*Obra de Cecilia
Aguado.
Villa Gesell.
LILITH*
Hace ya tanto
tiempo.
El cielo era
solamente un espejo de agua.
Dormía mi
silencio en mi lecho vacío....
Solo yo. La
primera. Sola, yo.
Desmayadas
serpientes en mis muslos.
En mis pechos
un camaleón salvaje.
Un bosque de
cristal en litorales de humo.
Prodigiosa
magnolia. Cerezo en flor.
Y había “león y
leona” “oveja y carnero”
“Una varona u
hembra” faltaba para ella, el varón.
Y Dios no
preguntó, atrincheró la cuna de la noche.
Y lo trajo, con
su puñal de oro y vidrios de colores.
Y temblaron los
dioses de otros cielos.
Y el espejo de
agua se trizó en cuatro partes.
Una prisión de
carne. Una abertura.
¿Alguien sabe
quien escribió la maldición en su puerta bendita?
Yo la primera.
La implacable. La despiadada hembra.
Me niego al
holocausto. No me inmolaré debajo de la piedra.
Un instante de
fiebre. Un vuelo, tremolante.
Irremediables
goces animales. Huellas de ángeles caídos.
Llanto de niños
en las noches. Semillas derramadas.
Poluciones
nocturnas y velas encendidas.
Solo yo. La
primera. Sola, yo.
REDADA*
Íbamos con palos a terminar con el ruido traidor. Vimos a un niño
escondido detrás de los contenedores de basura, con un reloj pequeño en su
mano.
−Dame el reloj −le dije.
−Es mío, yo lo encontré.
−Su mecanismo se ríe de ti, de todos nosotros. Hay que terminar con
ellos, nos están contaminando con sus minutos, nos adormecen con sus cuartos,
las horas nos ahogan. Créeme, tú eres pequeño y sabes menos de la vida, yo ya
he pasado por muchas dictaduras de esferas y manillas que ahora estarán
oxidadas.
−¡Libertad, libertad! −gritaban los aliados−. ¡Abajo los relojes,
muerte a los relojes, muerte al tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes,
harpías del tiempo!
Mis manos se acercaron al niño, hacia sus manos, luego subieron al
cuello. El niño gritaba. Rodeé su cuello con suavidad. Gritos más profundos.
Las manos se desligaron de la mente, y ya no sabía si presionaba o no. La voz
débil de su garganta infantil me contestó. No la escuché, seguí, seguí, hasta
oír un cuerpo contra el suelo. Cogí el reloj, lo tiré, lo pisé, oyendo mi
grito:
¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!
Todo eso*
Yo quería
decirle lo tergiversado
lo ambiguo
lo taco
embarrado
media rota al
amanecer
lo roto del
amanecer
Quería decirle
lo rimmel corrido
lo boca seca
lo trunco
mueca de una
falta
neurosis
(apenas, instantánea)
Quería lo
cavidad vacía
lo fuera de
toda importancia
un berrinche
con mocos
una muerte
dérmica
un ruido que se
escucha lejos por la resaca
(y el sol botón
y los olores propios y las lenguas ajenas y el cuerpo recuperado de un embudo
con dientes que
tiene nombre de mujer y se llama histeria)
Lo temerario
http://pamelaterlizziprina.blogspot.com.ar/
ALINA Y SALÓ*
*Obra de teatro
de PATRICIA SUAREZ
Años 1920/1925
Viaje en tren de Buenos Aires a
Santa Fe.
Vagón-litera.
Personajes:
Saló, joven de 30/35 años
Alina, su flamante esposa. 18/25
años.
Escena única
Alina y Saló entran al camarote.
Saló: ¿Quiere la de arriba o la
de abajo?
Alina: No sé.
Saló: Decida usted. La de arriba
o la de abajo?
Alina: La que le parezca mejor.
Saló: Duerma en la de arriba.
Usted es más liviana.
Alina: ¡No! Me da miedo, a ver
si me caigo. Me quiebro la cabeza. Mejor duermo en la de abajo.
Saló: ¿Qué lleva en la valija?
Pesa mucho.
Silencio. Timidez de Alina.
Saló: ¿Me oyó?
Alina: Es indiscreto.
Saló: ¡Pesa más que una oveja
muerta! ¿Qué trae? ¿Se pensaba que yo no le iba a dar de comer en la Argentina ?
Silencio.
Saló: No me va a decir.
Alina: Es un secreto.
Saló: Yo soy su marido.
Alina (inaudible): El ajuar.
Saló: ¿Qué?
