*Foto de Eduardo Francisco Coiro. @educoiro
*
Un hombre que contempla
el cielo en verdad contempla
el mundo entero contenido en un pedazo de
nube y hoja.
Pudiera parecer que es poesía pura.
Lo es. La poesía puede
hablar sobre cualquier cosa,
rara habilidad. Nadie sabe
dónde se localiza o como llega
al corazón de las personas.
Puede haber estos desvíos:
subterfugios.
Es como sentarse en una silla y hablar con
un pájaro
o conversar con un gato
observar su comportamiento es revelador
pero el gato y el pájaro
no pueden responderte.
Es trágico
pero solo los humanos, con toda su miseria,
pueden.
Y la hoja y el cielo
y la nube y el gato
y todo lo que podemos decir sobre ellos
existe
porque un hombre una vez
se sentó frente a otro
para decirle:
¿ves esa hoja?
parece un ala rota
mi gato se sienta frente a mí y parece
oírme. ¿Lo ves?
Se parece al gato
que una vez tuve de niño.
*De Mercedes
Álvarez. alvamercedes@gmail.com
-Mercedes
nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata
hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se
licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster
en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos
(Baile del Sol, España, 2010), Historia
de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a
la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón
(Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo
Valadés de cuento latinoamericano.
-Su libro de cuentos Grow a lover fue editado por Pensamientos Literarios (www.pensamientosliterarios.com)
EL RELOJERO
DE DHARAMSALA*
Un día encontrándome en una actividad de
recaudación de fondos en la ciudad de Nueva York escuché una interesante
conversación entre un grupo de amigos, así como también algunos conocidos,
todos ellos eran aficionados a coleccionar relojes y estaban hablando sobre un
famoso “hombre del tiempo de Dharamsala”. La primera impresión que tuve, fue,
que tal vez se trataba de algún místico, un yogui o, unos de esos santones
indios que viven entre las cuevas de los Himalayas, totalmente, dedicados a
alcanzar el propósito último de la vida: La liberación espiritual. “Mosha” en
sankristo, pero no, el interesante conversatorio giraba en torno a la figura de
un gran hombre al que describían como un piadoso, que era admirado alrededor
del mundo entero por su gran sabiduría, así como también por su cándida
personalidad. Me le acerqué algo intrigado a uno de los presentes para
preguntarle quién era el hombre, tema de tan entusiasta conversación. El Dalai
Lama, me respondió el Dr. Young. Um, pensé yo. No entiendo qué tiene que ver el
líder espiritual de los tibetanos con una conversación sobre relojes. En ese
instante, mi amiga, la Dra Ruth Goldstein me pasó por el lado, ocasión que
aproveché para charlar un poco con ella sobre la escuela que pensaba construir
en Etiopía en un campamento para refugiados sur sudaneses. Siempre que hablo
con la Dra Goldstein me siento como si estuviera hablando con la persona más
inteligente del planeta. Toda una profesional en el campo de la Neurología con
dos doctorados en diferentes campos de la salud. Pero ahora está dedicada por
completo a la noble tarea de aliviar los dolores del mundo envolviéndose en
distintas causas filantrópicas. Luego, me despedí de todos los presentes. Me
fui directo al aeropuerto para esperar por mi vuelo de retorno a la ciudad de
Cincinnati. Y mientras esperaba por el avión, volví a pensar en la conversación
sobre el Dalai Lama y su afición por los relojes. No sé por qué, pero algo no
encajaba en mi percepción acerca de esta gran figura y tan solitario oficio.
Empecé a buscar en el buscador de Google cualquier información al respecto con
el propósito de matar el aburrimiento y para entretenerme un poco. Y me
encontré con una vieja entrevista que le hizo el reconocido periodista, John
Sullivan del New York Times siete años atrás. El comunicador viajó hasta el
distrito de Kangra en el estado indio de Himachal Pradesh en donde se encuentra
la residencia oficial del líder espiritual del Tíbet, Dharamsala. Que también
es la sede oficial del gobierno tibetano en el exilio desde el joven, Tenzin
Gyatso escaparse en el 1959 huyéndole a la ocupación del gobierno chino de Mao
Tse Tung. La entrevista había sido concertada por el profesor, Robert Thurman,
un reconocido académico y especialista en temas relacionados con el budismo.
