domingo, diciembre 22, 2013

COMO PERDIENDO EL PLUMAJE Y LAS PRETENSIONES...

 
*Dibujo de Erika Kuhn.
http://obraerikakuhn.blogspot.com.ar/
 
 
 
 
 
 
 
ROMANCE AUSENTE*
 
 
 
María espera en la tarde
con sus zapatos de ausencia.
Llenos los dedos de frío...
y los ojos de tristeza.
El río viene subiendo
con remolinos de lenguas,
amarrando camalotes
en las destruidas riberas.
Arrimadita a su perro,
de pura estirpe costera,
María enhebra crecientes
en la inquietud de sus venas.
Urdiendo adioses de sauces
con ovillos de paciencia,
la barca acuna intemperies
en el vientre de madera.
Vestidita de domingo,
enciende sueños de arena
mientras escucha, en silencio,
la plegaria de las hierbas.
Llenos los dedos de frío
y los ojos de tristeza,
María espera, en la tarde,
con sus zapatos de ausencia.
 
 
*De NORMA SEGADES-MANIAS.
 
 
 
 
 
 
 
 
COMO PERDIENDO EL PLUMAJE Y LAS PRETENSIONES…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
TÚ, CONMIGO AMIGO*
 
 
 
Tú, conmigo, amigo.
Al alcance de mi mano te he sentido.
Porque he sido, otra vez yo, por vos.
Porque los maizales, se alargan en tu sombra.
Y me albergan.
Porque esto, que pretende ser un poema.
Está escrito como yo, alocadamente.
Y me enuncia, me llama, me bautiza.
Y proclama, tu nombre, que es el mío.
Y me encuentro, me nace y me dice buen día.
Refunda mis médanos y me llama Lázaro.
Y canta y baila. Y soy bolero, zamba, castañuela.
Resurrección de pajonales agobiados.
Santa. Prostituta. Bruja. Madre. Hermana.
Mira, sé que hay laureles en flor y designios.
Y perros flacos y niños con ojos huecos.
También se, que en este, desamparado mundo.
Hay vendimias y cosechas caseras.
Y panes y palomas y flores de cuarzo rosa.
Por todo eso, por muchos ríos más.
Yo te bendigo, hermano.
Y siento que me llegas, aunque no se de donde.
Como la lluvia, como el amor.
Con una grafía de mares y de soles
Que me besa las manos y las ramas
Y reinscribe mi nombre... y reinscribe mi nombre.
 
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar

 
 
 
 
 
 
EL VEREDICTO*
 
 
 
