*Dibujo de Erika Kuhn.
Paisaje
desolado*
No hay orillas
para los
palabras
herméticas:
inútiles para
el caso
liberan entre
dientes
lo que duele.
Querer decir
lo inaudible
en la noche
descampada.
*De Cecilia
Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com
TEMPORALES*
Después de las
intensas tormentas todo volvía al sosiego. Pero las aguas que habían caído
intensamente sobre los campos eran haraganas para irse, para encausar su furia
en esos canales que abrían ante la desesperación y la defensa de las
cosechas, donde todo varón dispuesto y aún las mujeres se ponían en esa
tarea que exigía muchos brazos, sin casi tecnología en aquellos tiempos más que
tranquilos y proclives al sacrificio, siempre.
En estos días
de muchas lluvias, que la gente llamaba temporales, el trabajo era nulo a campo
abierto, pero se aprovechaba para realizar otras bajo techo. Poner en
condiciones los arneses que usaban los caballos para ser uncidos a los
implementos agrícolas, como arados, rastras, cortadoras de alfalfa,
armadoras de fardos luego que desplazaron a aquellas parvas que en las
noches semejaban frailes oscuros, y durante el día visitaban bandadas de
pájaros que iban a picotear el pasto donde se desplazaban multitud de gusanitos
inquietos, que eran su manjar. No sé cómo armaban esas inmensas parvas a
horquilla, y le ponían varias chapas encima y las construían tan
compactas que podían sostenerse sin que las pudrieran las lluvias. Una pala de
cortar pasto muy filosa descansaba, apoyada, y cuando se requería su concurso,
se cortaba la ración necesaria, que se cargaba en un carrito de dos ruedas
tirado por un caballo manso, y se atravesaban los potreros desparramando en
breves montoncitos para vacas o caballos que así se alimentaban en invierno,
cuando el pasto escaseaba. (Parva se llamaba un inmenso libro de versos de
Baldomero Fernández Moreno que editara en el año 1949, justo un año antes de
morir. Un bello libro con xilografías de Víctor Delhez)
Pero debo
volver a aquellos atardeceres en que se producían los escampes, y en esa calma
de fin del mundo, cuando ya las lagunas y los bañados y los canales
desbordaban, y la fauna acuática comenzaba a dar voces díscolas, dispares y
primitivas, como si vinieran del fondo mismo de la tierra, como si quisieran
intervenir sin pedir permiso en el espectáculo de una naturaleza que se
maravilla de sí misma.
Los caminos
rurales y las mismas y las propias calles del pueblo, se tornaban
intransitables, una vaga tristeza se iba arrimando a aquella bola de
fuego muriéndose, para renacer en ese arco iris que tardará en borrarse en las
primeras sombras en que se diluye todo, mientras que dentro de las casas el
sosiego cunde hasta en ese haz de lámparas cuando se vayan escondiendo tras las
cortinas, donde los niños no se atreven porque piensan en los cuentos que
escuchan sobre aparecidos y luces malas que la última vez trajo un tío lejano
con sus grandes bigotes de filtrar el vino y ese sombrero negro que le ponía un
aire de misterio a su boca que no conocía la sonrisa.
Tal vez alguien
recuerde otras tormentas. Otros temporales, otros cañadones que se brotaban de
agua que anegaron los trigales, los pastizales, los alfalfares tachonados de
florcitas blancas y ese olor que ya no sucumbe al vuelo de ninguna abeja y de
ninguna mariposa.
Todo esto
traigo a mi recuerdo, lo voy construyendo como un tapiz tal vez que se arracima
sobre uno con una intensa pasión acuática.
Y queda en uno
las aguas que desbordan hasta la más lejana memoria y ese resonar en los oídos
de esa palabra de mi padre que repercute aún en mis oídos.
Qué habrá
querido decir cuando trataba de leer el cielo antes de la tormenta y se decía a
sí mismo:
Ojalá no nos
agarre un temporal tan largo esta vuelta. Y sin entender uno rogaba que así
fuera.
*De Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
*
Una voz brama
al sol.
Lo baja a la
escalera de la vida
y éste
se trepa en el
corazón de los seres.
