*Obra de Julián
Alpízar Blanca.
La Habana. Cuba
Ayer fuimos
arena de desiertos lunares*
Ayer fuimos
arena de desiertos lunares,
fuimos bosque
que espera los rumores del viento.
Luego nació la
era en que se abren las flores,
llegó la
primavera con su vértigo eterno.
Fuimos la avena
que germina, la naciente alborada,
el tallo que se
eleva en busca de la aurora.
Como ángeles
indómitos abrimos
nuestra piel al
aullido de las olas.
Ciegos, nos
embarcamos con rumbo a la aventura,
todo el mar era
calma, todo el cielo promesa.
Todo en el
horizonte azul era un remanso
sin nubes de
alquitrán oscureciendo el alba.
Desde distinto
puerto nuestras naves zarparon
cargadas de
esperanza, de ilusiones repletas.
Se alejó de la
costa nuestro sueño dorado,
mar adentro las
olas fueron embraveciéndose.
Navegando entre
rocas fuimos perdiendo el rumbo.
La fe de las
bodegas se nos fue consumiendo.
La resaca nos
trajo veladas decepciones.
La noche se
acercaba y el mar era un desierto.
Azotes de la
espuma de las playas vacías
fueron preñando
el cielo de grises nubarrones.
Hoy todo es
abordaje y mar bravía,
todo es fiero
oleaje, marejada cruel sobrevenida.
Hoy todo es un
relámpago violento y desbocado,
todo un trueno
incesante de furia y torbellinos.
Anochece a lo
lejos y nada es la respuesta.
¡Sin brújula ni
estrellas! ¡Con las velas en llamas!
Hoy somos
peregrinos en sendas paralelas
(los estrechos
caminos de los sueños perdidos)
Hoy somos los
jinetes del agrio desencanto,
las aves que
perdieron sus alas en el viento.
¡A la deriva,
amor, a la deriva!
Pero el alba se
acerca y la tempestad cesa,
se aleja el
vendaval hacia nuevos naufragios.
Hay un puerto a
lo lejos, nuevas naves esperan
nuestro peso de
espiga que aspira a ser paloma.
Nuevas naves
celestes ajenas a los restos
de los antiguos
sueños ahora desmantelados.
Nuevas naves
doradas ansiosas de futuro
sin lastres ni
equipaje ni rutas prefijadas.
Es hora de
partir, de quemar el velamen
de las viejas
goletas que al caos nos guiaron.
Es hora de
zarpar, nuestro es el horizonte,
nuestra es la
claridad que se derrama.
Es hora de
zarpar, todo está en calma.
¡Oh, dulce amor
entre las dulces olas!
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El
alba sin espejos”
LOS ESTRECHOS CAMINOS DE LOS SUEÑOS PERDIDOS…
MUJER EN EL
BALCÓN*
*De Antonio
Dal Masetto.
Asomándose a la
ventana, hacia la izquierda, más allá de cables y ramas, el hombre alcanza a
divisar el balcón de una vieja construcción de tres pisos, tal vez un hotel de
cuarta categoría, tal vez una pensión. En el balcón hay macetas y ropa tendida.
A veces, a través de la puerta que da al interior, en la penumbra de la
habitación, se adivina el temblor de una llama: un calentador, la hornalla de
una cocina. Todos los días, hacia el atardecer, aproximadamente a la misma
hora, en el balcón aparece una muchacha embarazada. Mira el cielo y la ciudad
como si acabara de descubrirlos. Es muy flaca, morena, de cara aindiada. Debe
andar por los nueve meses de embarazo y se desplaza trabajosamente de un lado
al otro, lenta, cuidadosa, la espalda echada hacia atrás, contrarrestando el
peso de su gran panza. Recorre el balcón de un extremo al otro igual que si
estuviera inventariando una vasta propiedad. Con la mano derecha roza la ropa
tendida, las plantas de las macetas, el parapeto del balcón. Esta ceremonia,
este reconocimiento o saludo diarios, le llevan largos minutos. Después la
muchacha desaparece en la habitación y regresa arrastrando una silla. Entonces
se sienta.