 
−¡Póngase en pie el acusado!
Scrooge se levanta con torpeza.
−Ebenezer Scrooge, la ciudad de Londres le acusa de los siguientes delitos: avaricia en primer grado y falta de caridad, también en primer grado. Se declara usted culpable o inocente.
−Inocente, señoría.
−Se inicia la vista. Proceda señor fiscal.
−Con la venia señoría, que suba al estrado el espíritu de la Navidad Presente.
El testigo alza una antorcha brillante derramando luz sobre la sala. Lleva un manto verde y sobre la cabeza una corona de acebo.
El alguacil sostiene la Biblia.
−Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
−Sí, lo juro.
El fiscal empieza las preguntas.
−Espíritu de la Navidad Presente, ¿qué relación tuvo con el acusado?
−Le mostré cómo celebraban el día de Navidad distintas familias.
−Ahora me gustaría que prestase atención a los datos que tengo sobre la Navidad en la casa de Mr. Cratchit.
El espíritu asiente.
−Empezaré con la señora Cratchit. Su vestido, una bata con remiendos, con cintas de colores que no valdrían más de seis peniques. El traje del señor Cratchit muy zurcido, aunque limpio. Martha llegó tarde porque era aprendiz de modista y tenía que trabajar muchas horas seguidas. Tiny Tim llevaba una muleta pequeña y los miembros sostenidos por un aparato metálico. Los hermanos pequeños le ayudaron a sentarse. Todos colaboraron en algo. Peter preparó las patatas hervidas, Belinda puso la mesa, y los dos pequeños, con ayuda de Peter, fueron a por el pavo. Se lo comieron hasta dejar los huesos. El pavo les abrió el apetito; era demasiado pequeño para tantas personas con hambre atrasada. La madre fue a la cocina, a por el pudding. La familia estaba expectante. Aunque no era muy grande, lo ensalzaron. Después se reunieron alrededor de la lumbre. Brindaron con el ponche que el padre había hecho, deseándose Felices Pascuas. Estuvieron hablando. El padre comentó a Peter que tenía en perspectiva un trabajo para él, cinco chelines y seis peniques semanales. Espíritu de la Navidad Presente, ¿vio el acusado lo que he descrito?
−Sí.
−¿Se mencionó en algún momento al acusado?
−Mr. Cratchit alzó su vaso para brindar por él porque les había procurado la cena. La señora Cratchit no quiso beber a la salud de un hombre, según ella dijo, tan odioso, tan avaro, duro e insensible, como Mr. Scrooge, pero su esposo la convenció y todos brindaron por él.
El espectro va envejeciendo, sus cabellos son grises. El fiscal advierte el cambio pero no dice nada y sigue con sus preguntas.
−¿Por qué la señora Cratchit no quiso en un principio beber a la salud del jefe de su marido?
−Le hacía culpable de su pobreza, el sueldo de Mr. Cratchit era muy bajo.
Murmullos acallados por el golpe seco del mazo y por las palabras «silencio en la sala» del señor juez.
−No tengo más preguntas, señoría.
Toma la palabra el abogado defensor.
−Espíritu de la Navidad Presente, en ese viaje también visitaron la casa del sobrino del señor Scrooge. ¿Es verdad que el sobrino dijo que su tío era un individuo cómico, desagradable, y que ellos se beneficiarían de su riqueza?
−Sí.
−Sin embargo, el señor Scrooge no se enfadó al oír aquello, ¿no es así?
−Así es.
−¿Puede relatarnos cómo continuó la fiesta?
−Empezaron otro juego, el sobrino de Mr. Scrooge pensaba una cosa y los demás tenían que adivinarlo, haciendo preguntas que solo se pudieran contestar con un «sí» o un «no». El sobrino pensó en un animal desagradable, salvaje, que unas veces rugía y gruñía, y otras veces hablaba.
−¿Qué animal?
−El señor Scrooge.
−No tengo más preguntas, señoría.
−Se suspende la sesión durante dos horas −dice el juez−, se reanudará a las cinco.
 
Cinco de la tarde. El fiscal llama a su segundo testigo, el señor Cratchit.
−Señor Cratchit, ¿qué relación tenía con Mr. Scrooge?
−Era su empleado.
−¿Puede decirnos lo que hizo el señor Scrooge el mismo día del entierro de su socio el señor Marley?
−Unos señores fueron a verle y pasaron la tarde discutiendo.
−Señores del jurado −indica el fiscal−, ¿qué clase de persona está en condiciones de hacer negocios el día del entierro de un amigo?
−Protesto señoría −dice el abogado defensor−, al hacer ese comentario el fiscal presupone que el acusado estuvo negociando, cuando no está demostrado que fuera así.
−Se acepta −dice el juez−, que el comentario no conste en acta.
−¿Es verdad que el pasado 24 de diciembre entraron dos hombres recaudando fondos para los pobres y el acusado no contribuyó a la causa?
−Sí.
−Cuando uno de los recaudadores comentó a Mr. Scrooge que los pobres dijeron que preferían morirse a entrar en los centros de acogida estatales, al acusado le pareció que morirse era lo mejor que podían hacer porque de esa manera disminuiría el exceso de población. ¿No es cierto, señor Cratchit?
−Sí.
El fiscal se acerca a su mesa y coge un papel que muestra al juez. El juez lo aprueba.
−Mr. Cratchit, escuche con atención lo siguiente: «A todos los idiotas que van con el “¡Felices Pascuas!” en los labios los cocería en su propia sustancia y los enterraría con una vara de acebo atravesándoles el corazón. ¡Eso es!». ¿Me puede decir, señor Cratchit, quién dijo esas palabras?
−Mr. Srooge.
−No tengo más preguntas, señoría.
Una figura oscura se aproxima al estrado con paso lento, grave. Un manto negro le oculta cabeza, cara y cuerpo, dejando visible una de sus manos extendidas. Es el espíritu de la Navidad Futura, testigo de la defensa.
−Espíritu de la Navidad Futura −dice el abogado defensor−, ¿le pidió Mr. Scrooge que le guiara porque quería ser un hombre diferente y cambiar de vida?
Movimiento de la túnica negra. El espectro inclina la cabeza asintiendo.
−¿Reconoció Mr. Scroogre que su avaricia y dureza de corazón no le hicieron ningún bien, que honraría la Navidad durante todo el año, y que nunca iba a olvidar las lecciones de los tres espíritus?
Contracción del manto negro. El espectro asiente.
−No tengo más preguntas, señoría.
 
