*Dibujo de Erika
Kuhn.
http://obraerikakuhn.blogspot.com.ar/
ROMANCE AUSENTE*
María espera en
la tarde
con sus zapatos
de ausencia.
Llenos los
dedos de frío...
y los ojos de
tristeza.
El río viene
subiendo
con remolinos
de lenguas,
amarrando
camalotes
en las
destruidas riberas.
Arrimadita a su
perro,
de pura estirpe
costera,
María enhebra
crecientes
en la inquietud
de sus venas.
Urdiendo
adioses de sauces
con ovillos de
paciencia,
la barca acuna
intemperies
en el vientre
de madera.
Vestidita de
domingo,
enciende sueños
de arena
mientras
escucha, en silencio,
la plegaria de
las hierbas.
Llenos los
dedos de frío
y los ojos de
tristeza,
María espera,
en la tarde,
con sus zapatos
de ausencia.
*De NORMA
SEGADES-MANIAS.
COMO PERDIENDO EL PLUMAJE Y LAS PRETENSIONES…
TÚ, CONMIGO
AMIGO*
Tú, conmigo,
amigo.
Al alcance de
mi mano te he sentido.
Porque he sido,
otra vez yo, por vos.
Porque los
maizales, se alargan en tu sombra.
Y me albergan.
Porque esto,
que pretende ser un poema.
Está escrito
como yo, alocadamente.
Y me enuncia,
me llama, me bautiza.
Y proclama, tu
nombre, que es el mío.
Y me encuentro,
me nace y me dice buen día.
Refunda mis
médanos y me llama Lázaro.
Y canta y
baila. Y soy bolero, zamba, castañuela.
Resurrección de
pajonales agobiados.
Santa.
Prostituta. Bruja. Madre. Hermana.
Mira, sé que
hay laureles en flor y designios.
Y perros flacos
y niños con ojos huecos.
También se, que
en este, desamparado mundo.
Hay vendimias y
cosechas caseras.
Y panes y
palomas y flores de cuarzo rosa.
Por todo eso,
por muchos ríos más.
Yo te bendigo,
hermano.
Y siento que me
llegas, aunque no se de donde.
Como la lluvia,
como el amor.
Con una grafía
de mares y de soles
Que me besa las
manos y las ramas
Y reinscribe mi
nombre... y reinscribe mi nombre.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
EL VEREDICTO*
−¡Póngase en
pie el acusado!
Scrooge se
levanta con torpeza.
−Ebenezer
Scrooge, la ciudad de Londres le acusa de los siguientes delitos: avaricia en
primer grado y falta de caridad, también en primer grado. Se declara usted
culpable o inocente.
−Inocente,
señoría.
−Se inicia la
vista. Proceda señor fiscal.
−Con la venia
señoría, que suba al estrado el espíritu de la Navidad Presente.
El testigo alza
una antorcha brillante derramando luz sobre la sala. Lleva un manto verde y
sobre la cabeza una corona de acebo.
El alguacil
sostiene la Biblia.
−Jura decir la
verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
−Sí, lo juro.
El fiscal
empieza las preguntas.
−Espíritu de la
Navidad Presente, ¿qué relación tuvo con el acusado?
−Le mostré cómo
celebraban el día de Navidad distintas familias.
−Ahora me
gustaría que prestase atención a los datos que tengo sobre la Navidad en la
casa de Mr. Cratchit.
El espíritu
asiente.
