*Dibujo de Erika Kuhn.
THE GLOBE*
W.S., en
memoria
400 años borran
todo,
no siempre
a la piedra, ni
a la letra,
que a veces es
más duradera
y sólida.
Por lo demás,
el gran río
siempre estuvo
ahí, y durante
algunos meses
aciagos
bombardeado por
las noches.
La memoria,
tantas veces
volátil, incierta,
escurridiza,
suele también
tener la opaca
firmeza
del granito.
Pero 400 años
borran
todo, hasta los
edificios que
se creía
destinados.
No así algunas
palabras,
algunas voces,
donde parece
los tiempos
respiraran.
*De Eduardo
Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-Poema
perteneciente al poemario “Dos cigarrillos para Eliot”.
-Escrito en Earl’s Court, Londres,
en mayo de 2013 y mayo de 2014.
Ediciones del Nuevo Cántaro.
Marzo 2015
HOMBRE DE
PÁJARO*
A Alberto Diaz
*De Adolfo
Zutel
(1936 – 2012)
tenía un pájaro
un nido en el hombro
una cría
tenía mil
respuestas tal vez diez
para cada gesto
una respuesta
tenía un nido
en el hombro
en el hombro de
pasto de risa
jugaban con la
tarde y los recuerdos
las notas
volaban hasta el saxo
tenia
escondidas las tardes las horas y los llantos
desde el nido y
el hombro asomaron las plumas
gorjeaba
por las tardes
volaba por los sueños
eran noches con
pies prendidos a una rama
el pájaro fue a
la escuela del hombro y del aliento
a la escuela
marrón
a la naranja
a su lado
conoció las escalas mil respuestas o diez
las notas los
llantos y las letras
la escuela del
recuerdo
del mañana de
nunca
toma té con el
pájaro
alguien vuela
alguien habla
*Poema inédito
de Adolfo Zutel (26/07/1936 - 05/04/2012)
El Apocalipsis*
El coletazo me
castigó en pleno rostro. Fui a rebotar una y mil veces contra el suelo. No sé
cómo sobreviví. Cuando desperté los labios me ardían y los dedos intentaban
aferrarse a lo que pudiesen. Buscando la sombra, me arrastré bajo el sol.
Agobiaba la sed y sentía el estómago hundido por efecto de la deshidratación.
¿Volví a
desmayarme? ¿Me venció el sueño? ¿Perdí la noción del tiempo? Todavía no sé
pero cuando volví a despertar ya era noche. Más repuesto logré abrir los ojos.
Las estrellas titilaban en el cielo y la brisa fresca me acariciaba el perfil.
La paz era absoluta, sólo el ruido del agua y su monotonía. Logré sentarme. En
el terreno suave y fértil, descubrí que la silueta de la vegetación, se
recortaba en la inmensidad del cielo nocturno.
Inspeccioné mi
cuerpo. De milagro ningún hueso roto. Rasguños en las piernas, en los brazos y
en la espalda pero nada grave, al menos eso me pareció. Molestaban sí pero no
noté que sangraran.
Tenía hambre y
también la garganta seca y la necesidad imperiosa de beber agua dulce.
Agua dulce.
Recordé que hacía exactamente ciento cincuenta y cinco días que no bebíamos
agua natural, simplemente se había terminado y todo lo que conseguíamos eran
gaseosas, licores, vinos y sabíamos perfectamente que no por demasiado tiempo
pues estábamos a punto de agotar las reservas. La última botella de doscientos
cincuenta centímetros cúbicos de pomelo edulcorado me había costado mi
automóvil último modelo.
El automóvil
último modelo. Comienzo a recordar que, inmediatamente después de que el nuevo
propietario, lo puso en marcha para llevárselo, lo vi a los tumbos, arrastrado,
de un lado a otro de mi calle, por la corriente putrefacta. Antes de que
alguien me la arrebatara, apuré mi botellita de pomelo. La sed era urgente,
como la que siento ahora, en esta extraña planicie.
