lunes, septiembre 21, 2015

NADA CRECE AFERRADO A SU SOMBRA...


*Dibujo de Erika Kuhn.







Estadía*



Todo puede comenzar el día
en que advertimos
que sólo estamos tanteando espacio
detrás de una molesta lámina
de partículas impredecibles, difusas,
en busca de algo parecido a la permanencia
de la luz de una vela en una habitación oscura,
cuando el cuerpo no da más
que para andar de memoria.

Pero en medio del letargo de aguas verdosas
que se mueven con dificultad
nos esmeramos en advertir un claro de luz
entre las hendijas del aire viciado.

Y cuando las cosas retoman su curso
recobramos el uso de los sentidos
no sin antes saber
que la estadía en el llano era necesaria,
que hacía falta la tierra seca filtrándose
entre los arbustos que resisten
para apreciar el contraste.


*De Cecilia Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com








NADA CRECE AFERRADO A SU SOMBRA…








Liberar*



Palabras, vuelen lejos. Nombren

Sin ligaduras. Canten.


La estrechez de mi espalda ya
no las contienen.
Fuguen de mí, busquen
un cielo sin fantasmas.
Sólo cuando puedan darme
la inmanente voz de las cigarras
o una luz singular en la garganta
regresen por momentos
y ayúdenme a decirlo.

Entonces será mi breve cielo,

una suerte de instante sublimado.


