*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
Pilar*
*Por Victoria
Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
Pilar se levanta temprano como cada día. Le extraña que Oso no venga a
saludarla. Pone el agua para el mate y va a buscarlo. Arrastra las pantuflas a
paso lento. La noche anterior se quedó echado al lado de la salamandra. Hacía
mucho frío, ella le dejó el chal sobre el lomo antes de irse a dormir. Le vio
los ojos cansados, sólo eso, él le movió la cola en un gesto que ella
interpretó como un gracias. De nada osito. Y se fue a la cama.
Llega adonde el perro parece dormir. Se
acerca y se agacha agarrándose del respaldo de la silla. Oso, oso dale que es
tarde levántate. Entonces se da cuenta de que ya no respira.
Pilar tenía 6 años y los pies curtidos por
las espinas del campo. Escuchó la noticia sin que la vieran. Sonaron tres
golpes en la puerta mientras ella jugaba con León, su perro, en la parte
trasera de la casa, desde allí con la puerta abierta del fondo podía ver la
pequeña cocina. Su madre abrió sin decir palabra, con apenas un gesto asintió
cuando le preguntaron si era la mujer de Armando Bermúdez. Lo sentimos Señora.
Y su madre estrujando el delantal se dejó caer sobre una silla y empezó a llorar.
Lloraba con sollozos fuertes. Ver a su madre le alcanzo para saber lo que los
soldados habían dicho aunque ella no los hubiese oído. Salió corriendo. León la
siguió sin detenerse hasta que Pilar ya no pudo respirar. Cayó de rodillas, su
pecho se hundía una y otra vez en el intento de recuperar algo del aire
perdido. Las lágrimas llegaron a su boca. Lágrimas como ríos interminables.
León a su lado lamía su cara. Pilar lo abrazó. ¿Cómo puede ser Leoncito? El
abuelo dijo que papá volvería lo prometió, yo lo oí, que si Dios lo salvó en el
Ebro de esta iba a volver. ¿Qué vamos a hacer Leoncito? Y con todas sus fuerzas
rodeo el cuerpo de León hundiendo la cara entre sus pelos.
Dos años después de la muerte de Armando la madre de Pilar recibió carta
y pasajes desde Buenos Aires. Sus hermanos varones estaban allí hacía un
tiempo. No podían dejar sola a su hermana viuda y con tres hijos en un país
atravesado por una posguerra feroz. Pilar se abrazó a su abuelo con toda la
fuerza que le permitieron sus brazos cansados. León a su lado saltaba y lloraba
con esa percepción que parecen tener los animales en ciertos momentos. Pilar no
sabía qué decir. Ya había intentado convencer a su madre de quedarse. Tenemos
que irnos, está tierra sin tu padre no vale nada. Y volvía a llorar como tantas
veces. Esa tarde se subió a la carreta que los llevaría a Vigo donde un barco
con destino final a Buenos Aires los esperaba. Tras ella subió su hermano José,
y el pequeño Jesús de apenas tres años que, arriba de su madre, dormía. Pilar
vio a León correr la carreta ladrando, aullando como si de pronto se hubiese
convertido en un lobo. Ella se abrazó las piernas y cerró fuerte los ojos.
Cuando ya no escuchó sus ladridos volvió a abrirlos. Su madre a su lado aún los
tenía cerrados y como siempre lloraba abrazada a su hijo.
