lunes, noviembre 11, 2013

¿SABES DONDE COMIENZA EL HIELO Y DONDE EL FUEGO?

 
 
*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell. Argentina
 
 
 
 
 
MUNDO CIRCULAR*
 
 
“En el círculo se confunden el principio y el fin”.
HERÁCLITO DE EFESO
 
 
¿Sabes donde comienza el hielo y donde el fuego?
Comenzaban a prenderse las fogatas.
La fecha indica que ya explota el verano.
Y es julio, agosto, enero y es verano.
 
 
Una mujer cierra los ojos bajo el sol de la siesta.
Se enciende.
Un hombre, en un planeta de papel apoya su frente en la ventana.
Se apaga.
 
La serpiente se desliza entre las piedras en busca de agua.
El agua huye buscando la sed de los cañaverales.
Y el viejo río pasa con su memoria a cuestas.
El hombre camina hacia el crepúsculo.
La mujer, montonera del alba, madura en su sazón.
La serpiente, el agua y la memoria se encuentran.
Mundo circular de siete lunas mansas.
Patria de yerbatales y de lumbres.
El hombre apoya su cabeza en los pechos verdes.
Comienzan a prenderse las fogatas.
 
 
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
¿SABES DONDE COMIENZA EL HIELO Y DONDE EL FUEGO?
 
 
 
 
 
 
 
GOTA DE LLUVIA*
 
 
 
