*Foto de Eduardo Francisco Coiro.
https://www.instagram.com/educoiro/
ODA *
¿Cómo se va uno
de sí mismo?
¿Qué flor cortar
si cada día
es flor que fluye?
La vida corre ciega
y nadie ha visto
sus ojos ahondarse
y temblar
salvo aquellos que se aman
como si no hubiera tiempo.
*De Gabriel
Francini.
-Gabriel
Francini nació en 1982 en Buenos Aires. Es bibliotecario. Publicó, entre
otros: Nadir de Ardora (Huesos de
Jibia, 2014), La plenitud de la ausencia
(Cave Librum, 2017), Humo en el humo
(Qeja, 2019), Entropía (La Yunta,
2019), Ser con el fuego (Cave Librum,
2019), Entrevisiones y vislumbres (El
Mono Armado, 2020), En el río y en el
puente (La Yunta, 2021), Cenizas de
hojas en blanco (El Mono Armado, 2022).
*
Les diré:
el vínculo amoroso
rara vez
apoyará su paso por la
línea
emocionada y blanca
que trazamos.
Sin pudor, romperá
nuestras costillas,
y torcerá el circuito
de la espera.
Hablo del vínculo:
amigas, hijos, esposos,
amantes,
madres, padres,
hermanas, todos.
¿Cómo saber si el amor
es suficiente
como para que el
muelle se sostenga
y no caigamos tristes
bajo el agua?
¿Cómo saber si es
jactancia o abandono
el mensaje que se
perdió en el río?
Infortunados del verano,
la vida está llena de
nieve.
Solo nos queda
confiar.
Estamos vivos,
el amor nos habla en
lengua extranjera
y no hay quién
entienda
el pedido de auxilio.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
(Poema de su libro Final francés)
-Valeria
(Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar"
Ediciones AqL (2012), "Paula
levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015),
"Del otro lado de la noche"
(2015) Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares, "La
trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al
viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de
Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed.
Mascarón de proa (2020); "Flores
para no regar", Editorial AqL (2021).
- “Final
francés”, AqL ediciones, 2023
La órbita de la
materia*
Cae una hoja y ese vuelo final, impreciso o
no,
nos conmueve de manera desmesurada,
por el presagio de su disolución
horizontal.
Nos preguntamos si es por desidia del árbol
o por la ferocidad de la tierra que lo
sostiene.
En cierta medida vertical todo vuela o
camina
o eso se cree entre otras cosas ilusorias y
leves.
Un día el árbol caerá y caeremos también
sin rastros
de la sombra y sin memoria alguna de
existencia,
de viento, de lluvia, de pájaros, de
tormentas,
de nidos, de cantos, de hijos, de frágiles
certezas,
de dudas abismales, de memorias de sangres
y linajes,
del sentido de las palabras de este
lenguaje inexacto,
heridos por ciclos de florecimiento e
intemperie.
Caídos igual a cada hoja en su última
contingencia
previsible, de muchas precedentes iguales o
peores,
que nos amarillearon la fuerza, y, a la
vez,
nos concedieron la cabal conciencia de lo
absurdo,
de lo aleatorio del caos, del azar
extravagante,
y, todo eso junto con la apatía y el
cansancio
acumulados que, sin avisar, un día se
adueñan.
No es lo perecedero ni lo subjetivo de la
hoja,
el árbol, el pájaro y lo humano ni la dura
piedra
ni la candente lava; es la tierra y su
voracidad
la que vuela y sobrevive atemporal en el
vacío
sujeta a un orden cerrado que se nos niega.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
-Horacio
Rodio es autor de los libros “Palabras
de piedra” Ediciones Baobab. Argentina. 1999 / “Media baja” Ediciones Dunken. Argentina. 2012 / “La insistencia de la desdicha”
Editorial Ruinas Circulares 2018 / “El cinturón
de Orión” Poesía. Ediciones Las
Flores Argentina 2022 / “Ausencia y
Error” Novela (Aparece en octubre 2023) Avant Editorial. Madrid. España.