Eres un sol y
no lo sabes
*De Oscar A.
Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
LA LUNA
CÓMPLICE*
Ella sospechó
que lo amaría siempre.
Querido Platón
Celima Bernal
García
Volar a la luz
de la luna, ¿hay algo comparable? Extendió sus enormes alas negras, tan
semejantes a las de los murciélagos y se desperezó. Le gustaba ser una hija de
la noche, si bien le afligía la maldad atribuida a los de su especie –muy
anterior al género humano, aunque estos insistían en que habían sido los primeros
seres pensantes del planeta-, por cuya causa fueron hostigados, maldecidos,
aniquilados. El simple hecho de no ser mortales, fue lo que originó la
persecución y los abocó al exterminio.
No les guardaba
rencor; en el fondo le parecía injusto que los hombres dispusieran de tan poco
tiempo. Le fascinaban sus creaciones, la poesía, la música, la variedad de
formas de sus viviendas, los cuadros que colgaban en sus paredes... Le gustaba
pensar que hubiera sido maravilloso un mundo en que compartieran la alegría de
existir y aprendieran unos de otros.
Última
superviviente, había logrado convivir con ellos pese a todo: Durante el día
buscaba escondites en casas abandonadas, la torre del reloj de la avenida,
aquel edificio semi derruido convertido en refugio de auras tiñosas, incluso
entre los atrezos de un teatro… cualquier lugar donde las sombras se tornaran
defensoras era su salvación. Al arribar la noche era dueña del espacio
insondable que media entre lo creado y lo por venir.
Enfiló hacia el
corazón del bosque, ningún humano iría a esa hora. Le agradaba sentarse a ver
el río fluir desde la cima del árbol más alto. Los destellos de la luna hacían
piruetas sobre las aguas… Para su sorpresa, había alguien ocupando su árbol. La
última criatura que hubiera esperado encontrar. Uno de los inmortales de la
luz, tan antiguos como ella, vistos en contadas ocasiones por los hombres,
repetidos hasta el cansancio en cuadros, estatuas y canciones, convertidos en
símbolos del bien, a pesar de que no eran ni mejores ni peores que los suyos.
-¿Cómo llegaste
hasta aquí? –le preguntó sin poder creer que al fin veía a uno.
-Nunca fui el
mejor en el vuelo -respondió él apesadumbrado-. Para colmo, quise ver el río
más de cerca, descendí demasiado y me enredé en una liana… Terminé cayendo -le
mostró un hombro magullado.
-¡Espera, eso
no puede quedar así! -se lanzó en picada, sumergió un extremo de su bufanda en
las aguas y regresó. Lavó suavemente la desgarradura mientras él intentaba no
quejarse.
-Por suerte
descubrí esa cueva –dirigió la vista hacia una cavidad al fondo, semioculta por
la maraña de raíces y hierbazales-, allí pude esconderme mientras duró el día.
Me aterrorizaba la idea de ser visto. Hace unos minutos me atreví a asomarme.
No pensé que alguien fuera a llegar a medianoche.
-¿Y pensabas
quedarte aquí…? ¿Hasta cuándo? –lo interrogó mientras secaba la herida con el
extremo seco de la bufanda–. Así no puedes mover el ala…
-Pensé
ocultarme hasta que llegara mi hora final.
-¿Los de tu
especie mueren?
-Tal vez el fin
nos llegue si lo deseamos. No sé, no perdía nada con intentarlo. No puedo ir
con los míos. Con los hombres jamás podría convivir sin ser considerado un
fenómeno. ¿Te imaginas?
-¿Lo dices o lo
preguntas? Pero reconoce –sonrió-, la visión del río es tan bella que valió la
pena el encontronazo que te diste con el suelo.
-Más bella es
la visión de tu figura recortada contra el cielo estrellado, tus alas abiertas,
el brillo de tus ojos nocturnos –sus miradas se encontraron, ella cruzó los
brazos para disimular un estremecimiento-. Cuando te vi llegar sentí que todo
comenzaba a cambiar. Cada hecho, por insignificante que parezca, encuentra su
razón: De no haber caído, no te hubiera hallado.
