*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell.
Argentina
MUNDO CIRCULAR*
“En el círculo
se confunden el principio y el fin”.
HERÁCLITO DE
EFESO
¿Sabes donde
comienza el hielo y donde el fuego?
Comenzaban a
prenderse las fogatas.
La fecha indica
que ya explota el verano.
Y es julio,
agosto, enero y es verano.
Una mujer
cierra los ojos bajo el sol de la siesta.
Se enciende.
Un hombre, en
un planeta de papel apoya su frente en la ventana.
Se apaga.
La serpiente se
desliza entre las piedras en busca de agua.
El agua huye
buscando la sed de los cañaverales.
Y el viejo río
pasa con su memoria a cuestas.
El hombre
camina hacia el crepúsculo.
La mujer,
montonera del alba, madura en su sazón.
La serpiente,
el agua y la memoria se encuentran.
Mundo circular
de siete lunas mansas.
Patria de
yerbatales y de lumbres.
El hombre apoya
su cabeza en los pechos verdes.
Comienzan a
prenderse las fogatas.
¿SABES
DONDE COMIENZA EL HIELO Y DONDE EL FUEGO?
GOTA DE LLUVIA*
*Por Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Yo era un chico que miraba
fascinado el mundo de los mayores. No era raro que mis padres me llevaran
con ellos a las pocas diversiones que asistían en ese pueblo y en ese
tiempo remoto, tanto que a veces me aparece como un fogonazo artero, de
vez en cuando en mi memoria el recuerdo de los bailes populares en el Huracán
Foot Ball Club, de amoroso recuerdo de esos encuentros que hoy me parecen el
colmo del esplendor y la luz rumorosa y alegre. De esos bailes quiero escribir
aquí. Esos bailes que quedaron en un lugar querido del recuerdo, que a veces
uno cree haber olvidado para siempre, hasta que algo lo enciende otra vez.
En este caso fue leyendo un
cuento de Daniel Moyano: “El viejito del acordeón”, incluido en un libro con
sus últimos trabajos que es para mí imprescindible como todo lo que a hecho
este gran escritor. El libro de marras se llama “Un silencio de corcheas” y la
edición es de 2010.
En este cuento que comienza “El
viejito del acordeón era una polca muy popular en la Argentina de los años
treinta”, narra magistralmente cómo su abuelo músico lo mandaba a oír los
nuevos temas para incluirlos en su repertorio y como no sabía leer la
partitura, apenas su nieto le repetía las notas con su silbido, él, su abuelo,
la incorporaba en el acordeón para siempre.
Esta vez el narrador-niño
refiere cómo busca ese nuevo tema.
“Un día fabuloso para mí me
habló de un vals nuevo”, dice. Y renglones más abajo, prosigue: “Mis
tíos, que tenían casi veinte años y bigote, esperaban a sus novias apoyados en
los postes de las altavoces la nueva música que transmitían. Consideré que el
vals que había ido a esperar era la cita con la primera novia. Lo habían
anunciado, en cuanto acabara la propaganda sonaría. Se llamaba “Gota de
lluvia”. Y acá mi memoria se encendió.
Recordé haber hecho mención a
este maravilloso vals en la versión de Héctor Varela, con sus cantores de
entonces, Argentino Ledesma y Rodolfo Lesica. Recordé también haber escrito que
la música de ese vals, me remonta irremediablemente a los años cincuenta y
ocho, tal vez, o un poco antes, o un poco después. Recordé nítidamente que veía
como en un sueño el baile, la pista del club con las baldosas rojas, a Carluncho
Gerlo bailando con su novia en su impecable traje gris, de verano, porque esa
era la estación de las reuniones al aire libre.
Recordé haber publicado ese
texto en un libro de entonces y su alegría cuando lo había descubierto y su
invitación a un vermut como los de antes, completo con su picada. Fue en las
mesas que pone el conserje del club en la vereda.
-Para festejar y para agradecer,
me dijo el amigo Carluncho Gerlo.
