*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell.
Argentina
*
"El amor
es un tren que parte, un pañuelo saludando desde el andén, una lágrima que
rueda buscando asirse al recuerdo, imborrable y eterno".
¿Dónde había
leído aquella frase? ¿A quién se la había escuchado decir? ¿La habría
imaginado? ¿Estaría escribiendo en el aire? ¿Cuántas cosas puede uno llegar a
inventar cuando lo domina el dolor, cuando la única vía de escape hacia alguna
de las formas del placer es la propia imaginación?
Quizá, lo sea
también un vagón de tren, una locomotora desbocada, un par de rieles que se
pierden en el horizonte.
Subió los
peldaños del vagón con el peso de su propio desamor sobre los hombros. Se
sentía vacío, como si le faltara algo dentro del pecho, eso que hasta no hace
mucho le otorgaba consistencia a su propia persona. Y al mismo tiempo, estaba
desbordante de recuerdos. Extraña sensación la de la pérdida, pensó: te llena
la cabeza de virtualidades, al tiempo que te vacía de materialidades…
Eludió a los
pasajeros que se demoraban en el descanso, fumándose un pucho en un lugar
prohibido, para encarar el pasillo y deambular apenas hasta encontrar un
asiento vacío donde apoltronarse. Se recostó contra la ventanilla cerrada,
cerrándose aún más el abrigo sobre el pecho, como si el frío interior le
brotara por los poros, estremeciéndole con un escalofrío.
Un silbato se
oyó en la tarde, el suelo del vagón crujió bajo sus pies, y la formación
comenzó a moverse, como se movían las hojas de los árboles que circundaban el
andén, retrocediendo dentro de su campo visual. Oyó el retumbar de la
locomotora dándose ánimos para continuar viaje, y se abandonó a sus –cíclicos-
erráticos pensamientos.
¿Cómo seguir
viaje desde ahora? El asiento que quedara vacío a su lado era algo mucho más
concreto que cualquier símbolo que pudiese representar su actual estado de
ánimo. Vacío de materialidades, vacío de cuerpos, vacío de afectos, vacío…
Eterno y creciente dolor.
De pronto,
descubrió que ya no recordaba ni su rostro. Sentía la ausencia de su figura, su
perfume, su calor. Pero no podía recordar sus facciones. Su cabello, quizás,
oscuro y lacio; más no sus rasgos. ¿Cómo era posible? ¿Estaría acaso comenzando
a olvidarla? Lo dudaba; si así lo fuera, no sentiría este frío que le ascendía
por el cuerpo como gélidas rachas de viento invernal. No: aún la recordaba,
intensamente; este olvido sólo era otro ejemplo más de la constante presencia
de su ausencia.
Clara… Su
nombre apareció en su memoria como un oasis en el desierto. Nombrarla, musitar
ese familiar par de sílabas con un silencioso murmullo, no le hizo recordar
aquel rostro que tantas veces contemplara extasiado, pero le abrió una puerta.
Allí, hecho un ovillo contra la ventanilla del vagón, se abrió delante suyo un acceso
hasta entonces velado por el dolor. Ingresó de pronto en un pasadizo mental que
velozmente lo condujo hacia terrenos inaccesibles para él durante mucho tiempo;
terrenos anímicos que le parecían demasiado extraños, como si le perteneciesen
a otra persona.
El paisaje se
desplazaba hacia atrás, oscilando con el rítmico vaivén del tren; y por encima
de él, emergiendo con una misteriosa luminosidad, apareció ella. Clara,
recortada contra el marco de la ventanilla, como un tierno fantasma que
quisiese penetrar en el vagón y sentarse a su lado, haciéndole compañía en este
sombrío momento. Clara, extendiendo sus manos con ramalazos de un calor pleno
de ternura, deseosa de ahuyentar para siempre esta devastadora languidez que le
enturbiaba los afectos.
Su rostro se
acercó al suyo, y aunque percibía el aroma de su piel, aún no conseguía
discernir sus rasgos. Podría ser ella, u otra cualquiera. Pero era Clara, no
había ninguna duda. Su corazón se lo afirmaba, más que su razón. ¿Razón?
