domingo, noviembre 20, 2016

ALGUIEN CANTA EL LUGAR EN QUE SE FORMA EL SILENCIO…



* “LA LUNA MELANCÓLICA” Obra de Claudio Uzal.
Óleo/Lienzo. (c)Uzal











DESCENDIENDO LA ÁSPERA ESCALERA*




*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com



La juventud de mi madre bajaba la escalera  y su pollera fruncida en la cintura con profundos pliegues ondulaba delante de mí, que también bajaba la escalera, aquella escalera áspera y honda. La liviana tela del vestido de mi madre flotaba rozando a veces mi nariz. Tengo  cinco años y aunque la escalera me asusta no puedo dejar de seguirla a mamá que muy pronto, quizá mañana mismo, va a morir con una suavidad muy parecida a este ondular, a este descenso sobre la aspereza de la escalera, a este sentirme atada a lo inapresable del ruedo de su vestido. Es un vestido  en el que se mezclan todos los colores, uno a uno se resbalan entre sí formando un abanico que no tiene principio ni fin. Con sus contornos desvanecidos, los colores se confunden y se marean y fluctúan en una intensidad que apenas los logra contener. Es una lástima que los colores  no se puedan acariciar como acaricio ahora la cintura de mi madre que de repente se me escapa mientras va bajando. Esto es como volar y sospecho que mi madre lo sabe. La escalera está asfixiada por la baranda fría, negra,  de metal y por la pared medianera donde las voces de mis vecinos se cuelan desconformes, donde el loro se asoma y persigue a los gatos, donde el aire brilla arrastrando las hojas que se escaparon de las macetas con malvones. Mi madre no habla, nunca habla cuando baja la escalera, es demasiado joven  y ya sabemos que yo tengo sólo cinco años. Ella no quiere que la siga a todas partes y menos que menos cuando sube o baja la escalera porque  dice que me voy a caer.  Se equivoca mi madre, se equivoca: yo no me caigo nunca, nunca. La voz del botellero que anda por la calle y también la armónica del afilador de cuchillos se inmiscuyen  en este traqueteo de pasos, los de mamá, los míos, un chas chas chás inarmónico.  Ahora pienso que ese roce de las suelas de nuestros zapatos sobre el pórtland  debió desgastar la  superficie un poco blanda de la escalera. Aún nos acompañan esos sonidos, paso a paso, escalón por escalón. Si  la pollera de mamá no flotara delante de mí no sería lo mismo. Nada sería lo mismo. Yo estuve en la tienda cuando mamá fue a comprar esa tela, la eligió despacio como si en la elección se le fuera la vida. Con los dedos  palpó su textura, la puso a contraluz cerca de la vidriera para inspeccionar los colores y los colores le quedaron por un instante estampados en la cara. Colores llenos de luz, colores huecos. Después  corrimos juntas a la casa de la modista que primero la pinchó con sus alfileres y terminó cansando a mamá con tanta prueba, con tanto ajuste. De  cualquier modo el cuerpo de mi madre y la tela se entendieron muy bien, desde el principio. Por desgracia ella estrenó el vestido en  una tarde de lluvia y el vestido se destiñó, entonces si alguien mira  con atención, esté o no bajando la escalera, comprobará que los colores ya no lucen como antes, perdieron un poco de su refulgencia, de su notoriedad, de su intenso sentido de ser lo que son. No quiero recordárselo a mamá que se enteró del percance y creo que lo disimula con movimientos veloces, aturdidos, que distraen los ojos que la miran: mis ojos. ¿Baja tan rápido la escalera solamente por eso? ¿O acaso adivina lo que  pronto le sucederá? Supongo que sí, supongo que no. Es tan larga esta escalera que hace montones de años que las dos la venimos bajando. Y lo más extraño es que mi madre no se canse y que  yo siga teniendo siempre cinco años. Hay cosas que nadie logra explicar, cosas que forman laberintos en el enramaje de los hechos, cosas muy raras. Y esta es una de ellas.



