*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
SIGNOS*
“Los objetos que vemos, son
signos…”
ROLAND BARTHES
Ella
es así. Única, diversa. Plural y singular.
Puñal.
Vara de mimbre. Silencio y grito.
Pasionaria.
Cicuta. Zapatos de cristal.
De
barro y tierra. Ira y miel. Hojarasca.
Castillo.
Techo de tierra y piso de paja.
Trenzas
incendiadas y almendros en flor.
Almendras
en la mesa. Nueces
Gajos
de pino. Ausencia.
Un
barco de papel aguardando.
De sed
muriendo. Agua sabor amargo.
Rostros
en la multitud de peces.
Lucha
de ángeles en la soledad del hombre.
Guerra
de demonios de ojos claros.
Manos
que laten viento, sombras en el agua.
Sonidos
de una hoja. Látigo.
No
está en alfabetos de humanoides.
Vuelve
a la casa y busca en los códigos de sangre.
Allí
están, como ella, quietitos y a la espera.
A la
espera…muy quietos.
Solo
hay que descifrarlos.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
ESE ANTIGUO JUEGO CON EL QUE SE APRENDE A PERDER Y A RECUPERAR…
FUTBOL EN CINE LA
PERLA *
*Por JORGE
ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar
Por más esfuerzo que haga no
consigo recordar cómo eran las butacas del cine La Perla, aunque sí
tengo una idea del edificio, tal vez porque veo –o he visto hace poco- fotos
con ese frente alto sobre la calle de tierra. Lo que sí recuerdo con un poco
más de nitidez son las matinés de los domingo a la tarde, con su película del
Oeste proyectada en esa pantalla breve, casi de juguete que sin embargo nos
conectaba con todos los sueños.
Cuando apareció el cinemascope
pulularon las grandes producciones presuntamente históricas –Cleopatra, Ben
Hur, Julio Cesar- que confundían nuestras cabecitas ardorosas y esos
héroes se mezclaban con los rudos cowboys del Oeste encarnados por John Wayne,
Alan Ladd, Randolph Scott, Henry Fonda, Robert Mitchum, Charles Heston, cuyas
hazañas representábamos el resto de los días de la semana.
Más grandecitos también vimos
todas las románticas con las grandes estrellas de entonces, Marilyn Monroe, Kim
Novak, Deborah Kerr, la imperdible Grace Kelly, luego princesa de Mónaco, como
en el mejor cuento de la Cenicienta o al estilo Hollywood con final feliz
y a toda orquesta.
Todo esto sin olvidar el cine
nacional, que en aquellos tiempos tuvo gran apoyo del Estado ya que el
cincuenta por ciento de las películas que se exhibían obligatoriamente
eran de industria nacional.
Fue así como vimos películas de
Pepe Arias, Luis Arata, Hugo del Carril con su sesgo fuertemente social, las de
la entrañable Tita Merello o de la gran estrella nativa de entonces, Zully
Moreno.
Hasta que no sin asombro un día
comenzaron a aparecer aquellas que nos identificaban totalmente: las de fútbol.
Aquellas que tal vez con un argumento banal ponían en escena, esas íntimas y
sentidas pasiones a las cuales nosotros rendíamos un tributo cotidiano, sea en
la cancha del club, en la cortada de Pichichello, que estaba frente a mi casa,
en los ásperos recreos de mi queridísima escuela, la nacional Nº 156 Provincia
de Salta.
Las películas de fútbol de
entonces, salvo Pelota de trapo y alguna otra que olvido urdían una
breve historia, que se enmarcaba con los equipos de Boca Juniors, River Plate o
Racing Club como extras privilegiados. Privilegio que era parte nuestra
ya que ante la imposibilidad fáctica de verlos en persona y sin televisión
masiva todavía, nos constituía en seres inmensamente felices.
Pelota de trapo, dirigida por Armando Bo, joven
aún, cuyo físico poco atlético no desentonaba con los profesionales de
entonces, más adictos a los tallarines que a los entrenamientos, que no
existían.
Un párrafo aparte merece la
figura de Luis Sandrini, un actor cómico que venía del circo, pero que logró
concitar muchísimas adhesión porque armaba personajes que siempre reunían un
cóctel infalible: ingenuidad, generosidad, y un raro talento para unir su veta
cómica que se podía mutar en dramática cuando uno menos lo esperara.