Último día del juicio. El fiscal se dirige al jurado. Comienza su alegato.
−Señores del jurado, hoy es un día importante porque al juzgar al señor Scrooge no sólo se juzga a una persona inmisericorde y avara, sino que al mismo tiempo se está juzgando a personas como él. El acusado ha demostrado ser culpable de todos los cargos que se le imputan. Desde las primeras hojas del cuento empieza a delinquir. El mismo día del entierro de su único amigo, el señor Marley, sí, el mismo día del entierro, en vez de estar apenado por su muerte, hace un buen negocio. Mr. Scrooge, un hombre avaro, cruel; un ser miserable, codicioso, sin sentimientos. Un hombre que no se conmovió por nada ni por nadie; ni por su empleado el señor Cratchit, ni por su sobrino, ni por los niños pobres que pedían en la calle. Tanta pobreza a su alrededor y él, preocupado por tener más y más. En sus manos está, señores del jurado, encerrarle para siempre o dejar libre a un hombre tan dañino y peligroso en una sociedad como la nuestra. Sé que tomarán la decisión adecuada.
El abogado defensor se acerca al jurado.
−Señores del jurado, qué bien hablamos de piedad, comprensión, tolerancia, pero que poco piadosos, comprensivos y tolerantes somos con los demás. Al juzgar al señor Scrooge debemos ser indulgentes, ahondar en su pasado, en las causas que le llevaron a ser lo que fue. Si no era generoso con él mismo, cómo lo iba a ser con los demás. Él era el que más sufría; no fue capaz de querer a nadie porque no se tenía el mínimo aprecio. No podemos sentir odio hacia él sino pena. Su sobrino pensó que los defectos de su tío llevaban su propio castigo. Sin embargo, ¿fue Mr. Scrooge el único culpable de su coraza? ¿Intentó alguien acercarse a él, atisbar ese abismo que se agrandaba y le consumía, impidiéndole ser libre? Porque si alguno de ustedes piensa que lo era, se equivocan; sus pensamientos, sus ideas, estaban encadenados con grilletes a una enseñanza austera, rígida, cruel. ¿Tuvo el señor Scrooge la culpa de que no le hubieran mostrado cariño ni amor en su entorno familiar? No, creo que no, y ahora es el momento en que se puede hacer justicia. Él ya nos demostró que había cambiado al final del cuento. Sé que aquí se le juzga por su vida anterior, pero agradecería que considerasen su arrepentimiento y rectificación de conducta. Sé que ustedes serán justos.
 
