*Foto: Estación Andant.
FERROCARRIL MIDLAND
Sin referencias de autoría
BARRIO PLATEADO
POR LA LUNA*
Los vecinos
desocupados y
mezquinos
le tiran
piedras y tuercas al
techo de mi
casa,
aunque no soy
la excepción
en este barrio
que tiene dos
zanjones feos
a cielo
abierto.
A la hora más
inesperada
–algunas veces
los feriados–
golpean
sobre el zinc y
resuenan
como pasitos
de rata cuando
van rodando.
Cálmense,
les digo
siempre a mis perros
bochincheros,
que esto es así
desde que el
mundo
es mundo. Yo no
pierdo el
tiempo
y sigo atento a
mi bendita
huerta
de cebollines y
radicheta,
más tres matas
de ruda macho,
por si hay
tormenta.
Y tomo mate en
el patio,
a la sombra
del eterno pino
y entre los
ligustros,
cuando siento
que los
murmullos
vienen por el
aire, y no me
dejan
escuchar el
viento.
ESO QUE SIEMPRE HA ESTADO AHÍ Y QUE NO PUEDE VERSE…
*
seguir
como si el
retoño pudiera olvidar
el árbol
arrancado
o como si una
flor
se diera
-por raíz-
la savia que le
falta
*De Alejandra
Alma.
Me detengo*
Traspasado de
noticias se ahogan mis sentidos.
El vaho de lo
que llamamos mundo
empaña la
mirada
la caricia
la sonrisa...
Y así nos
perdemos enredados en nuestra propia marcha.
si es que
marchamos.
La nao perdió
rumbo, si alguna vez lo hubo.
y todo se
derrumba
y vuelta a
empezar.
Me detengo en
pequeñas cuestiones
que son más
sabias.
Allí, retomo el
mirar:
un pájaro
una flor
un árbol
un gato
visitante
un perro
vagabundo
una bolsa que
gira en el viento...
ahí me quedo,
aprendiendo de ellos...
*De Oscar Ángel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
GUILLERMO*
Cuando estamos
indemnes ante la vastedad abrasadora de la muerte quedamos anonadados y mudos,
como atontados. Porque la dimensión o la conciencia de esa dimensión
inabarcable que es la muerte, y más si esa muerte es reciente nos sume en una
indefensión insoportable.
He venido a
rendir el humilde, el sentido homenaje a un amigo y como una forma de conjurar
esa pérdida realmente irreparable es que he tomado la decisión de hacer pública
esta declaración de agradecimiento a la vida que me ha permitido compartir,
como un privilegio único, su amistad que fue de lo más preciado que tuve en
la vida.
Esa amistad que
me acompañó un gran tramo de mi vida incluye aquel tiempo de altos
sueños, que no se si fue mejor que otros, pero seguramente era un tiempo
distinto. Porque era un tiempo de comunión, un tiempo de compartir, un
tiempo de amor, por decirlo sin ambages.
Con él coincidí
pronto en autores y lecturas, hicimos descubrimientos juntos y nos confiamos
los primeros textos literarios que ambos con denodada pasión y tal vez
inocencia juvenil, escribíamos.
Guillermo tuvo
una virtud hoy escasa, por no decir que fue al único ser que conocí que la
cultivara: percibir cuando el amigo estaba angustiado y poner el hombro porque
era el que acompañaba firmemente en las malas con una actitud de
desprendimiento que no detenía hasta apoyar, hasta que uno se levantara. Era el
que siempre acompañaba. El que siempre estaba.
Tenía, caso
único, una cálida lucidez como lo definió una alumna.
Era de todos
nosotros el más joven, siempre fue el más reflexivo, el que definía una
situación con una frase, con una figura acertada. Y siempre con una sonrisa.
Nunca supe que agrediera a nadie, nunca le oí hablar mal de nadie. Fue
uno de esos hombres llenos de piedad por la condición humana. Uno de esos
hombres, necesarios, tan difíciles de encontrar hoy.
No diré nada
que ustedes no sepan porque fue un maestro ejemplar. Un docente
brillante, quedan los testimonios de los que fueron sus alumnos y entre
los que por suerte me encontraba, sus compañeros de tarea.
