domingo, junio 09, 2013

ESE ANTIGUO JUEGO CON EL QUE SE APRENDE A PERDER Y A RECUPERAR...

 
 
                                          *Obra de Claudia Marting.
                                         Rosario. Argentina.
                                                                http://www.facebook.com/#!/pages/Claudia-Marting-pinta/313325418684014?fref=ts
 
 
 
 
 
 
SIGNOS*
 
“Los  objetos que vemos, son signos…”
ROLAND BARTHES
 
Ella es así. Única, diversa. Plural y singular.
Puñal. Vara de mimbre.  Silencio y grito.
Pasionaria. Cicuta. Zapatos de cristal.
De barro y tierra. Ira y miel. Hojarasca.
Castillo. Techo de tierra y piso de paja.
Trenzas incendiadas y  almendros en flor.
Almendras en la mesa. Nueces
Gajos de pino. Ausencia.
 
Un barco de papel aguardando.
 
De sed muriendo. Agua sabor amargo.
Rostros en la multitud de peces.
Lucha de ángeles en la soledad del hombre.
Guerra de demonios de ojos claros.
Manos  que laten viento, sombras en el agua.
Sonidos de una hoja. Látigo.
No está en alfabetos de humanoides.
 
Vuelve a la casa y busca en los códigos  de  sangre.
Allí están, como ella, quietitos y a la espera.
A la espera…muy quietos.
Solo hay  que descifrarlos.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
ESE ANTIGUO JUEGO CON EL QUE SE APRENDE A PERDER Y A RECUPERAR…
 
 
 
 
 
 
 
FUTBOL EN CINE LA PERLA *
 
 
 
*Por JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar
 
 
 