Nos habían
prevenido. El calentamiento global derretiría el hielo de los polos y el
aumento del nivel del agua produciría graves inundaciones. La combinación de
factores climáticos y los desastres provocados por el hombre, lograría el tan
temido fin del mundo.
En los últimos
tiempos, la humanidad no había cesado de preguntarse por qué no se encontraban
extraterrestres en el universo. Las teorías fueron muchas. Una de ellas
afirmaba que cada vez que una civilización llega a cierto grado técnico, genera
un agujero negro que la traga y es destruida.
Amanece. Un
pequeño sol rojo asoma sobre el horizonte. Vuelvo a revisar mis heridas.
Milagrosamente han desparecido.
Empiezo a ver
lo que me rodea. Es un prado de características extraordinarias y es hermoso.
No es un cielo celeste, es rojo. Rojo como el pequeño sol y las manzanas.
Las colinas
azuladas, el pasto tierno, las nubes van del lila al rosado. Las aves entonan
cánticos de alabanza. Los peces abundan en los ríos y miles de flores y
mariposas alegran el entorno.
Acerco con
desesperación mi boca, al líquido incoloro del manantial y, haciendo cuenco con
las manos, bebo. Humedezco mi cabeza, los brazos. La sensación de bienestar es
paradisíaca. Una explosión de saciedad y plenitud, se desliza por mi garganta e
inunda mi cuerpo.
Ahora recuerdo
la explosión. Entre otras catástrofes, habían anunciado que pronto llegaría a
nuestra atmósfera, el asteroide 2005 YU55.
Ahora recuerdo
la mención del Apocalipsis y el túnel de luz.
Aspiro
profundamente el delicioso perfume que la brisa me acerca. Dispuesto a malcriar
mi apetito, camino hasta el bosque de frutales. Me acerco al manzano. A su
sombra descubro la figura de mi mujer y algo me recuerda a una costilla.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
*
Reflejo tenue
en la cintura
del árbol
Un gorrión
quemó su casa
anoche
La cabellera
está suelta
ya
Mudan trinos en
la brisa
*De alejandra
alma. almaalma3h@gmail.com
ANNA*
*Por Antonio
Dal Masetto.
También esta
noche, como siempre que el sueño no viene, el hombre sale a caminar sin
dirección, fuma y sus pasos y sus divagaciones lo llevan lejos. Nubes fugitivas
en el cielo nocturno, temblor de luna, reflejos de faroles en las calles
empedradas, árboles podados, ramas apiladas sobre las veredas y, al doblar una
esquina, una muchacha detenida en la mitad de la cuadra, una sorpresa, un
descubrimiento para el hombre que deambula por la ciudad vacía.
La muchacha
permanece vuelta hacia él, tiene flores en las manos.
También el
hombre se detiene y ahí quedan, observándose. Y en esa pausa, en el silencio,
el hombre comprende, como en una revelación, que el nombre de la muchacha es
Anna y que las flores son para él.
Después ella da
media vuelta y comienza a caminar y el hombre la sigue y no acorta la
distancia, y avanzan por calles y calles, entre las casas mudas y los gatos, y
siempre hay nubes arriba y temblores de luna, y de tanto en tanto la muchacha
gira la cabeza, tal vez para comprobar si el hombre continúa detrás, tal vez
para alentarlo a que no deje de escoltarla.
Y allá van.
Ahora el hombre
sabe que el de esta noche no es un paseo gratuito, que la muchacha que lo
precede ha venido a convocarlo. Entiende que es tiempo de balances, rendiciones
de cuentas.
El aire está
poblado de señales, voces rotas, llamados difusos, rubores de la memoria,
nombres trabajosamente rescatados, enarbolados por encima de muertes, olvidos,
desprecios e ironías, nombres que vuelven intermitentes con los rumores que el
viento trae un instante y arroja nuevamente a las aguas de la noche.
