jueves, abril 05, 2018

ESTACIÓN PLOMER.


 Estación Plomer.










FANTASMAS EN UNA ESTACIÓN*



Sentado en el andén, veo acercarse al viejo Nicolás, con su maleta raída por el tiempo. Igual que ayer.
Cuando llegue hasta aquí, se dejará caer en este mismo banco, no demasiado cerca, pero sí lo suficiente para intercambiar unas palabras.
Preguntará, ignorando la evidencia mostrada por sus propios ojos, si el tren no llegó todavía. Yo le responderé que no, que todavía no, pero que ya no debe tardar.
Entonces él hará un gesto de resignación y acomodará la maleta a su lado, en el extremo del banco. Luego cerrará los ojos y cualquiera que lo viese pensaría que duerme. Pero no lo hace: Sólo piensa.
La primera vez que coincidimos, me contó su historia. Detalles al margen, supe que una mujer lo estaba esperando en alguna parte (no capté bien el nombre del sitio y después no me atreví a preguntar), o más bien que él albergaba esa esperanza, aunque, según deduje, no tenía la menor certeza al respecto. Ese día me quedé muy sorprendido cuando llegó el tren y el viejo, tras despedirse de mí con una breve frase y un gesto, agarró con fuerza la maleta, se dirigió hacia uno de los vagones, se detuvo antes de llegar, se quedó inmóvil, mirando algo que tal vez estaba más allá del tren y de la propia estación. Luego dejó la maleta en el suelo y se cruzó de brazos. Cuando el tren se puso en movimiento, lo miró alejarse durante un buen rato. Después, volvió a tomar la maleta y se fue caminando muy lentamente hasta perderse de vista. De más está decir que la escena descrita se ha venido repitiendo con regularidad desde entonces.
Lo sé porque, aparte de los funcionarios que trabajan en la estación, soy el único que está aquí siempre a esa hora. Lo veo cada día y me pregunto ¿hasta cuándo? Claro que esa pregunta también es aplicable a mí. Porque ¿qué hago yo todos los días sentado en ese gastado banco, mirando con impaciencia hacia el punto por el que ha de llegar el tren? No hay ningún misterio: Sólo espero. ¿Qué es lo que estoy esperando? En realidad, después de mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que sólo espero un instante. Me es imposible ver más allá de ese preciso y minúsculo punto en el tiempo. La escena la he contemplado miles de veces en mi imaginación: Isabel, radiante, se apea del tren, mira alrededor, me ve, sonríe y camina hacia mí. Yo voy a su encuentro. Sería el final perfecto para una de esas películas antiguas. Sólo que esto no es una película, sino una secuencia que, a estas alturas, juzgo imposible. Y a pesar de todo, contra toda lógica, sigo esperando.
Es sabido que la repetición incesante de los mismos rituales conduce, inexorable, a la locura; o a una suerte de locura que tendemos a confundir con la normalidad –lo cual es, en sí mismo, terrible.
Por eso, cabe preguntarse: ¿Qué obstinación es más patética, más trágica: La del viejo Nicolás esperando inútilmente reunir el valor para partir en busca de su sueño o la mía, anhelando un hecho que no sucederá?
En medio de esas reflexiones llega el tren. Ambos nos levantamos para cumplir con el protocolo habitual, ya casi un automatismo. Uno de los funcionarios nos contempla con tristeza -¿Tal vez también con algo de expectación?- desde su puesto. De fondo, sólo el sonido de la locomotora.