Y ella supo que
lo amaría siempre. Lo había sospechado al contemplar su silueta de contrastante
palidez, su indefenso aire de aguilucho caído del nido... La luna cómplice
sonrió tras una nube.
Cada anochecer
fue a cuidarlo. Conversaban, reían a salvo del mundo de abajo y del de arriba,
se relataban historias del tiempo que vivieron lejos uno del otro; contemplaban
el cielo, intentando adivinar sus insolubles presagios…
Finalmente, él
estuvo listo para reemprender el vuelo. Conteniendo el deseo de abrazarlo y
decirle: “¡Quédate!”, no se atrevió siquiera a mirarlo a los ojos. Cuando
amamos de veras hay que dejar ir: el amor es libertad, no prisión.
Le dolió no
sentirse alegre al verlo tan dichoso. Más aun la entristeció que emprendiera el
vuelo sin despedirse, y que lo hiciera con tan elegantes piruetas. ¡Le había
dicho que era torpe, casi le creyó! Si eso era torpeza… ¿Cómo volarían los más
diestros?
Había sido
demasiado bueno para perpetuarse. “Solo perduran los sueños”, pensó mientras lo
veía alejarse y el corazón se le encogía hasta parecer una nuez. Las criaturas
más admiradas y las más temidas por los hombres, opuestas en apariencia: él,
símbolo de esplendor, ella de oscuridad. Unidas por el conjuro del bosque, el
río, la luna y algo que ella creyó compartido…
¿Cómo pensar
que él renunciaría a la luz? ¿Por qué el tiempo transcurrió con tanta prisa?
¿Por qué dejó anidar en ella aquel sentimiento? Y ahora, ¿qué hacer con tanto
amor?
Bajó la cabeza
hasta colocarla entre sus rodillas flexionadas, se protegió cerrando las alas
hasta cubrirla. Desde esa posición no lo vio llegar. Tuvo que rozarle la nuca
con lo que traía en las manos.
-¿Qué es eso?
–susurró, intentando encubrir el llanto.
-Una pluma de
gaviota traída de la costa –rió él-, el inicio de nuestro nido. Nos iremos a
las montañas, donde nuestros hijos tendrán una magnífica vista.
-Había pensado
que… -comenzó a decir incorporándose.
-¿Pensaste lo
mismo que yo? –le tendió su mano, aferrándola como si nunca fuera a soltarla-.
¡Solo nosotros, entre todos, podemos jurarnos amor eterno!
*De Marié
Rojas.
La Habana.
Cuba.
ESPEJO ROTO*
“La tierra
entre los dedos, la basura en los ojos, ser argentino es estar triste, ser
argentino es estar lejos.
No decir:
mañana, porque ya basta con ser flojo ahora.”
JULIO CORTÁZAR
Has cambiado
los muebles de mi cuarto, amor.
Y sabes. Ciega por
incertidumbre, soy.
Ciega y
atolondrada. Imprudente. Irreflexiva. Inconciente.
Deambulo en
busca del talvez. Caigo. Derribo. Derribo-me.
Voy en busca de
la luz de tus brazos. De tu boca, la luz.
Ingenua.
Candida. Inocente. Tonta. Temeraria.
Quien diría que
me despojarías de todos los espejos.
Del agua de la
piedra, del rocío, de las lagrimas.
Temblando,
siento un poco de ti. No. Es la sombra de un búho
Ostentas tu
soledad y yo la mía. Tibia espuma y sedal.
Quizás. Seguro.
Tú, no eres tú ni yo soy yo.
Somos apenas,
entre tantos, dos espejos rotos en la niebla.
¿Quién inventó
el tiempo y la distancia?
Tibio, al
alcance de mi furia, eras. Eras.
Siento el agua
entre mis manos. Beso. Bebo.
Espejo roto.
Sabor acre en mi boca. Sangre.
Ingenua. Candida.
Inocente. Tonta. Temeraria.
Otra vez el
falaz puñal y arena entre mis manos.
“No decir
mañana, porque ya basta con ser flojo, ahora”
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
El escritor*
Empeñaba sus
horas en inventar un lugar donde mujeres, niños y hombres se reunieran a
escuchar poemas, discutir metáforas, desenredar verbos tejidos en homenaje al
amor, a la luna, al río, al otoño.