Después de conversar con el Dalai Lama, el periodista norteamericano le
preguntó de manera informal al insigne líder espiritual tibetano por su afición
por la reparación de relojes. Y éste le corrigió, diciéndole, que no era un hobby,
sino su trabajo. Trabajo? Inquirió el comunicador. “Sí, mi trabajo”. Volvió a
responderle el monje budista. “Todo el mundo tiene que tener un trabajo para
mantener la mente ocupada y para tener una actitud productiva ante la vida”. Su
interlocutor continuaba sin comprender. Luego de un tiempo se despidieron. Y el
Dalai Lama caminó lentamente hasta su pequeño estudio en donde estaban todas
sus herramientas de trabajo. Se sentó. Tomó un viejo reloj que uno de sus
asistentes le había traído y empezó a desamarlo pieza por pieza. Miles de
millas de allí, al periodista del New York Times como a mí, le costaba
reconciliar la idea del Dalai Lama y la cuestión de los relojes.
*De Daniel
Montoly.
(Montecristi,
República Dominicana, 1968)
Antes de ser viento *
Mientras escuchábamos “Avellaneda blues” de
Manal, jugábamos a imaginar formas fantásticas en los hilos de humo del
cigarrillo. Entonces le pregunté a Kalman si creía en seres que apenas se dejan
ver antes de ser parte del viento.
Kalman tenía padres y abuelos nacidos en la
Europa central. Ha escuchado de ellos algunas leyendas populares que se
transmiten en forma oral. Sus abuelos vivieron en Sniatyn que al tiempo del
nacimiento de sus padres quedaba en Polonia.
En aquella geografía se mezclaban en
extraordinario sincretismo creencias, leyendas, idiomas. Sus abuelos paternos
hablaban Idish pero las brujas que los mayores del pueblo relataban a los niños
para encantarlos o asustarlos eran polacas.
-Si no recuerdo mal - dice Kalman- la
Czarodziejka podía transformarse en lo que quisiera, incluso ser humo.
La Czarodziejka podía estar en cualquier
parte sin ser reconocida incluso salir de un repollo o vivir en el tronco de un
árbol.
Una vez, el viejo Wojciech les dijo a unos
chicos -entre los que estaba el padre de Kalman- que si se reunían hombres a
fumar con sus pipas en un claro del bosque bajo la luz de las estrellas. Ella
tomaba la forma de una seductora mujer que desprendida del humo les dejaba ver
su sonrisa. Los hombres de la pipa sabían desde niños que era un maravilloso
acontecimiento. Una única vez en la vida.
La leyenda les advertía que si la buscaban
por el bosque se extraviarían sin remedio a un tiempo desconocido.
Así que se quedaban allí mismo sin moverse
fumando sus pipas, dejaban que la Czarodziejka siguiera su paso de
encantamientos bajo una noche estrellada por aquel bosque que ahora queda en
Ucrania.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
Aproximaciones
a la errata*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
En el famoso cuento de Jorge Luis Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” –publicado por
primera vez en 1940 e integrado a su libro Ficciones de 1944– se especula con
una anomalía en el ejemplar de The
Anglo-American Cyclopaedia que conserva Adolfo Bioy Casares y que no
registra el volumen perteneciente a la biblioteca de Borges: la entrada
correspondiente a Uqbar, un país en el cual sus heresiarcas afirman –según
recita de memoria Bioy– que “Los espejos y la cópula son abominables porque
multiplican el número de los hombres”. Como conoce el lector que se ha
aventurado en esta ficción borgeana, la anomalía encontrada en el libro los
lleva a descubrir el planeta imaginario de Tlön –lugar en donde se encuentra
Uqbar– cuyas reglas son inventadas por Orbis Tertius, una sociedad secreta de
intelectuales del siglo XVII.