2023
- Autor del libro de poesía “El libro de Hopper” Pierre Turcotte
Editor. Quebec. Canadá. 2023 / Autor de la novela “Una sed extraña” La voltereta Almería España 2023
- Primer premio IV concurso “Traspasando
fronteras” Universidad de Almería España 2009 - Primer Premio Cuento Concurso
“Villa de Errenteria” España. 2013 - Primer Premio Cuento Ciudad de Azul
Argentina 2013 - Segundo Premio Municipal CABA Eduardo Mallea CABA Argentina.
Bienio 2011/2013 - Primer premio Cuento Floreal Gorini, C.C.C. Argentina 2015 -
Mención Cuento Premio Julio Cortázar La Habana Cuba 2015 - Primer Premio Poesía
Ciudad de Azul 2015 - Única mención de Honor IV Premio Internacional de Novela
Héctor Rojas Herazo 2020. Colombia. -Primer premio de cuento Fundación Gabriel
García Márquez. Colombia 2021.- Primer premio libro de poesía. XV Concurso
Nacional Adolfo Bioy Casares. Argentina. 2022
Muerte Blanca*
De los tantos efectos
Que la contaminación de la ciudad provoca,
En particular hay uno
De lo más frecuente:
Algunas estrellas
Que bajan más de lo debido a asomarse,
Caen envueltas en la contaminación.
A causa de ésta les salen patitas
Y se aferran fuertemente
A las hojas de los árboles
Y son arrancadas cuando el viento arrecia.
Pasear por debajo de un árbol
Supone el riesgo
De la caída de una estrella en la cabeza,
Como si fueran azotadores
Que se agarran y se resbalan,
Y son aplastados con regular pasión.
Las estrellas:
Tan pequeñitas allá arriba
Y tan diminutas acá abajo,
Que igual nos da si brillan o si hacen
cosquillas.
Ésta condenada contaminación,
Con su plomo y sus partículas suspendidas
Es la que ayuda prioritariamente
A la extinción de las estrellas:
Mientras más contaminación,
Más estrellas con patitas que caen;
Y a más estrellas con patitas,
Más estrellas aplastadas por un pie.
¿Qué irá a ser de ésta ciudad tan
contaminada
Que no nos deja saber de dónde venimos
Ni a dónde avanzamos,
O si caminamos a un árbol
¿A recolectar animalitos en un frasco?
El tiempo no da respuestas
Ni da manzanas podridas
Para hacerlas composta.
Tampoco es cierto eso de que "El
Tiempo lo Dirá"
Porque desde pequeño (algunos segundos de
edad)
Trae la boca llena de metales pesados,
Y así: ¿Qué nos puede decir?
*de hugo
ivan cruz rosas. quetzal.hi@gmail.com
Coyoacán. México
FLORECIDO*
La había arrancado de su vida como se
arranca a un yuyo indeseable del jardín. Con la misma brutalidad en el tirón,
tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada. Al otro día, justo al
otro día. Plantó en su lecho a una muchacha bella como una azalea. Ella se
marchó prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedó quieto. Siguió plantando
mujeres que se marchitaban antes del amanecer. Nadie pudo crecer ni florecer.
Su vida era un jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que percibió esos movimientos
adentro. Esos pujos que sintió por todo su cuerpo que se ramificaban de noche a
día con la velocidad implacable de la naturaleza. Eran la luz y esa tibieza que
anuncian una primavera cercana.
El hombre vio su rostro a la siguiente
mañana en el espejo. Comprendió lo que sucedía. No había logrado extirpar bien
las raíces.
Los brotes se abrían paso por sus poros a
punto de estallar en flor.
-Rogó que sean flores
al color de aquellos ojos.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
UNA MIRADA*
He observado los
bosques para ver únicamente los árboles de corteza caduca y hojas
desnaturalizadas por las babosas. He visto los hongos comiéndose la oscuridad
de la tierra, pájaros parasitados y animales moribundos en la maleza. He visto
tormentas destructivas en la espesura, y no me es ajena la cicatriz del rayo en
los troncos torturados. No me es ajeno el dolor de los bosques, no comprendo
cuando dices "mira" y sonríes a tal espectáculo de muerte y
sufrimiento. No me es ajeno el espanto de la espesura.