*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar












LA MEMORIA DE SARI*



Sari me lo entregó como a un hijo en custodia:
_Cuidalo. Es casi imposible de conseguir. Está prohibido y dicen que quemaron los originales. Te lo presto sólo porque sos vos.
El libro era “Dar la cara” de David Viñas. Estábamos en 1982 y era imposible pensar en ediciones nuevas.
Sari era mi proveedora de libros difíciles de conseguir. Los atesoraba prolijamente, los cuidaba con pasión y anotaba cada préstamo (a quién, cuándo y probable fecha de devolución) en un viejo cuaderno.
Gracias a ella había conocido escritores malditos, callados por la censura, negados a quienes buscábamos nuevos mundos, otras ideas y opiniones diferentes.
Sari y yo éramos compañeras en Comunicación Social y grandes amigas.
A pesar de eso habíamos tenido una fuere discusión días atrás, el 2 de abril, por el desembarco en las Islas Malvinas.
Yo lo consideraba un hecho heroico. Ella tenía más años, más experiencia y ya había sufrido por vidas entregadas por las ideas de otro.
_¡Acordate de este día! _me gritó_ Ahora todos están eufóricos pero después se lamentarán. Muchas lágrimas provocará esta decisión.
Estaba muy enojada, pero terminó la frase con una sonrisa amarga.
Pensaba en todo eso_ Sari, los libros, las Malvinas_ cuando llegué a Plaza Once, ese 15 de junio. Llevaba el libro junto a mis apuntes porque lo iba leyendo de a poco, en el tren, durante el largo trayecto desde Moreno hasta la Capital.
Tenía que encontrarme con dos compañeros, Miguel y Rubén, para terminar un trabajo práctico que era urgente entregar esa noche, de lo contrario no podríamos rendir el parcial y el profesor, el “loco” Gómez, era un correntino gracioso pero inflexible.
A las seis de la tarde decidimos hacer una pausa en el trabajo y prender la tele. En la pantalla estaba Galtieri gritando.
La Argentina se había rendido, la guerra había terminado y él convocaba a la gente a Plaza de Mayo, no se sabía muy bien para qué.
Sin dudarlo, agarramos nuestras carpetas, apuntes y libros y nos fuimos para allá.
La tarde estaba rara, ya comenzaba a caer el sol cuando llegamos a Avenida de Mayo, todavía asombrados por la noticia de la rendición. Un rumor al principio lejano se volvió vigoroso y vibrante. El pavimento temblaba: cientos de personas furiosas de acercaban gritando y cantando consignas contra los militares. Los bombos retumbaban con rabia y nos corrimos, instintivamente, para dejarlos pasar.
Yo era inexperta en marchas y protestas y me quedé parada, observando. Me daba cuenta de que esa situación sería, alguna vez, un momento inolvidable en mi historia y la de mi país.
Miguel y Rubén se dieron cuenta de lo que ocurría y me agarraron del brazo.
La tarde se oscurecía y la multitud avanzaba hacia Plaza de Mayo.
Mis amigos fueron precavidos. Al fin de cuentas yo era muy joven y había crecido sin conocer manifestaciones políticas.
_Pase lo que pase _ dijo Rubén_ no te separes de nosotros.
_Quedate en la Catedral, entre la primera y la segunda columna. Nosotros nos adelantamos y después te venimos a buscar. No te muevas de ahí por nada.
Desde mi lugar empecé a ver el resultado de la rabia, la decepción y los años de represión. La gente empezó a romper las tulipas de luz de la Plaza y a arrojar piedras contra la Casa Rosada-
La respuesta fue sospechosamente rápida. Las tanquetas de la Brigada anti tumultos aparecieron y el pánico logró que la gente saliera disparada hacia todos lados.
Mis amigos llegaron inmediatamente hasta mi refugio y agarrándome cada uno de un brazo, me sacaron por el aire de las escalinatas de la Catedral.
La gente corría, empujando y atropellándose.
Una mujer casi anciana gritaba “¡No corran, no corran!” pero nadie parecía escucharla. En realidad, yo sí la escuchaba, pero no podía detenerme. Me empujaban los de atrás y si me hubiese parado en ese momento me pasaban por encima.
Se escuchaban gritos, sirenas y el jadeo de los que corríamos.
A pesar de nuestros esfuerzos, la avalancha nos empujó y caí sobre las escalinatas del Banco Nación. En ese momento, el libro de David Viñas voló.
Vi  que daba unas vueltas en el aire y caía (vaya a saber dónde) para desaparecer bajo miles de pies aterrorizados, descontrolados, despavoridos.
Miguel me agarró de una mano y me sacó de la multitud hacia una calle lateral.
No me atreví a mencionar el libro. Miré hacia atrás pero era imposible ver algo en el suelo, entre tantos brazos, cuerpos y rostros furiosos y desesperados.
