*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com
*
¿Por qué no dejás todo
y escribís
sobre un papel en
blanco
las deudas de tu vida?
A quien te faltó amar,
a quien fallaste,
que amigo dejaste en
la estacada,
que quisiste tener
y no pudiste.
Puede ser una lista
prodigiosa:
hojas y hojas de
reclamos y tachones.
Podés llorar sobre la
tinta derramada,
o reírte de vos
por ser ingrato.
Después, con precisión
de entomológo
fijala
a la pared.
Pasá una vez, dos
veces,
cien veces por
enfrente,
cansate de ver las
fallas de tu vida,
aburrite
de leer tan poca cosa
una vez y otra vez.
Cuando te hartes lo
suficiente
hacé un bollito
y tirá a la basura el
error,
la cobardía,
el barco que no llegó,
esa promesa
que no cumpliste,
los despojos de ese
alguien
que quiso ser mejor
que vos
y ya no existe.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City
Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).
MADURA, (Editorial Sudestada 2021)
-Quiero sacar la
cabeza por la ventanilla de tu coche.
Halley ediciones (2022)
-Coordina Microversos, talleres de
exploración literaria
Alas
de abeja en el invierno*
Estaba en una ciudad escandinava, esas
ciudades nórdicas frías, limpias y coloridas, quizás para contrarrestar el
cielo siempre gris, la vi, después la perdí por un instante, entonces pensé que
sólo había creído verla, era un lugar impensado para encontrarla después de
veinte años. Impensado por igual para ella y para mí. Sudamericanos. Dudé, era
lógico dudar, cuántas veces nos parece ver alguien del pasado y no es más que
un parecido casual. La reencontré y la seguí a la distancia. Tenía su mismo
corte de pelo a la altura del cuello vuelto hacía adentro, y su misma altura y
su mismo andar vista de espaldas.
Era ella. Dudé de mí, dudé de mi visión, dudé de estar despierto, dudé
de muchas cosas, de lo que no dudé nunca es que era ella. Su mismo abrigo, ese
abrigo que yo conocía de memoria, su misma pollera escocesa tableada, quizás no
era la misma pollera, pero el abrigo sí era el mismo, y sus mismas botas, tal
vez no eran las mismas botas, mirándolas bien, con seguridad, no lo eran ni
podían serlo, no hay botas ni polleras que duren veinte años; pero el abrigo sí
que era el mismo.
En un semáforo, respetando el semáforo, en Finlandia no se juega con el
orden civil, sea cual sea el estado de conmoción que uno lleva, y ellos suelen
andar con un grado bastante unánime de conmoción etílica, sobre todo en
invierno, crucé a la vereda de enfrente y apuré el paso para recuperar la
distancia y estar atento a algún giro de su cara para ver bien su perfil, y era
ella. Era. Ella.
Ocurrió algo curioso. Ella empezó a sacar cosas pequeñas y blancas del
bolsillo derecho del abrigo, y las dejó caer al piso con toda la intención,
pero al descuido, a esa distancia no pude precisar bien qué era lo que caía.
Parecían pétalos de margaritas o sámaras de arce o no, más bien alas de abeja,
eran cositas pequeñas y leves que sobrevolaban en su caída, después hizo lo
mismo con la mano del lado izquierdo y dejó caer más de lo mismo, como si
estuviera vaciando los bolsillos.
Di en pensar que rescató el abrigo abandonado y se encontró con esa
molestia o sólo quise creer eso, porque eso, justo eso, me confirmaba que era
el mismo abrigo, y el abrigo que, ella, era la misma. Me detuve y la dejé alejarse,
volví a cruzar de vereda en un semáforo, respetando el semáforo, seguro de
estar dónde estaba yo y estaba ella, después caminé hacía atrás hasta el lugar
dónde dejó caer las alas de abeja de su bolsillo, hasta que las encontré y la
fui juntado todas, meticulosamente, revisé, una y otra vez, para no olvidarme ninguna,
primero en el lugar del bolsillo izquierdo y más atrás, en el lugar del que
dejó caer las del derecho.