También fue un intelectual agudo e inteligente que no quiso ocupar lugares de
expectación que muchos mediocres ocupaban.
Pero él fue
algo más, fue aquel que enseñó incluso cuando uno no lo percibía que lo estaba
haciendo, como son los maestros verdaderos.
Cuando dije más
arriba que compartió conmigo y otros amigos un tiempo de amor me estaba
refiriendo a aquella querida revista que editábamos con Alejandro Pidello, esa
hermosa aventura de La Cachimba, que incluyó la edición de plaquetas y libros
cuando Rosario carecía de canales de difusión para los jóvenes.
Luego vinieron
los viajes por varios lugares del país donde se realizaban los llamados
“Encuentros” que evitaba el tono festivo de las reuniones de poetas actuales y
exponíamos y debatíamos ideas de cómo vivir en un mundo más justo.
También de
aquel tiempo quiero rescatar los viajes iniciáticos a Paraná, para
visitar a un hombre excepcional, uno de los más grandes poetas que dio nuestra
lengua, y estoy hablando de Juan L. Ortiz. Maestro venerado por varias
generaciones.
Uno de los
alumnos de Guillermo me dijo hace poco con los ojos húmedos de lágrimas:
-Se nos ha ido
un hombre que trasmitía paz a través de sus tranquilos ojos celestes.
Héctor Píccoli,
otro amigo entrañable me comentó hace unos días:
-Que breve fue
la vida del querido amigo. Qué breve.
Quise rescatar
de las brasas de mi propia vida, un prístino recuerdo para el amigo que merece
seguramente otra voz y otra palabra más elocuente.
Porque cuando
un amigo muere, arrasa nuestro presente. Luego viene la construcción de su
recuerdo y creo, que sobre todas las definiciones, las palabras que quieren
dejarlo vivo ante nosotros, están las de su esposa, Silvana:
-Guillermo era
un ser luminoso.
Nada más
cierto.
La última vez
que hablamos me dijo algo que su leve humor puesto en práctica por él en los
comienzos de nuestra amistad y que era de tratarnos de usted para quitar
solemnidad a las palabras.
-Usted
coincidirá conmigo maestro que hay que volver siempre a los clásicos.
Estoy releyendo
Ana Karenina.
PERTENENCIA*
Los muslos de
la tierra.
Santa Fe, 1945
Cuando hube
renunciado a los estanques
de apacibles
quietudes
de sosiegos
que esbozaban
mis rostros repetidos
y tallaban
olvidos en las sombras
su milagro
su magia
transparente
sus leyendas de
duendes desvelados
le ofrendaron
espacio a mis raíces
en su entraña
secreta
generosa
Y yo la amé
La amé porque
ella tiene
cierto ritual
de garza y lejanía
enredado en la
luz de un horizonte
que desgarran
sin pausa
las auroras
y jirones de
verdes soledades
y un pulso de
dolor
de desamparo
de plegarias
de brisas
insolentes
desordenando
trinos en las frondas
La amé por ese
torpe desaliño
de aldea
colonial
por sus
senderos
donde azulean
los jacarandáes
sus cielos de
noviembre
por su aroma
por la curva
sensual de su cadera
y ese vientre
de tercas esperanzas
donde un río de
lenguas impacientes
entre juncos y
espumas
la desborda
*De NORMA
SEGADES-MANIAS.
LA ESCALERA DE
LOS ESPEJOS*
Los pasos son
generaciones
perdidas entre
necedad
y mansedumbre,
repetidos
encantos
duplicadas
aberraciones
y la vida corre
como la misma
sangre
por distintas
venas,
y rostros
parecidos
cubren las
almas
con el mismo
apellido
obras montadas
en el escenario
de la vida,
donde los que
aplauden
son fantasmas
ambulantes
y los mismos
aciertos
y los mismos
errores,
van bordando
el manto que
cubre
cada uno de los
caminantes
escalera de
espejos
interminable,
mire por donde
mire
se divisa la
propia imagen,
la de los
padres, abuelos,
bisabuelos;
festival de
historias
transcurridas
en el tiempo,
y el telón
abre y cierra
después de cada
acto,
y los aplausos
confundidos
con lamentos
dramas y
comedias
entrelazadas,
urdidas
por sigilosas
manos:
el destino
y los pasos
caminando a ciegas,
sobre los
peldaños
crepitantes,
y los espejos
reflejan
actores
incautos,
hundidos hasta
el cuello
en la trampa
sin reparos ni
enmiendas
con la suerte
echada
en el momento
del primer
llanto, ingenuo,
y candoroso,
puesto el pie
no hay retorno,
escalera de
espejos
cuesta arriba
o cuesta abajo.
