jueves, abril 09, 2015

EDICIÓN ABRIL 2015.



*Dibujo de Erika Kuhn.








THE GLOBE*

W.S., en memoria


400 años borran todo,
no siempre
a la piedra, ni a la letra,
que a veces es más duradera
y sólida.
Por lo demás, el gran río
siempre estuvo
ahí, y durante algunos meses
aciagos
bombardeado por las noches.
La memoria,
tantas veces volátil, incierta,
escurridiza,
suele también tener la opaca
firmeza
del granito. Pero 400 años
borran
todo, hasta los edificios que
se creía destinados.
No así algunas palabras,
algunas voces,
donde parece los tiempos
respiraran.


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-Poema  perteneciente al poemario “Dos cigarrillos para Eliot”.
-Escrito en Earl’s Court, Londres, en mayo de 2013 y  mayo de 2014.
Ediciones del Nuevo Cántaro. Marzo 2015










HOMBRE DE PÁJARO*

A Alberto Diaz



*De Adolfo Zutel
(1936 – 2012)


tenía un pájaro un nido en el hombro
una cría
tenía mil respuestas tal vez diez
para cada gesto una respuesta
tenía un nido en el hombro
en el hombro de pasto de risa
jugaban con la tarde y los recuerdos
las notas volaban hasta el saxo
tenia escondidas las tardes las horas y los llantos
desde el nido y el hombro asomaron las plumas
gorjeaba
por las tardes volaba por los sueños
eran noches con pies prendidos a una rama
el pájaro fue a la escuela del hombro y del aliento
a la escuela marrón
a la naranja
a su lado conoció las escalas mil respuestas o diez
las notas los llantos y las letras
la escuela del recuerdo
del mañana de nunca
toma té con el pájaro
alguien vuela
alguien habla



*Poema inédito de Adolfo Zutel (26/07/1936 - 05/04/2012)














El Apocalipsis*



El coletazo me castigó en pleno rostro. Fui a rebotar una y mil veces contra el suelo. No sé cómo sobreviví. Cuando desperté los labios me ardían y los dedos intentaban aferrarse a lo que pudiesen. Buscando la sombra, me arrastré bajo el sol. Agobiaba la sed y sentía el estómago hundido por efecto de la deshidratación.
¿Volví a desmayarme? ¿Me venció el sueño? ¿Perdí la noción del tiempo? Todavía no sé pero cuando volví a despertar ya era noche. Más repuesto logré abrir los ojos. Las estrellas titilaban en el cielo y la brisa fresca me acariciaba el perfil. La paz era absoluta, sólo el ruido del agua y su monotonía. Logré sentarme. En el terreno suave y fértil, descubrí que la silueta de la vegetación, se recortaba en la inmensidad del cielo nocturno.
Inspeccioné mi cuerpo. De milagro ningún hueso roto. Rasguños en las piernas, en los brazos y en la espalda pero nada grave, al menos eso me pareció. Molestaban sí pero no noté que sangraran.
Tenía hambre y también la garganta seca y la necesidad imperiosa de beber agua dulce.
Agua dulce. Recordé que hacía exactamente ciento cincuenta y cinco días que no bebíamos agua natural, simplemente se había terminado y todo lo que conseguíamos eran gaseosas, licores, vinos y sabíamos perfectamente que no por demasiado tiempo pues estábamos a punto de agotar las reservas. La última botella de doscientos cincuenta centímetros cúbicos de pomelo edulcorado me había costado mi automóvil último modelo.
El automóvil último modelo. Comienzo a recordar que, inmediatamente después de que el nuevo propietario, lo puso en marcha para llevárselo, lo vi a los tumbos, arrastrado, de un lado a otro de mi calle, por la corriente putrefacta. Antes de que alguien me la arrebatara, apuré mi botellita de pomelo. La sed era urgente, como la que siento ahora, en esta extraña planicie.
Nos habían prevenido. El calentamiento global derretiría el hielo de los polos y el aumento del nivel del agua produciría graves inundaciones. La combinación de factores climáticos y los desastres provocados por el hombre, lograría el tan temido fin del mundo.
En los últimos tiempos, la humanidad no había cesado de preguntarse por qué no se encontraban extraterrestres en el universo. Las teorías fueron muchas. Una de ellas afirmaba que cada vez que una civilización llega a cierto grado técnico, genera un agujero negro que la traga y es destruida.
Amanece. Un pequeño sol rojo asoma sobre el horizonte. Vuelvo a revisar mis heridas. Milagrosamente han desparecido.
Empiezo a ver lo que me rodea. Es un prado de características extraordinarias y es hermoso. No es un cielo celeste, es rojo. Rojo como el pequeño sol y las manzanas.
Las colinas azuladas, el pasto tierno, las nubes van del lila al rosado. Las aves entonan cánticos de alabanza. Los peces abundan en los ríos y miles de flores y mariposas alegran el entorno.
Acerco con desesperación mi boca, al líquido incoloro del manantial y, haciendo cuenco con las manos, bebo. Humedezco mi cabeza, los brazos. La sensación de bienestar es paradisíaca. Una explosión de saciedad y plenitud, se desliza por mi garganta e inunda mi cuerpo.
Ahora recuerdo la explosión. Entre otras catástrofes, habían anunciado que pronto llegaría a nuestra atmósfera, el asteroide 2005 YU55.
Ahora recuerdo la mención del Apocalipsis y el túnel de luz.
Aspiro profundamente el delicioso perfume que la brisa me acerca. Dispuesto a malcriar mi apetito, camino hasta el bosque de frutales. Me acerco al manzano. A su sombra descubro la figura de mi mujer y algo me recuerda a una costilla.


