*Dibujo de Erika Kuhn.
*
En cada uno de
nosotros residen huecos imposibles. Por eso escribimos, pintamos, hacemos
teatro, música, escultura, fotografía, cine, lo que sea. Escribimos eso que no
podemos ver, somos el personaje que nunca nos atrevimos a ser, pintamos los
sueños, esculpimos lo que no puede realizarse, fotografiamos lo que está fuera
de la imagen, la película de un mundo que no logramos vivir o la música de lo
indecible. Pero el hueco sigue y lo intentamos de nuevo hasta morir.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
LA PELÍCULA DE UN MUNDO QUE NO LOGRAMOS VIVIR…
PUDE SER…*
Pude ser
piedra. O árbol.
O el sueño de
un hombre.
Apenas quimera…
Lacia melena de
un río
con su vida
interior y sus destinos.
Pude ser
pájaro, o nido.
Pero a esta
forma mía, definida,
le dicen mujer…
Mi extraña y
simple forma de no ser
más que un
hondo asombro
ante el
constante milagro de la vida…
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
TORDOS*
Estuvimos mucho
tiempo entretenidos observando el alto vuelo de los tordos que hienden el aire
con su brillo de carbón lustrado. Hoy nadie perdería el tiempo con esos
entretenimientos de verdaderos papamoscas, diría mi abuelo que no tenía muchas
pulgas, para no decir que no tenía ninguna.
De todos modos
hoy escribo lejos del teatro de los acontecimientos supo escribir Sarmiento, en
esa máquina de furia y de mentira con la que inventó para siempre ese híbrido,
el ensayo en estas tierras. Pero hizo algo más, escribió con la excitante
respiración de su apasionado modo de convencer. Hizo más: nos construyó una
lengua inimitable, pero tan necesaria que sin esa su pulsión incontenible de
proponernos palabras para que se supiera que él nos iba a perseguir para
siempre, con su entonación única, irrepetible y que hizo que fuera el “Facundo”
y no el Martín Fierro, como dijo Borges, el que nos construyó como Nación. O en
todo caso fueron los dos y fueron, como son los grandes textos fundacionales,
obras de coyuntura. Es decir cuando las condiciones políticas y sociales que
los provocaron no existen más, ese texto palpitante nos recuerda a cada
momento que es un ser vivo.
Pero no
era de estos textos que quería escribir aquí o a los cuales quería referirme.
Se me fue la mano y, coincidente con esa frase de mi amigo Alfredo Veiravé,
debo expresar que la literatura es una sucesión de relaciones interminables.
Venía a dejar
sentado que aquel paisaje tan bucólico, aletea desde el fondo de los años,
inscripto en ese tiempo estático o en el ala de una mariposa que sucumbe al
fluir del recuerdo, el que nos sumerge en las sensaciones que traen un perfume
o el olor de las comidas que hacían mi madre, mis tías o mis abuelas. Es decir
todas aquellas mujeres que nos dieron su incondicional amor aunque no lo
expresaron con palabras sino con esa forma silenciosa que usaban no sé si por
su condición de inmigrantes o de mujeres o por las dos cosas a la vez.
Todas ellas, sí lo expresaban en la meticulosa pasión que ponían en cocinar, en
estar muy atentas a aquel manjar que era nuestra debilidad o nuestra
preferencia. En mi casa, lo referí varias veces, era exclusiva y excluyente la
cocina italiana, y allí surgía la herencia de mis dos abuelas (abruzzesa una y
marchegiana la otra). Abruzzesa también era mi madre, ya que la habían
traído de muy pequeña y es obvio entonces que en la mesa de mi casa pesara ese
gusto sobre otro.
A mi madre, por
tradición, no le interesaba la comida criolla y no creo haber comido un
locro o una mazamorra salidos de sus manos.
Y recordando
los olores característicos de la infancia y de ese tiempo, estaban los que
producían las tareas rurales. El olor que guardaba el galpón que hacía de
garaje en la chacra de tío Domingo, con su fuerte olor a cemento, a aceite, a
nafta, a gasoil, a semilla que se guardaba en bolsas, elegidas para la siembra.
Y dentro de la
casa un olor fuerte a vainilla que tía María usaba para sus tortas y sus
pasteles y ese otro, penetrante a frituras, prueba de las destrezas heredadas o
el arte adquirida de mi abuela y que ella usaba como una cosa natural, sin
ningún alarde, porque era su lugar en el mundo, como lo comprendía
también mi madre. Por eso cuando un plato se les festejaba mucho no lo
consentían pero se sentían halagadas. Era la forma de mostrarnos su amor.