*Poema incluido en DESDE LAS
PROFUNDIDADES
Editorial
BLACK DIAMOND EDITIONS, 2013
https://www.blackdiamondeditions.com
Desde las profundidades, 2013.
Derechos reservados © Ruth Ana
López Calderón, 2013.
FOTO*
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
La foto, en
apariencia, no tiene nada de especial. Y sin embargo, la miramos. Sin saber muy
bien el porqué. La ausencia de color nos hace suponer que es antigua; también
el hecho de estar rasgada en algunos puntos y arrugada en otros. Los años han
gastado las esquinas; en una de ellas, arriba a la izquierda, falta un trocito
minúsculo, tal vez demasiado pequeño para afirmar que la imagen está
incompleta. Al mirarla por primera vez, se tiene una ligera sensación de frío,
tan leve que casi no la percibimos. Sólo más tarde (pero ¿cuánto más tarde?)
seremos conscientes de ello.
Muestra un
pequeño edificio de una sola planta, con una especie de porche o tejadillo
exterior que da a un andén. Sabemos que es un andén por la presencia de las
vías en la parte inferior de la imagen. La conclusión resulta obvia: El lugar
es una estación. En un lateral del tejadillo hay seis letras que nos indican el
nombre, seis mayúsculas irrebatibles: ANDANT.
Quizá sea esa
media docena de letras, que parecen un tanto anacrónicas, lo que nos perturba
ligeramente. O el color apagado del cielo, en el que, sin embargo, no se
aprecia nube alguna. Lo cierto es que nos asalta una sensación desagradable
que, por otra parte, no nos impide seguir mirando la foto; acaso anhelamos
encontrar eso que nos molesta un poco no saber definir o señalar con precisión.
La visión de
líneas paralelas sugiere el infinito. Aquí, las vías quedan bruscamente
cortadas en los bordes izquierdo y derecho de la foto, negando con violencia
esa abstracción, segmentando una mínima parcela de realidad -o de ese conjunto
de percepciones que llamamos realidad. En el andén hay seis personas. Posan (la
contemplación de una foto puede llevarnos por caminos un tanto sinuosos e
intrincados; hacernos pensar, por ejemplo, en la actitud del que posa, en la
perpetua repetición de ese momento, en la pavorosa idea de que toda la vida es
pose). Cinco de ellos miran directamente a la cámara.
El otro, el
primero por la izquierda, está con los brazos cruzados y parece tener la vista
clavada en un punto inconcreto, hacia la derecha del fotógrafo. Nos incomoda
ese detalle (¿porque insinúa una ruptura, un desorden?). Nos incita a
preguntarnos qué está mirando exactamente. ¿Por qué no hace como todos los
demás y simplemente fija la vista en el centro? (si es que el ojo de la cámara
es el centro, si podemos atrevernos a presumir la existencia de un centro) ¿Qué
es eso que está ahí, fuera del ámbito de la foto, y qué significa esa mirada y
por qué los otros no ven lo que él está viendo? Podría pensarse que sólo es un
gesto, una pose diferente, una obstinación lícita en no mirar directamente al
ojo de la cámara, y tal vez no sea otra cosa, pero nos desasosiega un poco esa
asimetría.
-Cabe
preguntarse si en realidad tenemos derecho a asomarnos a una foto. No me
refiero al vistazo casual o efímero, al frívolo escrutinio de un momento, que
con frecuencia provoca una sonrisa o un rechazo o mera indiferencia.