La gente me miraba con disgusto y extrañeza, como si yo hubiera sido el
culpable de todo ese desorden y no les alcanzara con verme solucionarlo de
forma tan poco elegante y casi ridícula. No eran alas de abeja, eran papelitos
pequeños, gastados, ajados, casi trapitos, como si el abrigo hubiera sido
lavado con ellos adentro de los bolsillos. Estaban escritos, una sola palabra
por papel, con su letra pequeña y despareja, casi ilegible, pero era su letra.
Llegué a mi habitación y los volqué encima de la cama cuidando de no perder
ninguno, después me tomé el trabajo de ponerlos con la parte escrita hacia
arriba, con algunos tuve suerte, estaban plegados y adheridos, recordé su
antigua porfía de lograr vencer los siete pliegues de un papel, y pude deducir
que formaban parte de un escrito. Tenían una correlatividad. Sólo había que
tener paciencia para unirlos en el orden correcto.
Soy obsesivo, me llevó mucho tiempo, todo el resto de ese día, la noche
entera, y medio día del siguiente, pero conseguí reconstruirlo, algunas
palabras estaban ilegibles, otras eran sólo restos de letras, o posibles letras
de posibles palabras hechas papilla por el tiempo. Eran de ella. Eran las
palabras que esperó escuchar de mí en algún momento. Las palabras que yo pensé
en decir en aquel mismo momento y nunca dije. Las palabras que ya no le interesaba
escuchar y ella dejó caer en el instante y lugar exactos, acaso sin saberlo.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
COMO EN UNA TRAGEDIA
SHAKESPERIANA*
Siempre he amado a hombres de corazón
débil,
amé a esa clase de hombres
incapaces de hacer sombra cuando caminan
hombres ciegos
ante una despampanante realidad que nubla
los ojos
hombres que no usan sombrero
ni reconocen el valor de las palabras
hombres que van por la vida como en una
caminata lunar
hombres nacidos fuera del flujo de la
Historia
hombres con memorias antiguas que amamantan
su furia
hombres que únicamente pueden ser
encontrados en el Triángulo de las Bermudas
hombres con egos que se mecen en perfecto
equilibrio
sobre la punta de un iceberg
hombres llenos de fantasmas como en una
tragedia shakesperiana.
La fatalidad cruzó el destino de estos
hombres con el mío
forjando una espléndida flor moribunda
una flor japonesa que se convierte en
pájaro.
Anochezco en el recuerdo de esta multitud
de hombres
y mi memoria atareada descansa
dejándolos de nombrar por un instante
que no cabe en la palma de mi mano
ese instante más instantáneo de todos los
instantes: el de morir de amor.
Todavía me veo
escondida en la foresta de mi propia
confusión
espiándolos a la espera de una señal
de un mínimo gesto de ternura,
soy como esos perritos asustados
que añoran una palmada
o una distraída caricia en el lomo.
Carezco del conocimiento del lenguaje
elemental
se
me escapa la más básica comprensión de los hechos
mi cuerpo es invisible,
sólo aprendí a correr o a ocultarme
y los hombres lo huelen como animalitos que
son, igual que yo.
*De Irma
Verolín. irmaverolin@hotmail.com
La
religión de Javier*
Que sea tan educado no es fruto de la
casualidad. Su humilde madre se esmeró
en darle la mejor educación posible y lo envió, con gran esfuerzo, a un colegio
católico. Fue obediente al mandato
religioso hasta que un aciago día Javier descubrió, por un hecho fortuito, que
su amado dios no era todopoderoso como él deseaba. Que pese a su poder tenía
temor a los hombres. Temor a su propia creación. A aquellos que moldeó a su
semejanza para poder verse reflejado. Javier dice que no lo pudo soportar y a
partir de ese momento dejó de estar sano.
A un hombre piadoso, la desilusión de
descubrir la vulnerabilidad del creador, a cambio le otorgo un valioso poder:
el de soportar toda desgracia en soledad. Dejó de pedirle auxilio, de darle
lastima, de suplicarle perdón. Nunca
dejó de sentir el misterio de su presencia, pero supo que no podía reclamarle
más nada.