Y el hombre, a
la distancia, intenta comunicarse con la muchacha, y sus palabras son confusas
y no pasan de ser un balbuceo lento, aunque confía en que ella, allá adelante,
lo escuche. El hombre murmura: En esta tierra condenada, agobiada de pérdidas,
tierra arrasada, tierra de miserias y de atrocidades, no me resultará fácil
hablarte.
Y en eso se
queda, no hay mucho más en su cabeza.
Y van.
Y hay más
calles y faroles y jardines y plazas. Y de tanto en tanto el hombre reinicia su
discurso entrecortado: En esta tierra condenada, agobiada, arrasada, no me será
fácil, no me será fácil, no me será fácil. Y así. Una vez, dos, tres, muchas.
Después
renuncia a las palabras. Ya no importa su pobreza, las ideas que no acuden o
que la imaginación niega. Ya no importan la confusión, la falta de claridad. Ya
no importa nada de eso. Porque ahí está la muchacha marcando camino, guiando,
abriendo una brecha, despejando. La volátil y firme figura de la muchacha nocturna,
imagen que no transige, que no sucumbe, que no habla de derrotas, pero sí de
firmezas y permanencias, y de una obstinada libertad.
Paso ligero de
la muchacha a través de la ciudad dormida, reverenciando, enalteciendo,
rescatando cada hebra del tejido de esta hora. Entonces, una vez más, alrededor
el aire vibra de sabor de juventudes. Caminar detrás de la muchacha por calles
de nuevo familiares, en este setiembre cambiante, después de tantas voluntarias
o forzadas renuncias, después de tantos voluntarios o forzados destierros, es
retomar viejas sendas y descubrirse entero y dispuesto, sacudido por
estremecimientos olvidados, inconsciencias, locuras, alimentos para raíces de
días nuevos.
La noche se
carga de certezas, aquella figura va opacando dudas, pone ráfagas de asombro en
el silencio. Y nuevamente la muchacha gira la cabeza, muestra brevemente su
perfil y todo el tiempo parecería decir: También éste, como siempre, como
todos, precisamente éste, es el momento decisivo.
-El
texto "Anna" pertenece al libro "Señores más señoras",
Editorial Sudamericana.
Gracias a la
vida*
A Ariel Bufano
Creo en Violeta
Parra
alumbrada de
música y poemas
En Salvador
Allende su entera dignidad
En Miguel
Hernández su huella
de sangre y de
belleza
En la libertad
que escribe incesante con
uñas en
los muros.
En
la alegría, el abrazo.
En la fiesta
que continúa al dolor
en la dulce
tristeza
en las flores
la amistad
creo en los
luchadores que buscan
en la ternura
en la oscuridad
salpicada de sueños
en el arte de
pensar
los libros
en la cama
sobre la mesa
en los libros
que asaltan todos los rincones.
En mi ciudad,
mi casa, mi cuerpo, surcados de
latidos.
En la
leche tibia de
las palabras.
En la rebelión
En los títeres,
el cine, los
cafés, los recuerdos,
la murga
en el amor
que acaricia a
todo lo que creo.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
*
Cuando la rama
del sólido
reparo
se quiebra,
los pájaros
conocen
el abismo.
¿Temerán,
acaso,
en sus sueños
alados,
a la caída
en los fosos
sin fin?
¿O acaso la
angustia
es otro don
de los hombres?
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
Identidad*
Exiliada de ti,
de la grandilocuencia.
Con un simple
vestido de atardeceres
y molinos de
viento como albergue.
Con largas
caminatas buscando el trébol
de la cuarta
hoja
la pluma del
caburé y su magia
la esotérica
piedra de la revelación.
No eran para mí
esos hallazgos.
Mucho menos
descubrir la alquimia
de las
palabras.
Su cauce. Sus
tiempos. Sus estancias.
Exiliada de ti,
sentada a orillas
de mi silencio
-no el que calla
sino el que
escucha, atento-
remonto el
curso del agua
y los amo.
Soy yo en
ellos.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
LOS SOLES DE
VAN GOGH*
Pintó un
girasol
y tres más
y un campo de
girasoles.