Han pasado cinco horas. Entran en la sala el señor Scrooge, su abogado y el fiscal. Luego, los miembros del jurado.
−En pie −dice el alguacil.
Todos se ponen de pie. Entra el juez.
−¡Siéntense! ¿Tienen ya el veredicto?
−Sí, señoría.
−¡Póngase en pie el acusado!
Scrooge se levanta despacio. Sus piernas tiemblan. Se agarra con fuerza a la mesa retorciendo unas manos ya viejas.
−Señores del jurado, consideran a Ebenezer Scrooge:
 
¿Inocente o Culpable?
 
 
 
*Por Eva María Medina Moreno. relojesmuertos@gmail.com
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Compraba frutas en el mercado
y me acordé de las manzanas.
Cargué en mi bolsa dos,
pero ninguna se enciende.
 
 
Hay algo más triste
que una mesa a oscuras?
 
 
Te hice esa pregunta
mientras toda la casa
seguía mis labios
susurrandose lentamente.
 
 
No sé que responderías
a la luz de mi boca.
 
 
*De Marcela Lokdos. lokdos1@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El animal metafísico*
 
 
 
 
*Por Juan Forn
 
 
Ahora que el calor zumba en el cielo como una gran cigarra invisible y en la demencia dorada todo tiembla, quiero hablar del hombre que describió así el verano en la gran ciudad. Sus padres lo llamaron Thomas Moro Simpson. Me topé con su nombre el otro día, en esas listas negras de la dictadura que aparecieron en un sótano del Ministerio de Defensa: artistas y científicos catalogados de peligro marxista por los milicos. Simpson figura en ellas, pero como “pintor”. Tiene cierta lógica el asunto, porque otra dictadura, la de Onganía, ya le había negado entidad como investigador filosófico. La historia es así: en 1965, Simpson se convirtió en el primer investigador del Conicet que no era científico, ni había pasado por la universidad siquiera; el único diploma que tenía era el de la escuela primaria, pero a los 35 años escribió él solito con su cabeza un libro llamado Formas lógicas, realidad y significado. Lo mandó a la Eudeba de Boris Spivacow. “No publicamos monografías”, le contestaron. Simpson se lo acercó a Gregorio Klimovsky entonces, y Klimovsky fue a ver a Spivacow: “No hay un libro así en nuestro idioma. No digo en Argentina, digo en toda la lengua. Hay que publicarlo”. Así se convirtió en investigador del Conicet. Su padre era un relojero de barrio que se negaba a tener negocio a la calle para no alardear, pero sabía hacer funcionar cualquier máquina rota que le pusieran en la mano: Simpson cree que de ahí le viene la mente analítica. Para que nos entendamos, la epistemología es ese filo donde la matemática se encuentra con la filosofía, la pureza de lo abstracto en su máximo rigor. Pero eran tiempos de Onganía, y después vinieron tiempos peores. Al menos tres generaciones de estudiantes no supieron nada de Simpson, ni de él ni de su circunstancia, entendiendo por circunstancia no sólo su obra formal (dijo el Colegio de México hace poco: “Casi cincuenta años después, Formas lógicas... sigue siendo un texto eléctrico y corcoveante, al que el tiempo no ha herido”), sino también su obra informal, que Simpson había empezado por la misma época en forma de columnas ocasionales, primero en el diario El Mundo y después en la revista Primera Plana, con el título de “Investigaciones de un hombre curioso”, que luego mutó a “Diario de un ciudadano curioso”.
La combinación de ciudadano y curioso a mí me hace pensar enseguida en un porteño caminando por la calle o, para precisar un poco, en un porteño capaz de decir de repente: “En el siglo cuatro antes de Cristo, cuando los tigres paseaban por Florida y Corrientes...”, y considerar al café con leche en un bar un sagrado manjar y un premio. Yo creo que, cuando Simpson dice curioso, lo dice como sinónimo o complemento de distraído. Murena escribió en un poema: “Sólo atento no hay que estar: / preparado”. El gran Heine le preguntó una vez a su cochero: “¿Qué son las ideas?”