−Empezaré con
la señora Cratchit. Su vestido, una bata con remiendos, con cintas de colores
que no valdrían más de seis peniques. El traje del señor Cratchit muy zurcido,
aunque limpio. Martha llegó tarde porque era aprendiz de modista y tenía que
trabajar muchas horas seguidas. Tiny Tim llevaba una muleta pequeña y los
miembros sostenidos por un aparato metálico. Los hermanos pequeños le ayudaron
a sentarse. Todos colaboraron en algo. Peter preparó las patatas hervidas,
Belinda puso la mesa, y los dos pequeños, con ayuda de Peter, fueron a por el
pavo. Se lo comieron hasta dejar los huesos. El pavo les abrió el apetito; era
demasiado pequeño para tantas personas con hambre atrasada. La madre fue a la
cocina, a por el pudding. La familia estaba expectante. Aunque no era muy
grande, lo ensalzaron. Después se reunieron alrededor de la lumbre. Brindaron
con el ponche que el padre había hecho, deseándose Felices Pascuas. Estuvieron
hablando. El padre comentó a Peter que tenía en perspectiva un trabajo para él,
cinco chelines y seis peniques semanales. Espíritu de la Navidad Presente, ¿vio
el acusado lo que he descrito?
−Sí.
−¿Se mencionó
en algún momento al acusado?
−Mr. Cratchit
alzó su vaso para brindar por él porque les había procurado la cena. La señora
Cratchit no quiso beber a la salud de un hombre, según ella dijo, tan odioso,
tan avaro, duro e insensible, como Mr. Scrooge, pero su esposo la convenció y
todos brindaron por él.
El espectro va
envejeciendo, sus cabellos son grises. El fiscal advierte el cambio pero no
dice nada y sigue con sus preguntas.
−¿Por qué la
señora Cratchit no quiso en un principio beber a la salud del jefe de su
marido?
−Le hacía
culpable de su pobreza, el sueldo de Mr. Cratchit era muy bajo.
Murmullos
acallados por el golpe seco del mazo y por las palabras «silencio en la sala»
del señor juez.
−No tengo más
preguntas, señoría.
Toma la palabra
el abogado defensor.
−Espíritu de la
Navidad Presente, en ese viaje también visitaron la casa del sobrino del señor
Scrooge. ¿Es verdad que el sobrino dijo que su tío era un individuo cómico,
desagradable, y que ellos se beneficiarían de su riqueza?
−Sí.
−Sin embargo,
el señor Scrooge no se enfadó al oír aquello, ¿no es así?
−Así es.
−¿Puede
relatarnos cómo continuó la fiesta?
−Empezaron otro
juego, el sobrino de Mr. Scrooge pensaba una cosa y los demás tenían que
adivinarlo, haciendo preguntas que solo se pudieran contestar con un «sí» o un
«no». El sobrino pensó en un animal desagradable, salvaje, que unas veces rugía
y gruñía, y otras veces hablaba.
−¿Qué animal?
−El señor
Scrooge.
−No tengo más
preguntas, señoría.
−Se suspende la
sesión durante dos horas −dice el juez−, se reanudará a las cinco.
Cinco de la
tarde. El fiscal llama a su segundo testigo, el señor Cratchit.
−Señor
Cratchit, ¿qué relación tenía con Mr. Scrooge?
−Era su
empleado.
−¿Puede
decirnos lo que hizo el señor Scrooge el mismo día del entierro de su socio el
señor Marley?
−Unos señores
fueron a verle y pasaron la tarde discutiendo.
−Señores del
jurado −indica el fiscal−, ¿qué clase de persona está en condiciones de hacer
negocios el día del entierro de un amigo?
−Protesto
señoría −dice el abogado defensor−, al hacer ese comentario el fiscal presupone
que el acusado estuvo negociando, cuando no está demostrado que fuera así.
−Se acepta
−dice el juez−, que el comentario no conste en acta.
−¿Es verdad que
el pasado 24 de diciembre entraron dos hombres recaudando fondos para los
pobres y el acusado no contribuyó a la causa?
−Sí.
−Cuando uno de
los recaudadores comentó a Mr. Scrooge que los pobres dijeron que preferían
morirse a entrar en los centros de acogida estatales, al acusado le pareció que
morirse era lo mejor que podían hacer porque de esa manera disminuiría el
exceso de población. ¿No es cierto, señor Cratchit?
−Sí.
El fiscal se
acerca a su mesa y coge un papel que muestra al juez. El juez lo aprueba.
