*Foto: NASA / ESA / CSA.
-Fuente: National Geographic España.
Estación
Funke*
Me dijo el Coiro que en la estación de tren hay un observatorio
astronómico, y me invitó a ir a verlo. Yo viajo desde Santa Fe, él desde
Témperley, y se supone que nuestros caminos coincidirán al final de dos líneas
de puntos, en un circulito negro en el mapa, convenientemente marcado con la
figura esquemática de un telescopio apuntando al ancho espacio.
Como en todas las aventuras Coirísticas, se advierte desde el vamos una
cierta confusión, a pesar de larguísimos textos por WhatsApp que,
sorprendentemente, siguen aportando más oscuridades e imprecisiones que datos.
El trayecto desde Santa Fe es arduo, es complicado, está plagado de
esquinas y torceduras aquejadas de sinuosidad. Los árboles y las alambradas,
las vacas, las casitas de destino solitario, los caranchos perseguidos por
pajaritos que intentan salvar sus crías. El barro y las lagunitas ahora que de
pronto los cielos se prodigan en lluvia. La pesadez de los ojos cansados, el
deslumbramiento lúcido por la noche mal dormida. La irrealidad de todo intento
de cambio, eso de que una sigue siendo exactamente la misma pese a los
kilómetros que se van alejando detrás de los colectivos. Esa molestia en el
dedo donde me clavé ayer una espinita.
Llevo horas de rodar sobre pavimentos grises, horas de espera en
transbordos desteñidos, pero la pequeña herida que me hizo el tallo erizado de
espinas sigue haciéndose notar. Qué extraño que la planta asustada siga en un
patio ya tan en otra provincia, y la herida siga reclamando continuidad témporo
espacial aquí en la yema de mi dedo. Esas perplejidades de quien se desdibuja
en el reflejo de ventanillas sucias.
No fue ni cómodo ni rápido el trayecto, pero estoy ahora aquí en Funke,
mirando alrededor para encontrar la figura desgarbada del Coiro, las zapatillas
apuntando una para cada lado, con ese aire de quien no pertenece al país ni al
siglo, más extranjero que aquel que bajaba en la pampa de una carreta, todavía
con el bamboleo del barco que lo trajo de las Europas meciéndole los huesos.
Pero claro, el Coiro no está, la estación está abandonada, nadie sabe ni
una palabra de un observatorio astronómico.
Camino por las vías llenas de yuyos, me siento en una parecita de
ladrillos. Percibo la humedad a través de la tela, y el olor agreste de los
yuyos. Hay verbenas como sangre salpicada, y todo es claro y preciso. Puedo ver
el paisaje como un cuadro hiperrealista, absurdo en la profusión innecesaria de
detalles. El cielo es tan azul que duele mirarlo.
Y aquí estoy, atrapada en un universo tan
real que cada ínfima hoja de cada innumerable árbol proyecta su sombra diminuta
sobre el suelo. Las cortezas de los álamos son complicadas, los dibujos no se
repiten, y cada ladrillo de las construcciones posee su brillo particular, sus
marcas y sus virajes al marrón o al naranja que los hacen individuales y
únicos.
Supongo que el Coiro hizo su esfuerzo y también ha venido a la estación
Funke, pero él está en su propio lado del cristal. El Coiro arribó a Funke en
un tren que ya no existe, y su estación de trenes se resuelve en un cuadro
impresionista, difuso, con nubes apocalípticas en cielos violetas donde los
azules se encuentran con la furia de los morados. Debe de estar él también
esperándome, mientras un hombre de cara imprecisa lo hace pasar al
observatorio, recién inaugurado pero ya obsoleto. No puedo verlo, pero adivino
su mano girando la manivela de un telescopio del siglo diecinueve, bello e
inútil, brillante de cobre y bronce.
Me resigno a volver a mi casa, y mientras es de noche en los campos que
saltan por fuera del colectivo, sé que los ojos del Coiro están absortos en el
cielo estrellado de Van Gogh, aturdido en el giro desaforado de las estrellas.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
REGRESO*
El hombre de los ojos
insomnes, duerme.
Duerme mecido, en
rituales de viejas caracolas.
También duerme el
deseo.
Lo despierta la noche
y el penetrante olor a vida.
Los espejos. Los
retratos vivientes. La estremecida piel.