Recordé el cuento de Borges al leer El agua verde del idiota. La errata: cultura
e historia (FCE, 2023). El ensayo es de Yanko González Cangas y Pedro
Araya Riquelme. En el texto se menciona la invención de pueblos o parajes
en mapas del siglo XIX. Los autores explican que estos lugares imaginarios
fueron anomalías dejadas por sus creadores a propósito en los mapas a manera de
anzuelo: si alguien intentaba reproducir la información sin dar el crédito
correspondiente, lo haría con el error incluido. La errata borgeana quizás tuvo
el mismo origen: alguien construyó esos países imaginarios para detectar las
posibles copias que serían reproducidas por algunos ingenuos. En este caso, más
allá de los derechos de autor, sería un divertimento intelectual que sigue,
felizmente, el autor argentino. Sin embargo, hay erratas que pueden provocar
serios conflictos legales o, incluso, teológicos, pues a partir de la invención
de la escritura y su desarrollo se generó una suerte de fetichismo en la letra
impresa, pues desde hace siglos lo que se plasma en tratados, leyes y dogmas
religiosos adquiere, muchas veces, un aura de irreversibilidad. González y
Araya mencionan, por ejemplo, el caso de la “Biblia maldita” que es fruto de un error de impresión. La polémica
edición de 1631, en lengua inglesa, omitió la palabra “not” en el séptimo
mandamiento “Thou shalt not commit adultery” (No cometerás adulterio) indicando
la complacencia divina para ejercer la poligamia. Como es lógico las
autoridades eclesiásticas condenaron la edición. Los ejemplares que
sobrevivieron son codiciados por los coleccionistas. Sin embargo, a veces el
equívoco tiene una influencia perdurable en la cultura y en las fantasías de la
humanidad. Una errata creó la teoría de la vida inteligente en Marte cuando, en
1877, Giovanni Virgilio Schiaparelli –director del Observatorio Brera en Milán–
observó cauces en la superficie marciana. El término en italiano es “canali”,
pero fue traducido erróneamente como “canal” indicando, para los teóricos de la
conspiración de la época, la existencia de una antigua civilización en el
planeta rojo que, como elucubró H.G. Wells a finales del siglo XIX, nos
invadiría como ocurre en su novela La guerra
de los mundos.
La errata es la muestra perfecta de que el
ser humano no puede normar y homogeneizar el mundo según sus designios. Como un
dios impotente contempla cómo sus creaciones se rebelan frente a sus ojos. Las
erratas de hace siglos, cuando la imprenta era un proceso laborioso y complejo,
jugaba malas pasadas a los primeros editores. Ya no hay vuelta atrás cuando se
imprime una letra en el papel. Muchos pensarán que las nuevas tecnologías le
han dado al ser humano mayor control para evitar los errores en la escritura.
Sin embargo, la llamada Inteligencia Artificial (IA), el nuevo Santo Grial de
nuestros tiempos, ha llevado a la errata un paso adelante. La tecnología en la
escritura, al inicio bajo la supervisión del ser humano con el proceso mecánico
de aparatos como la máquina de escribir, ahora se ha liberado de nosotros –como
un genio fuera de control una vez abierto el frasco que lo contiene– con el
autocorrector en los procesadores de textos y en los teléfonos celulares. La
errata, de esta manera, encuentra un terreno fértil para generar equívocos que
pueden ser divertidos, aunque también peligrosos, pues nuestra escritura es
expuesta todo el tiempo en las redes sociales. Destaca, en particular, la
plataforma X que no permite –a menos que se pague por una cuenta premium– la
edición de tuit una vez que salió al mundo. Hay, como lo sabe muy bien
cualquier usario, dos opciones: se elimina el mensaje o se mantiene si es que
la errata no es grave. Sin embargo, si alguien obtuvo una captura de pantalla
del gazapo –como ha sucedido muchas veces–, la vergüenza y el escarnio
perseguirán al infortunado que no revisó lo que escribió.
