martes, mayo 28, 2013

ALGO PARECIDO A UN ATISBO DE FELICIDAD...



*Dibujo: “Amórfosis” de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
 
 
 
 
 
RENACER*
 
 
El silencio es un manto,
cubre mi cuerpo, lo acaricia,
poco a poco invade
el hueco que ocupa mi carencia.
La soledad huye en alarma,
ya no puede dañarme
ni profundizar heridas.
En medio del bosque de mi alma
vuelve la vida a ocupar su trono,
el ave prepara su saludo al sol
y el sueño me toma de la mano.
Allá voy, a la frontera
donde todo muere
porque algo allí comienza.
El silencio me ampara,
evapora todos los peligros,
me devuelve el derecho a soñar.
 
 
*De Emilce Zorzut zorzutemilce@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
ALGO PARECIDO A UN ATISBO DE FELICIDAD…
 
 
 
 
 
EURYALE*
 
 
Limpió con el extremo de la bufanda el letrero: “Escultora, se venden estatuas de mármol, de piedra y de yeso”. Se colocó las gafas azogadas, cerró la tienda, asió los dogales de Deimos y Fobos, que menearon alegres las colas, y salió a dar su paseo vespertino. “¿En quién posaremos hoy la mirada? ¿Estarán más de moda las muchachas que los efebos?”, pensó sin culpa. Una chica tiene que comer, no había nada malo en vivir de su talento. Con gesto de coquetería, se acomodó una serpiente rebelde que insistía en escapar de la boina.
 
 
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba
 
 
 
 
 
 
DONDE SILBÓ LA PERDIZ*
 
 
 
*Por JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar
 
 
 