Ha perdido sus pasos,
su insolencia.
Ah, si pudiera volver,
recordar, regresar.
Pero es de noche y
teme. Noche de terciopelo.
Acechan los pájaros
del miedo.
Teme. Teme abrir los
cerrojos.
Las ventanas pircadas.
Las clausuradas puertas.
Teme y desea. El
escozor se arrastra como felino en celo.
Es agosto y los
almendros brotan.
También germina el
fuego.
Se encienden las
cenizas.
Las azules grutas
tantas veces besadas.
El ritual del puñal
que cincela y canta.
Y teme, y desea y
excomulga las antiguas muertes.
Y regresa.
Regresa, sabiendo que
un viaje es solo eso: un regreso.
*De Amelia
Arellano.
Observatorio
Funke*
*Por Alberto
Di Matteo. licaldima@gmail.com
El amigo Coiro acaba de enviarme un mail
(nunca estuvo muy acertado respecto del signo de los tiempos: le cuesta usar
cualquier aplicación de mensajería instantánea desde su celular), encargándome
por enésima vez un nuevo texto para InvenTren.
Hace más de una década que no escribo nada específico para la serie, aunque la
hiciéramos nacer juntos hace ya más de veinte años. Siento los dedos
agarrotados, el teclado de mi PC no es el mismo que usara antes, temo con
cierta convicción que el misterioso ojo de la imaginación se encuentre tan
cerrado que me resulte casi imposible volverlo a abrir…
Dentro de ese mismo mail, me adjunta una
nota de un diario virtual: “Un asteroide rozó la Tierra pero lo descubrieron
dos días más tarde”. Acostumbrado a las bromas paródicas de mi amigo, leo la
nota para cerciorarme de que se trata de algo real. En ella dice que una
asteroide del tamaño de un edificio de veinte pisos pasó a cien mil kilómetros
de la Tierra hace unos diez días, pero no fue detectado por los registros humanos
debido a un percance al parecer habitual en astronomía, que no deja de
preocupar: el objeto celeste cruzó por delante de un punto ciego para la
observación terrestre debido a la luz emitida por nuestro propio Sol.
¿Y si la trayectoria del asteroide no hubiese
sido afortunada para nuestro planeta? ¿Y si ocurría otro evento con
características de extinción, como cuando el invierno nuclear prehistórico de
hace millones de años extinguió a los dinosaurios, y nos regaló la posibilidad
de evolucionar desde pequeños mamíferos hasta colonizar el planeta y
abastecernos de combustibles sólidos generados por las tumbas de los propios
dinosaurios? Ya me siento divagar a la manera de mi amigo Coiro… Me preparo
unos mates y vuelvo a sentarme delante del monitor.
Entonces releo el mail y advierto que otra
fiel colaboradora del InvenTren, la
Mónica santafesina, también fue captada por las redes hipnótico-literarias del
Coiro, y escribió acerca de un observatorio astronómico situado dentro del
Municipio bonaerense de Monte, en las inmediaciones de lo que otrora fuese la
Estación Funke. ¿Coincidencia? Lo dudo: aquello que provenga del Coiro, aunque
confuso y sin asidero, al final termina uniéndose casi por el azaroso efecto de
la gravedad cósmica, más que por designio del deseo humano.
Una silueta se recorta delante de las
teclas de mi PC mientras escribo estas líneas: Damián Adonis, aquel mítico y
narcisista reportero televisivo que descubriese OVNI´s en la antigua estación
ferroviaria de Comodoro Py. Lo veo tomar una cámara digital con conexión wifi
perteneciente al multimedio que lo explota, subir a una vapuleada SUV del
canal, y partir rumbo a Monte a través de secretas rutas provinciales, alejado
de los camiones patagónicos que pululan por la Ruta 3,
Varias horas más tarde, luego de hacer una
parada técnica en una desierta estación de servicio para ir al baño y comerse
un sándwich acompañado de un agua mineral que manoteara al pasar por la cocina
del multimedio, Adonis arriba al predio astronómico. Los de la Fundación Observatorio
Funke, exprimiendo hasta el último dólar enviado por la NASA, han conseguido
una tarea imposible: instalar un radiotelescopio en medio de la pampa húmeda,
que nada tiene que envidiarles a sus pares emplazados en los desiertos yanquis.