Y recuerdo un asado, años
después, cuando la anécdota y el agradecimiento se reiteró en presencia de sus
hijos –Claudio y Gerardo- que heredaron su amistad conmigo. Pero sucede que al
leer el cuento de Moyano y tratar de releer mi texto donde recordaba el baile y
el vals, simplemente no lo encontré. No supe de qué libro era. En los dos que
podría haber estado no está.
Y sin embargo las dos
referencias a los encuentros con el amigo Carluncho, son reales. No las
he inventado podría jurar sin ningún temor a equivocarme.
En el próximo viaje al pueblo
preguntaré a sus hijos que tal vez tengan el libro que me es esquivo o quizás
el título, con el que me podría arreglar igual para no pensar que la literatura
produce alucinaciones, o quizás este hermoso vals que tiene música de Féliz
Lípesker y letra de Homero Manzi, nada menos, nunca hubiera sido
mencionado.
Y esta reconstrucción inesperada
e involuntaria tiene una razón de ser: el rescate de aquellas reuniones
sociales, de aquellos bailes que estaban puestos en un lugar de una
sensibilidad ingenua pero no menos importante que otra, porque estaba instalada
en un mundo que recién empezaba, esas reuniones tal vez estimuladas en su
exteriorización por las radionovelas, las películas argentinas de los teléfonos
blancos, los musicales de Hollywood, los radioteatros donde la grave voz de
Oscar Casco repetía por los micrófonos de Radio El Mundo a una también joven
Hilda Bernard.
-¡Mamarrachito mío!
Y los guiones tal vez fueran de
Abel Santa Cruz o Alberto Migré.
Todo esto no eludía tal vez
cursilería, a la que no temo cuando es auténtica y que merece ser rescatada.
También para la gente más humilde, entre las cuales estaba mi familia que se
sacaban el sudor de las cosechas y por un momento imprescindible soñaban con un
mundo más perfecto, como son siempre mejoradas las ilusiones y sobre todo es un
homenaje a la memoria del querido amigo Carluncho Gerlo, para que siga
girando maravillosamente al compás del valsecito “Gota de lluvia”, eternamente
por todo los tiempos.
Cuando ya no queda ni la pista
de las baldosas rojas, ni mi niñez, ni los sueños de aquella gente que
trabajó y sudó y amó y sufrió y un día cualquiera se fue para siempre.
Y lo único que queda sobre esta
tierra es la maravillosa música y la no menos maravillosa letra del vals “Gota
de lluvia”, sonando imbatible para siempre.
AVENTURA EN EL
MAR*
Stefencito
decidió fugarse de casa de sus padres y cruzar los mares para descubrir nuevos
horizontes. Todo iba muy bien hasta que se desató una tormenta que agitó el
océano poblándolo de olas gigantescas.
Totalmente
empapado y respirando con dificultad debido a la marejada pudo ver, entre la
bruma, a un monstruo gigantesco armado con lo que parecía ser un enorme pico.
Con un esfuerzo se agarró a la borda intentando mantener el equilibrio y
vislumbrar la naturaleza de la aparición, pero ésta ya se había sumergido bajo
las aguas. Entre dos enormes olas vislumbró una especie de ballenato que se
dirigía contra él, con ánimos de arremeter contra el barco, pero en el último
momento se sumergió antes de que se produjera el impacto.
El niño estaba
asustado pero su carácter aventurero le mantenía en la lucha contra los
elementos. Pareció que no habría más sobresaltos pero cuando llevaba navegado
cerca de media hora le sorprendió un enorme remolino que amenazaba con
tragárselo. Todo empezó a girar con la fuerza de la corriente y el enorme
remolino, como si de un imán se tratara, atraía hacia su centro todo lo que
había a su alrededor. El nivel del océano iba descendiendo peligrosamente, la
corriente era cada vez más rápida y el fondo del océano se acercaba a toda
velocidad. En el último momento el agua desapareció del todo y quedaron en el
suelo del océano haciendo compañía al niño, la esponja y un patito de goma
amarillo.