Esta certeza, que no siempre puede expresar
con claridad, es su mayor secreto. Y el motivo principal por el cual rechaza a
los predicadores. Pregonan sobre un dios que puede ayudarte a cambio de dádivas
y rezos. Javier conoce la lógica binaria de la religión: que todo bien es una
gracia divina y todo sufrimiento una prueba a superar. Ellos mienten sobre el
pecado y sobre el paraíso. Él ya sabe que nuestro creador es tímido, esquivo y
vulnerable. Por eso el mundo anda a los tumbos.
Quienes nos venden una idea de un dios controlador solo nos meten en
problemas. Así piensa Javier de todos ellos, pero especialmente de los mormones.
¿porque justo los mormones y no otros? Porque su presencia se destaca de manera
aún más llamativa que la de los evangelizadores criollos en este entorno.
Los que lo ven de lejos piensan que el
señor de las bolsas está loco, así es como el vulgo lo juzga. El mismo alimenta
esa idea con un discurso amable pero disperso. Con una voz tan tenue que parece
estar dándole al oyente siempre la razón. Algunos sabemos que es el equilibrio
que necesita para sobrevivir a la traición que sufrió de sus seres más amados.
Su aparente locura es su bastón para mantenerse erguido. La garantía de
sobrevivir al naufragio.
Si existiera el premio al "sintecho
más educado" o al " sintecho que nunca pide dinero” Javier sería un
firme candidato.
En el parque todos sabemos que no tiene
vicios, no especula dando lastima para conseguir lo que necesita. Si por él
fuera sería transparente para no manchar el parque con su imagen.
De lejos puede parecer que quienes
participamos en la red que lo sostiene somos los que le damos vida. Lo cierto
es que lo hacemos sin compartir entre nosotros más que una u otra mirada
cómplice.
No es que estemos organizados ni nos
interese brindar ayuda a alguien necesitado. Ni siquiera sabemos cuántos somos.
La verdad es que Javier nos pide a cada uno, por separado, tareas o bienes de
bajo costo. Ni que demanden mucho esfuerzo ni demasiado dinero. No quiere
molestar, todo sin apuro ni exigencia. Dispone de todo el tiempo del mundo para
planificarlo. Tiene la paciencia y la sabiduría necesaria. No quiere que nos
sintamos indispensables para su supervivencia. Javier es libre y serlo implica
no estar atado a ningún ser humano.
Visto de este modo no es menos libre que
los pájaros que se posan en su hombro para que los alimente por el pico. Ningún
otro de quienes visitan el parque tiene ese privilegio. Van en su auxilio
porque desean la cercanía de un hombre justo. En la antigua china, ser aceptado
por los pájaros, era una prueba que debían pasar los elegidos. Para Javier es
su familia alada, la que lo acompaña con amor y alegría. La que nunca lo va a
defraudar.
-Del capítulo “El guardián del parque” del libro inédito “Dios es un gran escritor”
*De Jorge
Santkosky. jsantkovsky@go.org.ar
-Nací en la ciudad de Bahía Blanca en el
año 1957. Desde los 18 años vivo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Estudios
cursados de Matemática en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente trabajo
en el rubro residuos tecnológicos.
Presidente durante 8 años de la Asociación
Argentina del juego de go.
Libros publicados de poesía “Revelaciones” por la Editorial Huesos de
Jibia 2010. “Revelaciones acerca de otras criaturas” por la Editorial Huesos de
Jibia 2011. “Breves” por la editorial
Colectivo Semilla 2013 de la ciudad de Bahía Blanca. “El sonido de la atención” Editorial Huesos de Jibia 2014. “La incomodidad” Editorial Huesos de
Jibia 2015.
"El después es
ahora" Editoral
"A capella" 2021 Córdoba.
-En narrativa “Diario de un cuentenik” de la editorial Leviatán 2020
-Mantengo el blog
http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/
REBECA*
Iván, peluquero y anarquista ruso, fue
asesinado por
La policía en los años 40.
En un bolsillo de su pantalón encontraron
tres monedas,
Panfletos llamando al alzamiento contra el
poder de turno
Y un librito acerca de cómo construir un
mundo
Donde nadie es amo ni esclavo
Y del devenir inexorable de la felicidad a
causa de esto.
Un pequeño peine completaba el cuadro en el
otro bolsillo.
El hijo del peluquero se hace policía para
ganarse la vida
Reprimiendo a los que alteran el orden en
la vía pública.