Luis Sandrini también tuvo –no
podía ser de otro modo- su película con el más popular de los deportes. Y él
era sobre todo un símbolo de las clases populares. La película se llamó El
cañonero de Giles y borrosamente creo recordar que a su condición de seguro
patadura agregaba un potente shot, como decía entonces el periodismo
deportivo, para compensar su torpeza en el manejo de la pelota. Un Sandrini
hábil, no hubiera sido creíble, ya que en todas sus películas era casi su
condición de ternura, o uno sus componentes más significativos.
Otra película que recuerdo de
aquellos tiempos es El Hincha, donde un Discepolín muy histriónico,
dramatiza hasta el exceso su pasión de parcial del Club de sus amores. La
actriz que lo secunda (su novia en la película) creo recordar a Diana Maggi,
quien luego llegó a hacer papeles humorísticos en la televisión en los años
setenta.
No creo comentar una obviedad al
recalcar que este tipo de películas de fútbol y nacionales, fueron las que más
nos sedujeron en aquellos años primigenios, donde la matriz de los recuerdos
permanece virgen y pronta a marcar en ella toda la primera vez ineludible y
única, como supo escribir Pavese para siempre.
Porque justamente, las películas
de fútbol no necesitaban ser representadas o mimadas, es decir pasibles a ser
imitadas en la gramilla breve de la cortada. Las película de fútbol, eran junto
a la revista El gráfico que yo le iba a comprar a mi viejo al tren que
llegaba de Rosario y nuestra propia práctica diaria, toda nuestra vida de
chicos muy pobres.
Posteriormente vimos en los
informativos de entonces –Sucesos argentinos y panamericanos- que
se pasaban en los intervalos entre una película y otra (se daban sólo dos en mi
pueblo) la manera de jugar en otros países. Instantáneas de imágenes
podríamos decir ahora.
Pero un domingo vimos unas
escenas de una final por el campeonato en la entonces Unión Soviética.
Maravillados vimos como el
Dínamo, de Moscú, apabulló, mejor dicho humilló a su rival con pases no de
baile, como estábamos acostumbrados, sino de atletas que con pases milimétricos
y a una velocidad que nunca habíamos imaginados. El clima fantasmagórico se nos
aparecía también porque jugaban rodeados de nieve, con guantes, el Dínamo
con sus impecables equipos blancos como esa misma nieve que estaba en las
tribunas y en los árboles de los costados. Entusiasmadísimos tratamos de
imitarlos en nuestros picados de la tarde, luego de la escuela. Esa supuesta
imitación, esa representación un poco grotesca y lejana de la cual el Dínamo
nunca se enteró estaba apoyada o alentada por nuestros gritos.
-Como el Dínamo de Moscú. ¡Como
el Dínamo de Moscú!
Lo que nosotros no sabíamos es
que fue como, el principio de la pérdida de la inocencia.
El fútbol nunca más sería lo que
fue, se transformaría en esto que tenemos hoy.,
-Es lo que hay- repiten los
jóvenes con un pragmatismo de época que no permite réplica.
Esto que escribo aparece en el
recuerdo nítido como ese atardecer en que salimos del cine, asombrados
por esas flechas blancas que desde muy lejos –tan lejos como no imaginábamos
aún-, corrían detrás de una pelota todos rodeados de nieve.
TAPIZ DE OTOÑO*
Los árboles se
vuelcan en un río verde, ella nada en el follaje líquido, mientras una fibra de
luz le adorna de alegría el pecho, cómo no sabe si mañana habrá otro, lo
recibe, se esconde en su tibieza. Ese antiguo juego con el que se aprende a
perder y a recuperar. Esconderse y aparecer como el día, como la vida.
Siempre lo
nuevo como una joya, resplandeciente y temerosa.
La lluvia dejó
sembrada su vereda de pequeñas flores aliladas, por primera vez le ganan a la
invasión de todas las publicidades. Guarda en su mirada el tapiz enhebrado de
flores caídas, una fiesta de palabras y el dorado ruido del último sol
alborotando el pecho.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
EL CAZADOR*
*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
Indiferentes a
la nieve que se desploma sin cesar más allá de las ventanas, los cazadores
celebran el ritual de cada anochecer en la taberna del pueblo.
Al amparo de
esa rutina viril y cómplice de whisky y tabaco, se acaloran hablando
animadamente de mujeres, trampas y licores, pero -él lo sabe- en pocos minutos
retornarán, como siempre, al tema que ha desvelado a los lugareños desde
tiempos inmemoriales: saber si la presa que buscan en verdad existe, o si es
sólo una leyenda.