La Boca. Pilar tenía dieciséis años y volvía a paso lento de trabajar en
la fábrica. Ocho horas barriendo y ayudando en las máquinas tejedoras. Al menos
arrimaba algo de dinero. No la estaban pasando bien. Buenos Aires es el
paraíso, decían las cartas, acá la gente tira el pan a la basura porque no
llegan a comerlo. La tierra prometida no cumplió con todas las promesas. Venía
pensando qué distinta era Buenos Aires a Galicia. No podía decidir cuál era más
linda. Tan distintas...tenía amigas gallegas que había conocido ya desde el
barco. Volvían cansadas, apenas con ganas de compartir un mate y una charla en
el conventillo, al menos con ellas podía seguir escuchando el rumor de su
tierra perdida. ¿Cuándo volvería a Galicia? Si era honesta consigo misma la
respuesta era nunca. Cavilaba, pensaba en los suyos, en su tierra, cuando
levantó la vista se encontró que, media cuadra más adelante, había un bulto que
parecía un paquete. Le dio curiosidad. Apuró el paso, cuando estaba cerca,
reconoció que era un pequeño perrito que temblaba. Lo alzó y lo abrazó para
darle calor. Cuando acercó su cara al cachorro el recuerdo de León la envolvió
sin retorno. No pudo parar de llorar las cuatro cuadras que le faltaban para
llegar a su casa. Un nuevo compañero, pensó, mientras daba un suspiro y sacaba
el pañuelo para secarse las lágrimas. A vos te voy a poner Manuel.
Lo lamentamos Señora no pudimos hacer nada. Un infarto irreversible.
Gloria, su hija, la sostenía, la envolvía con sus brazos, lloraban juntas.
Cuarenta años había compartido con Fermín, cuarenta años y ya no estaba. No
encontraba una palabra que decir sólo lágrimas. Y el calor de su hija que no la
soltaba.
Horas después subían juntas a un taxi. Me quedo con vos Má esta noche.
Está bien hija no hace falta. Quería estar sola. Lo necesitaba. Se despidieron
en la puerta de su casa. Cualquier cosa me llamás. Sí hija quédate tranquila.
Cruzó el jardín de la entrada y abrió la puerta, ni bien puso la llave en la
cerradura escuchó las patas de Oso acercándose. La recibió a los saltos y
moviendo su cola peluda y gris. Pilar llegó al sillón, dejó la cartera. Oso se
trepó sobre su falda como hacía cada día de los últimos diez años. Ella lo
abrazó para llorar sin consuelo su primera noche viuda.
Oso se murió le dice a Gloria por teléfono. ¿Cómo estás Má? ¿Cómo querés
que esté? Ya no me queda nada. No digas eso Má estamos Juan y yo y los chicos.
Ya sé, pero vos tenés tu vida, no es un reclamo, te entiendo, a mi sólo que
quedaba la compañía de Oso ya no me queda nada. Má busco los chicos de la
escuela y voy para allá al medio día. Esperamos a Juan y lo enterramos juntos.
¿Escuchas? ¿Estás bien? Sí, sí estoy bien. Algún cachorro vamos a conseguir.
Bueno, después hablamos de eso, los espero. Cuelga el teléfono y va a su
habitación a buscar una sábana. Busca la última que bordó, vuelve a la cocina y
con ella cubre a Oso. Se sienta en la silla. Toma unos mates y se acuerda de
León su perro de la infancia y por primera vez se da cuenta de que no sabe qué
fue de él, donde estará enterrado. Un nuevo cachorro piensa. Ochenta años. Ya
no puedo cuidar a nadie. Se escucha decir. No, ya es suficiente. Mejor le digo
a Gloria que no traiga ningún cachorro. ¿Quién lo va a
cuidar cuando yo no esté?
LAS MANOS DE LAS HORAS DÁNDOLE FUEGUITO AL TIEMPO…
ÉXODO I*
En mi casa
pueblo han hecho nido los adioses,
Aleteos de
pájaros sombríos
El sol es una
aureola gris.
Se han marchado
todos.
Los hombres,
los pájaros, el río.
Los árboles.
Desdichada sed. Alma de niño,
Sin preguntas,
los siguen.
En mi casa
pueblo anidan escombros
Herencias del
ayer.
Algunas flores
quedan sobre las tumbas de los que no se van
Porque se
fueron.
En mi casa
pueblo ya no queda nadie.
Solo calles, largas
avenidas de lamentos.