*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell











*


Reflejo tenue

en la cintura del árbol

Un gorrión quemó su casa

anoche

La cabellera está suelta

ya

Mudan trinos en la brisa



*De alejandra alma. almaalma3h@gmail.com












ANNA*



*Por Antonio Dal Masetto.


También esta noche, como siempre que el sueño no viene, el hombre sale a caminar sin dirección, fuma y sus pasos y sus divagaciones lo llevan lejos. Nubes fugitivas en el cielo nocturno, temblor de luna, reflejos de faroles en las calles empedradas, árboles podados, ramas apiladas sobre las veredas y, al doblar una esquina, una muchacha detenida en la mitad de la cuadra, una sorpresa, un descubrimiento para el hombre que deambula por la ciudad vacía.
La muchacha permanece vuelta hacia él, tiene flores en las manos.
También el hombre se detiene y ahí quedan, observándose. Y en esa pausa, en el silencio, el hombre comprende, como en una revelación, que el nombre de la muchacha es Anna y que las flores son para él.
Después ella da media vuelta y comienza a caminar y el hombre la sigue y no acorta la distancia, y avanzan por calles y calles, entre las casas mudas y los gatos, y siempre hay nubes arriba y temblores de luna, y de tanto en tanto la muchacha gira la cabeza, tal vez para comprobar si el hombre continúa detrás, tal vez para alentarlo a que no deje de escoltarla.
Y allá van.
Ahora el hombre sabe que el de esta noche no es un paseo gratuito, que la muchacha que lo precede ha venido a convocarlo. Entiende que es tiempo de balances, rendiciones de cuentas.
El aire está poblado de señales, voces rotas, llamados difusos, rubores de la memoria, nombres trabajosamente rescatados, enarbolados por encima de muertes, olvidos, desprecios e ironías, nombres que vuelven intermitentes con los rumores que el viento trae un instante y arroja nuevamente a las aguas de la noche.
Y el hombre, a la distancia, intenta comunicarse con la muchacha, y sus palabras son confusas y no pasan de ser un balbuceo lento, aunque confía en que ella, allá adelante, lo escuche. El hombre murmura: En esta tierra condenada, agobiada de pérdidas, tierra arrasada, tierra de miserias y de atrocidades, no me resultará fácil hablarte.
Y en eso se queda, no hay mucho más en su cabeza.
Y van.
Y hay más calles y faroles y jardines y plazas. Y de tanto en tanto el hombre reinicia su discurso entrecortado: En esta tierra condenada, agobiada, arrasada, no me será fácil, no me será fácil, no me será fácil. Y así. Una vez, dos, tres, muchas.
Después renuncia a las palabras. Ya no importa su pobreza, las ideas que no acuden o que la imaginación niega. Ya no importan la confusión, la falta de claridad. Ya no importa nada de eso. Porque ahí está la muchacha marcando camino, guiando, abriendo una brecha, despejando. La volátil y firme figura de la muchacha nocturna, imagen que no transige, que no sucumbe, que no habla de derrotas, pero sí de firmezas y permanencias, y de una obstinada libertad.
Paso ligero de la muchacha a través de la ciudad dormida, reverenciando, enalteciendo, rescatando cada hebra del tejido de esta hora. Entonces, una vez más, alrededor el aire vibra de sabor de juventudes. Caminar detrás de la muchacha por calles de nuevo familiares, en este setiembre cambiante, después de tantas voluntarias o forzadas renuncias, después de tantos voluntarios o forzados destierros, es retomar viejas sendas y descubrirse entero y dispuesto, sacudido por estremecimientos olvidados, inconsciencias, locuras, alimentos para raíces de días nuevos.
La noche se carga de certezas, aquella figura va opacando dudas, pone ráfagas de asombro en el silencio. Y nuevamente la muchacha gira la cabeza, muestra brevemente su perfil y todo el tiempo parecería decir: También éste, como siempre, como todos, precisamente éste, es el momento decisivo.


