*
tan antes flor
ignorada
en el esfuerzo
del tallo
algo crece por
seguir
como mujer que
se inventa
desde el borde
de su cuerpo
como un pulsar
sorprendente
que en el cruce
con la luz
va diciéndose
en naranjas.
*De Alejandra
Alma.
PERDICES*
*De Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Jorge Teillier, poeta lárico
chileno escribe un poema a su padre, ya famoso donde dice que era
“honrado como una manta de Castilla” y que tuvo “Una esperanza hermosa como
ciruelos florecidos para siempre a orillas del camino”:
Jorge Teillier hizo célebre esa
su particularidad de poeta lárico y agrega a su “Retrato de mi padre, militante
comunista” que iba a “hablar de la Revolución y el paraíso sobre la tierra en
pueblos que parecen guijarros o perdices echadas (…) cuando al partido sólo
entraban los héroes”
Es un bello, un entrañable
poema, como esos que uno recuerda de un gran poeta y lo acompañan grandes
tramos de su vida. A veces, con Jorge Boccanera hemos hablado de él.
Todavía me sigue gustando tanto
esa metáfora bellísima “como guijarros o perdices echadas”.
Ignoro como serán las perdices
que crecieron en tierras tal vez resecas tras la cordillera. Pero yo conocí
éstas que poblaron otro tiempo en estas llanuras nuestras, tan verdes.
De chicos las rastreábamos por
los campos, infatigablemente con algún perro que las apuntara convenientemente,
nosotros provistos de gomeras con proyectiles de hierro recortado o duras
piedras recogidas a las orillas de un callejón perdido que sólo los cuises
presurosos cruzaban.
Me apresuro a escribir que con
métodos tan precarios nunca cazamos ninguna. Ya porque oíamos ese silbido
penetrante a pocos metros, imprevistamente y levantaba ese vuelo corto que iba
repitiendo, repitiendo hasta que cada vez se alejaba más y más, incluso más
rápido que el ladrido tonto de ese perro al que uno de los nuestros, de nuestra
barrita cercana traía como un gran perdicero. No recuerdo, por más
esfuerzo que haga quién de los nuestros traía semejante perro que con su
ineficacia contribuyó al olvido. Era un perro negro, torpe y sobre todo muy
nervioso y ladrador. Es decir, un espantador típico de perdices.
No quiero abonar estos recuerdos
con alguna razón ideal, pero presumo que en ese tiempo alto y sin productos
químicos con que hoy riegan los campos, no debe ser una construcción de mi
recuerdo niño esta explosión de silbidos con que las perdices tontas llenaron y
alentaron esa pasión de la caza primitiva pero ineficaz. .Una cosa muy distinta
era cuando acompañábamos a los mayores con sus temibles escopetas, a veces con
perros que sí sabían hacer su trabajo, como en nuestro caso en que no
recuerdo haber tenido nunca un perdicero o un galgo corredor de liebres.
Sólo aquella mascota, ese cuzco petisón y blanco que se defendía muy bien en
estas tareas pero sólo a condición de que se lo considerara como lo que era: un
entusiasta y vulgar amateur.
Aquellas auténticas cacerías que
improvisaban mis tíos con mi padre traían a la mesa familiar carne blanca y
rica, que no tenía el gusto salvaje de los patos o las liebres. Perdiz que no
iba al horno terminaba en escabeche, tal la eficaz amorosidad de mi madre,
quien de todas escasez hacia virtud. No puedo pensar aquel tiempo de cielos
abiertos sino como lo que me sigue pareciendo en la memoria que los años han
hecho más difusa: Una gran alegría de parte de los más chicos cuando
éramos autorizados de la excursión, siempre recomendados a guardar silencio
para no espantar las piezas tan preciosas que se perseguían con tanta
dedicación. No era raro que volviéramos con nuestros bolsitos cargados de carne
blanca e inocente.
Las perdices eran tan numerosas
en aquel tiempo alto y hermoso donde aún no existían las órdenes, salvo las que
querían inculcar en nosotros alguna enseñanza o disciplina, que moraban incluso
en la tierra arada. Ni hablar de los yuyales altos, allí donde alguna hacienda
oronda pastaba rumiando echada o cansinamente desplazando sus grandes moles de
carne pachorrienta.
A veces, en estos recuerdos, me
sigue una llovizna cuando el “viento traía un olor a terneros mojados”.
Cuando el sol era digno, el
recuerdo se trueca en la imagen de un caballo solitario con un pájaro en el
anca o un toro con su lomo poblado de tordos picoteando su duro cuero en busca
de esos gusanitos que eran su evidente manjar.
Y cuando el cielo se abría lo
cruzaban las cigüeñas y las garzas, que irían hacia aquellos cañadones lejanos
donde era raro que las perdices se acercaran. Allí, como es obvio, la población
más numerosa estaba integrada por aves acuáticas. Es decir patos sobre todo
(crestones, siriríes, picazos, zambullidores), bandurrias, chorlitos, y los
avizores biguás que se pasaban horas sobre un poste hasta descubrir bajo el
barro el momento silencioso y sutil de un caracol, que no escapaba a su
oído sagaz y caían sobre él.