. A lo que el cochero contestó: “Ideas son esas cosas que se le meten a uno en la cabeza”. Sólo atento no hay que estar: preparado para las ideas que a uno se le meten en la cabeza, vengan de los libros o de la propia calle. Así encaró Simpson la continuación de sus investigaciones filosóficas, que reunió en un librito hermoso al que sus fieles llaman El mamboretá. Su título completo es Dios, el mamboretá y la mosca, y cada diez o quince años hace una nueva edición, aumentada o alivianada según su parecer del momento. Yo tengo la del ’99, y hacia ese estante de mi biblioteca me mandó el nombre de Simpson cuando lo vi en las listas que publicó Página/12 el otro día, y después de mirar mis subrayados y descubrir lo que subrayaría ahora, y proceder a continuación a hacerlo, mientras aprovechaba para releer entero el libro, de repente fui a las páginas en blanco de adelante, que suelo usar para anotar cosas, y me encontré con el número de teléfono de Simpson en mi propia letra, con una cifra menos en la característica (a fines de los ’90 no existía todavía el cuatro). Asombrosamente seguía siendo el número de Simpson, y al rato tuve el gusto de oír al propio confirmando de lo más pancho que sigue vivo y entero y que está a punto de publicar un librito más atrevido todavía que El mamboretá: un libro todo de poemas. Pensando igual, pero en verso. Con métrica y rima y todo. Qué alegrón me dio.
“A veces me domina el animal metafísico, el mono enfermo que, entre una banana y un maní, empieza a preguntarse por el cómo y el porqué de las cosas”, dice Simpson en El mamboretá. Lo de enfermo es una referencia a Freud, que dijo famosamente: “Si alguien se pregunta por el sentido y valor de la vida es señal de que está enfermo, pues objetivamente ni lo uno ni lo otro existen”. Lo de mono es una referencia al chimpancé de laboratorio al que Ernst Mayr dio un terrón de azúcar y vio cómo el animal corría hasta la fuente de la que manaba agua y lo lavaba vigorosamente hasta que el terrón se le deshizo por completo entre los dedos. La sed de absoluto, llama Simpson a esa estampa.
En 1967, Simpson conoció en California al gran Rudolf Carnap, que por entonces tenía setenta y seis años, “el cuerpo en derrota, pero la mente apasionada y lúcida”. El médico le había prohibido que hablara de filosofía después de las seis de la tarde porque le resultaba imposible interrumpir la corriente de su pensamiento y no dormía y terminaba descompensado. Carnap había estudiado con Frege, que tenía sólo tres alumnos: Carnap, un mayor retirado y un amigo aficionado a la matemática. Frege daba toda la clase mirando al pizarrón, estuviera escribiendo en él o no. Se lo consideraba el mayor lógico desde Aristóteles. Carnap le contó esa tarde a Simpson que mientras estudiaba con Frege escribió este texto: “Hay un hombre, se reduce de tamaño, se vuelve más y más pequeño, se convierte en pájaro, el pájaro se convierte en mil pájaros, que vuelan al cielo mientras las nubes conversan entre sí acerca de lo que ha sucedido. Ese es un mundo posible”.
Yo creo que Simpson fue a ver a Carnap por la misma razón que Carnap a Frege, pero él seguro diría: “Vaya un poco a la sombra a tomar aire y deje de tocar la lira”. Porque Simpson ha vivido su vida convencido de que es básicamente un hombre sensato que se ha limitado a cumplir con su deber, según aquella frase de Aníbal Ponce: “No se puede abdicar de los deberes de la inteligencia”. Por suerte, de tanto en tanto lo domina el animal metafísico y nos lleva con él en sus derivas, como aquella vez que estaba en una tienda de pájaros embalsamados y afuera llovía. Anochecía, además, y no amainaba, y de pronto entró una mujer con el pelo empapado, pero se quedó en la puerta. “Quiero un pájaro alegre”, dijo en un hilo de voz. El vendedor sacó un petirrojo de una jaula, pero mientras tanto la mujer se arrepintió: “Me he equivocado”, murmuró con la mano en el picaporte. “No se vaya”, dijo el vendedor. “Escuche. La muerte fue piadosa con ellos. Quédese y los escuchará.” Y en ese preciso momento el petirrojo inundó la tienda con su canto, pero la mujer ya había dejado la puerta abierta y se había perdido en la lluvia mientras caía la noche en la ciudad.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El día que el horizonte se evaporó*
 