-El texto "Anna" pertenece al libro "Señores más señoras", Editorial Sudamericana.












Gracias a la vida*

A Ariel Bufano



Creo en Violeta Parra

alumbrada de música y poemas

En Salvador Allende su entera dignidad

En Miguel Hernández  su huella
de sangre y de belleza

En la libertad que escribe incesante con
uñas  en los  muros.

En la alegría,  el abrazo.

En la fiesta que continúa al dolor

en la dulce tristeza

en las flores

la amistad

creo en los luchadores que buscan

en la ternura


en la oscuridad salpicada de sueños

en el arte de pensar

los libros  en la cama

sobre la mesa

en los libros que asaltan todos los rincones.

En mi ciudad, mi casa, mi cuerpo, surcados de

latidos.


En la
leche tibia de las palabras.

En la rebelión

En los títeres,

el cine, los cafés, los recuerdos,
la murga

en el amor

que acaricia a todo lo que creo.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar









*


Cuando la rama
del sólido reparo
se quiebra,
los pájaros
conocen
el abismo.

¿Temerán,
acaso,
en sus sueños alados,
a la caída
en los fosos
sin fin?

¿O acaso la angustia
es otro don
de los hombres?



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com












Identidad*



Exiliada de ti, de la grandilocuencia.
Con un simple vestido de atardeceres
y molinos de viento como albergue.
Con largas caminatas buscando el trébol
de la cuarta hoja
la pluma del caburé y su magia
la esotérica piedra de la revelación.
No eran para mí esos hallazgos.
Mucho menos descubrir la alquimia
de las palabras.
Su cauce. Sus tiempos. Sus estancias.

Exiliada de ti, sentada a orillas
de mi silencio -no el que calla
sino el que escucha, atento-
remonto el curso del agua
y los amo.

Soy yo en ellos.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar











LOS SOLES DE VAN GOGH*



Pintó un girasol
y tres más
y un campo de girasoles.
Pintó los girasoles más bellos
que ha conocido el mundo.
Y se suicidó
porque no pudo lograr
que ellos giraran.


*De Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
Marzo, 2015.











Don Quijote en el burdel*



Presta atención, Sancho.
Sé mi alivio, amigo mío,
que no sólo frente al cura
se aligeran los pecados. Pichincha
era la ínsula,
y juro
que me atrajo el falso encanto
de ese reino del Rosario,
era el nombre, Sancho,
de la virgen de Lepanto.

Los candiles, Dios,
hacían de la noche día.
No fue sino llegar
que en un enorme tablado,
bien que con ruda alegría,
no se,
creo que fui homenajeado.
Y en un mesón
que ya tuviera La Mancha
comí unas carnes asadas
que agua se me hace la boca
como cuento el recordarlas.

Empero -¡ay, Sancho!-,
comprada al fin mediocre cama
encontreme yo a la espera
tras haber a mi conciencia un velo
puesto de omnipotente anhelo.

Sucedió en blancuzca alcoba
junto a negruzca dama.
Vino y diome, ya en el lecho,
al hablarle yo del alma,
cabizbaja suyos versos,
tan horribles cual un cierzo,
espantajos del idioma...,
que escribiera bajo el techo
¡ese techo y esa sarna!
en la ilusión de su pecho
de princesa virginal.