Primero es una nubecita de polvo que el leve viento levanta en un camino de tierra. Luego es mi mirada sobre ese mismo camino que se pierde en el horizonte donde el sol todavía alto no permite ver sino los pastos más cercanos a sus costados y la luz que deforma o difumina los contornos y allá a lo lejos una nube más densa anunciando un vehículo que se aproxima, pero lo hace tan lento que no aviva la curiosidad un poco apagada que nos acompaña en este paseo que no busca sorpresas sino un placer lento que viene muy hondo, más de la sangre que del recuerdo.
Es un camino que bien podría ser de Haroldo, quiero decir, Haroldo Conti, el de Chacabuco; sólo habría que agregar un par de chicos corriendo con sus hondas y sus tramperas, la cabeza bien alta, con el viento que les arremolina el pelo y les irrita las paspaduras de las mejillas que son una rémora del último invierno.
Ignoramos hacia dónde nos lleva este camino, pero es casi seguro que se hunde en la profundidad de los campos que comunicaba las chacras y ahora es una manga brillosa y solitaria que corta como un cuchillo la monotonía  verdeoscura de los sembrados de soja y, donde hubo casas y familias, y cocinas con humo hoy sólo quedan grupos de árboles como islotes  verdes que resisten en estallantes plumones que son casi breves montañas vistas de muy lejos y una invitación de sombra propicia si uno los observa  a la orilla de ese camino que sólo separan de nuestra humanidad esos cuatro hilos de alambres de púas que ocupan un grupo de tordos curiosos, pero no tanto porque al acercarnos levantan vuelo  como una docena de carbones lustrosos cruzando el aire limpio y celeste que regala a nuestros pulmones el día templado de otoño, encimándose –uno más- sobre tantas tardes y tantos otoños y tantos días infinitos que están en la respiración y en la sangre pero en esta evocación se nos presenta distinto, o íntimo, en esa paz que nos rodea.
A nuestras espaldas está la ruta, y se oyen los motores de los veloces camiones que la recorren como inmensos bólidos cortando el aire que debiera ser apacible.
¿Y si este camino que transitamos nos llevara hasta un pueblo? ¿Y  fuera, digamos así, el nexo entre la ruta y ese grupo de casas distantes que forman un pueblo de llanura?
¿Y si en lugar de ser un día soleado fuera gris? ¿Y si fuera un día en que habría llovido pero era ya el escampe, con los pastos mojados y el camino herido de grandes huellones barrosos, marcas de algún vehículo muy reciente?
La libre asociación me lleva a un cuento de Saer, La Tardecita.
Ese camino barroso hacia el pueblo es recorrido por Barco, uno de los personajes históricos  de la saga saereana con su hermano.
Los días de lluvia eran aprovechados por mi padre en la preparación de sus incursiones de caza en los campos y los bañados cercanos y no tanto, del pueblo y esta preparación consistía en la limpieza minuciosa de su escopeta belga –su orgullo de ese tiempo- de un caño, calibre 16. Previamente había hecho una provisión de cartuchos que él mismo cargaba  midiendo y calibrando con un ínfimo recipiente ad hoc para medir la pólvora y la municiones, que volcaba con esmero y pulcritud en esos cartuchos vacíos que había –como el material descripto arriba- comprado en al casa Demaría. Allí también se había agenciado de un aparatito para ajustar y cerrar a presión los cartuchos. Iba haciendo todo ese trabajo con minuciosidad, como si le fuera la vida en ello. Yo me sentaba en un banquito y lo miraba hacer. Soñando con ser grande y manejar ese aparatito tan fascinante. Mi madre iba y venía de la cocina cebándole interminables mates amargos.       Hecha una cantidad que estimaba  suficiente, los agrupaba por colores –verdes y rojos- y los distribuía en las dos cartucheras con las cuales se cruzaría el pecho.
Cuando limpiaba el tiempo,  como decían los criollos, volvía a repasar con una estopa el caño de la escopeta, y con una franela muy limpia la parte externa, en especial la culata de nogal lustrada.
Después de almorzar, me ordenaba traer del galponcito de las herramientas, un bolso de lona muy fuerte, al que le había cosido una tira de cuero para usar cruzado al pecho y portar allí las piezas cobradas.
Ese era mi  trabajo de ayudante, que como es de imaginar cumplía con infinito placer porque yo amaba esas salidas, que eran para mí toda una aventura.
El perro,  excitado por los preparativos nos esperaba en la puertita de tejido que daba  a la calle, esperando que abriéramos para salir, raudo y saltaba y corría alrededor de mi padre hasta que le gritaba, entonces, el cuzco, sumiso se ponía detrás de él.
Los destinos casi nunca variaban de cuatro: La portada, Puente de la vía, Maldonado o El camino del diablo.
Cualquiera de ellos nos llevaba a una cañada por lo cual nos proveería de algún pato para la olla de la noche, aunque al primer disparo, las bandadas, que eran ariscas, levantaban presurosas el vuelo y en principio buscaban un espejo de agua más calmo, o, en su defecto elevaban sus cuerpos en vuelos circulares, cada vez más alto hasta casi perderse en la visibilidad de ese cielo plomizo.
Las perdices certeramente apuntadas por el perro eran más ingenuas y además tenían un silbido delator que las ponía en evidencia. Su carne era más rica y preciada por lo cual mi alegría era mayúscula cuando iba engrosando el bolso que se me había confiado y que yo llevaba con innegable orgullo. Creía que era mi primer paso como futuro cazador, y soñaba con tener tanta puntería como tenían mi padre y sus hermanos, es decir, mis tíos.
Con el tiempo noté que en verdad empezaba a sufrir cuando mi padre derribaba uno de estos animalitos con su tiro certero.
Ese silbido  de la inocente e inofensiva perdiz era como un flechazo de dolor que me perforaba los oídos y llegaba al cerebro con culpas y lágrimas.
 