Por más esfuerzo que haga no consigo recordar cómo eran las butacas del cine La Perla, aunque sí tengo una idea del edificio, tal vez porque veo –o he visto hace poco- fotos con ese frente alto sobre la calle de tierra. Lo que sí recuerdo con un poco más de nitidez son las matinés de los domingo a la tarde, con su película del Oeste proyectada en esa pantalla breve, casi de juguete que sin embargo nos conectaba con todos los sueños.
Cuando apareció el cinemascope pulularon las grandes producciones presuntamente históricas –Cleopatra, Ben Hur, Julio Cesar- que  confundían nuestras cabecitas ardorosas y esos héroes se mezclaban con los rudos cowboys del Oeste encarnados por John Wayne, Alan Ladd, Randolph Scott, Henry Fonda, Robert Mitchum, Charles Heston, cuyas hazañas representábamos  el resto de los días de la semana.
Más grandecitos también vimos todas las románticas con las grandes estrellas de entonces, Marilyn Monroe, Kim Novak, Deborah Kerr, la imperdible Grace Kelly, luego princesa de Mónaco, como en el mejor cuento de la Cenicienta o al estilo Hollywood  con final feliz y a toda orquesta.
Todo esto sin olvidar el cine nacional, que en aquellos tiempos tuvo gran apoyo del Estado ya que el cincuenta por ciento de las películas que  se exhibían obligatoriamente eran de industria nacional.
Fue así como vimos películas de Pepe Arias, Luis Arata, Hugo del Carril con su sesgo fuertemente social, las de la entrañable Tita Merello o de la gran estrella nativa de entonces, Zully Moreno.
Hasta que no sin asombro un día comenzaron a aparecer aquellas que nos identificaban totalmente: las de fútbol. Aquellas que tal vez con un argumento banal ponían en escena, esas íntimas y sentidas pasiones a las cuales nosotros rendíamos un tributo cotidiano, sea en la cancha del club, en la cortada de Pichichello, que estaba frente a mi casa, en los ásperos recreos de mi queridísima escuela, la nacional Nº 156 Provincia de Salta.
Las películas de fútbol de entonces, salvo Pelota de trapo y alguna otra que olvido urdían una breve historia, que se enmarcaba con los equipos de Boca Juniors, River Plate o Racing Club como extras privilegiados. Privilegio que era parte nuestra  ya que ante la imposibilidad fáctica de verlos en persona y sin televisión masiva todavía, nos constituía en seres inmensamente felices.
Pelota de trapo, dirigida por Armando Bo, joven aún, cuyo físico poco atlético no desentonaba con los profesionales de entonces, más adictos a los tallarines que a los entrenamientos, que no existían.
Un párrafo aparte merece la figura de Luis Sandrini, un actor cómico que venía del circo, pero que logró concitar muchísimas adhesión porque armaba personajes que siempre reunían un cóctel infalible: ingenuidad, generosidad, y un raro talento para unir su veta cómica que se podía mutar en dramática cuando uno menos lo esperara.
Luis Sandrini también tuvo –no podía ser de otro modo- su película con el más popular de los deportes. Y él era sobre todo un símbolo de las clases populares. La película se llamó El cañonero de Giles y borrosamente creo recordar que a su condición de seguro patadura agregaba un potente shot, como decía entonces el periodismo deportivo, para compensar su torpeza en el manejo de la pelota. Un Sandrini hábil, no hubiera sido creíble, ya que en todas sus películas era casi su condición de ternura, o uno sus componentes más significativos.
Otra película que recuerdo de aquellos tiempos es El Hincha, donde un Discepolín muy histriónico, dramatiza hasta el exceso su pasión de parcial del Club de sus amores. La actriz que lo secunda (su novia en la película) creo recordar a Diana Maggi, quien luego llegó a hacer papeles humorísticos en la televisión en los años setenta.
No creo comentar una obviedad al recalcar que este tipo de películas de fútbol y nacionales, fueron las que más nos sedujeron en aquellos años primigenios, donde la matriz de los recuerdos permanece virgen y pronta a marcar en ella toda la primera vez ineludible y única, como supo escribir Pavese para siempre.
Porque justamente, las películas de fútbol no necesitaban ser representadas o mimadas, es decir pasibles a ser imitadas en la gramilla breve de la cortada. Las película de fútbol, eran junto a la revista El gráfico que yo le iba a comprar a mi viejo al tren que llegaba de Rosario y nuestra propia práctica diaria, toda nuestra vida de chicos muy pobres.
Posteriormente vimos en los informativos de entonces –Sucesos argentinos y panamericanos- que se pasaban en los intervalos entre una película y otra (se daban sólo dos en mi pueblo)  la manera de jugar en otros países. Instantáneas de imágenes podríamos decir ahora.
Pero un domingo vimos unas escenas de una final por el campeonato  en la entonces Unión Soviética.
Maravillados vimos como el Dínamo, de Moscú, apabulló, mejor dicho humilló a su rival con pases no de baile, como estábamos acostumbrados, sino de atletas que con pases milimétricos y a una velocidad que nunca habíamos imaginados. El clima fantasmagórico se nos aparecía también porque jugaban rodeados de nieve, con guantes, el Dínamo  con sus impecables equipos  blancos como esa misma nieve que estaba en las tribunas y en los árboles de los costados. Entusiasmadísimos tratamos de imitarlos en nuestros picados de la tarde, luego de la escuela. Esa supuesta imitación, esa representación un poco grotesca y lejana de la cual el Dínamo nunca se enteró estaba apoyada o alentada por nuestros gritos.
-Como el Dínamo de Moscú. ¡Como el Dínamo de Moscú!
Lo que nosotros no sabíamos es que fue como, el principio de la pérdida de la inocencia.
El fútbol nunca más sería lo que fue, se transformaría en esto que tenemos hoy.,
-Es lo que hay- repiten los jóvenes con un pragmatismo de época que no permite réplica.
Esto que escribo aparece en el recuerdo nítido como ese atardecer  en que salimos del cine, asombrados por esas flechas blancas que desde muy lejos –tan lejos como no imaginábamos aún-, corrían detrás de una pelota todos rodeados de nieve.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
TAPIZ DE OTOÑO*
 
 
Los árboles se vuelcan en un río verde, ella nada en el follaje líquido, mientras una fibra de luz le adorna de alegría el pecho, cómo no sabe si mañana habrá otro, lo recibe, se esconde en su tibieza. Ese antiguo juego con el que se aprende a perder y a recuperar. Esconderse y aparecer como el día, como la vida.
 
Siempre lo nuevo como una joya, resplandeciente y temerosa.
 
La lluvia dejó sembrada su vereda de pequeñas flores aliladas, por primera vez le ganan a la invasión de todas las publicidades. Guarda en su mirada el tapiz enhebrado de flores caídas, una fiesta de palabras y el dorado ruido del último sol alborotando el pecho.
 
