sábado, octubre 01, 2011
LA SORPRESA DE LO QUE NO ESTÁ ESCRITO...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
La vida*
Una rosa, aparición súbita, me sobresalta de belleza. No sé si el encanto se debe a la mirada inocente del descubrimento o prueba una especie de escepticismo que sabe que entre plantar un rosal y la salida victoriosa de la flor, hay una infinidad de peligros sorteados, azares, eslabones perdidos.
La sorpresa de lo que no está escrito, o al menos no del todo escrito, talismanes.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
UNA VIEJA DEUDA*
*Por Celso Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
En el preciso momento en que se encendían las luces de las altas jirafas del alumbrado, yo estacionaba el auto sobre la calle veintiuno. El cielo ya obscurecido dejaba al poniente un difuso e inmenso telón del color granate, aún más intenso y luminoso hacia el horizonte; que se dibujaba aquí con las siluetas de las casas cercanas, y las diversas plantas que se recortaban renegridas y familiares, como pinos, lapachos, y fresnos.
"La Calandria", se leía en la chapa al costado del portón de ingreso. Un patio a la calle con profusión de plantas, en el centro una bandera argentina en un mástil bajo, cobijada bajo las copas verdes, y un poco más adentro la casa del Profesor; del cual salió a atenderme y me hizo pasar, abriendo las hojas dobles.
-¡Adelante!, pase.- me invitó amable, - lo estaba esperando...
Nos ubicamos en una galería pequeña y confortable.
Debía presentar sutilmente el motivo de mi visita, ya que si bien suponía un acercamiento social, guardaba algo más, y era evidente ya que le había anticipado que deseaba hablar con él, creando seguramente un dejo de misterio.
Don Pablo Alcides Pila es el referente innegable en nuestro limitado universo de las letras. Como poeta y cuentista lleva publicados decenas de títulos y exhibe extenso historial de premios y reconocimientos.
Pero mi móvil iba aún más allá.
Tenía una cuenta personal de larga data, que seguramente no podría saldarla ni aunque quisiera, por su naturaleza; pero a esta altura era buena oportunidad para recordarla y reconocer su nobleza.
-Don Pablo, me gustaría que Ud. me acepte un libro mío, presentado hace ya unos meses.- Dije, mientras le entregaba un ejemplar de "Los días felices", autografiado y dedicado al escritor.
-Quisiera que lo lea y lo conserve.-, dándole a entender que para mí era sumamente gratificante, guardándome la secreta esperanza incluso, de que un día podría decirme que lo leyó con gusto. También le entregué tres hojas en papel tipeado en "Word", una copia de mi último tema, un relato costumbrista
y de una época casi lejana;"La capillita solitaria", que podría ser parte de la saga, el tomo II.
Observó con cuidado el material impreso, sopesó y evaluó el volumen.
-Sí, -dijo- conozco el libro y escuché de él; pero no lo leí, así que ahora lo voy a hacer con gusto.-
Hice una larga pausa.
Respiré despacio un par de veces, cambiando de tema y de tono; y proseguí, yendo de lleno a lo que quería decirle, a la verdadera razón de mi visita, que ya llevaba demorada largos años:
-Don Pablo, no sé si Ud. recordará, pero yo simplemente le debo la vida.-
Torció levemente la cabeza para verme mejor, frunció pensativo el entrecejo, y tras unos instantes de silencio, me preguntó:
-¿Por qué lo dice?- Ahora me miraba realmente intrigado.