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
 
 
Yo era un chico que miraba fascinado el mundo de los mayores.  No era raro que mis padres me llevaran con ellos a las pocas diversiones que asistían  en ese pueblo y en ese tiempo remoto, tanto que a veces  me aparece como un fogonazo artero, de vez en cuando en mi memoria el recuerdo de los bailes populares en el Huracán Foot Ball Club, de amoroso recuerdo de esos encuentros que hoy me parecen el colmo del esplendor y la luz rumorosa y alegre. De esos bailes quiero escribir aquí. Esos bailes que quedaron en un lugar querido del recuerdo, que a veces uno cree haber olvidado para siempre, hasta que algo lo enciende otra vez.
En este caso fue leyendo un cuento de Daniel Moyano: “El viejito del acordeón”, incluido en un libro con sus últimos trabajos que es para mí imprescindible como todo lo que a hecho este gran escritor. El libro de marras se llama “Un silencio de corcheas” y la edición es de 2010.
En este cuento que comienza “El viejito del acordeón era una polca muy popular en la Argentina de los años treinta”, narra magistralmente cómo su abuelo músico lo mandaba a oír los nuevos temas para incluirlos en su repertorio y como no sabía leer la partitura, apenas su nieto le repetía las notas con su silbido, él, su abuelo, la incorporaba en el acordeón para siempre.
Esta vez el narrador-niño refiere cómo busca ese nuevo tema.
“Un día fabuloso para mí me habló de un vals nuevo”, dice. Y renglones más abajo, prosigue:  “Mis tíos, que tenían casi veinte años y bigote, esperaban a sus novias apoyados en los postes de las altavoces la nueva música que transmitían. Consideré que el vals que había ido a esperar era la cita con la primera novia. Lo habían anunciado, en cuanto acabara la propaganda sonaría. Se llamaba “Gota de lluvia”. Y acá mi memoria se encendió.
Recordé haber hecho mención a este maravilloso vals en la versión de Héctor Varela, con sus cantores de entonces, Argentino Ledesma y Rodolfo Lesica. Recordé también haber escrito que la música de ese vals, me remonta irremediablemente a los años cincuenta y ocho, tal vez, o un poco antes, o un poco después. Recordé nítidamente que veía como en un sueño el baile, la pista del club con las baldosas rojas, a Carluncho Gerlo bailando con su novia en su impecable traje gris, de verano, porque esa era la estación de las reuniones al aire libre.
Recordé haber publicado ese texto en un libro de entonces y su alegría cuando lo había descubierto y su invitación a un vermut como los de antes, completo con su picada. Fue en las mesas que pone el conserje del club en la vereda.
-Para festejar y para agradecer, me dijo el amigo Carluncho Gerlo.
Y recuerdo un asado, años después, cuando la anécdota y el agradecimiento se reiteró en presencia de sus hijos –Claudio y Gerardo- que heredaron su amistad conmigo. Pero sucede que al leer el cuento de Moyano y tratar de releer mi texto donde recordaba el baile y el vals, simplemente no lo encontré. No supe de qué libro era. En los dos que podría haber estado no está.
Y sin embargo las dos referencias a los encuentros con el amigo Carluncho, son reales. No las he inventado podría jurar sin ningún temor a equivocarme.
En el próximo viaje al pueblo preguntaré a sus hijos que tal vez tengan el libro que me es esquivo o quizás el título, con el que me podría arreglar igual para no pensar que la literatura produce alucinaciones, o quizás este hermoso vals que tiene música de Féliz Lípesker y letra de Homero Manzi, nada menos, nunca  hubiera sido mencionado.
Y esta reconstrucción inesperada e involuntaria tiene una razón de ser: el rescate de aquellas reuniones sociales, de aquellos bailes que estaban puestos en un lugar de una sensibilidad ingenua pero no menos importante que otra, porque estaba instalada en un mundo que recién empezaba, esas reuniones tal vez estimuladas en su exteriorización por las radionovelas, las películas argentinas de los teléfonos blancos, los musicales de Hollywood, los radioteatros donde la grave voz de Oscar Casco repetía por los micrófonos de Radio El Mundo a una también joven Hilda Bernard.
-¡Mamarrachito mío!
Y los guiones tal vez fueran de Abel Santa Cruz o Alberto Migré.
Todo esto no eludía tal vez cursilería, a la que no temo cuando es auténtica y que merece ser rescatada. También para la gente más humilde, entre las cuales estaba mi familia que se sacaban el sudor de las cosechas y por un momento imprescindible soñaban con un mundo más perfecto, como son siempre mejoradas las ilusiones y sobre todo es un homenaje a la memoria del querido amigo Carluncho Gerlo, para que siga girando maravillosamente al compás del valsecito “Gota de lluvia”, eternamente por todo los tiempos.
Cuando ya no queda ni la pista de las baldosas rojas, ni mi niñez, ni los sueños de aquella gente que trabajó  y sudó y amó y sufrió y un día cualquiera se fue para siempre.
Y lo único que queda sobre esta tierra es la maravillosa música y la no menos maravillosa letra del vals “Gota de lluvia”, sonando imbatible para siempre.
 
 
 
 
 
 
 
 
AVENTURA EN EL MAR*
 
 
 
Stefencito decidió fugarse de casa de sus padres y cruzar los mares para descubrir nuevos horizontes. Todo iba muy bien hasta que se desató una tormenta que agitó el océano poblándolo de olas gigantescas.
 
Totalmente empapado y respirando con dificultad debido a la marejada pudo ver, entre la bruma, a un monstruo gigantesco armado con lo que parecía ser un enorme pico. Con un esfuerzo se agarró a la borda intentando mantener el equilibrio y vislumbrar la naturaleza de la aparición, pero ésta ya se había sumergido bajo las aguas. Entre dos enormes olas vislumbró una especie de ballenato que se dirigía contra él, con ánimos de arremeter contra el barco, pero en el último momento se sumergió antes de que se produjera el impacto.
 
El niño estaba asustado pero su carácter aventurero le mantenía en la lucha contra los elementos. Pareció que no habría más sobresaltos pero cuando llevaba navegado cerca de media hora le sorprendió un enorme remolino que amenazaba con tragárselo. Todo empezó a girar con la fuerza de la corriente y  el enorme remolino, como si de un imán se tratara, atraía hacia su centro todo lo que había a su alrededor. El nivel del océano iba descendiendo peligrosamente, la corriente era cada vez más rápida y el fondo del océano se acercaba a toda velocidad. En el último momento el agua desapareció del todo y quedaron en el suelo del océano haciendo compañía al niño, la esponja y un patito de goma amarillo.
 