Alina (aun más bajo): El
ajuar.
Saló: Bueno, bueno. Pongamos
todo esto acá, y esto acá al costado. Mi madre va a estar un poco sorprendida
cuando la vea a usted. (Pausa.) Porque la idea fue de ella, ¿sabe? Me
vio un poco grande. En el campo nuestro el trigo crece lindo, alto. Cinco
buenas cosechas nos dio. ¿Conoce cuál es el trigo? (Silencio de Alina.)
Pan comió, Alina.
Alina: Sí.
Saló: El pan se hace con trigo
blando. Acá en la Argentina ,
la pasta se hace con trigo blando también. Por eso es tan asquerosa. Nosotros
en Italia la hacemos con trigo duro. Pero uno de los nuestros tendría que
viajar allá, traerse las semillas, y entonces plantamos el trigo duro. Pero no
se puede. La Aduana
cobra cualquier cosa para hacer eso. Acá el gobierno abusa mucho.
Alina: Yo hubiera podido... en
los bolsillos...
Saló: ¡Ah, qué simpática! No,
no. La semilla tiene que estar intocada. Sin mancilla. Algún día, Alina, usted
y yo podemos volver a Italia, hacemos el viajecito en barco, en segunda o en primera.
Llevamos todos los papeles y nos traemos las semillas. En un frasco de cristal
cerrado hermético, adonde no entra el aire. ¿Me comprende?
Alina: Sí.
Saló: Nosotros no somos ricos:
trabajamos de sol a sol en el campo. Después, hay que pagar al exportador, al
gobierno. ¡No se imagina cuánta plata se lleva el gobierno! También hay que
cuidar la espiga del gusano blanco, que es peste. Y en el grano anda el
escarabajo rubio, que se llama, deja los huevos que hacen pupa, y entonces ese
trigo no sirve para nada, hay que quemarlo. Pero nos va bien. Marcha. Por eso
ella me dijo: Usted, hijo, está en edad de casarse. Yo al principio no quería.
Mucho compromiso una esposa; una familia. No se asuste, Alina. No se asuste; se
lo dije ya en el puerto de Buenos Aires y me hago cargo. Le estoy contando nada
más. Para hacer la conversación.
Alina: Gracias.
Saló: Usted no es de mucho
conversar.
Alina: Traje lemoncello.
Saló: ¿Qué?
Alina: Lemoncello. Licor de
limón. Del verdadero, de Capri. Con limones de Sorrento.
Saló: ¿Acá lo tiene?
Alina: Sí.
Saló: ¿Desde Capri lo trajo?
Alina: Sí.
Saló: ¿Cómo?
Alina: Escondido. ¿Quiere?
¿Sirvo? Pida un vaso.
Saló: Usted no toma?
Alina: Sí. Pida dos vasos.
Saló sale del vagón. Alina se
arregla el pelo, se abre el escote, se estira las medias sobre la pierna. De la
valija saca una botellita de licor.
Entra Saló con dos vasos.
Saló: Mezquino el argentino para
prestar cosas. Desconfiado.
Alina: ¿Sirvo?
Saló: Sirva.
Alina: ¿Por qué brindamos?
Saló: ¿Cómo por qué brindamos?
¿Qué me dice, Alina?
Alina: Eso.
Saló: Por el casamiento. ¿O no
quería casarse conmigo usted?
Alina: Sí.
Saló: ¿Entonces?
Alina: No sé.
Saló: Qué roja se le ponen las
mejillas.
Alina: ¿Si?
Saló (señalando la litera):
Venga, venga... Siéntese acá. A mi lado.
Alina: No sé. Yo...
Saló: ¡Pero si ya estamos
casados!
Alina: Pero igual...
Saló: No voy a comérmela, Alina.
Alina: Es que yo, nunca antes.
No...
Saló: ¿Qué?
Alina: No conocí varón.
Saló: Mejor. Eso es de buena
muchacha. Lo otro es pecado. Pero nosotros ya somos marido y mujer. Yo soy el
marido, usted es la mujer. Siéntese acá a mi lado. Déjeme que la mire. ¡Qué
lindos ojos que tiene! Son casi azules.
Alina: No, no. Son negros.
Saló: A mí me parecen azules.
¿Sabe? Los veo así.
Alina: Pero no...
Saló: ¿Quién le dijo que no?
Alina: Bueno, en el espejo...
Saló: El espejo le mintió y yo
le digo la verdad. No me porfíe, Alina. Venga, déme un beso.
Alina: ¿Así, ahora?