 
 
 
 
 
PALOMA*
 
 
(a Paloma Alonso, desaparecida-Dictadura Militar Argentina 1976
Hija de Don Carlos Alonso - Artista Plástico mendocino)
 
 
Dónde estás Paloma que no vienes
cuando cada tarde,
el sol suspira ásperas rodillas
y ahoga en su garganta mi poema?
Dónde está tu nido
tu ruedo
tu nube
que mirando la mira no te veo?
Dónde estás Paloma audaz,
muchacha
espuma
tonada azul en vuelo
rosa en la risa
verde en la copa…
Qué limbo presuroso amordazó tu canto?
Truncaron tu alma vanguardera
el silencio infernal de los cobardes
que aventaron eclipses de palomas…
¿Sospecharán que eres sangre de la sangre,
del pincel que acuarela
en color, tinta, lápiz o grafito
el hambre mordiendo la palabra,
la injusticia apostando a la miseria,
el pan sin dientes deshojando pertenencias
en patético quiebre desgarrado?…
Paloma, sereno de altas lunas
Vigía de duelos oprimidos…
Cuelga definitivamente tu lágrima
y vuela…
vuela!
Que no te alcancen
Que no te alcancen…
 
 
*De Ana Lía Gattás. al_gz@yahoo.com.ar
-Mendoza, Argentina-

 
 
 
 
 
 
 
"Sangre helada" *
 
 
 Haceme  guía de tu mano, un fuerte mástil de proa que avance sin miedo al peligro.
Conducime de una vez, a las inocuas arcas sagradas.
Llevame al interior cálido en tu cuerpo.
Abraza el espectro perdido que amaste y regresalo a salvo a estas, mis carnes putrefactas. Los gusanos atienden atónitos estas suplicas eternas.
Clamo por un susurro. Una palabra de tu boca para que el infierno se congele.
 
 
*De Maximiliano Chiaverano. maxchia@hotmail.com
Cañada de Gómez, Sta Fe. Argentina
 
 
 
 
 
 
 
 
Una pelotita roja*
 
 
 
*Por Ariel Zappa. aazappa@hotmail.com
 
 
 