-Blogs de Irma Verolín













ALGUIEN CANTA EL LUGAR EN QUE SE FORMA EL SILENCIO…











ESOS PEQUEÑOS CRÍMENES*



ese maravilloso pájaro que hemos muerto

de un golpe

una pedrada

levísimo en el sudario de su aire

en el fino polvo que opaca su plumaje

en el imperceptible gusano que horada su vientre

pesa tanto como un astro

o es la memoria de su vuelo

detenido como un árbol en sus raíces

cuanto ahora se desploma sobre la vajilla y los

/aniversarios

todo ha sido ese pequeño pájaro

una minucia entre los días y los libros

entre el humo de los incendios naturales y las

/lluvias

entre las hormigas y todas las palabras

ahora se desploma y el mundo cumple

riguroso

horarios

giros

estaciones

y nuestra lengua brilla y hace emerger

la oscura moneda para el salario de amor

que puntualmente paga
estos pequeños crímenes



*De Jotaele Andrade. elcomensal@yahoo.com.ar













HONRAR LA VIDA*



En el noroeste de Mongolia todo el mundo se muere, pero las personas no mueren. Se lo dice el papá a Nansa, una niñita de ojos rasgados en un redondo rostro de manzana.
El budismo los provee de un inagotable círculo de vidas que el alma recorre pasando de un arbusto a un camello, de un camello a un buitre, saltando de ser a ser, hermanando plantas, animales y seres humanos en un hálito eterno que se manifiesta multiforme y vital. La muerte no tiene más relevancia que el cruce de un umbral. No angustia ni aterroriza. Los niños sólo sienten la curiosidad de quien se pregunta qué vestido usará mañana, qué abrigo le tocará en el invierno próximo.
Pero no todas las vidas son iguales. Las personas poseemos una fineza de percepción, la capacidad de razonar y sentir con mayor agudeza que un yak o una cabra. Esos atributos son invalorables. Podemos, también, mirar las estrellas, contar historias, acariciar un perro dormido. Somos capaces de amar.
Volver a pisar el mundo como un ser humano es un privilegio.
Una anciana recibe en su yurta a la niña que se ha mojado en la lluvia. Toma un cazo con arroz, una aguja larga, y con la aguja en una mano derrama sobre ella puñados de arroz que caen como lluvia blanca. Le pide a la niñita que le avise cuando un grano caiga sobre la punta de la aguja. Puñado tras puñado, la atenta mirada no logra encontrar que el milagro acontezca.
La pequeña mujer arrugada y sonriente le cuenta a la niña que en el mundo existen infinidad de seres, y que la posibilidad de reencarnarse en una persona es tan remota como la de que un grano de arroz caiga en la punta de la aguja. Así de esquivo es el milagro, así de difícil es ser un ser humano, y es por eso que cada vida humana es inapreciable.
Ha de celebrarse, entonces, la vida humana. Y respetarla con la devoción con la que se preserva un frágil fuego en medio de la noche.
Lo dicen los mongoles, allá por donde China y Rusia se confunden. Nos lo cuenta la directora Byambasuren Davaa, que quiso que su pueblo narre a través de sus filmes esa forma de vivir, sentir y explicar el universo.
Ellos, los mongoles budistas que creen en un eterno pasaje de vidas, reverencian la maravilla de ser una persona y de tener la suerte de pertenecer por unos años al género humano. Nosotros, que no prestamos fe a historias de reencarnaciones, que creemos que esta vida es única, despreciamos a nuestros semejantes y no honramos el maravilloso don de la humanidad que se nos ha concedido y reside en nosotros. Mancillamos el milagro, desperdiciamos la esquiva oportunidad de ejercitar los dones que nos fueron hechos. Si podemos amar, si podemos mirar la luna, si podemos narrar historias; entonces es nuestro deber hacerlo y por tanto, como lo cantó Eladia Blázquez, honrar la vida.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com











