domingo, septiembre 03, 2023

LA BREVE ILUSIÓN.

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com

 

 







 

Vasijas griegas*

 

El encanto de la vasija es que el vacío tiene un límite,

a la absurda posibilidad de llenarlo de algo nuestro,

una gentileza de lo imposible a la propia voluntad.

Aunque visto de afuera es curiosidad y prudencia,

el miedo a lo desconocido, a un contenido ajeno.

A una muerte agazapada, a negar la mano sin ver,

a romper sin culpa un recinto consagrado por otro.

La breve ilusión de negar que el vacío es ilimitado,

que está en siempre en expansión como el universo.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MAÑANA, EL HOY MEJORARÁ*

 

 

Como a tantas generaciones, se nos cayeron las palabras de las manos y quedaron irremediablemente maculadas.

Ya no hubo forma de recomponer el héroe quebrado en fragmentos, de repintar la deslucida felicidad, de recuperar la honestidad así sin sentirse un tonto, esa palabra honestidad que rodó debajo de una pila de papeles sucios y cáscaras de naranja.

No hemos tenido desde entonces más que recuerdos de bellos conceptos que fueron hecho y vida en el pasado, pero son hoy, para nosotros, nostalgia y recuerdo. Nada es lo que fue, las frutas se nos pudren en los árboles.

Cuántas veces he leído “somos enanos en hombros de gigantes”, gigantes los antepasados, gigantes aquellos hombres y mujeres de proporciones épicas, gloriosos en un ayer iluminado como un cielo que tiene la llama viva del atardecer glorioso y a la vez es ocaso de tiernos, intimistas dorados.

Cuántas veces, al través de los libros y las épocas, hemos escrito la decepción de ver a una juventud sumida en la desintegración y la desidia, mientras que nos enorgullecemos de las indudables virtudes de nuestros abuelos. Nuestros abuelos trabajaron de sol a sol, se esforzaron, sacaron adelante a sus hijos, construyeron y sembraron, no como estos jóvenes que tienen todo servido pero son débiles, inconstantes, desagradecidos.

Pero quien añora un pasado feliz e impoluto añora lo que visto de lejos, engaña. El río Paraná en un día de sol y desde el puente, es celeste, brillante, reluciente de reflejos cristalinos. Espeja el cielo. Desde la orilla, sin embargo, es marrón como todo río que transita pesado y meandroso por la llanura. Y el río es siempre el mismo río, pero no obtenemos la misma impresión desde distintos observatorios.

Así, no vemos en nuestros días más que la corrupción y el desorden, mientras que suponemos que hubo un pasado, alguna vez, en el que las cosas eran justas y razonables. El río espeja el cielo, hacemos que el reflejo de ese pasado nos muestre lo que deseamos, lo que necesitamos ver.

Recuerdo un extenso panegírico de la primera mitad del siglo veinte, de la vida simple, los fuertes valores, la seguridad de los niños jugando en la calle, de la luz en los hogares que no expulsaban a sus viejos ni se desintegraban en divorcios, la comida saludable en cocinas llenas de frascos de vidrio, los juguetes de trapo, la blanca mesa enharinada para amasar, los patios con malvones, la solidez de las maderas macizas en los muebles hechos para durar varias generaciones. En fin, que uno acuerda y se solaza en una visión de la vida como fue y como debería ser. Por debajo, sin embargo, de tanta maravilla, por debajo del reflejo del cielo, del celeste prestado por el cielo, esto es, por la pátina que pone la evocación sobre los hechos concretos, podríamos referirnos a esa primera mitad del siglo con dos guerras mundiales, hornos crematorios, las mujeres sometidas, los pobres analfabetos, los judíos y negros denigrados, despreciados los inmigrantes, miles de niños trabajando en los campos y las fábricas, comunidades aborígenes pereciendo, padres de familia tiranos y violentos con su esposa y su prole. Todo estuvo allí, también, junto a las navidades con cintas y las alegres comparsas.

El pasado fue, el presente es, el futuro será, y la gente sigue cometiendo abominaciones y actos de una majestad redentora. Siempre estamos al final de los tiempos, siempre estamos en la disolución de la sociedad, en el trastrocamiento generalizado de las costumbres. Porque el mundo muta y se recompone como las fantásticas composiciones aleatorias de los caleidoscopios, y nosotros, subidos al filo del hoy, queremos que la máquina deje de girar, que la escena se fije en un único instante que corresponde a la brevedad de nuestras pobres vidas.