Allá, a lo
lejos, donde acaban los sueños.
El viento,
piadoso, desliza sobre el pueblo
La señal de la
cruz.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
XLI*
Mi madre
cruzaba el
patio
con un batón
celeste
y un plato
vacío
en una mano.
¿Cruzaba el patio
o era un sueño
o las hilachas
de un recuerdo
que deflagra
en mi cabeza
justo este día
en que no se
qué hacer
conmigo?
ÉXODO II*
Guarda esa
congoja, amor. La rosa está de luto.
Ellos se han
ido.
Quedan sus
nombres y un territorio ausente.
No hay nada.
Ni siquiera el
miedo en la pupila muerta de la tarde
No hay
ancestros ni dioses,
Solo adioses.
Está el sol,
siempre el mismo, pero otro sol.
Es tibia
caricia que desgrana el alba
Pero también
castigo que deshace la luna y la memoria.
Está el viento,
otro viento, el mismo viento
Pero la brújula
del tiempo ha enloquecido.
Rota, gira, en
un círculo sin edad,
Y sopla el
viento, piadosamente sopla.
Es en vano.
Para que las
sendas caminen deben saber al menos
Adonde van los
pies.
Guarda esa
congoja amor. Ellos ya no están.
Tampoco yo.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
*
Apenas
despierta de un sueño
con realidades
dispares
guardo imágenes
detenidas
en el difuso
misterio de la noche
caleidoscopio...
Se ven hojas
movidas por un viento
cuyo rumor no
oigo
en esta otra
conciencia
desatinada.
Me gusta
sentirme en la matriz
de esta luz que
avanza
con la fuerza
ciega
de lo que nace.
El día pare su
lámpara
y su dislate,
en mis manos
tengo
el peso
específico
de la mañana,
lo celebro
como un mantra.
El mecanismo del
mundo no da abasto*
Es cerca de
medianoche y he decidido no moverme del bar. Desde las diez lo he decidido para
no privarme de este momento de lucidez en que bebo un café metalizado que sabe
a ron y observo el mundo desde adentro. Desde las diez estoy haciendo autopsias
del aire que la gente respira. Todo es muy extraño en estas noches. Salgo de
casa para no escribir. Para no caer en la cuenta de que escribir es mucho más
de lo que ocurre.
En la mesa de
al lado, Nelson come una tarta de queso y bebe su café express. Nelson le hace
reverencias a la tarta de queso cuando llega Haroldo. Está nervioso y no puede
controlar su tic. Sin dejar de sacudir la cabeza dice:
-Bueno,
Haroldo, fui a ver al hijo de puta. Me concedió una entrevista.
-Creí que ya no
recibía a nadie.
-Pero me
recibió. Ahora tengo que publicar el reportaje. No sabe escribir, Haroldo. No
tiene vocabulario, no tiene estilo.
-Nada. Sólo
vomitar y follar y putear, Nelson, eso es todo...
Yo los escucho
desde mi mesa y maldigo las traducciones españolas de Bukowski. También los
maldigo a Nelson y a Haroldo porque el hijo de puta no es sólo una máquina de
follar, sino también de juguetear con el dedo índice en el botoncito de lilas
de la muchacha más bella de la ciudad.
Mientras leo,
escribo. Mientras escucho, leo y escribo. Mientras desprendo los botones,
escribo. Mientras decido no escribir, escribo. Es inaudito. Para mí tiene algo
de milagro. Algo de maligno. El bar es el peor sitio para dejar de escribir.
Sería mejor salir a caminar. Quien camina en la noche tiene las estrellas
contadas.
En sueño muchas
cosas se comprenden, pero la realidad es un estanque donde todos los días se
encuentran dos o tres ahogados. Me asomo, por pura curiosidad y veo los
cadáveres flotando como plantas acuáticas. Yo tampoco soy una mujer completa,
pero he oído que la desdicha de todos los seres humanos es la dicha de la
humanidad.