*


Soy mujer y soy triste:
buen dato para mi biografía.
Soy mujer, soy triste, y soy poeta,
y llevo en las manos un puñado de hijos
como quien lleva en la mano una flor.
Tengo un hombre al que quiero
y que suele quererme,
cuando dejo de estar triste
y escribo poemas de amor.
Si no escribo,
me han dicho,
puedo ser bastante irritante.
Pero bien.
Soy mujer y soy triste y escribo
para ser más feliz.
Tampoco es cierto.
Pero puedo mentir,
porque al fin y al cabo, soy poeta
y se ha dicho que escribir presentifica
y yo quiero
el presente que queremos todos.
Sonreír porque sí cada mañana,
abrazar a mis hijos, a mi hombre,
y escribir "soy feliz"
en una hoja.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com












LA LLUVIA*



*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com



              Viene la lluvia y cae, a los baldazos limpios, sobre ropas tendidas en las terrazas. Vidrios, fachadas, calles de esta ciudad relucen y las antenas de televisión parecen esqueletos de pescado  que flotan en un mar en retroceso. Brillan las trompas de los automóviles y las cúspides de los paraguas negros. Mientras tanto la lluvia  vuelve oscuro el empedrado y opaca el aire. Crece un solo color, que desde el centro, avanza hacia los bordes una y otra vez. Es un gris de huesos de muertos, que ya hace mucho han muerto. En las macetitas del balcón de abajo unos cuantos helechos raquíticos se dejan estremecer, hasta quebrarse. Muy alertas, bajo la sombra de la lluvia, las amas de casa miran cómo sus sábanas colgadas lanzan lengüetazos, miran cómo las gotas salpican, arañan, se resbalan por los vidrios empeñados. Yo me dejo encandilar por las grandes flores de sus batones de entrecasa que se agigantan y se agigantan. Ahora la lluvia es un rumor: conversa de bueyes perdidos. Cualquiera puede escucharla: “ Vea usted quién iba a decirnos, se nos inundará la calle ¿ha visto? Nos quedaremos sin teléfono  y, lo que es peor, se suspenderán las clases, se cerrarán los bancos y nos cobrarán por adelantado los impuestos.” Yo escucho, estoy aquí, miro desde este lado una película muda que ha sido pasada en demasiados cines. Allá lejos,  millones de remolinos balbucean o estallan. Se apaga, se apaga, se apaga el rojo de los techos del hospital. Y otros colores aún más apagados se prolongan hacia el espejo negro. Quisiera creer que esta lluvia ha venido sólo para rebotar en los techos del hospital. Llueve escandalosamente. Se asustan en las terrazas las amas de casa con sus batones floreados, mueven los brazos acuciantes, para agarrar sus sábanas, sus trapos, sus pedazos de tela, que echan lengüetazos y lengüetazos cada vez más pesados. Qué lluvia esta. El vidrio apenas me separa de ella, apenas divide lo que hay que dividir. Yo podría, si quisiera, tocar los esqueletos de pescado, grises, húmedos y también el fondo del espejo negro. Sobre mi cabeza un sinfín de mujeres va y viene. Taconean, las oigo deslizarse por las terrazas chapotear, resbalarse. Pero son ellas las que oyen cómo raspa, cómo se quiebra el aire y se resquebraja en finísimas hendiduras; debieron intuirlo antes de que sucediera cuando lavaban algún pocillo en la cocina, cuando ojeaban el “Para Ti” o se emocionaban con la tele. De pronto, en un gesto de arrojo, se vieron obligadas a subir las escaleras para rescatar de la intemperie sus trapos, sus sábanas, sus pedazos de tela lengüeteantes, amenazadores. ¿Son ellas mismas las que bajan ahora las escaleras? ¿Es de ellas el rumor? ¿Cuál rumor? ¿Cuál? “Hay que cerrar bien las ventanas, la puerta cancel y mire qué desbarajuste que hay afuera,  mire qué escandalete, quién lo hubiera esperado ¿no?” Voy hacia el vidrio que enseguida se empaña un poco más con mi respiración. Todo se parece a una película del treinta. “Señora no se olvide de guardar la jaula del canario. Habría que poner palanganas en el centro del patio. Se inundarán las calles, seguro. ¡Esta maldita