*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com
Vasijas griegas*
El encanto de la
vasija es que el vacío tiene un límite,
a la absurda
posibilidad de llenarlo de algo nuestro,
una gentileza de lo
imposible a la propia voluntad.
Aunque visto de afuera
es curiosidad y prudencia,
el miedo a lo desconocido,
a un contenido ajeno.
A una muerte
agazapada, a negar la mano sin ver,
a romper sin culpa un
recinto consagrado por otro.
La breve ilusión de
negar que el vacío es ilimitado,
que está en siempre en
expansión como el universo.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
MAÑANA,
EL HOY MEJORARÁ*
Como a tantas generaciones, se nos cayeron
las palabras de las manos y quedaron irremediablemente maculadas.
Ya no hubo forma de recomponer el héroe
quebrado en fragmentos, de repintar la deslucida felicidad, de recuperar la
honestidad así sin sentirse un tonto, esa palabra honestidad que rodó debajo de
una pila de papeles sucios y cáscaras de naranja.
No hemos tenido desde entonces más que
recuerdos de bellos conceptos que fueron hecho y vida en el pasado, pero son
hoy, para nosotros, nostalgia y recuerdo. Nada es lo que fue, las frutas se nos
pudren en los árboles.
Cuántas veces he leído “somos enanos en
hombros de gigantes”, gigantes los antepasados, gigantes aquellos hombres y
mujeres de proporciones épicas, gloriosos en un ayer iluminado como un cielo
que tiene la llama viva del atardecer glorioso y a la vez es ocaso de tiernos,
intimistas dorados.
Cuántas veces, al través de los libros y
las épocas, hemos escrito la decepción de ver a una juventud sumida en la
desintegración y la desidia, mientras que nos enorgullecemos de las indudables
virtudes de nuestros abuelos. Nuestros abuelos trabajaron de sol a sol, se
esforzaron, sacaron adelante a sus hijos, construyeron y sembraron, no como
estos jóvenes que tienen todo servido pero son débiles, inconstantes,
desagradecidos.
Pero quien añora un pasado feliz e impoluto
añora lo que visto de lejos, engaña. El río Paraná en un día de sol y desde el
puente, es celeste, brillante, reluciente de reflejos cristalinos. Espeja el
cielo. Desde la orilla, sin embargo, es marrón como todo río que transita
pesado y meandroso por la llanura. Y el río es siempre el mismo río, pero no
obtenemos la misma impresión desde distintos observatorios.
Así, no vemos en nuestros días más que la
corrupción y el desorden, mientras que suponemos que hubo un pasado, alguna
vez, en el que las cosas eran justas y razonables. El río espeja el cielo,
hacemos que el reflejo de ese pasado nos muestre lo que deseamos, lo que
necesitamos ver.
Recuerdo un extenso panegírico de la
primera mitad del siglo veinte, de la vida simple, los fuertes valores, la
seguridad de los niños jugando en la calle, de la luz en los hogares que no
expulsaban a sus viejos ni se desintegraban en divorcios, la comida saludable
en cocinas llenas de frascos de vidrio, los juguetes de trapo, la blanca mesa
enharinada para amasar, los patios con malvones, la solidez de las maderas
macizas en los muebles hechos para durar varias generaciones. En fin, que uno
acuerda y se solaza en una visión de la vida como fue y como debería ser. Por
debajo, sin embargo, de tanta maravilla, por debajo del reflejo del cielo, del
celeste prestado por el cielo, esto es, por la pátina que pone la evocación
sobre los hechos concretos, podríamos referirnos a esa primera mitad del siglo
con dos guerras mundiales, hornos crematorios, las mujeres sometidas, los
pobres analfabetos, los judíos y negros denigrados, despreciados los
inmigrantes, miles de niños trabajando en los campos y las fábricas,
comunidades aborígenes pereciendo, padres de familia tiranos y violentos con su
esposa y su prole. Todo estuvo allí, también, junto a las navidades con cintas
y las alegres comparsas.
