*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
FRENTE AL
PORTAL*
La noche
disuelve el silencio,
ese blanco
refugio sin cesura
que abraza como
manto tibio
y sin pedir
retribución
se convierte en
amparo
que ahuyenta
los misterios.
Allí el
universo me protege,
como madre
destruye todo límite
y me deja soñar
sobre la hierba.
Busco un lugar
en el cielo
donde pueda mi
alma refugiarse
y recrear un
mundo ilusorio
con nuevas
búsquedas e ideales.
No será el fin,
será el principio
sin
imposiciones ni ataduras,
en libertad
total hacia el presente,
en vuelo en
plenitud y sin regreso…
*De Emilse
Zorzut. zorzutemilce@gmail.com
EL HORIZONTE ES UN OJO QUE SE INCRUSTA EN SU PECHO…
MI RAMA VIRGEN (II)*
Mía soy señor.
Mía. De piel desposeída.
Levante las
sábanas que cubren mi cuerpo.
Desnúdeme de
escamas.
Como a un
lagarto, una víbora.
Ingrese al
laberinto de mi cuerpo.
Cruce mis siete
mares.
Levante mis
uñas y escudriñe.
Despójeme de
rostros que no me pertenecen.
Déme nombre, de
su pupila, la más pura.
Mírese en la
claridad de mis oscuros pozos.
Libéreme de
ritos y conjuros.
Descifre el
anagrama de viejas cicatrices.
Encuéntreme en
los senos caídos de su madre.
Busque en mi
boca el testamento extranjero de su padre.
Abra mis
ventanas como si fuera la casa de su infancia.
Sigilosamente,
en puntillas, bese mi casta frente.
Llore sobre sus
pobres huesos, y los míos.
Tenga piedad de
sus antiguas bestias.
De las mías. De
todos los que amó u odió.
Vístase con su
piel de simio, casi humano.
Mi señor, mía
soy, de ley escrita.
Si puede
entender:
Que en cada
recoveco tengo un hueco.
Que no he sido,
ni seré bautizada.
Si encuentra el
prisma llamado corazón
Si entra en el
laberinto del espejo.
Si puede
acercarse con su agüita,
Consagrar mi
rama virgen.
Y renacerme.
Reverdecerme. Purificarme.
Recién
entonces, mi señor, poséame.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
Reyes magos*
*De Antonio
Dal Masetto.
Las fiestas de
fin de año siempre las pasamos en casa de mi hermana, en Salto. Nos reunimos
todos, abuela, hijos y nietos. Después de cenar, después de la sobremesa,
acostumbro sentarme afuera, solo, en un banco de madera, en el jardincito del
frente de la casa que da a la calle. Me llevo una botella y me quedo horas. Me
gusta escuchar cómo los rumores del pueblo se van aquietando y luego
abandonarme al silencio y mirar el cielo estrellado sobre los oscuros árboles
quietos.
Desde el banco
donde estoy sentado, si dejo la puerta abierta, puedo ver en el living el
pesebre que mi hermana arma cada año. Pequeño, ocupa poco espacio en un rincón.
El pesebre: proyección de un hábito que nos viene desde la niñez. Y tiene sabor
a eso, a niñez. El detalle curioso es que las estatuillas de yeso son
precisamente las mismas de nuestra niñez. Esas estatuillas viajaron con
nosotros en el barco que nos trajo a América. Es increíble que se hayan
conservado tantos años. Esto es mérito de mi hermana. Pasadas las fiestas, las
envuelve con cuidado y las guarda en una caja, bien protegidas, hasta la
Navidad siguiente. Por lo tanto ahí están, las mismas de entonces, el pastor
con sus ovejas, el pescador con la caña al hombro, el montañés que toca la
zampoña, la mujer que lleva un ganso en los brazos, el leñador con su hacha y
la carga de ramas. Y por supuesto el niño, María y José. Y los tres Reyes
Magos.
Cuando yo era
chico las figuras que me interesaban y me atraían no eran ni el niño ni María
ni José. Estas no me transmitían nada. No les veía nada especial. Sentía que
eran gente como uno. Como mi padre, mi madre, como cualquier recién nacido. En
cambio los Reyes Magos me deslumbraban, me inquietaban. Esos sí que eran
personajes misteriosos, tenían luz propia, trascendían su diminuta estatura de
yeso, venían de lejos, de países desconocidos, de Oriente, los guiaba una
estrella, traían regalos preciosos, mirra, incienso, oro. Un vago eco de ese
misterio todavía resuena en mí cuando me detengo un segundo a mirarlos en el
pequeño pesebre del rincón del living.
