*Dibujo de Erika Kuhn.
*
La mano del
niño desafía el vacío
un círculo rojo
atestigua el poder de otros
sobre la
herida, la caricia
sobre la
levedad, la espina
nacer en la
imagen que retorna a la prueba:
como caer en la
luz del ojo de dios
*De Valeria
Cervero. valecervero@hotmail.com
ENTRE DOS ALETEOS…
EL VIAJE*
Oriol Vall, que
se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer
gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días,
los bebés manotean, como buscando a alguien. Otros médicos, que se ocupan de
los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo
alzar los brazos.
Y así es la
cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le
pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más
explicación, transcurre el viaje.
*De Eduardo
Galeano.
(3 de
septiembre de 1940 - 13 de abril de 2015)
DESAUTORREALIZACIÓN*
A punto de ser
yo mismo
sentí un miedo
atroz.
Desde entonces
pretendo ser el
yo
del otro que no
cuestiona.
*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
*
Nombro
para saberme
árbol
entre bosques
velados por la
niebla.
Para arraigarme
nombro
y hundo mi
verdad
en tierra.
Nombro
para nacer
pájaros
en las ramas
desiertas.
Nombro
porque la
palabra
es la única
certeza.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
LA VENTANA*
Faber &
Faber
Por esta
ventana, entre
cuarteto
y cuarteto,
seguramente
el poeta
habrá buscado
en el
espacio
y en el paso de
la gente
una respuesta.
Toda ventana
abierta,
siempre
alienta. La
poesía,
algunas veces,
suele ser una
ventana,
donde
el viento llama
y deja
signos.
Además, me
digo,
ésta no es
ni será ya
cualquier
ventana.
Una ventana
alta
para airear
los versos de
Mr. Eliot
para siempre.
*De Eduardo
Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-Poema
perteneciente al poemario “Dos cigarrillos para Eliot”.
-Escrito en Earl’s Court,
Londres, en mayo de 2013 y mayo de 2014.
Ediciones del Nuevo Cántaro.
Marzo 2015
*
Hace unos
cuatro mil quinientos millones de años, año más, año menos, una estrella enana
escupió un planeta, que actualmente responde al nombre de Tierra.
Hace unos
cuatro mil doscientos millones de años, la primera célula bebió el caldo del
mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quién convidar el trago.
Hace unos
cuatro millones y pico de años, la mujer y el hombre, casi monos todavía, se
alzaron sobre sus patas y se abrazaron, y por primera vez tuvieron la alegría y
el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.
Hace unos
cuatrocientos cincuenta mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y
encendieron el primer fuego, que los ayudó a pelear contra el miedo y el frío.
Hace unos
trescientos mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras, y
creyeron que podían entenderse.
Y en eso
estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío,
buscando palabras.
*De Eduardo
Galeano.
(3 de
septiembre de 1940 - 13 de abril de 2015)
Un poema de
amor*
para escribirte
este poema de amor
tuve que hacer
fila de espera
que duró
algo así
como cien años
roto bajo la
lluvia
esperando el
turno
que el señor o
la señora o la señorita
asomara su
cabeza por la
ventanilla y
dijera mi nombre
se murieron
tantos perros alrededor mío
perros que
quise con el alma
que me
quisieron con el alma
que fuimos
amigos
carne de uña
los mató el
tiempo
los perros no
duran lo que debiesen durar
y uno, a veces,
dura demasiado
para escribirte
al margen de esta servilleta
un poema de
amor
de los tantos
poemas de amor
que ya fatigan
al mundo
que ya pudren
las raíces del mundo tantos poemas de amor
sin embargo
acá estoy, día
caluroso si los hubo, y yo sentado en cueros
para escribirte
este poema de amor
delante mío
había hombres y había mujeres
algunas de
ellas sostenían niños en brazos
otras sostenían
libros
otros
simplemente llevaban las manos enlazadas a la espalda
debí esperar
casi un siglo
hasta que
dijeran mi nombre
mi domicilio
mi estado
social
mi seguro de
desempleo
el mundo no
necesita un poema de amor para
hacer sus
piruetas en el espacio
un río no
necesita un poema de amor
un hombre en
bicicleta no necesita un poema de amor
un árbol que da
sombra a un hormiguero
no necesita un
poema de amor
una mujer que
cavila acerca del tiempo y de la luz no
necesita un
poema de amor
yo no necesito
un poema de amor
vos no
necesitás un poema de amor
sin embargo
acá estoy,
echando la gota gorda por la espalda,
los dedos de
los pies
doblados de
calor,
para escribirte
el poema de amor que no necesitamos/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
El origen del
mundo*
Hacía pocos
años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban
sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista,
recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra.
No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de
hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El
vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos,
soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, una mujer de misa
diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Mucho tiempo
después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo
contó en Barcelona, cuando yo llegue al exilio. Me lo contó: el era un niño
desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy
ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
-Pero papá – le
dijo Josep, llorando-. Si Dios no existe, ¿Quién hizo el mundo?