El pasado fue, el presente es, el futuro
será, y la gente sigue cometiendo abominaciones y actos de una majestad
redentora. Siempre estamos al final de los tiempos, siempre estamos en la
disolución de la sociedad, en el trastrocamiento generalizado de las
costumbres. Porque el mundo muta y se recompone como las fantásticas
composiciones aleatorias de los caleidoscopios, y nosotros, subidos al filo del
hoy, queremos que la máquina deje de girar, que la escena se fije en un único
instante que corresponde a la brevedad de nuestras pobres vidas.
Y somos tan héroes, tan cobardes, tan
traidores, tan generosos y tan humanos como siempre, enanos sobre enanos o
gigantes sobre gigantes, qué más da, depende de quién mire y desde cuál
atalaya.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Economía*
Y cuando
dejaste el cántaro
guardado para la sed,
la hogaza
para los días de
hambre,
cuando escondiste
bajo las tablas del
piso
unas monedas,
y no miraste más.
¿Se olvida
lo que guardado espera
por nosotros,
latiendo
como un animalito solo
en la caverna?
¿Habrá intemperie
alguna vez,
la suficiente,
para salir en busca de
los dones
que escondimos
cuando la vida era
buena,
pero fuimos
avaros?
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City
Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).
MADURA, (Editorial Sudestada 2021)
-Quiero sacar la
cabeza por la ventanilla de tu coche.
Halley ediciones (2022)
-Coordina Microversos, talleres de
exploración literaria
PAÍS
DE AUSENCIA*
Estoy en el rincón de las cosas perdidas.
Perdida alma. Alma perdida.
Quiero decirte que siento nostalgias de ti.
Que se me vuelven los pasos de extrañarte.
Que soy una ojera que camina.
Que soy un ojo seco y una mirada húmeda.
Daría todo lo que tengo por estar contigo.
Por supuesto -tú lo sabes, elegiría el
mar-.
Puede ser en las dunas. En el acantilado.
En los tugurios donde se juntan los
marineros con las putas.
Daría todo. Todo. Lo que más amo.
Daría mis libros. Mi colección de cajas.
Mi cama -tu bien sabes cómo quiero mi cama-
Mi computadora. Mi elefante de ébano.
El rosario de la abuela.
Mi anillo de amatista. El caracol de mar.
Fíjate, hasta daría el sombrero de paja,
cinta azul.
Solo una noche amor.
Te preguntaría tantas cosas.
Recorrería con la yema de mis dedos las
marcas de tu ausencia.
No, no me importaría llegar a la cima.
Sería tu nana, tu nodriza. Tu hermana.
Me volvería pasionaria. Junco. Jarillal en
flor.
Mordería tu silencio y tu grito.
Anegaría el huerto con tus ojos moros.
Miro hacia fuera Es verano y los brotes
explotan.
Sin embargo, tengo frío. Tengo frío de ti.
¿Recuerdas nuestras calles?
Son ahora, una larga avenida de lamentos.
Tampoco está la luna.
A medida que escribo los dedos se adormecen
Adormecida, alma.
No sé si es nochería. Llovizna Ausencia.
No sé si vivo porque muero.
Pero me duele el frío.
Hasta los huesos, amor. Hasta los huesos.
*De Amelia
Arellano.
El en sí de las cosas*
Vuelvo de una noche
aniquilada de sentido,
y me siento en la cama
como un autómata
sin un control que me
guíe. Caen mis pies
y encuentran las
pantuflas por su cuenta.
Allí empieza mi
batalla diaria por existir
para que lo real
solidifique el vacío ciego
de la oscuridad. En el
medio de la cual doy
cuatro pasos
vacilantes sobre un piso que
nunca es la causa del
titubeo que me tira.
Caigo en un mueble que
surge del recuerdo
con esa fidelidad de
objeto exento de duda.