Despacio, inarropado, leí.
Fingí asentir y sus ojos
me sonreían, sus labios
se mordisqueaban, y le vi
tal pureza en tal ramera
que vergüenza de estar desnudo
en su presencia sentí.
Mirándola devolví
suyos versos. Quizá la musa
sincera y a par huesuda
ante el crítico primer
vio su luz,
y le ofrecí
tenue sonrisa
y me fui,
mirando hacia atrás si quedaban
las huellas allí marcadas
de quien entrara por mí.



*De Héctor Cepol. hectorcepol@gmail.com









MORTAL*


“¿Cuántas muertes serán necesarias para que comprenda el hombre
Que ya ha habido demasiados muertos?”
BOB DYLAN



Yo, podría decirte muchas cosas.
Muchas cosas, dulce, pequeña inmensa, tan temida.
Tan anhelada, tan odiada.
Los ángeles han caído en tus espejos de agua.
Torpes criaturas sin pupilas.
Yo podría decirte que se que me buscabas y me buscas.
Sé, de tu espera ansiosa en aquella tarde de verano sediento.
Hubo un tiempo en que acechabas como reptil hambriento.
En la concavidad del tajo consagrado me escondía.
Vos traías la cabellera larga de los tiempos.
Las uñas chamuscadas con la congoja del ardiente enero.

Yo venía de un vértice encendido, de un planisferio oscuro.
Y fui hembra, resucitada y bautizada por el polvo.
Vos, en cambio, no sabes la geografía exacta de tu nombre.
Tu nombre es de mujer, como la justicia, la vida, la utopía.
Como la bandera, la patria, la palabra.
La libertad, la negación del no, la rosa.
Que cruel designio te persigue, compañera.
Quien mutila tus pechos. Quien te castra. ¿No te cansas?

Te he visto trepar por los balcones y los nidos vacíos.
Te he observado, absorta, en la mirada de los gatos negros.
Testigo he sido de la transmutación de tus manos.
He contemplado tus rituales de danza en los patíbulos.
He percibido los poetas sentarse en tu huesudo pubis.
He escuchado el llanto de las madres y los hijos.
Te oí mil veces pasar por la puerta de mi casa.
He visto a Belcebú y a vos y a un niño con pupilas sangrantes.
Y te has equivocado una y otra vez. Setenta veces siete.

Y me preguntas, incisivamente, al borde del abismo.
Porqué el poeta, ante tanto tormento.
Ante los albores terribles de las guerras.
Ante la fetidez de un sol alquitranado.
Porqué el poeta se baña en la clepsidra del deseo.
Porqué se empapa en la penumbra del amor.

Yo podría decirte muchas cosas…
Y digo, se, que parece fútil, banal, invertebrado.
Poetas cantan al amor y a la luna.
Otros, llenan oquedades y agujeros de bala.
Y yo, entre ellos…
Saco la flecha del cervatillo y la clavo en mi pecho.
Hondo, muy hondo, hasta los confines del barro.
Y me despojo y me bebo y me amordazo en besos.
Y celebro. Celebro ser mortal, jubilosamente…
Vos, en cambio, amada, pequeña inmensa, tan temida.
Llevas la carga tan pesada de los dioses. Por siglos de los siglos.
Ser inmortal, una y otra vez, inmortal.
Inmortal. Una y otra vez.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar






***


INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


Estación San Sebastián*

 (De la Estación San Sebastián – ferrocarril Midland)



(Sobre la memoria, que reivindica los momentos en la distancia,
y sobre la posibilidad recurrente de una inversión en el tiempo)