Y si yo cierro
un instante los ojos, veo como si pudiera tocarlo, ese cielo tan celeste que
semeja un lienzo, “un cielo de lino dado vuelta”, podrían decir Manauta
o Pedroni, o algunos de aquellos padres de nuestros paisaje que lo vieron antes
que nosotros y sin digo que al entrecerrar no dejan de pasar esas bandada
alta como un puñado brillante, negro como granos que de tan negro se
azulan dejándonos esa sensación oscura de horizonte que se va ensanchando y va
a la búsqueda de nuestro sueño más lejano, el que acunamos tal vez
mientras nos llegaba de la cocina las voces y el olor de esas delicias de las
mujeres que nos amaron tanto y que producían en nosotros tanta felicidad que
luego nunca más fue recuperada en el fragor de la miseria de todos los tiempos.
*De Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
1*
A veces,
sobre todo en
las mañanas,
ella canta.
Y su voz
es un murmullo
que rebota
contra las paredes
de la casa,
se pierde entre
la ropa de los hijos,
en la cama
tendida,
enorme,
inmaculada.
Canta
bajito,
quedamente,
Para
no despertar a
los fantasmas.
A veces,
sobre todo en
las mañanas,
desde la
ventana
mira el cielo.
Y no sabe
si esta herida
en el pecho
es angustia
o son alas.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
-Fuente: CUADERNOS
DE LA BREVE CEGUERA. La Magdalena Editorial. 2014
El beso*
Me faltó un
beso
Esta mañana
Descansaba
desnuda
Y entre sueños
oía
Cómo el
ruiseñor
Tarareaba
Su suave dueño
En puntitas de
pié
Al solcito
orientaba
Me faltaron
tres y cien besos
Esta mañana.
Cuando te
encuentre
En secreto
Te robaré las
plumitas
De ruiseñor de
tus labios.-
*De Azul.
azulaki@hotmail.com
CURA *
ÉL es un mar
viviente verde. Ella lo nada, se hunde, respira en los abrazos de
las hojas.
El hombre
llegado desde el naufragio, la bebe, la alisa, la cubre del
arañazo de las
ramas.
La mujer
busca esa señal, ese brillo. Se repliega para envolverlo.
El hombre
se expande, dispuesto a preñarla a fructificarla, a hacerle
saltar hijos,
pájaros, palabras.
Bordean lo
blanco
Son juntos, la
herida y el remedio.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
Los amantes de Ciudad Gótica *
“Mis ojos no son aquellas
calles solitarias y muertas.”
Karen Valladares.
calles solitarias y muertas.”
Karen Valladares.
Me arropo
con la piel incógnita
de esa mujer que, solitaria,
busca el abrigo
arrancado
a su costilla izquierda;
con la piel incógnita
de esa mujer que, solitaria,
busca el abrigo
arrancado
a su costilla izquierda;
una mujer
sin telenovelas
en los ojos,
con largas piernas
de barro y senos
de higo y fresas
colectadas
por mis manos
de hombre inquieto
y rebelde.
sin telenovelas
en los ojos,
con largas piernas
de barro y senos
de higo y fresas
colectadas
por mis manos
de hombre inquieto
y rebelde.
Y ella, tal María Callas
entre mis muslos
sordos, acaricia
el techo de los oídos
de mi ser mundano,
besándome
como otras
no me besaron.
entre mis muslos
sordos, acaricia
el techo de los oídos
de mi ser mundano,
besándome
como otras
no me besaron.
Me araña el pelo
con sus dientes
de nylon chino,
me muerde, como
Gatúbela a Batman
y soy el único
superhéroe
en la carne, de su Ciudad
Gótica.
con sus dientes
de nylon chino,
me muerde, como
Gatúbela a Batman
y soy el único
superhéroe
en la carne, de su Ciudad
Gótica.