Estiro la mano
tanteando y siento la arista
siempre firme y leal
del marco de la puerta,
suavizado en sus
repetidas capas de pintura.
Vería manos de color
marrón sobre marón,
si encendiera una luz
artificial y repentina
que revele el mundo
que estoy regresando
desde el pasado al
presente y proyectando
a un mañana posible.
Soy en ese momento
el náufrago que besa
la arena de la isla.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
Raíces
y alas*
Somos la vida misma obstinada en persistir
como aquellos virus que escaparon una y otra vez a todas las formas posibles de
la extinción.
Llevo la memoria del nogal que me albergó
años desde la semilla que mi madre alada enterró en este bosque, que no es un
bosque como ustedes entienden, sino una zona de creación de nuevas formas de
vida. Soy y seré golondrina, después de desprenderme de la corteza de ese ser
que será recuerdo de madera al tiempo de mi partida. Vivo en los aires. En la
mitad del ciclo anual haremos nido en algún refugio cercano a la ciudad de
Bonita. Volveremos para comienzos de la primavera del sur con mi pareja.
Gestaremos huevos semillas de la especie.
Confiaremos en la fuerza de la vida. Como una última desesperada utopía.
No hay en el esbozo de nuestra historia,
nada que pueda parecérseles a una verdad de vuestra época.
Sólo el testimonio intangible de la propia
existencia con un lejano origen. Cuando una abuela de 80 años creyó en la frase
que nos gestó:
"Dicen que a los
hijos hay que darles raíces y alas. Raíces para que sepan de dónde vienen y
alas para que las desplieguen y vuelen a su propia vida en el momento
justo"
Del legado de ese sueño existimos.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
*
Prisionera
de esta brava raíz
que me sostiene,
sigo erguida
a la espera de los vientos.
Destino
de árbol solitario
ser apenas la sombra
que refresque
al viajero.
Mi cuerpo
de áspero algarrobo
busca el cielo
y el piadoso huracán
que me arrebate
y haga
de estas pobres ramas
vuelo.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
El
acta*
a mi madre Sara
Yo, que estoy en el medio del mar
leo el acta, que con unos cuadraditos
marcados con una x
deja constancia de la muerte de mi madre
Mientras la rompo y el viento se la lleva
depositándola en unas olas gigantes
pienso en ella con sus lentes viejos, leyendo
a Chejov
o las cartas de familiares de Rusia
y en aquellos años en que era feliz,
paseando con mi padre
por la playa, mientras yo corría detrás de
ellos
Me
doy vuelta y la veo sentada en una silla en la proa
rodeada por unos albatros que picotean restos de comida.
Me llama y me siento junto a ella
mientras saca unas fotos viejas
en paisajes extraños, junto a sus padres
y luego otras y otras, como un repaso de su
vida
mientras hablamos de las cosas que quedaron
sin hacer
de esos planes simples que teníamos y no
pudimos realizar
Giro la vista al mar y cuando me doy vuelta
para abrazarla
ya no está
a mis pies, veo la foto en que ella está
delante de la casa de
sus padres
en la calle de la revolución
la llevo al camarote, la pego en la pared y
me acuesto
a
dormir
en el sueño, escucho su voz que me dice:
- No estés triste,
hijo, ya nos veremos
Me despierto, me sirvo un vaso de vodka
y miro por el ojo de buey la tormenta que
se avecina
voy a la sala de máquinas, a cumplir mi
turno
y la escucho nuevamente:
- Hijo, el hombre es lobo del hombre
Entonces pienso en ella, en esos viejos
tiempos
donde soñaba un mundo más justo
sin imaginar que nos convertiríamos en
bestias.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
(Cipolletti 1960)
-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.
Editorial leviatán. 2017
*
Lo que espera
por nosotros,
al regreso
de todos los caminos.