Adonis suspira y se relaja contra el asiento del vehículo, reponiéndose de la
impresión. Rogando para sus adentros que no haya nadie más allí para cubrir la
nota.
Se acerca con paso decidido, cámara al
hombro, hacia la entrada del observatorio. A pocos metros de la puerta de
vidrio blindado, casi extendiendo un dedo para tocar el timbre, una voz
metálica lo detiene en seco, asustándolo hasta las tripas.
—¡Alto ahí! ¿A quién anda buscando?
—D-disculpe… Soy Damián Adonis, de la
televisión. Quisiera hacer una nota sobre el funcionamiento del predio, conocer
a sus operarios, acercar al público a los secretos del espacio…
Ni él mismo cree en lo que dice. La voz no
vuelve a oírse. Sólo lo acompaña el rumor del viento sobre la pampa. Hasta que
la puerta se abre, y un hombre de barba blanca, vestido con un enorme
guardapolvo y llevando anteojos de medialuna sobre la nariz, brindando todo el
aspecto de científico loco, se le acerca moviendo los brazos, instándolo a
pasar.
—¡Mi estimado amigo! ¡Pase, pase! —le
indica ansioso el hombre. —Creí que nunca iban a venir, justo cuando los
descubrimientos me desbordan. ¡La humanidad tiene que saberlo!
—¿Saber qué? Discúlpeme otra vez, no le
entiendo… —balbucea Adonis, siendo empujado a los tropezones dentro del
edificio.
—¡Discúlpeme usted, qué atolondrado soy!
Doctor en astronomía Eduardo Coiro, para servirle— y le estrecha efusivo la
diestra. Adonis consigue aferrar la cámara antes de que se le caiga del hombro.
Mientras avanzan a lo largo de un espacioso
salón cubierto de infografías y escenas estelares, listo para ser visitado en
cualquier instante por un tour de jubilados ávidos de conocimientos siderales,
el Dr. Coiro le explica sin demasiada claridad el proyecto que vienen
desarrollando en secreto desde la puesta en marcha del radiotelescopio: el
contacto humano con vida inteligente más allá del Sistema Solar.
—No me parece algo muy novedoso— murmura
Adonis. —¿No lo vienen intentando los yanquis desde la Guerra Fría?
—Por supuesto, mi amigo, pero ahora con
avances significativos respecto de otras décadas. Sobre todo, desde que
captamos una señal muy nítida desde la Constelación de la Locomotora.
Ante la mirada atónita del periodista,
cuyos pies quedan paralizados sobre el reluciente piso del observatorio, el
científico vuelve sobre sus pasos para acompañarlo, empujándolo suavemente con
una de sus manos sobre la espalda de Adonis, a la par que lo instruye respecto
de lo que para él resulta algo más que obvio.
—Claro, claro… Dicha constelación ha sido
descubierta por mí. Je-je, un pequeño homenaje al Observatorio Funke, y a mi
eterna pasión por los trenes.
Emite una risita cómplice, distendido,
ajustándose los lentes sobre la nariz, como si se jactara de su descubrimiento
frente a un par de tragos en la pulpería del pueblo, a la par que parece
ansioso por continuar registrando datos cósmicos junto a los controles del
radiotelescopio.
Adonis recuerda que lleva encendida la
cámara desde que bajase de la SUV y comienza a hacer un paneo general respecto
del salón donde se encuentran los comandos del monstruo tecnológico de
observación. Por un instante, teme que regresen los OVNI´s que abdujeron las
ruinas de la Estación Comodoro Py, esta vez llevándoselo a él mismo. Sin
embargo, la simpática personalidad del Dr. Coiro lo aleja de cualquier temor personal,
haciéndole creer que cualquier delirio benéfico para la Humanidad podría llegar
a convertirse en realidad.
El Dr. Coiro continúa explicando los
progresos que han realizado en pos de la comunicación con otros seres
inteligentes, aunque Adonis ya no comprende demasiado. El Doctor se ha vuelto
muy técnico en su alocución, como si expusiera sus descubrimientos en un
congreso astronómico, ante una nutrida audiencia profesional. El periodista se
calza los auriculares con micrófono y ensaya un par de frases para darle color
a las imágenes que está tomando.