Me muestras los mares,
y las olas de sucia espuma rompen en playas formadas por millones de cadáveres
calcáreos. Cómo mirar el mar, me pregunto, cómo admirarlo. Cómo evitar en él el
naufragio, el llanto de las viudas, la extinción de los roncos mugidos de los
cetáceos. No me son ajenos, te digo, los espantos oceánicos.
Diriges mi vista hacia
las humanas multitudes. Señalas un niño, veo en él presentes y futuras
crueldades, veo la lenta degradación de los órganos, el velo enquistado de los
saberes falsos, de la dureza que hará de él soldado de inquisiciones, verdugo y
juez de sus semejantes.
Alumbras para mí a un
par de enamorados. Se devorarán, te digo, no hay forma alguna de que no acaben
tironeando de sus propios despojos. Acabará la caricia en garra, el beso en
colmillo, la ternura en cuchilla afilada. No me es ajeno, tampoco, el amor. Que
ya lo he visto. No me es ajeno el amor, y no conozco donativo más oneroso.
Meneas la cabeza
tristemente. Me dices que tu paisaje es bello, que hay ternura en tu universo,
que las sombras están, pero debajo de los claros objetos.
Dichosa de ti,
dichosos los dichosos. Cíclope soy. Esto veo.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
LOST IN THE
NIGHT. *
Nuestra tan esperada cita con La pequeña
perla del Mississippi, la ciudad de Memphis no salió como la habíamos
planeados. Y las personas que nos prometieron tampoco se aparecieron. La noche
del concierto fue todo un fiasco. Aun así, tanto Mary como yo intentamos
buscarle el lado luminoso a la masiva oscuridad emocional que nos causó el
desastre, así como también a la irrespirable atmósfera de desprecio racial
predominante en El Sur. Visible. Respirable incluso desde la perspectiva de dos
extranjeros que sólo estaban de paso por Tennessee. Pero lo comprendo porque en
las tierras del Sur abundan aún las cicatrices purulentas de la gran catástrofe
que Los Confederados les crearon a la nación. Que haya pasado más de un siglo
de aquello no ha servido de nada para lavar las manchas sanguinolentas del
rostro de estas tierras pobladas por corazones atrapados dentro del vientre de
la serpiente de la cual habló Sartre. Por doquier te tropiezas con estatuas
dándoles la espalda al norte. Son como relojes de sol o esfinges de sombra que
determinan no sólo el curso que ha de seguir la historia, sino también el color
de la piel que el tiempo ha de tener. Por tanto, arribar a la ciudad de Memphis
fue para mí y para Mary como llegar a un oasis en medio de un desierto de
sofocante arena blanca que casi nos llega al cuello. Fue nuestro amor por el
blues lo que nos hizo obviar obvio. Luego de un par de horas decidimos salir de
la ciudad para no pasar toda la noche manejando en círculo alrededor. Perdidos
en las marañas de los pueblos pequeños de Tennessee. Pero estábamos exhaustos
por lo que nos paramos en un famoso bar de las afueras de Knoxville en donde la
“house band” que tocaba esa noche cubría todo un repertorio de clásicos de los
músicos del Delta del Mississippi que iba desde John Lee Hooker a Muddy Waters.
Al entrar al centro nocturno, la primera impresión que sentí, fue que a los
parroquianos presentes el ver una pareja de extraños biracial les fue de total
sorpresa. Pues les costaba comprender cómo nos aventurábamos a desplazarnos a
esas horas de la noche por un Estado del Sur. Imagínese usted, Mary, una
escultural rubia con cinco pies y onces purgadas de altura con nada que
envidiarle a Claudia Schiffer. Con esos ojos azul celeste y su pronunciado
acento sueco. Yo, en cambio era un negro caribeño con cinco pies y seis
purgadas de altura. De figura rechoncha quince años mayor que ella. Y para peor
suerte, mi inglés como todo en mí era de segunda mano. Y ustedes se preguntarán
cómo coincidieron nuestras vidas? Bueno, es una larga historia, por lo que, me
limitaré a contestarles, que, la soledad del ser “postmoderno” hace que lo
imposible sea posible. A Mary la conocí en una tienda de ropas vintages del
Alto Manhattan. Después de conversar un poco le pedí su número de teléfono
preguntándole qué si había disfrutado alguna vez de la comida dominicana, por
lo que la estaba invitando a una cena que tenía planeado preparar para un grupo
de amigos. Para sorpresa mía aceptó la invitación. Lo otro no necesitan que se
lo explique. Mary al igual que yo, llevaba sólo unos cuantos meses viviendo en
la ciudad de Nueva York. Yo, por otro lado, llevaba cinco meses, así que éramos
dos almas solitarias en el vientre de una de la ciudad más diversa e
indiferente del mundo. Y ahora de regreso hacia a la Gran Manzana el silencio
se hizo sepulcral entre nosotros. Era como la Gran Muralla China
interponiéndose entre los dos, pero aun así, yo estaba seguro que lo nuestro
sobreviviría a tan azaroso viaje.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
SEMILLAS*
Un pájaro ciego ha huido
de mi pecho.