Lo que aguarda
inmutable,
paciente,
fatal,
ojalá sean los brazos
de la impasible
muerte:
la caricia silente
de la mortalidad.
Ojalá
no enfrentemos
las máscaras obscenas
de nuestros miedos
niños
llamando en los
espejos,
pidiéndonos jugar.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
EN LA
TIERRA DE LOS HOMBRES Y LAS MAQUINAS*
Mi casa ya no tiene memoria
pero habita debajo de mi piel,
donde el aire tibio del verano
avanza, apagando los jazmines
porque llega la navidad.
“Son piedras” – dice el demoledor,
ordenando a la cuadrilla
la desmantelación total
de la historia familiar,
el genocidio de todas las fiestas,
la deportación absoluta
de cada azulejo, destinado
ahora a engrosar
los depósitos gigantescos
de la empresa de demoliciones.
“Son piedras” – dice el capataz,
mientras todos los deudos
al unísono, tiramos
desde la vereda de enfrente
los claveles más blancos
que encontramos
en la tierra de los hombres
y las máquinas.
*De Jorge
Palma. jpalma@adinet.com.uy
*
Es necesario estar
entre la espada y la pared para comenzar a hablar con alguien. La comodidad, la
soltura nos llevan a una comunicación generalmente impersonal en la que cada
uno renuncia a sí mismo para que hable el discurso en general.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Estación
Los Eucaliptos*
*Por Alberto
Di Matteo. licaldima@gmail.com
El amigo Coiro acaba de enviarme otro mail,
encargándome un nuevo texto para InvenTren.
Luego de la grata experiencia de volver al ruedo literario hace quince días, la
tarea no amenaza ser dolorosa. Siento los dedos más sueltos que cuando encarase
la fantasía cómica de Estación Funke, pero el ojo de la imaginación no me
encuentra en mi mejor momento. Por lo tanto, releo el título de la Estación y
me dejo llevar una vez más por la asociación libre.
Coiro me envía videos de YouTube donde un
par de nostálgicos han filmado los actuales paisajes de la ex Parada Los
Eucaliptos, perteneciente al extinto Ferrocarril Provincial. Lugares campestres
que apenas dejan vislumbrar la presencia del hombre a través de algunas casas,
varias tranqueras, y mucha ruina. Al menos, reconforta ver que las imágenes
brillan bajo un sol pampeano que se intuye cálido y esperanzador.
Entonces recuerdo algo que me retrotrae en
el tiempo, quizá imbuido por el aura desoladora de lo que fuera y ya no es, del
pegajoso ámbito de precariedad que me transmiten los espacios vacíos del
terreno donde alguna vez existió una estación, con telégrafo incorporado. Los
Eucaliptos también se llama un barrio del conurbano bonaerense emplazado en el
Municipio de Quilmes, donde hace casi diez años realicé visitas domiciliaras
motivadas por mi trabajo como psicólogo perteneciente a la Secretaría de Niñez
y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires.
En aquel entonces, tomé otro ramal
ferroviario, el eléctrico hacia Florencio Varela, desde donde combiné con un
colectivo para llegar hasta la esquina del semáforo de Avenida La Plata y
Lamadrid. Mi compañera Natalia arriba pocos minutos después con su auto, y una
vez que estaciona, nos saludamos en la vereda, subiéndonos hasta el cuello los
cierres de las camperas.
—¿De veras estás listo, Albertito? ¿O vas a
arrugar antes de entrar? —me provoca ella, con una risita. —¿La verdad? Ni sé
cómo te animás a venir.
—Si llegamos hasta acá, no me voy a echar
atrás. Además, si nos pasa algo malo, me vas a defender vos…
Caminamos con sigilo hacia el hueco entre
ambos edificios de tres plantas, donde se abre la entrada hacia la villa, sita
en el corazón de la manzana: la mayor cocina de paco del conurbano.