¿Existía alguna clase de racionalidad en este momento dentro suyo? Su mano
derecha se aferró aún más a las solapas del abrigo, queriendo asirla,
retenerla, abrazarla…
El calor se
extendió por debajo de sus axilas, rodeando su cuerpo, mientras una boca
respiraba ansiosa sobre su cuello. La calidez se desplazó hasta rodear sus
muslos, mientras una leve pero creciente excitación comenzaba a dominarlo. El
frío que sintiera hasta entonces parecía haberse extinguido. Clara volvía a
abrazarlo, a quererlo, a darle más de su calor…
Entreabrió la
boca, buscando robarle un beso. Sus labios se encontraron con cierta torpeza,
intercambiando sabrosas humedades que ya parecían no recordarse. Su mano quiso
desplazarse, pero sólo consiguió aferrar apenas el hombro izquierdo,
entrecerrando los párpados, mientras un brazo virtual, luminoso y protector, se
desplazaba sobre la brillante piel de la espalda de Clara, y su boca se
deshacía del encuentro labial para recorrerle un hombro, inhalando ese perfume
que tanto deseara y lo embriagara durante días, semanas, meses…
Entonces
descubrió, apenas registrando el escaso contacto que tenía con la realidad que
lo circundaba, que el duro asiento del vagón había dado lugar a un mullido
sillón de pana, iluminado por una tibia lámpara de pie, que le recordaba una
agradable y soleada tarde de otoño. Clara se movía sobre sus muslos, sin dejar
de adherirse contra su cuerpo, con una indescriptible desnudez. Los besos
recorrían infinitas distancias, procedentes de un ayer tan maleable que muy
pronto se convertía en este presente, reactualizado, vívido, inmortal…
Los brazos de
él la aferraron vigorosos, rodeándole la espalda y la cintura, impidiendo que
se aleje, provocando que ambas caderas se refregaran entre sí, aumentando el
imaginable caudal de excitación. Clara gemía sobre su oído, suspiraba
entrecortada, le mordisqueaba el lóbulo de la oreja, al desplazar sus tibias
manos por encima de sus tetillas, rozándolas apenas con sus pezones al izarse y
dejarse caer, volviendo a besarlo, hundiéndole la lengua, cerrando ambas piernas
para apretarlo cada vez más.
La excitación
de él cobraba vigor muy rápidamente, como hacía mucho tiempo no experimentaba.
El frío lo había abandonado. Volvía a sentirse amado, deseado, efecto que
retribuía con ardor, mientras el traqueteo del tren lo mecía a un lado y al
otro, potenciando el vaivén amoroso que le imprimía Clara con sus ondulantes
arqueos, sinuosos movimientos que alejaban de sí toda realidad.
Hasta que ya no
pudo resistirse más y se dejó ir, liberando sus recuerdos, abriendo los brazos
para recibirla y entregarle su savia, permitiendo un encuentro tantas veces
negado, compartiendo ese calor inenarrable que siempre deseara retener junto a
su corazón. Y así la recordó, sus rasgos afilados, los ojos claros, una nariz
recta que prevalecía sobre unos labios pequeños pero carnosos, las cejas
oscuras y tupidas, la tensa expresión orgásmica de un intenso amor que por
siempre existiría dentro suyo…
Recordó la
liviandad con que encaraba la vida al estar junto a ella, la etérea sensación
de volar sobre las calles y las playas durante los extensos paseos que
disfrutaran juntos, la trascendencia de cada detalle hecho signo, el calor que
le transmitiera su mirada durante tanto tiempo, la consistencia de un vínculo
que le otorgaba solidez e impedía que se desmembrara en su propia confusión.