*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
*
Los conejos
buscan
en la curvatura
del invierno
el escondrijo
donde un duende
esconde
la máquina de
hacer lluvia
que es la misma
máquina
que en los días
impares del tiempo
produce varones
y mujeres
a imagen y
semejanza del paisaje
y los arroja al
mundo
como semillas
de mandarinas
ruedan, se
sumergen en los océanos,
quedan
esperando la nieve
o la rueda de
una bicicleta
o la mano torpe
del viento,
los conejos
olisquean el aire
en el pan
invernal buscan
sin saber muy
bien para qué
el escondrijo
donde funciona
a hurtadillas
del mundo
esa máquina que
hace lluvia/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
Cortometraje *
*De Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Uno
Las luces van
disminuyendo de intensidad y poco a poco se van apagando. La pantalla
rectangular sobresale en la penumbra. Te acomodas en la butaca. Todavía
se escuchan algunos murmullos que terminan cuando la música empieza a inundar
la sala. La pantalla se ilumina, el haz de luz descubre el polvo flotando
en el ambiente. Empieza la historia. La toma muestra a un hombre en
camiseta cerrando la ventana. Es calvo y su vientre abultado se recorta
en la poca luz que entra al cuarto. La cámara se mueve, y enfoca el
exterior para que puedas ver un patio lleno de charcos. Los faroles de la
calle se diluyen en el piso, los muros cuarteados con musgo y lama cultivan
insectos fosforescentes que revolotean. El hombre se queda parado como
una estatua. Un mosquito se planta en su cuello y empieza a
picarlo. La operación es tardada, y te hace sentir incómodo, te rascas el
cuello como si fueras la víctima del zancudo. Acabado su trabajo,
satisfecho, vuela internándose en la oscuridad. La cámara vuelve con el
hombre, lo toma de perfil y desciende hasta sus zapatos, son viejos, y piensas
que tal vez la suela esté repleta de agujeros. Atrás de ellos, un poco
borrosos, se distinguen algunos envases de cerveza. La música asciende,
se tensa como un hilo. La cámara lo sabe y hace un acercamiento a
los labios del hombre que tiemblan. Imaginas que hay una lucha dentro de
él. La imagen parece quedar congelada unos instantes y sin saber por qué
te provoca nerviosismo, mueves los pies y parpadeas más aprisa. El hombre
parece intuir la incomodidad que está causando y rompe su inmovilidad, que te
ha estado envolviendo como un témpano. Camina hacia una mesa y una silla
que están en la esquina. Tiene los dedos de los pies engarrotados.
A pesar de la penumbra se puede ver su camiseta húmeda, quizá por un sudor
incipiente que baja por sus axilas y que no logras ver del todo. Luego la
toma vuelve a mostrar la ventana, tal vez para ganar tiempo, porque cuando
regresa con el hombre, ya está sentado en la silla. Ahora te encuentras
atrás de él, y fantaseas con la idea de observar la escena dentro de los ojos
de un asesino. Alguien contratado para clavarle un puñal en la
espalda. Haces conjeturas de cómo podrías huir después de cometer el
crimen, pero la imagen se acerca rápidamente, se agranda el cuerpo del hombre,
y cuando te das cuenta estás justo en su hombro derecho, como un mosquito a
punto de picar, y que ante la pasividad de la víctima se regodea zumbándole en
la oreja. La figura del asesino y del insecto desaparece de tu mente, y
es sustituida por la de un espía que sigue todos sus movimientos. El
hombre, con los brazos apoyados en la mesa, lee un libro. La música es
tenue y acompaña a la cámara que enfoca a la página de bordes frágiles.
Lees: “El hombre luchaba contra sus pensamientos. La imagen de su hija
estaba firme en su cabeza. Quería poseerla, que sus ojos se cerraran por
el deseo”. La cámara se aleja del libro, parece arrepentida de mostrar
algo prohibido. La pantalla se queda en blanco, se oscurece lentamente.
En la sala se escuchan toses y observas a un espectador durmiendo con su cabeza
recargada en el hombro.
Dos
Cuando piensas
que la proyección ha terminado, la pantalla empieza a emitir destellos, como si
se tratara de un foco primitivo que tarda en hacer fuego sus filamentos.