El panorama es decadente. Mugre y abandono
impactan a la vista, así como los jóvenes tirados contra los cimientos de las
casas, hundidos en el tanático sopor del consumo. Naty ahoga por un rato el
buen humor y avanza segura sin mirar demasiado alrededor, sabiendo de antemano
cuál es la casa en la que debemos entrar. Yo espío de reojo, sin perder
detalle, pero al mismo tiempo queriendo pasar desapercibido a cada paso que
damos, mientras nos internamos en terreno desconocido.
En el domicilio señalado, ya hay gente de
pie junto a la puerta. Con Naty nos ponemos en guardia, pero disimulando. Estos
de la puerta deberían estar durmiendo, y no amanecidos. Los rumores acerca de
la proliferación de los “tranzas” en el domicilio de arresto del joven
posiblemente sean ciertos.
—Buen día —saluda Naty, sin cordialidad, ni
vacilación. —¿Christopher se encuentra?
—¿Quién lo busca? —desafía un morocho, con
una gorra de Boca y mirada torcida.
—Somos del Centro de Referencia. Venimos
por una entrevista.
—¿Para qué? —insiste el de la puerta.
—Para ayudarlo antes de que vaya preso
—sostiene Naty. —¿Vos sos el padre?
Con un movimiento de cabeza, el de la gorra
de Boca le indica al otro, con camiseta del Barcelona y ojos irritados, que
entre en la casa, sin quitarnos la vista de encima. Naty me mira, yo arqueo las
cejas, dudando. ¿Será factible realizar la visita, o mejor volvemos en otro
momento? ¿Qué nos diría Liliana, nuestra coordinadora? Que no salgamos con un
día de tormenta como éste, eso seguro.
El de la camiseta del Barcelona vuelve
enseguida, acompañado por una mujer teñida de rubio y con anteojos recetados,
ajenos a este entorno social.
—Buen día, ¿cómo están? —nos saluda la
madre, afable. —Pasen, sin vergüenza.
—¿Podemos? —dice Naty, mirando de arriba
abajo a los “custodios” de la entrada.
—Sí. Déjenlos pasar, son de confianza
—informa ella, y los jóvenes se apartan.
Ingresamos en una habitación
indescriptible, oscura y desordenada más allá de cualquier imaginación. Nos
acercamos a una mesa pero permanecemos de pie. No hay niños a la vista. La
inquietud (y el aroma de la marihuana) impregnan el ambiente.
—¿Y su hijo? ¿Se levantó? —dice Naty,
intentando contener la respiración, creyendo que sería mala idea sacar el
celular para tomar con discreción una foto de la escena.
—Ya le aviso que están acá —señala la
madre, antes de retirarse por un recodo.
Miro por sobre mi hombro; ambos “custodios”
han entrado y nos vigilan la espalda. De pronto, maldigo la idea de acompañar a
Naty a hacer justamente esta visita, maldigo la idea de que cualquiera de
nuestras compañeras deba internarse en lugares riesgosos como éste, maldigo la
idea de estar a punto de padecer la peor experiencia de vida desde que
ingresara a este trabajo.
Esmirriado y ojeroso, Christopher se
levanta de mala gana, belicoso y angustiado a la vez. Nos contempla extrañado,
repudiando la visita.
—¿Otra vez? —increpa a Natalia, al verla de
nuevo en su casa.
—Esta, y muchas otras veces —responde ella.
—Te recuerdo que por esta causa debés cumplir un arresto domiciliario, por el
que tengo que visitarte todas las semanas.
—¿Y por qué no me hace todas las preguntas
juntas? Así la veo una vez por mes.
—Porque tengo que saber cómo estás llevando
el arresto, todas las semanas —reitera Naty, segura. —¿Te molesta mucho que
venga?
—Por favor, señora —concilia la madre. —No
le haga caso. Su presencia no molesta.
—A su hijo parece que sí.
—¡A mí me jode que vengan a molestar a cada
rato por algo que yo no hice! —estalla Christopher.
