*Obra de Luis Alfredo Duarte
Herrera (1958-2010)
-Ver galería en
Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
*
Rezar
cada mañana
para que no nos
falte el don de cada día,
el milagro del
poema repartido
entre los
demonios del hambre.
Rezar
para no quedar
en silencio
contemplando el
despojo,
los rastros de
las vidas
que no nos
ofrecimos.
No hay abismo
más aterrador
que ése que
late,
minucioso,
en uno mismo.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
LOS RASTROS DE LAS VIDAS QUE NO NOS OFRECIMOS...
INOCENCIA*
El siempre ha
habitado el bosque. Este bosque. Este bosque que es, precisamente, lo que la
palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.
Ha deambulado
largamente por la foresta frondosa de gacelas de patas temblorosas y de
almendrados ojos titilantes; ha transitado los senderos de pájaros de plumaje
fantástico. Ha visto virar las hojas desde el espléndido verde al rojo ígneo,
en atardeceres que fueron ocasos y también otoños de ardiente puesta del día.
Solo es. La
dulzura del aire se ofrece a sus pulmones limpios, la soledad no es una jaula
estrecha. La soledad es este bosque interminable que se ofrece en sonidos y en
imágenes de sólida belleza, intacta belleza. Cada día es el primer día. La
lluvia limpia el universo cada vez.
No conoce la
pérdida del acostumbramiento. Cada erguido árbol, cada arbusto retorcido le
brinda nuevos deleites en insectos que danzan el aire, en frutos de esférica
alegría, en tiernas raicillas que dibujan evanescentes formas fundidas a la
perfecta simetría de las telas de araña.
Ah la alegría
de las gotas de rocío capturando la primera luz, la última luz.
Solo es. La
soledad no le aferra el pecho, no estrecha sus costillas. La soledad no lo
abraza con su estrangulamiento de enredadera. No sabe que está solo, y ello lo
mantiene salvo de su oscuro veneno.
Siente el gozo
de la tierra debajo y del firmamento curvo que dibujan su mundo de capullo
cóncavo.
Solo es. Nada
lo requiere con premura. Puede demorarse y fluir, puede transcurrir mansamente.
Nada lo inquieta.
El ojo de agua
en la espesura espeja el mundo. Mira la superficie y se ve a sí mismo como si
no se viera. La presencia del otro no lo inquieta. Ve su imagen y es su imagen.
No existe la obligación de hallar compañía en el espejo, no lo aferra la
bíblica promesa, la bíblica maldición del apareamiento. Solo es.
Único y
completo, solo es.
En su universo
habita hasta ahora. Este ahora que le ofrece una muchacha casi niña
entredormida, entrevista, entresoñada en su lecho de trébol húmedo.
Súbitamente una
muchacha casi niña, ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita muchacha
entrevista, entredormida, entresoñada.
Súbita muchacha
en el lecho de trébol húmedo.
Jóvenes brazos
de luna nueva, blancas curvas, tierna postura sedente.
El bosque
expone el secreto de la niña clara, aliento de helecho matutino, escultura
blanda. De pronto el bosque expone su secreto.
Es la doncella
florida, la arcilla dócil, la forma exacta. De pronto el bosque halla su
expresión en una criatura que lo resume.
Se acerca con
pasos breves.
La recorre
tocándola con la mirada, y allí están los anocheceres oscuros, las promesas de
la fronda susurrante, la convergencia de los caminos y las aves aleteantes.
Todo en ella está. Cada gesto suave de los largos tallos ondulados, cada aroma
de fruta madura. Todo en ella se manifiesta.
El bosque es
esta figura extendida, y lo contiene como un minúsculo camafeo.
Se acerca con
pasos breves. Descansa la cabeza en el regazo de miel y nido. Siente por
primera vez que ha estado solo, siente que esta niña le falta, que la añora
desde ahora, cuando su cabeza reposa en un estrecho contacto que ya es separación
y lejanía.
Ha recibido la
amarga revelación de que él es un ser entre los seres, la demorada maldición de
saber su individualidad. La condenación lo alcanza en este instante en que ya
no es el bosque sino que increíble, atrozmente está en el bosque.
Decir que los
hombres mataron al unicornio es acaso un agregado innecesario.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-Más textos: http://auroraboreal.net/literatura/puro-cuento/2025-relatos-de-monica-graciela-russomanno
Te vi bajar a
prisa el túnel*
"Princes á mort sont destines"
Francois
Villón.
Te vi bajar
apresurada el túnel del subway a Brooklyn
era un viernes
frío del 98.
Mis labios no
lograron...
darle pausa a
mi deseo de retenerte,
mas las flores
fauvistas de tu vestido
aún perfuman
mis retinas;
echaron raíces
en mis córneas
como hiedras de
melancolía.