Y somos tan héroes, tan cobardes, tan traidores, tan generosos y tan humanos como siempre, enanos sobre enanos o gigantes sobre gigantes, qué más da, depende de quién mire y desde cuál atalaya.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 





 

 

Economía*

 

Y cuando

dejaste el cántaro guardado para la sed,

la hogaza

para los días de hambre,

cuando escondiste

bajo las tablas del piso

unas monedas,

y no miraste más.

¿Se olvida

lo que guardado espera por nosotros,

latiendo

como un animalito solo en la caverna?

¿Habrá intemperie alguna vez,

la suficiente,

para salir en busca de los dones

que escondimos

cuando la vida era buena,

pero fuimos

avaros?

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).

MADURA, (Editorial Sudestada 2021)

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

PAÍS DE AUSENCIA*

 

 

Estoy en el rincón de las cosas perdidas.

Perdida alma. Alma perdida.

Quiero decirte que siento nostalgias de ti.

Que se me vuelven los pasos de extrañarte.

Que soy una ojera que camina.

Que soy un ojo seco y una mirada húmeda.

Daría todo lo que tengo por estar contigo.

Por supuesto -tú lo sabes, elegiría el mar-.

Puede ser en las dunas. En el acantilado.

En los tugurios donde se juntan los marineros con las putas.

Daría todo. Todo. Lo que más amo.

Daría mis libros. Mi colección de cajas.

Mi cama -tu bien sabes cómo quiero mi cama-

Mi computadora. Mi elefante de ébano.

El rosario de la abuela.

Mi anillo de amatista. El caracol de mar.

Fíjate, hasta daría el sombrero de paja, cinta azul.

Solo una noche amor.

Te preguntaría tantas cosas.

Recorrería con la yema de mis dedos las marcas de tu ausencia.

No, no me importaría llegar a la cima.

Sería tu nana, tu nodriza. Tu hermana.

Me volvería pasionaria. Junco. Jarillal en flor.

Mordería tu silencio y tu grito.

Anegaría el huerto con tus ojos moros.

Miro hacia fuera Es verano y los brotes explotan.

Sin embargo, tengo frío. Tengo frío de ti.

¿Recuerdas nuestras calles?

Son ahora, una larga avenida de lamentos.

Tampoco está la luna.

A medida que escribo los dedos se adormecen

Adormecida, alma.

No sé si es nochería. Llovizna Ausencia.

No sé si vivo porque muero.

Pero me duele el frío.

Hasta los huesos, amor. Hasta los huesos.

 

*De Amelia Arellano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El en sí de las cosas*

 

 

Vuelvo de una noche aniquilada de sentido,

y me siento en la cama como un autómata

sin un control que me guíe. Caen mis pies

y encuentran las pantuflas por su cuenta.

Allí empieza mi batalla diaria por existir

para que lo real solidifique el vacío ciego

de la oscuridad. En el medio de la cual doy

cuatro pasos vacilantes sobre un piso que

nunca es la causa del titubeo que me tira.

Caigo en un mueble que surge del recuerdo

con esa fidelidad de objeto exento de duda.

Estiro la mano tanteando y siento la arista

siempre firme y leal del marco de la puerta,

suavizado en sus repetidas capas de pintura.

Vería manos de color marrón sobre marón,

si encendiera una luz artificial y repentina

que revele el mundo que estoy regresando

desde el pasado al presente y proyectando

a un mañana posible. Soy en ese momento

el náufrago que besa la arena de la isla.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 





 

Raíces y alas*

 

 

Somos la vida misma obstinada en persistir como aquellos virus que escaparon una y otra vez a todas las formas posibles de la extinción.

Llevo la memoria del nogal que me albergó años desde la semilla que mi madre alada enterró en este bosque, que no es un bosque como ustedes entienden, sino una zona de creación de nuevas formas de vida. Soy y seré golondrina, después de desprenderme de la corteza de ese ser que será recuerdo de madera al tiempo de mi partida. Vivo en los aires. En la mitad del ciclo anual haremos nido en algún refugio cercano a la ciudad de Bonita. Volveremos para comienzos de la primavera del sur con mi pareja.

Gestaremos huevos semillas de la especie. Confiaremos en la fuerza de la vida. Como una última desesperada utopía.

No hay en el esbozo de nuestra historia, nada que pueda parecérseles a una verdad de vuestra época.