−Mr. Cratchit,
escuche con atención lo siguiente: «A todos los idiotas que van con el
“¡Felices Pascuas!” en los labios los cocería en su propia sustancia y los
enterraría con una vara de acebo atravesándoles el corazón. ¡Eso es!». ¿Me
puede decir, señor Cratchit, quién dijo esas palabras?
−Mr. Srooge.
−No tengo más
preguntas, señoría.
Una figura
oscura se aproxima al estrado con paso lento, grave. Un manto negro le oculta
cabeza, cara y cuerpo, dejando visible una de sus manos extendidas. Es el
espíritu de la Navidad Futura, testigo de la defensa.
−Espíritu de la
Navidad Futura −dice el abogado defensor−, ¿le pidió Mr. Scrooge que le guiara
porque quería ser un hombre diferente y cambiar de vida?
Movimiento de
la túnica negra. El espectro inclina la cabeza asintiendo.
−¿Reconoció Mr.
Scroogre que su avaricia y dureza de corazón no le hicieron ningún bien, que
honraría la Navidad durante todo el año, y que nunca iba a olvidar las
lecciones de los tres espíritus?
Contracción del
manto negro. El espectro asiente.
−No tengo más
preguntas, señoría.
Último día del
juicio. El fiscal se dirige al jurado. Comienza su alegato.
−Señores del
jurado, hoy es un día importante porque al juzgar al señor Scrooge no sólo se
juzga a una persona inmisericorde y avara, sino que al mismo tiempo se está
juzgando a personas como él. El acusado ha demostrado ser culpable de todos los
cargos que se le imputan. Desde las primeras hojas del cuento empieza a
delinquir. El mismo día del entierro de su único amigo, el señor Marley, sí, el
mismo día del entierro, en vez de estar apenado por su muerte, hace un buen
negocio. Mr. Scrooge, un hombre avaro, cruel; un ser miserable, codicioso, sin
sentimientos. Un hombre que no se conmovió por nada ni por nadie; ni por su
empleado el señor Cratchit, ni por su sobrino, ni por los niños pobres que
pedían en la calle. Tanta pobreza a su alrededor y él, preocupado por tener más
y más. En sus manos está, señores del jurado, encerrarle para siempre o dejar
libre a un hombre tan dañino y peligroso en una sociedad como la nuestra. Sé
que tomarán la decisión adecuada.
El abogado
defensor se acerca al jurado.
−Señores del
jurado, qué bien hablamos de piedad, comprensión, tolerancia, pero que poco
piadosos, comprensivos y tolerantes somos con los demás. Al juzgar al señor
Scrooge debemos ser indulgentes, ahondar en su pasado, en las causas que le
llevaron a ser lo que fue. Si no era generoso con él mismo, cómo lo iba a ser
con los demás. Él era el que más sufría; no fue capaz de querer a nadie porque
no se tenía el mínimo aprecio. No podemos sentir odio hacia él sino pena. Su
sobrino pensó que los defectos de su tío llevaban su propio castigo. Sin
embargo, ¿fue Mr. Scrooge el único culpable de su coraza? ¿Intentó alguien
acercarse a él, atisbar ese abismo que se agrandaba y le consumía, impidiéndole
ser libre? Porque si alguno de ustedes piensa que lo era, se equivocan; sus
pensamientos, sus ideas, estaban encadenados con grilletes a una enseñanza
austera, rígida, cruel. ¿Tuvo el señor Scrooge la culpa de que no le hubieran
mostrado cariño ni amor en su entorno familiar? No, creo que no, y ahora es el
momento en que se puede hacer justicia. Él ya nos demostró que había cambiado
al final del cuento. Sé que aquí se le juzga por su vida anterior, pero
agradecería que considerasen su arrepentimiento y rectificación de conducta. Sé
que ustedes serán justos.
Han pasado
cinco horas. Entran en la sala el señor Scrooge, su abogado y el fiscal. Luego,
los miembros del jurado.
−En pie −dice
el alguacil.