Comprendió el estatuto que había adquirido el peso de la propia angustia al
estar alejado de ella, el horror que experimentara cada noche que se acostara a
solas en una cama absurdamente vacía, con la noche por delante y el sueño
resistente a abrazarlo, para conducirlo dentro de ese mágico espacio que creaba
cada noche para reencontrarlo con su deseo. Supo que, al convertirse el amor en
algo tan leve y el desamor en algo tan pesado, aquello podía conducirlo a una
locura tan adherente que jamás conseguiría apartarse de ella, al menos mientras
viviera, cargando con aquel dolor hasta el final de sus días. Y el calor que
recordara sobre este preciso vagón de tren sólo sería un vano espejismo de los
momentos idos, insustancial y evanescente.
Se resistió a
recordar más, a enfrentarse con el dolor, a tolerar la realidad. La creciente
sensación cobró una entidad casi física a lo largo de todo su cuerpo. Entonces
se dejó ir, llevado en brazos por un orgasmo de raíces tanto físicas como
mentales, arropado por una tibieza solar que provenía de sus profundidades
anímicas más entrañables, abrazando a su propia Clara en un instante amoroso
que él hubiera deseado no se acabase nunca…
Así, mientras
continuaba alejándose del dolor de la ausencia, se dejó llevar por el traqueteo
hasta la próxima estación, rogando porque siempre existiese una estación más en
su camino, y esa extensa vía que lo conducía al recuerdo jamás tuviese un
final.
TAN LLENOS DE PAISAJES NO VIVIDOS…
RETRATOS
INTERIORES *
“Todos estamos,
Oh, mi amor- tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no
vividos.”
ELENA
PONIATOWSKA
Amor, traigo un
hueco ancestral dentro del pecho.
Un paisaje niño
y recuerdos dispersos. Una herida empañada.
Ambos lo
sabíamos; la muerte llegaría en otoño.
Un paisaje de
címbalos dorados.
Y temíamos, no,
no es eterno el enero.
Castillo en
ruinas. Campana amordazada. Manzana de oro.
Ay, amor. Tan
callado. Tan quieto, tan desnudo.
Ardiendo,
ardiendo siempre. Memorioso. Inocente.
Ay, cuantas
calandrias han caído. Cuantos santorales.
Cuantos dedos
quedaron en su pelo.
Su rostro de
sal mordiendo mis avernos.
Su respiración.
Sus hormigas carnívoras. Su albardón.
Y grito, toda
yo un grito ensangrentado.
Una pupila que
me corroe el aura.
Y esta realidad
que me golpea el rostro.
Hoyosa.
Espejada. Escindida.
O quizás, solo
quizás.
“…la soñé y tal
como la soñé amaneció en mi puerta…”
Anatomía del
dolor*
no sabes
nada.
vos
no sabés
nada si
apenas
hurgas
el
dolor
con el dedo
como los
niñitos
que
hacen
agujeros sobre el cemento de
la
pared,
así
surcás
las capas
del cuerpo
como si
se tratase de un
juego
como si
el goce
consistiese
sólo
en
verte
desintegrar
el propio
hueso.
*De Lila Biscia.
EL ESPERADOR*
La habitación
es pobre, por la ventana entra una luz tamizada por una cortina con
agujeros, que producen manchitas irregulares de sol sobre el muro encalado. Una
araña de patas largas y cuerpecito minúsculo hace filigrana en el techo. Hay
una cama, un escritorio sencillo de madera, una lámpara con el pie curvo,
despintada como todo, apagada a pesar de que el sol allá afuera está bien alto
pero adentro es penumbra y tristeza.
Revistas viejas
apiladas, un ventilador de metal sobre una silla, un ropero al que las puertas
no le cierran del todo.
Adivinamos un
baño del otro lado de la pared por el goteo lento pero continuo. Suponemos sin
verlo que la tapa del botón falta, y para realizar la descarga del inodoro
habrá que tirar del fierrito dentro del pozo rectangular abierto como una boca
que ni llora ni ríe, abierto el rectángulo como una boca asombrada, suspendida
en un grito o quizás inmóvil simplemente, esperando algún tipo de reparación.