—Si no hiciste nada, ¿por qué no colaborás?
Así se te hace más fácil transitar esta causa —intercedo yo, casi con suavidad.
—¿Cómo la venís pasando?
—¡Me tienen todos harto!!! —grita
Christopher. —¡La yuta por pegarme, los jueces por acusarme, mi viejo por
dejarme, y mi vieja por querer internarme por drogón!!! ¡No le importo a
nadie!!! ¡Encima vienen Uds. a cada rato, a joderme por las cosas que hago!!!
—Pero dijiste que no habías hecho nada… —le
señalo, sin rematar la frase.
—El siempre se pone así… —lo disculpa la
madre. —Ya no sé qué hacer…
—¡Pitu!!! —exclama el de la gorra de Boca,
por sobre el hombro de los agentes de la Secretaría de Niñez y Adolescencia.
—¡Vos sabés que te bancamos a muerte!!!
—Bueeenooo… ¿Qué tal si nos calmamos?
—advierte Naty, mirando a todos en derredor, y dirigiéndose hacia los “custodios”:
—¿Uds. podrían dejarnos un ratito a solas con la familia? Cuanto antes
terminemos, antes nos vamos.
—Chicos, por favor… —comienza la madre,
pero la interrumpe el de la gorra de Boca.
—¡No le rompan más las pelotas al Pitu!!!
¡Que acá en el barrio tiene aguante!!!
Nos miramos con Natalia; será mejor que nos
vayamos. Esto no da para más.
—Muy bien; como Uds. quieran —dice Naty,
bajando la mirada y extrayendo de su carpeta verde claro la planilla de visita
que debe firmar el joven de referencia.
—¿No entendés, rubia? —exclama el de la
gorra, cada vez más exaltado, y le quita la planilla de un manotazo, haciendo
un bollo y arrojándola a un costado. —¡Tomatelás!!!
—Está bien, tranquilo… —retrocedo, con las
palmas de mis manos en alto. —No jodemos más, ya nos vamos.
—¡Sí: andate vos también, anteojito!!!
—exclama el de la gorra, tirando otro manotazo con la palma abierta, impactando
sobre la pechera de mi campera.
El de la camiseta del Barcelona parece
despertarse de golpe, queriendo sumarse a la provocación. La madre del joven
quiere interceder, dirigiéndose alternativamente a cada uno de los jóvenes y a
su hijo, pero nadie la escucha, ni siquiera yo, concentrado en ambos
“custodios”, con mirada penetrante, bajando ambas palmas, preparado para lo que
sea.
De pronto, el clima de tensión se quiebra
al arrojar Christopher la primera piedra, al grito de:
—¡Váyanse de una puta veeez!!! —empujando a
Natalia, quien trastabilla, agitando los brazos, y cae de costado en manos de
los “custodios”.
El tiempo parece detenerse. Comienzo a
registrar la escena a mi alrededor como si transcurriese en cámara lenta, sin
perder detalle. De una rápida reacción dependerá la integridad de ambos. Si
pienso demasiado, quedaré paralizado en el lugar, expuesto a cualquier ataque.
Por eso, me obligo a liberar la tensión acumulada, y salir de allí a como dé
lugar.
Lejos de cualquier fantasía, ajeno a mi
particular pantalla profesional, doy un veloz paso adelante y lanzo un puñetazo
con la derecha, directo a la nariz del de la gorra de Boca, sintiendo el
crujido del tabique, mientras abro la mano izquierda y empujo la cabeza del de
la camiseta del Barcelona contra la pared, mientras Naty se escurre hacia el
piso, logrando zafarse de los brazos de ambos “custodios”. Christopher se lanza
hacia nosotros en medio de un aullido, y antes de que yo consiga girar para
enfrentarlo, Naty salta desde el piso, embistiendo al joven con ambas manos,
para que ambos caigan de rodillas.