-Pensé que podría no recordarlo. Fue hace mucho, mucho tiempo; y para mí fue mucho más trascendental que para Ud., lo comprendo. Usted pudo haberse olvidado al día siguiente, pero no yo. De ningún modo. Incluso nunca tuve ocasión de agradecérselo. Sé que no le iba a dar demasiada importancia, y yo
también lo minimicé. Pero los años me han agigantado ese momento, y hasta puedo decirle que más de una vez, yo mismo me sentí perseguido por tenerlo pendiente. Y creo que ahora es tiempo de traerlo al presente, y yo me sentiré mejor desde esta noche, recordándolo junto a Ud. profesor, que podrá
ver que no he olvidado su gesto tan valioso.-
El profesor me miraba mientras su mente escudriñaba recuerdos, en total silencio, y mientras me miraba, trataba quizás de adelantarse al resto de mi relato; pero era evidente que sólo había recuerdos confusos de los cuales no lograba extraer nada en limpio.
Se rindió, esperando que yo continuara.
-Fue una noche de verano allá por el año setenta.- dije ubicando mi relato en el tiempo.
-¡La pucha!,- se sorprendió.- ¡Nada menos que treinta y seis años!.- y los dos nos perdimos un instante en nuestros propios cálculos.-¡En ese entonces yo.! ¡Ahhhjá.!,-Recordó titubeando- Y Ud. en el Banco, era tesorero, creo; aquí en Belgrano e Iriondo. ¡Claro!, ¡Sí, yo tenía cuenta allí!., Iba casi diariamente. ¿Y qué pasó, entonces?.., Dígame.-
Don Pablo mostraba ahora una chispa de entusiasmo y de sorpresa, en sus ojos expectantes.
-Bueno, hacía mucho calor esa noche. Después de cenar cargamos unas silletas, un reel, y algo fresco para tomar; y todo en el auto, y con mi mujer y los tres pequeños nos fuimos al puerto, a tomar un poco de fresco al lado del agua. Era un lindo lugar para estar en una noche así. Además de tener una brisa reconfortante, había espacio, iluminación, y la posibilidad de pescar algo; mientras tomábamos tereré, pasando un rato todos juntos, con los chicos, charlando, contando cuentos, anécdotas, y jugando con ellos. Los veía tan poco en ese tiempo, vivíamos largas jornadas en el Banco, la tarea era exigente, y el personal siempre escaso. Eran unas horas de descanso, relajantes y reparadoras. Siempre que podíamos lo hacíamos...-
¡Si, si!- me interrumpió, -Yo también era casi adicto a escaparme un rato de cuando en cuando, así a la noche, tranquilo..., llevar el reel, algo para leer., a veces me acompañaba mi familia.
Retomé el hilo del relato:
-Esa noche sí, había unas pocas personas, en las que casi no reparé.
Recuerdo que el río Paraná estaba crecido y el nivel del agua llegaba al borde de los muelles.-
Mientras le contaba esto me parecía ver el anchuroso curso que se perdía en la inmensa oscuridad de la noche, y algunas lucecitas brillaban parpadeantes aquí y allá, lejanas, y nos decían de pescas y de ranchadas, en una beata quietud y un reverente silencio.
-Cuando nos acordamos estábamos casi solos, -continué- de golpe se había hecho tarde. me apuré a guardar las cosas en el auto y disponernos al regreso. Me acerqué al borde del agua para enjuagarme las ojotas, así puestas, con la larga caña recogida en la mano...-
Evoqué la escena: El muro de contención era de piedra, inclinado, no a pique, y remataba un cordón al nivel del piso del puerto. El agua casi llegaba al ras.
-Así que, sin quererlo, pisé ligeramente con un pié el inclinado paredón, resbaloso por el liquen que lo cubría bajo del agua, y desaparecí como un rayo, en una siniestra voltereta, cayendo casi de espaldas, en un inesperado chapuzón dentro del río; emergiendo desesperadamente unos cuantos metros de la orilla. Mi práctica de nado era apenas para mantenerme unos minutos a flote, y con toda la ropa, me era dificilísimo. Manoteando y pataleando conseguí llegar a la orilla, pero la pared inclinada era sumamente
resbalosa, impidiéndome asirme, y la corriente me empujaba debajo del muelle tapado en una espesura de camalotes. Mi situación era apremiante. Sé que alcancé a gritar pidiendo auxilio, pero no creo que me haya salido más que un hilo de voz.-
Recordé el pánico de aquél momento.