Pintó los
girasoles más bellos
que ha conocido
el mundo.
Y se suicidó
porque no pudo
lograr
que ellos
giraran.
*De Miguel
Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
Marzo, 2015.
Don Quijote en
el burdel*
Presta
atención, Sancho.
Sé mi alivio,
amigo mío,
que no sólo
frente al cura
se aligeran los
pecados. Pichincha
era la ínsula,
y juro
que me atrajo
el falso encanto
de ese reino
del Rosario,
era el nombre,
Sancho,
de la virgen de
Lepanto.
Los candiles,
Dios,
hacían de la
noche día.
No fue sino
llegar
que en un
enorme tablado,
bien que con
ruda alegría,
no se,
creo que fui
homenajeado.
Y en un mesón
que ya tuviera
La Mancha
comí unas
carnes asadas
que agua se me
hace la boca
como cuento
el recordarlas.
Empero -¡ay,
Sancho!-,
comprada al fin
mediocre cama
encontreme yo a
la espera
tras haber a mi
conciencia un velo
puesto de
omnipotente anhelo.
Sucedió en
blancuzca alcoba
junto a
negruzca dama.
Vino y diome,
ya en el lecho,
al hablarle yo
del alma,
cabizbaja suyos
versos,
tan horribles
cual un cierzo,
espantajos del
idioma...,
que escribiera
bajo el techo
¡ese techo y
esa sarna!
en la ilusión
de su pecho
de princesa
virginal.
Despacio,
inarropado, leí.
Fingí asentir y
sus ojos
me sonreían,
sus labios
se
mordisqueaban, y le vi
tal pureza en
tal ramera
que vergüenza
de estar desnudo
en su presencia
sentí.
Mirándola
devolví
suyos versos.
Quizá la musa
sincera y a par
huesuda
ante el crítico
primer
vio su luz,
y le ofrecí
tenue sonrisa
y me fui,
mirando hacia
atrás si quedaban
las huellas
allí marcadas
de quien
entrara por mí.
*De Héctor
Cepol. hectorcepol@gmail.com
MORTAL*
“¿Cuántas
muertes serán necesarias para que comprenda el hombre
Que ya ha
habido demasiados muertos?”
BOB DYLAN
Yo, podría
decirte muchas cosas.
Muchas cosas,
dulce, pequeña inmensa, tan temida.
Tan anhelada,
tan odiada.
Los ángeles han
caído en tus espejos de agua.
Torpes
criaturas sin pupilas.
Yo podría
decirte que se que me buscabas y me buscas.
Sé, de tu
espera ansiosa en aquella tarde de verano sediento.
Hubo un tiempo
en que acechabas como reptil hambriento.
En la
concavidad del tajo consagrado me escondía.
Vos traías la
cabellera larga de los tiempos.
Las uñas
chamuscadas con la congoja del ardiente enero.
Yo venía de un
vértice encendido, de un planisferio oscuro.
Y fui hembra,
resucitada y bautizada por el polvo.
Vos, en cambio,
no sabes la geografía exacta de tu nombre.
Tu nombre es de
mujer, como la justicia, la vida, la utopía.
Como la
bandera, la patria, la palabra.
La libertad, la
negación del no, la rosa.
Que cruel
designio te persigue, compañera.
Quien mutila
tus pechos. Quien te castra. ¿No te cansas?
Te he visto trepar
por los balcones y los nidos vacíos.
Te he
observado, absorta, en la mirada de los gatos negros.
Testigo he sido
de la transmutación de tus manos.
He contemplado
tus rituales de danza en los patíbulos.
He percibido
los poetas sentarse en tu huesudo pubis.
He escuchado el
llanto de las madres y los hijos.
Te oí mil veces
pasar por la puerta de mi casa.
He visto a
Belcebú y a vos y a un niño con pupilas sangrantes.
Y te has
equivocado una y otra vez. Setenta veces siete.
Y me preguntas,
incisivamente, al borde del abismo.