Ahora, al
amanecer, observo tu fantasma
escabullirse
entre la fotografía reciente
y el viejo
closet. Siento en mi ser
como sí alguien
te desenterrara;
clavándome sus
uñas en las heridas,
destroza el
placer que compartí contigo.
Ahora, no sé
cómo romper las lianas de tu embrujo.
Igual que
Hölderlin, voy buscándote
donde no estás,
a donde nunca has ido.
*De ©Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Hada*
Era como un
hada de Rimbaud.
Desde el
castillo inaccesible edificado en su interior
-cercana y
distante a la vez- acompañaba con pequeños gestos de amor. Casi imperceptibles.
A veces hablaba
del después.
Porque para las
hadas terrenales siempre existe la preocupación por el después.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
10 POEMAS
Descalzos*
I
Amor dije, con mis labios
marcando la redondez de
tus pechos.
Dije amor dibujando el
silencio
salobre de tu piel con
mis manos.
Amor… Y mis manos
acompañando
tenuemente la línea de
tus muslos.
Sí, así extasiado, lo
dije
murmurando tu nombre.
Gritando tu nombre, amor,
abrazado a tu cuerpo.
Sólo amor, dije. Sólo
amor.
II
Mis manos se estremecen
con el roce de tu piel.
Acaricio esas redondeces,
de hembra humana,
encendidas.
Encendidas hebras que
iluminan
los horizontes de mi
cuerpo.
Y mis manos
estallan de mariposas.
III
La plena desnudez de tu
cuerpo
destaca el entorno de la
luz.
Alcoba iluminada por la
tenuidad
de tu andar descalza.
Sólo miro la zozobra del
perfil
de tus senos llenando el
vacío de mis ojos
en esta mar de deseos
cruzados.
Extiendo mis brazos a tu
encuentro.
Hacemos de él un canto a
la dicha.
Tú piel, mi piel, se
descalzan para la danza.
IV
El abejorro de tu deseo
zumba en mi presencia.
Aroma de mujer, me digo.
Y bebo de tu miel.
V
No puedo describir tus
dones.
No.
Sólo se disfrutarlos
en la gratuidad de tu
entrega
con aroma de mar.
VI
Hoy vi tus pies
cuidadosamente bellos.
No pude evitar que mis ojos
trastabillaran
y fueran tras de ti.
Hoy te amé, sin más.
VII
El mar. Siempre el mar
Y tú orillándolo con tus
pies.
Tú y siempre tú.
Y yo orillándote con mi
piel.
VIII
Cuando vienes
auguro felices momentos.
Cuando partes
algo de mi se va
algo tuyo queda.
El día, así, es más
luminoso.
IX
La luna, anoche
golpeó a mi puerta
celosamente.
Sólo dije que estabas.
Que el poema eres tú.
X
Beso tu cuerpo.
No me detengo.
Saboreo la mar en él
el albor del deseo que
se consuma.
El abrazo pleno y desnudo
confirma la dicha.
Dos se descalzan.
Y se abrazan
se lamen
se aúnan
se acurrucan
se estremecen.
Y se extienden
se pellizcan
se amuchan
se acarician
se huelen.
Y se muerden
se besan
se recorren
se susurran
se gimen.
Y se miran
se ríen
se extasían
se agotan
se duermen.
Sólo dos
que se descalzan
al borde del deseo.
* * *
Balderrama*
A doña Elsa
Herrera.
Comprendí el
significado de la sugestión
cuando el olor
de ese ahogado
impregnó todo
el pueblo.
Era chica
todavía.
(Aunque a
juicio
de mi madre
siga siéndolo.)
Hablaban
de flotar.
Hablaban
de una desnudez
involuntaria
provocada
por el roce de
las rocas.
Hablaban
de vísceras
infladas.
De las
branquias
y las escamas
que a esta
altura
ya le habrían
crecido.
Yo nací en un
pueblo
donde todo era
poesía.
Narrativa y
poesía.
Un pueblo
inédito.
*De María Belén Aguirre.
(Tucumán – 1977)
Sobre el amor.
*
A Jola
Woszczynin
La escena
ocurrió hace décadas en una casilla de chapa ubicada en una villa. Ella es la
encuestadora que administra un cuestionario con una mujer embarazada.
Solo se ven dos
sillas a la vista, la mujer le ofrece la mejor. No quiere mirar demasiado, no
poner un acento del ojo en esa evidente miseria material donde transcurre la
vida de una familia.
De pronto
comienza a llover y la mujer se desespera por correr sus pocas pertenencias de
las goteras que inundan en pocos minutos por aquí y por allá la casilla y hacen
que el piso de tierra se convierta en una especie de chocolate líquido. Después
de subir todo a la cama. Tapar con un mantel de plástico la cómoda y correr
casi todo de lugar, la mujer vuelve a sentarse, le ofrece un mate amargo y
habla con amor de su marido.