Don Pablo seguía atento.
-Mi mujer se dio cuenta, y desesperada gritaba y corría, pero ya no había nadie allí., y en eso aparece usted, profesor, no sé de donde; y veloz como un rayo tomó la caña de mi reel, caída en el suelo, y con ella, sujetada fuertemente, me ayudó a subir la cuesta de la resbalosa pared y así poder salir del agua, en un momento en que mi vida estaba en verdadero peligro.-
Alce la vista y lo miré.
-¿Y don Pablo? ¿No recuerda ahora todo esto?-
Él seguía pensativo.
-Si, creo que algo recuerdo, ahora que me describe aquella noche, se me hace de ver esas escenas, pero las tenía totalmente borradas.- y siguió ya más lúcido: -Creo recordar que esa noche estaba mi familia, Sí, mire, recuerdo cuando decidí llevar los chicos, y sí, yo tenía el auto de este lado ya saliendo, y me volví no sé para qué. y vi, u oí a su esposa, y lo vi en el río. Fue todo junto, vi la caña, la alcé. Todo sucedió tan rápido.-
-Ya ve que para mí no fue tan simple, por más que después quise relativizar el hecho, olvidarme; con el tiempo fui viendo toda la inmensa ayuda que recibí esa noche. Ahora tengo la posibilidad de reconocerle, lo trascendente que fue para mí, aquel momento de sólo un par de minutos. Yo pude vivir hasta hoy el resto de mi vida, viendo crecer a mi familia, gozando muchos años fructíferos; y hasta logré escribir un libro que valoro enormemente; y que todo eso podía haberse truncado aquella vez, de no haber sido por su oportuna y contundente actitud.-
-Por eso vine esta noche, no sólo a obsequiarle el libro y a mostrarle mi trabajo; sino a sentirme mejor, más noble, más humilde. A mostrarle mi tardío reconocimiento, aunque Ud. casi ni lo haya registrado. Y esto precisamente habla de su esencia humana, de su nobleza.-
Me sentí bien porque hacía un siglo quería hacerlo.
Hoy, esta noche, había cumplido mi cometido.
Luego la conversación derivó gentilmente a otros recuerdos. De nuestras coincidencias geográficas, de vivencias correntinas, de conocidos comunes.
De los hijos, de Dacio, que fue uno de los héroes de Malvinas, y de muchas cosas más; hasta que se acabó el tiempo, y nos despedimos.
Me acompañó, y pasando por el patio me indicó la bandera.
-Está aquí desde el día en que me mudé a "La Calandria", mi casa. Era un dos de abril. Aniversario de la Toma de las Islas.-
Yo pensé mirando la bandera: "Cuanto puede significar este símbolo", y dije en voz alta:
-Para nosotros, en casa, Las Malvinas, son más que una causa.-
Y en el portón riéndome, le dije:
-¡Gracias!
Al subir, apenas cabía en el auto.
*Texto incluido en el libro "Pintando mi aldea" de Celso H. Agretti.
Avellaneda, Santa Fe. -20 de octubre 2006-
Miradas*
Lo fantástico se infiltra en los intersticios de la realidad.
Una rosa formando una pintura entre los distintos verdes anuncia
Una herida en el techo anuncia.
el pelo tocando el aire en la vanguardia de la persona resguardada detrás, dice
Una fiesta que espera en la emoción de los cuerpos amuchumbrados, dice
Letreros, cartelitos, cartas.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
LAS ENTREVISTAS DE CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ
“El perfume de las curtiembres me enseñó mi conciencia de clase”*
*Por CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ. parodizlaunion@gmail.com
El escritor Guillermo Saccomanno cuenta a La Unión sobre su obra y el último libro publicado, en el que fusiona su compromiso por hurgar en la desigualdad, la mentira y el sometimiento.
