*Dibujo de Erika
Kuhn.
Amontonamiento
de peras*
De regreso al
Sol,
a mitad del
camino
descubriste que
le habías olvidado…
Hay mejores cosas que perderse en tu cuerpo
dijiste después
de asegurar
que el verde de
tus caricias
es demasiada
melancolía.
Allí aguarda
desde el despegue de tu mirada
donde caen las
hojas del árbol,
el árbol que
llora lluvia de estrellas,
las estrellas
que son tus ojos de agua
y así se
deshojan las ramas.
Es en barco como se llega al Sol , insististe
pero no podía
creerlo desde este lugar
donde deambulan
estómagos pulsantes:
nunca antes
habías brillado,
nunca más
volverás a hacerlo.
Y balbuceaste
que toda noche es un mar pequeño
Y te culpé por
ser el cielo azul,
tranquila hoja
de árbol:
esperar ha sido
tu virtud.
Llega entonces
tu añoranza
con el rezo que
convierte en polvo el tiempo
logras luego
que quinientos, cien,
o un par de
años sean lo mismo.
Hasta el día en que nos veamos
asqueroso político bandido
y ni las medallas
ni las condecoraciones bastardas
evitarán que te tomemos en nuestras manos
Será lo último
Así decía la
mosca
articulando su
diminuta mandíbula
que provoca
risa,
habla con
solemnidad:
al alma nacer me hice tarde
me hice brisas
me hice grano de Luna
que en un delirio de roedor fue devorado
Desde ese
momento espero aquí
a que el agua
vuelva a ser
mi único sueño:
bañada por el marasmo sideral tu destello
siempre engulle tarde por las mañanas
Entonces tu voz
se fuga por los poros de mi piel,
inmensidad que
me agobia:
¡moldea una
forma en la que pueda reconocerme!
pero esta vez,
olvida la carne…
Después, cuando
tu marea
se haya
coloreado por completo
volveré a decirlo:
siempre es mejor
lanzar semillas
desde la lengua de un lago...
para que el reflejo se quiebre
para que puedas mirarte
descúbrete en medio del campo de los ecos
donde nacen las lluvias ombligo de maguey
donde los cerros juntan sus labios
para engendrar cada nombre de cada animal
Buscamos los
nuestros.
Volvemos
riendo.
*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
Paredón*
Esa enorme
pared que ocupa íntegramente la manzana. Alta la pared. Un paredón, me corrige
mamá. Esto es un paredón, me aclara otra vez y con el brazo que está suelto, el
del otro lado, hace un ademán muy amplio señalando la pared, abarcándola,
alimentando el aire con el movimiento de ese único brazo. Su mano, la que
aprisiona mi propia mano, es cálida. Hace frío en esta calle donde sólo
nosotras caminamos. Caminamos y caminamos a lo largo del extendido paredón.
Venimos a comprar un par de zapatos, un par de zapatos, sí, repite mi madre
porque la fábrica hoy tiene los precios en oferta y la marca es buena y
nadie puede andar sin zapatos, insiste mi madre, un buen par de zapatos son
imprescindibles para una niña como yo que el año que viene comenzará la
escuela. Desde hace días mi madre habla de aquel momento fulgurante en el que
yo iré por primera vez a la escuela. Ahora ella vuelve a
hablarme de la escuela y yo imagino que es un lugar blanco plagado de pizarrones
negros que es preciso limpiar con trapos húmedos. Ella me cuenta que en esa
escuela hay una campana que reluce en un dorado que muchos dorados quisieran
tener. La campana suena, esa campana será la que marque el ritmo de mi vida. La
escuela, un lugar absolutamente blanco con una campana dorada y pizarrones que
dan cansancio limpiar. Mientras caminamos a lo largo del paredón, la escuela se
convierte en un punto iridiscente que pretende hincarse en mi memoria,
pero enseguida desaparece y ni siquiera un punto es, no es nada, una palabra
que el aire lleva hacia quién sabe qué lugares de esta inhóspita calle que nos
ve caminando a mamá y a mí. Un par de zapatos nuevos, eso venimos a buscar, y
deberán ser negros y tal vez tengan una hebilla al costado o quizá cordones y entonces
todo estará muy bien. Yo necesito ya mismo ese par de zapatos, sin ellos
qué será de mí. Sólidos, de suela gruesa, batallantes, expresivos y lo
maravilloso de los zapatos -me da a entender mamá- es que vienen juntos, nunca
solos, serán dos, dos zapatos conformando la maravilla de lo que
comúnmente se llama “un par”.