Ahogada también
la mujer tres partes niña que todas las tardes ensaya en la esquina un paso de
baile.
La muchacha
púber, que no encuentra al príncipe Adán entre tanta gente, flota como planta
acuática en el estanque.
Oh, Yeats,
Cass, la chica más linda de toda la ciudad, ahogada también en el estanque.
Un hombre de
negro mira con ojos los cadáveres flotantes y se lleva el susto a otro lado.
Nadie se rompe
la cabeza por una metáfora, Ingeborg. Insensata. Intemperie. Intratextual.
Indómita. Nadie, ni tampoco nosotras, no vaya a ser que resultemos algo mejor
de lo que esperan.
Parece que la
vida es así a propósito. Pase lo que pase me pone a escribir en el mismo bar en
el que había decidido hacerle autopsias al aire para no escribir. Para no darme
cuenta de que escribir es más de todo lo que ocurre.
Es un hecho. Aquí
y allá los perros viejos tienen mucha dignidad. El mundo es un mecanismo
perfecto: cuando un perro viejo empieza a llorar, otro perro viejo deja de
llorar en otra parte. Lo mismo ocurre con la palabra perro. Pero cuando una
poeta austríaca muere, ¿nace una poeta austríaca en otra parte?
El mecanismo
del mundo no da abasto.
El perro viejo
avanza cojeando. ¿Por qué no duerme? Se detiene delante de alguien que lo
ignora. Se pregunta si no va a llegar nunca la noche. Calcula mentalmente las
horas. El hombre que lo ignora no es del lugar.
El perro mira a
su alrededor. Hoy todo lo ve negro. El hombre no es del lugar. No sabe que esto
es el crepúsculo clavándole el espolón a la madrugada. El perro debe prestar
más atención, de lo contrario nunca llegará la noche. El hombre no se da cuenta
de que la oscuridad galopa sobre la perra blanca. Definitivamente no es del
lugar.
Tanto andar en
la sombra de la sombra, lo inaudito se vuelve cotidiano. Mis libertades me
llevan a vivir situaciones muy peligrosas. Esta noche me he propuesto tomar
venganza de la noche. Escribir es más de todo lo que ocurre. Los tijeretazos
plateados de la luna cortan los hilos que me atan al mundo.
No escribo para
no nombrar lo que no existe.
Un desmayo
definitivo no alcanza a dormirme definitivamente.
Mientras decido
no escribir sigo mi camino. Descubro dos barbudos semidesnudos que me atan las
manos. El café con sabor a ron me retrasa las palabras y no logro preguntar si
soy yo, o es Ingeborg la que gime. No sé en qué momento estos dos desconocidos
empezaron a tratarme con excesiva confianza. Uno de ellos tiene un tic. Mueve
la cabeza como un pájaro carpintero. El otro sacude la lengua como un perro.
Los dejo trabajar un rato fingiendo estar dormida. Dejo que jueguen con mis
huesos brillando en la noche. Ya no es la hora inocente. Es la hora de los
rostros doblados donde no puedo verlos.
Esta lila
caliente. Este corazón misterioso. Estos barbudos en la zona de fuego. Esta
poeta que no muere.
"No más
dulces, muchachos", les digo mientras rompo con todas mis fuerzas los
lazos que me atan a la noche y cierro las piernas.
Los barbudos se
echan hacia atrás. "Hombres hambrientos. Les he dado los huesos, les he
dado el dulce, les he dado el crepúsculo. Es hora de amanecer. Se terminó el
insomnio. Tengo que escribir y despertar, o despertar y escribir. Vaya a saber
qué cosa ocurre primero u ocurre mejor." Y con la cabeza gacha los
barbudos vuelven inmediatamente a los libros de donde nunca debieron haber
salido.
*
entre tu ser y
mi estar
una bella
intersección
extrañamente
me habita
y yo la miro
-a veces-
como se miran
las puertas
*De Alejandra
Alma.