lluvia!” Acerco mi mano al vidrio. Veo que el agua abre grietas más anchas en el aire compacto. Hace un instante los colores estallaron detrás del espejo negro. Los techos del hospital son sólo sombras de un rojo. “Vea señora cómo borbotean las alcantarillas”. Pilotos, caparazones, sombreros de goma, brazos y piernas que se arriman al eje de cada cuerpo, manos que buscan sus propios hombros. Todo se estira hacia el aire vertical, todo se adelgaza. Las palabras aumentan la delgadez, se estiran hasta que se desbordan. Sin embargo las grietas en el aire cavan túneles muy anchos. Extiendo mi mano; sí, allá voy con mi mano que traspasa el vidrio, que roza los techos del hospital y señala, en el fondo de todo, una habitación pequeña donde yo estoy naciendo. Poco falta para que entre en el mundo mientras sigue lloviendo y el agua borbotea en las alcantarillas, mientras mi madre lanza gemidos que asustan a las enfermeras, al director del hospital, a medio país. Oigo gritos, rezongos, palabras pronunciadas por la mitad, frases mutiladas. Oigo un sonido de ruedas frágiles: la camilla avanza por un pasillo largo. Es liviana y va ligera por el pasillo, pero antes, lo sé muy bien,  hubo un cuerpo sobre ella. Fue el cuerpo de una mujer a la que tal vez le dieron el alta. O de un hombre que está convaleciente en su habitación. O de alguien que ha muerto. Las rueditas llegan al final del pasillo y un viejo, íntegramente vestido de blanco, abre la puerta de un cuartucho para descansar de los gemidos de los enfermos o comer galletitas o manotear en la oscuridad. Y sigue lloviendo. Esta gastada película del treinta muestra un panorama que borra las desigualdades. Aunque eso no importa: mi madre y yo estamos metidas en un asunto muy serio. Ella va a darme a luz y sabe que en las terrazas las mujeres de batón floreado se enfrentan con un ir y venir de telas mojadas, un golpeteo contra el aire compacto que terminará agrietándolo, sabe que los techos del hospital alguna vez fueron rojos, sabe de los esqueletos de pescado, sabe de las alcantarillas, de las figuras adelgazadas, sabe. Quizá por eso se lleva de repente las manos a los oídos. Mamá no quiere oír el modo en que la lluvia cae sobre el césped. La tierra mastica lluvia y deja suelto un sonido crocante. Entonces yo nazco. Ahora roza el borde de las terrazas un pesado ondular, no son sábanas mojadas, son los lengüetazos de un dragón que  en cualquier momento se transformará en princesa. Las mujeres de batón floreado están allí para domesticarlos, han subido primero las escaleras con decisión, han puesto un pie bajo la lluvia, pero los esqueletos de pescado las apabullan y salen corriendo  detrás y alrededor las lenguas del dragón las persiguen. Oigo el correr de la lluvia, el de las mujeres, el respirar de mi madre que duerme con las piernas abiertas y el vientre desinflado y sólo Dios sabe qué sueños tiene. Mi llanto no la despierta, ni la lluvia, esta dichosa película muda, viejísima, que ha sido pasada en demasiados cines, ni las rueditas que solas comienzan a andar otra vez por el pasillo. ¿Mamá? ¿mamá? He nacido. Veo rodar una camilla sobre ruedas de lata por las grietas del aire y a los batones de las amas de casa disolverse y a las lenguas del dragón colgar de los espinazos de pescado mientras mi madre duerme un sueño largo, excesivamente largo. Me acerco un poco más al vidrio que no divide nada, que de nada me separa y pienso: “Son muy veloces los acontecimientos en las películas mudas”. Las lenguas del dragón quedan colgadas de los esqueletos  pulidos por el viento, blanqueadas por la lluvia. Llueve, sí, llueve. Percibo el ir y venir de las mujeres  en las terrazas, se resbalan, murmuran, discuten. Y sigue lloviendo. Desprendidos de las sogas, trapos, sábanas, telas, cuelgan de cualquier parte o quedan suspendidos en el aire como fantasmas.



-Blogs de Irma Verolín












Jubileo*




El sol se ofrece generoso.