Porqué el
poeta, ante tanto tormento.
Ante los
albores terribles de las guerras.
Ante la fetidez
de un sol alquitranado.
Porqué el poeta
se baña en la clepsidra del deseo.
Porqué se
empapa en la penumbra del amor.
Yo podría
decirte muchas cosas…
Y digo, se, que
parece fútil, banal, invertebrado.
Poetas cantan
al amor y a la luna.
Otros, llenan
oquedades y agujeros de bala.
Y yo, entre
ellos…
Saco la flecha
del cervatillo y la clavo en mi pecho.
Hondo, muy
hondo, hasta los confines del barro.
Y me despojo y
me bebo y me amordazo en besos.
Y celebro.
Celebro ser mortal, jubilosamente…
Vos, en cambio,
amada, pequeña inmensa, tan temida.
Llevas la carga
tan pesada de los dioses. Por siglos de los siglos.
Ser inmortal,
una y otra vez, inmortal.
Inmortal. Una y
otra vez.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
***
http://inventren.blogspot.com/
(De la Estación San
Sebastián – ferrocarril Midland)
(Sobre la memoria, que
reivindica los momentos en la distancia,
y sobre la posibilidad
recurrente de una inversión en el tiempo)
Del pueblo solo queda un caserío
exiguo, calles de fresco lodazal que acceden hasta la estación. He dejado el
auto en una calle lateral, de esas que miran hacia un infinito sin árboles donde
solo residen el horizonte y las nubes. Me reciben los perros, los guardianes
incondicionales, como en todo lugar donde los edificios son bajos y se unen con
los componentes básicos de la tierra. El único elemento del otro lado del
endeble alambrado es la estación misma, San Sebastián. Yo tenía la curiosidad y
toda la intención de acercarme al viejo andén y tomar algunas fotos. La fachada
de chapa se conserva muy bien y me sorprende que esté habitada, una familia del
lugar se ha afincado aquí a cambio de conservar lo edilicio y mantener a raya
la naturaleza. Algunas gallinas, un par de cabras y tres perros componen la
fauna doméstica. Un poco más alejado un pequeño edificio sanitario y leña,
mucha leña y en una pared colgada una sierra de mano y unas sogas viejas, que
dan cuenta de la obtención del combustible primario.
Parado en ese andén, hoy, quince
de septiembre de 2014 al mediodía, observo, hacia Carhué la nada misma, no hay
ni vías, solo pasto seco y el tendido de los viejos postes de un telégrafo prehistórico.
La vía principal no existe, es la orientación típica de estas estaciones y mi
brújula interna la que me indica la dirección de los perdidos puntos
cardinales. Hacia Puente Alsina, unos galpones grandes de chapa gris, bien
conservados, depósitos de vialidad quizás, y otros dos más chicos, un poco más
alejadas también un par de viviendas de los empleados del Midland, estas si,
aunque de piedra, ya hace mucho tiempo abandonadas, el moho verdinegro toma por
asalto las viejas paredes. Al fondo antes de desaparecer de la vista, el tanque
de agua, como un vagón alzado en el aire por una mano invisible hacia el cielo
gris y más alejado aún la silueta de un pájaro delgado y extraño, el caño
hidrante que hoy solo convoca al camión de la municipalidad.
Miro hacia la estación, que ya
ni el nombre conserva, le han quitado las tablas o paneles donde estaba la
denominación y observo que no hay nada que se parezca a una boletería, quizás
estaba en alguna estancia o división interna. La estación cerró en septiembre
de 1977, un día once de ese hermoso mes recorrió el tren de pasajeros estas
poblaciones por última vez. Un día de septiembre cincuenta estaciones como
esta, cuyos nombre de poco van muriendo, pasaron administrativamente al olvido,
y Carhué, la orgullosa Carhué, punta de riel de un pasado turístico y
esplendoroso, quedó a la deriva, un barco despojado, una ciudad que hacia el
sur solo mostraría paramos desolados, cubiertos por la sal del desbordado Lago
Epecuén. Nunca más oiría el trepidar de la maquinaria pesada de un tren, nunca
más el vibrar de los durmientes de quebracho y el baile minúsculo de sus
temblorosos clavos de hierro.