La errata, en este nuevo escenario
tecnológico para el cual no hay suficiente crítica y nadie está lo
suficientemente preparado, adquiere tintes aún más macabros cuando analizamos
la IA generativa en la imagen. Vivimos en un ecosistema visual que moldea
nuestras certezas y nuestra manera de entender el mundo. En este escenario
movedizo la creación de imágenes “artificiales”, es decir, mezcladas por
algoritmos a partir de lo que los usuarios dejan en la red, promueve una
realidad basada en lo más popular, una suerte de estética que se nutre muchas
veces con estereotipos y las llamadas “alucinaciones”, desviaciones de la IA
producidas por la misma información falsa que inunda la red. El futuro que se
nos presenta como prometedor es una Caja de Pandora, pues las imágenes son
creadas por procesos que se alimentan de sí mismos con poco control humano. De
esta manera, como lo puede comprobar cualquier persona que haya usado
generadores de imágenes por medio de IA, se puede provocar una suerte de freak
show: personas con dedos de más, letras ininteligibles, rostros deformes o
escenas salidas de una pesadilla en la cual se nos presentan cosas familiares y
extrañas al mismo tiempo. Es un proceso, como han advertido algunos
investigadores, que pierde calidad mientras se canibaliza, como una fotocopia
que amplifica sus errores mientras se replica una y otra vez. Por supuesto, la
principal amenaza es perder la noción de la realidad. Si las imágenes
artificiales se masifican aún más–con sus correspondientes erratas– el ser
humano habitará verdades alternas, universos especulativos diferentes a los
imaginados por Borges en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, pues estas realidades
potenciarán la manipulación, el miedo, el escepticismo o el odio, elementos
que, por desgracia, se multiplican en este siglo.
*Fuente: Confabulario - El Universal
https://www.eluniversal.com.mx/cultura/confabulario/aproximaciones-a-la-errata/
*Alejandro Badillo. (Ciudad de México,
1977)
-Es
autor de los libros de cuento: Ella
sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP),
Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad
Veracruzana.
Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela),
La
Habitación Amarilla por Editorial BUAP.
-Las
novelas La mujer de los macacos
(Libros Magenta),
Por una cabeza (Premio
Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Y
Reconstrucción
Ediciones EyC.
OLIVOS*
Anoche,
en sueños, ha venido mi padre.
Tenía cara de carpintero.
Aunque sus manos, siempre, fueron de tinta.
Mi mirada nubla mi corazón al ver sus ojos.
Tristemente indescifrables ojos moros.
Le pide a mi madre 30 monedas.
Mi madre se las entrega.
Treinta monedas, una fábula de amor y un
ramo de olivos
Mi padre, quita el papel plateado y la
besa.
Ella saborea la fábula de chocolate.
Yo barro el lugar más sagrado de mi tierra.
Hay olivos y huesos de sus frutos.
Saboreo el mítico amor y las aceitunas.
Queda una hoja de olivo, una sola.
La levanto y la guardo.
Reverentemente.
Para noches de congojas claves y ángeles
caídos.
*De Amelia
Arellano.
San Luis.
Fabricantes
de sueños*
No digas que estás solo... Decí que
practicás el poliamor. Pensás en mucha gente. Cogés cada muerte de obispo pero
con gente distinta. Evitás toxicidades, puesto que te toxiquean las personas
que no te gustan y toxiqueás a las que no gustan de vos. Practicás el desapego
(porque no te dan bola, obviamente). Vivís armando un relato de tu vida como si
fuera interesante y no fueses una mosca chocando contra la pared del vacío. Te
cuidás, no tenés enfermedades de transmisión sexual (es un mito urbano lo de
los poliamorosos con hpv). La última vez que acabaste le diste sin querer a la
lámpara de la mesita de luz. Los enclaustrados en la monogamia te miran y ven
una flamante soltería en tus gestos y tu manera de vivir. Sos como un niño
grande para ellos. Se enternecen de tus desventuras, te dan consejos. Pero que
no es soltería, es poliamor. Poliamor de verano, poliamor de invierno. El
soltero o la soltera son fabricantes de sueños. Caminan hacia ellos sin vallas
que se lo impidan y los sueños de otros bailan a su alrededor de manera
invisible. Por eso es mejor llamarle poliamor. Un aura de locura los rodea. Sus
maneras de hablar inspiran mil significados. Se pintan cuadros, se escriben
poemas, y la vida tiene sentido gracias a estos poliamorosos. Función social, ahí