Todos se ponen
de pie. Entra el juez.
−¡Siéntense!
¿Tienen ya el veredicto?
−Sí, señoría.
−¡Póngase en
pie el acusado!
Scrooge se
levanta despacio. Sus piernas tiemblan. Se agarra con fuerza a la mesa
retorciendo unas manos ya viejas.
−Señores del
jurado, consideran a Ebenezer Scrooge:
¿Inocente o
Culpable?
*
Compraba frutas
en el mercado
y me acordé de
las manzanas.
Cargué en mi
bolsa dos,
pero ninguna se
enciende.
Hay algo más
triste
que una mesa a
oscuras?
Te hice esa
pregunta
mientras toda
la casa
seguía mis
labios
susurrandose
lentamente.
No sé que
responderías
a la luz de mi
boca.
*De Marcela
Lokdos. lokdos1@yahoo.com.ar
El animal
metafísico*
*Por Juan
Forn
Ahora que el
calor zumba en el cielo como una gran cigarra invisible y en la demencia dorada
todo tiembla, quiero hablar del hombre que describió así el verano en la gran
ciudad. Sus padres lo llamaron Thomas Moro Simpson. Me topé con su nombre el
otro día, en esas listas negras de la dictadura que aparecieron en un sótano
del Ministerio de Defensa: artistas y científicos catalogados de peligro
marxista por los milicos. Simpson figura en ellas, pero como “pintor”. Tiene
cierta lógica el asunto, porque otra dictadura, la de Onganía, ya le había
negado entidad como investigador filosófico. La historia es así: en 1965,
Simpson se convirtió en el primer investigador del Conicet que no era
científico, ni había pasado por la universidad siquiera; el único diploma que
tenía era el de la escuela primaria, pero a los 35 años escribió él solito con
su cabeza un libro llamado Formas lógicas, realidad y significado. Lo mandó a
la Eudeba de Boris Spivacow. “No publicamos monografías”, le contestaron.
Simpson se lo acercó a Gregorio Klimovsky entonces, y Klimovsky fue a ver a
Spivacow: “No hay un libro así en nuestro idioma. No digo en Argentina, digo en
toda la lengua. Hay que publicarlo”. Así se convirtió en investigador del
Conicet. Su padre era un relojero de barrio que se negaba a tener negocio a la
calle para no alardear, pero sabía hacer funcionar cualquier máquina rota que
le pusieran en la mano: Simpson cree que de ahí le viene la mente analítica.
Para que nos entendamos, la epistemología es ese filo donde la matemática se
encuentra con la filosofía, la pureza de lo abstracto en su máximo rigor. Pero
eran tiempos de Onganía, y después vinieron tiempos peores. Al menos tres
generaciones de estudiantes no supieron nada de Simpson, ni de él ni de su
circunstancia, entendiendo por circunstancia no sólo su obra formal (dijo el
Colegio de México hace poco: “Casi cincuenta años después, Formas lógicas...
sigue siendo un texto eléctrico y corcoveante, al que el tiempo no ha herido”),
sino también su obra informal, que Simpson había empezado por la misma época en
forma de columnas ocasionales, primero en el diario El Mundo y después en la
revista Primera Plana, con el título de “Investigaciones de un hombre curioso”,
que luego mutó a “Diario de un ciudadano curioso”.