- Stefencito, termina ya de bañarte que vas a salir arrugado - gritó mamá Plumkier desde la cocina.
 
 
 
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Era todo muy extraño y en la oscuridad no se distinguía qué era lo que emitía ese gemido parecido al de una tuba que alguien soplara desde un risco en medio de la noche. Ese llanto largo, sin espasmos, que no paraba de sonar, como un llamado o un aviso. Todos se iban reuniendo en el borde del acantilado, en pequeños grupos, acercando las cabezas para murmurar suposiciones que eran diferentes de grupo en grupo y de momento a momento. Era un pueblo pequeño, sobrevivían con la pesca, que no era demasiado abundante, pero estaban tan acostumbrados a sus pequeñas vidas iguales que no se quejaban, ni les parecía injusto. Cada tanto, alguien nacía, lo cual se festejaba con una pequeña fiesta en la que se comía el pescado cocinado tradicionalmente y se bebía un vino suave que preparaban con los frutos que recogían en las zonas altas. Cada tanto alguien moría y el ritual era básicamente el mismo. Luego que asistían al entierro donde el más anciano recitaba oraciones ya conocidas hasta por los niños, se dirigían a las mesas que habían dejado preparadas y comían los mismos platos de pescado y bebían el mismo vino. La vida y la muerte no estaban diferenciadas en el ceremonial. Pero esa noche sucedía algo distinto. Ese gemido interminable que surgía en la noche y se perdía en el agua, estaba provocándoles un estado de inquietud muy cercano al miedo. Primero pensaron en un animal herido, pero luego de buscar por todas partes, eliminaron esa posibilidad. Además el sonido tenía algo del llanto de un ser humano llamando a otro ser humano. No estaban acostumbrados al misterio. Sus vidas eran repeticiones cotidianas. Estaban desconcertados y a medida que pasaban las horas, temerosos. Comenzaron a recordar viejas leyendas oídas a los ya idos, leyendas muy viejas que hablaban de seres extraños que aparecían en las noches sin luna.
Cuando amaneció, el llamado fue decreciendo y cuando el cielo se iluminó de rosa oscuro desapareció. Pero a la noche, cuando todos estaban en sus casas en el final de la jornada, comenzó nuevamente. Ya no les provocaba curiosidad. Era simplemente miedo lo que tenían. Las madres apretaban a sus hijos contra ellas, los hombres tenían esa expresión que les era propia cuando enfrentaban los peligros del mar. Volvieron al borde del acantilado. Ahora no murmuraban. Todo era silencio, salvo el sonar angustiado en la noche.
Pasaron tres días. No habían vuelto a salir al mar. Sólo esperaban. Cuando se apagó el atardecer, cuando todos estaban ya sentados esperando, cuando la oscuridad se extendió sobre ellos y empezó el llamado, desde el agua se vio emerger una luz, primero tenue y luego cada vez más intensa, hasta envolverlo todo en un solo fuego blanco que acudía a unirse al que lo buscaba. Hubo un estallar de colores, la luz y el sonido unidos, que duró un momento. Luego todo desapareció y ellos quedaron entregados nuevamente a su grisura. A la mañana siguiente, todas las barcas salieron al mar.
 
 
*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy
 
 
 
 
 
 
 
 
De pronto abrir los ojos*
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
 
 
 
Yo no sé por qué vivo
la vida de este otro
que se parece a mí,
que habla como yo hablo
y ríe como río
pero que no es (¿soy?) yo
 
si sería tan fácil
saltar, abrir los ojos,
atravesar la línea...
de pronto abrir los ojos
a esa otra realidad
que yo sé que está ahí
pero que no distingo
perdido entre estas calles
que parecen tan sólidas
confinado a estas ropas
cautivo de este cuerpo
que me ahoga y contiene,
anclado
a la expresión idiota de mi rostro
que mira una pantalla
donde bailan las sombras de otras gentes
que,
lo mismo que yo
tampoco existen.
 