Del pueblo solo queda un caserío exiguo, calles de fresco lodazal que acceden hasta la estación. He dejado el auto en una calle lateral, de esas que miran hacia un infinito sin árboles donde solo residen el horizonte y las nubes. Me reciben los perros, los guardianes incondicionales, como en todo lugar donde los edificios son bajos y se unen con los componentes básicos de la tierra. El único elemento del otro lado del endeble alambrado es la estación misma, San Sebastián. Yo tenía la curiosidad y toda la intención de acercarme al viejo andén y tomar algunas fotos. La fachada de chapa se conserva muy bien y me sorprende que esté habitada, una familia del lugar se ha afincado aquí a cambio de conservar lo edilicio y mantener a raya la naturaleza. Algunas gallinas, un par de cabras y tres perros componen la fauna doméstica. Un poco más alejado un pequeño edificio sanitario y leña, mucha leña y en una pared colgada una sierra de mano y unas sogas viejas, que dan cuenta de la obtención del combustible primario.
Parado en ese andén, hoy, quince de septiembre de 2014 al mediodía, observo, hacia Carhué la nada misma, no hay ni vías, solo pasto seco y el tendido de los viejos postes de un telégrafo prehistórico. La vía principal no existe, es la orientación típica de estas estaciones y mi brújula interna la que me indica la dirección de los perdidos puntos cardinales. Hacia Puente Alsina, unos galpones grandes de chapa gris, bien conservados, depósitos de vialidad quizás, y otros dos más chicos, un poco más alejadas también un par de viviendas de los empleados del Midland, estas si, aunque de piedra, ya hace mucho tiempo abandonadas, el moho verdinegro toma por asalto las viejas paredes. Al fondo antes de desaparecer de la vista, el tanque de agua, como un vagón alzado en el aire por una mano invisible hacia el cielo gris y más alejado aún la silueta de un pájaro delgado y extraño, el caño hidrante que hoy solo convoca al camión de la municipalidad.
Miro hacia la estación, que ya ni el nombre conserva, le han quitado las tablas o paneles donde estaba la denominación y observo que no hay nada que se parezca a una boletería, quizás estaba en alguna estancia o división interna. La estación cerró en septiembre de 1977, un día once de ese hermoso mes recorrió el tren de pasajeros estas poblaciones por última vez. Un día de septiembre cincuenta estaciones como esta, cuyos nombre de poco van muriendo, pasaron administrativamente al olvido, y Carhué, la orgullosa Carhué, punta de riel de un pasado turístico y esplendoroso, quedó a la deriva, un barco despojado, una ciudad que hacia el sur solo mostraría paramos desolados, cubiertos por la sal del desbordado Lago Epecuén. Nunca más oiría el trepidar de la maquinaria pesada de un tren, nunca más el vibrar de los durmientes de quebracho y el baile minúsculo de sus temblorosos clavos de hierro.
Pido permiso al actual habitante, padre de familia y este me permite el paso al interior de la estación, cruzo un umbral hollado por miles de pies antes que los míos. Observo la carencia de algún reloj como es común o lo dicta la memoria de otras estaciones entrevistas. Si hay, en un rincón de polvo y hojas secas, una balanza para pesaje de encomiendas, no de plataforma, sino de esas otras con pesos deslizables, ni tan vieja ni tan nueva. Un banco contra la pared solitaria y enfrente una ventanilla de boletería con enrejado marrón, semejante a un pequeño confesionario surgido entre las sombras. Olor a madera, a capas de pintura gris, a sellos postales, a monedas antiguas de bronce. Sobre el antepecho de la ventanilla, me aguarda un pequeño boleto amarillento con número de serie 18362, lo tomo entre mis dedos, dice en letras pequeñísimas: Servicio coche Motor - Ferrocarril Midland y en destacadas pone San Sebastián a Puente Alsina, clase única y el suculento precio de $ 0.40 de moneda nacional. Sonrío solo para mí y el corazón se me encabrita de pura nostalgia.
Aseguro la correa de mi cámara, la Kodak Instamatic es una fiel compañera de caminos y de rieles. Me doy vuelta para hacerle una pregunta al dueño de casa y descubro que he estado solo, ignoro cuanto tiempo ha pasado. El aire que ha ingresado por la puerta ha barrido el polvo y las hojas y el banco luce como si le hubieran aplicado una nueva capa de pintura marrón. Levanto la vista y localizo casi en las sombras un reloj que se me había pasado por alto, y también escucho su metálico corazón en movimiento. Salgo nuevamente o recuerdo haber salido una vez más, a la plataforma. Gente del pueblo se ha reunido en el andén, han llegado hasta el alambrado delimitador en Falcon Futura, en renoletas, en Rambler, en Renault 12, en cupés Chevys o Peugeot 504. Tomo algunas fotos de todos ellos y cambio el rollo, en el aire se siente algo así como una expectativa, un aire de ceremonia o despedida. Se acerca ahora, viniendo desde Puente Alsina una formación de coche motor bastante antigua, un gusano amarillo, rojo y azul que trepida ya cercano, lleva en su frente el número 2779, es un coche Ganz, le saco fotos, es un momento único. Me doy cuenta que todavía tengo el boleto entre mis dedos, pero algo ha cambiado, las letras grandes dicen: Puente Alsina a San Sebastián.