Saló: ¿Quiere que la anuncie una
trompeta?
Alina: No, es que... No (rompe
en llanto).
Saló: ¿Qué le pasa? ¿No está
contenta?
Alina (llorando): Sí.
Saló: ¿No quería casarse?
Alina: ¡Ya le dije que sí!
Saló: ¿Entonces?
Alina: ¡Extraño!
Saló: ¿Qué?
Alina: El tren marcha muy
rápido.
Saló: Sí.
Alina: Me da mareo.
Saló: Culpa del lemoncello suyo
que trajo.
Alina: No...
Saló: A lo mejor estaba pasado.
Alina: No.
Saló: ¿Qué sabe usted si no? ¿O
acaso está metida adentro de la botella para saber cuando se pudre el limón?
Alina: No, es que...
Saló: No se mareó en el barco,
¿va a venir a marearse en el tren?
Alina: En el barco también
estaba mareada.
Saló: Usted está enferma.
Alina: No.
Saló: Me debería haber dicho que
usted estaba enferma.
Alina: No estoy enferma.
Saló: Venga, acuéstese acá.
Alina: No...
Saló: ¡Haga lo que le digo! No
la voy a tocar.
Alina se acuesta.
Alina: A lo último yo no quería
venir.
Saló: Miente.
Alina: No. De verdad. A lo
último, yo me conformaba allá.
Saló: Mentirosa.
Alina: Yo no soy de mentir.
Saló: Déme un beso, mentirosa.
Alina lo besa. Saló responde,
apasionado.
Saló: Ah, Alina, Alina.
Alina: ¿Qué pasa?
Saló: Me muero de amor, Alina.
Alina: En el puerto dijo otra
cosa.
Saló: Fue la sorpresa.
Alina: Me maltrató.
Saló: Estaba sorprendido, ¿qué
quiere? Déme otro beso.
Alina: Se lo doy. (Lo hace)
Pero reconozca que fue malo conmigo.
Saló: Muéstreme el codo.
Alina: No.
Saló: Muéstreme.
Alina: Mi madre lo prohibió.
Saló: Pero yo soy su marido. No
sea arisca.
Alina: Ni al marido, me dijo.
Saló: Me haces sufrir, Alina.
Alina: Me dijo: Cúbrete los
brazos. No dejes que tus codos se vean. Eso es lo que mis vecinos allá en
Salerno dicen a sus hijas para que ningún codo relleno o delgado, moreno o
rosado incite a otros a la pasión.
Saló: Súbete las mangas.
Alina: No.
Saló: Por favor, Alina. Tu madre
no sabe lo que dice.
Alina: Ella...
Saló: Peca conmigo.
Alina: ¡No!
Alina intenta alejarse, él la
retiene.
Saló (amenazante): Pero
su madre no vio con malos ojos que usted contestara las cartas.
Alina: ¿Qué dice?
Saló: Se prestó al engaño sin
mucho problema.
Alina: ¿Qué sabe, Saló, cómo lo
tomó mi madre?
Saló: ¿Qué sé? Usted está acá,
en el vagón de novios. En la
Argentina.
Alina: Me ofende. Es feo lo que
usted dice. Me pasa por permitirle darme esos besos insensatos.
Saló: Si no fuera por las
cartas, no vendríamos de viaje de novios. Y si no existiesen los viajes de
novios, ¿para qué existirían entonces los vagones litera? (Larga pausa.)
¿Pensó en eso alguna vez?
Alina: No.
Saló: ¿Y cómo está ella?
Alina: ¿Quién?
Saló: Luigia.
Alina no responde.
Saló: ¿Es feliz? ¿Cuántos hijos
dice usted que tiene?
Alina: Cuatro. El mayor se llama
Santino.
Saló: Santino, ¿eh? ¿Y cuándo
nació?
Alina: Hace ocho años.
Saló: Mire usted cuánto hace que
se casó ya la Luigia.
Nadie me participó.
Alina: Vive lejos. En la
montaña.
Saló: Esperaba verla erguida en
la borda del barco. Apoyada en la baranda, su cabello rubio ondeando al viento.
Tan hermosa.
Alina: Estuve tres horas
buscándolo en el puerto.
Saló: A Luigia esperaba verla.
Alina: Ah.
Saló: Desde niño, me gustaba su
hermana. Ordeñaba las cabras y la miraba de reojo. Ella no me miraba, ella
jugaba con otros niños.
Alina: Por eso pedí ayuda al
policía.