Casi el mismo oído que tengo
para recordar este bello fragmento del poema de Jorge Teillier “Que sus días
lleguen a ser tranquilos/como una laguna cuando no hay no viento,/ y se pueda
reunir con sus amigos/ de cuyas bromas se ríe como nadie,/ a jugar tejo y comer
asado al palo/en el silencio interminable de los campos”.
He sido, he dicho:
SOY. *
*Por Angie Pagnotta. angie_pagnotta@hotmail.com
Dedicado a Pablo Dobrinin
He sido
un alma inquieta y he vagado.
He buscado precipicios y he callado.
He oído el cristal roto de tus lágrimas cayéndose en mi hombro.
He obedecido el látigo, la punta, la espada y la palabra.
He buscado precipicios y he callado.
He oído el cristal roto de tus lágrimas cayéndose en mi hombro.
He obedecido el látigo, la punta, la espada y la palabra.
He sido
infiel, consecuente, inconsciente y permisiva.
He detestado el silencio. He amado el sacrificio. He perdido tu mirada
He huido. He callado. He temido.
He detestado el silencio. He amado el sacrificio. He perdido tu mirada
He huido. He callado. He temido.
Hemos
simulado. Hemos mentido. Hemos callado.
He
buscado, te he encontrado, lo he perdido, no he olvidado.
He
limpiado mi nombre. He perfumado las sábanas. He sembrado.
He pronunciado cada paso. He alejado todo lo malo. He soñado.
He pronunciado cada paso. He alejado todo lo malo. He soñado.
Hemos
sido. Hemos hecho. He perdonado. Estoy amando.
***
-Angie Pagnotta es periodista recibida en TEA (Taller, Escuela, Agencia)
y estudiante de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Tomó clases de narrativa, escritura y crónica
periodística con distintos maestros, entre ellos Walter Cassara, Osvaldo Bossi
y Vicente Battista. Colabora con medios gráficos y digitales como El Gran Otro, Entrevistar-Te
y Revista La Única. Obtuvo una
mención en narrativa por su cuento “Alejandra”, otorgado por la Biblioteca
Nacional. Es fundadora y directora de Revista Kundra – Literatura aleatoria y del portal de Arte y Cultura Baires Digital. Actualmente
está escribiendo su primera novela.
CUANDO EL VIENTO
SUR*
“Sin ningún
viento, ¡hazme caso!, gira, corazón; gira, corazón”.
FEDERICO GARCÍA
LORCA
Cuando el
viento sur se vaya
¿Quién
refrescará el sonido de la flecha y la última bala?
¿Dónde llorará
el río cuándo se seque el cauce de la noche?
¿Quién
alumbrará la madriguera del topo?
¿Dónde irá
cuando la nieve apague el brillo de la última lluvia?
¿Quién se
atreverá a devolver amor a la cuna vacía?
¿Dónde irán
estas palabras, golondrinas perdidas?
¿Hasta cuándo
buscarán la sombra de su sombra?
¿Adonde irá la
sombra del viento sur?
¿Adonde irá la
niña sin los vientos? ¿Lluvia, sequía, pedregal?
¿Adonde?
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
Tejer alas con
las hojas del otoño*
No caben más
platos rotos por el otoño en mi vida. Si para detenerlos tengo que admitir mi
cobardía, haré gala de mis dotes escénicas, convenciendo al viento a desviar el
curso de los objetos y así evitar el sonido desagradable del meandro
quintuplicándose en mi cabeza, como melodías de un violonchelo aquejado por la
vejez.
No quiero
levantarme en sombra, con mil paraguas de excusa por cada fracaso que me
persigue y que toma forma a medida que huyo. Al contrario, deseo que sean miles
las rosas que se abran a mi paso, aunque sea el día del eclipse mayor, cuando
ni las aves se atreven a dejar sus nidos y los roedores sus madrigueras.
Voy a recoger
las hojas caídas de los árboles y me tejeré con ellas alas con las cuales
sentir fragilidad, y poder llorar, porque mi máscara me pesa, y ha llegado a
suplantar mi osadía.
No caben más
platos rotos por el otoño en mi vida o gatos rojos sobre las alas azul cielo de
mi sombrero blanco. Me rehúso a justificar esto porque haría más quejumbrosa la
historia, que ahora no deseo contar.
*
Todas mis
crisis
entran en una
lágrima
después de un
grito
....
Al viento le
arrojo
mis dudas
mis deudas
y mis dados.
El viento ataja
solo los dados,
lo otro,
lo otro me lo
regresa
como un
batallón de bumerangs
.....
Una sola gota
rueda hasta
encontrar mi boca
Es así como me
trago mis angustias.
....
Eslabón tras
eslabón
la vida es una
cadena
que llevo al
cuello
para que de vez
en vez
tire, y me
ahorque.