En una refriega, muere asesinado por un
ladrón que le
Dispara a la cabeza.
Rebeca, la hija del policía, reabre la
peluquería familiar.
Sin saberlo, le corta el cabello al ladrón
que asesinó
A su padre.
Y al comisario que mató a su abuelo.
Por las noches escribe poemas breves
impregnados de amor
Ignora el mundo casi por completo y es
feliz
Eso me dice, sin mirarme,
Al bajarme del sillón de la peluquería.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de
un sueño rojo.
Leviatán, 2017
EL
MUNDO COMO POSPRODUCCIÓN*
¿Hemos perdido la
capacidad (y la voluntad) de distinguir entre lo que ven nuestros ojos y lo que
generan las inteligencias artificiales?
*POR ALEJANDRO
BADILLO. badillo.alejandro@gmail.com
Hace algunas semanas se hicieron populares
varias imágenes en las redes sociales relacionadas con el volcán Popocatépetl y
el aumento de su actividad. El estado de Puebla, en particular, fue uno de los
lugares más afectados por la expulsión de ceniza. En esos días los usuarios
compartieron ilustraciones generadas por inteligencia artificial con
herramientas como Bing Image Creator o Midjourney, entre otras. Las imágenes
que resultaron fueron difundidas, incluso, por medios tradicionales como El
Universal o Infobae. El problema con la situación, más allá de la
espectacularidad de las escenas o la estilización de la supuesta erupción, es
que los usuarios tomaron esas fantasías como una verdad respaldada por la
ciencia. El tema de moda aparecía con leyendas como “Así se vería el volcán
Popocatépetl si hiciera erupción, según la IA”.
Avanzamos a pasos acelerados hacia la
posverdad. En el caso que describo la posverdad no es fruto de la manipulación
política o una campaña abierta de desinformación. Estamos ante un fenómeno que
podríamos llamar “ilusionismo tecnológico”, es decir, una suerte de truco de
magia que engaña nuestra mirada y juega con la confianza que le otorgamos al
mago, en este caso los generadores de imágenes de IA. La fe que le tenemos a la
tecnología y, por supuesto, la noción de que es neutral y libre de sesgos nos
lleva a un camino en el que la utopía es más una amenaza que una herramienta
para imaginar nuestro futuro. Si creemos, por ejemplo, que un auto eléctrico
puede ser una solución a la contaminación por combustibles fósiles –más allá de
la falta de evidencia científica al respecto– podemos creer que un algoritmo
puede predecir los alcances de una erupción y mostrarlos a través de una
imagen. A esto se suman las reacciones automáticas que producen las redes
sociales y la atención superficial que se le da a la información. Como afirma
el sociólogo y economista William Davies en su libro Estados nerviosos, el
consumidor digital está dominado por sus emociones y raramente analiza los
anzuelos que ofrece la red con distintos propósitos.
No es sencillo, ya que el funcionamiento de
la IA es cada vez más oscuro, pero se puede investigar cómo funciona este
sistema aplicado a imágenes: el programa hace una búsqueda en Internet de los
conceptos que introducimos. En este caso del Popocatépetl fueron “volcán”,
“erupción” y “México”, entre otros. El criterio no es, en absoluto, científico
sino basado en imágenes populares que son extraídas por el algoritmo y
reformuladas hasta crear un marco coherente. El problema, como ya ha sido
advertido desde hace tiempo por los investigadores, es que la IA se nutre de
los sesgos que tienen las imágenes más populares en Internet. A Midjourney o
Bing Image Creator no les interesa crear un mundo visual basado en una
proyección en la que intervengan datos científicos como cantidad de lava, la
altura del volcán o la distancia de centros urbanos importantes como Puebla;
trabajan con la inacabable fuente de imágenes en la red.
De esta forma, una de las ilustraciones más
difundidas en las redes sobre la erupción del Popocatépetl repitió los
estereotipos más difundidos sobre México en el extranjero: un pueblo conformado
por casas de un solo piso, de apariencia destartalada, y una calle recta
–transitada por autos que parecen sacados de los años 50– que se dirige al
volcán cuya erupción recuerda el hongo de una bomba atómica. Las imágenes que
nutrieron esa fantasía son, justamente, los sesgos más populares sobre nuestro
país que pasaron, sin muchos cambios, del cliché hollywoodense al diseño en
apariencia artificial. La verdad se construye a base de likes sin que haya
ningún otro intermediario.