La combinación
de ciudadano y curioso a mí me hace pensar enseguida en un porteño caminando
por la calle o, para precisar un poco, en un porteño capaz de decir de repente:
“En el siglo cuatro antes de Cristo, cuando los tigres paseaban por Florida y
Corrientes...”, y considerar al café con leche en un bar un sagrado manjar y un
premio. Yo creo que, cuando Simpson dice curioso, lo dice como sinónimo o
complemento de distraído. Murena escribió en un poema: “Sólo atento no hay que
estar: / preparado”. El gran Heine le preguntó una vez a su cochero: “¿Qué son
las ideas?”. A lo que el cochero contestó: “Ideas son esas cosas que se le
meten a uno en la cabeza”. Sólo atento no hay que estar: preparado para las
ideas que a uno se le meten en la cabeza, vengan de los libros o de la propia
calle. Así encaró Simpson la continuación de sus investigaciones filosóficas,
que reunió en un librito hermoso al que sus fieles llaman El mamboretá. Su
título completo es Dios, el mamboretá y la mosca, y cada diez o quince años
hace una nueva edición, aumentada o alivianada según su parecer del momento. Yo
tengo la del ’99, y hacia ese estante de mi biblioteca me mandó el nombre de
Simpson cuando lo vi en las listas que publicó Página/12 el otro día, y después
de mirar mis subrayados y descubrir lo que subrayaría ahora, y proceder a
continuación a hacerlo, mientras aprovechaba para releer entero el libro, de
repente fui a las páginas en blanco de adelante, que suelo usar para anotar
cosas, y me encontré con el número de teléfono de Simpson en mi propia letra,
con una cifra menos en la característica (a fines de los ’90 no existía todavía
el cuatro). Asombrosamente seguía siendo el número de Simpson, y al rato tuve
el gusto de oír al propio confirmando de lo más pancho que sigue vivo y entero
y que está a punto de publicar un librito más atrevido todavía que El
mamboretá: un libro todo de poemas. Pensando igual, pero en verso. Con métrica
y rima y todo. Qué alegrón me dio.
“A veces me
domina el animal metafísico, el mono enfermo que, entre una banana y un maní,
empieza a preguntarse por el cómo y el porqué de las cosas”, dice Simpson en El
mamboretá. Lo de enfermo es una referencia a Freud, que dijo famosamente: “Si
alguien se pregunta por el sentido y valor de la vida es señal de que está
enfermo, pues objetivamente ni lo uno ni lo otro existen”. Lo de mono es una
referencia al chimpancé de laboratorio al que Ernst Mayr dio un terrón de
azúcar y vio cómo el animal corría hasta la fuente de la que manaba agua y lo
lavaba vigorosamente hasta que el terrón se le deshizo por completo entre los
dedos. La sed de absoluto, llama Simpson a esa estampa.
En 1967,
Simpson conoció en California al gran Rudolf Carnap, que por entonces tenía
setenta y seis años, “el cuerpo en derrota, pero la mente apasionada y lúcida”.
El médico le había prohibido que hablara de filosofía después de las seis de la
tarde porque le resultaba imposible interrumpir la corriente de su pensamiento
y no dormía y terminaba descompensado. Carnap había estudiado con Frege, que
tenía sólo tres alumnos: Carnap, un mayor retirado y un amigo aficionado a la
matemática. Frege daba toda la clase mirando al pizarrón, estuviera escribiendo
en él o no. Se lo consideraba el mayor lógico desde Aristóteles. Carnap le contó
esa tarde a Simpson que mientras estudiaba con Frege escribió este texto: “Hay
un hombre, se reduce de tamaño, se vuelve más y más pequeño, se convierte en
pájaro, el pájaro se convierte en mil pájaros, que vuelan al cielo mientras las
nubes conversan entre sí acerca de lo que ha sucedido. Ese es un mundo
posible”.
Yo creo que
Simpson fue a ver a Carnap por la misma razón que Carnap a Frege, pero él
seguro diría: “Vaya un poco a la sombra a tomar aire y deje de tocar la lira”.
Porque Simpson ha vivido su vida convencido de que es básicamente un hombre
sensato que se ha limitado a cumplir con su deber, según aquella frase de
Aníbal Ponce: “No se puede abdicar de los deberes de la inteligencia”. Por
suerte, de tanto en tanto lo domina el animal metafísico y nos lleva con él en
sus derivas, como aquella vez que estaba en una tienda de pájaros embalsamados
y afuera llovía. Anochecía, además, y no amainaba, y de pronto entró una mujer
con el pelo empapado, pero se quedó en la puerta. “Quiero un pájaro alegre”, dijo
en un hilo de voz. El vendedor sacó un petirrojo de una jaula, pero mientras
tanto la mujer se arrepintió: “Me he equivocado”, murmuró con la mano en el
picaporte. “No se vaya”, dijo el vendedor. “Escuche. La muerte fue piadosa con
ellos. Quédese y los escuchará.” Y en ese preciso momento el petirrojo inundó
la tienda con su canto, pero la mujer ya había dejado la puerta abierta y se
había perdido en la lluvia mientras caía la noche en la ciudad.