*De Marcela
Lokdos. lokdos1@yahoo.com.ar
ALREDEDOR DE
NABAM*
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Yo soy yo, la
que escribo y no la que escribió. Algunas veces, cuando releo la novela de ella
tiendo a confundir las identidades y creo ser la otra, la que se obsesionó con
ese personaje extraño y maravilloso que fue apareciendo apunte por apunte, en
esas noches de insomnio en las cuales la historia le fue aconteciendo como
dictada, como si ese ser imposible se escribiese y describiese a sí mismo,
apareciendo pleno y corpóreo, ajeno a su imaginación.
La cosa comenzó
a partir de un artículo del "Diccionario infernal" de Collin de
Plancy, libro que pacientemente la esperaba en un anaquel de la biblioteca
familiar desde antes de que naciera.
Siempre había
estado allí, lo descubrió en la infancia leyéndolo a escondidas de sus padres,
y desde entonces esporádicamente releía algunos artículos, con la curiosidad
incrédula que conviene a nuestros tiempos y la satisfacción por el estilo y el
lenguaje antiguos. También allí, desde siempre, la aguardaba quizás Nabam para
manifestarse.
En la página
dedicada a los conjuros se recetan las palabras, signos y condiciones para
invocar a los demonios, y tan bien organizadas se encuentran las huestes
infernales, con sus capitanes, sus legiones y sus cadenas de mando, que a cada
día de la semana corresponde un demonio, un horario para efectuar la ceremonia,
una ofrenda que debe ser preparada con celo para entregar al compareciente.
La escritora no
otorgaba fe a la brujería, pero le pareció que el tema era adecuado para crear
una novela, y la primera noche hizo una descripción de Nabam, el demonio de los
martes.
"Lo miro
parado y es más bajo de lo que parece estando sentado. Esa falsa impresión la
causa una cierta desproporción entre el cuerpo y los brazos, que resultan
demasiado largos. Me desagrada.
Tiene un
exterior brutal desmentido por una delicadeza extrema en los dedos y la forma
en que manipula los objetos. Desearía que fuese simplemente bestial sin esa
cualidad falsa de cuidadosa cortesía.
Cuando habla,
agacha la cabeza, lo que hace que aparezca una línea blanca debajo de sus iris.
Ojos celestes, o grises, o verdes.
Difíl
definición. El inicio de cada frase le provoca una sacudida y un adelantar el
torso hacia mí, que en cada uno de sus avances retrocedo. Me llega su aliento a
cigarrillo y alcohol, y algún aroma más como a perfume y transpiración. (Y
flores marchitas).
Me mira con una
intensidad que me pone nerviosa. Respondo apurada, equivoco las palabras y mis
expresiones me resultan estúpidas en el mismo momento de decirlas.
Siempre igual.
Serpiente encantadora de pajarillos. Pero yo no soy un pequeño pajarito; sin
embargo frente a él soy un ser informe.
Me desprecio.
Cada vez que estoy contenida en su mirada, con su cuerpo atento y ominoso, me
siento en la zona de trampa. Digámoslo de una vez, el hombre me resulta
intolerablemente atractivo porque me repugna."
Este primer
retrato se le dio como una revelación, como si hubiese visto realmente a Nabam,
y al otro día la imagen del demonio se le presentaba constantemente, reclamando
su atención aun mientras ejecutaba sus tareas cotidianas.
Tenía,
entonces, al personaje. Cómo sería el desarrollo de la novela no era tan claro,
excepto que le resultaba evidente que se enamoraría de él con secreto horror.
En síntesis, una mujer invoca al demonio en una ceremonia hecha por broma, el
demonio se presenta, se declara suyo, esta mujer debe convivir con él y se
consignan las vicisitudes y los diálogos que se dan entre ellos.
En algunos
borradores utilizó un narrador omnisciente, en otros la tercera persona, pero
los desechó y finalmente escogió el relato en primera persona, siendo la
narradora una mujer que era ella misma, disfrazada apenas por detalles dispares
o concesiones tenues a un intento de ocultamiento. Se puede notar sin ninguna
dificultad al leer el libro cómo esos pueriles disfraces se diluyen a medida
que la relación avanza, y finalmente aparece la escritora claramente retratada
a través de sus palabras. Así, Nabam iba tomando forma y peso, y ella se
despojaba de imposturas para reconocerse como protagonista del drama.
"No soy
más que una mujer. Una patética mujer. No puedo escribir sobre sentimientos
porque caería en la deplorable zona de la novela rosa, no no no no no no no.
¿Qué se puede decir que no haya sido dicho admirablemente por otros?."
Este párrafo se
encuentra en su diario, y por la fecha corresponde a las primeras etapas de
escritura. No deseaba escribir una historia de amor, y era eso sin embargo el
fondo de la trama, la secreta seducción del demonio. Sin embargo, un segundo
leimotiv ejercía un contrapunto constante, y era la relación del demonio con
Dios, la imposibilidad de probar la existencia de Dios aún ante la presencia
del demonio, igual de ignorante que las demás creaturas de los secretos
designios del creador.