- Stefencito,
termina ya de bañarte que vas a salir arrugado - gritó mamá Plumkier desde la
cocina.
*De Joan
Mateu. joan@cimat.es
*
Era todo muy
extraño y en la oscuridad no se distinguía qué era lo que emitía ese gemido
parecido al de una tuba que alguien soplara desde un risco en medio de la
noche. Ese llanto largo, sin espasmos, que no paraba de sonar, como un llamado
o un aviso. Todos se iban reuniendo en el borde del acantilado, en pequeños
grupos, acercando las cabezas para murmurar suposiciones que eran diferentes de
grupo en grupo y de momento a momento. Era un pueblo pequeño, sobrevivían con
la pesca, que no era demasiado abundante, pero estaban tan acostumbrados a sus
pequeñas vidas iguales que no se quejaban, ni les parecía injusto. Cada tanto,
alguien nacía, lo cual se festejaba con una pequeña fiesta en la que se comía
el pescado cocinado tradicionalmente y se bebía un vino suave que preparaban
con los frutos que recogían en las zonas altas. Cada tanto alguien moría y el
ritual era básicamente el mismo. Luego que asistían al entierro donde el más
anciano recitaba oraciones ya conocidas hasta por los niños, se dirigían a las
mesas que habían dejado preparadas y comían los mismos platos de pescado y
bebían el mismo vino. La vida y la muerte no estaban diferenciadas en el
ceremonial. Pero esa noche sucedía algo distinto. Ese gemido interminable que
surgía en la noche y se perdía en el agua, estaba provocándoles un estado de
inquietud muy cercano al miedo. Primero pensaron en un animal herido, pero
luego de buscar por todas partes, eliminaron esa posibilidad. Además el sonido
tenía algo del llanto de un ser humano llamando a otro ser humano. No estaban
acostumbrados al misterio. Sus vidas eran repeticiones cotidianas. Estaban
desconcertados y a medida que pasaban las horas, temerosos. Comenzaron a
recordar viejas leyendas oídas a los ya idos, leyendas muy viejas que hablaban
de seres extraños que aparecían en las noches sin luna.
Cuando
amaneció, el llamado fue decreciendo y cuando el cielo se iluminó de rosa
oscuro desapareció. Pero a la noche, cuando todos estaban en sus casas en el
final de la jornada, comenzó nuevamente. Ya no les provocaba curiosidad. Era
simplemente miedo lo que tenían. Las madres apretaban a sus hijos contra ellas,
los hombres tenían esa expresión que les era propia cuando enfrentaban los
peligros del mar. Volvieron al borde del acantilado. Ahora no murmuraban. Todo
era silencio, salvo el sonar angustiado en la noche.
Pasaron tres
días. No habían vuelto a salir al mar. Sólo esperaban. Cuando se apagó el
atardecer, cuando todos estaban ya sentados esperando, cuando la oscuridad se
extendió sobre ellos y empezó el llamado, desde el agua se vio emerger una luz,
primero tenue y luego cada vez más intensa, hasta envolverlo todo en un solo
fuego blanco que acudía a unirse al que lo buscaba. Hubo un estallar de
colores, la luz y el sonido unidos, que duró un momento. Luego todo desapareció
y ellos quedaron entregados nuevamente a su grisura. A la mañana siguiente,
todas las barcas salieron al mar.
*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy
De pronto abrir
los ojos*
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
Yo no sé por
qué vivo
la vida de este
otro
que se parece a
mí,
que habla como
yo hablo
y ríe como río
pero que no es
(¿soy?) yo
si sería tan
fácil
saltar, abrir
los ojos,
atravesar la
línea...
de pronto abrir
los ojos
a esa otra
realidad
que yo sé que
está ahí
pero que no
distingo
perdido entre
estas calles
que parecen tan
sólidas
confinado a
estas ropas
cautivo de este
cuerpo
que me ahoga y
contiene,
anclado
a la expresión
idiota de mi rostro
que mira una
pantalla
donde bailan
las sombras de otras gentes
que,
lo mismo que yo
tampoco
existen.