Llamó a gritos
a los enamorados para que escribieran sobre el suplicio de amar, a secas viudas
que lloraran en tinta su soledad, a remilgadas mujeres que desarmaran la luna y
las rosas.
A serios
catedráticos inmersos en construir una babel de metáforas. Y por que no, a los
indefinidos, a los deprimidos a los indeseables. Solo pedía que escribieran,
que leyeran a los mágicos, que escucharan a los mágicos.
Nadie lo
escuchó, Se trepó al emblemático puente de su ciudad y se dejó caer con los
ojos abiertos, deseando leer en el fondo del río, en su silencio brumoso, su
último poema a la vida.
*De Elsa
Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar
El señor del
agua*
Era ya la media
mañana, cuando Cecilia interrumpió la conversación.
-Te vuelvo a
llamar en un rato, llegó el señor del agua.
Paso algo más
de una hora, hasta que volví a atender el teléfono.
Antes de
retomar la conversación sobre su trabajo ordenando textos escritos a mano,
múltiples papeles apilados-
Y la eterna
indecisión mía para continuar por lo inconcluso en los arreglos de mi casa, me
anime a una ironía:
"A que vos
tenés una novela en proceso de escritura con el sodero..."
-Ah, no era
el sodero, el señor del agua era uno de los amigos fieles de mi abuelo Ramón,
mi casa era la casa de mi abuelo y él sigue pasando cada tanto a saludar, como
en un ritual.
El abuelo
falleció unos días antes de que se estrellaran los aviones en las torres
gemelas.
La vida te abre
puertas insospechadas desde el lenguaje a lo fantástico en la existencia de
cada cual.
Esa era la
intuición, por lo que le rogué a Cecilia que me contara algo de la vida de su
abuelo y la amistad con el señor del agua.
Ramón era
pescador, tenía amigos que lo acompañaban en la soledad de su pequeña isla de
pesca.
Ya de pequeña
lo escuchaba hablar del señor del agua y unos años mas adelante del señor de la
luz como amigos fieles que lo rescataban un poco de la soledad.
La soledad era
buscada. El abuelo tenía una pequeña isla donde había construido su refugio de
pesca, era una casilla de madera de 3 por 3, elevada por gruesos troncos que ya
existían al comenzar su vida de Robinson en el río.
El abuelo de
Cecilia se había construido una casa sobre los árboles a la que se subía con
una maravillosa escalera de madera dura que tenía 20 cm de alzada entre escalón
y escalón y 30 de pisada. Una escalera digna de una mansión para subir unos 3
metros hasta el piso de la casilla.
Conocedor del
río, y bien asesorado por el señor del agua, sabia que nunca jamás el río había
crecido mas allá de los 2 metros.
En la casilla,
que visitaba con mis hermanos, el abuelo tenía todo lo necesario para vivir por
días aislado del mundo:
Una cocina de
una hornalla que se alimentaba a gas de garrafa, Catre, colchón de lana,
frazadas, alacena con algunas provisiones, mesa, conservadoras para guardar el
pescado.
Salvo en luna
llena, cuando no salía a pescar porque decía que la luz de la luna le pudría el
pescado con rapidez, el abuelo se escapaba seguido a su mundo en el río.
En un momento,
cuando la descripción se perdía, volví a preguntar sobre el señor del agua.
-Bueno, es un
amigo del abuelo que conoció en el río mientras que pescaba en su juventud,
vive en el río y no se si contarte más porque no me vas a creer.
-Quiero
escucharte, dije con ansiedad
El abuelo era
una personalidad fantasiosa, por eso no le creímos del todo lo del señor del
agua y su otro amigo, el señor de la luz.
Hasta que nos
tuvimos que rendir a la evidencia, yo era muy chica, tenia la edad que tienen
mis hijos ahora y en aquel fin de año el abuelo invito a esta casa a sus amigos
del río.
El señor del
agua, era un hombre con mirada de hielo pero expresión tierna. Tenía ropas de
náufrago y el aspecto de un náufrago que llegó hasta la casa chorreando agua.