Claridades, hay
claridades en el fondo de la calle, unos cuantos revoltijos de luz, parece que
manos invisibles estuvieran oscilando y oscilando, lejos, allá adelante.
El paredón tiene
un color indefinido que cambia, que se transfigura por los requiebros de la luz
que surge desde ese fondo, una luz teatral, engañosa, una luz que le hace de
tanto en tanto entrecerrar los ojos a mamá que sigue hablando de los zapatos
negros que vamos a comprar con un tono cansado de voz. Con esos zapatos,
dice, nada malo podrá pasarte en la vida cuando yo ya no esté. Me
gustaría ver sus ojos, pero ella es más alta que yo y la luz nos molesta y casi
se ha vuelto blanca la calle como si fuera una escuela y el paredón, inmutable
al costado, imperecedero y yo todavía sin zapatos.
*De Irma
Verolín. irmaverolin@hotmail.com
-Irma
Verolín nació en Buenos Aires en 1953. Se formó en la escritura
poética pero comenzó publicando narrativa. A partir del 2013 retomó la
poesía y publicó dos libros, el segundo gracias al premio de la fundación
Victoria Ocampo. Novelas: “El puño del tiempo” y “El camino de los
viajeros”. Cuentos: “Hay una nena que gira”, “La escalera en el patio gris”,
“Una luz que encandila” y “Una foto de Einstein tocando el violín”. Poesía: “De
madrugada” y “Los días”. La editorial Palabrava editará su próximo libro de
poemas: “Árbol de mis ancestros”. Es autora de algunos libros de literatura
infantil publicados en distintas editoriales. Ha recibido numerosos premios:
Emecé, Internacional de Novela Mercosur, Internacional de Puerto Rico, Fondo
Nacional de las Artes, Primer Premio Municipal de C. de Buenos Aires
“Eduardo Mallea” entre otros.
Algunas de sus
novelas fueron finalistas de los premios Clarín, Planeta, Fortabat y La
Nación. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes en 1999.
*
Ahora te cuento
que durante años
intenté quitar
el barro
que quedó
pegado a mis zapatos
la tarde que
visitamos el cráter del volcán.
No lo logré.
Llegué a pensar
que había
una relación
directa
entre la
memoria del volcán y mi memoria.
Me acordé con
terror de los marineros
que escuchan el
canto de las sirenas
y enloquecen.
Dije: es el
canto de la tierra sobre nosotros.
Temí andar sola
con la
felicidad de esa tarde.
Entonces quise
ser libre
y regalé los
zapatos nuevos,
cuero negro,
número 38,
pensando
que el
estallido podía ser disuelto
si el barro
pasaba de una mujer a otra.
Perdón,
desconocidas.
Por un momento
creí que la cadena me soltaba.
O que la
sucesión de otros pasos
-otra vez,
perdón, desconocidas-
me liberaba del
canto
y la certeza.
*De Valeria
Pariso.
-Valeria Pariso nació en la
Provincia de Buenos Aires. Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el
nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la
persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta
casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la
noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares.
En el año 2014
crea, en Bella Vista, un ciclo de poesía destinado a la lectura de poesía
contemporánea entre vecinos que continúa coordinando en la actualidad,
incluyendo fotografía a cargo de Karina Giglio y música a cargo de César Jorge.