Se conmovió de
un modo perenne. Ha repetido la breve historia cada vez que tuvo oportunidad.
Lo resume en una iluminación que lleva adentro desde aquel momento: "El
amor no pertenece a los inteligentes".
*De Eduardo
Francisco Coiro.
Breves poemas de
la Verdad*
Mirar de frente
Quiero comenzar
mirar a la gente a la cara.
Yo puedo
hacerlo. Lo sé.
Mirar al
policía.
A la madre
cansada.
Al ingeniero en
su universo de cifras.
Al hombre de
las frutas brillantes.
Quiero comenzar
a definir los rostros.
Me verteré a la
tarea ardua.
De mirar a la
niña y sus trenzas.
El niño con su
globo azul.
El hombre que
en el bar, me ignora.
El mendigo que
me obsequia su tristeza.
El político
Yo sé que el
político no me piensa,
y también que
no me imagina.
Su entorno
busca pasiones personales,
y el eco de una
multitud rodeándolo.
Yo sé que el
político sigue una carrera
y que la
tortuga siempre le gana a Aquiles,
pero tiene su
monetaria pupila ciega
y un puño
escondido en el gabán.
Pecados
Tengo mis
pecados a flor de piel,
no merezco otra
condena,
ni otro castigo
que el de mi silencio
cayendo sobre
las sombras de mi rostro.
He rezado en
noches de viejas cruces.
Pintaba mi
rostro sobre un lienzo.
Le hablaba a un
dios que era como un címbalo,
resonaba solo
adentro de mi cráneo.
El amor como
una moneda
Miro el amor
como una moneda extraña
intentando
averiguar su historia
a través de su
patina y sus melladuras
Me sorprendo a
veces besando esa moneda.
Creo que el
amor tiene un precio tabulado,
tasado en
gestos válidos y dulces caricias,
una moneda que
decae hacia las miradas.
He visto su ojo
de azúcar posarse sobre tus labios.
*Poemas de Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
- 2016-
http://inventren.blogspot.com/
De las
conversaciones en los trenes*
"Todo lo
que ocurre, ocurre en un tren", dijo alguna vez un poeta menor. Uno de
esos poetas que el tiempo olvida como se olvida todo.
Probablemente
se refería a que en el fondo la vida es un tren, con su eterno ambular, sus
breves paradas, su rutina de vías y estaciones y rostros que nunca son el mismo
rostro pero que interminablemente se parecen. Aunque eso –lo que quiso
insinuar- nunca lo sabremos, porque como poeta menor ni siquiera el nombre
conocemos, y así sería francamente difícil preguntarle, al menos hasta que las
sombras del tiempo nos igualen a todos, momento en que ya no serán necesarias
las respuestas. Y no nos engañemos: Como poeta, se expresaría con
palabras enigmáticas y evasivas y nos remitiría al texto citado. “Una frase
significa lo que dice esa frase”, esto lo dijo otro, pero es aplicable en cualquier
caso cuando no queda más remedio. El encogimiento de hombros es una técnica
alternativa y, con frecuencia, más eficaz.
Pero, como
siempre, me voy por las ramas. Esto sucedió en un tren. Decir que ese tren se
dirigía hacia La Rica tal vez sería aventurarse demasiado, porque no me paré a
considerar el destino. Sólo precisaba movimiento. Irme de allí (allí, otra
inconsecuencia), alejarme lo antes posible, hacia cualquier parte… Huir, en
definitiva. ¿De qué huía? Esto tampoco lo sabremos. Para la historia que narro
carece de relevancia.
Así pues,
viajaba en tren, tal vez hacia La Rica, tal vez hacia otro lugar, pero el
traqueteo era la prueba contundente del viaje y la única realidad que me
importaba. En el vagón no había más de cuatro o cinco personas, cuyos rostros
me eran desconocidos. Desde que leí la novela “Extraños en un tren” de Patricia
Highsmith, siempre me da por pensar en esas insólitas conversaciones que tienen
lugar en los trenes. Uno se sienta junto a un desconocido, saluda, hace alguna tópica
observación sobre el clima y de repente la cosa empieza a complicarse y
sobreviene la hora de las confidencias inverosímiles… Porque no me negarán que
ponerse a hablar de cosas íntimas con un desconocido y, a veces, en un viaje
nocturno, resulta algo extravagante. Pero sucede. Y con más frecuencia de lo
que piensan quienes rara vez viajan en trenes de largo recorrido.
Dos filas más
adelante, yacía un hombre despatarrado en su asiento. Seguramente dormía, pero
lo cierto es que parecía muerto. “¿No lo estamos todos?”, me pareció escuchar.