Mis padres lo increparon al abuelo por invitarlo, aunque con ese sentimiento
profundo de buenos cristianos, lo hicieron pasar y le dieron ropas secas que el
hombre del agua acepto con cierta vergüenza.
No habían
terminado de aceptar la presencia del señor del agua, cuando una hora después
llegó el señor de la luz, que te aviso antes de que preguntes que no era un
electricista ni un iluminado sostenido por alguna religión.
Era un hombre
que se encendía en una luminiscencia parecida a las de la luciérnaga.
Ramón les dijo
a mis padres que el hombre era muy sensible y que al emocionarse se iluminaba.
El abuelo sentó
a cada uno de sus amigos en las cabeceras, se notó que el hombre del agua y el
de la luz no se habían dado la mano ni tuvieron contacto como otros invitados a
pasar la noche del 31.
A la medianoche
-en una época en la que no había dinero para fuegos artificiales ni se veía
bien en el pueblo que haya ostentación derrochando dinero en pirotecnia-, los
niños tuvimos un momento inolvidable: El señor de la luz y el señor del agua
acercaron sus dedos índices hasta casi tocarse desatando un show de chispas
como las de las estrellitas que se compran ahora.
Hasta el día de
hoy me parece ver esas chispas con las que comenzamos el año nuevo.
Aunque el
abuelo murió hace años y el señor de la luz también al poco tiempo. El señor
del agua sigue viniendo de tanto en tanto. Hace un rato vino casi vestido y
revestido de algas y camalotes, pero igual, como si el tiempo no pasara para él
en su vida en el fondo del río.
-Dígale a Don
Ramón que se viene la grande… -Me dijo para intentar prevenirlo de la gran
inundación.
- Ya no le
vuelvo a decir que mi abuelito murió. -Dice Cecilia con un tono entre triste
y resignado.
(…)
No quise
preguntar más. Una felicidad de instantes no se lleva bien con las preguntas.
-Has tenido una
infancia maravillosa. Le dije
El relato que
Cecilia había compartido me había desatado una dicha profunda.
Como la del
vivir en el fondo de un río y salir cada tanto a visitar gente querida.
*De Urbano
Powell.
Una, cualquier
tarde*
lo que
guardamos, la palabra
nuestro
el momento,
un saquito de
té que dejamos
permanezca
en el agua
destiñe
como claridad
en desalojo.
*De Lila
Biscia. lilabiscia@gmail.com
*
Se sumerge en
los ruidos del follaje, le da miedo perderse y no poder salir del mar
impenetrable y lujurioso. Tapices verdes ondean su mirada. La selva
se pone en ella, la penetra con sus hojas carnosas, esconde sus tesoros
de la luz. Hay que entrar a gustar el inquietante zumbido de la
vida.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
Brillantina*
De qué amarillo
es
tu espíritu
de tierra
firme.
Risa, laurel,
palabra al
aire.
Mirada que
atraviesa las miradas.
No conozco el
silencio en tu presencia
y sé que cuando
dormís
tu mano sigue
escribiendo
sola
todas las
recetas
que te faltan
anotar.
Tantos amigos
de la casa
la chola,
vinzón, tito,
silvia,
gabriela, elba
el ñumi, la
chicha, el colita
el chiquitín.
Tantos
papelitos
con
direcciones, frases, poemas
y recetas para
rejuvenecer.
Paltas cremosas
eco de
carcajadas
cosas doradas
en los cajones
cremas
humectantes
pintalabios.
Manantial
incesante,
yo no se qué
día
fue que noté
un dejo de
tristeza en tu mirada.
Un dejo, así,
como un ademán
distraído.
Un dejo, que
también te define
mami
tanto, tanto,
como ese
amarillo difuso
que me es
imposible precisar.