Un hombre en
camiseta sin mangas está acodado en la mesa de la habitación. No hay relojes
allí, sólo las manchitas de luz que imperceptiblemente recorren las paredes
y hacen de reloj de sol indicando que el mundo transcurre allá afuera. El
sol se mueve, las manchas pasean lerdas por la pieza como constelaciones
nocturnas de inmensidad y lejanía, aquí nunca es de día ni de noche, nos
decimos, no es un buen lugar para cultivar vida.
Canta un
pájaro, algún perro ha ladrado confusamente en algún lugar. Les contestan.
Otros pájaros se desgañitan en respuesta, otros perros emiten sus voces
destempladas comentando lo que dijo el congénere.
El hombre no se
ha movido. Vemos que hay una pavita abollada, un calentador, un mate de madera
recubierto en aluminio, una lata de yerba ennegrecida. Otra lata suponemos que
contiene galletas, pero no la ha abierto.
El hombre está
encorvado, los brazos sobre la mesa y la cabeza con pocos cabellos
obstinadamente fijada hacia adelante. Le corre una gota de sudor temblorosa
desde la axila. Anacrónicamente, una pantalla de ordenador le ilumina los
ojos. Habríamos creído que un lápiz de madera y una hoja rayada serían más
convenientes, pero la notebook delante de su rostro está tan deslucida como el
resto de las cosas, polvo entre las teclas, la pantalla sucia y en una esquina
del aparato una cinta aisladora remendando una quebradura.
Escribe con
dedos pálidos "resido en Baudrix", y en el ordenador que
desmaterializa el ser y lo transforma en unos cuantos caracteres viajando por
el globo, se transforma en una frase maravillosa, él se transforma en un hombre
misterioso y fascinante. Baudrix. Una mujer se imagina un caballero hermoso y
distinguido en una casa de tejas negras en medio de un jardín con una fuente.
Otra mujer se dice "Baudrix" y aparece un muchacho lánguido de nariz
recta sentado en el pretil de un puente de piedra sombreado por altos pinos.
"Baudrix" se dice otra, y evoca prados verdes y quizás robles, y
quizás a lo lejos la aguja del campanario de una capilla medieval.
"Baudrix"
ha dicho ella. Y sonríe, y piensa en el hombre en camiseta, en la cama de
hierro, en la uña del dedo gordo del pie derecho que le rompe las zapatillas de
lona. Piensa en los cabellos ralos, las mejillas mal afeitadas. Recuerda la
mujer la cortina con agujeritos, el comedor con los muebles de la
abuela, el patio de baldosas desparejas.
"Escribe
él, aquí, en Baudrix", se dice la mujer. "Y está solo, y espera"
se dice. Espera aunque en la estación ya no arribarán más trenes. Lanza sus
botellas, él, y todavía. Espera. Se dice la mujer.
El timbre no
funciona. Unos nudillos golpean la puerta.
El hombre se
pone una camisa de mangas cortas sobre la camiseta, se calza las chinelas y
gira el picaporte de su puerta.
*
“Hermoso día
para pasear”, piensa, mientras el sol les arde sobre la piel, gradual pero
implacable, en esta calurosa mañana de enero. Su hermosa y vivaz hijita de casi
tres años lo toma de la mano y no deja de relatarle lo que ve, excitada y con
ojos asombrados.
-¡Papi, unos
pajaritos! ¡Uuuuuhhh! -, y agrega con decisión: –Yo voy a volar como los
pajaritos.
-¿Y si en lugar
de volar por el aire, volamos en un tren? -, propone él, midiendo la distancia
que les resta: detrás de la arboleda de araucarias se encuentra la estación.
-¡Un tren, sí!
Me encanta viajar en tren-, y se cuelga de su brazo, apurando la marcha.