Coordina
talleres de poesía.
Sus blogs:
La mujer sin
sombra*
Ella reparte
cada mañana a torcazas y gorriones
–en migas– su
corazón de pan.
Ellos
devolvieron ese amor comiendo de su sombra.
Un día, ella
desapareció.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
Será que creo
que aún me
queda tiempo,
que lo ando
perdiendo por ahí,
como si hubiera
una extensión
de mí que aún no conozco
escondida
debajo de las piedras.
Solos, sin
rumbo,
mi tiempo y yo
nos demoramos en los patios
esperando como
siempre a las luciérnagas.
Había, yo lo
sé,
tantas en los
jardines de la infancia,
tintineos de
luz,
esparcidos en
la noche como faros minúsculos.
Me gustaba
imaginarlas en
un frasco
con los debidos
agujeritos de rigor
iluminando la
sombra clara de mi cuarto.
Nada sabía de
la muerte.
Sorprendida,
encontraría al
despertar
sus cuerpitos
sobre el vidrio
en un último
estertor solo y radiante,
como si
esperaran por mí
para vengarse.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Anna*
El hombre ha
salido a caminar sin dirección, fuma y sus pasos y sus divagaciones lo llevan
lejos. Nubes fugitivas en el cielo nocturno, temblor de luna, tibios reflejos
de faroles en las calles empedradas, árboles podados, ramas apiladas sobre las
veredas y, al doblar una esquina, una figura parada en la mitad de cuadra, un
descubrimiento para el hombre que vaga por la ciudad vacía.
La muchacha
permanece detenida, vuelta hacia él y parecería que lo mirara o lo aguardara,
tiene flores en las manos y sus ojos están en sombra. También el hombre se
detiene y ahí permanecen, observándose, mientras transcurren los segundos y el
hombre sabe, súbitamente, como en una revelación, que el nombre de la muchacha
es Anna y que las flores quizás sean para él.
Después ella da
media vuelta y comienza a caminar y el hombre la sigue y no acorta distancia y
allá van por calles y calles, entre las casas mudas y los gatos, y siempre hay
nubes arriba y temblores de luna y de tanto en tanto la muchacha gira la
cabeza, tal vez para comprobar si el hombre continúa detrás de ella, tal vez
para incitarlo a que no abandone la persecución. Y el hombre, a la distancia,
comienza a conversar con la muchacha y su discurso es confuso y es lento y no
pasa de ser un susurro, aunque está seguro de que ella, allá adelante, lo
escucha. Murmura: En esta tierra rica fundamentalmente de cosas perdidas,
tierra de atrocidades, indiferencias y miserias, no me resultará fácil
hablarte. El hombre intenta e intenta y se esfuerza por construir una historia
coherente. Y así avanzan y hay más calles y faroles y jardines y plazas.
Y ya no importa
si esta necesidad de confesión es apenas un torpe ronroneo en el gran silencio
que lo rodea. El hombre comprende que la muchacha que lo precede ha venido a
convocarlo, que éste no es un paseo gratuito. Comprende que es tiempo de
balances, rendiciones de cuentas. El aire está poblado de señales, voces rotas,
llamados difusos, rubores de la memoria, nombres trabajosamente rescatados,
enarbolados ahora por encima de muertes, olvidos, desprecios e ironías, nombres
que vuelven intermitentes con los rumores que el viento trae un instante y
arroja nuevamente a las aguas de la noche.
Ya no importa
la torpeza, la confusión, las palabras que no acuden o que la imaginación
niega. Ya no importa nada de eso. Porque ahora ahí está la muchacha marcando
camino, guiando, abriendo una brecha, despejando. La volátil y firme figura de
la muchacha nocturna, imagen que no transige, que no sucumbe, que no habla de
derrotas, pero sí de firmezas y permanencias y sin duda de una obstinada
libertad.
