martes, julio 04, 2017

ESTACIÓN POLVAREDAS


*Foto de publicación oficial de la provincia de Buenos Aires - período 1936-1940. Gobernación de Manuel Fresco.










Lo inmediato*



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com




El hombre, casi un anciano, camina erguido por la acera.
El papelito en la mano.
En él, esas extrañas palabras: “Estación Polvaredas”.
La sensación de libertad y de vértigo.
La multitud pasando junto a él sin prestarle atención. Al mismo tiempo, el recuerdo de una institución. ¿De qué clase? ¿Una cárcel? ¿Un cuartel? ¿Un claustro? ¿Una Universidad? No. Esto último no. La sensación recordada, o más bien vagamente intuida, es opresiva, de encierro. Pero ya se ha ido. De nuevo es la gente que pasa. Un joven trajeado le sonríe. ¿Tal vez le conoce? No va a ser posible saberlo, porque el joven continúa su veloz marcha entre los demás viandantes y se pierde tras un grupo de jovencitas que conversan con gran estrépito.
Volvamos al papel. ¿Qué hace ahí? ¿Qué significa? Estación… ¿De tren? ¿De autobús? Y ¿Quién escribió la nota? Porque esa no es su letra. ¿O sí? Vuelve a mirar alrededor. Palpa sus bolsillos, mas no hay nada en ellos. ¿Es un indocumentado? No sabría decirlo. El dolor en el costado le hace pensar que tal vez alguien le asaltó para robarle, pero no puede recordarlo.  Quizá no sea más que una dolencia propia de la edad. Las risas de unos niños le distraen. Mira hacia ellos. Juegan. ¡Qué cosa grande ser niño y jugar con esa alegría, esa despreocupación! Por fin una certeza: Es un adulto. Si pudiera mirarse en un espejo… Justo entonces ve la entrada a unos grandes almacenes. Se dirige hacia ellos. Tiene la impresión de que encontrará allí alguna respuesta, aunque ignora a qué pregunta. Al entrar al sitio, junto a las escaleras mecánicas, ve el espejo y se acerca. Se mira en él, pero no reconoce a ninguno de todos esos reflejos. Tras unos segundos, logra identificarse, pero su aspecto no le resulta familiar. Ése no puede ser él. Y ahí surge una nueva pregunta: ¿Quién es él? E inevitablemente, una segunda: ¿Qué aspecto tiene o debería tener? Ambas respuestas le están vedadas. No puede recordarlo. Vuelve a mirar el papelito y esas dos palabras escritas, como si allí pudiese existir alguna clave para desentrañar el misterio.
Una empleada sonriente se le acerca y pregunta si puede ayudarle en algo. Le gustaría responder afirmativamente, pero oscuramente sospecha que si le hace a ella las preguntas que él mismo no logra responder, muy bien puede tomarle por un desequilibrado. ¿Será eso? ¿Estará loco? No quiere ni pensarlo. Más bien entrevé otra cosa: Un olvido momentáneo, la urgencia de hacer algo, de ir a algún sitio… ¿Será ése el sitio? se pregunta mirando de nuevo el papelito. La empleada sigue ahí y el hombre niega con la cabeza, tratando de devolver una sonrisa cordial, pero consiguiendo apenas una mueca que inquieta ligeramente a la vendedora, quien se propone no perderle de vista, al menos mientras deambule por esa planta.
Tal vez el hombre haya percibido, de algún modo, esos pensamientos, porque se dirige hacia la escalera mecánica y, mediante ella, al piso superior: “Moda caballero”, desapareciendo en unos segundos del campo de visión de la empleada recelosa. La segunda planta está llena de trajes, pantalones, corbatas, zapatos y demás prendas de vestir. Un par de vendedores, de ésos cuyas sonrisas parecen talladas en piedra, se le acercan ofreciéndole algún producto, pero el hombre niega con la cabeza y camina sin prisa por entre los innumerables pasillos. ¿Busca algo? Sí. Un recuerdo que no llega. Su presencia, en un lugar tan grande, debería pasar desapercibida, pero no es así. En todo momento hay alguien pendiente de sus actos. Como si ese inocente papelito en su mano fuese un artefacto explosivo o la revelación de un secreto abominable.
Ha debido cambiar nuevamente de planta, porque ahora se encuentra rodeado de artículos deportivos. La visión de los balones, las canastas, las raquetas, le transportan muy lejos, hacia atrás, en el recuerdo. Pero es sólo un instante. Las escenas de esa lejana juventud ni siquiera llegan a concretarse. Pasea por la sección de artes marciales bajo la atenta mirada del encargado de la misma. Ya no le preguntan si desea algo. Se ha debido correr la voz. Un intruso recorre los almacenes sin objeto alguno. No parece peligroso, pero hay que mantenerle vigilado.
Con la mano libre, sopesa una pelota de tenis. Mira hacia arriba, como tratando de apresar un instante en su pasado, pero no hay nada. Sólo el contacto suave de ese objeto, que le resulta grato. Resignado, la deja junto a las otras pelotas y continúa su peregrinaje por el edificio. En la sección de moda femenina siente como un pinchazo, una revelación. Sin embargo, se va tan velozmente como vino. Cabecea dos o tres veces, como negando algo a un interlocutor invisible y sigue subiendo.
Se detiene en la sección de juguetería, con una indefinible pero agradable sensación. Pasea entre los múltiples estantes repletos de artículos hechos para el ocio. Algunos le traen vagos efluvios de un pasado remoto. Otros no. Se pregunta cómo funciona uno u otro de los que están a la vista. En cualquier caso, son siempre instantes. Instantes desgajados de su empresa principal, que es una búsqueda, aunque él mismo ignore el objeto de la misma.
De pronto ve un tren: una maqueta hecha a escala. Una de esas maquetas tan perfectas que cualquiera tomaría por trenes reales. Y lo recuerda todo: Mira el papelito. Sabe que debe reunirse allí con… ¿Con quién? ¿Con quién? Pero ¿y la fecha? ¿Qué fecha es? Es urgente encontrar un calendario, preguntar a alguien… En ese momento ve los ojos. Unos ojos grandes que le miran con simpatía. Los reconoce, aunque no pueda precisar a quién pertenecen. Sólo sabe que no son ésos los ojos que hay tras el papelito. Ella se le acerca, le habla en susurros, le dice que ya todo está bien, que ella va a llevarle al sitio donde debe ir. Él, olvidado ya de todo, se deja llevar. Tras la extraña pareja (él con su traje raído, ella con su uniforme blanco), dos fornidos enfermeros caminan en silencio, paralelos, clones de sí mismos. El papelito descansa ahora en el bolsillo de la camisa del hombre. Los recuerdos, la entrevisión de esa estación perdida en el misterio, como cada tarde, se han desvanecido nuevamente.