Saló: El vestido de novia no va
a entrarle a usted. Hay una costurera que puede arreglarlo, hacerle un
remiendo... La Luigia
era delgada como una espiga de trigo, rubia, como una espiga de trigo...
Alina: Era, era. Porque parió
seis niños. Ya le dije.
Saló: ¿No eran cuatro los hijos
que tuvo?
Alina: Seis.
Saló: Dijo cuatro.
Alina: Me habré confundido.
Mariú, la del medio, tiene cuatro.
Saló: ¿Mariú? ¿Tan pronto? ¿Y
qué pasó con usted, no quiso casarse nadie?
Alina: Yo...
Saló: Déjeme verla. Usted no es
fea.
Alina: Gracias.
Saló: Es agria.
Alina: No es verdad. En las
cartas, me decía que yo...
Saló: ¡Ah, en las cartas! En las
cartas usted se hacía pasar por la
Luigia.
Alina: Yo siempre lo quise,
Saló.
Saló: No es cierto. Si cuando
dejé Italia, usted era criatura de pecho y yo un niño crecido.
Alina: Pero siempre lo quise.
Por eso me animé a engañarlo.
Saló: Nunca me había visto.
Alina: Tenía el relato.
Saló: Puro cuento.
Alina (se arremanga):
Míreme.
Saló (indiferente): Ah,
sí.
Alina (se desabotona el
vestido, desde el cuello hasta la cintura): Míreme bien.
Saló (asiente): Lo hago.
Más la miro, veo que el vestido no le va a ir.
Alina: Mi hermana se casó de
negro.
Saló: ¿Qué?
Alina: Estaba de luto.
Saló: ¿Cómo?
Alina: Era viuda. Había muerto
el marido en la guerra, era soldado. El padre de Santino. Después encontró otro
marido... Venía de la guerra, uno muy grandote, con una pierna de palo. Se casó
con ella. Se la llevó a la montaña. (Pausa.) Pero ella guardó el luto
igual.
Saló: No sabía que Luigia...
Alina: En la fotografía está él
sentado y ella de pie detrás. Como se acostumbra.
Largo silencio.
Alina: ¿Llamó a un fotografo,
Saló?
Saló: Mi madre me dijo: Usted,
Saló, está en edad de casarse. Ya es un muchacho grande. ¿Por qué no escribe a
la novia esa que usted tuvo en Salerno? La Luigia. Usted dice,
me peleaba mi madre, eran cosas de bambinos, cosa de bambinos, pero los
bambinos recuerdan, Escríbale a Luigia, a ver si sigue soltera. Si está
disponible. Contestó usted. Escribió: Siempre pienso en usted, Saló. Sí, quiero
casarme. Viajo a la
Argentina. Luigia Fioravante, firmó. Lo recuerdo como si
fuera ayer. ¿Y cuánto hace? Cinco meses.
Alina: Cuatro meses con veinte
días. Tres meses hace que llegó el poder.
Saló: Contraté un fotógrafo,
Alina. Sí. Uno que va por los pueblos.
Alina (acostada): Venga,
acuéstese aquí a mi lado.
Saló: ¿Ahora? ¿Le parece, Alina?
Alina: Sí.
Saló: Puedo esperar.
Alina: ¿Para qué? Estamos
casados.
Saló: Sí. Estamos casados por
poder.
Alina: ¿Le gusto?
Saló: Pasquale mi hermano vendrá
del norte. Trae un regalo importante, dice. No me dijo qué.
Alina: Toque acá. Qué suave.
Saló: Una vaca holandesa traerá.
O una de raza Norton, inglesa. Desde tan lejos: Entre Ríos, se llama donde él
vive. Cría ganado. Es ganadero, Pasquale. Hace cinco años que no lo veo. En la Argentina todo está
lejos. A mucha distancia.
Alina: Está incómodo.
Saló: No...
Alina: Sáquese la ropa, Saló.
Saló: Tendremos frío.
Alina: Nos cubrimos con la
manta.
Saló: Es ligera...
Alina: Sabe qué. Mi madre dice:
cuando el matrimonio hace lo suyo en la cama seguido, viven más.
Saló: Ah...
Alina: Mire usted a mi hermana
Luigia.
Larga pausa.
Saló: ¿Qué?
Alina: Seis hijos tiene.
Saló: Ah.
Alina: Pero los dos maridos se
le murieron rápido, rápido. Triste se puso. Triste, triste. Los hijos se los
cría mi madre. Ella, sola en la montaña.
Saló: ¿Cómo sola?
Alina: Sí, retirada. Hace la
monja.
