, política, juego, cotidianeidad….- han sido construidos, pero siempre a partir de otros mundos, creados por otros. Ningún mundo es más real que los demás, ninguno es ontológicamente privilegiado como el único mundo real. Los materiales con los que trabaja el ingeniero no son más reales que los procesos psicológicos que los produjeron. Borges, Mozart y Van Gogh no encontraron hechos los mundos que produjeron, ellos los crearon.
Nosotros, los hijos y nietos, y ellos, los padres y abuelos inmigrantes que llegaron a Comodoro Rivadavia, tampoco encontraron la ciudad hecha, forjada, y contenedora de todos los sueños. Como dice Miguel: tuvieron un trabajo de duelo, una lucha laboriosa en la que afloraron la idealización, la negación o la disociación para resolver los conflictos que se producían en sus almas por el mundo que habían dejado atrás, y por el nuevo mundo que les tocaba construir en estas tierras. Y apuesta Miguel: “ es posible que les competa a las generaciones actuales recuperar la historia de Comodoro, de lograr la integración tomando la experiencia como un todo … condición indispensable para posibilitar un mayor compromiso con lo que acontece día a día, superando el deseo fantástico o la ilusión de estar de paso, o lo que es peor, de que todo seguirá irremediablemente igual” .
Pero la realidad en la que vivimos nos muestra que las identidades clásicas: naciones, clases, etnias, ciudadanía, ya no nos contienen como antes en este planeta globalizado en el que existe inconformismo. La crisis de los paradigmas y de las certidumbres provocan insatisfacción. Pero la identidad es un proceso de construcción permanente. Como dice Miguel: “no se logra de una vez y para siempre, sino que se va estructurando continuamente en una ardua tarea de elaboración”. Nuestra ciudad tenía -según el censo del año 1944- ciudadanos provenientes de 42 países diferentes. Constitución de catalejo de identidades étnicas, nacionales y extranjeras que generó una interdependencia asimétrica y desigual. Esta diversidad es analizada por Miguel a través de varios relatos en su libro. En el capítulo “Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia” explica que, a pesar de que las migraciones parecían voluntarias, en realidad fueron forzadas, y aquí aparece crudamente el problema del exilio. Miguel ilustra con anécdotas las dificultades que tuvieron los grupos oriundos de otros países para adaptarse a un clima inhóspito, a la distancia, al aislamiento y a otro idioma. En la estancia de los Visser, por ejemplo, él, el director, hablaba afrikaans, su mujer inglés y el maestro de la escuela español.
Desde estas historias que nos aporta el autor, descubrimos escenarios de tensión, de conflicto y de lucha por acomodarse a otra vida, pero también a la necesidad emocional de no perder lo propio. Es entonces que desde los intersticios podemos reflexionar sobre estas realidades de nuestra historia reciente, intersticios donde las narrativas se cruzan o se oponen, donde hay encuentros y desencuentros, grupos de elite que deciden las reglas de juego del vivir y del trabajar, sectores subalternos que obedecen, posturas colonialistas y fronteras fuertemente marcadas entre los poseedores del saber técnico para extraer la riqueza minera, y los desposeídos total o parcialmente del capital simbólico de los conocimientos que otorgan los años de escuela.
Miguel nos dice que las personas “van conformando su psiquismo en base a sucesivas identificaciones… nos vamos constituyendo en relación al modo en que son nuestros padres (o quienes cumplen las funciones de tales) …tanto en lo que representan como modelos en sus conductas externas, como lo que nos transmiten por sus características internas…. Y esto no sólo remitiéndonos sus vivencias individuales, sino también las pautas culturales (la cultura misma) de la que son producto y en las cuales se hallan insertos”. Este énfasis en la cultura como propiciadora de las identificaciones del psiquismo humano nos lleva a pensar en la obra de Jerome Bruner: “La educación, puerta de la cultura”. Aquí se nos plantea que en los años noventa coexistieron dos hipótesis fuertes acerca de los modos de funcionamiento de la mente humana. Una era que la mente podía concebirse como un mecanismo computacional, procesando información, almacenándola, organizándola, distribuyéndola y recuperándola de manera similar a como lo hacen las computadoras. La otra hipótesis se aleja de esta analogía con las máquinas, y explica que la mente se constituye por y se materializa desde el uso mismo de la cultura humana. La evolución de la mente no podría darse si no fuera por la cultura, porque está ligada al desarrollo de una forma de vida en la cual la realidad está representada por un simbolismo que es compartido por los integrantes de una comunidad.