Paso ligero de
la muchacha a través de la ciudad dormida, reverenciando, rescatando,
enalteciendo para la noche del hombre que la sigue, para sus horas futuras, las
imprevisibles, las fuertes oscilaciones de la vida. Entonces, una vez más,
alrededor del hombre, la noche vibra de significados nuevos, alberga años y
sabor de juventudes y caminar detrás de la muchacha por calles nuevamente
familiares, después de tantos voluntarios o forzados exilios, en este septiembre
cambiante, es retomar viejas sendas y descubrirse entero y dispuesto, sacudido
por estremecimientos olvidados, inconsciencias, locuras, alimentos para raíces
de otros tiempos.
La hora se
carga de certezas, aquella figura va opacando dudas, pone ráfagas de asombro en
el silencio de los días. Y nuevamente la muchacha gira la cabeza, muestra
brevemente su perfil y avanza y todo el tiempo parecería decir: También éste,
como siempre, como todos, precisamente éste, es el momento decisivo.
*De Antonio
Dal Masetto.
(Intra, 14 de
febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)
-“LA ÚLTIMA
PELEA” su novela póstuma, con edición al cuidado de Guillermo
Saccomanno ya se encuentra en librerías.
LA LUNA EN EL
ESPEJO*
No borres
nuestros rostros de la heredad terrestre.
Están. Estarán,
grabados la piedra.
Arraigados, en
un ceibal, un camalote, un sauce.
Y te nutren, Y
te nombran. Y te llaman.
No necesitas
buscar en espejo de aguas.
Busca el
camaleón, las algas, la bruma ardiente.
Sabes por ellos
que tu huerto huele a mar.
No necesitas
saber quien es el hombre que te llama.
Búscalo en el
gemido del viento.
En los cartones
y en los basurales.
Y te duele la
puerta cerrada.
Tapiada de
cerrazón y adioses.
De mujeres
solas y niños tristes.
Y el pecho se
desgarra y el miedo.
Solo tú has de
abrirla.
La llave está
oxidada y tus manos tiemblan.
Y buscas una
señal, una bengala un beso.
Todo se
deshace, como un sueño,
La miga del
pan. El deseo, Las bridas.
Y cruzas
ciegamente el vacío y el abismo.
Y la bestia te
persigue con sus fauces abiertas.
Un terror del
que ignoras su nombre.
Y te ahogas una
y otra vez y otra.
Hasta que abres
la puerta de tus miedos.
Y vuelves a la
hormiga y la cigarra,
Y encuentras la
cuna y el milagro.
La rosa de los
vientos y el molino.
Y entiendes.
Hay que mirar
el revés de la luna en el espejo.
La luna en el
espejo, al revés.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com
AMANTES.*
A Marcos lo
espero de camisón transparente. Me quedo como una boba mirando por la ventana
del primer piso de nuestro lugar secreto. Me gusta espiarlo cuando está
llegando. Hoy es especial. Se cumplen dos años de nuestro primer encuentro.
Tuvimos que romper muchas barreras para estar juntos. Yo soy la mejor amiga de
su mujer y él el mejor amigo de mi marido. Fue algo imparable lo que nos agarró
a los dos. No lo pudimos o no lo quisimos manejar. El amor terminó ganando.
Ganándonos. Nos convertimos indefectiblemente en amantes descontrolados.
Adolescentes calientes hambrientos de sexo; lejos de las complejidades de
nuestros hijos y familias a las cuales amamos profundamente. Sé que va a venir
con algo en las manos. Siempre lo hace en nuestras fechas importantes. Puntual
como en cada una de nuestras citas lo diviso entre el gentío. Acaba de aparecer
por la esquina sur. Trae un ramo de flores que le tapa, según el paso que hace,
un poco la cara. Su porte. Su generosidad. Son suficientes para que comience a
excitarme y me pregunto si no será mejor esperarlo desnuda sobre la cama. Su
imagen es más fuerte que todos mis pensamientos. Quedo presa de su belleza.