Así, este
personaje en principio fantástico e increíble se va mostrando como ser arrojado
al mundo, dotado de escasos poderes y aún más escasos conocimientos del más
allá, siendo que al entrar en este territorio, al franquear la puerta de
nuestra existencia pierde la memoria sobre las maravillas o espantos del otro
lado.
Todo esto lo
escribía ella sin consultarse a sí misma, con rapidez, finalizando capítulo
tras capítulo casi sin efectuar correcciones posteriores.
"No me
extrañaría para nada comenzar a escribir en lenguas.
Jamás había
sentido igual urgencia por otro relato, ni tanta seguridad al poner las
palabras, que se siguen unas a otras como dotadas de una necesaria ordenación.
Recuerdo un documental sobre el autismo, en el que un niño dibujaba un gallo
copiando la imagen fielmente de su memoria, trazando líneas aparentemente
azarosas, caóticas, hasta que como por milagro se completó la figura. Se
explicaba que las líneas no tenían sentido para él, y que aleatoriamente podía
realizar un trazo del ala, luego una pata, luego una pluma de la cola y el
pico, pero que el gallo surgiría completo y perfecto al final, siempre igual al
primer modelo, sin importar el orden o aparente desorden de la operación. Me
pregunto si no estaré dibujando algo que tiene una existencia propia, me
pregunto qué rostro aparecerá cuando coloque el punto que cierre el último
capítulo, y si podré mirar ese rostro que me estará devolviendo la
mirada".
Esa sensación
de ser mera transcriptora, acaso de estar realizando un acto más de medium que
de creadora la acompañó todos los meses en los cuales los capítulos se sucedían
velozmente unos a otros, en los cuales el demonio narraba historias,
reflexionaba sobre la humanidad desde su condición de creatura ajena, se
instalaba con su rostro y su cuerpo detalle por detalle en las palabras y en
esa realidad paralela que tomaba una consistencia de cosa cierta.
Y Nabam, claro,
era hermoso y terrible, orgulloso, soberbio y completo en sí mismo, una enorme
fuerza agazapada y acaso mentida en su presencia confortable. La violencia
probable, la posibilidad de una súbita detonación hacía que el horror por su
condición demoníaca permaneciera como bajo contínuo por detrás de la melodía
tranquilizadora de los diálogos calmos y la convivencia cotidiana.
El demonio se
presentaba con una corporeidad en el relato que al principio le hizo dejar las
luces encendidas por las noches y se resolvió luego en una especie de espera
insensata.
"Me he
descubierto en la calle mirando insistentemente los portales y las veredas,
buscando la imagen familiar de mi demonio recostado contra el umbral de una
casa o fumando silenciosamente desde la silla de un bar, libro en mano, sentado
con esa actitud de dejarse estar, con ese reposo de animal cazador que
reconocería de inmediato.
Me ha parecido
verlo, y no me he asombrado. Sería natural y fácil caminar hacia él y
saludarlo, aceptando su comparecencia como algo necesario.
Cuando escribo
lo siento a mi lado, puedo percibir ese olor que le es característico, y no
tengo miedo sino expectación. Frente al teclado de mi computadora, mientras
describo cómo me seduce lentamente, soy seducida, ¿me seduzco?. Y cómo lo
extraño cuando lo busco en las habitaciones silenciosas y descubro que él no
está aquí, que no puedo rodear su cuerpo ominoso con mis brazos.
Ayer, cuando
llegaba a casa, la imagen de Nabam aguardándome, espalda en la pared,
cigarrillo humeante en la mano de estatua, esa imagen era tan nítida y precisa
que la decepción de no encontrarlo me sumió en una depresión que hube de
conjurar continuando con la novela, donde vive respira actúa habla, me
habla."
Reconociendo el
grado de obsesión que su personaje le provocaba, la escritora no se alarmó por
ella sino se limitó a disfrutarla, pues no creía en realidad en la existencia
de los cielos o infiernos del catecismo. Pensaba, como lo consignó en otros
apuntes, que esta momentánea suspensión de la incredulidad era el
resultado de
haber encontrado un carácter y una historia interesantes, cosas que
favorecerían la obra, que prometía ser buena o en el peor de los casos menos
mala que sus anteriores producciones, las que reconocía resignadamente como
mediocres y carecientes de ese impacto que obliga al lector a mantener la
atención en las páginas, y distrae del artificio del estilo y los mecanismos
del relato.
"No te
asustes, que cuando te dije que lo busco y me parece escuchar sus pasos
demorados por las habitaciones, sé perfectamente que no va a ocurrir. Sólo es
un sentimiento de posibilidad de la maravilla pero como juego. Dejame ser feliz
con su compañía imaginaria mientras dure. No te preocupes, que no me estoy
volviendo loca. Lo que pasa es que es tan hermoso."