hallé la palabra. Tienen una función social. Es necesaria una buena cantidad de
solteros dando vueltas por ahí. Pero ahora ya no hay límite de edad. Las
ilusiones nos empujan como un viento y los poliamorosos les soplan en contra
con entendible impotencia. Algunos poliamorosos logran ir junto a este viento y
dejan de soplar. Respiran. Van con las hojas, con las sonrisas de los niños,
con los pájaros que vuelan por el parque. La idea de volar debería estar muy
vinculada a la soltería. Cuando uno junta a dos solteros en una jaula, escapan
uno del otro como gatos asustados. No los enjaulen para que se amen. Se van a
odiar. Multitudes de ilusiones palpitan dentro de su corazón. Nada los cautiva
del todo. Y cuidan su deseo como el oro más importante de la tierra. No hay que
mancharles el deseo. Es como hacerle comer remolacha a un niño que odia la
remolacha. Déjenlos en su propio viento. Ellos solitos en sus hojas voladoras
de otoño llegarán a un puerto. Y luego descansarán en un lecho, no en una
ilusión. Y la vida empezará, con su húmeda manera de oxidar lo que era verde, a
borrarles el recuerdo del viento. Y a darles contenido, alejándolos de las
múltiples formas del aire. Pero no es que el contenido sea algo en sí mismo,
sólo es un tipo de forma, una quieta.
*De Ramiro
de Mendonça.
Las pesadillas*
Las pesadillas tienen esa imposible
densidad
de sabernos involucrados y de absoluta
extrañeza,
de ser y no ser nosotros mismos en medio de
ellas.
De estar en un lugar desconocido,
trastocado y afín,
por completo adverso y que nos pertenece a
la vez,
algo que nos lastima y a lo que vamos a
sobrevivir
como al virus de una vacuna, como un mal
merecido,
y que, cuando se torne insufrible
lograremos
salirnos a tiempo de él, despertar y
recordar
fragmentos incómodos e inexplicables,
los que para nuestro bien olvidaremos
o volverán iguales o peores,
alguna noche de otro día.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
-Horacio
nació en Llavallol, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz
Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento,
poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es
autor de los libros de cuentos Palabras
de piedra (Baobab, 1999), Media baja
(Dunken, 2012) y La insistencia de la
desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy
Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese
mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error. -En el 2024 publicó
su libro de cuentos La oscuridad de los
hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.
Penélope
ilustrada*
Una mujer está leyendo un libro. Desde el
primer momento, las imágenes, los nombres, los sucesos allí narrados le
resultan familiares. Gradualmente va percibiendo que ese libro contiene la
historia de su vida. Comprende también que, cuando llegue a la última página,
morirá. Tal vez por eso, cada noche, cuando ya está dormida, su mano sale de la
cama, tantea con cuidado la superficie de la mesilla, coge el libro y, sin que
nadie lo advierta, cambia de lugar el marcapáginas.
*De Sergio
Borao LLop. sbllop@gmail.com
FUEGUITO*
Es una noche cualquiera. Usted está en un
lugar cualquiera, un bosque, la costa de un río, el jardín de la casa de algún
amigo. Junta hojas y ramas secas, hace una buena pila. Se arrodilla sobre la
tierra, acerca un fósforo a las hojas y espera. Su figura -rápidamente lo
descubre- tiene la reverente actitud de alguien que aguarda un milagro. Tal vez
se trate de una vieja ceremonia a la que está acostumbrado, y le baste forzar
un poco la memoria para descubrir un vasto mapa de fogatas a lo largo de su
historia. Pero esta noche -siempre suele ser así- vuelve a sorprenderlo y a
exaltarlo igual que la primera vez. Ante el crepitar de la llama, usted se
siente extrañamente en casa. Es como volver de una larga ausencia. Un
reencuentro en el que, con el concurso de la noche y el silencio, se va
desanudando un lenguaje al mismo tiempo familiar y secreto, alimentado de
certeza y plenitudes breves. El fuego crece y mantiene un monologo en el que
usted encuentra una correspondencia exacta. El fuego es puro movimiento y usted
no es más que sus ojos y el calor de su piel. Rodeados por la oscuridad,
protegidos, suspendidos, están en el centro del mundo. Usted siente que nada
puede tocarlo. Escucha su mente desbrozar trabajosamente una idea: no soy el
que fui ni soy el que seré. Simultáneamente toma conciencia de la banalidad de
todo pensamiento.