Sólo el testimonio intangible de la propia existencia con un lejano origen. Cuando una abuela de 80 años creyó en la frase que nos gestó:

"Dicen que a los hijos hay que darles raíces y alas. Raíces para que sepan de dónde vienen y alas para que las desplieguen y vuelen a su propia vida en el momento justo"

Del legado de ese sueño existimos.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

 




 

 

*

 

 

Prisionera

de esta brava raíz

que me sostiene,

sigo erguida

a la espera de los vientos.

Destino

de árbol solitario

ser apenas la sombra

que refresque

al viajero.

Mi cuerpo

de áspero algarrobo

busca el cielo

y el piadoso huracán

que me arrebate

y haga

de estas pobres ramas

                                       vuelo.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 





 

 

 

El acta*

 

                        a mi madre Sara

  

Yo, que estoy en el medio del mar

leo el acta, que con unos cuadraditos marcados con una x

deja constancia de la muerte de mi madre

 

Mientras la rompo y el viento se la lleva

depositándola en unas olas gigantes

pienso en ella con sus lentes viejos, leyendo a Chejov

o las cartas de familiares de Rusia

y en aquellos años en que era feliz, paseando con mi padre

por la playa, mientras yo corría detrás de ellos

 

 Me doy vuelta y la veo sentada en una silla en la proa

rodeada por unos albatros que picotean restos de comida.

Me llama y me siento junto a ella

mientras saca unas fotos viejas

en paisajes extraños, junto a sus padres

y luego otras y otras, como un repaso de su vida

mientras hablamos de las cosas que quedaron sin hacer

de esos planes simples que teníamos y no pudimos realizar

 

Giro la vista al mar y cuando me doy vuelta para abrazarla

                                                             ya no está

a mis pies, veo la foto en que ella está delante de la casa de

                                                               sus padres

en la calle de la revolución

la llevo al camarote, la pego en la pared y me acuesto

                                                              a dormir

en el sueño, escucho su voz que me dice:

 

- No estés triste, hijo, ya nos veremos

 

Me despierto, me sirvo un vaso de vodka

y miro por el ojo de buey la tormenta que se avecina

voy a la sala de máquinas, a cumplir mi turno

y la escucho nuevamente:

 

 - Hijo, el hombre es lobo del hombre

 

Entonces pienso en ella, en esos viejos tiempos

donde soñaba un mundo más justo

sin imaginar que nos convertiríamos en bestias.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

(Cipolletti 1960)

-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.

Editorial leviatán. 2017

 

 

 

 


 

 

 

 

 

*

 

Lo que espera

por nosotros,

al regreso

de todos los caminos.

Lo que aguarda

inmutable,

paciente,

fatal,

ojalá sean los brazos

de la impasible muerte:

la caricia silente

de la mortalidad.

Ojalá

no enfrentemos

las máscaras obscenas

de nuestros miedos niños

llamando en los espejos,

pidiéndonos jugar.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

EN LA TIERRA DE LOS HOMBRES Y LAS MAQUINAS*

 

 

Mi casa ya no tiene memoria

pero habita debajo de mi piel,

donde el aire tibio del verano

avanza, apagando los jazmines

porque llega la navidad.

“Son piedras” – dice el demoledor,

ordenando a la cuadrilla

la desmantelación total

de la historia familiar,

el genocidio de todas las fiestas,

la deportación absoluta

de cada azulejo, destinado

ahora a engrosar

los depósitos gigantescos

de la empresa de demoliciones.

“Son piedras” – dice el capataz,

mientras todos los deudos

al unísono, tiramos

desde la vereda de enfrente

los claveles más blancos

que encontramos

en la tierra de los hombres

y las máquinas.

 

*De Jorge Palma. jpalma@adinet.com.uy

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Es necesario estar entre la espada y la pared para comenzar a hablar con alguien. La comodidad, la soltura nos llevan a una comunicación generalmente impersonal en la que cada uno renuncia a sí mismo para que hable el discurso en general.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Estación Los Eucaliptos*

 

 

*Por Alberto Di Matteo. licaldima@gmail.com

 

El amigo Coiro acaba de enviarme otro mail, encargándome un nuevo texto para InvenTren. Luego de la grata experiencia de volver al ruedo literario hace quince días, la tarea no amenaza ser dolorosa. Siento los dedos más sueltos que cuando encarase la fantasía cómica de Estación Funke, pero el ojo de la imaginación no me encuentra en mi mejor momento. Por lo tanto, releo el título de la Estación y me dejo llevar una vez más por la asociación libre.