James Bridle, periodista especializado en
tecnología, habla en su libro La nueva edad oscura acerca del sesgo de
automatización, es decir, de cómo confiamos en los productos que nos dan las
máquinas a pesar de que entran en conflicto con nuestras propias experiencias
de la realidad vistas a través de nuestros ojos. En el caso del volcán
Popocatépetl fue increíble comprobar cómo los mismos habitantes de Puebla y
municipios cercanos a la zona de peligro, como Cholula, dieron credibilidad a
las fantasías presentadas por la IA a pesar de que no se parecían en nada a la
visión cotidiana que tienen del volcán y de las zonas que habitan. Las imágenes
incluso dejaron a un lado las fotografías turísticas de Cholula que muestran a
la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios –arriba de la pirámide– y, atrás,
la presencia abrumadora del volcán. Sin otra información que la imagen, la
profecía eruptiva se ofreció como un detonante compartido por periodistas y
comunicadores.
La fotografía nació como un intermediario
entre la realidad y nosotros. Siempre fue manipulable y, por supuesto,
susceptible de convertirse en una herramienta para la propaganda ideológica. En
el ensayo Máquinas de vanguardia el investigador y académico Rubén Gallo describe
el artificio de los primeros artistas de la lente que retocaban, como si fueran
pintores, sus escenas. Esta dinámica se actualizó, mucho tiempo después, con
los programas informáticos que ahondaron la brecha entre lo capturado y el
producto final. Pero ahora la imagen se crea casi de la nada. Basta dar
instrucciones someras a una máquina que, como un fetiche mágico, nos devuelve
un estímulo con el que nos manipulamos a nosotros mismos, ya sea a través de
escenarios idílicos que nos dan esperanza o pesadillas que atizan nuestros
terrores, como erupciones volcánicas, inundaciones o guerras.
El problema es que nos hemos quedado sin
materia prima porque ya no basta lo que ven nuestros ojos ni, tampoco, la
experiencia que nos sirve como mapa para guiar nuestro conocimiento de lo real.
Roland Meyer, investigador de los medios, afirma: “Hasta cierto punto, el mundo
sólo nos proporciona los datos sin editar, todo lo demás sucede en la
posproducción”. Este último concepto, me parece, es el más inquietante: estar
rodeado de artificios sobrepuestos a otros artificios hasta lograr la
“borradura” del evento que los originó. El ilusionismo tecnológico a través de
la imagen es una copia que se lleva más allá en la posproducción hasta obtener
una suerte de realidad aumentada que cobra vida a pesar de que sea cada vez más
inverosímil.
*Fuente: https://www.latempestad.mx/el-mundo-como-posproduccion/
-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las
huellas (Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP),
Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa
Mariano Azuela) y las
novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza
(Premio Nacional de Novela Breve Amado
Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
EL TÍO SERGEI*
Cualquier persona que
tiene una sonrisa perpetua en el rostro, oculta
una violencia que
asusta.
Greta Garbo
Mi madre y su hermano Sergei llegaron en un
barco
[a Nueva York
a principios del siglo pasado.
Junto a ellos, bajó un matrimonio de
apellido Demsky
Sus ideas la convirtieron en líder de los
inmigrantes rusos.
Al ser expulsada por las autoridades de migraciones
debió abandonar el país de la libertad en
setenta y dos horas,
partiendo hacia Argentina en otro barco
plagado de pobres.
A su hermano, el hambre y el instinto de
supervivencia
lo llevaron a Hollywood
donde filmó, con el hijo de aquella pareja:
Issur Danilovich Demsky, más conocido como
Kirk Douglas.
Ya en Buenos Aires, continuó pagando con
persecuciones
su línea de pensamiento
mientras mi tío se volvía millonario y con
el paso del tiempo
se convirtió en el dueño de varias
joyerías.
Esta foto juntos, ajada por los años
en una ciudad que no reconozco
muestra a un hombre impecablemente
arreglado, con un
[traje oscuro
y un sombrero que habla de su ascenso
social.