No podía hablar. Nos escabullimos por oscuras calles, lejos del ruido y la represión que, nos enteramos después, fue brutal.
Rubén maldecía al gobierno con pasión. Miguel caminaba silencioso y yo me di cuenta de que estaba temblando. No había dicho una palabra desde la salida del departamento.
Escuchábamos corridas, disparos y sirenas a lo lejos. Nos cruzamos con una ambulancia que pasó rápidamente hacia el oeste.
Eran casi a las nueve de la noche  cuando llegamos al Instituto, en Junín y Santa Fe.
Subí las escaleras con mucho esfuerzo. Tenía las piernas doloridas por la tensión.
Adentro nadie parecía saber nada. Habíamos llegado tarde al parcial. Ningún noticiero mostraba lo que a pocos metros de allí había pasado y todavía continuaba…
Mis compañeros le explicaron al correntino lo que había pasado.
El “loco” Gomez nos miró con seriedad y finalmente dijo:_Están aprobados. Para alguien que va a ser periodista es mucho más importante ir a una manifestación como esa que quedarse a estudiar un apunte.
Y en ese momento recordé el libro.
Sari iba a matarme.
La enfrenté diez minutos más tarde, cuando tocó el timbre.
Se había acercado todo el instituto a escuchar el repetido relato del malogrado acto y la posterior represión y Sari me agarró del brazo.
_Nena ¡Qué cagazo! Contame tu versión.
Recordé las palabras de Miguel: “Tené cuidado de lo que contás y cómo lo contás. En el instituto hay infiltrados”. Pero Sari era de confianza.
Empecé a contarle despacio lo que había sucedido, hasta llegar a la parte de la corrida y el vuelo del libro. Buscando las palabras más adecuadas, se lo dije.
Sari se quedó perpleja. Primero le vi una expresión furiosa, pero segundos después la noté triste. O resignada.
_Perdoname, Sari_ le dije_ no sabía que iba a pasar todo esto, si no, no lo hubiese sacado de casa.
_Dejá, no te preocupes_ me contestó amargada_ terminó según su esencia, en una revuelta. Cada libro tiene su personalidad y este, no creo que haya sido escrito para momentos de calma.
Pero durante varios días me pareció ver algo de reproche en su mirada.
Por mi parte, me preguntaba quién habría recogido el libro.
Esa tarde, la del 15 de junio, fue el comienzo de la inevitable caída del gobierno militar.
Años más tarde, cuando ya vivía a setecientos kilómetros de Buenos Aires y las computadoras empezaban a ser un electrodoméstico más, recibí un mail de Sari.
_¡Al fin te encontré! Tuve que contactarme con cuatro para conseguir alguna noticia tuya. Quiero que nos reencontremos. Tengo una sorpresa.
En un bar de Chivilcoy, casi veinticinco años después, Sari y yo nos volvimos a abrazar.
Iba por su segundo matrimonio pero parecía más joven que en los años del Instituto. Tenía la mirada tranquila y feliz.
_¡No sabés todo lo que me pasó en estos años! ¡Voy a necesitar horas para contarte!
Como en aquel tiempo, yo seguía hablando poco. La observaba haciendo gestos, riendo, y pensaba en cuánta razón tenía ese dos de abril.
De pronto abrió el bolso y sacó algo.
_Mirá: ¡Creélo!
Ajado, con las hojas amarillas y la punta de las tapas levantadas, tenía delante de mí el libro perdido.
Asombrada, la miré pidiéndole una explicación.
_Lo trajo a casa mi segundo marido. Fue increíble. El trabajaba con Perez Esquivel y se lo entregó un policía arrepentido, que lo encontró tirado en la calle aquel 15 de junio. Nadie lo había levantado. El tipo lo escondió en su casa por meses y después decidió que su lugar era otro. Así, de la forma más asombrosa, volvió a mis manos.
Repasé las hojas lentamente…
_¿Qué paso con el policía?
_Ayudó bastante en el esclarecimiento de algunas desapariciones. . Lo dieron de baja y lo ayudamos a ponerse un negocio. Estaba cansado y asqueado. Al fin de cuentas, él también era un argentino…
Me parecía sorprendente el destino del libro.
_Y tus hijos…¿lo leyeron?_pregunté
Sarí largó una carcajada.
_¡Nooo! Mis hijos no leen nada y menos este tipo de libros!. Creen que es ciencia ficción!
De pronto volví a ver esa extraña sonrisa amarga en su cara.
_¿Ves, nena que yo tenía razón? Los que festejamos, en el setenta y ocho, en el ochenta y dos, lloraríamos después. Nuestros hijos no son ingenuos. No van a actos políticos, no corren, no se apasionan por nada. El libro está ahora totalmente seguro y aburrido en la biblioteca de mi casa.
Una vez más abracé a Sari, antes de irme.
Meses después me mandó un mail contándome que nuevamente había perdido el libro. Se lo había olvidado en la silla del bar de Chivilcoy.