- Publicó “El alba sin espejos”














ESTACIÓN POLVAREDAS*



El viejo pueblo de Polvaredas se alza como una mancha de tristeza en los ojos del horizonte, pueblo de innombrables en cuyas cantinas sirven las mujeres las sonrisas más seductoras combinadas con el polvo que el viento arrastra de una mina anciana y sin oro. Por una de sus laderas el amor se confunde con la brisa. Y la estación donde una vez el tren recogió a los hombres que con rumbo a la sierra se abrigaban con pedazos de cuero de vaca, porque la soledad del frío sufre del rigor del mal de altura.

Polvaredas es el vestigio de lo que cualquier hombre ilusiona. Un clítoris en medio de ninguna parte. Una basílica que ofrece al hombre una esperanza. Esperanza que cada día se torna más escasa, como la pluma de un ave Fénix o la cola de un dinosaurio. Pero el hombre vive de sus ilusiones. Y la Polvaredas, hija del tren, conocida como el punto de la suerte que la mala fortuna olvidó recoger del suelo, le extiende sus brazos a todo aquel desarraigado que se aventure a pasar por ella para que haga de ella su mujer y no su amante.

Tal como en La Vorágine, como una jungla de ocaso abraza a cualquier cuerpo hasta hacerlo sudar. Lo exprime. Lo seduce hasta convertirlo en ciego a otros pueblos lejanos y olvidados por los cartógrafos, pero son sus secretos de mujer, los que se apegan al paso del único tren que la cruza de extremo a extremo dejando atrás un sempiterno criadero de nubes preñadas por el polvo cobrizo. Nubes que dejaran mañana arrugas como los plisados en la falda de una colegiala alzándose sobre los rostros huraños y ásperos, que durante el atardecer se aventuran a preparar sus maletas. Las que nunca llegarán a abordar el tren de la medianoche.