Mi madre, a su lado, sencillamente vestida
con su cabello sujeto por una peineta y una
flor, una rosa
asomando de su saco
símbolo de los combatientes de su época.
Los hijos del tío Sergei, ampliaron los
negocios del padre
sumando a las joyas, un estudio de cine,
una casa de alta costura y otra de bienes
raíces
que aquí se denominan inmobiliarias.
Yo seguí ganándome la vida en los barcos o
en los astilleros
viajé por el mundo, aún después de la
muerte de mi madre,
arreglando los motores de los
transatlánticos
hasta que los aviones terminaron con ellos
y con mi trabajo.
Lo curioso, sucedió aquella vez que bajé
unos días
[en Nueva York
y tropecé con carteles de campaña con el
rostro del tío Sergei,
candidato a senador por ese estado, una
foto gigante que
[repetían al infinito
las calles, con su eterna sonrisa,
abrumadora e insoportable.
Peor aún, cuando vi esa rosa roja en la
solapa de su traje.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.
Mi
hermano Savy y el gato Cristóbal*
Fue una agradable sorpresa que mi hermano
viniera a despedirse de Cristóbal. Nuestro gato siamés que se encontraba muy
enfermo. Venía muy poco a visitarnos porque se sentía inseguro para andar por
la calle. La enfermedad que padecía ya estaba haciéndose notar y lo volvía
inestable.
Hacía muy poco habíamos descubierto que
nuestro gato sufría de insuficiencia renal aguda. Ciertas conductas que no
entendíamos eran consecuencia de su incipiente ceguera. Un proceso muy
acelerado porque hasta un par de meses atrás Cristóbal se subía a caminar por
la cornisa. Ya no aceptaba comer ni beber. Lo alimentábamos por suero y una
jeringa en la que poníamos lo que nos aconsejaban que podía alimentarlo. La
enorme tolerancia al dolor de los gatos tiene un límite y parece que estaba
llegando. Se notaba que ya no esperaba mucho más de esta vida y que
estuviéramos preparados para la despedida. O quizás simplemente disfrutaba que
ya la perrita Lulú y su par felino Benjamín ya no lo molestaban, Poca gente
sabe sobre la ética de los animales de no causar más dolor a un compañero
enfermo. Cristóbal era el animal más pequeño de nuestro hogar, pero era
indispensable y él lo sabía muy bien.
Reconoció a mi hermano a pesar de vivir en
penumbras y tambaleando se acercó hasta sus piernas para que lo levantara.
Pocos días antes hubiera saltado sobre su falda sin pedir permiso alguno. Un
derecho adquirido sobre quien tantas veces lo cuidó cuando nos ausentábamos de
nuestra casa.
Mientras acariciaba su ya delgado lomo con
la mano que mejor maneja, mi hermano me miró con esa expresión entre ingenua e
inteligente que tiene disponible para
momentos como este y me dijo: “ambos somos discapacitados, el gato no puede ver
y a mí me cuesta caminar”.
Omitió decir que ambos tenían problemas de
salud mucho más agudos. El mismo padece una enfermedad incurable, de las más
crueles que puede sufrir un ser humano. Y no existen trasplantes de riñón para
gatos de la edad de Cristóbal. Pero entendí la suave analogía.
Cristóbal también entendió y sonrió
cómplice con su sonrisa felina. Seguir vivo pese a la opinión de los
veterinarios que sugerían llevarlo a dormir fue una de sus últimas bromas.
Es interesante saber que, a ambos, no solo
los vinculaban sus carencias. También el profundo deseo de volver a un lugar
que los cobijara amorosamente.
Tardé en permitir que mi hermano volviera
al departamento donde murieron nuestros padres por temor a que se deprimiera.
Este pensamiento ahora me avergüenza.
También tuve que dejar al alicaído gato
volver al altillo donde falleció su amigo Marco Polo hace algunos años. El
mismo espacio que habitaron cuando llegaron a nuestro hogar.
Temía a la furia de los recuerdos puestos
en contacto con la sombra de los seres queridos. De los seres perdidos.
No pude ser más ignorante. No se puede
tapar la tristeza con las manos. Está grabada a fuego en cada acto de nuestras
vidas.
Cada uno tiene el derecho a penar
libremente por sus penas de ausencia.