 
*De Por si mañana no amanece
-Sergio Borao Llop, publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks Literatúrame!
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Soufflé de salmón*
 
 
Se baten las claras, esa nada o casi, que crece y crece hasta llegar a ser la nieve que buscamos. Al menor descuido puede desmoronarse y mostrar la líquida desnudez en lugar de la gloria. ¿Será una forma de enseñarnos a cuidar lo sutil?
Se procesa el salmón con vetas de humo, un capricho rosado. Se bate la crema, otro ser vivo que crece al ritmo de las manos. Pimienta y sal mientras se unen con suavidad los ingredientes. Después de llenar los moldes se lleva al horno moderado donde se alza la mezcla.
Todos sabemos que hay que comerlo en el momento justo, antes de la caída.
Se adorna con flores de tomate y rizomas de caviar.
 
Para usar las yemas, de postre sambayón.
 
Perfume italiano, la música de Bella Ciau acompañan secretos y confidencias.
 
El café con cascaritas de naranja abrillantadas parece poner el toque de cierta amarga oscuridad a la desmesura de la luz.
 
 
 
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
NACIMIENTO*
 
 
Una grieta en el tiempo.
Santa Fe, 1945
 
 
Aquellos que vagaron
que anduvieron
los yermos territorios de la arena
antes de ser mi rostro en los espejos
antes de ser el viento de mi angustia
aquellos que inscribieron
en mi sangre
toda la insurrección de su memoria
desgreñada
sedienta
malherida
por torbellinos de espirales mudas
buscaron
en los dédalos del tiempo
un resquicio
una huella
un novilunio
una grieta sin nombre ni presagios
un vestigio fugaz
una hendedura
que permitiera el paso de mi sombra
mientras Junio procreaba
entre la hierba
sucias centurias de cristales rotos
ante el párpado
seco
de la luna
y se quebraba
como espiga plena
el desnudo rubor de tu cintura.
 
 
*De NORMA SEGADES-MANIAS.
 
 
 
 
 
 
PARALELAS*
 
 
Geometrilandia es una ciudad muy triste. Por disposición de vaya a saber qué poderoso personaje del pasado, las líneas que allí habitan están obligadas a desplegar sus angostas existencias en la misma dirección y en el mismo sentido. Como nadie se atreve a violentar precepto tan celosamente guardado durante años, no es posible hallar en toda la ciudad ningún tipo de figura.
En medio de este aburrido panorama de uniformidad hay, sin embargo, quienes sueñan aún con el día en que las líneas se decidan al fin a dejar de lado tanta rigidez y se entrelacen alegremente unas con otras para formar curvas y quebradas. Si esta gloriosa sublevación llegara alguna vez a acontecer, una multitud feliz de círculos y rombos flotaría gozosa esa mañana sobre las chimeneas. Los hexágonos y los trapecios se hamacarían sonrientes en los árboles, los rectángulos y equiláteros brotarían por doquier y el cielo sería un desparramo fenomenal de curiosas espirales, elegantes elipses y graciosos escalenos. La vida de la ciudad se tornaría incomparablemente más bella.
Pero por el momento semejante alteración de las cosas no es posible. Sea por miedo, ignorancia o conveniencia, la mayoría de las líneas son sumisas y nunca cuestionan su patética rectitud, llevando de este modo gran desconsuelo a las otras, las líneas soñadoras, ésas que en las tardes nubladas lloran en silencio su ingrato destino de eternas paralelas, solitarias infinitas, condenadas a no tocarse jamás.
 
 
*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Me desperezo
despedazo
despacito
en fragmentos
pequeñitos
pequeñeces quedan dentro
frialdades
se evaporan
en el aire
las obligo
en el desperezo
a dejarme
en liviana
libertad
 
 
*De Paz Bongiovanni. pazbongio@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
***
 
 
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