-Tonto –dijo el
obrero, cabizbajo, casi en secreto-. Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los
albañiles.
*De Eduardo
Galeano.
(3 de
septiembre de 1940 - 13 de abril de 2015)
EL PEREGRINO*
“Yo Nací un día
que Dios estuvo enfermo, grave”.
César Vallejos
Herida rosa
madre de los vientos
El árbol
patriarcal, deglute. Trinca. Traga.
Esta noche he
sentido más que nunca su furia.
Crujen los
huesos de mis hijos, ay, como crujen.
En la gruta
escondida, crece el odio paralelo al vástago.
He odiado
salvajemente al padre y tan salvajemente
He amado al
hombre.
Restos
calcinados de incesto, llanto recién nacido,
Despojos de
cabellos, de uñas, de vestidos impuros.
Corales bocas
prostitutas del alba
Cambian de
lecho.
Cicatrices
amargas del olvido.
Nostalgias
enredadas en medusas del sexo.
Refugio.
Axilas
apretadas, flacidez de los pechos sin leche.
Huido fragor de
pájaros.
Mierda tristeza
de algas.
Esqueletos
buques fantasmales. Juegos fatuos.
Descendí hasta
el Tártaro. Allí lo he encontrado
Y me he
encontrado
El exilio de
hoy, no es de hoy, ni siquiera de ayer.
En mi está el
animal que me habita y me devora.
Me posee en
secretísimos claustros.
Despojos de lo
que fue morada de los Dioses.
Persecución.
Precarios
espacios nauseabundos.
Se
metamorfosea, me confunde.
Huyo, pero
siempre vuelvo.
Lejos ha
quedado el padre y en el nido hay sangre.
Esquivo, voy y
vengo, él espera, siempre espera.
Al
encontrarnos, las fauces y garras se confunden.
Jadean en do
mayor los huesos.
Piedra pan
hecha de miel y greda.
La brecha se
fragmenta.
Hades entra.
Llave umbral de las mareas.
Faro apagado.
A la vera del
mundo, el peregrino.
Por fuera el
Ruido.
Conchas
marinas, cráneos petrificados
Adentro,
silenciosa la soledad aguarda.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
*
Te nombro, Amor
para que sepas
que sé amar.
Que no seas
para siempre
un dolor
establecido
desde el tiempo
hasta mi
frente.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
Una manchita
oscura*
El camino
parecía una serpiente. Angosto y largo, subía, bajaba, se perdía en la altura
del cerro. Precipicios, peñascos, hondonadas y chillidos lo acompañaban y
cercaban como misteriosos tránsitos posibles entre la vida y la muerte.
¿Qué es la
vida? Pensaba Kakuy mientras avanzaba por esas soledades polvorientas.
No había tanto
que decir. Los paisajes coloridos del amanecer, el atardecer y sus reflejos
azules, el cansancio de sus piernas de niño, musculosas de trepar lento y de
bajar apurado por las laderas heladas del invierno e hirvientes del verano
¿Qué es vivir?
Había preguntado la maestra. En la última clase, hablaron sobre la vida y Kakuy
no había sabido qué responder. La miraba interrogante con sus enormes ojos
oscuros mientras ella escribía en el pizarrón la pregunta: ¿Qué es la vida?
Para mañana escribir diez renglones en el cuaderno de tareas.
La vida es el
rebaño de cabras con sus cintas de colores que las distinguen de otros rebaños
y los ponchos de vicuña que la mama teje agrietando sus manos.
La vida,
pensaba Kakuy, es el fuego y el aire y la tierra y el agua que corre allá abajo
por ese riito cantarín donde la mama lava la ropa y el papi recoge agua para
dar de beber al rebaño.
La brisa
golpeaba el rostro moreno del niño y se oía su silbido alegre, única compañía,
mientras atravesaba la inmensidad.
-Mama la maestra
nos pidió una redacción sobre la vida-
-No se preocupe
hijo- respondió su madre mientras le servía en su cacharro de barro cocido, el
humeante locro y le alcanzaba un trozo de pan recién horneado.
-Mire usted a
su alrededor y sabrá qué escribir sobre la vida- La vida m´hijo es un conjunto
de cosas empezando por el amor de la familia que usté tiene y tienen sus
hermanos.
Después de
comer corrió hasta el corral de pirca donde su padre preparaba cintas para
abrochar a las orejas de los nuevos cabritillos y de las llamas recién
compradas.
-¿Qué dice
m´hijito?-
-Qué es la vida
papaíto, me ha preguntado la maestra-
-Pos, mire el
sol niño- ¿Ve esa energía que produce el sol?- Eso es la vida. El sol le da
calorcito a las semillas que sembramos y junto con el agua las hace germinar,
así crecen el máiz y el zapallo que comemos.