Si bien los significados están en la mente, sus orígenes y sentidos radican en la cultura misma en que se crean. Y es este rasgo situado de los significados lo que asegura su negociabilidad y su comunicabilidad. Son la base del intercambio cultural. Por eso, el conocer y el comunicar son interdependientes, pues por mucho que el sujeto parezca actuar por su cuenta, nadie puede hacerlo sin la ayuda de los sistemas simbólicos de la cultura. Vivimos en una sociedad con escombros. Cuando propiciamos un nuevo orden simbólico, lo hacemos sobre otro pre-existente. Construimos sobre los escombros que ya están, y esto permite que no se derrumbe lo nuevo. Desde esta concepción, el aprendizaje y el pensamiento se sitúan siempre en un contexto cultural, y dependen de la utilización de recursos culturales diversos.
La función cultural colectiva más importante consiste en externalizar el pensamiento a través de obras. Obras que casi llegan a alcanzar una existencia propia, y que pueden manifestarse en la ciencia y en el arte, o en producciones más modestas pero que otorgan identidad a sus creadores. El “inventor de la Nostalgia de este siglo”, como lo llama Miguel a John Lennon, fue un ejemplo de esta apuesta por los sueños plasmada en música y poesía gestadas para ser compartidas. Dice Miguel que revolucionó el mundo de aquella época, “en un planeta que sangraba por los cuatro costados con guerras inmorales…. Lennon trampeaba –casi con ingenuidad- tanta locura. Un joven de origen humilde, huérfano e inculto –un chilote de Liverpool- se transformó en un creador irreverente que testimonió lo válido de la vida”.
Las obras del mundo de la cultura posibilitan, a través del trabajo mental, liberarnos de la ardua tarea de volver a pensar en nuestros propios pensamientos, rescatando la actividad cognitiva y emocional de su estado latente, para hacerla pública, negociable y accesible a otros. El proceso de pensamiento y sus productos se van amasando, pasan de ser ideas vagas y borradores a adquirir formas que estimulan las reflexiones colectivas. El cine, nos dice Miguel, ha sido desde sus comienzos “un sorprendente y formidable anticipador de la realidad”. Su magia consiste en que “nuestros conflictos y sentimientos más íntimos se `proyecten` en la pantalla, donde los tiempos y los espacios transcurren y se despliegan –como en los sueños- libremente”. Miguel comparte con nosotros un pedazo de su infancia y adolescencia, cuando en Comodoro teníamos varios cines en distintos barrios, y aún con mucho frío o tormentas de viento íbamos a disfrutar del encanto de las películas, que tironeaban de nuestra imaginación y nos metían en historias inolvidables.
