sábado, mayo 25, 2024

¿Quién es ése que en nosotros vuelve?

 



*Foto de Noelia Ceballos @noe_ce_arte

 

 

 

 



 

 

 

 

Juana*

 

Pernoctan en la pared

renacuajos

La humedad se desdibuja

en la escarcha

Se alinean en el jardín

las macetas vacías

Unas ventanas

se agitan

Se acomodan

un perro y su esqueleto

 

Juana

hilvana miserias

con ojos cansados.

 

*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com

 

 

 

 

 



 

 

 

 

Daniel*

 

 

*De Antonio Dal Masetto.

 

Había una vez un joven virtuoso y de corazón noble de nombre Daniel. Había tenido grandes maestros en todas las artes, en toda clase de literatura y ciencia. Había superado a sus maestros. Daniel tenía el don de descifrar cualquier visión o sueño.

El pueblo de Daniel fue asediado y luego tomado por un poderoso ejército y el rey enemigo ordenó a sus generales que eligieran a algunos jóvenes pertenecientes a la nobleza para servir en su corte. Debían ser jóvenes inteligentes y apuestos. Daniel estaba entre ellos y sin duda era el más apuesto y brillante de todos.

Cuando marchaba hacia su nuevo destino, mientras sus compañeros se lamentaban por la humillación de la derrota y el cautiverio, Daniel pensaba: "Después de todo, esto que me ocurre es bueno porque tendré oportunidad de servir en la corte del rey más poderoso del mundo y progresar y triunfar gracias a mi capacidad".

Y así fue. Había muchos magos, hechiceros, adivinos y astrólogos en el reino, pero eran tres los de mayor jerarquía y estaban instalados en la corte. Los magos leían la suerte de las batallas en las estrellas, en el vuelo de las aves, desentrañaban el sentido oculto de los sueños, pronosticaban el futuro. Pero muy pronto Daniel demostró que los aventajaba a todos.

Tanto se distinguió con sus cualidades extraordinarias que fue nombrado por el rey en cargos cada vez más importantes. Esto preocupó a los magos, hechiceros, adivinos y astrólogos, especialmente a los tres magos mayores. Que se alarmaron por la presencia de este extraño que amenazaba con desplazarlos de sus lugares de privilegio, y comenzaron a confabular.

Acusaron a Daniel de blasfemar contra los dioses adorados por el rey y contra el rey mismo, aportaron pruebas falsas y testigos falsos.

Daniel fue condenado y arrojado al foso de los leones. El rey mismo selló con su anillo la piedra que tapaba la entrada. Al día siguiente encontraron que Daniel seguía vivo y salió del foso sin un rasguño. Este milagro causó gran asombro general. Nadie podía saber que entre las múltiples virtudes de Daniel estaba la de ser un inigualable domador de leones.

El rey interpretó el hecho de que saliera ileso de aquel foso como una prueba de la inocencia de Daniel, mandó traer a los que falsamente lo habían acusado y ordenó que se los arrojara a los leones. Y no solamente a ellos sino también a sus familias.

Y Daniel pensó: "Después de todo, esto que me ocurre es bueno porque disminuye el número de mis enemigos y mis competidores".

El rey siempre había sido implacable con los errores de sus magos y cuando sus respuestas no le satisfacían los mandaba ejecutar. Con el transcurrir del tiempo sus visiones y sueños fueron más frecuentes y enigmáticos, hacía comparecer a cualquier mago, hechicero, adivino, astrólogo elegido al azar y si los pronósticos no eran de su agrado, levantaba el dedo índice de la mano derecha y los guardias ya sabían lo que significaba esa señal: foso de leones.

Así que llegó un día en que cierto mago, al ser requerido por el rey para descifrar una de sus visiones nocturnas, antes de ir a verlo visitó en secreto a Daniel para solicitarle ayuda. Enfrentado a Daniel, depositó una bolsa de monedas de oro sobre la mesa y le pidió protección con su magia poderosa.