*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
















Solos en el Universo*



El traqueteo del tren, su rutina, el murmullo del viento y la voz de los pasajeros, servían para que, durante el trayecto, entre en un adormecimiento placentero. Adoraba esos viajes y no me molestaba que algún vendedor de estampitas me quitara el sueño. No, para nada. Yo era feliz así, viajando, una o dos veces por semana, de Polvaredas a La Plata, de La Plata a Polvaredas, a cumplir con mí trabajo.
Para los momentos aburridos, leía libros de ciencia ficción y llevaba mi tejido. Por aquellos años se usaban los pulóveres haciendo juego con los gorros de lana. El tren tardaba, más o menos, dos horas, 43 minutos, sin contar el tiempo de demora que ocasionaban las distintas estaciones, en que se detenía a cargar gente.
Otras veces, mi entretenimiento era el juego de adivinar, si entre los viajeros, podría  confundirse o no, algún extraterrestre. Cosa que creía posible pero que nunca logré comprobar.
-Hay que creer, para ver a los O.V.N.IS hay que creer- le decía a un amigo que se debatía en la impotencia- porque yo los veía surcar la bóveda celeste y él no. Si no crees, pues no los ves, insistía con vehemencia, defendiendo mis aseveraciones.
-Mira que he atravesado la Patagonia, noches enteras escudriñando el cielo, mientras el auto avanzaba en la oscuridad. Jamás vi nada extraño, ni siquiera luces sospechosas. Recorri La Pampa, fui a Córdoba, acampé en las cercanías del Uritorco pero tampoco, nada.
- En el año 86 fue el primer avistamiento en ese lugar, aseguran pero deberían decir, cuando se hizo conocido a nivel país,  porque  el descenso viene de  décadas atrás,  aún era niña y mi padre me habló por primera vez del tema. Tú debes de haber  ido por esos años, seguramente, cuando el cerro se hizo famoso y comenzaron a visitarlo. Una quemazón de 122 metros de largo por 64 de ancho, de forma ovoide.
En mi pueblo, Polvaredas, se dejaban ver detrás de la estación del ferrocarril. Tal vez para despistar observadores,  las naves parecían descender cuando menos lo esperaba. Era sencillo descubrir el disco rojo en picada entre los árboles. Cuando pensaba que iba a estrellarse contra el suelo, subía con una plasticidad envidiable y volvía a perderse en el cielo.
Mi primer avistamiento lo tuve en mal momento. Justo el conocido “Pirincho” Cicaré, con solo 14 años,  había inventado su primer helicóptero con el elástico de una cama ¿quién iba a prestar atención a los dichos de una mujer y menos, joven como yo lo era en aquella época? El pueblo estaba convulsionado por la enorme creatividad del muchacho que no paraba de mostrar su invento. Por entonces tampoco se les daba a los extraterrestres la importancia de hoy, el miedo lo impedía y la falta de medios de comunicación avanzados.
Más adelante mi padre murió y a  madre no le interesaban esos temas, de modo que no tenía con quien conversar sobre el asunto. Pensé en acercarme a Cicaré pero su genialidad me amedrentó y decidí seguir mostrando, mis hermosos tejidos pero guardar el secreto de los platos voladores,  estudiarlo en soledad. Con eso quiero decir que, si bien son sabidos los numerosos avistamientos en distintos lugares del país y del mundo, no se conoce todavía que hayan aparecido en Polvaredas, mi pueblo.
Usted preguntará por qué los doy a conocer ahora y no antes, cuando me enfrenté a las primeras evidencias.
En el período en que sucedieron los viajes en tren, yo trabajaba para una agencia de ventas y eran muy meticulosos con el personal, digamos, en cuanto a seriedad y a equilibrio emocional. Seguramente, de haber mostrado mis experiencias, hubiese perdido mi medio de vida sin ninguna contemplación. Mi tarea era colocar productos de diversas empresas, en mi zona.
Lo que yo he podido saber es que todavía no se ha comprobado científicamente si la detección es real o es una ilusión óptica- suele ser colectiva- de gente con acentuada inclinación a creer en los objetos no identificados.
Que determinadas personas afirman haber sufrido abducción  y luego devueltas al ejido de su propio pueblo o de otros más lejanos. Que si bien afirman que ciertos indicios dejados en la piel se deben a extracciones de sangre y a otros actos experimentales sobre esos cuerpos, no se ha comprobado ningún signo de materiales, distintos a la normalidad de nuestro orbe que pudieran estar involucrados en  acciones de extraterrestres.
Que los rastros de supuestas naves, decantados en pasto quemado y círculos perfectos, no ha dado tampoco presencia de elementos extraños a este planeta.
Que si bien deberíamos estar preparados para un encuentro con otra civilización ya sea, porque ellos se acerquen a nosotros o porque nosotros descubramos su mundo, en nuestros viajes por el espacio, esto podría resultar de dimensiones beneficiosas o terriblemente dramáticas.
Podría ser que fueran seres marcadamente ecológicos. En este caso, siendo nosotros casi una plaga en nuestro hábitat, para evitar males mayores,  la tendencia de los alienígenas podría ser corregirnos o destruirnos.
Por el contrario, si esas civilizaciones desconocidas fueran de tipo expansivo, tal vez no solo ya habrían abordado nuestro territorio sino que nos hubiesen doblegado y hoy seríamos, probablemente, sus esclavos o su alimento como las vacas para nosotros.