Abordamos el tren, a pesar de sus años de servicio las comodidades son más que buenas. Me arrellano en un asiento doble cubierto de cuerina marrón, he visto los del otro vagón, tal vez no pertenecientes a este coche motor, sino un arreglo de último momento y estos bancos eran de madera, como los de las plazas, también marrones. Partimos, y toda la cacofonía metálica del tren se armoniza y adopta una cadencia maravillosa y adormecedora al igual que las conversaciones de los pasajeros, todo se convierte en un murmullo continuo y conocido. Entreveo pasar las estaciones, mal recuerdo ahora algunos nombres: La Rica, Araujo, Dudignac, Corbett, Henderson, Casey, Saturno, son algunas, las demás las devorará el tiempo que es el depredador de la memoria. A las seis y cuarto de la tarde arribamos a Carhué partido de Adolfo Alsina.
Recuerdo Carhué como entre sombras de esa tarde a la salida de la estación. Un movimiento inusual me sorprende en la ciudad turística, innumerables coches circulan por calles prolijas y atiborradas de negocios, cuyos carteles multicolores comienzan a encenderse. Muchos de ellos son hoteles, hospedajes y pensiones: Hotel Azul, Hotel Americano, Hotel Las Familias, Hotel Horizonte, Hotel Plaza, el Hispano Argentino, también casas de regalos y fábricas de alfajores. Casa Bruni y sus electrodomésticos exhibiendo la nueva cocina marca Volcán. Me llama la atención un bellísimo coche estacionado como al descuido, un Pontiac Chieftain color arena que una delicia flamante para gente de buen respaldo económico y por las calles muchos otros: Pontiac Bonneville, Ford 1950, el año del Libertador, inverosímiles colectivos de chasis Chevrolet cubiertos de propaganda local, extraños Kaiser Manhattan, Chevrolet Bell Air, y hasta un exclusivo y aerodinámico sedan Studebaker.
La ciudad es pujante y cosmopolita, está en su apogeo, todo el mundo y sobre todo la sociedad de Buenos Aires se da cita aquí para disfrutar de los baños termales y su acción terapéutica, reconocida en todo el mundo. En la sede de la Sociedad Italiana proyectan “El Seductor”, un estreno, con Luis Sandrini, Elina Colomer y la cubana Blanquita Amaro, que justamente trata de un jefe de una estación pueblerina que se enamora de una bella mujer que viaja en un tren, todo el argumento se presta a equívocos y alegres miradas, los espectadores festejan el lenguaje de gestos del personaje. Más por gastar un par de horas que por las risas, acudo a la función y después ceno unas pastas en la Sociedad. Luego, cansado, con los ojos llenos de imágenes busco un hospedaje modesto y me duermo en un sueño de viajes y pasajeros que se convierten en estatuas de sal.
A las siete y media de la mañana ya estoy en la estación, el tren ha sido invertido de sentido en la mesa giratoria y ahora reanudaremos el viaje. Una multitud de personas despide el tren agitando las manos y algunos pañuelos al abandonar la plataforma de Carhué a las ocho y cinco minutos exactos. Recorremos las estaciones a la inversa, San Fermín, Coronel Freyre, Coraceros, Hortensia, Morea, Ortiz de Rosas, Baudrix, Indacochea, por nombrar las omitidas en el viaje de ida. En cada una un puñado de pobladores nos despide, ellos saben que ya es la última vez que verán el tren de pasajeros, hasta los perros nos acompañan en el lento paso por los gastados andenes. Al pasar por San Sebastián observo el boleto en mis manos y ahora me muestra la información correcta, el destino cierto: leo a la luz del mediodía: San Sebastián a Puente Alsina. Acomodo mi traje de franela gris, el cuello de mi camisa y la delgada corbata negra, me subo el pantalón bien alto y me relajo para el viaje hacia Buenos Aires.