Daniel se mantuvo en silencio. Miró la bolsa, miró al mago a los ojos y nuevamente la bolsa. El mago creyó comprender que la oferta no era suficiente y depositó una segunda bolsa de monedas de oro sobre la mesa.

Daniel miró las dos bolsas, miró al mago y de nuevo las bolsas. El mago depositó una tercera bolsa. Esta vez Daniel solamente permaneció con la mirada fija en las tres bolsas sin que su rostro denotara expresión alguna.

El mago dedujo que ahora la suma era considerada suficiente, que el trato estaba aceptado, respetuosamente se retiró caminando hacia atrás y fue a enfrentar su compromiso con el rey y fracasó y terminó en el foso de los leones con todos los integrantes de su familia, de donde no regresaron.

Tiempo después fue otro mago el que acudió a Daniel ofreciéndole monedas de oro y piedras preciosas. También terminó en el foso de los leones. Y luego hubo otro y otro y otro más.

Y Daniel pensó: "Después de todo, esto que me está ocurriendo es bueno porque mis riquezas aumentan y el número de mis competidores sigue disminuyendo".

En cuanto a Daniel, cuando su presencia era solicitada, sus interpretaciones siempre satisfacían al monarca. A esta altura había alcanzado el cargo más alto en la corte y vivía en una gran casa con muchos esclavos y hermosas esclavas.

Hasta que llegó el día en que el rey consideró que a un ser tan absolutamente perfecto como Daniel le correspondía un ámbito también absolutamente perfecto, y el único ámbito sobre la Tierra que se le equiparaba en perfección era el desierto. Así que aligeró a Daniel de todos sus bienes y lo envió a las infinitas extensiones de arena.

Y pasaron los años que pudieron ser siglos y en tanta luz y tanto espacio la cabeza de Daniel se fue vaciando de memoria y ya no supo quién era ni de dónde venía y ni siquiera le quedó el recuerdo de su nombre.

Y deambulaba y repetía continuamente su lamento:

"Ay de mí, ay de mí, éste es mi hogar, una llanura sin fin donde se arrastran sin pausa días y noches de silencio. Nada hay acá que no me pertenezca. Nada que suscite mi deseo. Si me desplazo en una u otra dirección, no habré por eso de alejarme de sus confines. Siempre me rodeará un amplio círculo cuyo centro soy yo, único y absoluto señor de este reino estéril y preciso. Hacia todas partes se extienden límites que nunca agotaré, todo amanecer es portador de una jornada que ya he vivido. Cada evidencia de mi poderío no hace sino reafirmar la medida de una esclavitud.

Y sin embargo, una sola mínima alteración, un solo accidente insignificante, serían suficientes para sembrar el desconcierto.

"Entonces nacería una tregua en este orden, existirían también otros centros, otras distancias, el equilibrio se habría roto y el horizonte ya no tendría su perfección inviolable. A veces sueño, creo que sueño. Pero nada conservo de esos sueños. Existe en el despertar una fracción de segundo en que imágenes fugitivas cruzan por mi mente, pero de inmediato se esfuman. Si lograra conservar una, solamente una de esas imágenes, todo cambiaría porque yo tendría un recuerdo. Cuando un nuevo sol asoma solamente mi sombra me hace compañía. Ángel del Señor, dame una mano."

 

-Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1177725

*Antonio Dal Masetto. (Intra, Italia 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Hay en el regreso

un resplandor distinto,

como si los soles

que alumbraron solos

hubiesen guardado velada la luz.

¿Qué perdimos,

tan definitivo,

entre las calles blancas que rondan la casa?

Polvo de otros barros,

el nombre deshecho de esos que fuimos

se ha ido en el viento.

¿Qué se espera, ahora,

al abrir la puerta que cerramos tanto?

La vuelta es un tango

que se canta bajo, como si nos diera

vergüenza la rabia de querer llorar.

Cuando se ha partido

lejos, para siempre.

¿Quién es ése que en nosotros vuelve?

¿Quién es ése nuestro que ya no regresa?