Lo concreto es que si bien no tengo pruebas, más que un par de fotografías sacadas de apuro, en las que no puedo siquiera demostrar que sean naves, descendiendo en las cercanías de la estación de ferrocarril de mi pueblo, he visto numerosas luces extrañas surcando el cielo, contundentes y a veces terroríficas. Luces formando círculos, destellantes, turbadoras, casi irreales que han logrado, sean verdaderas o no, conmover mi espíritu y mantenerlo atento a cualquier signo que pueda demostrar, con el tiempo, que no estamos solos en el Universo.



*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell.











*


<<La luna no va a diamantes>>

sino que horada

el cielo negro

-su combustión de estrellas-

En ese deseo

al menos

resuelvo

noches

silencios

durmientes

que el riel pisa

cuando el tren

aplasta sombras

última profundos sueños

y algún insomnio pasajero.

<<La luna no va a diamantes

sólo anadea

con pies de pato>>.



*De JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar

-De Lluvia de marzo.
Colección de Poesía  ÍCONO nº 4. Editorial Ciudad Gótica.
















Esa gran patada al futuro*



El tío abuelo de Kalman bajó en Polvaredas de "El pampeano" a las 0.35 del viernes 26 de septiembre de 1947. Al día siguiente era su cumpleaños número 58.
Unos minutos antes el tren había salido de la estación Atucha. El tío no podía conciliar el sueño. Miraba por la ventanilla ese cielo tremendo tan diáfanamente estrellado. Tan derramado en estrellas sobre un campo que se parecía al infinito.
El tío tenía como objetivo ver loteos después de la estación 9 de julio, había sacado pasaje hasta Mirapampa pero pensaba bajarse donde viera anuncios de lotes en venta. En un parpadeo se borró ante sus ojos la continuidad del paisaje de cielo a campo que venía admirando. Abrió la ventanilla y recibió el golpe en su rostro de una densa nube de polvo.

Era polvo con brillos -como de luciérnagas- que se encendían y apagaban velozmente. Quizás era polvo de estrellas que impactaban en una velocidad incalculable en relación a la marcha del tren.
El tío se atemorizó. Cerró la ventanilla. Pensó que quedaría ciego pero tras unos instantes su vista se volvió normal. Afuera la nube oscura con brillos de estrellas siguió unos parpadeos más, y de golpe de nuevo la noche estrellada, ni rastros de esa polvareda. Fuese lo que fuese lo que había rodeado al tren había desaparecido.

Miró al interior del vagón, los pasajeros dormían o no habían notado nada anormal en ese transcurrir del tren.

Algo que no supo explicar bien le dijo que tenía que salir de ese tren lo antes posible. En la primera estación en que el tren se detuvo tomó su pequeña valija y bajó. Casi al pie de los peldaños vio dos hombres que se aprestaban a subir. "No suban. Este tren esta maldito" les dijo con ojos seguramente desorbitados por el miedo.
No sabe si les hablo en un español que no manejaba bien o en su lengua madre polaca.
La cuestión es que los tipos lo miraron como si fuese un borracho trasnochado y subieron por los mismos peldaños que el tío había pisado instantes antes para sentir la solidez del andén.

El asombro del tío siguió cuando al verse en el espejo de la sala de espera vio su cabellera tiznada de polvillo. Se sacudió y así fue como descubrió sus pelos poblados de canas que no tenía al subir en La Plata.