A esta altura, usted es una sola cosa con
el fuego, un presente inevitable. Se entrega, se abandona. Sin embargo, cree
comprender que de esa comunión se desprende un sentimiento más amplio, que
trasciende esta hora. A través del trabajo del fuego parece surgir una medida
de orden. Los ojos fijos, subyugado, sin cambiar de posición, usted piensa que,
detrás de su persistencia, el fuego es fundamentalmente inocencia, un regreso a
la limpidez del origen, al remoto albergue de toda posibilidad. y comienza a
percibirse usted mismo inocente, como una hoja en blanco donde todo puede ser
escrito, donde todo está por ser iniciado. Y acá es donde vuelve a reconocerse.
Y a reconocer los términos que han marcado sus pasos a través de los días, los
meses y los años: permanecer desposeído, abierto a lo imprevisto, alerta, en
permanente sospecha. Son principios de una doctrina que se ha ido forjando y
cuyo sentido ahora el fuego le devuelve. Comprende que también en usted ha
ardido siempre parte de ese fuego. Que esa es una llama de consumación. Una
llama donde usted se ha sacrificado siempre a sí mismo, ha sacrificado su vida,
las posibilidades de su vida, los accidentes de su vida, tal vez con el único
fin de deshacerse de su historia o de construir una historia diferente. Es
posible que oiga voces a través del aire nocturno, sin saber si se trata de
amigos que vienen a buscarlo o si son llamados que llegan desde otros años,
desde otros ámbitos, suscitados por otros fuegos. Acomoda algunas ramas y
piensa que cuando todo está dicho es bueno regresar al fuego, al origen.
Que es bueno, muy bueno, volver a
arrodillarse ante su voracidad, estudiar su movimiento y el núcleo cambiante de
su centro. Que es bueno para sus alegrías y para sus dudas. Que ahí, libre de
toda esperanza, puede limitarse a mirar y a no pensar. Y en esa llama sin
tiempo ve arder también el ciclo que termina precisamente esta noche, el ciclo
que comienza, los muchos que vendrán con sus cargas de confusiones y riquezas,
lo que ha sido, lo que será, y todo cuanto alberga la oscura, invencible
memoria o nostalgia de la sangre.
*De Antonio
Dal Masetto.
(Intra,
Italia 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)
EL
CIRUELO DEL MUNDIAL*
Cada mundial vuelvo a recordar la historia
del árbol plantado en el fondo de la casa de los padres de Kalman.
Porque el secuestro ocurrió al principio
del mundial de la dictadura.
Quizá será por la tapa del libro, que
conservo desde aquella época. La hoja maltrecha que era la tapa de "EL
ESTADO Y LA REVOLUCION " de LENIN.
En la desesperación el padre polaco de
Kalman había enterrado todo lo que encontró en la pieza de sus hijos. Sólo se
había salvado la colección de Mecánica Popular y un diccionario.
La imagen de su rostro recién retornado del
chupadero. Su cara, nunca voy a olvidar su cara, aunque la imagen este
desdibujada por las décadas transcurridas.
A los 20 años Kalman había envejecido de
golpe: era un muchacho ojeroso con una tristeza madre instalada en la mirada.
Me recibió sentado en una habitación deliberadamente sombría, como si sus ojos
acostumbrados a semanas en la mazmorra no toleraran la luz.
Me dio la hoja suelta: - como recuerdo, es
lo único que quedo de la biblioteca. De su biblioteca enterrada había leído
"Para leer al Pato Donald"
Después pudo hablar. Se extendió con lo que
soportó en las cuchas de ese campo clandestino. A menudo pienso en él, más aún
cuando se acerca un evento de futbol mundial.