Coiro me envía videos de YouTube donde un par de nostálgicos han filmado los actuales paisajes de la ex Parada Los Eucaliptos, perteneciente al extinto Ferrocarril Provincial. Lugares campestres que apenas dejan vislumbrar la presencia del hombre a través de algunas casas, varias tranqueras, y mucha ruina. Al menos, reconforta ver que las imágenes brillan bajo un sol pampeano que se intuye cálido y esperanzador.

Entonces recuerdo algo que me retrotrae en el tiempo, quizá imbuido por el aura desoladora de lo que fuera y ya no es, del pegajoso ámbito de precariedad que me transmiten los espacios vacíos del terreno donde alguna vez existió una estación, con telégrafo incorporado. Los Eucaliptos también se llama un barrio del conurbano bonaerense emplazado en el Municipio de Quilmes, donde hace casi diez años realicé visitas domiciliaras motivadas por mi trabajo como psicólogo perteneciente a la Secretaría de Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires.

En aquel entonces, tomé otro ramal ferroviario, el eléctrico hacia Florencio Varela, desde donde combiné con un colectivo para llegar hasta la esquina del semáforo de Avenida La Plata y Lamadrid. Mi compañera Natalia arriba pocos minutos después con su auto, y una vez que estaciona, nos saludamos en la vereda, subiéndonos hasta el cuello los cierres de las camperas.

—¿De veras estás listo, Albertito? ¿O vas a arrugar antes de entrar? —me provoca ella, con una risita. —¿La verdad? Ni sé cómo te animás a venir.

—Si llegamos hasta acá, no me voy a echar atrás. Además, si nos pasa algo malo, me vas a defender vos…

Caminamos con sigilo hacia el hueco entre ambos edificios de tres plantas, donde se abre la entrada hacia la villa, sita en el corazón de la manzana: la mayor cocina de paco del conurbano.

El panorama es decadente. Mugre y abandono impactan a la vista, así como los jóvenes tirados contra los cimientos de las casas, hundidos en el tanático sopor del consumo. Naty ahoga por un rato el buen humor y avanza segura sin mirar demasiado alrededor, sabiendo de antemano cuál es la casa en la que debemos entrar. Yo espío de reojo, sin perder detalle, pero al mismo tiempo queriendo pasar desapercibido a cada paso que damos, mientras nos internamos en terreno desconocido.

En el domicilio señalado, ya hay gente de pie junto a la puerta. Con Naty nos ponemos en guardia, pero disimulando. Estos de la puerta deberían estar durmiendo, y no amanecidos. Los rumores acerca de la proliferación de los “tranzas” en el domicilio de arresto del joven posiblemente sean ciertos.

—Buen día —saluda Naty, sin cordialidad, ni vacilación. —¿Christopher se encuentra?

—¿Quién lo busca? —desafía un morocho, con una gorra de Boca y mirada torcida.

—Somos del Centro de Referencia. Venimos por una entrevista.

—¿Para qué? —insiste el de la puerta.

—Para ayudarlo antes de que vaya preso —sostiene Naty. —¿Vos sos el padre?

Con un movimiento de cabeza, el de la gorra de Boca le indica al otro, con camiseta del Barcelona y ojos irritados, que entre en la casa, sin quitarnos la vista de encima. Naty me mira, yo arqueo las cejas, dudando. ¿Será factible realizar la visita, o mejor volvemos en otro momento? ¿Qué nos diría Liliana, nuestra coordinadora? Que no salgamos con un día de tormenta como éste, eso seguro.

El de la camiseta del Barcelona vuelve enseguida, acompañado por una mujer teñida de rubio y con anteojos recetados, ajenos a este entorno social.

—Buen día, ¿cómo están? —nos saluda la madre, afable. —Pasen, sin vergüenza.

—¿Podemos? —dice Naty, mirando de arriba abajo a los “custodios” de la entrada.

—Sí. Déjenlos pasar, son de confianza —informa ella, y los jóvenes se apartan.

Ingresamos en una habitación indescriptible, oscura y desordenada más allá de cualquier imaginación. Nos acercamos a una mesa pero permanecemos de pie. No hay niños a la vista. La inquietud (y el aroma de la marihuana) impregnan el ambiente.

—¿Y su hijo? ¿Se levantó? —dice Naty, intentando contener la respiración, creyendo que sería mala idea sacar el celular para tomar con discreción una foto de la escena.

—Ya le aviso que están acá —señala la madre, antes de retirarse por un recodo.

