martes, noviembre 15, 2016

LOS RASTROS DE LAS VIDAS QUE NO NOS OFRECIMOS...



*Obra de Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010)

-Ver galería en Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam








*


Rezar

cada mañana

para que no nos falte el don de cada día,

el milagro del poema repartido

entre los demonios del hambre.

Rezar

para no quedar en silencio

contemplando el despojo,

los rastros de las vidas

que no nos ofrecimos.

No hay abismo más aterrador

que ése que late,

minucioso,

en uno mismo.

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com









LOS RASTROS DE LAS VIDAS QUE NO NOS OFRECIMOS...








INOCENCIA*



El siempre ha habitado el bosque. Este bosque. Este bosque que es, precisamente, lo que la palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.
Ha deambulado largamente por la foresta frondosa de gacelas de patas temblorosas y de almendrados ojos titilantes; ha transitado los senderos de pájaros de plumaje fantástico. Ha visto virar las hojas desde el espléndido verde al rojo ígneo, en atardeceres que fueron ocasos y también otoños de ardiente puesta del día.
Solo es. La dulzura del aire se ofrece a sus pulmones limpios, la soledad no es una jaula estrecha. La soledad es este bosque interminable que se ofrece en sonidos y en imágenes de sólida belleza, intacta belleza. Cada día es el primer día. La lluvia limpia el universo cada vez.
No conoce la pérdida del acostumbramiento. Cada erguido árbol, cada arbusto retorcido le brinda nuevos deleites en insectos que danzan el aire, en frutos de esférica alegría, en tiernas raicillas que dibujan evanescentes formas fundidas a la perfecta simetría de las telas de araña.
Ah la alegría de las gotas de rocío capturando la primera luz, la última luz.
Solo es. La soledad no le aferra el pecho, no estrecha sus costillas. La soledad no lo abraza con su estrangulamiento de enredadera. No sabe que está solo, y ello lo mantiene salvo de su oscuro veneno.
Siente el gozo de la tierra debajo y del firmamento curvo que dibujan su mundo de capullo cóncavo.
Solo es. Nada lo requiere con premura. Puede demorarse y fluir, puede transcurrir mansamente. Nada lo inquieta.
El ojo de agua en la espesura espeja el mundo. Mira la superficie y se ve a sí mismo como si no se viera. La presencia del otro no lo inquieta. Ve su imagen y es su imagen. No existe la obligación de hallar compañía en el espejo, no lo aferra la bíblica promesa, la bíblica maldición del apareamiento. Solo es.
Único y completo, solo es.
En su universo habita hasta ahora. Este ahora que le ofrece una muchacha casi niña entredormida, entrevista, entresoñada en su lecho de trébol húmedo.
Súbitamente una muchacha casi niña, ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita muchacha entrevista, entredormida, entresoñada.
Súbita muchacha en el lecho de trébol húmedo.
Jóvenes brazos de luna nueva, blancas curvas, tierna postura sedente.
El bosque expone el secreto de la niña clara, aliento de helecho matutino, escultura blanda. De pronto el bosque expone su secreto.
Es la doncella florida, la arcilla dócil, la forma exacta. De pronto el bosque halla su expresión en una criatura que lo resume.
Se acerca con pasos breves.
La recorre tocándola con la mirada, y allí están los anocheceres oscuros, las promesas de la fronda susurrante, la convergencia de los caminos y las aves aleteantes. Todo en ella está. Cada gesto suave de los largos tallos ondulados, cada aroma de fruta madura. Todo en ella se manifiesta.
El bosque es esta figura extendida, y lo contiene como un minúsculo camafeo.
Se acerca con pasos breves. Descansa la cabeza en el regazo de miel y nido. Siente por primera vez que ha estado solo, siente que esta niña le falta, que la añora desde ahora, cuando su cabeza reposa en un estrecho contacto que ya es separación y lejanía.
Ha recibido la amarga revelación de que él es un ser entre los seres, la demorada maldición de saber su individualidad. La condenación lo alcanza en este instante en que ya no es el bosque sino que increíble, atrozmente está en el bosque.

Decir que los hombres mataron al unicornio es acaso un agregado innecesario.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com











Te vi bajar a prisa el túnel*

"Princes á mort sont destines"
Francois Villón.



Te vi bajar apresurada el túnel del subway a Brooklyn
era un viernes frío del 98.
Mis labios no lograron...
darle pausa a mi deseo de retenerte,
mas las flores fauvistas de tu vestido
aún perfuman mis retinas;
echaron raíces en mis córneas
como hiedras de melancolía.
Ahora, al amanecer, observo tu fantasma
escabullirse entre la fotografía reciente
y el viejo closet. Siento en mi ser
como sí alguien te desenterrara;
clavándome sus uñas en las heridas,
destroza el placer que compartí contigo.
Ahora, no sé cómo romper las lianas de tu embrujo.
Igual que Hölderlin, voy buscándote
donde no estás, a donde nunca has ido.