*©De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com













Estación Plomer*



*Por Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com




Plomer, me dijo. Campo, venir en el tren hasta acá, cambiar de andén y tomar otro tren de trocha angosta hasta Rosario.
No entendí demasiado bien las instrucciones, nunca le entiendo al Coiro demasiado de lo que trata de explicar. Empieza con cierta firmeza pero se va enredando, y por no preguntar mil veces me quedo con esas dudas pequeñas que finalizan en una nebulosa concentrada, blanquecina, clara batida a nieve.
Lo peor fue el tema de la vaca. Pensé que estaba bromeando, pero el tipo no entiende lo que es un chiste. De veras, se queda en suspenso y parece que no escuchó pero es que no entiende los chistes. Ansiosamente me decía que el tío estaba en el limbo pero que al limbo lo cerraron hace varios años, y que ahora con el tema del infierno… y ahí se detenía con una mirada significativa, como si una pudiese sacar algo de ese galimatías. Ahora con el tema del infierno…
La cosa es que había una vaca en San Sebastián, que fue del tío o no, no sé, una vaca que había que llevar en el tren desde San Sebastián hasta Plomer, y desde Plomer hasta Rosario, y algo tenía que ver con el infierno ¿Tiene que ver con el infierno por los cuernos? No se reía el Coiro, cuando está lanzado a alguna cosa no mira a los lados. Le dije que era imposible que el tren venga por el océano desde San Sebastián, y el Coiro me explicó que no, que no es la San Sebastián del País Vasco. “No mire, no es la San Sebastián…”
Si Coiro, claro, ya sé, es un chiste. Ja ja, entiende. Un chiste, como lo de los cuernos y el infierno.
Pasado un ratito buscando desesperado algo de qué aferrarse en mis palabras, en mis ojos, de pronto se reía, sin convicción. Estaba centrado en la idea de la vaca y el traslado. No había lugar para chistes, esto era serio. Es más, estaba garabateando un planito en su libreta, anotando todas las cosas accesorias que no me iban a prestar ninguna ayuda, y obviando lo importante con una capacidad de selección impresionante.
Yo por alguna razón me siento obligada a hacerle caso. Hace unos años le había entrado la urgencia de conocer a un amigo de internet. Me dijo que el hombre estaba enfermo, no me acuerdo muy bien de cómo me convenció, pero recuerdo el patetismo. En definitiva, conseguí la posibilidad de que nos llevara un amigo gratis, armé la valija, pedí días en el trabajo, pero en el último momento le dio la corazonada de que ir sería funesto, le dio dolor de estómago, le dio la urticaria, le dio gastritis, y me tuve que ir de vacaciones a un lugar olvidado de dios, sola, a conocer a un poeta del que no tenía noticias. Esas aventuras de otros que son una imposición por la poca voluntad o el exceso de empatía. Lo pasé bien al final, pero buena rabieta me llevé.
Yo en estos días tenía que ir a una ciudad cercana a San Sebastián, así que le dije al Coiro que le llevaría la vaca a Rosario. No lo puedo explicar, pero siempre me arrepiento después, ya tarde.
Cuando llegué a la estación de San Sebastián, una vaca estaba atada a una tranquera. No había nadie. Cosas del Coiro, los planes son confusos y más bien espiralados. Horror a las líneas rectas. La cosa es que mi amigo el camionero que me había llevado la otra vez a lo del poeta me dijo que pasaba por la zona, y que si yo quería en vez de esperar el tren podía cargar el animal y llevarnos hasta Plomer.
Yo acepté nada más que por no tener que lidiar con el bicho. No entiendo nada de vacas, y por más pacíficas que se vean me inspiran el temor de lo voluminoso. Son en general bien intencionadas, pero pueden tener ideas propias difíciles de prever detrás de esa mirada bovina inescrutable.
Subimos la vaca al camión. El camino fue agradable, con mate y bizcochitos de grasa.
El estado de abandono de la estación San Sebastián no me hizo sospechar, el estado de abandono de Plomer tampoco me dio indicio suficiente como para no descargar la vaca que se entregó, como yo, a un destino desconcertante.
Hace varias horas que se fue el camionero. Noté que la estación carece de personal, que los yuyos la sofocan, que no hay pasajeros ni horarios.
Según el Coiro debería subir al tren de trocha angosta a Rosario, pero aquí estamos la vaca y yo, ella comiendo pastito, yo llamando al Coiro que después de una hora me atiende, me dice que estaba en el super chino y me cuenta la lista de compra entre lo que figura una pomada para los dolores reumáticos, milanesas de pollo, lavandina.
Consigo atraer su atención hacia mi situación que se va haciendo cada vez más preocupante dado que atardece. Me pide que le cuente el estado del cielo, la forma de las nubes, si la trocha angosta es efectivamente angosta. Su voz es soñadora y se siente su satisfacción cuando describo el edificio, los rieles, las señales oxidadas.
El tren no funciona más hace años, me dice. Pero claro, quién puede no saber que ya no hay tren de trocha angosta a Rosario. Y me lo dice como si tal cosa, yo situada en territorio, metida de veras en el ensueño del Coiro, yo de veras con el olor a campo y con la vaca que acaba de restregar la cabezota contra un poste.
Qué ilusión me dice. Me dice que se vive de ilusiones y no se qué del limbo y del tío y otras cosas que no escucho porque entonces de dónde salió la vaca, y qué hago ahora acá en el campo en una estación abandonada con los chillidos de los pájaros que se van a dormir.
Qué ilusión, llevar una vaca, el tren, los alambrados, el pasado ferroviario. El limbo, el tío, el infierno, un revoltijo inconexo. Y yo acá que me robé una vaca sin saberlo, esperando el tren que no va a llegar nunca más. La brisa suave de la tarde, los pastos que cabecean y hacen olas tiernas, un rosado que gana los bordes de nubes barrocas.
Me animo a acariciar levemente la cabeza de la vaca. Me hociquea humedeciéndome la mano. Supongo que es una despedida, espero que el destino que le proporciono no sea peor que el que torcí con su rapto involuntario. La suelto en el campo sin poder sustraerme a hablarle como a un ser humano al que ya le profeso afecto. Me voy.
Cuando estoy haciendo dedo en la ruta, pienso que el Coiro ya debe de estar dormido en su cama, y estará soñando con historias sin principio ni final, sin sustancia, con la falta de lógica que las torne más ligeras, más tenues, menos cargadas de aristas filosas.
