De pronto, una serie de disonantes pitidos
emanan de una de las consolas, y luego de otra, y de otra… Luces de distintos
colores se encienden en las múltiples pantallas LED que inundan el salón de
controles. El Dr. Coiro salta como si hubiese sido mordido por una serpiente,
quien en lugar de veneno le inoculase una potente descarga eléctrica.
—¡Quietos todos, nadie se mueva!!!—,
exclama el científico, elevando los brazos al techo. —¡Los alienígenas nos contactan!
¡El sueño de mi vida!!!
Los pitidos no cesan. Adonis enfoca la
lente con la cámara desde su cadera, a fin de tener la mirada disponible en
todas direcciones. No quiere perder detalle. Esta también podría ser la nota
periodística de su vida. Bastante mal lo han tratado en el multimedio luego de
la abducción de Comodoro Py, relegándolo hacia las notas policiales o del
corazón. Improvisa algunas frases, aunque sepa que todo lo que captó desde que
llegase al complejo deba ser editado luego en el canal.
—Este es Damián Adonis, emitiendo desde el
observatorio astronómico instalado en dependencias de la Fundación, en
cercanías de la ciudad de Monte. Al parecer nos hallamos en presencia de las
primeras manifestaciones de mensajes extraterrestres registradas por el Hombre.
En segundos apenas tendremos la dicha de contar con la palabra del afamado Dr.
Eduardo Coiro, quien nos iluminará al respecto.
El científico corre de una pantalla a la
otra, digitando distintas series de cifras en los teclados, absorto ante la
inmensa tarea que se le avecina, a punto de estallar en un colapso nervioso, y
olvidando por completo a su ocasional compañero. Un teléfono suena a la
distancia, algunos pitidos incrementan su intensidad hasta convertirse en
alarmas imposibles de eludir, las pantallas vuelcan infinitas series de datos
como si se derramasen cataratas de información vital para la continuidad de la
vida en el planeta Tierra.
Hasta que de pronto, la atronadora
cacofonía enmudece, sumiéndolos en el más profundo y oscuro silencio. Hasta las
luces se han apagado. Adonis apenas consigue distinguir algunos contornos
gracias a los resplandores rojizos de las luces de emergencia. El Dr. Coiro
parece haberse detenido cual estatua en medio del salón de controles, poseído
por una misteriosa especie de éxtasis religioso.
—Son ellos…—, murmura, apenas audible.
—Están por llegar… Y ninguno de nosotros está preparado para recibirlos…
Un zumbido tenue pero persistente surge de
la nada. Una única pantalla se ilumina, mostrando el paisaje pampeano de uno de
los terrenos adyacentes al complejo del observatorio. Adonis enfoca la lente
hacia la pantalla, ahora llevándose la cámara al hombro y embutiendo su ojo
derecho a través de la mirilla. Le falta el aire, transpira demasiado, algo
único está a punto de suceder.
En el paisaje exterior, bajo los últimos
rayos de sol de una fría tarde de invierno, unas extrañas luces multicolores se
hacen presentes, bailoteando en el espacio, adquiriendo progresiva corporeidad,
como si se fuera a teletransportar algún ente u objeto desconocido. El Dr.
Coiro, a pesar de su carácter disruptivo y escasamente práctico, de pronto
quiebra su estado de inmovilidad y toma al periodista por uno de sus
antebrazos.
—¡Afuera!!!—, exclama. —¡Venga conmigo!!!
Ambos corren por los amplios salones del
observatorio, atraviesan las puertas de vidrio blindado, y se alejan varios
metros sobre el césped de los alrededores. Las primeras estrellas se hacen
presentes en la tenue noche pampeana. Una de ellas parece brillar más que las otras.
—¡Esa es! ¡La Constelación de la
Locomotora!!! ¡Se comunican desde allí!!!— grita el científico, a la manera de
un niño excitado, a punto de ingresar al parque de diversiones más exclusivo y
desconcertante del universo conocido.
Adonis apunta la lente hacia las luces de
colores por encima de su cabeza, teniendo como fondo el brillo de la estrella
más nítida de la Constelación. El otrora difuso cúmulo de colores pareciera
conformar con el paso de los segundos alguna clase de silueta, quizá
reconocible. Los miedos parecen abandonarlo. La excitación contagiosa del
científico lo invade, otorgándole la certeza del reconocimiento profesional que
siempre le ha sido esquivo. E informa:
—Esto no tiene precedentes. Estamos ante
una oportunidad única, la de comunicarnos con las estrellas. ¿Nos traerán un
mensaje de paz, de dicha, de superación? Están a punto de sorprenderse tanto
como yo.