El hombre sabe
que ya no se moverá y permanecerá ahí, la vista fija, las manos abandonadas
sobre el regazo, hasta que se haya hecho de noche. En algún momento comenzará a
hablar sola. Al hombre le gusta imaginarse el largo discurso de la muchacha. Le
pone palabras, inflexiones, fantasías, proyectos. Deja la ventana y vuelve a
sus cosas. De tanto en tanto se acuerda, se asoma y comprueba que ella sigue
allá, hablando y hablando. Es placentero espiarla discurrir con el aire. Es
como usurpar un secreto, como cometer un robo. Alrededor, la ciudad hierve de
calor, de motores y bocinas. La muchacha habla. A veces, una de sus manos vence
la inercia, se eleva y dibuja en el aire un gesto breve y definitorio. Se
iluminan algunas ventanas. La calle se tranquiliza. Ella sigue sentada en la
oscuridad. Seguramente hablando. Por fin alguien llega: el compañero de la
muchacha embarazada. Se saludan, entran, encienden la luz. Eso es todo. Esa es
la historia de cada día.
Esta tarde
ocurre algo. Desde un techo, desde una rama, aleteando torpemente, cae un
pájaro y aterriza en el balcón. El hombre piensa que se trata de un pichón en
su primer intento de vuelo. Después se dice que quizá no sea época de pichones.
Lo cierto es que ahora en el balcón se encuentran la muchacha embarazada y el
pájaro que acaba de caer. Igualmente asombrados, igualmente torpes. La muchacha
levanta el pájaro, desaparece y vuelve con un vaso de agua y un pan. Se sienta.
Mete un dedo en el agua y colocándolo sobre el pájaro intenta dejarle caer
algunas gotas en el pico. Después le ofrece migas de pan. Finalmente apoya el
pájaro sobre su vientre prominente y maduro, y lo acaricia. Y comienza a
hablar.
El hombre,
desde su ventana permanece atento. Comienza a oscurecer. La figura se desdibuja
y es como si llegara de otras épocas, de días lejanos en el pasado, de días por
venir: una muchacha intemporal acariciando un pichón de pájaro o un pájaro
herido o un pájaro distraído. Hay rubores en el aire cálido de la ciudad. A la
memoria del hombre que espía acuden, sin buscarlos, los versos de viejo poeta
peninsular (a los que, hace muchos años, el trovador oriental Taco Muñoz le
pusiera música). Los recita mentalmente mientras observa el pausado y mecánico
movimiento de la mano de la muchacha que acaricia el pájaro: “La dulzura/ el
aire duro de esta nueva primavera/ tu presencia que ronda mi vida como un
soplo/ ahora que en vos/ inocente/ inexorable como el destino de los mundos/
alienta subterránea/ la vida”.
La última luz
del día envuelve el balcón, luz lenta, dulce, silenciosa, luz que
indudablemente conoce su camino, luz todavía suficiente para revelar y
homenajear, luz que busca a la muchacha, la acaricia y la viste con el ropaje
más adecuado. Y pasan los minutos. Y se hace noche. Y después llega el compañero
de la mujer que espera un hijo y habla sola.
-De su libro “Gente
del Bajo”.
TRES POEMAS AL
POEMA TRES*
Madre dijo que no demoraría.
Poema III
César Vallejo
I
Las personas mayores
¿a qué hora volverán?[1]
¿a qué hora volverán?[1]
La nube dibujando un rostro en
la penumbra,
El canto de los peces, las
piedras, el ocaso.
Ella dijo que no demoraría…
El árbol que crece en el camino,
Se inclina y me susurra:
¿Crees en las promesas, las
señales?
Pasa volando una sombra triste,
Es la oscura mensajera de los
dioses,
Es el tiempo, es nuestra alma...
Agotada la hora de la espera,
La barca de los elfos se ha
marchado.
Un resplandor sonoro recorre el
universo.
II
Ya no tengamos pena. Vamos
viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
han quedado en el pozo de agua,
listos,
fletados de dulces para mañana.[2]
fletados de dulces para mañana.[2]
¿A dónde vamos barquito de papel
llevado por la brisa veraniega?
Confío a tus velas mi destino.
Juguemos, sin hacer planes, sin
apuros,
Cantemos, trinemos, tres, tris,
trill…
Algo tristedulce nos aguarda.
Riamos hasta que muera la
inocencia.