*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar
-De su libro “Cuentos cortos, y no tanto”










Barro y sal*



La nostalgia líquida insinúa ser como:
el ala enhiesta de la mariposa que cae
casi imperceptible, insegura y natural,
entre unos huesos de lemanita o marfil.

Sometida inmerecida de la gravedad,
como las ínfimas gotas de esa sangre
que sacrifica la herida de la historia
para otorgar la fragancia de la rosa.

Si aún el mismo dios o zarza ardiente
fue barro pestilente y sal alguna vez,
luego fue soñado el arcano principal
de una baraja entre manos temerosas.

La melancolía leve y frágil es como:
el latido lento de un órgano cansado
casi velado por lloviznas vespertinas
entre los vidrios de una ventana gris.

Esclava totalmente febril y revelada
como el cielo que escupe sus ángeles
que reniega de sus sapos y serpientes
para exhibir solo el color de la lluvia.

Si hasta las mismas manos tropiezan
fue así desde el pasado y el presente
luego cedimos la piedra, el pedernal,
y el mundo empezó a girar sin pausa.


*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com












ESPEJOS OXIDADOS*


“Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor”
García Márquez.



Ese hombre me tiembla desde siglos.
Me desangra las albas y muerde los desvelos.
Es cardal y racimo. Amor y duelo.
La noche tensa la lámpara de agua.
Me viene desde lejos ese hombre.
Desde antes del galope del sueño.
Previo al hambre. A las chozas de chapa.
Viene antes de mi dura madre.
Antes del padre nuestro. Del hijo.
Desde antes de estupro de espejos oxidados.
-No estoy dormida, digo, no es un sueño-
Pero el gallo ha cantado tres veces.
Y el hombre ha llorado mansamente.
Tres veces, tres.
Le beso la punta de los dedos. De las manos, los pies.
No habla. No dice. Guerrea con las nubes.
Es cobardía y valor. Falacia y realidad.
Un hombre moribundo me tiembla en la impiedad.
-Ay, amor, muerto, dormido, agónico.
Y un vacío me atormenta las vísperas.

Alzo la mano y me persigno, en vano.
En vano, me persigno.
Mientras tanto, no es él, que pasa su lengua por mi boca.
Es polvo, solo polvo que me llena la boca.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar












VIDENCIA*



Zulma buscó con ansiedad los ojos de la tarotista.
_¿ Y? ¿Qué ve?
La mujer dio vuelta las cartas lentamente…
Acomodó algunas, contó las filas y las hileras y, pensativa, descansó su dedo índice sobre sus labios.
Luego de un breve silencio, levantó los grandes ojos negros y la miró de fijamente.
_No hay por qué preocuparse_ le dijo.
_Tenés las mejores cartas. Vas a ganar el juicio y cobrarás mucho más de lo que imaginabas.
Con la voz temblorosa por la duda y la emoción, Zulma volvió a inquirir:
_¿Y ese hombre? ¿Qué pasa?
La mujer volvió a juntar las cartas. Las mezcló y separó diez, formando un círculo sobre la mesa.
_ Otro éxito_ dijo _En un mes vuelve a tu vida. Te espera un año maravilloso, lleno de prosperidad y amor. Al fin, después de tantos problemas…
Dos lágrimas recorrieron el rostro de Zulma
._ ¡Gracias!_ murmuró. La sonrisa transformaba su cara luminosa. _ ¡Me habían dicho que eras magnífica!
Al marcharse, se  volvió nuevamente hacia la adivina y le repitió:
_¡Gracias!
La tarotista cerró la puerta y apoyó en ella la espalda.
Una mirada cansada cruzó sus ojos.
_ ¿Quién era? _ preguntó su hija
La mujer acomodó lentamente las cartas y sin mirar a su hija, respondió:
_Alguien que en tres días se muere…


*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar
-De su libro “Cuentos cortos, y no tanto”











Amanece*



En un paisaje de  verdes  luminosos la diosa se despierta, nariz hacia el café, crujen las hojas hasta adentrarse en las curvas de la oreja,  hacia el interior la  mirada encuentra el juego de la vida, se envuelve en él y sale a las luchas.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar










*

Nada crece
aferrado
a su sombra.

Es deber
de la vida
procurarse
su luz.


*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com






***

INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


(De la Estación La Rica – Ferrocarril Midland)


La Rica*



A Antonio Dal Masetto.