Por fin el rectángulo se ilumina, y te topas de frente con la nariz del hombre,
observas los vellos que sobresalen. Tus ojos descienden hasta descubrir
la punta del cigarro que brilla en la penumbra. Es un diminuto punto de
luz que termina en una estela blanca y opaca. La toma sigue al humo que
sube, se desplaza, y como si tuviera vida propia, busca alguna rendija para
escapar. Al no encontrarla, furioso se estrella en el techo,
desparramándose hasta volverse invisible. La respiración del hombre es
corta y pesada, la frente está húmeda, y unas gotas pequeñísimas bajan de ella,
para después perderse entre las cejas. La toma hace un acercamiento, y
las arrugas de su rostro se convierten en valles profundos y arenosos. Se
escucha un jadeo, el hombre se mueve, empuja algo con su cintura. Sientes
nerviosismo. Tu boca se entreabre, y la lengua se mueve como un molusco
que explora lentamente los labios. Intuyes lo que está pasando, y el
libro vuelve a tu mente con esas letras de tipografía antigua, excesivamente
adornadas, y apiñadas como palomas negras en una torre, listas para volar de la
hoja a la menor provocación. Pensar en eso te desconcierta un instante y
entonces la toma se abre, hasta dejarte ver el cuadro completo. Ves al
hombre que aprieta los labios, su vientre colgante está posado sobre las carnes
de su hija. La joven está boca abajo, sus gemidos aumentan de
intensidad. La incomodidad aumenta, y con timidez volteas ligeramente
para tratar de ver a los demás espectadores, pero no distingues ninguna
silueta. Al volver a tu posición, te percatas de que la toma se aleja de
ellos, hasta quedar suspendida en algún punto indefinible, y eso basta para
darte la sensación de estás apostado en el techo. Podrías asegurar que la
cámara se ha transformado en los ojos de una mosca. Ésta, como si
adivinara tus pensamientos, tiembla en un aleteo diminuto y ansioso. Se
mueve con frenesí, imitando perfectamente el vuelo desordenado de una
mosca. Ahora lo que ves son retazos de imágenes: la mosca vuela y
observas la calva del hombre, los cabellos de la joven derramados sobre la mesa
donde estaba el libro, el pene hurgando entre los muslos sacudidos. El
efecto está tan bien logrado que, sin darte cuenta, tensas todo el cuerpo y tus
manos se sujetan a los brazos de la butaca. La toma se sacude, parece
exhausta, y aferrándose a una tabla de inmovilidad, en medio de ese remedo
artificial de vuelo, va a pegarse al vidrio. Se queda quieta.
Expectante. “La mosca está atrapada”, piensas. La visión hacia el
exterior se enturbia. El vidrio pringoso actúa como un deformante, y la
pantalla sólo alcanza a mostrar una mancha pálida en el cielo. “Es la
luna”, murmuras entre dientes. Otra vez oscuridad completa.
Tres
La música empieza
y no hay imagen. Primero es un arpa, y relacionas las notas agudas con
una voz femenina. El instrumento es pulsado con furia, y a pesar de no
verlo sientes cómo las cuerdas vibran, cómo están a punto de romperse. La
pantalla muestra el siguiente mensaje del libro: “No me pude contener. El
sólo contacto con sus manos fue un detonante. Su piel, su maldita
piel”. Las letras aparecen solitarias en la pantalla, enmarcadas en un
cuadro, como sucede en las películas mudas. Una a una, en orden, van a
posar sus patas finísimas en una de las hojas. La superficie del papel
tiembla, como si estuviera hecha de agua. Rápidamente las tapas se
cierran y sabes que ese sonido es definitivo; tan es así que acaba con la
música que acompaña la secuencia. La cámara enfoca horizontalmente la
superficie arrugada del libro, las tapas gruesas parecen latir, tener vida
propia. “El libro está escribiéndose a sí mismo”, piensas. Un
cambio de ángulo y descubres de nuevo al hombre. Su jadeo se va apagando,
pero las venas de su cuello aún saltan, y sus ramificaciones parecen llegar
hasta las líneas de sangre que estrían sus ojos. La toma desciende y
observas que ha terminado, el semen yace en un charco pequeño. El miembro
le cuelga exhausto, como una bandera a media asta. La palabra “Fin”
emerge de la pantalla. El punto de la i flota un instante antes de caer
en la letra. No lo puedes creer, es un nuevo truco, seguro.
Aguardas un instante pero no pasa nada: la luz no se prende y no se escucha el
murmullo de la gente. Te levantas de la butaca, caminas, pero la
oscuridad rodea todo y es difícil saber a dónde ir. “¡La luz, por
favor!”, gritas, pero no hay respuesta. Estás solo. Intentas llegar
a la puerta por donde entraste, pero todo esfuerzo es en vano. ¡Carajo,
perdido en una sala de cine!, vuelves a gritar, con la esperanza de que alguien
oiga y acuda a tu rescate. Aguzas la vista. Alcanzas a distinguir
una luz al fondo. Te guías por ella, piensas que es la salida de
emergencia. El camino es difícil pues te mueves a tientas, con miedo de
tropezar con algo o con alguien. El ambiente es húmedo, es raro porque
cuando llegaste al cine, el cielo estaba limpio. Cruzas la puerta, pero
no hay ninguna salida. Es un espacio cerrado. Ahora estás en un
cuarto oscuro, al fondo hay una mesa, y encima de ella un libro.