Este fragmento
de un mail a una amiga da cuenta de la alarma de ésta por esa inmersión en la
irrealidad, y del intento de la escritora por tranquilizarla y quizás
tranquilizarse a sí misma.
Luego del
frenesí de escritura de los primeros tiempos, hubo una súbita detención en
correcciones mínimas y agregado o sustitución de palabras o frases que no
alteraban la obra sustancialmente, sino que demoraban el desenlace.
"No he
continuado con la novela. No puedo decir mi novela porque es suya, es la zona
donde él camina y respira y me acaricia distraídamente. Me he percatado de que
esta suspensión no se debe a falta de inspiración. Demasiado sé que ya el último
capítulo está completo línea por línea, y es el miedo a la finalización, a
escribir las palabras lo que me amedrenta. Sé que puesto el punto final, esto
acaba, Nabam se transforma en un personaje con presentación, nudo, desenlace, y
que narrar el desenlace equivale a darle fin a él junto con la novela. Está
vivo mientras escribo, lo relegaré al pasado cuando concluya su historia. Me
demoro en separarme de su presencia cotidiana, no me resigno a aceptar que sus
últimas palabras sean consignadas y se resuelva finalmente en una foto más del
álbum, que desaparezca como esos amigos que se van y se diluyen en la
memoria."
Pero,
resignadamente, luego de corregir una y otra vez pasajes ya revisados, en un
solo día completó lo que restaba y colocó el temido punto último que equivalía
al punto de muerte para la relación íntima con su personaje.
"Ya está,
la cosa está hecha. Nabam está terminado, qué feo me suena. Ahora, a intentar
vivir sin mi demonio. Pero qué dramática, yo que deploro las tragedias y esa
penosa magnificación de las cosas, me entrego a la lástima por mí misma y por
nada.
Pero me engaño.
Es el pudor, siempre ese pudor por los sentimientos lo que me obliga a intentar
mentirme a mí misma. Los sentimientos me avergüenzan como la exhibición de las
tragedias o la demostración de que al fin y al cabo yo tomo, también,
seriamente mis sufrimientos, aunque éstos sean bastante lastimosos y dignos más
de una sonrisa que de una lágrima. No es que no haya ocurrido nada, lo que me
sucedió no sucedió en el terreno de lo diurno, de lo tangible, pero esta
desazón, este pesar no son ficticios. Es un abandono, una carencia, y duele, me
duele.
A veces siento
el impulso de retomar Nabam, de agregar otro capítulo, de fingir que puedo
tocarlo cuando íntimamente sé que está completo y no puedo manipularlo sin
perjudicar esa cosa de bruñido ya realizado."
Quizás resulte
innecesario referir que ella estaba enamorada de Nabam. Se había enamorado de
ese ángel caído hermoso y taciturno que página a página iba definiéndose como un
ser negado al amor. Era la seducción del amado inaccesible, acaso la más
perversa porque al no ser factible su satisfacción la transforma en una
obsesión imposible de conjurar. Ella sólo podía depositar su amor en ese
demonio, y el demonio sólo podía amar a Dios, que lo había expulsado de su
amor.
Situación
refleja, simétrica, insensata porque el demonio a fin de cuentas no existía.
"Te
extraño mi Nabam, cómo te extraño. Y no es casual que extraño sea lo ajeno, lo
diferente, lo alejado de uno y de sus costumbres, y utilicemos el verbo
extrañar para expresar el intolerable vacío, la urgencia, el desesperado hueco
que alguien deja en nosotros al marcharse. Cuando uno extraña, es porque el
extrañado se ha convertido en ajeno, alejado, diferente, en un extraño."
Pasado un
tiempo, dijo a sus amigos en tono de broma que poco a poco había remitido la
enfermedad, y que ya no buscaba a su personaje por las calles ni esperaba
hallarlo sentado en la silla de hierro de la cocina. Contó que había comenzado
a escribir algunos cuentos, y que tenía la idea de una nueva novela.
Hay apuntes de
esa novela, que recomenzó varias veces, sin hallar el tono justo ni la forma de
narrar la historia. Los borradores revelan una escritura desganada, carente de
inspiración, más de trabajo de redacción impuesto que de novelista.
"No hallo
placer en la escritura, no puedo dejar el estilo de Nabam, su castellano
antiguo, su fría observación a través de frases corteses. No puedo creer en
estos nuevos personajes intrascendentes, meros personajes y no otra cosa,
marionetas con los hilos al descubierto. Cómo habría sonreído Nabam, siempre
tan pronto a burlarse de mí, si hubiese leído la frase `marionetas con los
hilos al descubierto'. Sin su mirada no puedo soslayar estas frases estúpidas y
gastadas. Para qué engañarme, no puedo escribir este libro sin sombra, esta
historia anecdótica e insustancial que tanto esfuerzo me demanda y que tan poco
vale."
No destruyó los
borradores, pero los guardó definitivamente y no volvió a escribir.