Con esa luz difícil de explicar.

Los árboles gorjean.

Es la mañana un estreno,

un cofre de seda para guardar

miradas rotas, desencuentros, ausencias...

No irán lejos -sólo las guardamos- son nuestras.


Hay que quedarse inmóvil un momento,

se siente la presencia

de la Presencia.

La soledad de pronto,

puede llenarse con el universo entero.


*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar













ELA O’FARRYL ESTÁ CANTANDO ADIOS FELICIDAD*



Aun no tenemos catorce provincias ni médanos de aire para empinar pájaros de papel estraza. Somos la lumbre detenida allí donde cuelga la cimitarra, el arcabuz. No ha llegado el humo que mata los pájaros. No ha llegado mi padre con su diente de morder cebollas y escupir al cielo. La primavera se confunde con una mujer fluvial que se voltea y me muestra los pechos. Soy el que dibuja la rayuela en el mapa de la patria. La que salta es mi hermana. Al otro lado del patio conversan los difuntos que esperan a los ciclones, las guerras chiquitas y mundiales. En el brasero del vecino se hunde la carne que un día fue sangre caliente del bosque. En las tendederas ondean las sábanas que en su día fueron las franjas blancas de la bandera. Del huerto familiar llega a un olor que no saben los hospitales. Las frutas en ristre pasan en trenes veloces rumbo a la memoria. En el cuaderno de bitácora mi madre apunta los abortos, los nacimientos, los eclipses. Yo estoy al centro de la nada y bebo un agua nutricia mitad sangre mitad resurrección.



*De Reynaldo García Blanco. centrosoler@cultstgo.cult.cu










*


“Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio”.

*Alejandra Pizarnik








InvenTREN






María Lucila*


"Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"
Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-



El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Emilio, sabe de mi interés por escribir sobre la estación María Lucila. Dice que va a contarme de su historia personal que tiene relación con la antigua estación de trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que más aún, tengo la sensación de que mi escritura empeora con el tiempo.

-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono de suplica.

-Y porque a mi me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato para escuchar.

Lo que sigue es el relato del hombre, dos horas y media sentados, con tres cafés cortados de por medio que quiso invitarme si o si. -Me ofende si no me permite pagar a mi- dijo para terminar con mi resistencia.

En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí y la llamaron María Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda. Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la nacionalización cuando el Midland paso a ser parte del ferrocarril Belgrano, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubiló.
Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en Avellaneda.
Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi madre.

El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland pero es posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse "con Florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53".

Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que dibujaba Divito.
Por alguna cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.

(....)

Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber- , o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.

Usted sabe que todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas percepciones incomodas.

Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar, no hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.

Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según parece.

La angustia de mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.

Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta.
Mi padre después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.

Un día nos presento a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.
Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.

Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Auto y vacaciones.

Mi padre tenia 70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21 años. Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar.
Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un hombre o un marido. Yo te recomiendo que seas un hombre...

Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo sagrado.

(....)

De mi madre, quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.
Nunca sabré si volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.
Hay un abismo de treinta años de silencio.
La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logró encontrarla unos meses antes de su muerte.

Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de la estación no había nadie a Km.

Allí vivía mi madre. Ya envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros -tenia muchos en jaulas- y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.
No sabía nada del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenia radio ni televisión.

¿Sabe cual era una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.

Sabía del suicidio de Alejandra. Le dolía como si hubiera pasado apenas unos días atrás:

"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.

Esto es lo poco que la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia clínica que le dieron en el hospital donde se observa que en los últimos años sufrió demasiado.
Muy poco para un enigma de más de 30 años.

El hombre vuelve a abrir el libro que le dejo su madre y me lee otra frase de Pizarnik remarcada con birome azul:

"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"

Así me siento, así me sentí siempre, -escribió al costado- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.

Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.

Al rato nos despedimos con un abrazo. Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia de las que he podido contar son historias de gente feliz.



*De Urbano Powell & Eduardo Francisco Coiro.





***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

ÁLVAREZ DE TOLEDO

POLVAREDAS.  JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


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