Nada se compara si todo se comparte. La exigencia del postulado es superlativa. Guillermo Saccomanno, más allá de la fugacidad anterior, suena distante y con razones, sucede que costó dar con él y el todo aludido resulta escaso. Un hijo pequeño y afiebrado traza la frontera de la prisa.
Gessell es el lugar elegido por él y un bastión necesario. Algunas aproximaciones saludables podrán leerse, otras inferirse, pero “Un maestro”, su último libro, fue la concesión fragmentada para una charla polar donde se desliza su profundo compromiso por hurgar en la desigualdad, la mentira, el abuso, el sometimiento.
“Un día ví de pronto que había un espacio, un silencio, que necesitaba ser llenado. Ese silencio tenía que ver con la vida de los desposeídos. Y supe que ese silencio no me permitiría quedarme quieto, que tenía que hacer algo al respecto”, con olor a Berger, pueden coincidir. Saccomanno ha precisado que este no es un libro sobre los ‘70 sino con los 70.
– ¿Una frontera de dónde emerger?
– Entre Mataderos y Parque Avellaneda, donde y cuando el viento del oeste y el perfume de las curtiembres, me enseñó mi conciencia de clase del barrio.
– ¿Cómo, quiénes y de qué forma hurgaste para tu formación?
– Me crié en una casa de trabajadores, padre sastre y madre que trabajaba en una óptica, un padre perseguido político; en la casa familiar había una gran biblioteca abierta, quiero decir sin restricciones, donde se podía encontrar y leer a Salgari y Memorias de una princesa rusa, o a Roberto Arlt y Boccaccio. Acceso a la diversidad.
– ¿Ahí va… la señal?
– Tener una biblioteca fue el inevitable paso previo para convertirme en lector, uno es la suma de dos experiencias, la vital y la del lector, ésta te inclina a leer de determinada manera.
– ¿Hubo un texto iniciático que te influyera?
– Yo creo que el libro que me marcó a los 14 años fue “El juguete rabioso” de Roberto Arlt, por un grado de pertenencia social, descubrirlo fue establecer una suerte de parentezco. Con Arlt tuve idea de su identificación de escarbar y ahondar en el resentimiento, eso me guió fue el señalador del camino.
– ¿Y qué señó tu trabajo de ese descubrimiento?
– Soy de los que piensan que donde no hay igualdad y sí marginación, cuando no hay justicia, hay resentimiento y se convierte en motor de la historia.
– ¿Y los pasos siguientes?
- Empecé a trabajar a los 14, Arlt fue una guía metafísica de la calle, como un guía viajero, después a los veintipico fui creativo y guionista, cosa que valoro porque fue etapa de aprendizaje, la historieta me formó.
Transité la carrera de letras algunos años. Allí recibí la influencia de Oesterheld (Héctor Germán, autor de El Eternauta), con Trillo (Carlos) le hicimos su último reportaje.
– ¿Esa experiencia abrió el camino de la literatura?
– Se me ocurre que el camino literario estuvo siempre, a los 63 no sé si estas son las mismas sensaciones de aquel tiempo.
– ¿Y por casa qué pasa?
– Tengo mi hijo con fiebre –39 grados–, mi mujer lo está atendiendo y yo hoy me hago cargo de la cocina, pero aclaro ser padre de tres mujeres de 35, 23 y 19 y el varón de 3, para ese acto de amor y arrojo, hay que tener ganas.
– ¿Qué podrías decir de “Un Maestro”?
– “Un maestro”… el escritor es el tipo menos indicado para habla de su obra, nunca están en su punto justo sus miradas respecto a las claves y los niveles del libro. Uno se desajusta.
Es el menos literario y el mas literario, tuve que prescindir de la literatura, es una “non fiction”, quise ser fiel a la voz del “Nano” (Orlando Balbo), que es un maestro, compañero de colimba a quien lo reencontré; un maestro y discípulo de Paulo Freire, quien después de la tortura (secuestrado en los ‘70), vuelve y alfabetiza una comunidad mapuche, creo que el libro tendría que funcionar en los colegios. Los maestros han sido muy castigados y esta es una suerte de reivindicación.