Me sobresalté. Miré alrededor pero nadie más parecía haber oído esas palabras,
así que las juzgué producto de mi amodorramiento. ¿No estamos qué? -me
pregunté- ¿Dormidos o muertos? Una mujer, un poco más allá, apoyaba el lado
izquierdo de su cara en el asiento mirando hacia afuera. Quizá dormitaba, quizá
contemplaba el paisaje, si es que podemos llamar paisaje a aquello que sólo
dura un instante en nuestro campo visual.
No me era
posible ver a los otros viajeros. Sólo una pierna estirada en el pasillo, un
sombrero asomando, una mano apoyada en un reposabrazos… vagas señales de
la presencia de alguien, pero al mismo tiempo, indicios de su invisibilidad.
Como de costumbre, me puse a divagar. El objeto, claro, no podía ser otro que
la mujer presuntamente adormecida. En otra vida, tal vez, me hubiese levantado
del asiento, hubiese caminado esos pocos pasos que nos separaban y le hubiera
pedido permiso para sentarme frente a ella, iniciando poco más tarde una
conversación trivial que nos condujese hacia otra cosa. Pero no hice nada de
eso. Sencillamente imaginé cómo podría haber sido esa conversación.
Me parece
innecesario señalar que no era la primera vez que hacía esto. Quienes vivimos
en permanente movimiento, padecemos cierta timidez y no confiamos en exceso en
el género humano, tendemos a practicar este tipo de juegos, u otros menos
inocuos. Normalmente, todo empieza con las presentaciones, unos pocos detalles
personales (lugar de nacimiento, profesión, estado civil… esas cosas) y después
se elige un tema al azar, que invariablemente conduce a otros hasta llegar el
momento que antes mencioné: el de la confidencia. Exactamente igual que si todo
fuese real. Sólo que no lo es. Y por lo tanto, en estas conversaciones
simuladas pueden deslizarse detalles cursis o atroces. Nadie nos juzgará por
ello.
En esta
ocasión, sin embargo, el asunto se descontroló desde el primer momento. Su
nombre no quedó claro, fue imposible averiguar a qué se dedicaba y su acento me
resultó del todo indescifrable. No parecía extranjera, pero su forma de
pronunciar delataba el aprendizaje tardío del idioma. Puesto que todo esto
formaba parte de mi fantasía, decidí modificarla. No pude. Una fuerza que me
era imposible controlar guiaba los acontecimientos imaginarios. Me sentí
perplejo ante lo inexplicable. Pero lejos de abandonar el juego, mi naturaleza
lúdica me impulsó a adentrarme en él, dispuesto a comprender y asimilar las
nuevas normas.
Así, traté de
llevar la conversación hacia el terreno que me convenía, pero cada uno de mis
intentos fracasaba y terminábamos hablando de lo que ella quería. Busqué la
calidez de la charla a media voz, esperando que me hiciese confidencias; vano
empeño: fui yo quien desnudó por completo su alma ante la desconocida. No importaba,
sabía que no importaba porque en el fondo todo sucedía solamente dentro de mi
cabeza, mas una sensación de derrota se fue asentando en mi ánimo. Sí, eso era
lo que parecía estar sucediendo dentro de mí: una batalla que nunca podría
ganar. Insistí, una y otra vez me propuse cambiar el signo de la ilusoria
confrontación. Sin embargo, nada cambió. Era como si yo transitase un camino
entre montañas (ésa fue la imagen que evoqué) y en cada bifurcación escogiese
ir hacia la derecha pero en cambio tomase siempre el camino de la izquierda.
Frustrante y excitante a la vez. Al menos si se es jugador. Cuando el tren se
detuvo, no sé ya si en la estación La Rica o en cualquier otro lugar, me sentía
exhausto y avergonzado, aunque no hubiera sabido explicar el motivo de tal
estado.
Al detenernos,
la desconocida pareció regresar de un viaje muy largo; otro viaje, no el que
había hecho en tren, sino uno mucho más vasto y complejo. Levantó el rostro y
paseó la vista lentamente alrededor, como buscando por el vagón. Hasta que sus
ojos toparon con los míos. Entonces me miró fijamente y una sonrisa irónica
surgió en sus labios. Después, como si nada hubiera pasado, se dirigió a la
puerta y bajó del tren. Aún pude verla alejándose por el andén. Yo me quedé
allí sentado, como vacío. No sé cuánto tiempo. En cierto modo, creo que podría
decirse que aún estoy allí, en ese vagón de tren, detenido en el tiempo y
encerrado en algo que no sabría definir y que en el fondo, ahora, ya no
importa.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El
alba sin espejos”
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
ÁLVAREZ DE TOLEDO
POLVAREDAS. JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI.
CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO
A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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