Sus conocidos
dicen que ya no hablaba de Nabam, y que continuó su vida sin demostrar la
íntima sensación de vacío de la que habla en su diario. Era quizás tan penosa
para ella que no quería compartirla, y más aun cuanto que pensaba que no había
verdaderos motivos, ya que se repetía que el demonio había sido un personaje en
una trama y no había razones reales para sentirse abandonada. Cabría
preguntarse qué es la realidad, qué significa esa palabra aplicada a los
sentimientos.
"Trato de
salir, de ver amigas, de volver a la realidad. Me persigue un vacío helado, una
soledad que me atemoriza, la vergüenza de admitir ante mí misma que me enamoré
de un ser inexistente y al que yo misma di forma sólo con palabras. Cómo decir
esto, como admitir esto si no puedo confesármelo sin saber que es absurdo. Sin
embargo, no es menos doloroso por ser absurdo. No, no duele menos."
Fue entonces
que tomó la resolución de invocarlo. Tal vez lo meditó durante semanas, tal vez
fue un impulso repentino. Como sea, ningún rastro escrito queda de ello, y cada
uno puede formarse su propia opinión al respecto.
Repitiendo al
personaje, repitiéndose a sí misma si convenimos finalmente en que ella era el
personaje de la novela, con una tiza dibujó el círculo mágico y el pantaclo en
el suelo, y pronunció su pedido de comparecencia a la noche del martes, al aire
inmóvil de la habitación, a los improbables habitantes de esas oscuras regiones
invisibles en las cuales no creía.
Sabemos que su
pedido fue satisfecho, y también sabemos que no fue su demonio familiar, su
doméstico acompañante quien apareció atraído formado o conjurado por la
letanía. Qué terrible espanto se alzó frente a ella Dios nos guarde de saberlo.
No fue posible reconocerla, pues su cadáver estaba desperdigado en jirones de
carne y cabello y vísceras ensangrentadas. De nada había servido la pueril
barrera de la línea de tiza, y la protección que asegura el conjuro es
seguramente un engaño más de los demonios, que se complacen en juegos de esa
naturaleza.
Ahora, en mis
manos se encuentra la novela, y me hallo con súbito horror buscando la figura
de Nabam recostado en algún muro, fumando en la silla de algún bar, respirando
quedamente mientras hojea un libro. Línea por línea conozco su rostro y su
cuerpo, y es tan hermoso. Es tan hermoso.
El cielo tan
deseado*
En mi cielo,
las voces de los autores me leen sus textos en la oscuridad. En mi
cielo estabas, te preguntaba algo y contestabas o consultabas
los libros, esperaba tu explicación con la sonrisa de la que recibe
una joya. En ese mismo cielo los picaflores tomaban de tu mano su leche de
azúcar y vos plantabas flores cuidando los colores. Pintor - jardinero de lo
efímero. El mundo se abría con viajes y libros, antes de las
pantallas. En ese mismo cielo Benito, Uma y Huayra aprendían de vos la
conversación, cierto arte íntimo para cubrir las paredes de belleza. Todos nos
sentábamos a ver cuando por las noches les leías cuentos,
como salía a volar el pájaro azul que, ahora no tanto, se les
pide a los hombres que no muestren..También estaba la plaza de
Egipto. en el momento más alto de la alegría de la lucha En ese cielo “no
pasaran” decíamos y nunca pasaron. Trabajaba de leer diarios y desparramar a
cada cual las noticias que les interesaban, el café salía de las
canillas. En lugar de propagandas tiraban en el umbral poemas para que la
mañana brille cuando se sale a la calle. Siempre había una mirada enamorada,
salir a festejar, carnavales, la libertad, el contacto. En mi cielo me
acunaba en la plaza o lloraba con otros .El cuerpo vivía y contaba, las
cirugías no modelaban a las mujeres, la vida si. Mirá esta es la voz, tan
casi de niña, con la que dije mis verdades y mis dulzuras. Mirá con estos ojos,
descubrí a Miguel Hernández, hace tanto, se me llenaron de rosas en la
fiesta del sol que se esconde en Kee West, miré caminar
a mis hijas y las sonrisas del principio ¿El cuerpo es la perfecta
foto de una estrella de cine o ese recorte con forma de corazón en un
vestido por el que se busca atrapar una mirada? ¿El arte es lo perfecto o lo
que uno hace con lo que le falta? El cuerpo es el placer de tirarse
desde la montaña de arena que es un Everest en la infancia, y la frescura
del agua, alma acariciante, para flotar. Es un llamado, un
regalo para otro. A veces uno se envuelve en papel celofán. Y es una
fiesta si alguno sabe desenvolverla. En mi cielo una pequeña florcita blanca,
se posa sobre el negro fondo de la taza de café olvidada en el jardín,
muestra en su contraste, que hay también un luto esperando, un pequeño
infierno que la flor de pétalos abiertos atenúa y sobrevuela. Desde mi cielo no
se ve el cielo, como lamenta Monterroso, pero sí se lo escribe que es una
manera de curarle las heridas o de verdad soportar que no exista salvo
por llamaradas.