Un maestro sordo que pasó toda la represión y piensa en alfabetizar y lograr que el cacicazgo no fuera hereditario y si democrático; lograr formar una cooperativa de trabajo; el “Nano” trabajó en la búsqueda de una mejor condición de vida para la comunidad; hay experiencias que los maestros necesitan conocer.
*Fuente: La Unión Espectáculos y Cultura 25/09/11 - 10:26 PM
http://www.launion.com.ar/?p=61484
Mariposa negra*
*Por Juan Forn
Hace diez años conocí a una mujer que debía estar muerta según los cánones de la medicina. Tenía cuarenta, la misma edad que yo, cuando la conocí. A los veintiocho le habían descubierto por puro azar que la absurda cantidad y variedad de enfermedades que había sufrido desde su infancia eran en
realidad una sola: una maldición llamada lupus, que en la jerga médica se conoce como "mariposa negra", porque el menor aleteo que dé en cualquier rincón del cuerpo que la alberga puede generar una catástrofe en el resto de ese organismo. Hasta entonces, los médicos le habían tratado por separado
todas las flaquezas de su sistema inmunológico, porque aparecían en momentos distintos, con períodos considerables de normalidad en el medio. Pero a los veintiocho, un chequeo de rutina desembocó en una batería interminable de análisis y el diagnóstico final (lupus sistémico) explicó retroactivamente
cada uno de aquellos síntomas y comenzaron a tratarla en consecuencia, con muy pocas esperanzas.
En los doce años siguientes había perdido un riñón, después parte del útero, más tarde se le secaron los conductos lagrimales ("Sí, no puedo llorar; hace ya tres años de eso, al final te acostumbrás") y en cualquier momento podía sobrevenirle una septicemia, un aneurisma o un episodio cardíaco, me contó
la noche en que la conocí. Según los parámetros médicos, era una incongruencia en movimiento. La reacción de su organismo al lupus era tan infrecuente que la tomaron como caso testigo y llevaba desde entonces más de diez años yendo una vez por mes a la Academia de Medicina para que los especialistas intentaran decular qué era lo que la mantenía entre nosotros.
Bastaba tener delante a esa mujer para sentir que estaba viva de una manera que uno jamás había visto. Era como si estuviese enferma de vida. Y contagiara a quien tuviera enfrente. No hay mujer hermosa que no tenga conciencia de su belleza, pero hay algunas pocas, poquísimas, que eligen no ofrecer esa información al público: la conservan para una segunda instancia de intimidad. Son mágicas, desde el momento en que dejan de ser invisibles.
Hasta que reparamos en ellas parecen hechas para no llamar la atención, para que las sorteemos inadvertidamente en nuestro camino. Y, de golpe, no podemos parar de mirarlas, no queremos otra cosa que tocarlas, sólo nos importa mantenernos a su lado el tiempo que nos sea posible.
Había algo entre ella y la vida que era hipnótico. Como esos cantos rodados que el mar deposita en la playa, esas pequeñas piedras sometidas durante quién sabe cuánto tiempo a la abrasión marina, hasta que su forma, su textura, su color (es decir, la suma de su hermosura) es efecto de ese desgaste; así era ella. Esa sensación producía: todo lo hermoso en ella había sido tallado por la enfermedad, por su resistencia a esa enfermedad. Y uno sentía que iba a ser cada día iba más hermosa, hasta el último. A su lado, el desgaste de la vida no roía: pulía. A su lado no había lugar para el miedo.