¿Cuánto de nosotros se quedó en el viaje,

se perdió en la niebla, naufragó en el mar?

 

 *De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

-Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).

MADURA, Editorial Sudestada (2021)

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022)

Patio.  elandamio ediciones. 2023

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cansancio*

 

Todo es verdad y todo es falso sin términos medios,

y las cosas que no se sostienen firmes o inalterables,

necesitan de la voluntad, el deseo, la ilusión, el amor.

Todas cualidades inmateriales, subjetivas, personales,

y, aunque cuesta admitirlo: inestables e inconstantes.

Y expuestas a los elementos del tiempo se oxidan,

se carcomen, se esmerilan, se arruinan, se diluyen, 

y ya nunca vuelven a renovarse. O se degradan,

mutan a lo contrario y, sin conflicto, consiguen

llegar a ser las dos caras opuestas en simultáneo.

Es bueno considerar que la posibilidad contraria

a nuestra mejor expectativa habrá de verificarse.

Solemos idealizar, pero las cualidades negativas

de los eventos son perseverantes por su cuenta, y,

sólo esperan el detonante humano para activarse.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.

 

-Recientemente publicó el libro de cuentos

La oscuridad de los hechos

-Editorial Esa luna tiene agua.

 

 







 

 

 

RESULTADO AL FINAL*

  

Yo conocí a Cachito y a Dorita. Son pobres, son ancianos, viven en una casa cerca del río, lejos del pueblo más cercano, y se ayudan a sobrevivir con una quinta y un gallinero. Ella cose ropa para afuera aunque la vista ya le falle, y los ojos enrojecidos se quejen de este esfuerzo suplementario, este esfuerzo de seguir trabajando cuando deberían descansar.

Cachito era ferroviario. No tiene estudios, pero tiene la educación del sindicato, cuando los italianos trajeron junto a las propuestas comunistas y anarquistas, la curiosa idea de que un operario tenía que leer, informarse, comprender no sólo su país sino el mundo. Los sindicatos tenían bibliotecas, eran fraternidades, tenían el ansia de formar hombres libres trabajando con dignidad.

La meta no era enriquecerse, no era lograr un puestito cómodo, no era acomodar a los hijos, nietos y sobrinos. Su ideal era que los compañeros o camaradas tuviesen una vida digna y estuviesen orgullosos de construir una sociedad igualitaria.

Cachito dobla la espalda sobre la tierra arenosa, tan poco proclive a la dádiva, para recoger las verduras y llevarlas a la mesa. Dorita riega las plantas con flores que adornan el jardín delantero. Los perros arman barullo alrededor. No son ricos pero encarnan la mayor riqueza que puede haber, la riqueza onerosa de quien tiene la conciencia limpia. Y es hacia el final cuando se hacen las sumas y las restas para conocer el resultado.

De qué riqueza gozarán los gremialistas que envejecen en mansiones, qué conciencia dormirá sus noches cuando usan la mentira para perpetuarse en el poder, cuando celebran el embrutecimiento de sus afiliados, lo potencian, y utilizan discursos anodinos que llenan el vacío con palabras efímeras. Quién recordará sus nombres con emoción, si sus nombres están unidos a negociados innombrables, dobles sueldos, diezmos. Si cada acto, cada discurso, aún los correctos, esconden intenciones confundidas con réditos personales. 

Y qué aporte habrán hecho a nuestra patria. Enseñar a la gente a tener miedo, a callar, a tomarse del pasamanos del colectivo sin saber que el colectivo les pertenece. Los gremialistas de la política del vasallaje enseñan constantemente que el sindicato es del sindicalista, que hay un padre que premia o castiga, y que los afiliados reciben dádivas. Enseñan a no hacer preguntas molestas, enseñan que no hay que cuestionar al cuerpo directivo, porque pueden enojarse y retirar los regalos que ofrecen. Y no proponen debates, los clausuran con un portazo ofendido. Dicen, cuando están apurados, que todos somos iguales; para que lo canallesco, al difundirse, se torne borroso y nos abarque. Reafirman nuestra cultura colonialista con patrones y siervos dóciles. Desde los pequeños ámbitos crean las células que forman el organismo político de nuestra nación.