*De Por si
mañana no amanece
-Sergio Borao Llop, publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks
Literatúrame!
Soufflé de
salmón*
Se baten las
claras, esa nada o casi, que crece y crece hasta llegar a ser la nieve que
buscamos. Al menor descuido puede desmoronarse y mostrar la líquida desnudez en
lugar de la gloria. ¿Será una forma de enseñarnos a cuidar lo sutil?
Se procesa el
salmón con vetas de humo, un capricho rosado. Se bate la crema, otro ser vivo
que crece al ritmo de las manos. Pimienta y sal mientras se unen con suavidad
los ingredientes. Después de llenar los moldes se lleva al horno moderado donde
se alza la mezcla.
Todos sabemos
que hay que comerlo en el momento justo, antes de la caída.
Se adorna con
flores de tomate y rizomas de caviar.
Para usar las
yemas, de postre sambayón.
Perfume
italiano, la música de Bella Ciau acompañan secretos y confidencias.
El café con
cascaritas de naranja abrillantadas parece poner el toque de cierta amarga
oscuridad a la desmesura de la luz.
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
NACIMIENTO*
Una grieta en
el tiempo.
Santa Fe, 1945
Aquellos que
vagaron
que anduvieron
los yermos
territorios de la arena
antes de ser mi
rostro en los espejos
antes de ser el
viento de mi angustia
aquellos que
inscribieron
en mi sangre
toda la
insurrección de su memoria
desgreñada
sedienta
malherida
por torbellinos
de espirales mudas
buscaron
en los dédalos
del tiempo
un resquicio
una huella
un novilunio
una grieta sin
nombre ni presagios
un vestigio
fugaz
una hendedura
que permitiera
el paso de mi sombra
mientras Junio
procreaba
entre la hierba
sucias
centurias de cristales rotos
ante el párpado
seco
de la luna
y se quebraba
como espiga
plena
el desnudo
rubor de tu cintura.
*De NORMA
SEGADES-MANIAS.
PARALELAS*
Geometrilandia
es una ciudad muy triste. Por disposición de vaya a saber qué poderoso
personaje del pasado, las líneas que allí habitan están obligadas a desplegar
sus angostas existencias en la misma dirección y en el mismo sentido. Como
nadie se atreve a violentar precepto tan celosamente guardado durante años, no
es posible hallar en toda la ciudad ningún tipo de figura.
En medio de
este aburrido panorama de uniformidad hay, sin embargo, quienes sueñan aún con
el día en que las líneas se decidan al fin a dejar de lado tanta rigidez y se
entrelacen alegremente unas con otras para formar curvas y quebradas. Si esta
gloriosa sublevación llegara alguna vez a acontecer, una multitud feliz de
círculos y rombos flotaría gozosa esa mañana sobre las chimeneas. Los hexágonos
y los trapecios se hamacarían sonrientes en los árboles, los rectángulos y
equiláteros brotarían por doquier y el cielo sería un desparramo fenomenal de
curiosas espirales, elegantes elipses y graciosos escalenos. La vida de la
ciudad se tornaría incomparablemente más bella.
Pero por el
momento semejante alteración de las cosas no es posible. Sea por miedo,
ignorancia o conveniencia, la mayoría de las líneas son sumisas y nunca
cuestionan su patética rectitud, llevando de este modo gran desconsuelo a las
otras, las líneas soñadoras, ésas que en las tardes nubladas lloran en silencio
su ingrato destino de eternas paralelas, solitarias infinitas, condenadas a no
tocarse jamás.
*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
*
Me desperezo
despedazo
despacito
en fragmentos
pequeñitos
pequeñeces
quedan dentro
frialdades
se evaporan
en el aire
las obligo
en el desperezo
a dejarme
en liviana
libertad
***
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