Hasta ver la lluvia que deshará
tus esloras,
Cubiertas de dibujos infantiles.
Naufragio de golosinas que nadie
probará.
El pozo acoge nuestros tesoros.
Madre demora más allá de lo que
debe.
El pozo sabe y calla,
No entiendo por qué nos han
dejado solos.
El sueño nos trae de regreso a
las orillas.
III
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos partir[3]
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos partir[3]
Llegó la redención tan esperada
Y no supe qué hacer
Sin la triste misión de tanta
espera.
Velero obsesionado, asido a la
fe cuando no hay nada,
Bogante en brazos de la luna
nueva,
Aferrado a la ola de su suerte.
Madre sabe que el reencuentro
será muy demorado
Pero no encuentra las palabras
necesarias.
Y yo no sé de qué color viste la
muerte.
-¿Por qué nos dejan atrás, si
ellos saben…?–.
Llegó la salvación, pues todo
llega.
Le di la espalda… algo dulce y
triste persevera.
*De Marié
Rojas Tamayo.
La Habana.
Cuba.
(Todas las
citas –en cursiva- son del Poema III, César Vallejo)
SOBREVIVIENTES*
El vértice del
sendero se acerca
y aún en la
memoria llevo
restos de
infancia igual a
trozos de buen
pan.
En este viaje
hay voces submarinas
que no puedo
explicar, me habitan,
duelen como
arpones. A veces
caen.
Diluvio
impiadoso pidiendo:
espacios/mares/aires/barcas/viajes
que no pude
revelarles.
Ya el vértice
se acerca.
¿Qué ensenada
nos recibirá?
Abrazo a mis
sobrevivientes,
les doy mi pan.
(Que no sepan
del naufragio).
……………
La tarde se
adormece como si
alguien la
meciera.
La voz de un
canto
nos des-agua
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
Mi hija canta
en la cocina
un romance
español.
Su voz es dulce
y triste,
cuando canta
la historia de
un amor
que como todo
amor
debe ser
imposible.
Su voz de
pequeña mujer
repite el manso
estribillo:
"que de
amor
ande
muriendo".
Así se debe
amar,
hijita,
así de tanto,
nunca menos.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Naturaleza
muerta*
Nunca pude
liberar la mesa de la cocina por más de dos días seguidos. Primero fue la mesa
de mi infancia, después la de la casa que habito. Condimentos verdes y frescos,
limones, yerba a veces, frascos de miel, repasadores con olor a sol listos para
ser usados, tablas de picar de madera, adaptadores de enchufes, pequeños
recipientes de plástico, el mantel de tela a rayas de colores cálidos, pasas y
almendras. Los días en que no soporto tanta presencia visual me ocupo de
guardar cada objeto en su lugar y, si no lo tiene, de encontrarle un sitio para
poder sacarlo de la mesa. Pero con el paso de los días, otros objetos (o los
mismos que me encargué de ordenar) van poblando el espacio vacío. Una presencia
atiborrada y multiforme me acompaña; no puedo decir que en absoluto silencio,
que sería lo mismo que decir ausencia de todo: de forma, de color, de texturas.
No puedo hablar de silencio frente a estos elementos difíciles de catalogar,
que a veces me molestan y que a veces necesito para enmarcar el mediodía. Que
dan fe de mis dedos que sazonan la comida o acomodan un mechón de pelo por
detrás de la oreja. Los mismos que ojean el libro de cocina de la alacena, que
tantas veces me salva de la falta de imaginación. Pienso en los mecanismos
psicológicos que me dejan al borde del silencio y que me hacen ir colocando
objetos que funcionan como espectadores de todo lo que no se puede nombrar más
que en su presencia. Así es como funciona, a veces, la psicología doméstica.
Con lo que tiene a mano. Para que más.
*De Cecilia Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com
*
Puede ser que
no existas,
que la maleza
se plante viva
como una herida
abierta
que no rezuma
voces ni
pasados.
Puede ser que
tu voz
sea un eco de
la noche,
un caparazón
que esconde los otoños
hasta
rehacerlos en verde.
Puede ser que
existas,
y que no te
haya visto
preocupado como
estoy
por la palabra,
que mis manos
no sepan
moldear
la arcilla de
los dioses,
y entonces te
dibujen
con un lápiz
infantil,
casi jugando
preguntándote
si eres
o si sueñas que
eres.