También este
año fui a sentarme en el banco del jardincito del frente y dejé que el tiempo
pasara y me perdí en divagaciones que me llevaron lejos. Tal vez estuviese
próximo el amanecer porque se insinuaba una vaga claridad en el horizonte
cuando los vi aparecer. Los tres Reyes Magos. En el cielo. Venían desde la
derecha, altos por encima de las casas. Iban uno detrás de otro, en fila india,
ni muy cerca ni muy distanciados, encorvados, lentos, como si arrastraran un
gran peso. Y su ropaje no era el que yo le conocía. Se los veía de aspecto más
bien miserable.
Me pregunté
hacia adónde se dirigían, en qué dirección iban. Tuve la impresión de que en
ninguna dirección. No se los notaba para nada seguros, más bien parecían
extraviados. Iban hacía adelante, eso sí, con esfuerzo y obstinación, era lo
único que uno hubiese podido decir de ellos.
La palabra que
se me ocurrió para describirlos fue cansancio. Se los veía cansados. Quizá
cansados de su tarea rutinaria y del espectáculo de violencia y muerte que
desde hace dos mil años fueron encontrando en su viaje sin fin. Cansados de
atravesar un mundo que siempre está ardiendo y desangrándose en alguna parte.
Tal vez cansados, desilusionados, de ir a adorar cada año al salvador de la
humanidad, de quien, pese al gran sacrificio, pese a los muchos esfuerzos que
pudiera haber realizado, hasta ahora no llegó ninguna señal alentadora.
Los tres Reyes
Magos pasaron allá arriba frente a mí y luego llegaron hasta donde calculé que
se acababan las casas del pueblo y comenzaban los campos, cruzando el río, y
todavía durante un buen rato pude seguir su desplazamiento trabajoso, penoso,
por encima de la tierra avergonzada.
-Publicado en
Página/12 el 18-02-2003.
CUADRATURA DE LA
ESPERA*
La mujer se
resquebraja en besos.
Se agrieta. Se
abre. Es barro. Pedernal .Solario.
La nostalgia es
una línea inquieta que transita su cuerpo....
La recorre. La
cerca. La circunda.
Toca su pecho
izquierdo. La estremece. La agita.
El horizonte es
un ojo que se incrusta en su pecho
En su boca de
durazno partido
Los brazos
defienden lejanías.
Cuadratura de
la espera.
Tibio abrazo y
sangre adolescente.
Jinetes sin
cabeza. Epitafios de flechas que la habitan.
Y los
pies…pasos quietos que esperan:
Crucifico de
rosas arrancadas. Furiosos vientos.
Toros y
caballos desbocados.
Y la mano Ah,
la mano del hombre!
La mano
universal. Madre, nana, infancia desandada.
Arcanas voces
llaman. Padre.
Y se abraza a
la música .Como si fuera un niño.
Un amante. Un
pájaro con forma de corchea.
Y la envuelven
caricias musicales.
Ocultas.
Secretas. Impenetrables.
Y se prenden de
sus pechos, y allí quedan.
La mujer abre
las piernas. Aova.
Y arde en
milagro de barro. Arde.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
Nadar va en
globo al cielo*
*Por Juan
Forn
Los ingleses
fundaron un año antes que los franceses la Sociedad de Aeronautas, pero sus
miembros eran todos monárquicos y conservadores, rancia estirpe: viajar en
globo no era una aventura para ellos, era un mero pasatiempo, como la caza, el
cielo como coto propio (“Sabía que Inglaterra era larga y era ancha, pero no
sabía que era tan alta”, dijo la duquesa de Argyll cuando subió por primera vez
en globo). En Francia, en cambio, el que logró reunir a todos los apasionados
de la conquista del aire era un noctámbulo plebeyo y antimonárquico, razón por
la cual la Sociedad de Aeronautas francesa tuvo como padrinos a Victor Hugo,
George Sand, Offenbach y Julio Verne, y entre sus fervientes partidarios a
Baudelaire, Gérard de Nerval y los demás cinco mil amigos que decía tener
Gaspard Félix Tournachon, más conocido como Nadar.