*
Bajo los
árboles de ese mediodía
Amé tu sangre
descolgada de las sombras.
Todo florecía
Hasta las
huellas esqueléticas
De las hojas
del álamo.
Salpicaste mi
espalda de colores
Con sonidos y
hechizos.
Se llenó mi
tiempo de tu espesa armonía
Y nos volvimos
de tierra, de madera y agua
De viento y de
pétalos
Para no
olvidarnos.
08/04/2013
Palmira y las
reglas ortográficas*
*De Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
Esta historia sucedió hace
muchos años, cuando sobre el cielo de mi tierra, gordas nubes de plomo,
comenzaron una danza alocada. Cuando la primavera asomó salpicada de
sangre de pueblo trabajador y una caterva de caranchos, con insignias doradas
en el pecho, afilaba sus garras desgranando pedazos a la historia. El
odio de clase, predecesor y sucesor de otros enconos de sinrazones,
irrumpió en la escena nacional pisoteando el derecho al trabajo y a la
decisión.
Mi hogar padeció situaciones de
espanto, pero jamás hubo permiso para llantos ni demoras, sí en cambio,
se abrió paso a la palabra resistencia alcanzando un sitio de honor en nuestra
mesa.
En las interminables noches de
ausencia de mi padre, seguramente viendo la tristeza en mis ojos de niña, mamá
me enseño que la lucha por los derechos era imprescindible y realmente fui
incorporando esa idea. Aprendí que las lágrimas, muchas veces, hay que
transformarlas en bronca motora de instancias superadoras, imprescindibles.
Como docente y militante y por
si eso fuera poco, como compañera de un dirigente político-sindical,
perdió la posibilidad de acceso a empleo formal, pero supo saltar el obstáculo.
Fue entonces, cuando la sala de casa se llenó de banquetas y de niños inquietos
que necesitaban apoyo para sus tareas escolares, la familia que podía
pagar lo hacía, los niños cuyo entorno era muy pobre, tomaban clases
igual.
Aprendí en aquellos tiempos qué
cosa era la sensibilidad social y con los años pude ver cómo ingresaba en
terapia intensiva.
Todos los días por la puerta de
casa pasaba un señor con un carrito tirado por un caballo marrón con una mancha
blanca en la frente, voceando: “botelleeeeroooo, botella, trapo viejo, mueble
viejo, diario viejo p’a vender, boootelleeeerooooo”. En
primavera, cuando comenzaba a apretar el calorcito anunciando la inminencia del
verano, mamá dejaba la puerta y las ventanas abiertas para que la brisa
se colara; además, el lugar se convertía en una especie de atalaya desde
donde podía observar mis juegos en la calle.
Una tarde, el botellero, detuvo
la marcha de su caballo en la puerta de nuestra vivienda. Ahí me enteré que la
tracción a sangre en realidad era una yegüita y se llamaba Palmira.
¡Fue tan hermoso ver a Palmira
mordisqueando el pastito que crecía bajo el árbol que daba sombra a la casa,
que se me ocurrió convidarla con mi chupetín! Deduje que tendría hambre y
era el único paliativo que encontré a mano. O a boca, para hablar
correctamente.
Palmira, supuse que agradecida,
lamió el dulce y esa fue la primera vez que compartí una golosina con una
caballa con manchita en la frente. Una lamida ella, otra yo y ambas nos
mirábamos a los ojos estableciendo una comunión sin hostias, sin
genuflexión y sobre todo con desprendimiento absoluto del sentimiento de
culpa. Por suerte mamá se distrajo perdiéndose el espectáculo de la relación
recién nacida entre su hija y la yegua. No se si la hubiera apoyado, todo bien
con intercambios bípedo-cuadrúpedo, pero me refiero a eso de los lengüetazos…
-Cuidámela, pidió el botellero y
se paró en la ventana mirando hacia adentro. Mi madre interrumpió su clase y se
dirigió hacia donde estaba el hombre.
-Buenas tardes, compañero,
saludó ella. ¿Puedo ayudarlo en algo?
(¡Claro, eran tiempos en los que
para alguna gente un trabajador no representaba un peligro inminente sino
que era parte de una unidad clasista!)
-Perdone, señora, pero ¿sabe? Yo
dejé la escuela en segundo grado, después hubo que salir a ganarse la vida para
ayudar en casa. Cuando veo chicos estudiando me da un nudito aquí, agregó
tocándose la panza.
-¡Pero yo podría dictarle
clases! Puede venir mañana mismo, coordinemos un horario y tiene las puertas
abiertas, respondió mi madre. Ni piense en tener que abonar nada, usted debe
terminar su ciclo y lo ayudaré con mucho gusto, agregó mamá
enfáticamente.
-Gracias señora, pero es tarde
ya, respondió, no tengo tiempo. Solo quería contarle que me gusta mucho la
poesía, escribí algunas y si usted quiere se las dejo y me da su opinión.
Eso sí, por favor que nadie las vea, porque yo tengo muchas faltas.