Hipnotizada lo veo avanzar. De repente algún mecanismo de éste mundo de mierda
falla. Gente que se abre paso a la confusa acelerada de una motocicleta.
Gritos. Desbandes. Un ramo de flores que va a parar al piso un segundo después
de que Marcos se desplome como si lo hubiese fulminado un rayo. Un frío de
muerte me recorre el cuerpo de pies a cabeza. Se me escapa un grito
espeluznante. Lloro de inmediato. Hijos de puta. Chorros hijos de puta, pienso,
mientras agarro una campera a la pasada y comienzo a bajar las escaleras a toda
velocidad. Me voy acercando con el alma y el corazón destrozados. Estoy a punto
de agacharme junto al cuerpo que ya no respira. La boca deja escapar un chorro
de sangre roja. Pero no lo hago, porque mirando bien al sujeto tirado en el
suelo, me doy cuenta que me equivoqué, que no es mi amante el muerto. Sigo de
largo. Vuelvo sobre mis pasos. Cuando entro al departamento Marcos se está
sacando la corbata. Qué haces vestida así. Yo entre carcajadas le digo que me
escuche. Que tengo una historia muy cómica para contarle. Que no sabés lo
boluda que fui. Y el papelón que acabo de cometer.
*De Sergio
Fitte.
*
En el Planeta
P-7382 prosperó hace milenios la estirpe asombrosa de Los Vendedores de Humo,
seres horripilantes y de cerradas convicciones. Tenían estos un temperamento
volátil y necesidades vaporosas. Nacidos de una antiquísima chispa o una
explosión guardaban poco respeto por sus ancestros y las relaciones familiares.
Su ambición de ascender solo era superada por su infantil búsqueda de vientos
propicios. Comerciaban en los atardeceres con los colores opacos y las sombras
sepias, eran vendedores sin escrúpulos, dados a las incorrectas proposiciones y
a desaparecer al menor descuido del cliente. Su destierro del P-7382 se debió a
la volatilización de su hegemonía y a la proliferación de los tules de nylon.
En el Tercer Planeta fueron condenados a evadirse eternamente por oscuros
conductos y chimeneas y a huir forzados por los escapes de los vehículos de
motor.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
*
Fuera del
malestar de las repeticiones, vive el limpio vacío del mundo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
La huida*
Un tren en
movimiento es una cárcel.
Con más razón
para quien está huyendo.
Como a tantos
otros, me acusan de un crimen que no cometí. No importa la verdad: Estoy
sentenciado desde que tuve aquel desencuentro con el diputado. Lo vi claramente
en su mirada. Antes o después, iba a pagar mi atrevimiento. Ignoro qué destino
me tienen preparado, pero, en cualquier caso, las opciones de escapar a él son
mínimas.
Por eso, cada
par de ojos que se posan en mí representan un peligro. Son muchos quienes me
buscan. El poder encuentra aliados en todas partes. La única realidad posible
es la huida. Ningún rincón del país es seguro ahora. Sólo en el extranjero,
lejos, podré eludir los largos tentáculos de mi enemigo. Mas no debo pensar en
el futuro lejano cuando en un instante todo puede irse al carajo. Lo urgente es
salir de aquí.
Todos los rostros
que me rodean son una amenaza. Por desconocidos, por multiplicados.
Vine a la
estación porque me pareció el mejor lugar para pasar desapercibido. En
principio, sólo tomé el tren por alejarme de aquí. El destino fue casual –era
el tren que en ese momento se disponía a partir-, pero en Enrique Fynn tengo
amigos que tal vez puedan ayudarme.
Ahora, cuando
el tren ya abandona la ciudad y avanza hacia la interminable llanura, sólo
ahora he caído en la enorme indefensión del proscrito que toma la decisión de subirse
a un tren –un avión, un autobús, cualquier medio de transporte colectivo, en
definitiva-. Por eso, trato de evitar las miradas de los otros pasajeros. Las
gafas de sol ayudan, pero no son un muro tras el que esconderse. Sólo un
diminuto camuflaje. Si alguno de mis perseguidores está a bordo, soy hombre
muerto.