Picotea frutos de
arbustos carnívoros. Las uvas están verdes.
¿Qué haré sin vos
pájaro de lluvia?...
Mi madre me ha
iniciado en el arte de la poda.
Estoy de pie. Frente
al espejo que refleja al lobo.
Un hombre, otro
hombre, uno más.
Me siguen sus miradas
de animal derrotado.
Diosa y Satán.
Habitante de la noche. Soy.
Ven…revuélcate en mi
fango.
Yo, usurera de amores.
Enfrento al tribunal
del inframundo.
Talo cabezas, sandías
y “las flores del mal”
Podo todo lo que sobra
y falta.
A vos y a mí nos falta
un hipocampo.
¡Llora sobre mi pecho
ángel de arena!
Dispersa tus migajas
en mi cama.
Bebe mí vino. Trinca.
Traga.
Ven… hombre universal,
guarda las monedas.
En huesos ásperos, la
carne se consume.
El mundo que nos
habita es una babosa.
No, hijo mío, no
toques los albores, aguas vivas, son.
Las siento en mi pubis
y en mis voces.
¿Quién arrojó este
fuego en mi frontera de agua?
¿Quién me cubrió de
esta tristeza insomne?
Líquida. Como una
lágrima.
Un jadeo, un beso de
amante.
Una hembra ávida de
lobos. Soy.
Devuelvo diente por
ojo. Ojo por boca.
No creo en los
milagros. Bendíceme, oscuridad.
Apaga la luz y las
antorchas.
Hay un campanario que
pronuncia mi nombre.
Él me ama así. Mujer
lóbrega. Umbrosa.
Atrincherada en
improvisados lechos.
Lágrimas de cocodrilo.
“Nanas de la cebolla”
Compartimos un país
alienado.
No hay pañuelos para
el desamparo.
Las uvas están
verdes. Ay.
*De Amelia
Arellano.
Problemas de
sexo*
No tengo tiempo para relacionarme con la
gente debido a que mi profesión de escritor me roba todas las horas del día y
algunas veces incluso algunas de la noche.
Mi vida sexual no existe. Hace un par de
meses que me siento deprimido y triste. Recorrí un largo "vía crucis"
de médicos que me hicieron todo tipo de pruebas encontrándome en perfecto
estado de salud, por lo que dedujeron que podía padecer tener enfermedad
psicosomática. Visité un par de psicólogos y fue un fracaso. Iba a abandonar
los intentos por mejorar mi condición, cuando gracias por la insistencia de un
buen amigo consentí en visitar a un psiquiatra. Fue un verdadero acierto.
Desde la primera visita me sentí
comprendido y en buenas manos. El médico me escuchaba con gran atención y a mí
no me costaba mostrarme sin ambages. Esperé ansiosamente el diagnóstico durante
un mes. Al final, me lo dijo: "Sufre usted el Síndrome del escritor
compulsivo. Una enfermedad muy difícil de curar".
Quedó claro que el médico era todo un
profesional y me lo demostró con el tratamiento que me recomendó. Era simple:
sólo debía escribir tres cuentos onanistas a la semana con el fin de disfrutar
de una excelente vida sexual.
*De Joan
Mateu.