*De Jorge
Santkosky. jsantkovsky@go.org.ar
-Del libro inédito “Sabría que vendrías “que versa sobre los efectos de la enfermedad
Corea de Huntington en mi familia.
LA
LLUVIA ENSUCIÓ MIS PANTALONES*
De la mañana a la noche anduve
con mis pantalones manchados por la ciudad,
la lluvia
que había hecho salir el barro de la tierra
se escabulló tenaz por entre las baldosas
y me asaltó
así
como un triste animal manchado
quedé.
La ciudad brillaba siguiendo su costumbre
brillaba para mí
que soy opaca y traigo
palabras escondidas
para casos de necesidad
de penuria
de escasez
de apremio
brillaba
la ciudad
desde sus más oblicuos perfiles para mí
que fui y vine y regresé
de una punta a otra de los horizontes
con mi pantalón manchado.
Después
cerca de la llegada de la noche
cuando nadie se acordaba ya
del agua que cayó y dejó sus brillos
fugaces
resbaladores de luces
nacidos para morir antes de tiempo,
mis pantalones manchados de animal
causaron risa
mucha risa
esa que casi siempre
mata las bocas de la gente triste.
Mañana también lloverá
y tendré que salir.
Mañana también lloverá.
*De Irma
Verolín. irmaverolin@hotmail.com
-Irma
ha publicado libros de cuentos: "Hay
una nena que gira", "La
escalera del patio gris", “Una
luz que encandila” y “Una foto de
Einstein tocando el violín”.
-Novelas: "El puño del tiempo", "El
camino de los viajeros" y “La
mujer invisible”. También una serie de títulos en literatura infantil en
distintas editoriales. Obtuvo diversas distinciones entre las que se destacan
Premio Emecé 1993-94, Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires
Eduardo Mallea, Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, Primer
Premio Nacional Macedonio Fernández, Primer Premio Internacional de Puerto
Rico, Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Tres de sus novelas
fueron finalistas en los premios Fortabat, La Nación de Novela, Planeta de
Argentina y Clarín.
-En poesía publicó “De madrugada” en Ediciones del Dock y “Los días”, editorial de la Fundación Victoria Ocampo, Primer
Premio Horacio Armani 2014 otorgado por la misma fundación y “Árbol de mis ancestros”, Editorial
Palabrava 2018. Algunos de sus poemas fueron traducidos al ruso, portugués e
italiano. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes en 1999.
-En 2021 publicó por Editorial Ciccus su
libro de cuentos:
"Fervorosas
historias de mujeres y hombres"
*
"Nunca sabremos
por qué irritamos a la gente, qué es lo que nos hace simpáticos, qué es lo que
nos hace ridículos; nuestra propia imagen es nuestro mayor misterio".
*Milan Kundera
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
El
Reynoso*
El arquitecto es un hombre viejo. Ha
dirigido muchas obras. Ha visto desfilar delante de su mirada a verdaderos
personajes entre los albañiles y gremios que trabajaban en sus obras.
Mira el recorrido del ferrocarril
Provincial, buscando el principio del hilo del cual tira la memoria para
recuperar lo remoto. Se detiene en la Estación Emiliano Reynoso.
“El
Reynoso”. Reynoso era el apellido del peón que se convirtió en una leyenda que
circuló por años en las obras. Cada tanto cuando le tocaba compartir un
almuerzo con los obreros, alguien contaba la historia, modificada con el
suspenso que les imprimen los Cuentacuentos a sus narraciones.
Los albañiles son excelentes narradores de
historias propias y ajenas.
“Fuimos
un pueblo alegre” –se dice sin profundizar.
Aquella obra era una casa de campo que
quedaba en el medio del campo. El campito quedaba a un par de kilómetros de la
ruta y a unos 300 metros del apeadero del ferrocarril, se llegaba por una
huella que se hacía intransitable con una lluvia copiosa. Unas pocas casas
perdidas. Un solo vecino con el que se compartía el alambrado y una línea de
eucaliptos altos a los fondos.
Para comprar cigarrillos o comida había que
ir hasta la ruta. Un solo corralón de materiales “El cóndor” atendido por
hermanos del apellido inolvidable, los “Cucurulo”.