Miro por sobre mi hombro; ambos “custodios” han entrado y nos vigilan la espalda. De pronto, maldigo la idea de acompañar a Naty a hacer justamente esta visita, maldigo la idea de que cualquiera de nuestras compañeras deba internarse en lugares riesgosos como éste, maldigo la idea de estar a punto de padecer la peor experiencia de vida desde que ingresara a este trabajo.

Esmirriado y ojeroso, Christopher se levanta de mala gana, belicoso y angustiado a la vez. Nos contempla extrañado, repudiando la visita.

—¿Otra vez? —increpa a Natalia, al verla de nuevo en su casa.

—Esta, y muchas otras veces —responde ella. —Te recuerdo que por esta causa debés cumplir un arresto domiciliario, por el que tengo que visitarte todas las semanas.

—¿Y por qué no me hace todas las preguntas juntas? Así la veo una vez por mes.

—Porque tengo que saber cómo estás llevando el arresto, todas las semanas —reitera Naty, segura. —¿Te molesta mucho que venga?

—Por favor, señora —concilia la madre. —No le haga caso. Su presencia no molesta.

—A su hijo parece que sí.

—¡A mí me jode que vengan a molestar a cada rato por algo que yo no hice! —estalla Christopher.

—Si no hiciste nada, ¿por qué no colaborás? Así se te hace más fácil transitar esta causa —intercedo yo, casi con suavidad. —¿Cómo la venís pasando?

—¡Me tienen todos harto!!! —grita Christopher. —¡La yuta por pegarme, los jueces por acusarme, mi viejo por dejarme, y mi vieja por querer internarme por drogón!!! ¡No le importo a nadie!!! ¡Encima vienen Uds. a cada rato, a joderme por las cosas que hago!!!

—Pero dijiste que no habías hecho nada… —le señalo, sin rematar la frase.

—El siempre se pone así… —lo disculpa la madre. —Ya no sé qué hacer…

—¡Pitu!!! —exclama el de la gorra de Boca, por sobre el hombro de los agentes de la Secretaría de Niñez y Adolescencia. —¡Vos sabés que te bancamos a muerte!!!

—Bueeenooo… ¿Qué tal si nos calmamos? —advierte Naty, mirando a todos en derredor, y dirigiéndose hacia los “custodios”: —¿Uds. podrían dejarnos un ratito a solas con la familia? Cuanto antes terminemos, antes nos vamos.

—Chicos, por favor… —comienza la madre, pero la interrumpe el de la gorra de Boca.

—¡No le rompan más las pelotas al Pitu!!! ¡Que acá en el barrio tiene aguante!!!

Nos miramos con Natalia; será mejor que nos vayamos. Esto no da para más.

—Muy bien; como Uds. quieran —dice Naty, bajando la mirada y extrayendo de su carpeta verde claro la planilla de visita que debe firmar el joven de referencia.

—¿No entendés, rubia? —exclama el de la gorra, cada vez más exaltado, y le quita la planilla de un manotazo, haciendo un bollo y arrojándola a un costado. —¡Tomatelás!!!

—Está bien, tranquilo… —retrocedo, con las palmas de mis manos en alto. —No jodemos más, ya nos vamos.

—¡Sí: andate vos también, anteojito!!! —exclama el de la gorra, tirando otro manotazo con la palma abierta, impactando sobre la pechera de mi campera.

El de la camiseta del Barcelona parece despertarse de golpe, queriendo sumarse a la provocación. La madre del joven quiere interceder, dirigiéndose alternativamente a cada uno de los jóvenes y a su hijo, pero nadie la escucha, ni siquiera yo, concentrado en ambos “custodios”, con mirada penetrante, bajando ambas palmas, preparado para lo que sea.

De pronto, el clima de tensión se quiebra al arrojar Christopher la primera piedra, al grito de:

—¡Váyanse de una puta veeez!!! —empujando a Natalia, quien trastabilla, agitando los brazos, y cae de costado en manos de los “custodios”.

El tiempo parece detenerse. Comienzo a registrar la escena a mi alrededor como si transcurriese en cámara lenta, sin perder detalle. De una rápida reacción dependerá la integridad de ambos. Si pienso demasiado, quedaré paralizado en el lugar, expuesto a cualquier ataque. Por eso, me obligo a liberar la tensión acumulada, y salir de allí a como dé lugar.