 
 
Era un atardecer poco común
La brisa no dejó rastros de su presencia
El celeste y el verde se juntaron
Dialogando en lenguaje enamorado
El espectador sorprendido admiraba
La placidez de esa tarde matizada en el silencio
Donde el cielo y el río se fundieron.-
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
HONRAR LA VIDA*
 
 
 
En el noroeste de Mongolia todo el mundo se muere, pero las personas no mueren. Se lo dice el papá a Nansa, una niñita de ojos rasgados en un redondo rostro de manzana.
El budismo los provee de un inagotable círculo de vidas que el alma recorre pasando de un arbusto a un camello, de un camello a un buitre, saltando de ser a ser, hermanando plantas, animales y seres humanos en un hálito eterno que se manifiesta multiforme y vital. La muerte no tiene más relevancia que el cruce de un umbral. No angustia ni aterroriza. Los niños sólo sienten la curiosidad de quien se pregunta qué vestido usará mañana, qué abrigo le tocará en el invierno próximo.
Pero no todas las vidas son iguales. Las personas poseemos una fineza de percepción, la capacidad de razonar y sentir con mayor agudeza que un yak o una cabra. Esos atributos son invalorables. Podemos, también, mirar las estrellas, contar historias, acariciar un perro dormido. Somos capaces de amar.
Volver a pisar el mundo como un ser humano es un privilegio.
Una anciana recibe en su yurta a la niña que se ha mojado en la lluvia. Toma un cazo con arroz, una aguja larga, y con la aguja en una mano derrama sobre ella puñados de arroz que caen como lluvia blanca. Le pide a la niñita que le avise cuando un grano caiga sobre la punta de la aguja. Puñado tras puñado, la atenta mirada no logra encontrar que el milagro acontezca.
La pequeña mujer arrugada y sonriente le cuenta a la niña que en el mundo existen infinidad de seres, y que la posibilidad de reencarnarse en una persona es tan remota como la de que un grano de arroz caiga en la punta de la aguja. Así de esquivo es el milagro, así de difícil es ser un ser humano, y es por eso que cada vida humana es inapreciable.
Ha de celebrarse, entonces, la vida humana. Y respetarla con la devoción con la que se preserva un frágil fuego en medio de la noche.
Lo dicen los mongoles, allá por donde China y Rusia se confunden. Nos lo cuenta la directora Byambasuren Davaa, que quiso que su pueblo narre a través de sus filmes esa forma de vivir, sentir y explicar el universo.
Ellos, los mongoles budistas que creen en un eterno pasaje de vidas, reverencian la maravilla de ser una persona y de tener la suerte de pertenecer por unos años al género humano. Nosotros, que no prestamos fe a historias de reencarnaciones, que creemos que esta vida es única, despreciamos a nuestros semejantes y no honramos el maravilloso don de la humanidad que se nos ha concedido y reside en nosotros. Mancillamos el milagro, desperdiciamos la esquiva oportunidad de ejercitar los dones que nos fueron hechos. Si podemos amar, si podemos mirar la luna, si podemos narrar historias; entonces es nuestro deber hacerlo y por tanto, como lo cantó Eladia Blázquez, honrar la vida.
 
 
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-2006-
 
 
 
 
 
 
 
*
 
leerte así
 
como perdiendo el plumaje
 
y las pretensiones
 
 
*De Alejandra Alma.
https://www.facebook.com/alejalma
http://alejandraalmapoesias.blogspot.com.ar/
 
 
 
 
 
 
***
 
 
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LA RICA
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