Morirán en sus mansiones bajo sábanas limpias. No hay dudas. Pero la cama simple de Cachito y Dorita es más fuerte que sus cuentas de banco. Y si alguna vez el automóvil de un secretario general se cruza con la bicicleta de Cacho, deberá detenerse y hacer una reverencia, avergonzado de su brillo superficial a fuerza de cera y paño.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

DOÑA JUANA, PÁJARO Y PRADERA. *

 

“No hay que tener miedo ni de la pobreza, ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”

E. De Frigia

 

 

Doña Juana es gorrión y pradera.

Carga sus ochenta rosas penitentes.

Levemente.

Cual si fueran pétalos de seda.

De cristal. De vuelo de palomas.

Ha evadido el valle de las amarguras.

Y ama, apasionadamente.

Esta arena, esta tierra arcillosa que es su boca.

 

No le teme a la pobreza.

Es solo un monstruo ponzoñoso, alerta.

La ha escuchado llegar como el retumbe de mil potros salvajes.

Y le ha abierto la puerta, de par, en par.

La puerta de entrada y la puerta de salida.

-Solo es cuestión de tiempo-

 

Conoce la pobreza, como el río natal.

La ha visto trepar sobre la roca niña.

En los jazmines, en los sauces, en los palos santos.

En las madre - selvas varicosas.

En su luz. En las alas del sol.

En los techos espejados de escarcha.

En el agua oculta bajo la hiedra seca.

En su sed y en sus vides.

En su hambre y su saliva amarga.

En dulcísima pulpa de duraznos tempranos.

En sus benditas manos rocallosas.

En su oficio de ayeres.

En su canto de salvaje alegría.

En su bastón. Insignia de quebracho.

 

En su canto... y su perenne eco.

Un eco, y otro eco, y miles ecos más.

 

*De Amelia Arellano.

San Luis.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Onírico*

 

Desde temprano busco la línea de tu rostro en mi memoria. Viniste en un sueño. Estuviste paseándote con otra gente, vestido del hombre más deseado y de la mujer más dulce. Por momentos te veías desnudo, andando con desparpajo. Yo, incrédula. Cuando te veía de espaldas me preguntaba por tu rostro, y en eso sigo.

Hoy caminé tres cuadras intentando recorrer tus gestos, dibujar tus dientes, adivinarte, y esas cuadras fueron kilómetros. Es tanta la profundidad del pensamiento que la mañana se me fue en las calles. Todavía no había conseguido escuchar las palabras que me decías en el sueño cuando pude, por fin, ver tu cara.

Todavía se me escapa. Si me fijo en tu boca se escabullen tus pómulos y tus ojos me llevan a otro lado. Es la expresión entre soñadora y doliente la que me intriga. No entiendo lo que decís.

Sigo sin entenderte. Hay algo de oscuridad que se cuela en tu piel. Suena el despertador. Seguís hablando. Hay unas manchas que amenazan tu existencia, que ahuecan tu cara. Seguís hablando.

Te miro, no sé quién sos, tengo partes tuyas en mi retina. Sé que no existís, pero te busco. Sos anónimo, imposible, y te amo.

Hay algo que nos quita el futuro, que nos mata a vos y a mí. Intento entender esta falta de felicidad pero te vas, de otra mano, a un mundo sin sueño, a la línea de tristeza en la que la alegría se destiñe.

Yo puse eso en tus ojos. Aunque ya no te tenga conmigo.

 

*De Lorena Suez. suezlorena@gmail.com

(De Intemperie. Viajera Editorial, 2016.)

-Lic. en Ciencias de la Comunicación / Psicóloga Social

-Mentoría de procesos creativos

-Taller de escritura y emociones

 

 

 

 




 

 

 

 

ANNA*

 

 

*De Antonio Dal Masetto.