"Dicen que
tiene la mirada verde", acotará alguno de ellos, enunciando sin saberlo
una sospecha alimentada por todos sus ancestros. "Dicen que su hermosura
es extraordinaria", agregará otro, y volverá a soñar despierto con el día
en que pueda comprobarlo. "Dicen que hay un único ejemplar en todo el
mundo", ilustrará un tercero, y refrendará bravíamente ante el resto el
desafío de encontrarlo. "Dicen que verla es como comprender el
infinito", insistirá otro, y entornará ambicioso sus ojos, imaginando la
proeza.
Escudado en su
parquedad habitual, él los escuchará como lo ha hecho tantas veces, y no podrá
ni querrá evitar que sus pensamientos vuelen ansiosos hacia el mágico esplendor
del secreto que guarda en su cabaña. Los otros, sin embargo, abstraídos en su
eterno torneo de argumentos, no advertirán su callada excitación, su vuelo inmóvil.
Una carcajada
ebria estalla en la mesa de los cazadores, como un trueno escandaloso y procaz.
Semejando ecos, otras risas menores la suceden y secundan. Luego, se van
desvaneciendo, hasta que sólo queda resonando en el ambiente la música alegre
que emite la máquina de discos, matizada por el tintineo nervioso de vasos y
botellas.
"Dicen que
es suave y pequeña", arriesga de pronto uno de los cazadores, y la ronda
de suposiciones comienza, en efecto, a girar. Él permanece inmutable; guarda
prudente silencio y oculta orgulloso en un trago una imperceptible sonrisa de
indulgencia. Llama a la camarera, paga sus whiskies, se pone de pie y se
enfunda en su abrigo. "Dicen que de noche se esconde en las
montañas", lo interpela uno de los hombres, pretendiendo involucrarlo en
la conversación. Él se encoge de hombros y manifiesta una
fingida
ignorancia. "Dicen que anda entre nosotros y que no sabemos verla",
contesta, evasivo, y se refugia otra vez en el silencio. El otro,
desilusionado, farfulla algo incomprensible y ahoga su disconformidad en un
trago de whisky. Él se hunde la gorra de lana hasta las cejas, saluda a los
parroquianos, y sale.
Atraviesa la
nieve acumulada en las veredas, trepa a la camioneta y se pone en marcha,
silbando entre dientes una antigua melodía. El camino hacia la cabaña no es
largo. Sólo cinco minutos lo separan de esa mirada verde, cargada de infinito,
que -como todas las noches desde el último diciembre- aguarda su llegada.
ACASO*
Que pena
minotauro. Que pena.
Ya no beberemos
el agua prometida.
Un silencio de
cera cala mi pecho yerto.
Llueve. Mis
hilos se han cortado y es de noche
Presiento que
ha de seguir lloviendo.
Acaso en algún
momento pare
Pero no hay
alimento para el toro sagrado.
Los chacales
acechan. Babean.
Y ya no hay
equinoccios.
Tus huellas,
tan amadas, tan deseadas.
Las borra,
lentamente, la lluvia de asteroides.
Acaso no lo
creas, y dudes y vaciles.
Pero la piedra
filosofal se oxida quedamente.
Y se ha ido tu
polen de mi rostro.
Y en mis islas
no vuelan las gaviotas.
Los ojos
amarillos no maúllan, ni los gatos
Y han callado
mis bosques de arrayanes.
Que pena
Minotauro, que pena.
Acaso no
comprendas. Tu andar, tan pesado.
Tan lento. Tan
humano.
Los toros
blancos son fábulas, acaso lo sabías.
Y ya es tarde y
estoy cansada corazón.
Y afuera
llueve, no para y es de noche.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
LILITH*
Cáliz de tela, el grial se
solaza con la alquimia.
La estrella bocarriba
Raúl Aguiar
Soñé que era Lilith
No aquel personaje de “La
estrella bocarriba”
Sino la otra, la Lilith de
antaño.
Y no era la postura que ofendía,
Sino la sumisión, el dolor de haber
sido diseñada
Alcé la vista al creador, lloré
mi rebeldía:
¿Por qué un ser de luz
Ha de servir a un ser hecho de
barro?
Y fui condenada a renacer, siglo
tras siglo,
Abatir la frente y ser mujer,
vida tras vida,
Para ver repetirse la historia
entre mis manos.
Snvi, Snsvi, Smnglof…
Esta noche hay luna negra, mis
hijos andan sueltos,
No se atrevan a buscarme.
*De Marié
Rojas.
-La Habana.
Cuba.
* * *
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