Costó encontrar un equipo de albañiles que
estuvieran dispuestos a viajar horas en tren para llegar hasta el fin del
mundo.
Los albañiles trajeron al Reynoso, un
correntino fuerte que además de peonar en la jornada laboral acepto quedarse
como sereno en el medio de la nada.
Armamos un obrador con chapas bastante
grande, una parte se dividió para que sea el dormitorio del Reynoso. Además del
catre, ropa y unas pocas cosas el hombre había traído un pequeño altar caserito
del gauchito Gil
El Reynoso hacía las compras para el asado.
Llevaba los pedidos de materiales al corralón donde teníamos cuenta corriente.
En esa época no existían los teléfonos celulares. Un día, Reynoso avisó que le
regalaron una mascota.
-Le puse “Tingui” dijo. Del gato de Reynoso
nos olvidamos enseguida, al hombre se lo vio comprar botellas de leche, juntar
los huesos del asado o comprar hueso con carne para el animalito. La mascota se
quedaba dentro de un sector bien alambrado pero agreste que ni siquiera fue
desmalezado. La única entrada era la puerta del fondo del obrador – casa del
sereno
Esa zona del campito en la que no
trabajábamos era de unas tres hectáreas. El proyecto contemplaba más adelante
construir allí una amplia pileta de natación, un quincho, parquizar.
En aquella mañana de enero había un calor
demencial. Era una visita de rutina a una obra que ya estaba en etapa de
terminación, estaban los pintores, los albañiles y el Reynoso que recién había
vuelto de comprar las provisiones para el mediodía en los comercios de la ruta.
Fue todo muy rápido, como suele ser con los
hechos que marcan la memoria para siempre. Escuchamos tiros. Algunos nos
silbaron por encima de nuestras cabezas. Uno de los pintores se tiró de la
escalera al piso. Se escuchó un lamento de animal grande, un ronquido doloroso
que venía desde el pastizal. Luego escuchamos el grito que pretendía emular al
del Tarzán de Johnny Weissmüller. Ahí
ubicamos al tipo trepado al eucalipto blandiendo una carabina con gesto
triunfal. No habíamos salido de la sorpresa cuando vimos al Reynoso trepar como
un gato al árbol. Sujetó al hombre, lo bajo a los golpes. Desde el piso con el
Reynoso golpeándolo ese hombre ya no gritaba como Tarzán, sino que pedía
auxilio.
Los albañiles salieron disparados, cruzaron
el alambrado, lograron sacarle al Reynoso el cuchillo antes que lo sacara del
cinto, creo que lo iba a degollar como a un cordero
Fue por esto que supimos que ese vecino era
un cuatrero furtivo que asolaba varios campos de Saladillo. La noticia podría
haber salido en los noticieros, pero no fue así: el dueño del campo que construía
su casa era un empresario exportador de lana que compró un acuerdo de silencio:
nadie diría ni una palabra, no habría denuncias policiales. Supe que el acuerdo
incluía comprarle su chacra a un precio increíble con tal de no tener a un
delincuente chiflado cerca. Reynoso iría a una obra que teníamos en Barracas.
A la mascota la enterramos en los fondos
del terreno. Reynoso que era un hombre grande lloraba como un niño. Se había
puesto las mejores ropas, tenía un pañuelo colorado anudado al cuello. Le
habían matado a la única compañía que había tenido durante casi dos años en la
soledad de ese paraje perdido en la pampa. Ahí nos enteramos de una habilidad
de su mascota: como un perrito amaestrado traía en su boca una piedra que
colocaba sobre su alpargata, El Reynoso daba la patada con fuerza, Tingui
atrapaba la piedra en el aire o la buscaba entre los pastos hasta traerla de
vuelta a los pies del hombre.
20 años después en una obra ubicada en el
barrio de Núñez. Cuando todavía existía el asado. En una sobremesa, el capataz
santiagueño volvió a contar la historia del Reynoso. Esta versión era más
simple que aquellos hechos ocurridos en su obra. El vecino -un ladrón
drogadicto- había ahorcado al gato. El Reynoso trenzado en lucha lo había
degollado sin piedad.
No dijo nada. Se limitó a escuchar.
Lo del tigre de Bengala jamás lo hubieran
creído.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial.
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LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
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LA PLATA.
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