La colorida silueta define sus contornos.
El Dr. Coiro se postra de rodillas y abre sus brazos, incapaz de creer en sus
propios ojos. Adonis baja la cámara hasta la altura de su cadera y siente cómo
se abre su boca, estupefacto…
A escasos metros del suelo, se ha
materializado sobre sus cabezas una brillante locomotora inglesa de vapor, con
su correspondiente vagón de combustible fósil, como las que surcaban la pampa a
finales del siglo XIX. Su superficie asemeja un pulido acero cromado, idónea
para surcar el espacio en busca de nuevas civilizaciones. Destellos de luces
multicolores se derraman sobre el césped, material ya innecesario para crear la
ilusión de realidad que no sume a cualquier observador humano en la locura.
—¡Es… mi sueño!!!— agradece el Dr. Coiro.
—¡Mi pasaje a las estrellas!!!
Un potente foco de luz se proyecta desde la
parte inferior de la supuesta nave, por debajo de donde debería estar situada
la cabina de una locomotora humana, El científico entiende el mensaje de
inmediato. Sin dudarlo, se pone de pie, enfrenta a la cámara de Adonis, cuya
lente se eleva desde la cadera del periodista, y recita:
—Instrúyalos, mi amigo. Enséñeles a
nuestros semejantes humanos que la puerta hacia el cosmos ha sido abierta. Y
que el primer hombre en cruzarla seré yo.
Avanza a paso decidido hacia el cono de
luz. Y antes de que Adonis consiga decirle nada, ni siquiera alguna inútil advertencia
de sentido común, se instala debajo de la luz, eleva la mirada hacia la nave, y
desaparece.
El vehículo sideral -su imagen, su ilusión
de realidad- eleva el morro hacia la estrella más brillante de la Constelación
de la Locomotora, y extiende una estela de lucecitas de colores hacia el
infinito. De manera gradual, la silueta se va desgranando hacia aquel horizonte
cósmico, y en apenas segundos, la ilusión de corporeidad de la nave espacial se
diluye como si nunca hubiese existido.
Adonis siente que su corazón galopa dentro
del pecho. Se asusta aún más cuando los reflectores exteriores del observatorio
se encienden de manera automática. Distantes sirenas de alarma, provenientes
del interior del complejo, comienzan a escucharse en la noche estrellada. Tembloroso,
deja caer la cámara contra el costado de su pierna derecha, y pone rodilla en
tierra a fin de hacerla descansar sobre el césped. Desciende la rodilla
restante, se apoya sobre ambas manos en el suelo, apoya la frente en la tierra,
y exclama, lúcido de pronto, como si regresara a su propia realidad:
—¡Otra vez me van a destinar a
policiales!!!
*
-Alberto
Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.
Escribe desde principios de su escuela
secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y
de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en
diversos certámenes literarios.
-Ha publicado en Inventiva Social cuentos
para la serie InvenTren en recorridos literarios iniciados en el año 2002.
Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el
mundo".
*
Para partir,
sólo una valija
llena
de tres
o cuatro soledades.
Para partir,
lejos,
tan lejos
donde terminen
las partidas,
un par de zapatos
cansados
de hojas secas.
Para llegar
a la última estación
y caminar,
descalza,
sobre la hierba fresca
del fin de los
andenes.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Experiencia
Funke*
Para que el ferrocarril provincial renazca
de sus cenizas había que generar estación por estación proyectos
“sustentables”. El arquitecto Ricardo Klepka logró ganar un concurso para la
estación Funke con el diseño de un observatorio astronómico. Había por cierto
una ingeniería financiera donde participaban organismos internacionales e
inclusive la agencia aeroespacial norteamericana.
Cuando la construcción de la obra en sí
misma estaba casi finalizada. El proyecto Fénix para el Provincial se cayó. El
tren no salía de la ciudad de La Plata. Y el gobierno del país había superado
el presupuesto inicial en gastos injustificados en consultorías.
Lo inconcluso como horizonte genera ideas
geniales y desesperadas.
El arquitecto convoco a su amigo científico
Kalman que trabaja en un centro de tecnologías múltiples de California. Kalman
trajo a Esteban y ambos a Eduardo por sus soluciones alternativas de bajo
costo, o “eduardadas”.