Una suave brisa
mitiga el progresivo calor de la mañana. Mire donde mire, estallan los colores
bajo el poderoso sol del verano. Y al acercarse a los límites de la estación,
contempla casi como al descuido, a un costado del camino de grava, un enorme
macizo de hortensias que lo proyecta abruptamente hacia el pasado…
…¿Cuánto tiempo
hace que no piensa en aquellas hortensias del jardín de su casa, en Mar del
Plata? En aquel sendero de ladrillos húmedos que llevaban hasta el quincho,
donde chirriaban las brasas de la parrilla, su padre acomodaba el fuego, y el
asado con los chorizos se iba cocinando lento y parejo debajo de un cartón
extendido. En la sombra mohosa de aquel pino centenario, cuya frescura regaba
hacia las tres casas vecinas. En las ligustrinas que se desbordaban, aferradas
con firmeza al alambre tejido. En la ropa limpia que su abuela había colgado de
la soga que cruzaba el parque. En las rejas nuevas que su padre había hecho
instalar pocos años antes, a raíz de los robos cometidos en el barrio, incluso
en aquel mismo jardín, del que unos malditos rateros se habían llevado durante
la noche un secarropas, algunas herramientas, varias reposeras plásticas, y la
mesa de tablones de madera que conservaban desde hacía décadas.
¿Cuánto
tiempo…? Los recuerdos le resultan extraños, como si perteneciesen a otra vida,
o quizás a otra persona. ¿Acaso fuera así? ¿Cuántas cosas le han ocurrido
durante aquellos años, desde la última vez que pisara aquel entrañable parque
cubierto de hortensias? ¿Cuántas vivencias, compartidas o en soledad? Aunque a
él le costara recordar momentos de soledad; siempre había preferido evocar
momentos compartidos con sus afectos, tener más presente una risa que un
silencio. Recuerdos de sus tres hermanos menores, recorriendo las parquizadas
cuadras del Barrio Constitución hasta la playa, mientras cargan con el mate, a
veces la sombrilla, y comentan películas vistas, o libros e historietas leídos.
De su abuela, quien hoy ya no está, preparando las mismas tortas fritas con
grasa vacuna que solían amasar y cocinar a la par en aquel campo de Entre Ríos,
escuchándola decir que “al menos, con eso los chicos tenían un alimento para la
tarde”. De su padre, acompañándolo a hacer compras a bordo de una vetusta
camioneta Datsun, que continúa funcionando de manera inexplicable, escuchándole
narrar las mismas anécdotas de siempre, referidas a su pasado familiar o
laboral –vinculado de por vida con el ferrocarril-, ayudándolo a terminar las
frases y recibiendo como habitual corolario la pregunta: “¿Cómo: ya te lo
conté?”.
“¿Dónde se ha
ido todo eso?”, se pregunta, hipnotizado por las frondosas hortensias, oyendo
muy a lo lejos el incesante parloteo de su hijita, aferrada de su mano mientras
ingresan a la estación, recorren el pasillo de la boletería cerrada, se acercan
al andén. “¿En qué me convertí?”
Imágenes sin
conexión aparente se le presentan delante de sus ojos; escenas editadas de
diferentes películas conforman en un caos particular su propia película, la de
su vida, tan errática y variada como la de cualquiera, con una enorme cantidad
de detalles que la terminan haciendo única. Recuerdos de sus afectos primarios,
claro está, pero también de sus amigos, sus ex parejas, sus compañeros y
compañeras de trabajo… Todos aquellos que alguna vez, en determinado momento,
han sido significativos en su vida y le han dejado una marca, que por pequeña
que sea, hace una enorme diferencia: la de que hoy, él sea de esta manera y no
de otra…
-Ahí viene el
tren -, se escucha decir, al arrodillarse junto a su hijita y señalar con el
brazo extendido hacia el horizonte, donde la inconfundible silueta del frente
de una locomotora diesel se recorta contra la profundidad de la vía, haciendo
sonar su estridente silbato en la distancia.
El se ha
convertido en esto: hoy es padre de familia. Además de ser amigo inclaudicable
de sus amigos, de atesorar el cariño hacia sus hermanos -aunque se vean poco, y
dos de ellos también hayan sido padres-, de agradecerle a sus padres todo lo
que han hecho por él –con sus aciertos y sus errores-, de ejercer con su título
profesional y poder vivir de eso –algo que hasta hace unos años no le parecía
muy tangible-, además de todo eso tiene una familia que adora, una hija que lo
enternece como nadie pero que también lo saca de quicio, una mujer a la que
considera un par y en quien confía plenamente.