No era una buena mañana. Le costó levantar la humanidad de su cuerpo de la cama. Al sentarse observó en detalle los pliegues de las sábanas y la frazada hecha un bollo. El atado de cigarrillo retorcido y el control remoto del televisor en el piso. Apuró unos mates y se decidió a no dejar que la mañana se alborotara para salir a caminar por la calle siguiente a la avenida Arijón, hacia el sur, por la preminencia de árboles que se suceden en ambas orillas tal si fuere un cortejo de bienvenida. La marca de un otoño sin tregua la había pintado respetando su imaginación. Iba con paso curvo pisoteando los montículos de hojas secas que se amontonaban de manera desairada. Algo parecido a la libertad, pensó.
Un coro de perros encerrados en los patios delanteros lo perseguía a medida que avanzaba. Los cusquitos estrechaban sus hocicos sobre el borde inferior del marco de los portones tratando de deslizarse por ahí. Trató de acercarse pero la aparición de una señora entrada en años con un mate en la mano y la cara ofuscada desbarató el intento. La escuchó cómo lo retaba para que se retirara y luego, ocupar el lugar que había dejado su perrito alargando el cuello para mirar hacia afuera. Sintió cómo la mirada de la mujer entrada en años le siguió los pasos hasta llegar a la primera esquina de la cuadra. Al atravesarla, giró su cabeza para espiarla, hecho que produjo que se metiera rápida hacia el interior de su casa. Desde allí, escuchó como echaba llave.
En la esquina decidió que iría sobre la orilla de la calle sin subir a la vereda para evitar, en la medida de lo posible, que cada perro con el que se encontrara lo toreara y desvirtuara el clima de la mañana que acababa de presentarse. Miró hacia el cielo y entrevió unos nubarrones que avanzaban desde el sudoeste ostentando tormenta. Esa vista lo desalentó. Reparó en un viento fresco que amenazaba con romper la calma. La danza de las hojas secas era imponente. Ya no se hallaban inertes dibujándole atrayentes senderos. En un aquelarre que iba en aumento desarmaban los dibujos que hasta hace poco le habían servido de guía. Fue en su garganta donde localizó los incipientes efectos del cambio de temperatura. Aun así, se juró no apurar el paso para volver a casa.
Aminoró el ritmo dejándose atrapar por el trino de los pájaros que se alternaban, haciendo de esa atmósfera una partitura desordenada y efímera. Se convenció de que la noche anterior había revisado sitios de internet donde afirmaban que no habría lluvia por lo menos hasta el domingo bien entrada la noche y repasó en su mente qué decía cada uno de ellos. No recordaba nada semejante y al fin, decidió reforzar su promesa de no dejar de caminar hasta el mediodía.
Al acercarse a la segunda esquina lo recibió un golpe en la mejilla izquierda de su cara. Pasaron unos instantes hasta entender qué le había sucedido. Volvió sobre sus pasos y escuchó un chistido que provenía de unas rejas despintadas. Sin dejar de refregarse la mejilla y aún ofuscado por la sorpresa, se acercó lento hasta esa casa sin cruzar la zanja que la separaba de la vereda. De allí, emergió la cabecita de un pibe. Calculó que podría llegar a tener cuatro años. Cinco a lo sumo. Se miraron y sin mediar palabras hubo de su lado un gesto que denotaba fastidio; y por parte del pibe, una mirada que suponía indulgencia. Luego fue su cara ladeada hacia la derecha la que confirió un reproche en menor intensidad que el anterior. Del otro lado de las rejas, el pibe levantó sus hombros ya no pidiendo disculpas sino dejando entrever que fue sin querer. Tras ello, la mirada del pibe se desvió de la suya y empezó a buscar algo, repasando toda la zona a su alrededor hasta detenerse en un punto. Fue que le brillaron los ojos y su cara apuró un gesto de favor. El siguió la mirada del pibe y fue a parar al lugar indicado: donde se hallaba la pelotita. Era pequeña, de goma, roja. Tres pasos le fueron suficientes para alcanzarla. Observó que estaba salpicada de agujeros que aparentaban haber sido mordida. Volvió su vista hacia el pibe y notó que su ansiedad iba en aumento. Caminó hacia la reja y se detuvo a un metro intuyendo que esa pelotita mordida era de un perro que no iba a tardar en torearlo; y decidido a no volver a pasar por el mismo momento, no dudó en tirarla por arriba de las rejas y pegar media vuelta.
No hizo dos pasos que sintió un golpe leve sobre su espalda. Al darse vuelta vio la pelotita roja perderse entre sus pies. Al levantarla se encontró con los ojos del nene en un instante eterno. Con un movimiento suave, la lanzó sobre la reja para que cayera sobre el patio. El chico deslizó una mueca de alegría que, para su gusto, no alcanzó a tener la contundencia suficiente. Aun así entrevió que, sobre la comisura de sus labios, se asomaba algo parecido a un atisbo de felicidad.
El primer trueno lo estremeció y al baile de las hojas en derredor suyo le siguió una cortina de tierra que provenía de la costa del arroyo. "Viento del este lluvia como peste", recordó. Mientras se refregaba los ojos, escuchó un nombre disparado al viento y el repiqueteo de piernitas que se atropellaban para entrar a la casa. Luego fue un golpe seco de una puerta que se cerró. Y la llegada de las primeras gotas. La lluvia de abril como refugio para todo vestigio de tristeza.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Límite*
 
 
 
Sentada en el bar del cielo miraba pasar, ángeles, grandes  pájaros plateados y  pájaros pequeños. Tomaba un jugo oscuro de astros cortado con via láctea y una soñada  media luna. Su dolor no armonizaba con la perfección suave del lugar. Los pompones blancos de las nubes colgaban  círculos de luz. Desde el cielo no se podía ver  el cielo y sobre todo era imposible desear alcanzarlo.
 
 
 *De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Prefiero cuando dudo.
Aunque me repase mil veces,
aunque te me repitas de cansancio.
 
Si dudo puedo necesitarte,
puede que estés,
puede que no me pases de largo,
puede que quieras verme,
puede que te guste.
 
 
*De Graciela Tubino. gtubino@fibertel.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
* * *
 
 
 
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