Pido permiso al actual
habitante, padre de familia y este me permite el paso al interior de la
estación, cruzo un umbral hollado por miles de pies antes que los míos. Observo
la carencia de algún reloj como es común o lo dicta la memoria de otras
estaciones entrevistas. Si hay, en un rincón de polvo y hojas secas, una
balanza para pesaje de encomiendas, no de plataforma, sino de esas otras con
pesos deslizables, ni tan vieja ni tan nueva. Un banco contra la pared
solitaria y enfrente una ventanilla de boletería con enrejado marrón, semejante
a un pequeño confesionario surgido entre las sombras. Olor a madera, a capas de
pintura gris, a sellos postales, a monedas antiguas de bronce. Sobre el
antepecho de la ventanilla, me aguarda un pequeño boleto amarillento con número
de serie 18362, lo tomo entre mis dedos, dice en letras pequeñísimas: Servicio
coche Motor - Ferrocarril Midland y en destacadas pone San Sebastián a Puente
Alsina, clase única y el suculento precio de $ 0.40 de moneda nacional. Sonrío
solo para mí y el corazón se me encabrita de pura nostalgia.
Aseguro la correa de mi cámara,
la Kodak Instamatic es una fiel compañera de caminos y de rieles. Me doy
vuelta para hacerle una pregunta al dueño de casa y descubro que he estado
solo, ignoro cuanto tiempo ha pasado. El aire que ha ingresado por la puerta ha
barrido el polvo y las hojas y el banco luce como si le hubieran aplicado una
nueva capa de pintura marrón. Levanto la vista y localizo casi en las sombras
un reloj que se me había pasado por alto, y también escucho su metálico corazón
en movimiento. Salgo nuevamente o recuerdo haber salido una vez más, a la
plataforma. Gente del pueblo se ha reunido en el andén, han llegado hasta el
alambrado delimitador en Falcon Futura, en renoletas, en Rambler,
en Renault 12, en cupés Chevys o Peugeot 504. Tomo algunas
fotos de todos ellos y cambio el rollo, en el aire se siente algo así como una
expectativa, un aire de ceremonia o despedida. Se acerca ahora, viniendo desde
Puente Alsina una formación de coche motor bastante antigua, un gusano
amarillo, rojo y azul que trepida ya cercano, lleva en su frente el número
2779, es un coche Ganz, le saco fotos, es un momento único. Me doy
cuenta que todavía tengo el boleto entre mis dedos, pero algo ha cambiado, las
letras grandes dicen: Puente Alsina a San Sebastián.
Abordamos el tren, a pesar de
sus años de servicio las comodidades son más que buenas. Me arrellano en un
asiento doble cubierto de cuerina marrón, he visto los del otro vagón, tal vez
no pertenecientes a este coche motor, sino un arreglo de último momento y estos
bancos eran de madera, como los de las plazas, también marrones. Partimos, y
toda la cacofonía metálica del tren se armoniza y adopta una cadencia
maravillosa y adormecedora al igual que las conversaciones de los pasajeros,
todo se convierte en un murmullo continuo y conocido. Entreveo pasar las
estaciones, mal recuerdo ahora algunos nombres: La Rica, Araujo, Dudignac,
Corbett, Henderson, Casey, Saturno, son algunas, las demás las devorará el
tiempo que es el depredador de la memoria. A las seis y cuarto de la tarde
arribamos a Carhué partido de Adolfo Alsina.