*De ©Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es













Hada*



Era como un hada de Rimbaud.

Desde el castillo inaccesible edificado en su interior
-cercana y distante a la vez- acompañaba con pequeños gestos de amor. Casi imperceptibles.


A veces hablaba del después.

Porque para las hadas terrenales siempre existe la preocupación por el después.


*De Eduardo Francisco Coiro.











10 POEMAS
Descalzos*

*De OSCAR A. AGÚ. oscarcachoagu@yahoo.com.ar


I
Amor dije, con mis labios
marcando la redondez de tus pechos.

Dije amor dibujando el silencio
salobre de tu piel con mis manos.

Amor… Y mis manos acompañando
tenuemente la línea de tus muslos.

Sí, así extasiado, lo dije
murmurando tu nombre.

Gritando tu nombre, amor,
abrazado a tu cuerpo.

Sólo amor, dije. Sólo amor.



II
Mis manos se estremecen
con el roce de tu piel.

Acaricio esas redondeces,
de hembra humana, encendidas.

Encendidas hebras que iluminan
los horizontes de mi cuerpo.

Y mis manos
estallan de mariposas.



III
La plena desnudez de tu cuerpo
destaca el entorno de la luz.
Alcoba iluminada por la tenuidad
de tu andar descalza.

Sólo miro la zozobra del perfil
de tus senos llenando el vacío de mis ojos
en esta mar de deseos cruzados.

Extiendo mis brazos a tu encuentro.
Hacemos de él un canto a la dicha.

Tú piel, mi piel, se descalzan para la danza.



IV
El abejorro de tu deseo
zumba en mi presencia.

Aroma de mujer, me digo.
Y bebo de tu miel.



V

No puedo describir tus dones.
No.

Sólo se disfrutarlos
en la gratuidad de tu entrega
con aroma de mar.




VI
Hoy vi tus pies
cuidadosamente bellos.

No pude evitar que mis ojos
trastabillaran
y fueran tras de ti.

Hoy te amé, sin más.




VII
El mar. Siempre el mar
Y tú orillándolo con tus pies.

Tú y siempre tú.
Y yo orillándote con mi piel.



VIII
Cuando vienes
auguro felices momentos.

Cuando partes
algo de mi se va
algo tuyo queda.

El día, así, es más luminoso.




IX
La luna, anoche
golpeó a mi puerta celosamente.

Sólo dije que estabas.
Que el poema eres tú.




X
Beso tu cuerpo.
No me detengo.

Saboreo la mar en él
el albor del deseo que se consuma.

El abrazo pleno y desnudo
confirma la dicha.

Dos se descalzan.
Y se abrazan
se lamen
se aúnan
se acurrucan
se estremecen.

Y se extienden
se pellizcan
se amuchan
se acarician
se huelen.

Y se muerden
se besan
se recorren
se susurran
se gimen.

Y se miran
se ríen
se extasían
se agotan
se duermen.

Sólo dos
que se descalzan
al borde del deseo.


* * *









Balderrama*


A doña Elsa Herrera.



Comprendí el significado de la sugestión
cuando el olor de ese ahogado
impregnó todo el pueblo.

Era chica
todavía.

(Aunque a juicio
de mi madre
siga siéndolo.)

Hablaban
de flotar.

Hablaban
de una desnudez
involuntaria provocada
por el roce de las rocas.

Hablaban
de vísceras infladas.
De las branquias
y las escamas
que a esta altura
ya le habrían
crecido.

Yo nací en un pueblo
donde todo era poesía.

Narrativa y poesía.
Un pueblo inédito.


*De María Belén Aguirre.
(Tucumán – 1977)











Sobre el amor. *


A Jola Woszczynin



La escena ocurrió hace décadas en una casilla de chapa ubicada en una villa. Ella es la encuestadora que administra un cuestionario con una mujer embarazada.

Solo se ven dos sillas a la vista, la mujer le ofrece la mejor. No quiere mirar demasiado, no poner un acento del ojo en esa evidente miseria material donde transcurre la vida de una familia.
De pronto comienza a llover y la mujer se desespera por correr sus pocas pertenencias de las goteras que inundan en pocos minutos por aquí y por allá la casilla y hacen que el piso de tierra se convierta en una especie de chocolate líquido. Después de subir todo a la cama. Tapar con un mantel de plástico la cómoda y correr casi todo de lugar, la mujer vuelve a sentarse, le ofrece un mate amargo y habla con amor de su marido.