Cuatro
Observas el
cuarto, tratas de salir pero no hay ninguna puerta. ¿Qué está pasando?,
te preguntas, y cuando das el primer paso, tus pies chocan contra un envase
vacío. Rueda un poco hasta detenerse con una pata de la mesa. Ésta
parece llamarte, quizás ahí esté la explicación de todo. Te acercas a
ella, y ves a su único habitante: el libro sin título. Lo tomas y, antes
de abrirlo, sientes con agrado, casi con concupiscencia, el peso de tus manos
depositado sobre la cubierta. Hay una hoja marcada, lees: “El espectador
se acerca y lee con atención. Esto es suficiente ya no se necesita nada
más... Fin.” La misma caligrafía exagerada. No entiendes
bien. Podrías jurar que la página leída quedaba a mitad del libro, pero
ahora al dar vuelta a la hoja te das cuenta que es la última. Te invade
la angustia, avientas el libro que termina en un rincón. Las hojas
desparpajadas y amarillentas son una sonrisa irónica. Lo maldices, sientes
el borboteo de la sangre que se agolpa en las sienes. Intentas calmarte y
recorres palmo a palmo la pared, buscando alguna forma de salir. Al no
descubrir ningún pasaje, te asomas por la ventana. Todo está inmóvil: las
nubes manchando la luna, una gota suicida en plena caída, otra estrellándose
indefiniblemente en un charco desierto. Estás en una acuarela
estática. Te quedas parado y tus ojos son los únicos que tienen
movimiento. Una mosca pasa por tus cabellos, parece interesada en
contemplarte. La espantas con las manos. En este momento escuchas
la música que dio comienzo a la función, un haz de luz se cuela por una rendija
de la pared; con esperanza te asomas. No das crédito a lo que ves: la
alfombra, las butacas vacías; en una de ellas está el hombre calvo, desnudo,
que como un gran sátiro en erección, se frota el miembro y se ríe con grandes
carcajadas mientras avienta palomitas a la pantalla.
*Texto incluido
en “El caso Max Power y otros cuentos”, de Alejandro Badillo,
publicado por Aurora Boreal.
-Link
para descarga gratuita: http://www.auroraboreal.net/images/stories/editorial/narrativa/El%20caso%20Max%20Power%20y%20otros%20cuentos.pdf
*
Beso un
fragmento
como si fuera
todo
incluso el
silencio
me narro
pienso un día
juntos
balbuceo
me retomo aquí.
*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com
INVENTREN
(De la Estación
Ingeniero Williams – Ferrocarril Midland).
Carta
encontrada en la estación*
"He jurado
irme y olvidar, soy el último habitante de este pueblo y ya me voy, pero quiero
que quien tenga en su mano esta carta -que he escrito con verdadera
desesperación- sepa algo de este final previsible. Pasaron todas las
calamidades posibles. Primero fue el cierre del ferrocarril, allí se fueron las
familias de los ferroviarios, un poco antes de fugo nuestro jefe de estación
con rumbo desconocido. Más tarde alternaron sequías e inundaciones, hasta que
algunos campos quedaron en lagunas que solo sirven para pescar o cazar patos.
Unos años
antes, -me olvido de lo fundamental- instalaron una repetidora de televisión y
a partir de allí la gente empezó a encerrarse. Las mujeres a la hora de la
siesta veían novelas y los hombres a la noche se reunían a ver los programas de
Tinelli. Sin trabajo y con televisión la vida del pueblo fue cambiando
paulatinamente, la gente seguía partiendo, en especial los jóvenes. Los viejos
se morían y con ellos su saber ante la subsistencia. Al año pasado mi mujer y
yo éramos los últimos habitantes del pueblo, pero ella ya no hablaba de nada,
la tristeza del pueblo la llevo a encerrarse con las novelas que le iban
llegando, y fueron años de novelas y soledad creciente: Antonella, Sodero de mi
vida, Poliladro, La Elegida, Franco Buenaventura, Gasoleros, Luna Salvaje, Soy
Gitano, Culpable de este amor....
Hace unos meses
se rompió el televisor y mi mujer quedo de pronto con las pupilas muertas, tan
inerte la mirada del Espantapájaros que ocupa en el andén el lugar del Jefe de
Estación. Así que un día, al retornar de mi trabajo de peón en la estancia
grande me encontré con una carta de Rita "Hace mucho que sueño con Juan
Darthes. Hoy partiré a buscarlo en Buenos Aires. Perdoname".
Me parece
imaginar el verla irse con una pequeña valija de mano, caminando varios
kilómetros hasta la ruta y de allí a dedo hasta el primer pueblo, luego no
puedo imaginar más. Disculpe usted que ha venido hasta esta lejanía buscando
entender el final de este pueblo y se encuentra con esta historia dolorosamente
intrascendente.
Sinceramente,
Javier Ortiz.
*De Urbano
Powell.
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
GONZÁLEZ RISOS.
PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
JOSE RAMÓN SOJO.
ÁLVAREZ DE TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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