*De Jorge
Santkovsky. jsantkovsky@go.org.ar
AROMAS,
INVISIBLE RÍO*
No todos los
días tienen destinos de luz
ni se dan por
enterados de la desolación.
Es la
imaginación –no la realidad-
quien suele
hacer posibles las cosas.
Hoy elijo una
palabra abierta: aromas
para engañar al
tiempo y reestrenar la infancia
para vestirme
con mi nombre y mi lugar
porque he
dejado mucho de mí en este sitio
vengo para
recuperar el olor de la tierra mojada
y de algunas
voces que ya no cuentan...
está luminosa
la glicina de color azul-cielo
y parece el
jardín un ademán del tiempo.
aquí la lluvia
ya no hace falta. Y el viejo amor
no reconoce los
caminos del regreso.
Los aromas
abren un espacio extraño.
Es como llegar
a casa navegando
sobre un
invisible río lento.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
"En algún
lugar aparece el pensamiento definiendo sus límites y tiene lugar lo absurdo o
si se prefiere, lo irrisorio. Lo absurdo o lo irrisorio suele estar conectado
con las palabras, con su sentido doble o triple o múltiple, con la magnitud de
lo que se pretende hacer a través de las palabras y la realidad de las mismas.
Ese hombre de campo de Kafka que va a golpear las puertas de la Ley y encuentra
un guardián que no permite la entrada, ese hombre que se desespera ante una
posibilidad cada vez más imposible, ese guardián que permite lo que sea, para
que el hombre se tranquilice de no haber omitido ningún esfuerzo, esa puerta
que sólo había sido abierta (y cerrada) para sólo ese hombre de campo, ilustran
el disparate de la trascendencia, de su búsqueda imposible tan similar al
disparate de escribir. En esa esperanza sin esperanza entre la búsqueda del
sentido, la Ley, Dios o como lo que se antoje llamar a cada uno a Eso y la
posibilidad de decir en la escritura, hay un nexo absoluto. En ambas hay
conciencia de lo imposible, pero una terquedad incontrolable. En realidad -lo
quiera o no- ese escritor busca la maldición de las palabras o Eso y tanto da
una cosa como la otra porque en esencia es lo mismo. Un deseo absurdo que no
puede saciarse y en plena conciencia. Un erotismo violento nacido de un
sinsentido al que se le busca sentido, sabiendo que no lo tiene, y por eso
mismo: porque no lo tiene."
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
-Del libro "La
Maldición de la Literatura", Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012.
***
InvenTREN
Estación
Hortensia*
“Hermoso día
para pasear”, piensa, mientras el sol les arde sobre la piel, gradual pero implacable,
en esta calurosa mañana de enero. Su hermosa y vivaz hijita de casi tres años
lo toma de la mano y no deja de relatarle lo que ve, excitada y con ojos
asombrados.
-¡Papi, unos
pajaritos! ¡Uuuuuhhh! -, y agrega con decisión: –Yo voy a volar como los
pajaritos.
-¿Y si en lugar
de volar por el aire, volamos en un tren? -, propone él, midiendo la distancia
que les resta: detrás de la arboleda de araucarias se encuentra la estación.
-¡Un tren, sí!
Me encanta viajar en tren-, y se cuelga de su brazo, apurando la marcha.
Una suave brisa
mitiga el progresivo calor de la mañana. Mire donde mire, estallan los colores
bajo el poderoso sol del verano. Y al acercarse a los límites de la estación,
contempla casi como al descuido, a un costado del camino de grava, un enorme
macizo de hortensias que lo proyecta abruptamente hacia el pasado…
…¿Cuánto tiempo
hace que no piensa en aquellas hortensias del jardín de su casa, en Mar del
Plata? En aquel sendero de ladrillos húmedos que llevaban hasta el quincho,
donde chirriaban las brasas de la parrilla, su padre acomodaba el fuego, y el
asado con los chorizos se iba cocinando lento y parejo debajo de un cartón
extendido. En la sombra mohosa de aquel pino centenario, cuya frescura regaba
hacia las tres casas vecinas. En las ligustrinas que se desbordaban, aferradas
con firmeza al alambre tejido. En la ropa limpia que su abuela había colgado de
la soga que cruzaba el parque. En las rejas nuevas que su padre había hecho
instalar pocos años antes, a raíz de los robos cometidos en el barrio, incluso
en aquel mismo jardín, del que unos malditos rateros se habían llevado durante
la noche un secarropas, algunas herramientas, varias reposeras plásticas, y la
mesa de tablones de madera que conservaban desde hacía décadas.