Lo asombroso -según Kalman- es la flexibilidad demencial con la cual su tío abuelo se adapto a una situación totalmente impensable.
Se quedo un tiempo en Polvaredas, busco trabajo en un campo cercano. Decidió no decir ni palabra de lo ocurrido en ese tren.
Más o menos dos años después de bajar en Polvaredas el tío reencontró a su hermana menor con marido e hijos recién instalados en la Argentina. Hartos de guerras y miserias humanas arribaron a Ensenada, última referencia que tenían por una antigua carta donde el tío les dejaba un domicilio. No esperaban encontrarlo con vida. A ese tío abuelo además de llegarle familia le llovieron lágrimas, abrazos y reproches.
Las lágrimas se secaron con el paso de los meses, los abrazos se aflojaron por costumbre, pero los reproches de su hermana siguieron y hasta se hicieron encarnizados. El tío escuchaba todo sin enojarse ni justificarse.

-¿Por qué no contestaste las cartas? -Papá y mamá murieron sin tener noticia tuya, pensaron que habías muerto o lo que es peor que no te interesaba saber nada de tu familia.

Un día, quizás cansado de visitar a su hermana en la casita de Ensenada para recibir ese clima tenso de reproche hasta en los silencios. De no poder ni sostenerle la mirada. El tío abuelo de Kalman habló. Llevó una valijita de cuero rígido - la misma con la que había subido al tren aquella noche en la terminal de La Plata y la abrió.
Primero puso sobre la mesa un pasaje de tren: que decía La Plata - Mirapampa fechado claramente el 24 de septiembre de 1917.
Ese día fue un Lunes -se extendió en un detalle al que nadie le dio importancia-
Luego puso un ejemplar del diario La Nación sobre la mesa con la misma fecha.

-¡Que me queres decir, le dijo su hermana con una mirada que pasó de ser severa a echar chispas de indignación... que desde que subiste a ese tren decidiste olvidarnos. No contestar cartas o irte a vivir a otro planeta...!

-Estuve viajando adentro de ese tren 30 años. Seguí con mi vida como pude o mejor aún -aclaró-: agradecido de no seguir allí adentro vaya a saber por cuantos años más. No le creyeron. Era como decirles que las hojas alguna vez fueron plumas. Que lo trataran como un mentiroso absurdo generó una pelea familiar que duro largo tiempo.

Muchos años después Kalman recibió de manos de su tío las únicas pruebas de no haber faltado a la verdad aquel día con su familia. El pasaje del tren y ese diario donde se leía entre las noticias destacadas que el ministro de defensa Elpidio González solicitaba el estado de excepción para enfrentar la huelga ferroviaria de 1917.

La madre de Kalman, sobrina menor del tío, siempre le creyó. El misterio de los 30 años fue algo que Kalman reconoció como fuente iniciática de dos vocaciones: tanto de investigador científico como de escritor vocacional. Si hubiese sido una verdad comprobable  la experiencia del tío merecía un libro similar al de "Física de lo imposible". Si era una mentira urdida para encubrir su desamor o el desapego a su gente era un portal a literatura pura.
En sus indagaciones Kalman encontró unos pocos elementos a favor de la historia tal como la relataba el tío: No había ningún rastro de su permanencia en esas tres décadas previas a establecerse en Polvaredas, de 1917 a 1947 no había nada de nada. A pesar de estar encanecido era inusualmente joven por tener los años que tenía. Los que lo conocieron en esa época posterior a su viaje en tren no le daban no mucho más de 30 y pico de años.


De tanto ir a visitar a su hermana conoció a una muchacha llamada Haydee y se casó. Se los veía felices, se prodigaban en arrumacos con palabras de amor. Después unos meses surgió algo que el tío se había esmerado por negar: había una secuela o una rareza más atribuible a su experiencia en el tren. La mujer le decía cariñosamente "mi bichito de luz".  En confianza le dijo a su cuñada que en la intimidad de la noche, cuando se emocionaba o excitaba el tío se encendía como una luciérnaga.

El tío se instalo con su mujer en Ensenada pero cerca del río pues amaba pescar. Hizo amigos raros como él con los cuales compartía noche de pesca con charla hasta amanecer. Ellos le aceptaban su historia, cada tanto, si el tío se emocionaba con algún recuerdo fuerte se encendía e iluminaba como un foquito hacia la lejana oscuridad del río. Sus amigos le decían señor de la luz o iluminado según la ocasión.