El viaje se hace torpe, traqueteante, las horas, los pensamientos y las estaciones se suceden lentamente, como un libro que se recorre despacio, hoja por hoja, con la yema de los dedos. Converso un momento con el guarda uniformado mientras me pica el boleto y me comenta que la formación es un coche motor Birmingham Gardner y que todos los asientos ahora son de madera, es más, casi toda la estructura de este vagón en que viajamos, por ejemplo, es categóricamente, de madera. Consulto mi Guía Peuser 1948 de Horarios del Ferrocarril Midland y voy apuntando mentalmente las estaciones que quedan atrás: Ingeniero Williams, Plomer, Km 38, Rafael Castillo, José Ingenieros, La Salada, La Noria, Villa Caraza ya ingresando al partido de Lanús. El tiempo está a nuestro favor, hemos hecho el recorrido con ventaja, los pasajeros descubren una algarabía contenida que comienza a explotar con el final del viaje. Son las tres y cuarto de la tarde y la formación llega a Puente Alsina.
Desciendo en la plataforma y me asombra la complejidad de estación mayor, acostumbrado a las humildes paradas de provincia. En vías secundarias veo la locomotora más extraña que rodara por rieles argentinos, una inmensa Sentinel Cammell de calderas revestidas de acero, un tren blindado, una bestia que devora ingentes cantidades de carbón y más agua aún. Recorro las dependencias y doy con la puerta que da al frente, desde allí veo las obras ya casi terminadas sobre el Riachuelo, del puente Uriburu con su estilo neoclásico, la estación tomaría el nombre de los sucesivos puentes que como este, fueron construidos desde la Avenida Saénz para salvar el brazo de agua hacia el sur, hacia donde entreveo los caserones del barrio Pompeya. En la rotonda cercana, tres líneas de tranvías se disputan el gentío hacia Constitución, Plaza Once o La Paternal, las líneas 9, 8 y 55 respectivamente. Para los que no gustan de lo motorizado, diversos carruajes te acercan hasta los barrios aledaños. Saco algunas fotos de la fabulosa arquitectura del puente y guardo mi pequeña cámara Agfa Billy Clack. Extraigo el reloj con su leontina de delicados eslabones del bolsillo de mi chaleco gris, de paso me acomodo el traje cruzado a rayas también de gris y mi sombrero de fieltro de ala ancha en la vidriera de un café. Un canillita pasa a las voces que se han iniciado los conflictos en el Chaco, la situación entre Bolivia y Paraguay no tiene otra solución que el uso de las armas, la guerra es inminente. Lo mismo sucede entre los hermanos peruanos y Colombia. El continente tiene varios frentes de batalla y el hombre solo siente el deseo de forjar países modernos.
Pernocto en un hospedaje de Valentín Alsina y escuchando en la radio los conflictos del norte me duermo. Temprano me levanta el traqueteo de los tranvías y salgo hacia la cortada Membrillar, son las siete de la mañana. Debo partir, el tren que me espera en la estación es un pequeño monstruo negro, una Kerr Stuart de cabina abierta. Solo dos vagones componen el convoy más un pequeño furgón de cola o Brake Van inglés, suficiente material rodante para el viaje hasta San Sebastián. Entre bufidos y chorros de vapor de agua como un animal de pesadilla parte el tren, nos restan unas siete horas de viaje. En Fiorito y en la Noria abordan operarios e ingenieros de la empresa constructora Hume Hnos, nos apretujamos un poco entre herramientas y vaivenes, mal agarrados a los fierros y los bancos de madera, aunque el tren se deslice tranquilo y rápido sobre los rieles nuevos. Vemos el campo ya amanecido y en sus labores, el sol nos persigue y en algunas estaciones los niños que marchan hacia las escuelas nos saludan con los ojos grandes y las sonrisas de la inocencia.
A las diez de la mañana llegamos a San Sebastián. La estación nueva, toda de chapones relucientes, hay quien dice que en algún futuro será de material, no es vano soñar con el futuro de los Ferrocarriles Argentinos, debería ser más que una utopía. Descienden los operarios de la constructora y todo se llena de voces y metálica melopea de clavijas y herramientas. Hoy es 15 de junio de 1909, en dirección a Carhué no hay vías todavía, cientos de durmientes nuevos de quebracho aguardan que las manos enguantadas los acarreen a sus sepulturas definitivas, quizás por un siglo o más, la carcoma y la fatiga dictaran sus años de tierra y sueño. A un costado una pirámide de rieles, buen acero británico calentándose al sol. San Sebastián esta febril e inquieta, inmensa de movimientos y vitalidad. Acomodo los operarios para una placa fotográfica y los inmortalizo para la posteridad. Aquí crecerá un pueblo, al amparo de estas venas de sangre de este tiempo de industria y avances industriales. Me siento en el banco de la plataforma y sueño, me adormezco, mi sombrero cubre mis ojos y escucho el grito eterno del tren.


*De Jorge Lacuadrajorgelacuadra@hotmail.com



***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

 INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.
PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar


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