 

También esta noche, como siempre que el sueño no viene, el hombre sale a caminar sin dirección, fuma y sus pasos y sus divagaciones lo llevan lejos. Nubes fugitivas en el cielo nocturno, temblor de luna, reflejos de faroles en las calles empedradas, árboles podados, ramas apiladas sobre las veredas y, al doblar una esquina, una muchacha detenida en la mitad de la cuadra, una sorpresa, un descubrimiento para el hombre que deambula por la ciudad vacía.

La muchacha permanece vuelta hacia él, tiene flores en las manos.

También el hombre se detiene y ahí quedan, observándose. Y en esa pausa, en el silencio, el hombre comprende, como en una revelación, que el nombre de la muchacha es Anna y que las flores son para él.

Después ella da media vuelta y comienza a caminar y el hombre la sigue y no acorta la distancia, y avanzan por calles y calles, entre las casas mudas y los gatos, y siempre hay nubes arriba y temblores de luna, y de tanto en tanto la muchacha gira la cabeza, tal vez para comprobar si el hombre continúa detrás, tal vez para alentarlo a que no deje de escoltarla.

Y allá van.

Ahora el hombre sabe que el de esta noche no es un paseo gratuito, que la muchacha que lo precede ha venido a convocarlo. Entiende que es tiempo de balances, rendiciones de cuentas.

El aire está poblado de señales, voces rotas, llamados difusos, rubores de la memoria, nombres trabajosamente rescatados, enarbolados por encima de muertes, olvidos, desprecios e ironías, nombres que vuelven intermitentes con los rumores que el viento trae un instante y arroja nuevamente a las aguas de la noche.

Y el hombre, a la distancia, intenta comunicarse con la muchacha, y sus palabras son confusas y no pasan de ser un balbuceo lento, aunque confía en que ella, allá adelante, lo escuche. El hombre murmura: En esta tierra condenada, agobiada de pérdidas, tierra arrasada, tierra de miserias y de atrocidades, no me resultará fácil hablarte.

Y en eso se queda, no hay mucho más en su cabeza.

Y van.

Y hay más calles y faroles y jardines y plazas. Y de tanto en tanto el hombre reinicia su discurso entrecortado: En esta tierra condenada, agobiada, arrasada, no me será fácil, no me será fácil, no me será fácil. Y así. Una vez, dos, tres, muchas.

Después renuncia a las palabras. Ya no importa su pobreza, las ideas que no acuden o que la imaginación niega. Ya no importan la confusión, la falta de claridad. Ya no importa nada de eso. Porque ahí está la muchacha marcando camino, guiando, abriendo una brecha, despejando. La volátil y firme figura de la muchacha nocturna, imagen que no transige, que no sucumbe, que no habla de derrotas, pero sí de firmezas y permanencias, y de una obstinada libertad.

Paso ligero de la muchacha a través de la ciudad dormida, reverenciando, enalteciendo, rescatando cada hebra del tejido de esta hora. Entonces, una vez más, alrededor el aire vibra de sabor de juventudes. Caminar detrás de la muchacha por calles de nuevo familiares, en este setiembre cambiante, después de tantas voluntarias o forzadas renuncias, después de tantos voluntarios o forzados destierros, es retomar viejas sendas y descubrirse entero y dispuesto, sacudido por estremecimientos olvidados, inconsciencias, locuras, alimentos para raíces de días nuevos.

La noche se carga de certezas, aquella figura va opacando dudas, pone ráfagas de asombro en el silencio. Y nuevamente la muchacha gira la cabeza, muestra brevemente su perfil y todo el tiempo parecería decir: También éste, como siempre, como todos, precisamente éste, es el momento decisivo.

 

-El texto "Anna" pertenece al libro "Señores más señoras".

*Antonio Dal Masetto. (Intra, Italia 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Canarios*

 

Cada primavera nacían en casa veinte canarios

a los cuales mi padre terminaba regalando.

Sólo conservaba los incipientes machos cantores,

que provocaban a los más adultos desde sus jaulas.