¿Cuánto tiempo…?
Los recuerdos le resultan extraños, como si perteneciesen a otra vida, o quizás
a otra persona. ¿Acaso fuera así? ¿Cuántas cosas le han ocurrido durante
aquellos años, desde la última vez que pisara aquel entrañable parque cubierto
de hortensias? ¿Cuántas vivencias, compartidas o en soledad? Aunque a él le
costara recordar momentos de soledad; siempre había preferido evocar momentos
compartidos con sus afectos, tener más presente una risa que un silencio.
Recuerdos de sus tres hermanos menores, recorriendo las parquizadas cuadras del
Barrio Constitución hasta la playa, mientras cargan con el mate, a veces la
sombrilla, y comentan películas vistas, o libros e historietas leídos. De su
abuela, quien hoy ya no está, preparando las mismas tortas fritas con grasa
vacuna que solían amasar y cocinar a la par en aquel campo de Entre Ríos,
escuchándola decir que “al menos, con eso los chicos tenían un alimento para la
tarde”. De su padre, acompañándolo a hacer compras a bordo de una vetusta
camioneta Datsun, que continúa funcionando de manera inexplicable, escuchándole
narrar las mismas anécdotas de siempre, referidas a su pasado familiar o
laboral –vinculado de por vida con el ferrocarril-, ayudándolo a terminar las
frases y recibiendo como habitual corolario la pregunta: “¿Cómo: ya te lo
conté?”.
“¿Dónde se ha
ido todo eso?”, se pregunta, hipnotizado por las frondosas hortensias, oyendo
muy a lo lejos el incesante parloteo de su hijita, aferrada de su mano mientras
ingresan a la estación, recorren el pasillo de la boletería cerrada, se acercan
al andén. “¿En qué me convertí?”
Imágenes sin
conexión aparente se le presentan delante de sus ojos; escenas editadas de
diferentes películas conforman en un caos particular su propia película, la de
su vida, tan errática y variada como la de cualquiera, con una enorme cantidad
de detalles que la terminan haciendo única. Recuerdos de sus afectos primarios,
claro está, pero también de sus amigos, sus ex parejas, sus compañeros y
compañeras de trabajo… Todos aquellos que alguna vez, en determinado momento,
han sido significativos en su vida y le han dejado una marca, que por pequeña
que sea, hace una enorme diferencia: la de que hoy, él sea de esta manera y no
de otra…
-Ahí viene el
tren -, se escucha decir, al arrodillarse junto a su hijita y señalar con el
brazo extendido hacia el horizonte, donde la inconfundible silueta del frente
de una locomotora diesel se recorta contra la profundidad de la vía, haciendo
sonar su estridente silbato en la distancia.
El se ha
convertido en esto: hoy es padre de familia. Además de ser amigo inclaudicable
de sus amigos, de atesorar el cariño hacia sus hermanos -aunque se vean poco, y
dos de ellos también hayan sido padres-, de agradecerle a sus padres todo lo
que han hecho por él –con sus aciertos y sus errores-, de ejercer con su título
profesional y poder vivir de eso –algo que hasta hace unos años no le parecía
muy tangible-, además de todo eso tiene una familia que adora, una hija que lo
enternece como nadie pero que también lo saca de quicio, una mujer a la que
considera un par y en quien confía plenamente.
El, de alguna
forma, ha dejado de ser hijo y se ha convertido en hombre. Y la evocación de
las hortensias se lo recuerda de manera inexorable.
-Vamos a
volar…¡en tren! -, grita ella, agitando los brazos, dando emocionados saltitos
a su lado.
-Si, hijita -,
murmura él, mirando hacia el futuro. –Vamos a volar…
*De Alberto
Di Matteo . licaldima@yahoo.com.ar
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
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POLVAREDAS. JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI.
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ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
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PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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