Esteban analista*
Kalman recuerda a Esteban en una pequeña
historia surgida de su oficio de psicólogo. Julia, la paciente de Esteban no
podía dejar de fumar a pesar de los ruegos de su familia. Tanto intentar ir a
buscar palabras antes o después del cigarrillo, que un día la mujer dijo la
frase terminal para el tema y al poco tiempo después para la terapia:
-Mire licenciado, no
me indague más por el fumar:
A mí un solo
cigarrillo me da más placer que un hombre.!
La respuesta de Esteban fue inesperada,
absurda, por no decir cómica:
- Pero usted me dice
que fuma 60 cigarrillos por día.
¿No le parecen muchos
hombres?
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
Arqueología *
Aquellas cosas han quedado disgregadas,
desencajadas, semiocultas o disminuidas,
las mismas de antes y en el mismo sitio,
ellas también han conocido la impiedad
del abandono que mutila y descompone.
El recuerdo las ha movido y deformado,
y para el ojo ajeno son casi inentendibles,
ya vacías de nosotros que si volviéramos
sólo veríamos ruinas íntimas y
negadas,
incompatibles y contrarias a un rescate.
Pensar que eso ha sido nuestro pasado
cotidiano y constitutivo nos hace dudar
si somos sólo espectros con memoria
o una especie de fósiles que caminan
en un paisaje original ya extinguido.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
*
Fui obligada a ignorar
la línea
que separa dos hechos
importantes.
-No hay remedio- dijo
la cerradura-
e hizo desaparecer la
puerta.
Dicen que no pasó
nada.
No les creas.
Vos prestá atención:
las palabras se mueven
igual que los
escarabajos.
Todo lo que nos
atrevimos a nombrar
con sus nombres
verdaderos
ya no nos pertenece.
No te confíes.
No vayas a creer en la
quietud de las palabras.
Pese a mis
convicciones,
fui obligada a ignorar
el milagro
de haber sabido decir
y haber bailado
descalza
sobre una línea en el
aire.
Vos que todavía estás
a salvo,
estate atento.
Dicen que no hay
escarabajos.
Dicen que las palabras
no respiran,
no se mueven.
Dicen que no hay
puerta.
No les creas.
Me dejaron ciega.
Me dejaron sola de
este lado.
Ahora soy dócil como
el lomo de un animal.
Dócil, ¿entendés?
Dócil.
Pero escucho el ruido
de la llave.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
Metamorfosis*
Ahora soy una hierba doméstica. Pero supe
ser salvaje. Orgías fueron aquellas: no te puedo explicar la de bichos que
entonces se balancearon entre mis lianas. Nada que ver con el perejil en que me
he convertido.
*Esther
Andradi. esther@andradi.de
-De "Microcósmicas",
Macedonia Ediciones, Morón, 2015-2017.
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
*
"El amor es un
tren que parte, un pañuelo saludando desde el andén, una lágrima que rueda
buscando asirse al recuerdo, imborrable y eterno".
¿Dónde había leído aquella frase? ¿A quién
se la había escuchado decir? ¿La habría imaginado? ¿Estaría escribiendo en el
aire? ¿Cuántas cosas puede uno llegar a inventar cuando lo domina el dolor,
cuando la única vía de escape hacia alguna de las formas del placer es la
propia imaginación?
Quizá, lo sea también un vagón de tren, una
locomotora desbocada, un par de rieles que se pierden en el horizonte.
Subió los peldaños del vagón con el peso de
su propio desamor sobre los hombros. Se sentía vacío, como si le faltara algo
dentro del pecho, eso que hasta no hace mucho le otorgaba consistencia a su
propia persona. Y al mismo tiempo, estaba desbordante de recuerdos. Extraña
sensación la de la pérdida, pensó: te llena la cabeza de virtualidades, al
tiempo que te vacía de materialidades.
Eludió a los pasajeros que se demoraban en
el descanso, fumándose un pucho en un lugar prohibido, para encarar el pasillo
y deambular apenas hasta encontrar un asiento vacío donde apoltronarse. Se
recostó contra la ventanilla cerrada, cerrándose aún más el abrigo sobre el
pecho, como si el frío interior le brotara por los poros, estremeciéndole con
un escalofrío.