Ya ostensiblemente viejo, hablaba mucho de su infancia en aquel pueblo de Europa central del cual partió antes de llegar a la edad necesaria para ser convocado al servicio militar. Su padre era carpintero pero quería un futuro militar en la familia. Más aun siendo el hijo mayor. Una vez, caminando con su padre por el bosque mientras iban a elegir un roble para hacerlo madera de mueble. Su padre lo obligo a marchar delante de él como lo hacen los soldados. El tío era apenas un muchacho de 14 años que intentó cumplir pero de mala gana. Esa falta de vocación enfureció a su padre que comenzó a patearle los talones cuando no marchaba correctamente llevando la punta del pie bien alto. Así. A pataditas correctoras tuvo que marchar hasta retornar a las afueras del pueblo donde seguramente por vergüenza su padre suspendió la instrucción de marcha para su futuro militar al servicio del imperio.
Desde aquella tarde detestó para siempre a su padre, a los militares, al imperio austrohúngaro. Ese día empezó a gestarse su idea de irse bien lejos donde no hubiera ni imperio ni guerras ni un padre que esperara tener un buen hijo militar en la familia. Así fue. Dos años antes del comienzo de la primera gran guerra dejó una nota "me voy, ya escribiré cuando este establecido"

Según parece trabajo embarcado apenas un año hasta que llego a un puerto argentino. Se radicó.


***


 Kalman siguió pensando en lo sucedido con su tío abuelo hasta que él mismo cumplió sus 58 años. Ese día se dijo que ya era el momento para aceptar lo inexplicable en esta historia de su tío.

Era muy pobre como explicación decir que había sucedido una anomalía en el espacio-tiempo. Que su tío abuelo había sido un testigo privilegiado cuya mayor maravilla era haber desplegado una enorme fuerza psíquica para adaptarse, como el mismo decía a "esa gran patada al futuro" que había recibido.

En esos 30 años en el tren evitó enterarse del final de la primera guerra. De la guerra civil española. De la segunda gran guerra. De tremendas e increíbles matanzas. El siglo XX se desplegaba en horrores. Su pueblo natal fue devastado. Hijos y nietos de sus vecinos fueron enviados a campos de exterminio por los nazis.

De última, cuanta gente que vivió realmente día por día todos esos años que el tío abuelo pasó por alto adentro de un tren dirán si les preguntan que todo paso muy rápido. Que  30 años de vida fueron parpadeos.  Unos pocos suspiros. Kalman mismo sintió eso al cumplir sus 58 años cuando decidió abandonar las investigaciones teóricas que había intentado construir obstinada e inútilmente por años. Hasta una vez -ridículamente- llevó un diente de su tío a un científico colega para hacer una prueba con isótopos de estroncio y así rastrear las geografías por donde transcurrió la vida del tío en esas décadas adentro del limbo.

Lo que Kalman aprendió. Lo que pudo comprender daria frutos de ahí en más en su tarea literaria: ejercitar ficción contra lo real que va muy adelante sorprendiendo con su implacable soberanía del acontecimiento.

Le quedó una imagen grabada por otras tantas que irán al olvido.  Era fin de año. Cuando todos estuvieron de acuerdo con el reloj en que indudablemente comenzaba un año nuevo.
El tío -que ya era un ancianito sin dientes- levantó la copa de sidra  y mientras la chocaba en el aire con otras copas pidió con su voz por encima de otras voces
“paz y felicidad para el mundo”.



*De Eduardo Francisco Coiro.















*



Como quien se queda esperando al tren

y se pierde mirando los galpones de chapa

erguidos e impunes contra el horizonte.


Como quien recuerda que carga valijas

y comprende el peso

del polvo de siglos dormido en las vías.


Como quien se cansa de aguardar la tarde

sentado en un banco más solo

que el andén desierto de hierro y madera.


Como quien despierta de una pesadilla

y entiende de pronto que ya no hay regresos,

que no habrá partidas.



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com







-Próximas estaciones de escritura:

PLOMER    
-Por Ferrocarril Midland-

JUAN ATUCHA.  
–Por Ferrocarril Provincial-


***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Provincial:

JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***

El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Midland:

KM. 55.    ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



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