El día que el
horizonte se evaporó*
Era un
atardecer poco común
La brisa no
dejó rastros de su presencia
El celeste y el
verde se juntaron
Dialogando en
lenguaje enamorado
El espectador
sorprendido admiraba
La placidez de
esa tarde matizada en el silencio
Donde el cielo
y el río se fundieron.-
HONRAR LA VIDA*
En el noroeste
de Mongolia todo el mundo se muere, pero las personas no mueren. Se lo dice el
papá a Nansa, una niñita de ojos rasgados en un redondo rostro de manzana.
El budismo los
provee de un inagotable círculo de vidas que el alma recorre pasando de un
arbusto a un camello, de un camello a un buitre, saltando de ser a ser,
hermanando plantas, animales y seres humanos en un hálito eterno que se
manifiesta multiforme y vital. La muerte no tiene más relevancia que el cruce
de un umbral. No angustia ni aterroriza. Los niños sólo sienten la curiosidad
de quien se pregunta qué vestido usará mañana, qué abrigo le tocará en el
invierno próximo.
Pero no todas
las vidas son iguales. Las personas poseemos una fineza de percepción, la
capacidad de razonar y sentir con mayor agudeza que un yak o una cabra. Esos
atributos son invalorables. Podemos, también, mirar las estrellas, contar
historias, acariciar un perro dormido. Somos capaces de amar.
Volver a pisar
el mundo como un ser humano es un privilegio.
Una anciana
recibe en su yurta a la niña que se ha mojado en la lluvia. Toma un cazo con
arroz, una aguja larga, y con la aguja en una mano derrama sobre ella puñados
de arroz que caen como lluvia blanca. Le pide a la niñita que le avise cuando
un grano caiga sobre la punta de la aguja. Puñado tras puñado, la atenta mirada
no logra encontrar que el milagro acontezca.
La pequeña
mujer arrugada y sonriente le cuenta a la niña que en el mundo existen
infinidad de seres, y que la posibilidad de reencarnarse en una persona es tan
remota como la de que un grano de arroz caiga en la punta de la aguja. Así de
esquivo es el milagro, así de difícil es ser un ser humano, y es por eso que
cada vida humana es inapreciable.
Ha de
celebrarse, entonces, la vida humana. Y respetarla con la devoción con la que
se preserva un frágil fuego en medio de la noche.
Lo dicen los
mongoles, allá por donde China y Rusia se confunden. Nos lo cuenta la directora
Byambasuren Davaa, que quiso que su pueblo narre a través de sus filmes esa
forma de vivir, sentir y explicar el universo.
Ellos, los
mongoles budistas que creen en un eterno pasaje de vidas, reverencian la
maravilla de ser una persona y de tener la suerte de pertenecer por unos años al
género humano. Nosotros, que no prestamos fe a historias de reencarnaciones,
que creemos que esta vida es única, despreciamos a nuestros semejantes y no
honramos el maravilloso don de la humanidad que se nos ha concedido y reside en
nosotros. Mancillamos el milagro, desperdiciamos la esquiva oportunidad de
ejercitar los dones que nos fueron hechos. Si podemos amar, si podemos mirar la
luna, si podemos narrar historias; entonces es nuestro deber hacerlo y por
tanto, como lo cantó Eladia Blázquez, honrar la vida.
-2006-
*
leerte así
como perdiendo
el plumaje
y las
pretensiones
*De Alejandra
Alma.
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***
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