El, de alguna
forma, ha dejado de ser hijo y se ha convertido en hombre. Y la evocación de
las hortensias se lo recuerda de manera inexorable.
-Vamos a
volar…¡en tren! -, grita ella, agitando los brazos, dando emocionados saltitos
a su lado.
-Si, hijita -,
murmura él, mirando hacia el futuro. –Vamos a volar…
*De ALDIMA. licaldima@yahoo.com.ar
Marzo de 2011
FIESTA*
Hay costados de
mirada
manos ocupadas
Hay cosas en
las manos ocupadas
cosas que se
comen
y después
ocupan la boca
La boca (entre
cosa y cosa) hace una mueca
una contracción
una pirueta
un costado de
gesto de boca
hace un algo en
el descanso entre cosa y cosa
y sonríe
Con suerte dirá
Y suerte es que
ese costado se encuentre con otro costado
Con suerte dirá
y será
elocuente
Dos costados
elocuentes
dirán que no
sólo importan las cosas
las cosas que
se comen y se tienen con las manos
las que cuelgan
de cualquier parte
o se portan
o se calzan
Dirán el nombre
de aquél detrás de las velas
y ya se pueden
ver a todos los costados
de miradas
de muecas
de aplauso
ya se los puede
ver con la boca al borde
ya casi entonan
Que los cumplas
feliz
Todos los
costados cantan
TORMENTA*
Un precipitarse
de cielos que huyen
de sí mismos,
parecen buscar
la medida del hombre...
en planeta
conocido...
guarecerse en
su forma,
indagar su
destino.
Vociferando en
truenos
alumbrándose el
camino
con relámpagos
heridos
–luz que hiere
nubes–
vientres
abiertos que escurren
líquido de
vida.
No es mansa
esta lluvia,
Viene
perseguida…
Se cierran
puertas y ventanas,
palidece cada
casa
porque dentro,
el hombre
también cierra
el alma.
Puede llamar la
noche
con sus dedos
de agua.
pueden romperse
cielos
contra techos y
argamasa.
El hombre se
esconde
en su cueva de
nada
porque la nada
puede
abrigarlo hasta
el alba.
Cuando salga a
la calle
encontrará
despojos
de tormenta
callada
y un gorgoteo
agónico
acompañará su
marcha.
Lluvia, no
llores
escóndete en
mis lágrimas.
*De Miryam
Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-De "Raíz
al aire" -1981-
En el País de las Alicias*
Ella, con una
sola mirada nocturna
me despojo de
mi universo blanco
y en un solo
susurro me pregunto:...
¿Tú habitas el
planeta donde los hombres mueren?
Creemos que
estamos infinitamente solos,
así he de
pensarlo, en el País de las Alicias,
en ese capítulo
inquieto de la seta oráculo,
en ese libro de
todos los sueños del mundo.
¿Quién eres tú?
¿Quién eres en realidad?
¿Por qué
llegaste a mí siendo pequeña?
Escuchaste mi
voz severa y vacilaste,
recitaste mi
poema y resulto tan distinto.
Yo ya no tengo
el pretexto de soñarte,
si de este
sueño soy tu sueño ya soñado,
de la vieja
humareda azul y su narguile,
que me anubla
tu recuerdo y su tamaño.
Y de los dos
lagos lunares bajo tus pestañas
solo quedan
efímeros despojos de tormentas.
Solo sé que si
un día retornas de Wonderland
me partirás en
mil pedazos, el rojo corazón.
- 2014 -
***
INVENTREN
Próximas estaciones:
LA RICA
-Por Ferrocarril Midland-
SALADILLO NORTE
-Por Ferrocarril Provincial-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el
Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland
con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con
destino a La Plata.
-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:
SAN SEBASTIÁN. J.J. ALMEYRA. INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
-las estaciones por venir en el ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
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VILLANUEVA.
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