Haría bien, lo
sé, en ocupar mi mente con otro tipo de pensamientos. La forma de burlar la
vigilancia a que estoy sometido, por ejemplo. La acción que debería llevar a
cabo si descubro a uno de ellos… esas cosas. Pero el temor me impide pensar: Un
indicio claro de ello es que, justo antes de tomar el tren, he llamado a mis
amigos para avisarles de mi llegada. Sólo un minuto más tarde he caído en la
cuenta de lo inoportuno de mi visita. Por nada del mundo desearía meter en líos
a mis amigos. Pero ya está hecho. No puedo volver atrás. Dejo mi destino en
manos de este enorme artefacto que me traslada con rapidez entre campos y
pueblos que, a esta hora, parecen abandonados.
A pesar del
miedo, el cansancio acumulado en las últimas horas me induce a dormitar. Breves
cabezadas de las que salgo con un sobresalto. Cada vez, miro alrededor con
aprensión. Nada en el vagón parece amenazarme, pero con esta gente nunca se
sabe.
Para un
prófugo, todo son ojos. Ojos expectantes, acusadores, irónicos, traicioneros.
Ojos enemigos.
Cuando, al
volver de alguna de esas ensoñaciones, distingo una sombra en algún punto
inconcreto del vagón, mi corazón se acelera. Cada vez que el tren se detiene,
temo que suban, que me busquen, que me saquen esposado y vencido a la vista de
todos y me metan en un auto verde, uno de esos autos verdes de los que no se
regresa…
Una mirada fija
es una alarma causando un estruendo insoportable en mi interior. Una inocente
sonrisa se me antoja como la señal inequívoca de mi perdición.
Los kilómetros
y las estaciones se suceden, pero mi angustia no mengua. No obstante, si he de
ser sincero, no hay la menor señal de los sicarios. Se trata sólo de la sensación
de ahogo propia de quien se sospecha rodeado.
Miro hacia
afuera y percibo que ya estamos llegando. La próxima estación es Enrique Fynn.
Allí tal vez pueda estar seguro uno o dos días, mientras decido qué hacer,
hacia donde seguir huyendo…
Con suma precaución,
la misma que he empleado en las últimas horas o días (en la huida llega a
perderse la noción del tiempo), me preparo para salir de este encierro rodante.
Abajo todo será distinto.
Sin embargo, la
frecuencia de mis latidos no disminuye. Mientras el tren va reduciendo su
velocidad y la silueta de la estación se perfila en el horizonte cercano, me
asalta una revelación: Ellos están ahí, esperándome. Esta vez no se trata del
pánico, sino de una fría certeza. No necesito verlos. Lo sé. Conocían mis planes
y no han hecho otra cosa que alimentar mi esperanza, dejando que el viaje
llegue a su fin. No habrá escándalo ni una persecución cinematográfica.
Simplemente, alguien se acercará a mí y me susurrará al oído unas pocas
palabras. Yo le seguiré en silencio, velando así por la seguridad de mis
amigos, a quienes me prometerán no hacer el menor daño si colaboro. No me hará
falta ver a uno de mis antiguos compañeros, quizá el más joven o aquel que
siempre enrojecía al mirarte a los ojos, escondido tras una columna, observando
con el corazón en un puño mi detención y, tal vez, respirando aliviado al
comprobar mi sumisión. Después, el protocolo se cumplirá con precisión
geométrica, del mismo modo que siempre. Y el mundo me olvidará como se olvida
todo.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Próximas estaciones de escritura:
PLOMER
-Por Ferrocarril Midland-
JUAN ATUCHA.
–Por Ferrocarril Provincial-
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Provincial:
JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Midland:
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM.
38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.
ALDO BONZI. KM 12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA
DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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