Uno lee Nadar y
dice: el fotógrafo, por supuesto; pero lo de la fotografía fue un mero
accidente en su vida. Lo que a él lo desvelaba era volar. Por eso creó la
Sociedad de Aeronautas francesa, que en realidad era la unión de dos asociaciones
distintas: la del Estímulo a las Máquinas Más Livianas que el Aire y la del
Fomento a las Máquinas Más Pesadas que el Aire. Nadar formaba parte de las dos:
“A una pertenezco con la cabeza, a la otra con el corazón”. Victor Hugo
prefería ponerlo así: “Un globo es como una hermosa nube derivando por el
cielo, pero lo que necesita la humanidad es un equivalente mecánico de ese
desafío a la ley de gravedad llamado pájaro. Para controlar el aire, hay que
ser más pesado que el aire” (una de las cosas más lindas de volar en globo era
que, allá en el cielo, la única manera de saber si seguían subiendo o no era
arrojar un puñado de plumas por la borda y ver si flotaban hacia abajo o hacia
arriba).
Nadar entendía
así la bohemia: “Ser bohemio es fácil; se trata de ser bohemio
científicamente”. Antes de la Sociedad de Aeronautas había creado el Club de
los Bebedores de Agua, que imponía a sus miembros una jornada abstemia por
quincena, para que los efectos acumulados de la borrachera no arruinaran nunca
la conversación (Nerval, Baudelaire y el dibujante Daumier eran miembros del
club). Nadar era por entonces el segundo mejor caricaturista de París, detrás
de Daumier, y Daumier no era precisamente rico, pero Nadar necesitaba
enriquecerse a toda costa para hacer realidad el sueño que tenía desde que los
hermanos Godard lo llevaron por primera vez a pasear en globo: tener el suyo
propio, y volar más alto y más lejos que ninguno. Iba a llamarlo El Gigante,
iban a ser dos kilómetros de seda y cuerdas y un impresionante habitáculo de
mimbre de dos pisos, en el que entrarían “veinte personas cómodas, o cuarenta y
cinco soldados”. Napoleón III se interesó en el proyecto y ofreció el dinero,
pero El Gigante debía ser tan republicano como su dueño, y Nadar rechazó la
oferta.
Su plan para
hacerse rico fue imprimir y vender una lámina gigante con todos los personajes
de la bohemia de París dibujados por él; pero la lámina fue prohibida por
“incitación a la disipación”, de manera que Nadar pasó de la cárcel al plan B:
casarse. Con la dote de la novia pagó la fianza, llevó a la bella Ernestine dos
noches a Fontainebleu y puso en marcha la construcción de El Gigante, además de
comprar un equipo fotográfico que le ofrecieron a precio de remate. La
fotografía podía ponerse de moda, pensó Nadar, si los retratos se hacían en
copias pequeñas y se le vendían por docena al fotografiado. Así que puso a su
hermano al frente del estudio fotográfico; y como, por supuesto, seguía
viéndose con sus cinco mil amigos, pero ya no podía invitarlos a casa, pasó a
recibirlos en el estudio, y allí lo pudo su proverbial curiosidad: un día sacó
al patio la máquina de fotos, sentó allí a uno de sus amigos y lo retrató,
después probó con otro y otro más y, cuando mostró los resultados, todos los
demás quisieron su retrato, porque algo asombroso ocurría en esas fotos: Nadar
no usaba decorados ni disfraces (como todos los demás retratistas, fueran
pintores o fotógrafos), no hacía posar al retratado, ni retocaba la foto
después; se concentraba en la cara, en la expresión, esperaba a que la luz se
acomodara a su gusto y lograba sacar a la luz el alma del retratado.
De la noche a
la mañana, todo París quiso ser fotografiado por Nadar, pero él tenía otros
planes: El Gigante estaba listo. De sus primeros vuelos volvió con fotos aéreas
de la ciudad en las que se veían tan nítidamente los techos y los cruces de
esquinas como las caras de los transeúntes por la calle mirando hacia el cielo.
Pero lo que Nadar quería era volar más alto y más lejos que nadie, y anunció
que El Gigante volaría hasta Moscú. Alcanzó a llegar hasta Hannover. Igual un
record, pero el aterrizaje fue no sólo forzoso sino casi fatal también: una
locomotora terminó cortando las cuerdas y desgarrando la seda del Gigante, la
hermosa casilla de mimbre de dos pisos quedó destrozada, los pasajeros saltaron
antes y se salvaron por un pelo, Nadar se quebró un brazo y su esposa Ernestine
se rompió la clavícula y las dos piernas y quedó traumada de por vida: no podía
ni mirar hacia el cielo cuando la sacaban al jardín.
Para evitar la
quiebra, Nadar debió volver a su estudio y satisfacer el clamor del tout París
por ser fotografiado. Encaró el asunto operativamente: la fachada de su nuevo
estudio (de tres pisos de altura) era toda de vidrio y en letras rojas
alumbradas a gas hizo poner su nombre. Nadar era un gigante de melena y bigote
pelirrojo: cuando se paseaba por el estudio vestía siempre una bata bermellón y
los pocos muebles y objetos que había desparramados por ahí eran todos rojos.