Una vez se las mostré a una mujer muy preparada y me dijo que eso no era
poesía, que había reglas para ser poeta y sobre todo debía no tener errores.
Seguro que tenía razón, por eso dejé de hacerlas, pero guardé algunas y por ahí
a usted le sirvan y se las pueda leer a los chicos, pero que no las lean ellos,
casi rogó.
El botellero dejó un pilón de
hojas amarillentas en manos de mi madre, saludó con la misma cortesía con
la que se presentó y acarició mi cabecita antes de subir al carro y llevarse a
Palmira, que a la vez se llevó mi chupetín, lo que no me causó ninguna gracia.
-¡Yegua maleducada! dije tirando
la piedra de la rayuela contra las huellas que dejaba el carro que se alejaba.
(Hoy toda huella que veo me sabe a chupetín)
Cuando terminó la clase, los
chicos comenzaron a burlarse y con sobrados motivos:
-¡La yegua te robó el
chipetí-iiiin, la yegua es más viva que vo-ooosss, cantaban con la
espontaneidad maravillosa que las criaturas tienen y van dejando por los
caminos de la vida a medida que se va madurando! ¿Madurando? Bueno, así dicen.
¡Qué se yo!
Entré a casa mascando bronca,
indignación y amasando las ganas de tirarle piedrazos al día siguiente, cuando
Palmira pasara por la calle como todos los días. Y cuando volvieran los chicos…
De pronto vi a mamá secarse
lágrimas que se deslizaban por sus mejillas suavecitas como el algodón.
-¿Por qué llorás tía? Preguntó
Griselda, (Pochita) mi prima que era seis años mayor que yo y con la que mami
hablaba de mujer a mujer, aumentando mi bronca. En ese momento encontré una
nueva víctima para la venganza del día siguiente: ¡Pochigriselda, a vos también
te voy a hacer algo! pensé aunque no lo dije en voz alta.
-Leé Pochita, fíjate como siente
este hombre, invitó mamá.
-¡Ay tía!, respondió mi prima
pasando sus ojos sobre el papel ajado, me gusta pero tiene muchas faltas de
ortografía, escribió hacer sin hache y ver con b larga.
Mami acarició la cabeza de
Pochi, la abrazó como siempre hacía pese a mis celos infantiles que se
descargaban en mis dientecitos que a la vez mordían mi lengua, antes de
explicar:
-Pochita, cuando pase el carrito
pensá que allí va un poeta innato. Un hombre que no tuvo la posibilidad de
acceso a la cultura. Hay montones como él y son los eternos
invisibilizados en un mundo donde las reglas las imponen entre palabras
difíciles.
-Este hombre hace hablar su alma
y eso debemos sentir, siguió diciendo mi madre. Son latidos los suyos y como
tales, lo celebro e incentivo más allá de reglas ortográficas, agregó.
-¿Pero es poesía eso? Preguntó
mi prima.
-Para mí sí, respondió mamá,
pero no soy ni quisiera ser crítica literaria. Apenas llego a
preguntarme si acaso no sirve la poesía cuando nace en la mesa sin pan,
en la mesa sin vino del obrero. Este hombre, como tantos, habla con la simpleza
del que no recorrió páginas porque no pudo, ¿pero, quién puede desvalorizar lo
que siente? ¿Un verdadero artista? ¡Para mí, no. De ningún modo!
-Hay gente que erige monumentos
a la cultura aún con ausencia absoluta de herramientas literarias. Gente que es
capaz de negarle un tiempo al descanso, luego de durísimas jornadas que
encallecen sus manos y llenan el cuerpo de sudor rancio. Gente que termina
siendo arrojada como paria por los senderos de la vida selectiva que sacraliza
intelectos descalificando esfuerzos, completó su idea mamá, aunque yo no
entendía nada, menos con chupetín arrebatado…
Griselda y yo recordamos la
historia muchas veces cuando mami ya no estuvo físicamente, porque a un médico
irresponsable se le ocurrió escribir la peor “poesía” al dolor, nacida de un
error imperdonable.
Aprendí aquel día de hace tanto,
que bien puede la poesía crecer sobre huellas de barro congelado, o sobre
terrones de polvo transpirados aunque termine dando vueltas carnero en
algún cajón inexplorado… Aprendí que el desconocimiento de las reglas
ortográficas no es obstáculo facilitador de que el corazón quede
encriptado.
Como te dije antes, esta tarde
recuerdo y de paso confieso, también acabo de perdonar para siempre a
Palmira.
*
La tardecita me
encontró ahí
puntual,
lista para ese
instante.
Ibas a decirme
algo lindo:
tuyo y mío
yo tenía que
estar más linda que nunca.
Disimulaba la
ansiedad con pastillas de limón
redondas.
Todo entraba en
el bolsillo de mi campera.
Pero nada era
pequeñito.
Ibas a decirme
algo lindo,
dijiste,
y a mi cuerpo
le crecieron
pétalos.
***
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