El hombre lee en su asiento una carta escrita sobre papel verde. Se inclina un poco tratando que el sol que ingresa por la ventanilla ilumine de lleno en esas letras de birome azul. Tiene sus ojos cansados y la presbicia lo obliga a distanciar bastante la carta, a punto de temer con incomodar con la extensión de su brazo a la señora sentada enfrente en la que puede ver una mirada curiosa detrás de esos anteojos redondos con bastante aumento.
En realidad, no le importa que esa señora de mediana edad y pelo rubio enmarañado se interese por su carta. Ella solo podría haber leído la fecha y el lugar que están en letra visible e imprenta, arriba a la derecha de la primera hoja. Luego viene la letra manuscrita, pequeña y encriptada de Gabriela que se hace imposible de descifrar si la persona no esta familiarizada con ella.
Y además, que importancia tiene que esa señora sepa de su felicidad, de su ir y venir con el amor y la distancia.
Ella iba y venía, en su trabajo por los aires, en sus ensueños o en amores fugaces de cada aeropuerto que no lograban desplazarlo a él. Su hombre. Él, que iba y venia todos los fines de semana para compartir su lecho, sus labios. Para caminar con ella de la manito o en el abrazo de hombro de ella a cadera de él que tanto les gustaba, como a los eternos amantes, novios o compañeros de vida, aunque nunca supieron definirse, no les interesaba otra cosa más que llevarse de la mano o del abrazo por la vida que era una sucesión de instantes o una eternidad bajo una misma luz, pisándose a veces con mutua torpeza los pies en aquellas estrechas veredas del centro antiguo de la ciudad, para luego retornar al departamento de ella y fundirse en un solo cuerpo a luz de luna o estrellas, a sol que entibia la piel o a cielos de acero sin grietas. Aun parece sentir el ruido de la lluvia cayendo a gotones de sonido persistente por los techos, mientras adentro los cuerpos se encendían bajo cobijas del frío invierno.
Sentados en la cama, los domingos a la tarde él le leía cuentos de Dal Masetto y ella a él a Borges o Cortázar. Una vez, le leyó "Romance" y él sabía, que era apenas un pretexto para llegar a la frase final que tanto lo oprimía como presagio, como una anticipación acechante a la vuelta de la esquina, o en cada ir y venir a la estación de trenes, para llegar o partir de los brazos de ella, su amor, su compañera.
Recuerda haberle leído esa frase final del cuento de Antonio Dal Masetto que ahora ronda en su cabeza: “el destino es insondable y no existe felicidad que no este amenazada”.
Su piel lo enloquecía. Su blanca piel casi transparente en la que podía ver rutas celestes que no parecían venas sino mapas de cielo como los que ella surcaba primero en Aerolíneas Argentinas y más tarde en Lufthansa.
Él sentía cada encuentro y cada despedida como si fueran una misma imagen superpuesta de ese intento imperfecto de volver una y otra vez al placer, o al contacto de la piel, la fusión de los cuerpos, el orgasmo de cada cual a su tiempo y modo, la sonrisa del después y el dormir abrazados para entrar en la noche del sueño bien juntitos. Gabriela y su parecido a  Bette Davis. Sobre todo la expresión de su mirada. Fue un descubrimiento mientras en una madrugada vieron “La extraña pasajera”. Como les pego esa frase que adoptaron casi como un lema propio: "tenemos las estrellas, no pidamos la luna".


*

Vuelve a doblar en dos las tres o cuatro hojas de la carta sin dejar de echar una última mirada con los ojos húmedos sobre el encabezado, que seguramente la señora que esta allí enfrente ya ha leído, aun fingiendo desinterés y con la mirada perdida en algún punto de la estación que de una vez están por dejar cuando la fuerza de la máquina logre romper la inercia y el viaje se desate sin atenuantes.
No importa que esa señora sentada enfrente haya leído la fecha: Hamburgo, 15 de abril de 1992.
Y más abajo el Querido Javier: y luego el texto que conoce de memoria y ha leído una y otra vez durante estos años a bordo del tren.
“A los tristes no los quiere nadie” se dice a modo de explicación.
Entonces el tren arranca y el hombre rompe la carta en cuatro con expresión de angustia marcada en el rostro, aunque ya maldice su impulso, su inútil esfuerzo por doblegar ese pequeño hilo de ilusión que lo mantiene ahí, no queriendo preguntarse sin respuesta, y entonces guarda esos grandes pedazos en el bolsillo derecho de su campera, quizá ya mismo piensa en pegarlos con cinta transparente al llegar a su casa.
Intenta disimular su rostro desencajado. Se levanta y se va al otro vagón, no quiere testigos, que nadie sospeche ni se pregunte por que él sigue yendo y viniendo en ese tren. Como si el tiempo no hubiera pasado.



*De Eduardo Francisco Coiro.





***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 JOSE RAMÓN SOJO.

ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

PARADA KM 79

ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



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