Cada amanecer tenía una estridencia insoportable

y mi padre los escuchaba orgulloso y sonriente.

Siempre fue un hombre piadoso con los animales

y me costaba aceptar esa pasión de carcelero.

Con el tiempo entendí que sus sueños

amanecían igual de presos,

y no cantaban

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.

-Recientemente publicó el libro de cuentos

La oscuridad de los hechos

-Editorial Esa luna tiene agua.

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

Joaquín*

 

Parado a un costado del mostrador veo a Don Joaquín, dicen que va por los 95 años. Tan pintoresco el hombre con su sombrero negro alpino.

Juega en su patio de la memoria:

- "5 de pan, 5 de vino y 20 de queso El Peregrino."

- "Casa Muñoz, donde un peso vale dos".

- "Sastrerías Braudo, la casa de los dos pantalones".

- "Casa La Mota... Donde se viste Carlota".

 

Cuando ve entrar a una señora linda se emociona y canta:

 

Donde veo una pollera

No me fijo en el color;

Las viuditas, las casadas o solteras,

Para mí son todas peras

En el árbol del amor.

Luego vuelve a quedarse quieto como una estatua.

 

Antes del sol cayendo en amarillo fulminante, se va a su casa dando la mano a cada uno de los presentes con su saludo:

 

"lo felicito por conocerme".

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 






 

 

 

Rosario*

 

Abrojos en las hombreras

en la ahuesada figura

en la mirada

Y en el sombrero

rizos

La ira silba

En cuclillas

Rosario balbucea

Merodea el sol

en los claveles de los maceteros.

 

*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com

 

 

 






 

 

Desolación*

 

No había por dónde, con qué ni con quién empezar,

todo el pasado se olvidó en otra tierra distante.

Los padres eran una sombra temblona y deforme,

una adaptación forzosa que no eran una referencia

segura o deseable de algo. No había señorío ni señor

que nombrar ni ejemplo eficiente y apto para seguir.

Nada firme para hacer pie y dar el primer paso y andar.

Cuando todo es carencia y necesidad y se agolpa

no hay manera de escoger lo primero a perseguir.

Un niño adulto es un adulto niño sin lugar ni camino

que recorrer ni sendero ni huella ni brújula ni salida.

Como la estepa la nada no tiene límites, pero limita.

Por no haber no había deseos puntuales sino delirios,

y los delirios son resacas de borrachos que patean

el hígado y se olvidan. Ni siquiera éramos algo más

que esbozos inacabados, intenciones abortadas

que a pesar de todo latían en la bandeja de acero.

Ni siquiera había puertas cerradas que derribar,

éramos nada en la nada y no valía el encono,

¿contra qué? Todos éramos tréboles

de tres hojas. Una llanura sin fin

atiborrada de lo mismo

e igual partimos.

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio Rodio nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento, poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es autor de los libros de cuentos Palabras de piedra (Baobab, 1999), Media baja (Dunken, 2012) y La insistencia de la desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error.

 

-Recientemente publicó el libro de cuentos

La oscuridad de los hechos

-Editorial Esa luna tiene agua.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

La soledad de ese que cada noche traga una pastilla para suprimir el universo.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

Después de la película*

 

El jueves pasado fui al cine con mi amigo Marco. Me había llamado unas horas antes, muy excitado porque en el cineclub de la Universidad ponían El maquinista de la general, todo un clásico. Vimos la película y luego nos quedamos a la tertulia, que tradicionalmente se arma en torno a la emisión del día, aunque ni mi amigo ni yo intervinimos en ella. Solo escuchamos. Se habló de Buster Keaton, del origen de su nombre artístico –nacido de un comentario del gran Houdini-, de la guerra de secesión y de otras películas relacionadas con la que acabábamos de presenciar. Al final todos los asistentes fuimos saliendo lentamente, más o menos, según me pareció, satisfechos con el espectáculo.