*De Cecilia
Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com
*
Mi viejo nunca
escribió un poema
y sin embargo
fue un poeta
hecho y derecho
por donde se lo
mirase era un poeta
su nombre
debiese figurar
en cualquier
antología de poesía latinoamericana
que se precie
de tal
tenía la mirada
de poeta
el paso de
poeta
la nariz de
poeta
la voz de poeta
vestía como
poeta
caminaba como
poeta
reía como poeta
lloraba como
poeta
mentía como
poeta
discutía como
poeta
encendía la
parrilla como poeta
asaba la
entraña como poeta
bebía vino como
poeta
fumaba como
poeta
jugaba como
poeta
abrazaba como
poeta
dormía siestas
de poeta
tomaba el mate
como poeta
estornudaba
como poeta
orinaba como
poeta
fue
por donde se lo
mirase
un auténtico e
indiscutible poeta
una vez
escribió sobre una libreta
"un vino y
medio de pan"
me dio el papel
y fui al almacén de Don Blas
porque allí nos
fiaban
y yo caminé
orgulloso esas cuadras
porque llevaba
en la mano
algo escrito
por un poeta/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
Nacimiento*
Nacimiento
o la nostalgia
de cráteres desnudos.
Actuar en
teatros vacíos.
Beber
gastadas bocas
que ya no esperan nada
salvo el sabor
amargo de la muerte
en copas que
hasta la noche rechaza.
Caer en simas
de desolación
implorando la
clemencia del olvido
y contemplarse
en el alba tenebrosa
de un incierto
futuro
con el rostro
fatal de un desdibujado doble
imitando risas
falsas, actitudes
de prosaico
espectador sin añoranzas.
Desde el fondo
cruel de los espejos
te contemplan
unos ojos apagados
y una voz
pronuncia la implacable sentencia:
Los tranvías no
se detienen para nadie.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
*
Quisiera que no
me reconozcas
y me ames.
*De Alejandra
Alma. almaalma3h@gmail.com
***
http://inventren.blogspot.com/
(De la Estación
Ingeniero Williams – Ferrocarril Midland)
Carta
encontrada en la estación*
*Por Urbano
Powell.
"He jurado
irme y olvidar, soy el último habitante de este pueblo y ya me voy, pero quiero
que quien tenga en su mano esta carta -que he escrito con verdadera
desesperación- sepa algo de este final previsible. Pasaron todas las
calamidades posibles. Primero fue el cierre del ferrocarril, allí se fueron las
familias de los ferroviarios, un poco antes de fugo nuestro jefe de estación
con rumbo desconocido. Más tarde alternaron sequías e inundaciones, hasta que
algunos campos quedaron en lagunas que solo sirven para pescar o cazar patos.
Unos años
antes, -me olvido de lo fundamental- instalaron una repetidora de televisión y
a partir de allí la gente empezó a encerrarse. Las mujeres a la hora de la
siesta veían novelas y los hombres a la noche se reunían a ver los programas de
Tinelli. Sin trabajo y con televisión la vida del pueblo fue cambiando paulatinamente,
la gente seguía partiendo, en especial los jóvenes. Los viejos se morían y con
ellos su saber ante la subsistencia. Al año pasado mi mujer y yo éramos los
últimos habitantes del pueblo, pero ella ya no hablaba de nada, la tristeza del
pueblo la llevo a encerrarse con las novelas que le iban llegando, y fueron
años de novelas y soledad creciente: Antonella, Sodero de mi vida, Poliladro,
La Elegida, Franco Buenaventura, Gasoleros, Luna Salvaje, Soy Gitano, Culpable
de este amor....
Hace unos meses
se rompió el televisor y mi mujer quedo de pronto con las pupilas muertas, tan
inerte la mirada del Espantapájaros que ocupa en el andén el lugar del Jefe de
Estación. Así que un día, al retornar de mi trabajo de peón en la estancia
grande me encontré con una carta de Rita "Hace mucho que sueño con Juan
Darthes. Hoy partiré a buscarlo en Buenos Aires. Perdoname".
Me parece
imaginar el verla irse con una pequeña valija de mano, caminando varios
kilómetros hasta la ruta y de allí a dedo hasta el primer pueblo, luego no
puedo imaginar más. Disculpe usted que ha venido hasta esta lejanía buscando
entender el final de este pueblo y se encuentra con esta historia dolorosamente
intrascendente.
Sinceramente,
Javier Ortiz.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
JOSE RAMÓN SOJO.
ÁLVAREZ DE TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
PARADA KM 79
ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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