En su Diario, Gombrowicz escribe, después de leer un libro de Simone Weil: "Contemplo a esta mujer con estupor, y me pregunto de qué manera, por qué magia logró el ajuste interior que le permitió enfrentarse con lo que a mí me destroza. Y me encuentro con ella en una casa vacía, por así decirlo, en
un momento en que tan difícil me es huir de mí mismo". Quiero decir que, cuando la conocí, yo era una piltrafa. Venía de zafar por mero azar de un coma pancreático. Técnicamente hablando era un sobreviviente, pero me sentía de manteca. La orden médica era que tenía que limitarme a vivir de manera literalmente opuesta a la que había vivido hasta entonces (es decir, aprender a parar antes de sentir el cansancio; no dejarme llevar nunca; y lo único que yo sabía hacer era dejarme llevar: por los pálpitos, por la adrenalina, por la prepotencia de la voluntad, por el equívoco candor de creerme inmune o al menos lejísimo de la muerte). Mi interpretación de esa maldita consigna médica era una catástrofe: para decirlo mal y pronto, tenía tanto miedo a morirme como a vivir. Eran casi una sola cosa, y eran mucho
más que una sola cosa. Recién cuando uno puede separarlas empieza a volver, fui entendiendo con el tiempo, y no voy a abundar en el tema por razones supersticiosas muy profundas. No se habla de eso sin volver ahí.
Lo cierto es que, hasta el momento en que ella me dirigió la palabra, yo no la había registrado siquiera. Podría alegar que en mi estado de entonces no estaba precisamente para andar mirando minas. Pero no sería cierto: incluso entubado en la sala de terapia intensiva del hospital había sentido esa reverberación tan familiar en cuanto se acercaba a mi cama una enfermera mínimamente atractiva. Pero con ella fue otra cosa. Hay algo peor que nos digan cobarde: que tengan razón. Y la noche en que la conocí ella se acercó porque me olió el miedo. Hay una hermandad de los enfermos, una hermandad de
la desgracia, y desde que pasé por ese trance yo creo fervientemente en ella. A veces nos toca dar, a veces nos toca recibir, en esa hermandad. Y aquella noche yo tuve la suerte de que esa mujer me contara su historia.
Nunca más nos volvimos a ver. Muy de tanto en tanto recibo un mail de ella y me llena de dicha poder decir que sigue viva, tantos años después: viva como sólo ella sabe estar viva. Pero no hemos vuelto a vernos, y dudo que lo hagamos. Ella vive en un mundo y yo en otro. Como me dijo aquella noche:
"Con escribirlo te lo vas a sacar de adentro; lo tuyo se reduce a eso. Yo, mi niño, estoy en otra película, función continua".
Estuve años penando, pero escribí ese libro y ella fue el comodín que me dio la clave, y terminó siendo el personaje central y el sostén emocional de todo lo que pude decir. Por haberla conocido pude escribir ese libro y por escribir ese libro pude desembocar en el que soy. Cuando lo terminé, pensé llamarlo La mala sangre, porque de eso trataba: de mi familia, de mi enfermedad (bilis significa "mala sangre" en griego, el páncreas es el que se encarga de que la bilis no envenene nuestro organismo), de los secretos
familiares que envenenan a las familias. Pero después entendí que en toda familia hay también un talismán que las salva, y ella es mi talismán y mi familia, y supe que el libro debía llevar su nombre, el que le puse para hacerla sangre de mi sangre, el que sigo usando para convocarla en momentos de zozobra: María Domecq, María Domecq, María Domecq.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-177861-2011-09-30.html
Proa al rojo*
Cómo decir desde la terraza de la galería de arte el río tiene el color exacto
del hombrecito del semáforo cuando te impide el paso o algo así como si en tus ojos se
incendiara el sol y volcara su turbado rojo contra el agua.
¿Cómo?
Ese después conversado paisaje es ese mismo río
¿O su memoria?
Cafecito, se te deshace el color -río,
la sfogliatella, hojaldre de lenguaje,
delirio
Creada- ciudad-río –tarde-roja-amigos.
Invento
Locura, deseo, tela.
Así se dice así.