Sin embargo, esta apuesta por las obras de la cultura, por la creación de mundos posibles del pensamiento en la literatura, en la música, en la pintura, en la ciencia sólo será posible si logramos educarnos. Y para ello tenemos que comprometernos en la construcción de culturas escolares que funcionen como comunidades mutuas de aprendices. Miguel en su libro cita un diálogo mantenido entre un chico y su padre, en el que le pide en forma urgente dinero para pagar la cooperadora de la escuela, porque si no la señorita los reta, y les dice que “…pobre el que no venga mañana con la plata de la cooperadora”. Porque el autoritarismo se puede manifestar en todos los ámbitos, y la educación no es inmune. La persona autoritaria vive al otro como una amenaza, confunde sitio con atribución y autoridad con mando. Clasifica en buenos y malos, vigila y controla, hace del sufrimiento una virtud elogiable, ritualiza las formas y desconoce las necesidades ajenas, porque en realidad, dice Miguel, le angustia pensar. No puede hacerlo creativamente. En nuestras instituciones educativas persisten situaciones de autoritarismo, en todos los niveles. A veces se manifiesta desde fenómenos bruscos y evidentes. Otras veces, desde
dispositivos sutiles y solapados, pero con efectividad real. El prejuicio etiquetador de los que enseñan, expresado en la clasificación de “chicos inteligentes y chicos no inteligentes con problemas” implica un destino implacable para muchos jóvenes. Alguien dijo que educar es aquello que hacemos para impedir que el origen se convierta en una condena, pues la pedagogía consiste en hacer amable la violencia simbólica que siempre existe en las escuelas. Los docentes que apuestan por enseñar para acortar la distancia entre sus verdaderas aspiraciones educativas y las condiciones de la realidad se comprometen con propósitos emancipadores, pues confían en el principio de la igualdad de las inteligencias. Los contenidos nunca emancipan. Lo que emancipa es la propia relación educativa, cuando los que enseñan se asumen como sujetos de la palabra y sujetos sociales. Porque como dice Miguel, el poder está en todas partes, y “…todos buscamos, deseamos igualdad de oportunidades….en pos de un pleno desarrollo afectivo e intelectual…. Quienquiera que ocupe un lugar o un rol de responsabilidad respecto a los demás, que ejerza su poder –el que le cedimos- para beneficio de todos”.
Al final de su libro, Miguel nos narra el cuento “Somnolencia”, en el que a Comodoro le roban su minita, que le daba todo, pero se las banca. Esta narración representa la preocupación que el autor expresa en la Introducción de su obra, cuando dice que Comodoro, que el sur, que la Patagonia deben tomar conciencia de su propia existencia, renunciando a su inercia. Porque como dice Borges: “El Palacio no es infinito…. A nadie le está dado recorrer más que una parte infinitesimal del palacio. Alguno no conoce sino los sótanos. Podemos percibir unas caras, unas voces, unas palabras, pero lo que percibimos es ínfimo y precioso a la vez. La fecha que el acero graba en la lápida y que los libros parroquiales registran es posterior a nuestra muerte; ya estamos muertos cuando nada nos toca, ni una palabra, ni un anhelo, ni una memoria. Yo sé que no estoy muerto”.
-Enviado para compartir por Miguel Angel de Boer. deboer_miguel@uolsinectis.com.ar
SOY*
“Dios dijo: Ama a tu prójimo, como a ti mismo.
En mi país el que ama a su prójimo se juega la vida.”
GIOCONDA BELLI -Nicaragua
Soy mi Dios.
El que decide los tiempos de mi lengua.
Tiempos de bonanza. Tiempos de sequía.
El que permite mi preñez de oveja negra.
El que ve más allá de los silencios.
El que rompe los breteles de la silueta ingrávida.
El que todo lo puedes cuando no puedes nada.
El que enciende, implacable, los cirios de la aurora.
El que da vuelta el rostro cuando tu miedo implora.
El que corta cabezas.
Sandías que quedan recostadas a la vera del sueño.
El que tira cenizas donde duerme la lluvia.
El que corta la mano y el anillo.
El que lo engarza en un muñón de jade.
El que patea el último perro, en su última noche de agonía.
El que copula con la extranjera muerte.
Y la besa y la ensalza y la vuelve ventisca.
El que tira el tarot con los santos evangelios.
El que sabe que soy bruja, prostituta y madre bendecida.
El que deletrea los signos de mis secretos nombres.
Soy mi Dios. Mi único Díos...y mi único Demonio
*Por Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
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