-La vida es la
Pachamama m´hijo, que nos cobija, nos ayuda y nos protege pa que criemos bien a
nuestros hijos y aumente el ganado y los cultivos.
¿La Pachamama?
Pos, claro- ¿Pa
qué le rendimos homenaje niño to los años sacrificando animales en su honor pa
que la tierra sea fértil y le ofrecemos hojas de coca y le damos el tributo to
los agosto dándole de comer y de beber a la madre tierra?
-Eso tiene que
escribir sobre lo que es la vida, éso, ques lo más importante-
Caminaba Kakuy
a paso lento pero firme. De vez en cuando una suave llovizna humedecía sus
cabellos haciéndolos parecer más renegridos y gruesos, pero luego el sol
reaparecía y volvía a refulgir en el pedregullo del camino.
Las manos en el
bolsillo y sus dedos oscuros se empeñaban en encontrar las migas restantes del
pan que madre le había alcanzado antes de salir.
Caminaba feliz,
su tarea había sido completada con esmero. Seguramente la maestra estaría
orgullosa de su trabajo.
A lo lejos ya
se distinguía la escuelita, muy lejos en lo alto, como una manchita oscura.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
*Kakuy:
Era el antiguo nombre del territorio Jujuy que los primeros exploradores
deletrearon por error ‘Jujuy’, nombre corrupto que por fin le quedó.
(Wikipedia)
*
Ayuda lo
imposible a que lo posible se abra paso. Por decirlo en términos de la farmacia
de don Quijote: tan mágico es este bálsamo de Fierabrás, que a veces nos salva
de la maldición del fatalismo y de la peste de la desesperanza.
¿No es ésta, al
fin y al cabo, la gran paradoja del viaje humano en el mundo? Navega el
navegante, aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían.
*De Eduardo
Galeano.
(3 de
septiembre de 1940 - 13 de abril de 2015)
***
http://inventren.blogspot.com/
INVENTREN*
(De la Estación
J. V. CILLEY. – Ferrocarril Midland)
Al amigo Coiro,
que sueña trenes.
Lo que vemos
desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta
de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de
blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece
ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores
mezclados de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es
obra de niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta
años a participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras
ciudades y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su
tierra. Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de
escenas por grabar, de mundos por descubrir y relatar.
Si nos
acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un
apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando
lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue
verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá
forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se
los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados
en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el
sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de
este paisaje.
Nuestros pasos,
lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos
aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado
e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han
desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También
faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de
animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su
último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de
hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes.
No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro
tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles,
como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y
encuentros.
Dentro del
inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le
llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una
suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que
se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota
trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se
pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos
amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente.
La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de
las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once,
que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía
escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía
atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo
seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el
país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el
tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin
trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando,
sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía
conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche
no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es
posible despertar.
Por eso no es
extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos
muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón
de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También
hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas.
"No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser
cautos" dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se
verá".
Todavía falta
gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no
hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio,
con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve
en esa intersección imaginaria.
Un rato más
tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de
alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio,
quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan,
tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro
de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a
pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en
su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de
camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste
inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima,
insignificante, señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar
el pesado fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá
una breve y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin
mirar atrás, mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la
mano de vez en cuando y parándose a descansar un par de veces.
Cuando llegan,
apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y
abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma
cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo,
aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos
durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese
momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado
del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.
Luego, todos
callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más
pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se
habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos
conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle
con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus
pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas
sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae
una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco
reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que
fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el hecho de ver a uno con una maleta
nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura.
Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este
día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la
vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.
Ha ido llegando
más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la
lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora
concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque
nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a
esperar. Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo.
El día va transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a
su casa; sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo
todos confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir,
aunque nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión
que se extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven,
autos que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana.
Llega la primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad
es posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y
nada ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz
que entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se
repiten los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos
estos ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera
imposible, diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia.
"Habrá sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción.
Un rato después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un
rumor, lejano aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al
cabo, somos todos del oficio. "El viento lo habrá traído desde la
ciudad" musitamos, tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a
asentarse en nuestro ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado
establecer de dónde viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste,
convencidos de la inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo
con la secreta esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos
alzó de nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a
tener sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su
volumen. Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos,
miradas interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras
señala un punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el
traqueteo remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz
que viene del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una
hipótesis, fijar con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene
explicación, mas nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi
insoportable. El círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño.
No puede ser, pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra
de todos los caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto,
se acerca, poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este
apeadero inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria
resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un
chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este
barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le
reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo
general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común:
"Vamos subiendo. Es la hora".
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
GONZÁLEZ RISOS.
PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN. PLOMER.
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KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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