Saló: ¿Es monja?
Alina: ¡Pero no! (ríe)
Venga, acá, acá cerquita.
Saló: ¿Por qué no...? ¿Por qué
no me contestó la Luigia ?
Alina: Cosas de mujer coqueta.
Saló: Cómo coqueta? Con quién
coquetea? No está sola, sola allá en la montaña?
Alina: Sí.
Saló: Entonces?
Alina: Porque nunca recibió las
cartas, Saló. Las recibí yo. (Breve pausa) Mire esta puntillita que
tengo acá. Es encaje. Yo lo bordé. ¿Le gusta? ¿Le piace?
Saló (acariciando el encaje):
Eso se llama engaño. Lo que usted hizo se llama engaño.
Alina: Va a devolverme?
Saló: No, eso no. Pero yo...
Alina: Ah, la Luigia !
Saló: Cierto.
Alina: Y ahora qué?
Saló: Suave es la puntilla esta.
Alina: Venga, lo ayudo.
Alina ayuda a Saló a
desvestirse. Se mete en la cama con ella.
Apagón.
***
Tu*
Muy lejos del
paraíso
en la cumbre de
nada
caminaba.
En mitad de mi
camino, Tú:
Pequeña sombra
de veinticinco años
herida por las
brisas del ocaso
y las palabras
vanas del asfalto
cayendo
abrasadora sobre mis ojos ciegos
con la brutal
violencia de un torbellino arcano.
Sobre mi frente
quebrada
en millones de
pétalos-luz de ardientes amapolas
llovieron
despedazados
minuto
a
minuto
diez largos
años de ausencia
diez galaxias
encendidas
girando
vertiginosas
ante mis ojos
sin vida.
Y esa mirada
tuya mayor que un universo
despertó la
aletargada lágrima de fuego,
despedazó mis
párpados difuntos,
miríadas de
recuerdos fueron desenterrados
y he ahí la
presencia irrevocable
de otra mirada,
lejana, caída bajo las ruedas
del carromato
del tiempo.
¿Qué no hubiera
dado entonces por una sola palabra?
Pero hoy tus
ojos vencidos
por una inmensa
languidez tristísima
se han mirado
en los míos y he sentido
una furiosa voz
soliviantada
chocando contra
mis huesos
golpeando mis
sentidos
desbordando los
poros de mi cuerpo
pero una voz
ahogada.
Yo me acuso
de haber puesto
en mis bolsillos
treinta monedas
de sangre.
Tú, sombra, tú,
cara oculta de mi vida,
ya para siempre
en mi retina, tú,
en todos los
espejos, tú,
por las
vertientes cóncavas del cielo, tú,
con tu mirada
yacente de amanecer decapitado
preguntando
denunciando interrogando
por tu vida
por tu vida
por tu vida.
Sombra, tú,
volando en autocares atestados
en los jardines
en las pláticas nocturnas
en los
suburbios en los árboles dormidos
en la calma de
los mares y en las fábricas
en el canto
melodioso de las madres
en la lluvia
que nutre las cosechas
en el fondo
imperfecto de las fuentes
en los versos
que silban los abetos
en todos los
colegios de la tierra.
Tú con tu
tierna mirada
y yo de pie,
sin palabras
como un muerto
fugaz adivinado
por tus ojos de
noche solitaria
presentido
quizá soñado solo
que ya nunca
sabré...
Pero más allá
de las conversaciones urbanas
urdidas con
cenizas de otras bocas;
más allá de la
frontera de los trenes
que siempre
parten después de medianoche;
más allá del
refugio del que huye
y el inútil
bullicio de las calles;
allende las
trincheras violadas por el fuego
y el grito
dolorido de los parias
allí donde los
gatos ya no lloran
y la noche es
un punto de partida
yacerán
enterradas para siempre en el barro
treinta monedas
turbias treinta cofres de llanto
y una sonrisa
encinta nacerá de tus labios
y un universo
virgen nacerá del encuentro.
*De Sergio Borao Llop sbllop@gmail.com
Como una niña
de tiza rosada*
"Cubre la
memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que
fuiste"
Alejandra
Pizarnik. -Caminos del espejo-
El hombre con
el que me encuentro en el bar se llama Emilio, se entero de mi interés por
escribir sobre la estación María Lucila del Midland. Dice que va a contarme
algo de su historia personal que sin dudas tiene relación con la antigua
estación de trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que
más aún, tengo la sensación de que mi escritura empeora con el tiempo.
-No importa,
vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono
de suplica.