Vuelvo a mirar a los “custodios”: el de la
camiseta del Barcelona vacila, aturdido por el golpe y el consumo; el de la
gorra de Boca se tambalea con la nariz rota, la boca llena de sangre, y mirada
de odio. Antes de que siga reaccionando, vuelvo a pegarle, esta vez en la
mandíbula, sintiendo un intenso dolor en los nudillos, pero logrando noquear al
joven, quien cae de espaldas contra la pared.
Christopher intenta ponerse de pie; Naty,
de rodillas, aferra un vaso de la mesa y lo impacta contra la cabeza del joven,
mientras se incorpora, dispuesta a correr. De costado, yo percibo su movimiento
y la tomo de un brazo, tirando de ella hacia la puerta, mientras manoteo el
picaporte y salimos a los tropezones, intentando recuperar el equilibrio.
—¡Los voy a denunciar!!! —grita la madre de
Christopher, mientras escapamos.
Afuera, negras y amenazantes, las nubes de
tormenta se aplastan sobre los techos de los edificios, rasgadas por los
primeros relámpagos, convirtiendo la escena en un espectáculo de pesadilla. El
miedo, los nervios, la frustración, se conjugan para impulsarnos a correr,
rogando que nadie se levante de ningún zaguán para salirnos al cruce. El
terreno irregular de los cincuenta metros que nos separan de la calle nos hace
tambalear en la carrera, sin soltarnos de las manos, llevando un ritmo que
intenta ser parejo, sintiendo el mayor deseo de escapar que hayamos imaginado
jamás.
El primer cascotazo impacta sobre mi hombro
derecho, muy cerca de mi cabeza. El segundo contra la pantorrilla izquierda de
Natalia. Los últimos impactos nos pican cerca, sin alcanzarnos, pero ambos,
entre insultos y sin dejar de correr, oteamos hacia atrás, buscando a nuestros
agresores. Es el “custodio” de la camiseta del Barcelona, aún mareado, cuya
figura se destaca en la penumbra de la mañana por un fogonazo estelar.
Un trueno descomunal nos aturde al llegar a
la vereda, girando en un recodo y quedando bajo la protección de los edificios
lindantes a Lamadrid. Seguimos corriendo hasta el semáforo, volviendo la cabeza
para vigilar que nadie nos siga. El contacto con los vehículos y las luces de
la avenida parece devolvernos a la realidad, aunque no tanto como para detener
la carrera: intento cruzar Avenida La Plata sin mirar, y casi soy arrollado por
un auto blanco, que frena con un chirrido, sin golpear mis pantorrillas.
—¿Dónde vas, boludo??? —grita Naty, tirando
de mi brazo, a fin de retenerme cerca de la vereda, y liberando toda la
angustia. —¡Lo que me faltaba para completar este puto día!!! ¡Que te me
mueras!!!
Yo respiro agitado al borde de la vereda,
mientras ella saca su celular para llamar al Centro. Y aturdido, con la boca
pastosa, intentando una sonrisa, flexionando el torso y tomándome de las
rodillas a fin de recuperar el aliento, le susurro:
—Yo con vos no salgo más…
La imagen se va desdibujando, mientras
regresan las tomas de video captadas por el celular del youtuber, el rasguido
del viento contra el micrófono de ese celular, la voz del ignoto narrador… Y
los eucaliptos de la pampa, mudos testigos de una zona ferroviaria donde otro
país fuera posible, en el que (entre muchas otras cosas) el consumo de
sustancias problemáticas no hundiese a los adolescentes en el cruel manotazo de
ahogado del delito.
*
-Alberto
Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.
Escribe desde principios de su escuela
secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y
de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en
diversos certámenes literarios.
-Ha publicado en Inventiva Social cuentos
para la serie InvenTren en recorridos literarios iniciados en el año 2002.
Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para entenderme y entender el
mundo".
-Próxima estación:
LOS
EUCALIPTOS.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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