 
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EL CAZADOR*
 
 
*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
 
 
Indiferentes a la nieve que se desploma sin cesar más allá de las ventanas, los cazadores celebran el ritual de cada anochecer en la taberna del pueblo.
Al amparo de esa rutina viril y cómplice de whisky y tabaco, se acaloran hablando animadamente de mujeres, trampas y licores, pero -él lo sabe- en pocos minutos retornarán, como siempre, al tema que ha desvelado a los lugareños desde tiempos inmemoriales: saber si la presa que buscan en verdad existe, o si es sólo una leyenda.
"Dicen que tiene la mirada verde", acotará alguno de ellos, enunciando sin saberlo una sospecha alimentada por todos sus ancestros. "Dicen que su hermosura es extraordinaria", agregará otro, y volverá a soñar despierto con el día en que pueda comprobarlo. "Dicen que hay un único ejemplar en todo el mundo", ilustrará un tercero, y refrendará bravíamente ante el resto el desafío de encontrarlo. "Dicen que verla es como comprender el infinito", insistirá otro, y entornará ambicioso sus ojos, imaginando la proeza.
Escudado en su parquedad habitual, él los escuchará como lo ha hecho tantas veces, y no podrá ni querrá evitar que sus pensamientos vuelen ansiosos hacia el mágico esplendor del secreto que guarda en su cabaña. Los otros, sin embargo, abstraídos en su eterno torneo de argumentos, no advertirán su callada excitación, su vuelo inmóvil.
Una carcajada ebria estalla en la mesa de los cazadores, como un trueno escandaloso y procaz. Semejando ecos, otras risas menores la suceden y secundan. Luego, se van desvaneciendo, hasta que sólo queda resonando en el ambiente la música alegre que emite la máquina de discos, matizada por el tintineo nervioso de vasos y botellas.
"Dicen que es suave y pequeña", arriesga de pronto uno de los cazadores, y la ronda de suposiciones comienza, en efecto, a girar. Él permanece inmutable; guarda prudente silencio y oculta orgulloso en un trago una imperceptible sonrisa de indulgencia. Llama a la camarera, paga sus whiskies, se pone de pie y se enfunda en su abrigo. "Dicen que de noche se esconde en las montañas", lo interpela uno de los hombres, pretendiendo involucrarlo en la conversación. Él se encoge de hombros y manifiesta una
fingida ignorancia. "Dicen que anda entre nosotros y que no sabemos verla", contesta, evasivo, y se refugia otra vez en el silencio. El otro, desilusionado, farfulla algo incomprensible y ahoga su disconformidad en un trago de whisky. Él se hunde la gorra de lana hasta las cejas, saluda a los parroquianos, y sale.
Atraviesa la nieve acumulada en las veredas, trepa a la camioneta y se pone en marcha, silbando entre dientes una antigua melodía. El camino hacia la cabaña no es largo. Sólo cinco minutos lo separan de esa mirada verde, cargada de infinito, que -como todas las noches desde el último diciembre- aguarda su llegada.
 
 
 
 
 
 
ACASO*
 
 
 
Que pena minotauro. Que pena.
Ya no beberemos el agua prometida.
Un silencio de cera cala mi pecho yerto.
Llueve. Mis hilos se han cortado y es de noche
Presiento que ha de seguir lloviendo.
Acaso en algún momento pare
Pero no hay alimento para el toro sagrado.
Los chacales acechan. Babean.
Y ya no hay equinoccios.
Tus huellas, tan amadas, tan deseadas.
Las borra, lentamente, la lluvia de asteroides.
Acaso no lo creas, y dudes y vaciles.
Pero la piedra filosofal se oxida quedamente.
Y se ha ido tu polen de mi rostro.
Y en mis islas no vuelan las gaviotas.
Los ojos amarillos no maúllan, ni los gatos
Y han callado mis bosques de arrayanes.
Que pena Minotauro, que pena.
Acaso no comprendas. Tu andar, tan pesado.
Tan lento. Tan humano.
Los toros blancos son fábulas, acaso lo sabías.
Y ya es tarde y estoy cansada corazón.
Y afuera llueve, no para y es de noche.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
LILITH*
 
 
Cáliz de tela, el grial se solaza con la alquimia.
 
La estrella bocarriba
Raúl Aguiar
 
 
 
Soñé que era Lilith
No aquel personaje de “La estrella bocarriba”
Sino la otra, la Lilith de antaño.
 
Y no era la postura que ofendía,
Sino la sumisión, el dolor de haber sido diseñada
Para no ser más que un artefacto.
 
Alcé la vista al creador, lloré mi rebeldía:
¿Por qué un ser de luz
Ha de servir a un ser hecho de barro?
 
Y fui condenada a renacer, siglo tras siglo,
Abatir la frente y ser mujer, vida tras vida,
Para ver repetirse la historia entre mis manos.
 
Snvi, Snsvi, Smnglof…
Esta noche hay luna negra, mis hijos andan sueltos,
No se atrevan a buscarme.
 
 

*De Marié Rojas.

-La Habana. Cuba.

 

 
 
 
* * *
 
 
 
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