Marco y yo nos quedamos unos minutos afuera, cerca de la puerta del local, conversando, aunque no sabría explicar el desarrollo de la conversación ni su contenido. Cabe suponer que nuestras palabras versasen sobre el film, sobre Keaton o quizá sobre alguna otra ocasión en la que hubiésemos ido juntos al cine. Lo que recuerdo perfectamente (casi con un escalofrío ahora al contarlo), es lo que ocurrió al separarnos. Me quedé mirando como mi amigo se alejaba por la calle hacia el sur, en dirección a su barrio. Cuando lo perdí de vista, apagué mi cigarrillo y me dispuse a partir en sentido contrario. Justo entonces, de la pared más cercana (así lo sentí, como si el sonido proviniese del propio muro) me llegaron unas palabras:

- Mucha gente no lo sabe, pero…

Al principio me sobresalté. Después miré con atención en dirección al lugar de donde provenía la voz. Un tipo estaba apoyado sobre la fachada. Apenas me era posible distinguirle. Era poco más que una sombra. Dudé si ignorarle y marcharme o, por el contrario, averiguar qué quería de mí. Opté por lo segundo. Me acerqué dos pasos, hasta estar casi junto a él. Pregunté:

- ¿Nos conocemos?

Tardó en responder. Su rostro se veía oscuro, tal vez debido, en parte, a la barba de tres días, pero era más que eso, como una oscuridad procedente del interior de sus ojos impasibles. Su semblante no reflejaba la menor emoción.

- No. Sin embargo, le contaré un secreto.

 

Me pareció incongruente que un completo desconocido fuese a contarme algo sin motivo alguno. Seguro que después de su revelación iba a pedirme dinero. Por un momento pensé en reanudar mi camino, pero pudo más la curiosidad.

- Usted dirá, entonces.

Me miró con esos ojos fríos, un momento que me pareció muy largo. Después inició su relato:

- Mucha gente no lo sabe, pero Buster Keaton estuvo a punto de rodar una película aquí, en Argentina.

Me pareció muy improbable, pero podría ser divertido escucharle. Involuntariamente, sonreí. Él siguió narrando con lentitud, imperturbable.

- El maquinista, hoy es un clásico, pero en su momento fue un auténtico fracaso en taquilla. Tras aquel fiasco, y en vista de lo caros que resultaban los rodajes de sus películas, la productora decidió que, a partir de ese momento, Keaton ya no gozaría de libertad absoluta. Durante algún tiempo estuvo rodando películas que a él mismo le parecían indignas de su genio.

- Sí, sabía eso. Lo leí en alguna parte – interrumpí.

- Fue entonces – continuó el tipo sin inmutarse - cuando entró en contacto, no se sabe muy bien cómo, con un magnate argentino, un pez gordo de Buenos Aires, que le prometió invertir en su siguiente film. Así que Stone Face (como ya se le conocía en todas partes) se vino a la Argentina, dispuesto a rodar en cuanto todo estuviese listo.

Pensé que la narración se había terminado, pero solo se trataba de una pausa, no sé si dramática o para tomar aire.

- El millonario puso como condición que parte del rodaje tuviese lugar en la estación Juan Atucha, sus razones tendría y nadie le discutió ese punto. Para Keaton, tan bueno era un sitio como otro, siempre y cuando tuviera una buena porción de pampa que atravesar con su tren… Sí, lo ha adivinado. La cosa iba otra vez de trenes. Buster Keaton era un enamorado de los trenes. En el fondo, ya sabe usted… La vida es un tren que circula hacia alguna parte cuyos contornos no son nunca visibles…

- Y ¿qué pasó?

- Durante un tiempo, Keaton estuvo recorriendo diversas partes del país, sobre todo los alrededores de la estación en la que iba a iniciarse el viaje que tendría lugar en la filmación. Cuidaba mucho los detalles y le gustaba hacerlo todo en persona. Así que, acompañado de un guía local, que a la vez le servía de traductor y de secretario, fue encontrando escenarios en los que desarrollar su idea. ¿Le gustaría conocer la idea que tenía para esa película?

- Por supuesto – repuse. A esa altura ya estaba más que interesado en lo que el tipo me contaba, fuese verdad o no.