*



Será
que son muy pocos
los caminos que llevan a algún lugar
y son tantos
los que se extienden,
sin destino,
dibujados en la tierra
como mapas para nadie,
que prefiero
caminar
persiguiendo las estrellas.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com














La vaca y el tío*



Eran los años 40. La fecha justa es imposible de reconstruir.
El tío abuelo Juan  trabajaba en La Vascongada visitando tambos por la zona de los partidos de Chivilcoy y Suipacha que enviaban leche para la usina láctea. No era vasco sino italiano, pero usó boina vasca en la inmensa pequeñez de cada recuerdo.

El tío abuelo al que su mujer llamaba "Joani" con una dulzura inigualable en su voz era un hombre de más de 30 años. Un tipo honesto para el cual la palabra valía más que cualquier papel firmado.
Entre sus tamberos amigos estaba Aitor.
El vasco Aitor quería que el tío dejara de ser un empleado o que además fuese tambero. En una de esas visitas donde el tío abuelo verificaba condiciones observables del tambo. Aitor que ya era un amigo entrañable consiguió que Juan aceptara un regalo al que le presento de un modo inolvidable:

-Se llama Aurora. Es una maravilla que puede darte mucha felicidad.

La vaca era una de las mejores que tenía en su plantel.
Entre ellos sabían que el tío Juan no cambiaría su firmeza de inspector de tambos ni dejarían de ser amigos que dejaron sus pueblos para vivir en la tierra de promesas que era la Argentina entonces.

El tío Juan había comprado o arrendado un campo en las cercanías de Rosario.
Aitor lo quería convencer que pusiera un tambo. Él lo podría ayudar con su experiencia. El primer gesto fue regalarle a "Aurora".
En aquella época los trenes llevaban granos, animales, encomiendas, también pasajeros con sus equipajes pues eran trenes mixtos.
El tambo de Aitor quedaba entre San Sebastian y Almeyra, pero San Sebastian era una estación importante de la cual salían como cabecera trenes directos para Puente Alsina.
El primer tramo del viaje era breve. En poco más de dos horas  la vaca estaría en la estación Plomer. La vaca no podía viajar sola, alguien debía bajarla en Plomer y ahí esperar horas hasta que llegue el tren de la Compañía General  Buenos  Aires hacia Rosario.