-Y porque a mi
me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato para
escuchar.
Lo que sigue es
el relato del hombre, dos horas y media sentados, con tres cafés cortados de
por medio que quiso invitarme si o si. -Me ofende si no me permite pagar a mi-
dijo para terminar con mi resistencia.
*
En la estación
María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí y la llamaron María
Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su abuelo
era su vivienda. Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la
nacionalización cuando el Midland paso a ser parte del ferrocarril Belgrano, al
abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubiló.
Lo cierto es
que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en Avellaneda.
Se hizo amiga
de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Y al
menos una vez se fueron en tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi
madre.
El hombre me
muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio
sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland pero es
posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la
foto puede leerse "con florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53.
Mamá era una
mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que dibujaba Divito.
Por alguna
cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había echado raíces
profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de la que nadie
había logrado sacarla.
(....)
Se equivocaron
ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se
enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber- , o quisieron dar vuelta la
historia de cada cual que los había llevado en ese punto de encuentro o
desencuentro.
Usted sabe que
todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos
ingeniamos para negar esas percepciones incomodas.
Creo que mi
padre pensó que la iba a cambiar, no hay héroe más fallido que el que quiere
cambiar una persona.
Llego a
decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una mujer y un
hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según
parece.
La angustia de
mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros, estar presente y
atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.
Se fue cuando
mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta.
Mi padre
después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo silencio que le
duro meses.
Un día nos
presento a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.
Natalia nos
crío y malcrío lo mejor que pudo.
Mi hermano
creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive
en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Un auto y vacaciones.
Mi padre tenia
70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido
los 21 años. Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar.
Sin que se lo
pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida
será un hombre o un marido. Yo te recomiendo que seas un hombre...
Creo que le he
fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en el sentido que
creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo sagrado.
*
De mi madre,
quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.
Nunca sabré si
volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita" como la llamaban los
abuelos.
Hay un abismo
de treinta años de silencio.
La tía Eugenia
-hermana menor de mi madre- logró encontrarla unos meses antes de su muerte.
Tuvo una
corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de que los
militares cerraron el ramal y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo
en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela
pública ubicada enfrente de la estación no había nadie.
Allí vivía mi
madre. Ya envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba manual,
cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros -tenia
muchos en jaulas- y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la
tierra con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.
No sabía nada
del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenia radio ni
televisión.
¿Sabe cual era
una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela
y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos
alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.
(....)
Sabía del
suicidio de Alejandra y le dolía como si hubiera pasado apenas unos días atrás:
"Pobre
Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles
del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la
tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.
*
Esto es lo que
la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de
mi madre. Una historia clínica que le dieron en el hospital donde se lee que en
los últimos años sufrió demasiado.
Muy poco para
un enigma de más de 30 años.
El hombre
vuelve a abrir el libro que le dejo su madre y me lee otra frase de Pizarnik
remarcada con birome azul:
"Como una
niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la
lluvia"
Así me siento,
así me sentí siempre, -escribe al costado mamá- y espero que quienes esperaban
algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.
Emilio derramó
lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después de secarse para
evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.
Al rato nos
despedimos con un abrazo. Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que
ninguna historia de las que he podido contar son historias de vida de gente
feliz.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
*
En esa mujer
vivía un desvencijado
país de maderos
y de amarras
una callada
muchedumbre de barcos
de proas
fantasmas
que izaban sus
banderas de ausencia
en el mástil
talado de sus huesos.
En esa mujer
vivía un puerto,
ella toda era
como una usina de adioses,
sus ojos eran
el espejo
donde alguna
vez se miraron
hombres sin
rostros
y sin nombres.
Ella no tenía
nada
excepto un
arcón de lagrimas
anclado tras
sus parpados
que juro con
ferocidad un día
no volver a
abrir ya nunca.
En esa mujer
vivían otras
desoladas,
desnudas
pequeñas como
pájaros
que cada tarde,
de cada día
se mutilaban
las alas
y se condenaban
como vírgenes suicidas
a vagar
insomnes la orilla del poema
a merodear
penitentes
la arista
filosa de las sombras
*De Alejandra
Morales.
*
No encuentro
una estación para nombrarte.
Sin embargo,
hay días en que estoy junto al poema
y el eco de una
flor atraviesa mi cuerpo
y siento una
alegría absurda que me invade
hasta cerrarme
los ojos.
Entonces
escribo porque
Porque sí
Y todo lo que
vive
merece renacer.
*De Alejandra
Alma.
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