Se conmovió de un modo perenne. Ha repetido la breve historia cada vez que tuvo oportunidad. Lo resume en una iluminación que lleva adentro desde aquel momento: "El amor no pertenece a los inteligentes".



*De Eduardo Francisco Coiro.











Breves poemas de la Verdad*



Mirar de frente


Quiero comenzar mirar a la gente a la cara.
Yo puedo hacerlo. Lo sé.
Mirar al policía.
A la madre cansada.
Al ingeniero en su universo de cifras.
Al hombre de las frutas brillantes.

Quiero comenzar a definir los rostros.
Me verteré a la tarea ardua.
De mirar a la niña y sus trenzas.
El niño con su globo azul.
El hombre que en el bar, me ignora.
El mendigo que me obsequia su tristeza.




El político

Yo sé que el político no me piensa,
y también que no me imagina.
Su entorno busca pasiones personales,
y el eco de una multitud rodeándolo.

Yo sé que el político sigue una carrera
y que la tortuga siempre le gana a Aquiles,
pero tiene su monetaria pupila ciega
y un puño escondido en el gabán.




Pecados

Tengo mis pecados a flor de piel,
no merezco otra condena,
ni otro castigo que el de mi silencio
cayendo sobre las sombras de mi rostro.

He rezado en noches de viejas cruces.
Pintaba mi rostro sobre un lienzo.
Le hablaba a un dios que era como un címbalo,
resonaba solo adentro de mi cráneo.




El amor como una moneda


Miro el amor como una moneda extraña
intentando averiguar su historia
a través de su patina y sus melladuras
Me sorprendo a veces besando esa moneda.

Creo que el amor tiene un precio tabulado,
tasado en gestos válidos y dulces caricias,
una moneda que decae hacia las miradas.
He visto su ojo de azúcar posarse sobre tus labios.