Hablo de mirar
una foto como quien mira un cuadro, durante un tiempo que no se puede medirse
con cronómetros o calendarios, el tiempo dúctil de quien pinta un atardecer a
lo largo de infinitos atardeceres o el de aquellos que esperan, agazapados
durante toda su vida, el instante exacto del resplandor que les justifique. Esa
contemplación, que en el fondo es una búsqueda, ¿no sería una forma de
intrusión en ese otro orden que nos es ajeno? ¿No serán, pues, nuestros ojos
invasores -camuflados tras el objetivo y el tiempo- lo que miran esas cinco
personas, preguntándose acaso el motivo de tal insistencia?
La wikipedia
nos cuenta que hace más de treinta años que por ahí ya no pasa el tren y que en
Andant, el pueblo, apenas quedan cuarenta habitantes. Visto desde lejos, sólo
son cifras. Pero la lenta despoblación de todos estos lugares nos da qué
pensar. Pensamos, por ejemplo, si eso que mira el primero de la izquierda, eso
que parece estar un poco a la derecha del fotógrafo, ligeramente a la derecha y
hacia arriba, no será lo que, sin ruido, sin que casi nadie lo perciba, va
limando con paciencia los bordes de las fotos, oscureciendo los paisajes y los
rostros, devastando, centímetro a centímetro, los campos y las calles
asfaltadas, terminando poco a poco con la vida en los pueblos y devolviendo al
desierto lo que, acaso, siempre fue del desierto.
-Y así, la
inmovilidad de la foto desborda el ámbito del papel y se expande implacable por
la realidad (por este lado de la realidad). Pienso que debería ponerme de una
vez a escribir algo sobre ella. Pero no se me ocurre nada. La tengo ahí,
delante de mis ojos, dejándose mirar mansamente, permitiéndome atisbar cada
detalle, acaso contemplándome, o contemplándose a sí misma a través de mis ojos
un poco cansados. Y yo no puedo hacer otra cosa: sólo mirar la foto y dejarme
contagiar esa parálisis, esa suerte de espera; inmóviles ellos en su perpetuo
instante desgajado para siempre del tiempo; inmóviles todos en nuestro diario periplo
por las avenidas de la rutina; inmóvil yo en mi celda sin barrotes; tanto, que
ni siquiera me molesto en girar un poco la cabeza, en mirar de reojo hacia
atrás, a mi derecha, donde sé que se arremolina en silencio, expectante, eso
que está mirando, desde la lejanía y el pasado, el hombre de la foto, eso que
siempre ha estado ahí y que no puede verse; que nadie puede ver sino a través
de un reflejo, una señal inequívoca en los ojos asombrados de otro, una sombra
difusa atravesando océanos y décadas.
*Texto incluido en la estación Andant del Inventren
-Sergio Borao Llop, publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks
Literatúrame!
*
un poema así
que te abrace
que te haga
caer los miedos
como se caen
los dientes de la boca de un niño
un poema pájaro
que venga a buscarte
de mañana
temprano
y te acompañe a
hacer las compras
y a dar de
comer a los ojos dichosos que te miren,
yo, mi amor, no
sé construir casas
ni hacer
vestimentas
ni escudriñar
el oro en las gritas del mundo
y extraerlo
para que tus manos
no anden
pasando el frío de las tardes
ni la
rudimentaria piedra de las horas
yo, mi amor,
voy a darte mi porfiada ternura
voy a entrar en
tus años con una caja de música en los ojos
y comprenderás
que podemos
comer todos los
días porque sabemos trabajar
porque nunca se
nos hizo fácil el puchero
ni tampoco es
para andar quejándose de sobra
pero mientras
otros
en este mundo
donde el tiempo se invierte en ganar dineros
en este mundo
donde sentarse a leer un poema
es un acto de
valentía y desparpajo
mientras otros
han sido beneficiarios en la macabra balanza
de la nada y el
todo, nosotros
mi amor,
tendremos una
casa sencilla como el rocío
pequeña como
una bota
y seremos
felices sobre la tierra, hoy que nos ha llovido un poco,
tengo en la
boca este poema para que te abrace
estas palabras
que te saltan contentas mientras dejás por el suelo
esos piecitos
tuyos que me hacen humano
esa sombra de
vos parecida a un asunto impostergable
***
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