El observatorio era una cascara hueca. Ni
sillas para sentarse.
Entonces tuvieron largas charlas con mate
amargo.
Esteban trajo su frase de buen psicólogo:
“lo inconsciente jamás pierde la memoria”. Ese fue el reinicio. Si la
astronomía estudia la memoria del universo porque no enfocar en un desarrollo
científico que haga visibilidad de lo inconsciente.
Poder verse como en un filme. –Agrego
Kalman.
La recuperación de aquello que se oculta en
lo olvidado, pero tiene la fuerza tremenda de interferir en el presente podría
ser sanador para los traumas. Insistió Esteban.
La decisión era probar la máquina que
traería Kalman desde California y en la cual se viene trabajando con enormes
precauciones hace años.
La experiencia con la máquina lectora de lo
inconsciente era tan experimental como secreta. La caja llegó rotulada como
“Anteojo de polarización de luz. Equipamiento observatorio astronómico”.
Eran 4 pequeñas máquinas tan similares en
su apariencia a los anteojos de realidad virtual.
La prueba fue tan exitosa como dramática.
Los 4 abandonaron la experiencia a menos de 30 minutos.
La lectora no solamente removía e instalaba
en imágenes lo pasado, sino que anticipaba o ¿imaginaba quizá? El futuro como
parte de un guion instalado en lo inconsciente.
Eduardo dijo “horrorosamente bello”.
Kalman se vio como anciano solitario en su
ciudad de Bonita. Sintió nauseas.
Klepka y Esteban vieron su muerte en
cercanías. Eso fue demasiado para la experiencia Funke.
La decisión fue unánime. La potencial reducción
de la incertidumbre de la vida a casi 0, no sería avance al conocimiento ni siquiera una curación de los traumas. La máquina de Kalman
volvería a estar escondida como una de las invenciones imposibles de circular
por este presente humano donde los avances –casi siempre- son mal utilizados
por el poder.
Los amigos cerraron la puerta, pusieron
candados. Que el Observatorio de Funke sea alguna vez un verdadero Observatorio
Astronómico.
La vida tan posible como irreversible en
cada cual los esperaba afuera.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
POEMA DES-ANDADO*
En la Estación
Central. Un hombre. Solo.
Llega y parte,
buscando andenes.
Siempre está de
regreso, aún de llegada.
En su mochila verde,
solo una golondrina,
un vértigo y una
antigua foto
amarillenta, de un
niño
y un caballo.
No, no está solo. Hay
una convención de soledades.
Aquelarre.
Están todos.
Nadie falta a la cita.
El hombre ciego,
atenazado a un banco,
pide.
Pide porque ha dado.
El niño con mocos
escarchados
y ojos que nunca
lloran.
¿Para qué hacerlo si
no han de consolarlo?
La mujer que vende su
fusión en tumbas solitarias
Boca de percal y
pechos de magnolias.
Tampoco falta el
viejo, alarife de soles
de puentes y andamios
que casi no recuerda.
Al lado de una bolsa
abandonada,
otra bolsa. Sin sexo.
Con un hálito de vida.
No conoce otra
historia que la nada.
Y está la vieja.
Añorando las rejas del
hospicio.
Meciéndose en una
hamaca de
cantos y de tiempo.
Y el tren que llega,
andando y desandando
condenado a no tener
raíz
a partir y a llegar.
El hombre trepa
en trasborde de
sueños.
Avanza, siempre avanza
sin mirar hacia atrás.
Antes del viejo
puente, al lado de un álamo
talado por un rayo, el
tren para.
Y el hombre no lo
piensa, solo salta
y vuelve al aquelarre.
Ellos están allí
¿adónde irían?
El hombre se
arrodilla.
Les da la golondrina.
Un apretón de manos
e inicia su regreso.
Ya no le teme al
vértigo.
Desanda soledades.
Penetra lentamente, en
la antigua foto amarillenta.
Allí lo esperan. El
niño y el caballo.
El silencio y el
miedo.
La raíz y la flor.
La vida y la palabra.
*De Amelia
Arellano.
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
-Próxima estación:
LOS
EUCALIPTOS.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
Blog histórico &
archivo:
https://inventivasocial.blogspot.com/
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