miércoles, abril 15, 2015

ENTRE DOS ALETEOS...


*Dibujo de Erika Kuhn.





 *


La mano del niño desafía el vacío

un círculo rojo atestigua el poder de otros

sobre la herida, la caricia

sobre la levedad, la espina

nacer en la imagen que retorna a la prueba:

como caer en la luz del ojo de dios



*De Valeria Cervero. valecervero@hotmail.com







ENTRE DOS ALETEOS…







EL VIAJE*


Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien. Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.
Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje.


*De Eduardo Galeano.
(3 de septiembre de 1940 - 13 de abril de 2015)












DESAUTORREALIZACIÓN*



A punto de ser yo mismo

sentí un miedo atroz.

Desde entonces

pretendo ser el yo

del otro que no cuestiona.


*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es







*


Nombro
para saberme árbol
entre bosques
velados por la niebla.

Para arraigarme
nombro
y hundo mi verdad
en tierra.

Nombro
para nacer pájaros
en las ramas
desiertas.

Nombro
porque la palabra
es la única certeza.



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com











LA VENTANA*
Faber & Faber



Por esta ventana, entre
cuarteto
y cuarteto, seguramente
el poeta
habrá buscado en el
espacio
y en el paso de la gente
una respuesta.
Toda ventana abierta,
siempre
alienta. La poesía,
algunas veces,
suele ser una ventana,
donde
el viento llama y deja
signos.
Además, me digo,
ésta no es
ni será ya cualquier
ventana.
Una ventana alta
para airear
los versos de Mr. Eliot
para siempre.


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-Poema  perteneciente al poemario “Dos cigarrillos para Eliot”.
-Escrito en Earl’s Court, Londres, en mayo de 2013 y  mayo de 2014.
Ediciones del Nuevo Cántaro. Marzo 2015










*


Hace unos cuatro mil quinientos millones de años, año más, año menos, una estrella enana escupió un planeta, que actualmente responde al nombre de Tierra.
Hace unos cuatro mil doscientos millones de años, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quién convidar el trago.
Hace unos cuatro millones y pico de años, la mujer y el hombre, casi monos todavía, se alzaron sobre sus patas y se abrazaron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.
Hace unos cuatrocientos cincuenta mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudó a pelear contra el miedo y el frío.
Hace unos trescientos mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras, y creyeron que podían entenderse.
Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras.



*De Eduardo Galeano.
(3 de septiembre de 1940 - 13 de abril de 2015)











Un poema de amor*



para escribirte este poema de amor
tuve que hacer fila de espera
que duró
algo así
como cien años

roto bajo la lluvia
esperando el turno

que el señor o la señora o la señorita
asomara su cabeza por la
ventanilla y dijera mi nombre

se murieron tantos perros alrededor mío
perros que quise con el alma
que me quisieron con el alma
que fuimos amigos
carne de uña
los mató el tiempo
los perros no duran lo que debiesen durar
y uno, a veces, dura demasiado

para escribirte al margen de esta servilleta
un poema de amor
de los tantos poemas de amor
que ya fatigan al mundo
que ya pudren las raíces del mundo tantos poemas de amor
sin embargo
acá estoy, día caluroso si los hubo, y yo sentado en cueros
para escribirte este poema de amor

delante mío había hombres y había mujeres
algunas de ellas sostenían niños en brazos
otras sostenían libros
otros simplemente llevaban las manos enlazadas a la espalda
debí esperar casi un siglo
hasta que dijeran mi nombre
mi domicilio
mi estado social
mi seguro de desempleo

el mundo no necesita un poema de amor para
hacer sus piruetas en el espacio
un río no necesita un poema de amor
un hombre en bicicleta no necesita un poema de amor

un árbol que da sombra a un hormiguero
no necesita un poema de amor

una mujer que cavila acerca del tiempo y de la luz no
necesita un poema de amor

yo no necesito un poema de amor
vos no necesitás un poema de amor

sin embargo
acá estoy, echando la gota gorda por la espalda,
los dedos de los pies
doblados de calor,

para escribirte el poema de amor que no necesitamos/



*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar










El origen del mundo*



Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, una mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.

Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegue al exilio. Me lo contó: el era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.

-Pero papá – le dijo Josep, llorando-. Si Dios no existe, ¿Quién hizo el mundo?
-Tonto –dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto-. Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.



*De Eduardo Galeano.
(3 de septiembre de 1940 - 13 de abril de 2015)











EL PEREGRINO*

“Yo Nací un día que Dios estuvo enfermo, grave”.
César Vallejos


Herida rosa madre de los vientos
El árbol patriarcal, deglute. Trinca. Traga.
Esta noche he sentido más que nunca su furia.
Crujen los huesos de mis hijos, ay, como crujen.
En la gruta escondida, crece el odio paralelo al vástago.
He odiado salvajemente al padre y tan salvajemente
He amado al hombre.
Restos calcinados de incesto, llanto recién nacido,
Despojos de cabellos, de uñas, de vestidos impuros.
Corales bocas prostitutas del alba
Cambian de lecho.
Cicatrices amargas del olvido.
Nostalgias enredadas en medusas del sexo.
Refugio.
Axilas apretadas, flacidez de los pechos sin leche.
Huido fragor de pájaros.
Mierda tristeza de algas.
Esqueletos buques fantasmales. Juegos fatuos.
Descendí hasta el Tártaro. Allí lo he encontrado
Y me he encontrado
El exilio de hoy, no es de hoy, ni siquiera de ayer.
En mi está el animal que me habita y me devora.
Me posee en secretísimos claustros.
Despojos de lo que fue morada de los Dioses.
Persecución.
Precarios espacios nauseabundos.
Se metamorfosea, me confunde.
Huyo, pero siempre vuelvo.
Lejos ha quedado el padre y en el nido hay sangre.
Esquivo, voy y vengo, él espera, siempre espera.
Al encontrarnos, las fauces y garras se confunden.
Jadean en do mayor los huesos.
Piedra pan hecha de miel y greda.
La brecha se fragmenta.
Hades entra. Llave umbral de las mareas.
Faro apagado.
A la vera del mundo, el peregrino.
Por fuera el Ruido.
Conchas marinas, cráneos petrificados
Adentro, silenciosa la soledad aguarda.