Recuerdo Carhué como entre
sombras de esa tarde a la salida de la estación. Un movimiento inusual me
sorprende en la ciudad turística, innumerables coches circulan por calles
prolijas y atiborradas de negocios, cuyos carteles multicolores comienzan a
encenderse. Muchos de ellos son hoteles, hospedajes y pensiones: Hotel Azul,
Hotel Americano, Hotel Las Familias, Hotel Horizonte, Hotel Plaza, el Hispano
Argentino, también casas de regalos y fábricas de alfajores. Casa Bruni y sus
electrodomésticos exhibiendo la nueva cocina marca Volcán. Me llama la atención
un bellísimo coche estacionado como al descuido, un Pontiac Chieftain
color arena que una delicia flamante para gente de buen respaldo económico y
por las calles muchos otros: Pontiac Bonneville, Ford 1950, el
año del Libertador, inverosímiles colectivos de chasis Chevrolet
cubiertos de propaganda local, extraños Kaiser Manhattan, Chevrolet
Bell Air, y hasta un exclusivo y aerodinámico sedan Studebaker.
La ciudad es pujante y
cosmopolita, está en su apogeo, todo el mundo y sobre todo la sociedad de
Buenos Aires se da cita aquí para disfrutar de los baños termales y su acción
terapéutica, reconocida en todo el mundo. En la sede de la Sociedad Italiana
proyectan “El Seductor”, un estreno, con Luis Sandrini, Elina Colomer y la
cubana Blanquita Amaro, que justamente trata de un jefe de una estación
pueblerina que se enamora de una bella mujer que viaja en un tren, todo el
argumento se presta a equívocos y alegres miradas, los espectadores festejan el
lenguaje de gestos del personaje. Más por gastar un par de horas que por las
risas, acudo a la función y después ceno unas pastas en la Sociedad. Luego,
cansado, con los ojos llenos de imágenes busco un hospedaje modesto y me duermo
en un sueño de viajes y pasajeros que se convierten en estatuas de sal.
A las siete y media de la mañana
ya estoy en la estación, el tren ha sido invertido de sentido en la mesa
giratoria y ahora reanudaremos el viaje. Una multitud de personas despide el
tren agitando las manos y algunos pañuelos al abandonar la plataforma de Carhué
a las ocho y cinco minutos exactos. Recorremos las estaciones a la inversa, San
Fermín, Coronel Freyre, Coraceros, Hortensia, Morea, Ortiz de Rosas, Baudrix,
Indacochea, por nombrar las omitidas en el viaje de ida. En cada una un puñado
de pobladores nos despide, ellos saben que ya es la última vez que verán el
tren de pasajeros, hasta los perros nos acompañan en el lento paso por los
gastados andenes. Al pasar por San Sebastián observo el boleto en mis manos y
ahora me muestra la información correcta, el destino cierto: leo a la luz del
mediodía: San Sebastián a Puente Alsina. Acomodo mi traje de franela gris, el
cuello de mi camisa y la delgada corbata negra, me subo el pantalón bien alto y
me relajo para el viaje hacia Buenos Aires.
El viaje se hace torpe,
traqueteante, las horas, los pensamientos y las estaciones se suceden
lentamente, como un libro que se recorre despacio, hoja por hoja, con la yema
de los dedos. Converso un momento con el guarda uniformado mientras me pica el
boleto y me comenta que la formación es un coche motor Birmingham Gardner
y que todos los asientos ahora son de madera, es más, casi toda la estructura
de este vagón en que viajamos, por ejemplo, es categóricamente, de madera.
Consulto mi Guía Peuser 1948 de Horarios del Ferrocarril Midland y voy
apuntando mentalmente las estaciones que quedan atrás: Ingeniero Williams,
Plomer, Km 38, Rafael Castillo, José Ingenieros, La Salada, La Noria, Villa
Caraza ya ingresando al partido de Lanús. El tiempo está a nuestro favor, hemos
hecho el recorrido con ventaja, los pasajeros descubren una algarabía contenida
que comienza a explotar con el final del viaje. Son las tres y cuarto de la
tarde y la formación llega a Puente Alsina.