Allí fue cuando Joani le encargo la tarea a su sobrino Nicolás que a los 16 años ya trabajaba en lo que podía.
Era un trabajo sencillo pero tenía una carga de responsabilidad. Debía partir de Puente Alsina, viajar hasta San Sebastian, Encontrarse con Aitor que le daría de almorzar y lo haría recorrer el tambo para hacer tiempo a la llegada del tren mixto horas más tarde. Subir a Aurora en el vagón de hacienda. Bajarla en Plomer. Volver a subirla en un tren del Compañía General. Cuidar que la vaca llegue bien a la terminal donde la esperaría un tal Rosendo Núñez con un peón para llevarla al  campito del tío Juan. Todo este paseo duraría tres días entre idas y vuelta.

El tío Nicolás estaba maravillado por la idea, acepto sin preguntar cuanto le pagarían además del pasaje y las comidas. Es posible que fuese su primer viaje largo en tren. Todavía usaba habitualmente pantalones cortos así que Dominga -su madre- tuvo que conseguirle unos que el abuelo no usaba más y llevarlos a doña Julia una vecina pantalonera para que los ajustara a las medidas de Nicolás.


Tenía un pasaje para viajar en  vagones con asientos de madera con la obligación de bajar en cada estación y fijarse como estaba Aurora en el vagón del ganado.
El tío había empezado a conversar con una chica algunos años mayor que él mientras esperaba en Plomer. Se llamaba Manuela. Se acerco como otras personas ante la imagen pintoresca de un jovencito tan alto parado en el anden llevando atada a una vaca. Una hermosa vaca lechera que llevaba colgada del cuello su nombre "Aurora" en un cartel enorme.


Fueron muchas estaciones. El tío bajaba en cada una. Iba rápido a ver como estaba Aurora, luego corría al silbato del guarda para subir y seguir conversando con Manuela.


(….)

El tío Nicolás tenía  88 años cuando relató hasta este punto todo esto.

Suspiró. Entró en una especie de limbo que duró largos minutos hasta que volvió a hablar con un tono de repentina tristeza:

-Nunca más pude estar con una mujer tan hermosa.


Entonces fue cuando le pregunté:

-¿Cómo siguió la historia de la vaca?


-De eso ya no me acuerdo.

-Te llamé para que vengas urgente porque anoche soñé con el tío Joani.

(El tío abuelo Juan era para todos una especie de santo en los cielos de nuestra memoria.)

-Tengo miedo. Creo que cuando muera no voy a entrar al cielo.

El tío Nicolás estaba pálido. 


-Juan Me hablaba.

-¿que te decía?

-Querido Nicolás pronto nos veremos. ¿Donde esta la vaca?




*De Eduardo Francisco Coiro.














Rieles*



En las postrimerías del día
es cuando crecen los rieles
hacia horizontes ciegos,
y el tren parte rasgando el aire.
Nunca se en que vagón viaja mi alma,
con la frente pegada a la ventanilla
observo
respiro
sueño.
Voy dejando atrás árboles
cielos alunados, y arlequines macabros.
A veces el paisaje se transforma
en trigales peinados por el viento
o en semillas recién brotadas
o en flores amatistas.
De vez en cuando los rieles
cruzan el corazón de la montaña
y sepulta lo sepultado bajo otras rocas desconocidas.
Sigo partiendo,
apurada recojo el último beso
el último apretón de manos
y los guardo en mi ilusorio bolsillo de recuerdos.
Juego
creo
sonrío
lloro.
Parto
siempre estoy partiendo
las estaciones asfixian
en las grandes conglomeraciones
de humos, de caos, de voceríos.
Tragedias,
puñales,
sangre
pieles zurcidas
relojes rotos
ojos vacíos.
Parto
nunca llego.
Estoy siempre de paso.



*De Patricia Dajruch
13-12-2014












Inventren
-Próximas estaciones de escritura:




JUAN ATUCHA.

–Por Ferrocarril Provincial-


 Próximas estaciones literarias en el Ferrocarril Provincial


JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.





***


Km 55


-Por Ferrocarril Midland


Próximas estaciones en el Ferrocarril Midland:


KM. 55.    ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.






InventivaSocial
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-Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.





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