Cuando volvió a su casa, fueron con los
viejos a un vivero donde compraron un ciruelo bastante crecido. Fue una
ceremonia familiar plantar el ciruelo sobre el bulto de los libros enterrados
en la quinta.
La dictadura pasó, años después volvieron a
discutir si tenían que desenterrar los libros, el árbol había crecido y ya daba
sombra.
Fue Kalman el que decidió: -dejémoslo tal
cual, parece que las raíces están bien alimentadas.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar
*
“Haz el duelo de lo
que nunca serás para ser libremente
todo lo que eres”
*De Pablo
Krantz.
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
LA
RAZÓN CENTRÍFUGA*
Llegué a Roque Pérez. Desde aquí no me
queda otra opción que hacer dedo. Pedir aventón traducen los españoles, pero
aquí no aventamos las cosas, las tiramos, las revoleamos como quien dice que se
saca algo de encima, lo agarra de una esquina, mueve el brazo en redondo por
sobre la cabeza, suelta y la cosa sale disparada hacia una esquina del mundo, y
se queda ahí donde ya no hace daño. No aventamos ni arrojamos, en nuestro tirar
hay una desesperación de revoleo, y me pongo a discurrir sobre temas tangenciales
para evadirme de este presente, de este haber llegado casi, de estar tan cerca
aunque falte el último tramo.
No hago dedo entonces. Podría ponerme a la
vera de la ruta y con el clásico gesto de los mochileros indicar mi deseo de
que algún buen samaritano me recoja, pero en este lugar y en estos tiempos
podría pasar días esperando que alguien me levante.
En un barcito pregunto si hay forma de
viajar a la Estación Juan Tronconi. El hombre detrás de la barra lo piensa un
momento mientras pasa la rejilla borrando las gotitas que ha dejado la bandeja
de latón que se ha llevado el mozo. Dieciséis kilómetros, me informa. No me
pregunta para qué quiero ir a una estación que ha dejado de recibir trenes
desde hace más de cincuenta años, su orgullo masculino lo insta a resolverme el
problema. Se nota que es uno de esos hombres acostumbrados a solucionar
desperfectos, y lo veo dando vueltas un mapa mental de caminos rurales y
alambradas, adornado con vagas referencias de tendidos eléctricos repletos de
gigantescos nidos de loros.
La maestra. Me dice que la maestra de la
escuela número ocho va hasta ahí cerquita de la estación. Que la escuela está a
un tiro de piedra. Después sí, ahora que me dijo cómo llegar, me pregunta para
qué voy. Quiere seguir demostrando eficacia, intenta adivinar, supone que hago
un relevo fotográfico de sitios históricos, pero me advierte que la estación ha
quedado en un campo privado, y sólo se ve de lejos, detrás de una alambrada.
Me dice que la maestra vive ahí a unos
trescientos metros del bar, que si camino hacia la izquierda voy a encontrar
una casa con una reja blanca y un ficus en la vereda. Me dice que no me puedo
equivocar, que el árbol es enorme y las raíces están tirando la pared que
sostiene la reja.
Tuve suerte, encontré la casa, la mujer se
mostró amable y accedió a llevarme hasta la escuela. Eso sí, me dijo, tendría
que compartir el automóvil con sus hijos y una enorme cantidad de cachivaches.
Pilas de cuadernos, rollos de láminas, cajas de diferentes tamaños, un chico de
unos nueve años y una nena de siete que fueron todo el camino disputando un
celular con el que uno intentaba escuchar una música mientas la niña lo acusaba
a la madre y viceversa.
No podíamos mantener la conversación sin
gritar, por lo que tras vanos intentos de preguntar o responder
superficialidades, pude mirar lo poco que había para ver mientras el auto
traqueteaba en el camino de tierra. Vacas, postes, alambradas, pájaros,
sembrados que para mi ignorancia podían ser cualquier cosa entre soja o
alfalfa.