*Poemas de Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com

- 2016-








InvenTREN
http://inventren.blogspot.com/





De las conversaciones en los trenes*



"Todo lo que ocurre, ocurre en un tren", dijo alguna vez un poeta menor. Uno de esos poetas que el tiempo olvida como se olvida todo.
Probablemente se refería a que en el fondo la vida es un tren, con su eterno ambular, sus breves paradas, su rutina de vías y estaciones y rostros que nunca son el mismo rostro pero que interminablemente se parecen. Aunque eso –lo que quiso insinuar- nunca lo sabremos, porque como poeta menor ni siquiera el nombre conocemos, y así sería francamente difícil preguntarle, al menos hasta que las sombras del tiempo nos igualen a todos, momento en que ya no serán necesarias las respuestas. Y no nos engañemos: Como poeta, se  expresaría con palabras enigmáticas y evasivas y nos remitiría al texto citado. “Una frase significa lo que dice esa frase”, esto lo dijo otro, pero es aplicable en cualquier caso cuando no queda más remedio. El encogimiento de hombros es una técnica alternativa y, con frecuencia, más eficaz.
Pero, como siempre, me voy por las ramas. Esto sucedió en un tren. Decir que ese tren se dirigía hacia La Rica tal vez sería aventurarse demasiado, porque no me paré a considerar el destino. Sólo precisaba movimiento. Irme de allí (allí, otra inconsecuencia), alejarme lo antes posible, hacia cualquier parte… Huir, en definitiva. ¿De qué huía? Esto tampoco lo sabremos. Para la historia que narro carece de relevancia.
Así pues, viajaba en tren, tal vez hacia La Rica, tal vez hacia otro lugar, pero el traqueteo era la prueba contundente del viaje y la única realidad que me importaba. En el vagón no había más de cuatro o cinco personas, cuyos rostros me eran desconocidos. Desde que leí la novela “Extraños en un tren” de Patricia Highsmith, siempre me da por pensar en esas insólitas conversaciones que tienen lugar en los trenes. Uno se sienta junto a un desconocido, saluda, hace alguna tópica observación sobre el clima y de repente la cosa empieza a complicarse y sobreviene la hora de las confidencias inverosímiles… Porque no me negarán que ponerse a hablar de cosas íntimas con un desconocido y, a veces, en un viaje nocturno, resulta algo extravagante. Pero sucede. Y con más frecuencia de lo que piensan quienes rara vez viajan en trenes de largo recorrido.
Dos filas más adelante, yacía un hombre despatarrado en su asiento. Seguramente dormía, pero lo cierto es que parecía muerto. “¿No lo estamos todos?”, me pareció escuchar. Me sobresalté. Miré alrededor pero nadie más parecía haber oído esas palabras, así que las juzgué producto de mi amodorramiento. ¿No estamos qué? -me pregunté- ¿Dormidos o muertos? Una mujer, un poco más allá, apoyaba el lado izquierdo de su cara en el asiento mirando hacia afuera. Quizá dormitaba, quizá contemplaba el paisaje, si es que podemos llamar paisaje a aquello que sólo dura un instante en nuestro campo visual.
No me era posible ver a los otros viajeros. Sólo una pierna estirada en el pasillo, un sombrero asomando, una mano apoyada en un reposabrazos…  vagas señales de la presencia de alguien, pero al mismo tiempo, indicios de su invisibilidad. Como de costumbre, me puse a divagar. El objeto, claro, no podía ser otro que la mujer presuntamente adormecida. En otra vida, tal vez, me hubiese levantado del asiento, hubiese caminado esos pocos pasos que nos separaban y le hubiera pedido permiso para sentarme frente a ella, iniciando poco más tarde una conversación trivial que nos condujese hacia otra cosa. Pero no hice nada de eso. Sencillamente imaginé cómo podría haber sido esa conversación.
Me parece innecesario señalar que no era la primera vez que hacía esto. Quienes vivimos en permanente movimiento, padecemos cierta timidez y no confiamos en exceso en el género humano, tendemos a practicar este tipo de juegos, u otros menos inocuos. Normalmente, todo empieza con las presentaciones, unos pocos detalles personales (lugar de nacimiento, profesión, estado civil… esas cosas) y después se elige un tema al azar, que invariablemente conduce a otros hasta llegar el momento que antes mencioné: el de la confidencia. Exactamente igual que si todo fuese real. Sólo que no lo es. Y por lo tanto, en estas conversaciones simuladas pueden deslizarse detalles cursis o atroces. Nadie nos juzgará por ello.
En esta ocasión, sin embargo, el asunto se descontroló desde el primer momento. Su nombre no quedó claro, fue imposible averiguar a qué se dedicaba y su acento me resultó del todo indescifrable. No parecía extranjera, pero su forma de pronunciar delataba el aprendizaje tardío del idioma. Puesto que todo esto formaba parte de mi fantasía, decidí modificarla. No pude. Una fuerza que me era imposible controlar guiaba los acontecimientos imaginarios. Me sentí perplejo ante lo inexplicable. Pero lejos de abandonar el juego, mi naturaleza lúdica me impulsó a adentrarme en él, dispuesto a comprender y asimilar las nuevas normas.
Así, traté de llevar la conversación hacia el terreno que me convenía, pero cada uno de mis intentos fracasaba y terminábamos hablando de lo que ella quería. Busqué la calidez de la charla a media voz, esperando que me hiciese confidencias; vano empeño: fui yo quien desnudó por completo su alma ante la desconocida. No importaba, sabía que no importaba porque en el fondo todo sucedía solamente dentro de mi cabeza, mas una sensación de derrota se fue asentando en mi ánimo. Sí, eso era lo que parecía estar sucediendo dentro de mí: una batalla que nunca podría ganar. Insistí, una y otra vez me propuse cambiar el signo de la ilusoria confrontación. Sin embargo, nada cambió. Era como si yo transitase un camino entre montañas (ésa fue la imagen que evoqué) y en cada bifurcación escogiese ir hacia la derecha pero en cambio tomase siempre el camino de la izquierda. Frustrante y excitante a la vez. Al menos si se es jugador. Cuando el tren se detuvo, no sé ya si en la estación La Rica o en cualquier otro lugar, me sentía exhausto y avergonzado, aunque no hubiera sabido explicar el motivo de tal estado.
Al detenernos, la desconocida pareció regresar de un viaje muy largo; otro viaje, no el que había hecho en tren, sino uno mucho más vasto y complejo. Levantó el rostro y paseó la vista lentamente alrededor, como buscando por el vagón. Hasta que sus ojos toparon con los míos. Entonces me miró fijamente y una sonrisa irónica surgió en sus labios. Después, como si nada hubiera pasado, se dirigió a la puerta y bajó del tren. Aún pude verla alejándose por el andén. Yo me quedé allí sentado, como vacío. No sé cuánto tiempo. En cierto modo, creo que podría decirse que aún estoy allí, en ese vagón de tren, detenido en el tiempo y encerrado en algo que no sabría definir y que en el fondo, ahora, ya no importa.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El alba sin espejos”




***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

ÁLVAREZ DE TOLEDO

POLVAREDAS.  JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
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MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
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