Un silbato se oyó en la tarde, el suelo del
vagón crujió bajo sus pies, y la formación comenzó a moverse, como se movían
las hojas de los árboles que circundaban el andén, retrocediendo dentro de su
campo visual. Oyó el retumbar de la locomotora dándose ánimos para continuar
viaje, y se abandonó a sus -cíclicos- erráticos pensamientos.
¿Cómo seguir viaje desde ahora? El asiento
que quedara vacío a su lado era algo mucho más concreto que cualquier símbolo
que pudiese representar su actual estado de ánimo. Vacío de materialidades,
vacío de cuerpos, vacío de afectos, vacío. Eterno y creciente dolor.
De pronto, descubrió que ya no recordaba ni
su rostro. Sentía la ausencia de su figura, su perfume, su calor. Pero no podía
recordar sus facciones. Su cabello, quizás, oscuro y lacio; más no sus rasgos.
¿Cómo era posible?
¿Estaría acaso comenzando a olvidarla? Lo
dudaba; si así lo fuera, no sentiría este frío que le ascendía por el cuerpo
como gélidas rachas de viento invernal. No: aún la recordaba, intensamente;
este olvido sólo era otro ejemplo más de la constante presencia de su ausencia.
Clara. Su nombre apareció en su memoria
como un oasis en el desierto.
Nombrarla, musitar ese familiar par de
sílabas con un silencioso murmullo, no le hizo recordar aquel rostro que tantas
veces contemplara extasiado, pero le abrió una puerta. Allí, hecho un ovillo
contra la ventanilla del vagón, se abrió delante suyo un acceso hasta entonces
velado por el dolor.
Ingresó de pronto en un pasadizo mental que
velozmente lo condujo hacia terrenos inaccesibles para él durante mucho tiempo;
terrenos anímicos que le parecían demasiado extraños, como si le perteneciesen
a otra persona.
El paisaje se desplazaba hacia atrás,
oscilando con el rítmico vaivén del tren; y por encima de él, emergiendo con
una misteriosa luminosidad, apareció ella. Clara, recortada contra el marco de
la ventanilla, como un tierno fantasma que quisiese penetrar en el vagón y
sentarse a su lado, haciéndole compañía en este sombrío momento. Clara,
extendiendo sus manos con ramalazos de un calor pleno de ternura, deseosa de
ahuyentar para siempre esta devastadora languidez que le enturbiaba los
afectos.
Su rostro se acercó al suyo, y aunque
percibía el aroma de su piel, aún no conseguía discernir sus rasgos. Podría ser
ella, u otra cualquiera. Pero era Clara, no había ninguna duda. Su corazón se
lo afirmaba, más que su razón.
¿Razón? ¿Existía alguna clase de
racionalidad en este momento dentro suyo?
Su mano derecha se aferró aún más a las
solapas del abrigo, queriendo asirla, retenerla, abrazarla.
El calor se extendió por debajo de sus
axilas, rodeando su cuerpo, mientras una boca respiraba ansiosa sobre su
cuello. La calidez se desplazó hasta rodear sus muslos, mientras una leve pero
creciente excitación comenzaba a dominarlo. El frío que sintiera hasta entonces
parecía haberse extinguido.
Clara volvía a abrazarlo, a quererlo, a
darle más de su calor.
Entreabrió la boca, buscando robarle un
beso. Sus labios se encontraron con cierta torpeza, intercambiando sabrosas
humedades que ya parecían no recordarse. Su mano quiso desplazarse, pero sólo
consiguió aferrar apenas el hombro izquierdo, entrecerrando los párpados,
mientras un brazo virtual, luminoso y protector, se desplazaba sobre la
brillante piel de la espalda de Clara, y su boca se deshacía del encuentro
labial para recorrerle un hombro, inhalando ese perfume que tanto deseara y lo
embriagara durante días, semanas, meses.
Entonces descubrió, apenas registrando el
escaso contacto que tenía con la realidad que lo circundaba, que el duro
asiento del vagón había dado lugar a un mullido sillón de pana, iluminado por
una tibia lámpara de pie, que le recordaba una agradable y soleada tarde de
otoño. Clara se movía sobre sus muslos, sin dejar de adherirse contra su
cuerpo, con una indescriptible desnudez. Los besos recorrían infinitas
distancias, procedentes de un ayer tan maleable que muy pronto se convertía en
este presente, reactualizado, vívido, inmortal.