*
Entro despacio,
como el que está seguro de que no hay que tener prisas porque no hay nadie en
la habitación. De forma automática mi mano va a palomilla de la luz y después
de algunos parpadeos los dos fluorescentes se encienden.
La estancia
está llena de silencios. El mundo se detuvo ayer, cuando sin darme cuenta cerré
la misma luz que ahora abro. Miro a mí alrededor sin ver y constato que el
espectáculo que me ofrece el lugar es el mismo de siempre. Basta con pasar una
mirada distraída en un segundo.
Mi pensamiento
va hacia ti y escucho. Quieto en el centro de la habitación, entorno un poco
los ojos y en la quietud de la mañana, en estas primeras horas del día que
tienen este silencio provisional, escucho. Primero es un susurro, después son
sonidos que se entremezclan con los del exterior, más adelante, algunos días, no
todos, pero si algunos, escucho tu voz. La dejaste colgada en el aire, y allí
se guarda. La dejaste inconscientemente y la encontré. Lo hice un día que tu
ausencia dolía más que otros, y desde entonces te busco cada mañana, te busco a
través de las palabras que quedaron colgadas.
Hoy te he
encontrado. "Buenos días" ha cantado tu voz con gesto de sonrisa, y
eso me alegra el día.
*
Ingresé al
único burdel de la isla donde mis escasas monedas podían llevarme. Tiritaba
pálido de emoción.
Un viejo
centauro descorrió las cortinas de brocado rojo y las vi, se exhibían posando
como en un pesebre de Rafael.
Elegí la de
crines más oscuras, prometía irrealidades.
*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
*
Asomada
amanecida.
Porfiada
incansable.
Batalladora
de
noches
húmedas.
Constante
tenaz.
Agradecida
iluminada.
La mañana en mi
nariz,
con su cielo
y su suelo.
No se trata
de
caer,
nunca se trata
de caer.
La mañana en
tus ojos
charquitos
en mis manos
areneros.
En la Tota en
la vereda
y en el pibe
con las flores en la mano
esperanzas de
olla.
La mañana
perfumada en el parque
hamacas quietas
esperan.
La mañana
bancos
afanosos
recaudadores.
La mañana migas
ya es hora de
migas soledades
en boulevares
apalomados.
La mañana
bienvenidas
La mañana
despedidas
Insiste.
luchadora
tenaz
aplicada
persistente.
La mañana en mi
nariz
enérgica
afanosa.
La mañana es tu
voz gritando alto
los sueños
escondidos.
La mañana es tu
baile, pequeñita,¨
duendecita
protectora de
mi ternura.
La mañana en tu
beso, compañero
entre el cielo
y entre el suelo.
No se trata
de
caer
*
esto es así
esta rosa con
su nariz sobre la tierra
o aquellos
peces cansados que nos miran
desde el
habitáculo terroso del océano
caminar las
avenidas atestadas de comercios
donde hermosos
maniquíes nos enseñan a vestirnos
en qué has
devenido oh luna o no es acaso así
tu mano tendida
en la máquina de coser
las manos de
las horas dándole fueguito al tiempo
esto debe
cambiar no es así
o no es así
pregunto a lo mejor ando solitario
en este asunto
y los pájaros no sean necesarios
y los hombres
no tengan ya que asumir el cielo
y no deban
acaso las mujeres ya parir más niños
que serán
devorados en las oficinas públicas
que andarán
vestidos de marineros o de sastres
o correrán a la
caja registradora a tomar el pedido
de la doble
hamburguesa con queso y una coca-cola
esto es así
y después la
lluvia
esa maravillosa
atorranta que se desnuda en cualquier techo
que deja caer
el peso de sus senos
en la boca
ávida de los durmientes que se quejan de noche
yo he tenido un
padre hermoso que bien valía un mundo
o me equivoco y
esto es así o a lo mejor ando
de solitario
clamando un verbo que empieza a doler
en las rodillas
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
***
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