Lejos de cualquier fantasía, ajeno a mi particular pantalla profesional, doy un veloz paso adelante y lanzo un puñetazo con la derecha, directo a la nariz del de la gorra de Boca, sintiendo el crujido del tabique, mientras abro la mano izquierda y empujo la cabeza del de la camiseta del Barcelona contra la pared, mientras Naty se escurre hacia el piso, logrando zafarse de los brazos de ambos “custodios”. Christopher se lanza hacia nosotros en medio de un aullido, y antes de que yo consiga girar para enfrentarlo, Naty salta desde el piso, embistiendo al joven con ambas manos, para que ambos caigan de rodillas.

Vuelvo a mirar a los “custodios”: el de la camiseta del Barcelona vacila, aturdido por el golpe y el consumo; el de la gorra de Boca se tambalea con la nariz rota, la boca llena de sangre, y mirada de odio. Antes de que siga reaccionando, vuelvo a pegarle, esta vez en la mandíbula, sintiendo un intenso dolor en los nudillos, pero logrando noquear al joven, quien cae de espaldas contra la pared.

Christopher intenta ponerse de pie; Naty, de rodillas, aferra un vaso de la mesa y lo impacta contra la cabeza del joven, mientras se incorpora, dispuesta a correr. De costado, yo percibo su movimiento y la tomo de un brazo, tirando de ella hacia la puerta, mientras manoteo el picaporte y salimos a los tropezones, intentando recuperar el equilibrio.

—¡Los voy a denunciar!!! —grita la madre de Christopher, mientras escapamos.

Afuera, negras y amenazantes, las nubes de tormenta se aplastan sobre los techos de los edificios, rasgadas por los primeros relámpagos, convirtiendo la escena en un espectáculo de pesadilla. El miedo, los nervios, la frustración, se conjugan para impulsarnos a correr, rogando que nadie se levante de ningún zaguán para salirnos al cruce. El terreno irregular de los cincuenta metros que nos separan de la calle nos hace tambalear en la carrera, sin soltarnos de las manos, llevando un ritmo que intenta ser parejo, sintiendo el mayor deseo de escapar que hayamos imaginado jamás.

El primer cascotazo impacta sobre mi hombro derecho, muy cerca de mi cabeza. El segundo contra la pantorrilla izquierda de Natalia. Los últimos impactos nos pican cerca, sin alcanzarnos, pero ambos, entre insultos y sin dejar de correr, oteamos hacia atrás, buscando a nuestros agresores. Es el “custodio” de la camiseta del Barcelona, aún mareado, cuya figura se destaca en la penumbra de la mañana por un fogonazo estelar.

Un trueno descomunal nos aturde al llegar a la vereda, girando en un recodo y quedando bajo la protección de los edificios lindantes a Lamadrid. Seguimos corriendo hasta el semáforo, volviendo la cabeza para vigilar que nadie nos siga. El contacto con los vehículos y las luces de la avenida parece devolvernos a la realidad, aunque no tanto como para detener la carrera: intento cruzar Avenida La Plata sin mirar, y casi soy arrollado por un auto blanco, que frena con un chirrido, sin golpear mis pantorrillas.

—¿Dónde vas, boludo??? —grita Naty, tirando de mi brazo, a fin de retenerme cerca de la vereda, y liberando toda la angustia. —¡Lo que me faltaba para completar este puto día!!! ¡Que te me mueras!!!

Yo respiro agitado al borde de la vereda, mientras ella saca su celular para llamar al Centro. Y aturdido, con la boca pastosa, intentando una sonrisa, flexionando el torso y tomándome de las rodillas a fin de recuperar el aliento, le susurro:

—Yo con vos no salgo más…

La imagen se va desdibujando, mientras regresan las tomas de video captadas por el celular del youtuber, el rasguido del viento contra el micrófono de ese celular, la voz del ignoto narrador… Y los eucaliptos de la pampa, mudos testigos de una zona ferroviaria donde otro país fuera posible, en el que (entre muchas otras cosas) el consumo de sustancias problemáticas no hundiese a los adolescentes en el cruel manotazo de ahogado del delito.

 

 

 

*

 

-Alberto Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.

Escribe desde principios de su escuela secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en diversos certámenes literarios.

-Ha publicado en Inventiva Social cuentos para la serie InvenTren en recorridos literarios iniciados en el año 2002.

Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el mundo".

 

 

 

-Próxima estación:

 

LOS EUCALIPTOS.    

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:

 

FRANCISCO A. BERRA.

 

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LOMA VERDE.  

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

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GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.  

 

ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.   

 

J. R. MORENO.   

 

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ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  

 

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