*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar









*



Te nombro, Amor

para que sepas que sé amar.

Que no seas para siempre

un dolor establecido

desde el tiempo

hasta mi frente.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar









Una manchita oscura*




El camino parecía una serpiente. Angosto y largo, subía, bajaba, se perdía en la altura del cerro. Precipicios, peñascos, hondonadas y chillidos lo acompañaban y cercaban como misteriosos tránsitos posibles entre la vida y la muerte.
¿Qué es la vida? Pensaba Kakuy mientras avanzaba por esas soledades polvorientas.
No había tanto que decir. Los paisajes coloridos del amanecer, el atardecer y sus reflejos azules, el cansancio de sus piernas de niño, musculosas de trepar lento y de bajar apurado por las laderas heladas del invierno e hirvientes del verano
¿Qué es vivir? Había preguntado la maestra. En la última clase, hablaron sobre la vida y Kakuy no había sabido qué responder. La miraba interrogante con sus enormes ojos oscuros mientras ella escribía en el pizarrón la pregunta: ¿Qué es la vida? Para mañana escribir diez renglones en el cuaderno de tareas.
La vida es el rebaño de cabras con sus cintas de colores que las distinguen de otros rebaños y los ponchos de vicuña que la mama teje agrietando sus manos.
La vida, pensaba Kakuy, es el fuego y el aire y la tierra y el agua que corre allá abajo por ese riito cantarín donde la mama lava la ropa y el papi recoge agua para dar de beber al rebaño.
La brisa golpeaba el rostro moreno del niño y se oía su silbido alegre, única compañía, mientras atravesaba la inmensidad.
-Mama la maestra nos pidió una redacción sobre la vida-
-No se preocupe hijo- respondió su madre mientras le servía en su cacharro de barro cocido, el humeante locro y le alcanzaba un trozo de pan recién horneado.
-Mire usted a su alrededor y sabrá qué escribir sobre la vida- La vida m´hijo es un conjunto de cosas empezando por el amor de la familia que usté tiene y tienen sus hermanos.
Después de comer corrió hasta el corral de pirca donde su padre preparaba cintas para abrochar a las orejas de los nuevos cabritillos y de las llamas recién compradas.
-¿Qué dice m´hijito?-
-Qué es la vida papaíto, me ha preguntado la maestra-
-Pos, mire el sol niño- ¿Ve esa energía que produce el sol?- Eso es la vida. El sol le da calorcito a las semillas que sembramos y junto con el agua las hace germinar, así crecen el máiz y el zapallo que comemos.
-La vida es la Pachamama m´hijo, que nos cobija, nos ayuda y nos protege pa que criemos bien a nuestros hijos y aumente el ganado y los cultivos.
¿La Pachamama?
Pos, claro- ¿Pa qué le rendimos homenaje niño to los años sacrificando animales en su honor pa que la tierra sea fértil y le ofrecemos hojas de coca y le damos el tributo to los agosto dándole de comer y de beber a la madre tierra?
-Eso tiene que escribir sobre lo que es la vida, éso, ques lo más importante-
Caminaba Kakuy a paso lento pero firme. De vez en cuando una suave llovizna humedecía sus cabellos haciéndolos parecer más renegridos y gruesos, pero luego el sol reaparecía y volvía a refulgir en el pedregullo del camino.
Las manos en el bolsillo y sus dedos oscuros se empeñaban en encontrar las migas restantes del pan que madre le había alcanzado antes de salir.
Caminaba feliz, su tarea había sido completada con esmero. Seguramente la maestra estaría orgullosa de su trabajo.
A lo lejos ya se distinguía la escuelita, muy lejos en lo alto, como una manchita oscura.



*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com

*Kakuy: Era el antiguo nombre del territorio Jujuy que los primeros exploradores deletrearon por error ‘Jujuy’, nombre corrupto que por fin le quedó. (Wikipedia)







*


Ayuda lo imposible a que lo posible se abra paso. Por decirlo en términos de la farmacia de don Quijote: tan mágico es este bálsamo de Fierabrás, que a veces nos salva de la maldición del fatalismo y de la peste de la desesperanza.
¿No es ésta, al fin y al cabo, la gran paradoja del viaje humano en el mundo? Navega el navegante, aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían.


*De Eduardo Galeano.
(3 de septiembre de 1940 - 13 de abril de 2015)





***


INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/




INVENTREN*

(De la Estación J. V. CILLEY. – Ferrocarril Midland)



Al amigo Coiro, que sueña trenes.



Lo que vemos desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra. Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas por grabar, de mundos por descubrir y relatar.

Si nos acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de este paisaje.

Nuestros pasos, lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes. No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles, como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y encuentros.

Dentro del inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente. La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once, que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando, sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es posible despertar.

Por eso no es extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas. "No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser cautos" dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".

Todavía falta gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio, con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve en esa intersección imaginaria.

Un rato más tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio, quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan, tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante, señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás, mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en cuando y parándose a descansar un par de veces.

Cuando llegan, apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo, aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.

Luego, todos callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el hecho de ver a uno con una maleta nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura. Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.

Ha ido llegando más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar. Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa; sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible, diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos del oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos, tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen. Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, mas nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser, pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca, poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común: "Vamos subiendo. Es la hora".



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com




***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***


Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


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