Los brazos de él la aferraron vigorosos,
rodeándole la espalda y la cintura, impidiendo que se aleje, provocando que
ambas caderas se refregaran entre sí, aumentando el imaginable caudal de
excitación. Clara gemía sobre su oído, suspiraba entrecortada, le mordisqueaba
el lóbulo de la oreja, al desplazar sus tibias manos por encima de sus
tetillas, rozándolas apenas con sus pezones al izarse y dejarse caer, volviendo
a besarlo, hundiéndole la lengua, cerrando ambas piernas para apretarlo cada
vez más.
La excitación de él cobraba vigor muy
rápidamente, como hacía mucho tiempo no experimentaba. El frío lo había
abandonado. Volvía a sentirse amado, deseado, efecto que retribuía con ardor,
mientras el traqueteo del tren lo mecía a un lado y al otro, potenciando el
vaivén amoroso que le imprimía Clara con sus ondulantes arqueos, sinuosos
movimientos que alejaban de sí toda realidad.
Hasta que ya no pudo resistirse más y se
dejó ir, liberando sus recuerdos, abriendo los brazos para recibirla y
entregarle su savia, permitiendo un encuentro tantas veces negado, compartiendo
ese calor inenarrable que siempre deseara retener junto a su corazón. Y así la
recordó, sus rasgos afilados, los ojos claros, una nariz recta que prevalecía
sobre unos labios pequeños pero carnosos, las cejas oscuras y tupidas, la tensa
expresión orgásmica de un intenso amor que por siempre existiría dentro suyo.
Recordó la liviandad con que encaraba la
vida al estar junto a ella, la etérea sensación de volar sobre las calles y las
playas durante los extensos paseos que disfrutaran juntos, la trascendencia de
cada detalle hecho signo, el calor que le transmitiera su mirada durante tanto
tiempo, la consistencia de un vínculo que le otorgaba solidez e impedía que se
desmembrara en su propia confusión. Comprendió el estatuto que había adquirido
el peso de la propia angustia al estar alejado de ella, el horror que
experimentara cada noche que se acostara a solas en una cama absurdamente
vacía, con la noche por delante y el sueño resistente a abrazarlo, para
conducirlo dentro de ese mágico espacio que creaba cada noche para
reencontrarlo con su deseo. Supo que, al convertirse el amor en algo tan leve y
el desamor en algo tan pesado, aquello podía conducirlo a una locura tan
adherente que jamás conseguiría apartarse de ella, al menos mientras viviera,
cargando con aquel dolor hasta el final de sus días. Y el calor que recordara
sobre este preciso vagón de tren sólo sería un vano espejismo de los momentos
idos, insustancial y evanescente.
Se resistió a recordar más, a enfrentarse
con el dolor, a tolerar la realidad. La creciente sensación cobró una entidad
casi física a lo largo de todo su cuerpo. Entonces se dejó ir, llevado en
brazos por un orgasmo de raíces tanto físicas como mentales, arropado por una
tibieza solar que provenía de sus profundidades anímicas más entrañables,
abrazando a su propia Clara en un instante amoroso que él hubiera deseado no se
acabase nunca.
Así, mientras continuaba alejándose del
dolor de la ausencia, se dejó llevar por el traqueteo hasta la próxima
estación, rogando porque siempre existiese una estación más en su camino, y esa
extensa vía que lo conducía al recuerdo jamás tuviese un final.
*Por
Alberto Di Matteo.
licaldima@gmail.com
-Alberto
Di Matteo. Escritor por vocación, y psicólogo de profesión.
Escribe desde principios de su escuela
secundaria. Su papá le contaba cuentos (inventados por él) antes de dormir, y
de allí Alberto intuye que le surgieron las ganas de contar. Ha participado en
diversos certámenes literarios.
-Ha publicado en Inventiva Social cuentos
para la serie InvenTren en recorridos
literarios iniciados en el año 2002.
Hace suyas las palabras de John Cheever, "escribo para
entenderme y entender el mundo".
-Próxima estación:
LOS
EUCALIPTOS.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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