Los clientes lo miraban pasar arrobados. Pero de las fotos se encargaba el
personal; él retrataba sólo a sus amigos (el Atelier Nadar dejó 450 mil placas
fotográficas cuando cerró; sólo cinco mil eran obra de Nadar: sus cinco mil
amigos, de Sarah Bernhardt a Bakunin, pasando por Monet, Turgueniev, Rossini y
Liszt). Nunca pudo reconstruir El Gigante, sólo voló en globos ajenos hasta que
dejó de volar, y entonces se sentó a escribir las Memorias de El Gigante y El
derecho a volar. Pero antes se dio el gusto de contrabandear por aire un
manuscrito de Victor Hugo y burlar por la misma vía el sitio de las tropas
prusianas a París para fotografiar desde el aire las falencias de sus filas.
En su atelier
se hizo la legendaria primera muestra de los impresionistas en 1874 (según el
diario de los hermanos Goncourt, hasta Madame Nadar estuvo allí, “envuelta en
un chal celeste que el marido le acomodaba con cuidado de tanto en tanto”). En
su atelier descubrió, una noche de 1910, cuando tenía ya noventa años, que
había sobrevivido a todos sus amigos y enemigos. Había abierto un baúl donde
encontró su archivo y se puso a mirar las fotos y les fue escribiendo a mano en
el reverso, con pulso tembloroso, el nombre a cada uno, para que el mundo los
recordara, y luego procedió a soltarlos uno a uno por la borda, para ver si
flotaban hacia arriba o hacia abajo, mientras su globo se perdía en el cielo.
ELLA, OTRA*
Ella viene del
país del lenocinio pobre.
Por herencia,
carencia… hambre o elección.
-Niña no te
vistas de rojo-
Levanta su
pollera y baja su vergüenza.
Champán.
Vestidos alquilados. Brillos.
Aspasia.
Calamity Jane. Lulú, que más da.
Oferta y
demanda. Mañana hay ofertas de carne.
Y actuar y
sobreactuar y ser y hacer feliz…
-¿Hacer y ser?-
Y reír (tragar
los mocos) y reír.
-Dicen que
viene sudestada-
Vino barato.
Entrepiso. Nido. Otra.
La evidencia
llora. La única pureza.
Un cajón de
manzanas. Casi sagrado.
Racimos en los
pechos frutales.
-No llores amor
mío, no es de hombres-
El amor no está
en venta.
Algún Dios se
apiadará de ella.
Calcetines
rosas y amarillos.
-Ven amor, se
ha dormido.
La sopa
humeante espera.
-Y mis brazos
amor, y tus abrazos-
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
*
dicen, los que
saben, que ciertas palabras
deben omitirse
en la poesía:
pueblo,
mandarina, jabón, testículos, amor.
pueblo, porque
remite demasiado a Urondo o Gelman.
mandarina,
porque es fruta de pobres.
jabón, porque
es naif.
testículos,
porque la poesía debe ser asexuada.
amor, porque es
trivial.
ciertos olores,
también, deben desodorizarse de la poesía:
el poema no
puede tener olor a pata
ni a axila
pasada por campos de algodón
y, claro está,
no debe jamás oler a sexo de mulo
ni de mula
mucho menos.
que haya
delfines mas no conchas marinas.
que haya
princesas mas no amas de casa, ni maestras, ni mamás,
y menos que
menos, obreras.
dicen, quienes
saben, que el poema popular está condenado al exilio
al ostracismo y
a todos los cismos, como, por ejemplo, exorcismo.
nosotros, los
poetas de medio pelo,
amamos el olor
de las ballenas apareándose
la temperatura
del agua en la olla para los fideos
el hombre
esperando su aguinaldo para comprar la estufa
la mujer orinando
en la ducha mientras canta una canción de Os Paralamas
porque amamos
el vino, el pan y la yerba
el sabor de la
milanesa friéndose en la cocina
el amor en una
silla desnudándose mientras espera que el chico del delivery
toque el timbre
en cualquier momento
*
Y que el pan
esté siempre tibiecito de risas en tu mesa
y que no
olvides que viene de muchas manos más, además de las tuyas.
y el mantel
colorido,
y las acuarelas
listas
y tus dedos
inquietos por pintar la tarde
y que al salir
de casa, camines sabiendo que te aguardan
otros ojos,
otras manos y narices y palabras
o simple y
totalmente el mundo
y que sos sus
venas. y que das vida.
***
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