La escuela consta de dos edificios celestes, uno más grande y con una enorme puerta con arco de medio punto, de hierro, con grandes cuadrados de vidrio repartido. No pude evitar pensar que en la ciudad los vidrios ya estarían rotos, y por la noche habrían vandalizado la escuela aprovechando esos grandes espacios sin rejas. Pero estamos en el medio del campo, aquí se respetan los objetos construidos con esfuerzo humano.
Todavía no llegan los chicos ni las otras
señoritas, la maestra abre la escuela media hora antes del inicio del turno
para preparar los salones, abrir las ventanas, regar las plantas de las
macetas. Me dice que está reemplazando a la directora, que tiene muchas
ocupaciones, desaparece con los hijos ofreciéndose a llevarme de vuelta a la
ciudad cuando finalice el horario escolar.
Voy hasta la estación. Camino en un
silencio maravilloso. Las retamas rojas salpican el pasto que a esta hora tiene
un color precioso, brillante, favorecido por la lluvia de ayer. Claro que me
detiene el alambrado. Cerca, a unos cincuenta metros quizás, el edificio de la
estación con su techo rojo a dos aguas todavía parece vivo. Veo el andén, con
las cenefas de madera, las paredes de ladrillo típicamente inglesas como el
verde de las aberturas. Allá el galpón de carga, largo y tan hermoso acostado
bajo su cielo perfectamente azul. La hilera de altos plátanos retorcidos, el
molino dibujado finamente, haciendo contrapunto con el tanque de agua macizo.
Todo igual. Faltan los Sosa en la carnicería, la gente llegando con paquetes en
sus verduleras, el guarda y su silbato. Falta, claro, la gente. Pero la ilusión
de realidad es tan fuerte que creo escuchar las voces entremezcladas con el
grito de los teros y ladridos lejanos.
No pertenezco a este paisaje. Me lo
contaron. A pesar de mi edad, que ya me funde con todos los paisajes en sepia,
no conocí los acopios de cereales de los planes quinquenales cuando se
nacionalizaron los ferrocarriles, ni tampoco vi pasar la última formación en
1961. No estuve cuando levantaron las vías, cuando desapareció el puente que
unía Roque Pérez con Carlos Beguerie. No estaba yo sobre este andén borrado,
cuando esto dejó de ser una estación de trenes para ser testimonio de fracaso.
Vengo a despedirme. Por qué aquí, bueno,
porque en algún lugar se derrumbaron las ilusiones, y éste fue uno de esos
lugares. Recóndito, centrado en su telaraña de caminos polvorientos, posesión
inglesa primero, argentino luego, propiedad privada ahora, desaparecido,
inútil, lugar de fantasmas, mancha de lo que no fue.
Recostada contra uno de los postes del
alambrado, llorando sin mucha lágrima, pero a corazón desollado. En soledad,
pequeña, despeinada, con las piernas cansadas, consciente del polvo en los
zapatos y de que empiezo a tener hambre. Con pena de tener hambre, porque las
ocasiones solemnes no debiesen opacarse con estas cosas. Triste, triste, muy
triste. Sintiendo el planeta esférico bajo mis pies, henchida de amor por esta
Argentina que me defrauda hasta el vértigo, a punto de ahogarme por la bronca
contra esta Argentina que me defrauda. Sabiendo que estoy haciendo un recuerdo,
que estoy plantando una bandera en mi memoria, un momento iluminado por el
relámpago, una quemadura desgarradora.
Mañana será Ezeiza, el vuelo, la partida.
Aquí, en el medio del campo, que es el
medio de la nada o sea el centro del alma y el centro de mi Patria, mirando de
lejos las ruinas de una promesa, viendo el puente que falta, las huellas de
vías que se desvanecieron, la caída de un enorme toro que desapareció en su
propia polvareda. Aquí, antes de volver a subir al automóvil de la maestra, me
despido.
Una figura aparece en el andén. No distingo
si es una mujer o un niño, la saludo con un amplio gesto de mi mano por sobre
la cabeza. Permanece inmóvil un instante y luego, despacio, me devuelve el
saludo con lentitud, dibujando un arco ampliamente con el brazo derecho.
¿Soy yo, de joven? Un escalofrío bajo el
sol. Quien se va se deja, me digo. Aquí queda mi juventud. Me marcho.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
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