- Bien. El tema es el desierto.

Tras esa contundente frase, casi una sentencia, el hombre guardó silencio. Creí que ahora venía el momento en que iba a pedirme la voluntad a cambio de su relato. Yo tenía en la cartera algunos pesos y estaba dispuesto a ofrecérselos con tal de seguir escuchando. Pero no demandó nada. Solo había parado un momento para tomar aliento, repasar en su mente toda la historia o cualquier otra cosa. Luego continuó como si ese breve lapso –que se me hizo interminable- jamás hubiese tenido lugar:

- El tema es el desierto. Un tren va avanzando a velocidad reducida por parajes desolados. Afuera, nada parece suceder. En el interior, una mujer y un hombre conversan desapasionadamente. Poco a poco vamos averiguando que se trata de un matrimonio. Hay fragmentos de conversaciones mientras por las ventanillas va pasando un paisaje yermo. Tan yermo, adivinamos, como la relación que vincula a esas dos personas que conversan, unidas acaso por el amor en otro tiempo, pero ahora enormemente distanciadas. Hablan por llenar con algo el viaje. Viajan por llenar con algo sus vidas. Si hubo ilusión en su pasado, ahora yace tras un alud de años compartidos. El presente, cada una de sus palabras lo confirma, es la nada. Desempolvan recuerdos, comentan el clima, las últimas noticias leídas en el diario. En sus voces no hay futuro. El futuro no existe. Es la laguna muerta de un páramo casi idéntico a aquel por el que el tren va discurriendo. Ocasionalmente, un revisor atraviesa el compartimento. Nada más. Finalmente, el tren llega al borde de un barranco (no se sabe qué hace exactamente un barranco en medio del trayecto ferroviario y, en realidad, no importa) y sin que nadie pueda o quiera evitarlo, se despeña. Esa escena final, por medio de la edición, iba a durar más de un minuto. Más de un minuto ese tren despeñándose, cayendo verticalmente sin visos de llegar jamás al final de su caída (metáfora de la relación de los dos personajes).

El tipo hizo una nueva pausa. Le miré, expectante, casi suplicando que continuara.

- Al final no hubo acuerdo porque el coste de esa última escena era inasumible para el presunto mecenas. Después de esa negativa, Keaton se entrevistó con mucha gente en Buenos Aires y otras ciudades, pero no consiguió la financiación imprescindible. La película nunca se hizo, así que supongo que tampoco en su país le avalaron. Eso fue todo. Un proyecto jamás realizado. Un sueño nomás.

Ahí terminó el relato. Su voz dejó de sonar y él desapareció, como una sombra. Pestañeé un par de veces, pero no había rastro de él. Como si se hubiese esfumado. Traté de recuperar sus rasgos, la seriedad de su rostro, la impasibilidad de sus ojos, pero me fue imposible.  La noche se transformó en una escena de cine mudo mientras caminaba hacia mi casa.

Al día siguiente llamé a Marco, muy excitado, para contarle todo lo sucedido. Él me escuchó atentamente. Luego, con un tono de confusión, dijo:

- Ayer no nos vimos. No fuimos al cine. Tal vez fuiste con otra persona…

- No, no. Recuerdo perfectamente que fui contigo.

- Hace casi un mes que fuimos por última vez al cine… Y fue a una reposición de Portero de noche, donde Charlotte Rampling está espléndida, por cierto... Lo estuvimos comentando largamente a la salida…

Guardé silencio. Pensé que, sin duda, Marco me estaba embromando. Entonces añadió:

- Y la última vez que pasaron El maquinista, que yo sepa, fue hace treinta años.

Colgué. Unos ojos inexistentes me miraban desde el recuerdo de una escena que, al parecer, nunca tuvo lugar, o lo tuvo de algún modo que no me es posible siquiera imaginar. Volví a la cama. Traté de dormir. Soñar escenas de cine mudo. Tal vez al despertar el mundo hubiera cambiado nuevamente.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

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