Un instante que nunca sucedió, pero pudo,
En tu cabeza escenario las migas de la sfoglia tela,
Arman la trama golosa, lúdica,
Hasta el teatro griego de Sicilia
Juntando indicios, el mar acosando las columnas,
Desembocando, desembarcando, en un río
Rojo
Que por asociación ilícita de palabras
se disuelve en la Boca.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
Bestiario*
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
La palabra
Con su naturaleza temperamental y su esperanza nacida de una debilidad momentánea, esta bestia de iluminaciones súbitas, con dos o tres sacudidas se eleva desde el centro y hace que la boca de una se abra en todo su tamaño para luego obligarla a cerrarse en un modo lento y lascivo.
Esta bestia inocente, no tiene conciencia del bien ni del mal, respira desde la asfixia mientras los monstruos de palo juegan a la ronda del amor.
Algo huérfano late dentro de ella, late junto a algo viejo y algo recién nacido. Con su naturaleza de loca incendiada nos anima a decir "éste es el hombre de mi vida", toda vez que una tiene la esperanza de que ése sea el hombre de su vida.
El libro
Es un animal inmenso (como el universo) pero no infinito (como el universo). Si lo fuera, habría infinita materia en infinitas estrellas y no es así (ni en uno ni en el otro). En cuanto a la materia, en este animal inmenso es sobre todo espacio vacío (como en el otro).
Su cuerpo está constituido por galaxias, cúmulos de galaxias y estructuras de mayor tamaño llamadas supercúmulos perceptivos que exceden el propio cuerpo textual de la bestia inasible. Pero además también contiene materia intergaláctica, según los astrónomos, o intertextual según los semióticos.
El material del que se compone este espécimen, como el del universo, no se distribuye de manera uniforme sino que se concentra en lugares concretos: galaxias, estrellas planetas, en el caso del segundo. Ausencias y sigilos, en el caso del primero. Pero a diferencia del universo, que se formó una vez, hace unos 15 mil millones de años, la existencia de esta divinidad inasequible vuelve a suceder cada instante en el que otra bestia, tan brutal y sigilosa como él mismo, lo abre, y se deja atrapar por sus tentáculos o páginas.
Ciertos días
Ciertos Días son siniestros. Las estrellas malas devoran a las estrellas buenas, las flores oscuras devoran a las flores blancas, las hormigas rojas oprimen a las hormigas negras, la flora se hace fauna, la vecina de enfrente es una Erinia Violeta. Ciertos Días son mancos. Tienen una sola mano negra hambrienta de realidad, que nos condena a una vigilia atroz hasta hacernos sentir desarraigados de cualquier mañana.
La metáfora
Esta criatura bestial que vela arropada en las ranuras, guarda el espejo donde duermen los fabulosos signos. Quien escucha su voz de animal desviado, aparece en estratos cargados de infinitos. Quien cae en su mar de olas fosforescentes crece más allá de su propia existencia.
En ocasiones, su hocico penetra en la carne de un modo muy agudo y el mundo es un charco de sangre. A veces es un candelabro de siete brazos y siete ojos; a veces es una mujer desnuda que quiere volver a desnudarse; a veces asciende como un canto radiante por los muros. Esta bestia que tensa y altera el sentido lineal de otras bestias, existe como una voz que despluma.
Los puntos finales
Son de estirpe perturbadora. Contienen aceite en el cerebro y un color infértil en el lugar del sexo.
No se pueden detener en la vasta pradera como una gacela o un punto seguido, porque están condenados a paralizar todo lo que sea movimiento. Incapaces de imbricar peces, melodías, objetos, forzados a no tener nada después de sí mismos, los puntos finales cierran la puerta en las narices a todas las visitas.
Siempre están al final de algo y (por desgraciada obviedad) nunca al comienzo. Sus pies son pies de cementerio. Sus manos son de abismo. Su después es nunca. Su mañana jamás.
Piel de lecturas*
Tu mano acaricia
creando en contra del olvido
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
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