Desciendo en la plataforma y me asombra
la complejidad de estación mayor, acostumbrado a las humildes paradas de
provincia. En vías secundarias veo la locomotora más extraña que rodara por
rieles argentinos, una inmensa Sentinel Cammell de calderas revestidas
de acero, un tren blindado, una bestia que devora ingentes cantidades de carbón
y más agua aún. Recorro las dependencias y doy con la puerta que da al frente,
desde allí veo las obras ya casi terminadas sobre el Riachuelo, del puente
Uriburu con su estilo neoclásico, la estación tomaría el nombre de los
sucesivos puentes que como este, fueron construidos desde la Avenida Saénz para
salvar el brazo de agua hacia el sur, hacia donde entreveo los caserones del
barrio Pompeya. En la rotonda cercana, tres líneas de tranvías se disputan el gentío
hacia Constitución, Plaza Once o La Paternal, las líneas 9, 8 y 55
respectivamente. Para los que no gustan de lo motorizado, diversos carruajes te
acercan hasta los barrios aledaños. Saco algunas fotos de la fabulosa
arquitectura del puente y guardo mi pequeña cámara Agfa Billy Clack.
Extraigo el reloj con su leontina de delicados eslabones del bolsillo de mi
chaleco gris, de paso me acomodo el traje cruzado a rayas también de gris y mi
sombrero de fieltro de ala ancha en la vidriera de un café. Un canillita pasa a
las voces que se han iniciado los conflictos en el Chaco, la situación entre
Bolivia y Paraguay no tiene otra solución que el uso de las armas, la guerra es
inminente. Lo mismo sucede entre los hermanos peruanos y Colombia. El
continente tiene varios frentes de batalla y el hombre solo siente el deseo de
forjar países modernos.
Pernocto en un hospedaje de
Valentín Alsina y escuchando en la radio los conflictos del norte me duermo.
Temprano me levanta el traqueteo de los tranvías y salgo hacia la cortada
Membrillar, son las siete de la mañana. Debo partir, el tren que me espera en
la estación es un pequeño monstruo negro, una Kerr Stuart de cabina
abierta. Solo dos vagones componen el convoy más un pequeño furgón de cola o Brake
Van inglés, suficiente material rodante para el viaje hasta San Sebastián.
Entre bufidos y chorros de vapor de agua como un animal de pesadilla parte el
tren, nos restan unas siete horas de viaje. En Fiorito y en la Noria abordan
operarios e ingenieros de la empresa constructora Hume Hnos, nos
apretujamos un poco entre herramientas y vaivenes, mal agarrados a los fierros
y los bancos de madera, aunque el tren se deslice tranquilo y rápido sobre los
rieles nuevos. Vemos el campo ya amanecido y en sus labores, el sol nos persigue
y en algunas estaciones los niños que marchan hacia las escuelas nos saludan
con los ojos grandes y las sonrisas de la inocencia.
A las diez de la mañana llegamos
a San Sebastián. La estación nueva, toda de chapones relucientes, hay quien
dice que en algún futuro será de material, no es vano soñar con el futuro de
los Ferrocarriles Argentinos, debería ser más que una utopía. Descienden los
operarios de la constructora y todo se llena de voces y metálica melopea de
clavijas y herramientas. Hoy es 15 de junio de 1909, en dirección a Carhué no
hay vías todavía, cientos de durmientes nuevos de quebracho aguardan que las
manos enguantadas los acarreen a sus sepulturas definitivas, quizás por un
siglo o más, la carcoma y la fatiga dictaran sus años de tierra y sueño. A un
costado una pirámide de rieles, buen acero británico calentándose al sol. San
Sebastián esta febril e inquieta, inmensa de movimientos y vitalidad. Acomodo
los operarios para una placa fotográfica y los inmortalizo para la posteridad.
Aquí crecerá un pueblo, al amparo de estas venas de sangre de este tiempo de
industria y avances industriales. Me siento en el banco de la plataforma y
sueño, me adormezco, mi sombrero cubre mis ojos y escucho el grito eterno del
tren.
*De Jorge Lacuadra.
jorgelacuadra@hotmail.com
– 26/07/14.- http://algunashistoriasbreves.blogspot.com.ar/
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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